Mi amigo del domingo

Un domingo que prometía aburrimiento, trae una sorpresa de lo más morbosa.

Mi amigo del domingo

Soy el tipo de persona a la que no le gusta asistir a reuniones donde no conozco a nadie. Confieso que soy algo antisocial, no soy del tipo de gente que suele ser el "alma" de las fiestas o reuniones. Por eso, cuando mi papá dijo que tenía que acompañarlo a él y a mi mamá a una reunión el domingo en la casa de uno de sus amigos, traté de convencerlo de que me deje quedar. Insistí mucho, pero mi padre dijo que la invitación me incluía y no podía desairarla, ya que este amigo suyo –un señor mayor igual que él- era muy buena persona y quería que todos estuviésemos en su casa. Me resigné a tener que pasar un domingo aburrido, seguramente departiendo con pura gente mayor. No me imaginaba la sorpresa que me esperaba ese domingo que yo creía iba a ser aburridísimo.

Este amigo de mi papá era un viejo millonario, tenía no sé cuántas empresas en varios países. Aun sabiendo que este señor nadaba en dinero, me sorprendí de ver lo grande que era su casa, una mansión en realidad, con un diseño medio futurista. Un mayordomo nos abrió la puerta de nuestro auto y nos indicó que pasemos a la terraza, que los señores nos esperaban allí. Tuvimos que cruzar casi toda la enorme casa diseñada con desniveles y llena de toda clase de adornos para llegar a la terraza. Una vez llegamos, encontramos allí al amigo de mi papá y a su esposa, que para mi asombro –y supongo que también para el de mis padres- era una mujer bastante más joven que él y muy guapa. Nos recibieron con mucho cariño, muy gentiles. El mayordomo preguntó qué queríamos de tomar, realmente tenían de todo, como si fuese la carta de un restaurante. Mis padres y los dueños de casa empezaron a conversar muy animadamente, yo trataba de distraerme mirando el gran jardín de la casa. Habrán pasado unos diez minutos cuando de pronto irrumpió en la escena el hijo de la pareja. Quedé impactado: era un muchacho como de mi edad, es decir, alrededor de los veinte, alto, con el pelo castaño oscuro y los ojos de un marrón muy claro. Pero lo que más llamaba la atención eran sus facciones finas, la nariz bien formada, los labios delgados pero bastante rojos. Me sentí raro por sentirme atraído por este muchacho, yo no me consideraba –ni me considero- gay o bisexual. En realidad ya no me considero nada, creo que uno es libre de sentirse atraído por quien quiera, sea hombre o mujer, sin tener que ser etiquetado como tal o cual cosa.

El chico fue presentado por sus padres como Ariel. Confieso que me puse un poco nervioso ante su presencia. Más todavía cuando sus padres dijeron que yo me fuera con él para que no me aburriese con la gente mayor. Ariel pareció encantado con la idea, me dijo que lo siguiera.

-Qué te parece si vamos a la piscina –me dijo mientras caminábamos-. Podemos nadar un rato.

-Ah… pero no tengo ropa de baño –le respondí.

-No te preocupes por eso –me dijo sonriéndome-, yo te presto una. Vamos a mi dormitorio.

Su habitación parecía más bien un mini departamento. Tenía de todo, incluso un frigobar. En las paredes había varios posters de chicas y de automóviles clásicos. Me quedé un rato examinando el dormitorio. Cuando volví a fijarme en Ariel, vi que se había quitado los zapatos y la camisa, es decir, se quedó descalzo y con el torso, que se notaba trabajado, desnudo. Me pidió que lo acompañara a su walking closet para buscar la ropa de baño. Pensé que ese lugar podía ser fácilmente una habitación normal. Llegamos a donde estaban las ropas de baño, tenía varias. Me dio una roja con azul y el cogió una verde. Ya estaba yo por darme la vuelta para volver cuando veo que Ariel se bajó el pantalón y el calzoncillo al mismo tiempo. Quedé impresionado, lo tenía prácticamente al frente mío, no imaginé que haría algo así. No sé si fue adrede, pero se quedó desnudo frente a mí un rato, se puso a acomodar las otras ropas de baño. Mi vista, inevitablemente, se posó sobre su sexo. Estaba bastante bien, no era enorme pero sí tenía un buen tamaño y grosor (al menos si lo comparaba con el mío, estaba mucho mejor). Se le ladeaba un poco para la izquierda y el prepucio no alcanzaba a cubrirle todo el glande, la punta se le llegaba a ver. Sus testículos también tenían buen aspecto, me parecieron dos pelotas pequeñas bien formadas cuando los vi. Me sorprendió que tuviera bastante vello en esa zona, me había dado la impresión de que era lampiño. También me gustó el color que tenían sus genitales, toda su piel era muy blanca, pero esa zona estaba como un poco más tostada, no mucho, pero sí lo suficiente para hacer contraste con el resto de su cuerpo.

