Mi amigo de la infancia sigue follándome
Este relato pertenece a la continuación de 'Me folla mi amigo de la infancia', en el que cuento mi experiencia sexual con un amigo en mis vacaciones de Semana Santa en Los Ángeles. Mañana, tercera entrega.
A la mañana siguiente de haber 'recuperado' el tiempo perdido con mi amigo Antonio, nos levantamos desnudos, tendidos sobre la cama. Levanté las sábanas para observar su cuerpo sin ropa, totalmente depilado como el mío. Mi pene no tardó en crecer de manera incontrolada al ver a ese portento de la naturaleza y no podía considerarme más afortunado al saber que había estado dentro de mí y que iba a estarlo más veces. Sin pensármelo dos veces, bajé poco a poco besando su cuerpo desnudo. Mi lengua recorría cada centímetro de su piel mientras él se desperezaba y comenzaba a excitarse notablemente. Con mi mano derecha, agarré su miembro para que terminara de tener esa erección. Dejé ver de nuevo su maravilloso glande, con su terminación curvada, delante de mis ojos. Mi lengua se fue hasta la base de sus testículos, unos testículos que me metí en la boca. Primero uno, luego el otro. Oía su respiración cada vez más acelerada. Mi boca comenzó a subir de nuevo por todo el tronco de su pene. Mi lengua recorrió la forma curvada, hizo dos círculos y, después, me la metí en la boca como si no lo hubiera hecho nunca.
Desde luego, el miembro de Antonio se había confirmado como mi droga particular. Algo que no podía dejar tan fácilmente. Mi boca subía y bajaba cada vez a un ritmo mayor mientras sujetaba la base con mi mano derecha para evitar que su glande no fuera cubierto por el prepucio. Mi lengua se encargaba de hacer virguerías en la punta de su polla, buscando que él tuviera un placer absoluto, un despertar inmejorable. Chupaba y chupaba, cada vez más rápido. Cada vez con más ganas. Noté sus primeras contracciones, me saqué el pene de la boca y seguí meneándoselo con la mano derecha hasta que una gran cantidad de leche caliente se derramó sobre su abdomen. Fue tal la fuerza a la que su semen salió disparado que hubo gotas que me llegaron a los ojos. Meneé su rabo durante unos segundos más, tratando de sacar todo el jugo que sus testículos podían darme en ese momento. Antonio gemía de placer con los ojos cerrados y la cabeza hundida hacia detrás.
-Buenos días.- Le dije.
-Muy buenos...- Contestó.
Me tumbé sobre él, manchando mi cuerpo con el semen que me había encargado de sacar, y le besé en los labios. Luego, intenté buscar un juego de lenguas sin encontrar compañera. Antonio estaba totalmente rendido. Era como si la mamada que le acababa de hacer no hubiera sido nada más que un sedante, en vez de una pócima para despertarle del profundo sueño en el que estaba sumergido.
-Quiero que vuelvas a follarme...- le susurré al oído sin obtener ninguna respuesta.
Pese a que estaba encima de él, poco a poco se fue quedando dormido de nuevo de una manera profunda. Intenté reanimarlo con dos golpes pero fue inútil. Tras unos minutos holgazaneando en la cama, decidí levantarme y prepararme algo de café para desayunar. Cogí mi ordenador portátil y estuve consultando emails y también las noticias. Creo que había pasado una hora cuando Antonio apareció, ya espabilado, con cara seria.
-Quiero que te desnudes ahora mismo.- Ordenó.
Yo sonreí con picardía. Me levanté de la silla, cerré la pantalla del ordenador portátil y comencé a quitarme la camiseta, el pantalón corto del pijama y los calzoncillos, dejando mi cuerpo a su disposición. Él seguía desnudo, tal y como lo había dejado antes de levantarme.
-Ahora quiero que vayas a la habitación, que te tumbes sobre la cama y que me esperes allí.- Siguió ordenando.
