Mi amigo de la infancia

Mi mejor amigo me ayuda en una época difícil de mi vida.

En cuanto desperté supe qué día era. Hoy tendría que haber sido el día más feliz de mi vida. Abrí los ojos y lo primero que vi fue el armario donde guardaba mi vestido de novia, vestido que ya no me pondría. Nunca. Me di la vuelta en la cama sin ganas de levantarme. Otra vez. Llevaba diez días compadeciéndome de mí misma, llorando por los rincones sin querer ver a nadie.

Diez días atrás mi prometido vino a casa y me dijo la frasecita de marras :

—Ana, tenemos que hablar.

Cuando se marchó, todos mis sueños se había roto. Y mi corazón. He de reconocer que fue delicado y amable, pero me dijo que creía que nos habíamos precipitado. Que no estaba seguro de dar ese paso y que necesitaba un tiempo. ¡Los cojones! Le eché de mi casa hecha una furia y, en cuanto salió por la puerta, me hice un ovillo en el sofá y estuve varias horas llorando. Lo único de lo que me preocupé fue de llamar a mi madre y mandar mensajes a la familia y amigos comunicándoles la cancelación de la boda. Luego apagué el móvil y me metí en la cama. En los diez días transcurridos solo había salido para ir al baño y abrir la puerta al repartidor de pizzas. Cuando se me acabaron los pañuelos de papel, usé papel higiénico para secar las lágrimas que brotaban incansables y que era incapaz de detener.

Apreté fuerte los ojos intentando dormirme otra vez, así, al menos por unos momentos, no me dolería el corazón. Creo que me había quedado traspuesta cuando una mano en mi hombro me dio un susto de muerte. Me revolví entre las sábanas para ver a Lucas de pie a mi lado. Lucas había sido mi amigo desde la infancia, desde que a los cinco años coincidimos en el colegio. Compartimos unos años en el mismo centro, luego cada uno tiró por su lado pero nunca perdimos el contacto ni la amistad. Intentábamos vernos todas las semanas al menos un ratito.

Le miré aturdida y pensé en él y en Sole, su novia. Darme cuenta de que mi amigo tenía novia y estaba bien con ella aumentó mi desazón y volví a llorar. Era una egoísta envidiando la felicidad ajena, pero me acurruqué y di rienda suelta a mi dolor. ¿Por qué yo no podía ser feliz? Lucas se tumbó a mi lado y me abrazó. Estuvimos mucho tiempo en silencio, simplemente abrazados. Cuando notó que me calmaba se levantó de la cama.

—Arriba, Ana. Dúchate mientras preparo algo de comer.

—No quiero — respondí como una niña pequeña.

—¡Ja! No sabes cómo hueles. ¿Cuánto hace que no te duchas?

—Déjame.

—Venga, arriba — me arrebató las sábanas con las que me cubría y salió de la habitación —. Estoy en la cocina. Date prisa.

Resoplando me levanté, me metí en el baño y me miré al espejo. El pijama estaba arrugado como si no me lo hubiera quitado en diez días, que era justo el tiempo que lo llevaba puesto. Mi cara era un poema, los ojos rojos e hichados. Tenía el pelo sucio y alborotado en mechones grasientos. Suspiré y me lavé los dientes. Iba a meterme en la ducha cuando sentí que llamaban a la puerta.

—¡Qué! — no estaba nada feliz con Lucas. Había interrumpido mi festival de dolor y autocompadecimiento.

—Bajo a la tienda a por comida. ¿Necesitas algo?

—No. Bueno, sí. Papel higiénico.

—Vale. Enseguida vuelvo.

Tardé un montón en la ducha, no tenía ánimos y me moví con lentitud. Al salir me sequé y me hice una coleta floja para no peinarme. Lucas me esperaba en la cocina con una ensalada y unos filetes ya preparados en la mesa. Me fijé en que había abierto las ventanas. Supongo que no había ventilado mucho últimamente.

—¿Qué haces aquí? — le pregunté no muy amablemente.

—No contestas al teléfono, ni a los mensajes ni a los correos electrónicos. He llamado varios días a la puerta — así que había sido él —. Al final encontré la llave que me diste para emergencias y he tenido que venir. Alguien tiene que cuidar de ti. Siéntate y come.

Resignada hice lo que me pidió. En cuanto empecé con la comida me di cuenta de lo hambrienta que estaba. Devoré la ensalada y dos filetes de ternera antes de levantar la cabeza y mirar a Lucas. Sabía que debía estar agradecida pero no era capaz de encontrar en mí fuerzas para decírselo.