Cuando por fin se puso su ropa de baño, yo ya empezaba a sentir una erección. Me cubrí un poco con la ropa de baño que me había dado y traté de disipar la mente. Ariel me dijo que regresáramos al cuarto para que yo pudiera cambiarme. Me quité lentamente los zapatos para hacer tiempo y bajar la erección, pero la verdad es que no se me iba la imagen del miembro del hijo del amigo de mi papá, ahora mi nuevo amigo. Me excitaba también verlo en ropa de baño, podía notar la marca de su pene ladeado. Me puse de pie y me quité la ropa rápido, le di la espalda, no quería que me lo viera medio erecto. Además, sentía cierta vergüenza, pues mi pene, a diferencia del suyo, era chico.

Llegamos a la piscina, que era la segunda de la casa y que además estaba en un ambiente cerrado. Era semi olímpica y Ariel me explicó que la usaban más en invierno. "Aquí, en verdad, podríamos nadar desnudos –me dijo-, pero no es la idea caminar en pelotas por la casa". Me sonrió y se tiró al agua. Yo lo seguí. Estuvimos nadando por unos minutos hasta que paró y me dijo: "Yo no puedo con esto, estoy acostumbrado a nadar desnudo, la ropa esta me jode. Deberías probar nadar desnudo, es lo mejor". Terminó de hablar y se quitó el bañador, lo puso sobre la cornisa de la piscina. Me sentí excitadísimo y también me quité la ropa de baño. Empecé a nadar con fuerza, rápido, estaba invadido por una excitación tremenda. "Ves –me dijo Ariel-, así es mucho mejor". En ese momento se sumergió y cuando volvió a aparecer me dijo: "Se nota que te ha gustado, a mí también se me pone dura cuando nado desnudo, no te preocupes, jaja". Seguimos nadando un rato, yo me sumergía de vez en cuando para poder ver su miembro erecto, me ponía a mil ver cómo se le movía con el agua. Ariel me anunció que ya iba a salir, pero que yo me podía quedar un momento más. Salió, se sentó un momento en el borde y mientras nadaba pude ver que se acariciaba el prepucio. Se quedó allí un momento y luego se paró. Detuve mi nado para poder verlo bien. Su pene casi no se curvaba, como sí el mío, lo tenía casi recto. Exprimió su ropa de baño y se fue a tumbar en una silla de playa que había cerca de la piscina. Yo salí como a los diez minutos. Decidí ponerme el bañador, algo de pudor sentía. Antes de tumbarme en la silla contigua a la suya, me quedé viendo su pene ya flácido. Aproveché que estaba –aparentemente- con los ojos cerrados. De verdad que su miembro estaba bastante bueno, se notaba que tenía la piel suave, muy acariciable. Me tumbé junto a él y también cerré los ojos, quería bajar la erección. A los pocos minutos Ariel me anunció que ya subiéramos a su dormitorio. Allí vendría lo mejor.

Cuando entramos en su habitación me quedé viendo un poster donde se veía a una modelo, muy guapa (rubia, ojos azules, muy jovencita), posando sobre un Mustang clásico. "Está buena, ¿no?", me dijo Ariel. Yo asentí con la cabeza. "Ahora te voy a enseñar algo mejor", continuó y me sonrió pícaramente. Me pidió que lo siguiera hasta su cuarto de baño, allí me ofreció una toalla y, como en el walking closet, se desnudó sin más delante de mí. Su pene se había achicado un poco por el frío, tenía el prepucio un poco arrugado. Me daba vergüenza desnudarme, si el suyo se había puesto chico, seguro que el mío estaría casi inexistente. Lo que hice otra vez fue darle la espalda y amarrarme la toalla a la cintura. Mientras hice eso, él había regresado a la habitación. Así desnudo como estaba, puso un disco en su reproductor de DVD. "Esto es bueno", me dijo y se sentó en la cama. Me senté a su lado y aparecieron en la enorme pantalla de su LCD una morena chupándosela a dos tipos como de nuestra edad. Ariel se había empezado a acariciar el pene, que empezaba a crecer. Yo también sentía entre las piernas que se me despertaba el sexo. "No te cortes –me dijo Ariel-, si te provoca puedes hacerte una paja". Estaba ya tan caliente, que no dudé en quitarme la toalla y empezar a masturbarme. Ariel también se la estaba corriendo, ya la tenía completamente dura. Comparada con la mía, la suya era bastante más grande. Me atreví a preguntarle cuánto le medía, me respondió que aproximadamente 18 cm. Se notaba que decía la verdad. Los dos chicos de la película gozaban cada vez más, metían al mismo tiempo sus penes en la boca de la golosa morena.