Eso hice. Lentamente, fui hacia la habitación. De reojo notaba cómo su mirada me acribillaba el trasero, cómo me deseaba. Me tumbé sobre la cama boca arriba. Comencé a excitarme, ansioso por ver qué tramaba Antonio con su nueva actitud déspota que, por otro lado, me encantaba. A los tres minutos apareció, con su pene totalmente erecto, en la habitación. Se puso delante de la cama y me pidió que me tocara hasta que mi pene estuviese más duro que una piedra. No fue muy difícil conseguir eso.
-Ahora quiero que te des la vuelta y te pongas a cuatro patas.- dijo.
Me puse a cuatro patas e incliné la cabeza hacia abajo para dejar mi trasero totalmente en pompa para que pudiera ver mi precioso agujero en todo su esplendor. Noté cómo se subía a la cama apoyando las rodillas. Mi excitación iba en aumento a medida que notaba que se acercaba hacia mí. En ese momento noté su mano derecha sobre una de mis nalgas. La acarició durante un segundo y después... ¡ZÁS!, me propinó un gran azote que hizo que me excitara aún más. Yo solté un gemido bastante pronunciado, haciéndole ver el placer que me producía.
-¿Te gusta eh?-. Dijo
-Sí... Me encanta...-. respondí ente jadeos.
Su boca se fue hacia la entrada de mi ano, su lengua recorrió los labios durante unos segundos y, acto seguido, con su mano izquierda... ¡ZÁS!. Otro cachete que me propinaba en las nalgas, éste algo más fuerte, y que yo recibía con otro gemido de placer. Luego noté que cogía el bote de lubricante y comenzaba a esparcirlo por todo mi trasero. Primero por las nalgas y después por la raja y el agujero. Cuando había echado suficiente, comenzó a acariciar con su dedo corazón la entrada de mi culo de tal manera que se iba introduciendo sin hacer el mayor esfuerzo. Mis gemidos iban en concordancia con su dedo entrando en mí poco a poco. Cuando hizo tope, comenzó a menearlo hacia arriba y hacia abajo, en círculos y a sacarlo y a meterlo lentamente. Después, metió el segundo y mis gemidos de placer se acentuaron. Tenía los dos dedos jugando dentro de mi ano cuando, de nuevo ¡ZÁS!. Con la otra mano me propina otro azote en las nalgas. Yo no podía más. Deseaba tenerlo dentro de mí.
-Antonio.- Dije susurrando. -Quiero que me folles...- le pedí.
-¿Si? ¿Quieres que te folle?.
-Sí...-. Afirmaba con placer notando sus dedos dentro de mí.
-¿Lo deseas?- Preguntaba con intención de negociar.
-Sí... lo deseo.
Antonio sacó los dedos de mi ano, se puso un condón y puso la punta de su pene justo a la entrada de mi culo, amenazando con meterla. Hizo un primer amago de querer penetrarme pero se detuvo al instante.
-¿Quieres que te la meta verdad?- decía con rintintín.
-Sí, por favor. Métemela ya.-
Él, sin embargo, amenzazaba con meterla pero sólo notaba el glande haciendo círculos en el agujero. También notaba todo el tronco de su pene paseándose por la raja mientras él seguía negociando.
-¿La necesitas?- preguntaba.
-Sí, la necesito.- contestaba impaciente.
-Pídemelo por favor...
-Por favor...
-Ruégamelo
-Te lo ruego...
-Dime en inglés que quieres que te folle.
-Please, fuck me!- contestaba yo totalmente desesperado.
-¿Qué estarías dispuesto a hacer para que te la metiera?- preguntó.
-Lo que sea...
-¿Lo que sea?
-Sí...- decía gimiendo porque no podía más.
-¿Me dejarías correrme en tu boca?- Preguntó.
-Claro...- contesté yo sin dudar.
-¿Me lo juras?
-Te lo juro.
-Pídemelo.- ordenaba.
-Quiero que me folles y que te corras en mi boca.- sentencié.
Esa última frase fue la que le convenció para que su pene comenzara a abrirse camino a través de mi culo hasta hacer tope con sus testículos en las nalgas y su glande llegara hasta lo más profundo de mí. Yo solté un gemido como nunca antes lo había hecho. No porque me doliera. Sino porque esa espera de minutos me habían parecido horas y eso había provocado en mí que esa penetración fuera una de las más intensas de toda mi vida. Antonio me agarraba con fuerza las nalgas mientras me embestía cada vez más rápido, haciendo cada vez más audible el sonido de sus huevos chocando contra mis nalgas. ¡Choc, choc, choc!.