Cuando terminamos mi amigo lavó los platos, incluyendo la pila que se acumulaba en el fregadero, luego me cogió la mano y me llevó al salón. Nos sentamos en el sofá y me estuvo contado cosas de su vida. Agradecí que no hiciera referencia a la boda ni a mi novio. Mientras él hablaba yo asentía de vez en cuando sin participar realmente en la conversación.

—Bueno, Ana. Tengo que irme. Esta noche vengo a cenar contigo.

—No hace falta. Estoy bien.

—Vale, pero como tengo que cenar en algún sitio y ya he comprado comida vendré aquí.

—Haz lo que quieras — dije suspirando.

—Y limpia un poco — me contestó según se iba.

En cuanto sentí cerrarse la puerta me tumbé en el sofá y me quedé dormida. Es increíble cuánto se puede dormir cuando es la única forma de huir de los propios pensamientos.

Me desperté un par de horas antes de la cena. Recordé la “sugerencia” de Lucas de que limpiara, pero no tuve las ganas suficientes para ponerme. Me quedé sentada en el sofá viendo la negra pantalla de la tele. Pensé que si la ponía vería gente feliz, sonriente, y decidí dejarla apagada. Lucas llegó más tarde y preparó la cena. Comimos en la cocina y luego vimos una peli en la tele. A los dos nos gustaban las de miedo, así que la vimos muy juntitos para que pudiera agarrarme a él en los momentos en los que la música te avisaba de que algo malo estaba a punto de pasar. Cuando se marchó recomendándome que limpiara me fui a la cama.

Lucas fue tan buen amigo como para repetir esto tres días seguidos. Yo seguía completamente deprimida, pero al menos ya cuidaba mi higiene. Lo de limpiar la casa todavía era superior a mis fuerzas.

Antes de irse hoy me sorprendió con un paquetito envuelto para regalo.

—Es un antidepresivo natural — me dijo poniéndolo en mis manos —. Estoy seguro de que te va a encantar y te va a ayudar a superar esto. Pero tienes que prometerme una cosa.

—¿El qué?

—Sólo lo puedes abrir cuando limpies. Hasta que no arregles un poco la casa no puedes desenvolverlo. ¿Trato?

—Trato — total, ya había decidido limpiar al día siguiente.

—Muy bien, pues te veo mañana para cenar.

Me dio un beso y se marchó.

Al día siguiente me levanté con un poco mejor ánimo. Después de tomarme solo un café, ya que no me apetecía comer mucho, quité el polvo a la casa y pasé la aspiradora. Luego me duché y me puse una camiseta y el pantalón viejo de chándal que usaba para estar por casa. Me senté en la mesa de la cocina con el paquetito de Lucas. No pensaba que nada me fuera a “desdeprimir”, pero tenía curiosidad. Quité el papel de regalo y contemplé la caja rosa y azul. En letras blancas ponía : “Satisfyer Pro 2”.

¡Maldito Lucas! Sólo a él se le podía ocurrir regalarme semejante artefacto. Lo dejé sobre la mesa y se me escaparon un par de lagrimitas. En otro momento seguro que me hubiera gustado el regalo, pero en la actualidad mi libido estaba tan deprimida como yo, congelada, hundida, muerta. Pasé el día entre infeliz y aburrida esperando la llegada de Lucas. Cuando estaba con él eran los únicos momentos del día en que me sentía persona. Después de cenar, viendo la tele, me preguntó por el chisme.

—No lo he usado. No estoy de humor, aparte no creo que ningún aparatito me quite la depresión.

—El aparato no. Es el sexo el que cura las depresiones. Hace que segregues endorfinas y no sé qué otras cosas que te harán estar dando saltos de contenta en nada de tiempo.

Sonreí al escucharlo. Inmediatamente volví a fruncir el ceño cuando me di cuenta de que era la primera sonrisa en mucho tiempo. Me apetecía estar deprimida, no contenta, ¡coño!

—Bueno, tú verás, pero ya llevas así más de dos semanas, ya es tiempo de que espabiles. A tu madre la he tranquilizado yo, pero seguro que un montón de gente te está llamando al móvil para interesarse por ti.

—Lo pensaré.

—Vale.