-Oye, ¿lo harías con un hombre? –me dijo de pronto Ariel-. Digo, por probar algo nuevo.

-Bueno, yo creo que uno en la vida puede hacer de todo –le respondí excitadísimo, pues ya me imaginaba lo que vendría-. Probar no tiene nada de malo.

-O sea que sí lo harías –Ariel dejó de sobársela, yo también, y nos quedamos mirando.

-Sí, supongo que sí –le dije mirándolo fijamente.

-Yo también –me dijo acercándoseme un poco-. Siempre me ha dado curiosidad. ¿Qué dirías si te digo que lo hagamos? Para probar.

-Me… me parece bien –le respondí y me pegué a él.

Sin pensarlo más, le agarré el sexo completamente erecto y lo empecé a masturbar. Como había sospechado, su piel era muy suave en esa zona. Él cerró los ojos y se tumbó en la cama. Estuve manoseándole los genitales un rato hasta que de pronto me dieron ganas de hacer algo más y me puse encima de él, de tal manera que nuestros penes quedaron pegados. Nos empezamos a besar y a revolcar por toda la cama. Era una lucha sexual de lo más rica y excitante. Mientras nos dábamos vueltas nuestras manos tocaban el cuerpo del otro todo lo que podían. Pude notar que sus nalgas estaban muy duras, se notaba que hacía ejercicio el muchacho. Estuvimos jugueteando por algunos minutos hasta que Ariel se separó y se volteó, es decir, puso su cabeza a la altura de mi entrepierna y dejo la suya a la altura de mi boca. Ninguno dijo nada, ambos ya sabíamos qué hacer. Él empezó a lamerme toda la zona genital, estaba ansioso. Yo me detuve en su pene, que casi me llegaba a la garganta. Lo saboreé por un buen rato, después pasé a sus testículos duros y a la zona entre ellos y el ano. Él por su parte se había detenido en mi pene, en verdad nunca había sentido tanto placer. Ambos jadeábamos de la excitación. Ya estaba por venirme cuando de pronto Ariel paró bruscamente y se puso de pie. Me asusté, pensé que alguien había entrado al dormitorio. Pero no, era otra cosa la que el muchacho quería:

-Métemela –me dijo con un poco de desesperación-, quiero probar eso, si no lo hago ahora no lo haré nunca. ¡Métemela!

Accedí, por supuesto. Ariel corrió al baño a lavarse bien. Yo me quedé en la cama reposando, guardando energías para el gran momento. Cuando volvió le pregunté en qué posición quería hacerlo. Me respondió que como era su primera vez, él se sentaría en mi pene para poder guiar el ritmo. No me opuse, así de paso podía masturbarlo mientras lo hacíamos. Abrí un poco las piernas para que el muchacho se acomodara sin problema. Vi que respiró hondo y poco a poco empezó a posarse sobre mi sexo. Despacio, con suavidad, fui entrando en él. Sentía como mi miembro iba siendo apretado por los costados, cómo entraba en una cavidad tibia y estrecha. Ya que mi pene no es muy grande, no demoró mucho en entrar y, aparentemente, a él no le dolió demasiado la penetración. Apenas escuché que dio algunos jadeos mientras iba sentándose. Cuando por fin lo tuve todo dentro de él, cogí su pene y empecé a masturbarlo. Su erección estaba en bajada, pero con mis caricias volvió a subir. Poco a poco empezó el subibaja, él guiaba el ritmo que cada vez se hacía más fuerte. El placer era cada vez más intenso, los dos gemíamos del gusto. Pasados unos cinco minutos, le anuncié entre jadeos que ya estaba a punto de venirme, él dijo que lo hiciera dentro de él y aumentó el ritmo. Seguramente llegué a su próstata en ese momento, porque lanzó un gemido tan fuerte que temí que se escuchara fuera de su habitación. Unos segundos después, terminé dentro de él. Fue el mejor orgasmo de mi vida. Ariel jadeaba, no podía articular las palabras. Vi su pene todavía erecto, así que me lo metí a la boca y apenas tuve que succionar un poco para que me llenara la boca de semen, que no tenía mal sabor, dicho sea de paso. Quedamos rendidos en la cama.

-Gracias –me dijo aún con la respiración agitada-, esto ha sido excelente. Tendría que repetirse.

-No, Ariel, gracias a ti –le respondí también jadeante-, me has dado un placer increíble. Cuando quieras lo repetimos.

Nos fuimos a lavar a su baño y nos cambiamos. Bajamos a donde estaban nuestros padres, que estaban muy animados. Se alegraron al vernos y festejaron que nos hubiéramos hecho amigos. Eso suponía más reuniones como esa, tanto en la casa de mi nuevo amigo como en la mía.