-¡Fóllame más rápido!-. le pedía mientras Antonio hacía lo propio.
Durante un minuto, Antonio me folló a una velocidad de vértigo, taladrándome el culo como si de una metralleta se tratara mientras mis gemidos ya se habían convertido en unos gritos que, si eran escuchados por los vecinos, pondrían en alerta a las autoridades. Tal fue la fuerza con la que me penetró Antonio durante ese minuto que no pudo más y tuvo que tumbarse y pedirme que yo lo cabalgara. A horcajadas, pero de espaldas a él, comencé a subir y bajar por su pene, haciendo que la punta llegara aún más profundo y me provocara todavía más placer. Comencé a hacer movimientos curvados con mi culo para que la forma de su pene se dibujara dentro de mí. Eso me producía placer a mí, pero lo de Antonio era un escándalo. Gritaba al unísono conmigo mientras me agarraba con gran fuerza las nalgas y me las azotaba esporádicamente. Yo me puse en cuclillas y comencé a subir y a bajar, como si de un ejercicio de sentadillas se tratara, al ritmo que las manos de Antonio, que empujaban las nalgas, me marcaban. Después, sin sacarme la polla de mi culo, me fui dando la vuelta lentamente y me puse e cuclillas pero mirándole a él. Apoyé mis manos sobre su pecho y seguí cabalgándolo como si fuera una rana. Ese ejercicio, por muy cachondo que me pusiera, no pude aguantarlo más y tuve que volver a apoyar mis rodillas en la cama. Para que descansara un poco, Antonio me invitó a levantar un poco el culo, siendo él el que me embestía tumbado boca arriba.
Sus ansias para con mi ano eran tan intensas que volvía a taladrérmelo con una velocidad y una fuerza increíbles, lo que provocaron que mis gritos ya fueran aullidos y mi boca se secara como nunca antes. Así estuvo durante otro largo minuto, un minuto inteso de placer en el que pensaba que se correría. Sin embargo, al verlo de nuevo exhausto, después de una pequeña tregua, volví a cabalgarlo. Eché mi cuerpo hacia detrás, apoyando mis manos en sus rodillas, para que su pene llegara a mis entrañas. Él me agarraba el pene, que había perdido su erección, y comenzó a menearlo para que se empalmara y así poder correrme. Cuando ya pensaba que no se iba a correr, se levantó de inmediato, sin sacarme la polla del culo, se puso encima de mí y comenzó a embestirme fuertemente, con golpes secos, haciéndome ver que se iba a correr. Yo me la empecé a menear para terminar corriéndome también. En ese momento, la sacó rápidamente, se quitó el condón y me invitó con la mano derecha a que recibiera su leche en mi boca. ¡Qué rica...! Tenía dentro su polla, que aún escupía leche que llegaba directamente hasta mi garganta.
Mientras yo limpiaba la suya, él meneaba la mía para que terminara también, cosa que no tardó en ocurrir. Él lo notó, se agachó y también se puso a bebérsela como si de un manjar del cielo se tratase. Me dejó totalmente seco. Como yo a él. Tenía el glande reseco y de un color rojizo intenso, lo que me daba a entender que no podía haberlo exprimido mejor. Me sentí orgulloso de mí mismo. Caímos rendidos en la cama, cada uno en un extremo. Yo en el cabecero y el en los pies. Nos acariciábamos las piernas. Estuvimos así al menos un cuarto de hora. En silencio. Sólo se oía el sonido de nuestras respiraciones.
Poco a poco recobraros el aliento que habíamos dado para echar uno polvos más intensos y calientes de nuestras vidas. Por mi cabeza sólo pasaba la idea de seguir disfrutando de esas tremendas vacaciones. Sólo llevaba un día y medio, y ya era insuperable. En mis deseos sólo estaba la posibilidad de no salir de casa y seguir follando con Antonio una y otra vez. Y eso hicimos. Incluído ese día. Pero eso lo contaré en el tercer relato de esta serie.
CONTINUARÁ