No insistió más. Era un gran amigo que me comprendía y no se ponía pesado, al menos no más de lo necesario. Cuando se marchó esa noche le di un abrazo, le quería mucho.

Al día siguiente caí en la tentación. No sé si por curiosidad o por aburrimiento saqué el Satisfyer de la caja y me lo llevé a la cama. Me dejó impresionada, tuve un orgasmo fabuloso pensando en que Thor me chupaba el clítoris. Esa mañana estuve más animada, serían las endorfinas que decía Lucas. Como no le esperaba para comer, dediqué otro ratito a mediodía al chisme. Para mi fatalidad, mi amigo había cambiado los planes y me pilló con las manos en la masa. Me pareció un oír un ruido y abrí los ojos, Lucas me contemplaba desde la puerta del salón mientras yo me aplicaba diligentemente el Satisfyer al clítoris con las piernas abiertas y el pantalón y las bragas en los tobillos.

Grité del susto y cerré las piernas. Lucas se dio la vuelta para no verme. Me levanté y recoloqué la ropa viendo a mi amigo temblar. ¿El capullo se estaba riendo? Escondí el chisme tras la espalda como si sirviera de algo y me quedé allí de pie, ruborizada hasta las pestañas.

—¿Puedo darme la vuelta? — me preguntó con la voz entrecortada por la risa.

—Sí.

—Creo que la próxima vez que venga llamaré a la puerta.

—Deberías. ¿No ibas a venir para la cena?

—Sí, es que he cancelado un comprom… jajaja, jajaja — Lucas ya no se aguantó y se dejó llevar por la risa.

Yo, aunque muy, muy avergonzada, dejé escapar también una risita. No era la primera vez que Lucas me veía desnuda, yo a él también le había visto. Su padre tiene una casita en las afueras y alguna noche nos habíamos bañado en pelotas, tenemos confianza de sobra. También en ocasiones me había cambiado de ropa delante de él, como si fuera un hermano. Sí era la primera vez, sin embargo, en que me veía masturbarme. Lucas y yo solo éramos amigos, los mejores, y aunque mentiría si dijera que nunca había pensado en él de forma romántica, nuestra amistad me había impedido hacer ningún avance en esa dirección. Creo que a él le pasaba lo mismo.

—Y qué — me dijo —, ¿más animada?

—Algo, pero dejemos el tema, por favor — notaba la cara caliente todavía.

—Jajaja, vale, Anita. He traído comida china, ¿te apetece o quieres quedarte sola para acabar alguna tarea pendiente?

—Menos cachondeo, capullo. Tengo hambre.

—Pues vamos a comer — la risa le bailaba en la mirada —, luego vamos a hablar.

—A hablar, ¿de qué?

—De ti y de tus circunstancias, pero primero los rollitos de primavera.

Me resigné a sacar por primera vez el tema de mi boda, pero comí con apetito. Luego nos sentamos y le conté la conversación que tuve con mi novio. Hablamos mucho rato sobre él, la boda y mis sentimientos. Me indigné cuando me dijo lo siguiente :

—Pues me alegro de que lo hayáis dejado, espera, espera — agregó cuando me vio enfadarme —. Creo que ese hombre no era buen para ti. No te quería lo suficiente. Mejor dejarlo ahora antes de casaros. Además, creo que en el fondo tú tampoco lo querías lo bastante. Faltaba chispa entre vosotros. Entiendo que te haya hundido cancelar la boda a unos días de celebrarse, pero espero que al final todo será para bien.

—¿Tú crees? — pregunté para nada convencida.

—Estoy seguro.

—Yo no, pero ya no tiene remedio. De todas formas, si no te hubiera tenido a ti no sé cómo hubiera salido de esto.

Lucas me llevó a sus brazos y recliné la cabeza en su hombro.

—Siempre me tendrás a tu lado cuando me necesites.

—Lo sé, Lucas. Siempre se puede contar contigo.

—Bueno, pues ya que nos hemos contado todo, esta noche te invito a cenar fuera. Te estás quedando pálida de estar aquí encerrada.

—¡Já! Como si saliendo por la noche me fuera a poner morena.

—Es un principio. Y ahora llama a tu madre.

—No me apetece.

—Da igual, sabes que tienes que hacerlo. No me voy a ir en toda la tarde y no voy a parar hasta que la llames. Y mañana tendrás el móvil encendido, si no quieres hablar no hables, pero empezarás a contestar los mensajes.

—Sí, mi capitán. A sus órdenes — le contesté resignada a tener que obedecerle. Sabía que cuando se proponía algo no paraba hasta conseguirlo. Recordé la vez que me hizo acompañarlo a un concierto de heavy metal. No me gustaba para nada, pero no paró de insistir hasta que cedí. Aunque luego me lo pasé muy bien meneando el pelo al ritmo de la música.

Hablé con mi madre y conseguí que la conversación durara menos de una hora. Esa noche cenamos en un pequeño restaurante del barrio. Era mi primera salida en más de dos semanas y pude actuar con normalidad casi todo el tiempo. Salvo un par de lagrimitas cuando se besó la pareja de la mesa de al lado todo fue bien. Luego, ya sola en mi cama, terminé lo interrumpido a mediodía. Me asusté un poco cuando, después del orgasmo, me di cuenta de que no había pensado en Thor, sino que el que me lamía el clítoris en mi imaginación era el mismo Lucas.

Al día siguiente todo empeoró. Encendí el móvil después de desayunar y empezó a pitar con cada mensaje recibido y llamada perdida. Según leía los mensajes las lágrimas corrían por mi rostro. El consuelo y la normalidad que Lucas había conseguido darme se disolvieron ahogados por mi llanto. No pude seguir. Apagué el teléfono y me volví a la cama. Ahí fue donde me encontró mi amigo esa noche con los ojos hichados. Sólo su insistencia y su mirada decepcionada consiguieron que me levantara.

—Vístete — me dijo.

—Estoy bien en pijama.

—Como quieras, pero vamos a salir.

—No me apetece ir a ningún sitio.

—Me da igual, no puedes seguir así, y lo sabes — me cogió la cara entre sus manos y me miró con cariño —. ¿Confías en mí?

—Claro.

—Pues esta noche seguirás mis instrucciones. Te aseguro que si haces todo lo que te diga, mañana te encontrarás mucho mejor — iba a replicar pero me interrumpió —. No digas nada, sólo vístete.

Agaché la cabeza con un suspiro y me resigné a hacer lo que me dijera. Cuando salí del baño, le pillé cerrando el cajón de la mesilla.

—¿Qué haces?

—Nada, ¿ya estás?

—Sí — me había vestido, lavado y peinado. Ponerme maquillaje me parecía un esfuerzo excesivo.

—Pues vámonos.

En unos minutos me llevaba en su coche con destino desconocido. Al salir de la ciudad me di cuenta de adónde íbamos.

—¿Vamos a la casa de tus padres? No me apetece ver a nadie.

—No te preocupes, están fuera toda la semana.

—¿Y qué vamos a hacer en su casa?

—Vamos a cenar, luego ya veremos. Creo que será bueno para ti sacarte de la rutina.

Llegamos y entramos en su casa. Aunque en realidad era de sus padres, Lucas en verano pasaba allí mucho tiempo. Hacía menos calor que en la ciudad y tenía piscina. Yo la conocía de sobra, había estado allí innumerables veces casi desde mi infancia. Mi amigo preparó la cena y la tomamos en el jardín. Lucas tenía razón. Entre el vino, la charla y estar fuera de casa me relajé y disfruté de la velada. Por un momento me olvidé de mi situación.

Tomamos café recordando anécdotas y situaciones vividas en esa misma casa.

—¿Te acuerdas cuando nos escondimos y tus padres estuvieron dos horas buscándonos? — le pregunté con una sonrisa.

—Jajaja, la bronca que nos cayó. Mi padre nos regañaba y tú no podías dejar de reírte. Recuerdo que allí — me dijo señalando al fondo del jardín — nos fumamos el primer porro.

—Calla, no me lo recuerdes. Estuve varias horas sin poder parar de reír. Me dolía tanto la tripa al final que tuve agujetas.

—Era cuando te quedabas casi todos los fines de semana a dormir. Recuerdo una noche que mis padres se fueron a una boda y nos bañamos desnudos. Te daba tanta vergüenza que no me dejaste entrar al jardín hasta que estabas metida en el agua.

—Es que había luna llena y se veía perfectamente.

—Sí. Igual que hoy.

Ambos miramos al cielo. Una preciosa luna iluminaba la cálida noche. Permanecimos en silencio unos minutos rememorando los buenos momentos pasados. Creo que, en mis recuerdos, los mejores momentos de mi vida habían sido con Lucas.

—¿Sabes qué te digo? — me dijo mirándome con expresión pícara —. Que me voy a bañar.

Para mi sorpresa Lucas fue hacia la piscina desnudándose por el camino. Cuando llegó al borde ya estaba completamente desnudo. Su culo blanco destacaba en la oscuridad, iluminado levemente por las luces encendidas en el jardín. Sin pensárselo se tiró de cabeza al agua. Estuvo un rato buceando hasta que vi salir su cabeza en el extremo más alejado de la piscina.

—Venga, Ana. Tírate.

—No tengo bañador.

—Jajaja, ¡cobardica! Venga, que el agua está muy buena.

Ver a Lucas retozando en la piscina y recordar los buenos momentos que habíamos pasado juntos ahí ayudaron a decidirme. ¡Qué diablos! Apagué las luces del jardín y me desnudé junto a la mesa. Cuando estaba completamente desnuda le dije :

—Date la vuelta.

—A sus órdenes.

Lucas se giró y yo fui corriendo a meterme, a ocultarme bajo el agua. Salté desde el borde y caí a su lado como una bomba.

—¡Joder! Qué susto. Creí que era una ballena — me dijo riéndose dándose la vuelta para mirarme.

—¿Una ballena? Perdona pero más bien era un grácil y elegante delfín, jajaja.

—Si tú lo dices.

Me cogió la mano y nos acercamos al borde. Nos apoyamos en la pared con las piernas dobladas para que el agua nos llegara por el cuello. Pasó su brazo por mi hombro y yo le agarré la cintura. Estuve muy a gusto el rato que estuvimos hablando y riéndonos de nuestras tonterías.

—¿Tienes frío? — me preguntó al rato.

—Un poco — lo cierto es que había empezado a temblar, aunque el agua estaba genial al estarme allí quieta me había entrado frio.

—Ven.

Me llevó a sus brazos y me abrazó. Apoyé la cabeza en su hombro disfrutando de su calidez. Desprendía calor. No me importó sentir mis pechos pegados a su cuerpo ni nuestras piernas juntas, al contrario. Me sentía bien entre sus brazos. Apreciada y querida. Me aferré a su cuello con los dos brazos, sabiendo que Lucas era lo mejor que tenía.

—¿Mejor?

—Sí, mucho. Pero tengo fría la espalda — contesté.

Lucas me dio la vuelta y pegó mi espalda a su pecho. Me sorprendió mucho y me sentí más vulnerable, más desnuda. Sus brazos rodeaban mi cuerpo bajo mis senos. Aún así me relajé sintiéndome mimada dejando que mis brazos flotaran en el agua.

—Oye Lucas — le pregunté sobresaltada —. ¿Qué tengo en el trasero? — Algo duro y caliente me presionaba. ¡Mi amigo se había empalmado!

—No tengo ni idea, ¿será un tiburón?

—Idiota, más bien es una sardinilla, suéltame.

Lucas me volvió a girar para abrazarme de frente, ahora tenía su “sardinilla” en el vientre. Me miraba intensamente con un asomo de sonrisa en sus labios.

—¿Quieres salir? — preguntó con la voz más grave de lo normal.

—Creo que será lo mejor.

—Voy a traerte una toalla.

Me soltó y fue hacia la escalera. Cuando se separó lo lamenté inmediatamente. No quería que ocurriera nada entre nosotros que pusiera en riesgo nuestra amistad, pero me arrepentí enormemente al dejar de sentir sus brazos y su calor.

—Dame otro abrazo antes de salir, porfa — le dije.

Con una sonrisa enorme me estrechó contra su cuerpo y me besó la mejilla. Yo le apreté fuertemente, aunque su miembro presionara mi abdomen. Demasiado pronto se separó y, dándome antes un beso en la frente, salió del agua. Volvió enseguida con una enorme toalla, la abrió junto a la escalerilla y salí para que me envolviera en ella. Me refugié en sus brazos nuevamente mientras me frotaba el cuerpo sobre la toalla.

—¿No te vas a secar? — le pregunté.

—Solo había una toalla. Al irse mis padres las habrán guardado en la casa. Si no tienes frio siéntate que enseguida vuelvo.

Me senté junto a la mesa envuelta en la toalla, dando la vuelta a una silla para mirar hacia el jardín. Cuando volvió Lucas me sorprendió ver que seguía desnudo. Había supuesto que entró a vestirse, pero venía en pelotas y sin cortarse un pelo. Mis ojos se vieron atraídos por el balanceo de su semierecto miembro.

—Vamos a seguir con tu terapia, Ana. Recuerda que dijiste que confiabas en mí.

—Claro que confío, Lucas, más que en nadie. Pero ¿no podrías taparte eso? — le dije señalando su entrepierna.

—Luego, ahora lo primero eres tú. Toma. Úsalo — me dio el Satisfyer. Ya sabía lo que hacía en mi mesilla.

—¿Ahora? Tú estás mal de la cabeza — me parecía escandaloso que me lo pidiera.

—Ahora. ¿Recuerdas cuando me dejó Natalia?

—Claro, estuviste hecho polvo un montón de tiempo.

—¿Y qué hiciste tú?

—No me acuerdo. Ah, sí — en ese momento me vino a la memoria.

—Sí, me buscaste una amiga tuya para que me acostara con ella.

—La guarra de Marisol, iba conmigo a clase.

—Es verdad, Marisol. Ya no me acordaba del nombre. Luego también me buscaste a otra. Me olvidé de Natalia mucho antes de lo que esperaba, y todo fue gracias a ti. Ahora es mi turno de ayudarte. Así que sigue mis instrucciones y deja de poner pegas — según me aleccionaba mis ojos se escapaban continuamente a mirar su miembro, que se columpiaba según gesticulaba—. Usa el Satisfyer.

No muy convencida del método, pero resuelta a hacerle caso, metí el chisme bajo la toalla. También yo tenía ganas de terminar con mi depresión. Bajo la atenta mirada de Lucas separé las piernas y me puse a trabajar. El aparatito era fantástico, y aunque me costó un poco al principio por tener a mi amigo a mi lado mirando, pronto estaba húmeda y disfrutaba de la succión en mi clítoris. Lo estaba pasando genial, pero no conseguía concentrarme del todo y dejarme llevar. La presencia de mi amigo a mi lado y, sobre todo, su pene colgante, me tenían distraída.

—¿Podrías apartar eso de mi lado? — le pedí haciendo un esfuerzo para que mi voz saliera normal.

—El qué, ¿esto?

Se acercó más hasta que su pene estaba a centímetros de mi cara. Para más inri noté como poco a poco iba engrosando y creciendo.

—Sí, idiota, quita eso de mi cara.

—Creo que no, tengo que vigilar que cumplas mis instrucciones. Tú a lo tuyo y no hagas caso.

¡Qué capullo! Vale que yo a lo mío, tampoco es que estuviera cavando una zanja. Mi cometido era bastante agradable y, una vez pasado el reparo inicial, lo estaba disfrutando. Pero ¿cómo no iba a hacer caso a una polla, aunque fuera “amiga”, que casi me tocaba la cara? Él estaba de pie a mi lado y si moviera mi cabeza un poco a mi derecha chocaría con la punta de su pene. Aún así intenté dejarme llevar, como he dicho antes no era un gran sacrificio, jajaja.

Estaba inmersa en lo mío, empezando a gozar acercándome al orgasmo, intentando no gemir delante de Lucas, cuando noté cómo me abría la toalla. El muy canalla había esperado a que estuviera cachonda perdida para hacerlo. En ese momento no tuve fuerzas para cubrirme, mis manos estaba ocupadas en aplicar el chisme a mi clítoris y no quería interrumpìrlo. Mi entrepierna quedó al descubierto mostrando a la luz de la luna cómo me masturbaba. Respingué sobresaltada en la silla cuando sentí su mano en mi abdomen. No se trataba de una caricia, me produjo una curiosa sensación. Bajé la mirada y distinguí entre sus dedos un huevo vibrador. Era eso lo que notaba.

—¿Qué es eso, pervertido?

—Era otro regalo para ti. Te lo iba a dar esta tarde, pero ahora creo que me lo quedaré yo.

Al agacharse para ponérmelo su miembro me tocó la mejilla. Hice un esfuerzo ímprobo para advertirle.

—Aleja eso de mi cara, pichacorta — dije con la voz entrecortada. Cierto es que no era corta para nada, quizá al contrario.

—Tú sigue a lo tuyo. Necesitas correrte.

Tenía más razón que un santo. Lo necesitaba. Lo deseaba tanto que ni me aparté. Apreté un poco más el Satisfyer contra mi clítoris e intenté volver a centrarme en mi placer. Ni me enteré que Lucas me terminó de destapar, solo me enteré cuando sentí el huevo en uno de mis pezones. Un escalofrío me recorrió y se me escapó un gritito. La sensación era genial. Mi vista oscilaba entre mi pezón y el miembro de mi amigo, que me daba golpecitos en la cara. Un orgasmo gigante se estaba formando en mi núcleo. La vibración pasó al otro pezón. Yo ya gemía abandonada al placer. El reparo por traspasar la frontera de la amistad con Lucas había quedado en nada ahogado por mi excitación y silenciado por mis gemidos. Notando como llegaba al clímax abrí más las piernas, levanté un poco el pecho para aumentar el contacto de mi pezón con el huevo y abrí la boca. Un suave gemido escapó de mis labios aumentando de volumen cuando el orgasmo arrasó mi cuerpo. Todas las células de mi cuerpo bailaron de goce.

—Aaaaaaaaggggghhhhhhhh…

—Muy bien, Ana. Sigue.

—Aaaaggggghhhhhh.

El placer me llegaba en oleadas potentes haciendo que mi cuerpo se arqueara sobre la silla. Mi cabeza se agitaba haciendo que el pene de Lucas se moviera por mi cara. Se sentía suave y muy caliente. Cuando el orgasmo empezó a remitir mi culo cayó otra vez sobre la silla, aparté el chisme de mi coñito y respiré afanosamente. Lucas apartó el huevo pero dejó su miembro apoyado en mi cara. Sin saber muy bien lo que hacía, entumecida por el placer, giré la cabeza y le di un beso. Luego me aparté asombrada de mí misma.

Mi amigo se arrodilló entre mis piernas y me atrajo en un abrazo. Me colgué de sus hombros. No me importaba mi desnudez ni la provocativa postura en la que estábamos. Solo quería agarrarme a él y no soltarlo nunca. Tenía la cabeza hecha un lío, pero algo tenía claro. El sistema de Lucas funcionaba, jajaja. Me sentía bien, mejor que bien. En ese momento mi ex era un recuerdo lejano. Al final iba a ser cierto que el sexo era el mejor tratamiento contra la depresión.

—Otra vez, Ana — me dijo mi amigo al oído.

—No puedo, estoy muy sensible para el chisme.

—No te preocupes, te lo haré muy suave.

Me sorprendió deslizando una mano entre nuestros cuerpos y acariciando mis labios vaginales. Lo hacía con mucha suavidad y no me molestaba nada, al contrario. A pesar de que me gustaba intenté detenerlo.

—Lucas, para. No debemos — sujeté su muñeca sin mucha convicción.

—¿Por qué?

—Tú y yo somos amigos, no debemos hacer estas cosas.

—¿No te ha gustado? — veía su intensa mirada clavada en mis ojos.

—Claro que me ha gustado, pero somos amigos — insistí —, vamos a joderlo. Además, tú tienes novia.

—No tengo novia — su mano seguía acariciándome dulcemente —. La dejé en cuanto empecé a ir a tu casa. Y no vamos a joder nuestra amistad. Nunca.

—¿Dejaste a tu chica? ¿Por qué? — quizá no era el momento para hablarlo, pero no pude evitar preguntar.

—Luego te lo cuento. Ahora tu terapia.

—Imbécil.

—Gilipollas.

Sonriendo como una idiota, dejé de intentar detenerle. Tampoco había puesto mucho empeña, pero ahora mi mano cubrió la suya que, a su vez, cubría mi coño. Separé los muslos para facilitarle el acceso. Puse mis manos sobre sus hombros y me dejé complacer. Sus dedos eran muy hábiles. Tocaban mis puntos sensibles con suavidad y dulzura. Hasta que cambió de táctica. De sopetón metió dos dedos en mi interior y me folló con ellos. Grité sorprendida y encantada.

—Capullo.

—Frígida.

Cambié mi sonrisa por una mueca de placer cuando su pulgar frotó mi clítoris en círculos. Agarré su mano libre y la puse sobre mis tetas. Quería más. Apreté con fuerza para que las magreara como me gustaba. Me encantaba sentir que me las espachurraban hasta casi sentir dolor. Con su habilidad y mi excitación enseguida estaba gimiendo como una perrita. Las hábiles manos de mi amigo estaban a punto de hacerme correr. Noté que las piernas me temblaban, preludio de lo que venía. Levanté el culo para aumentar el contacto. Iba a ser otro orgasmo épico. Lucas lo notó y aceleró los dedos que penetraban mi coño. ¡Joder! Era un genio.

—Aaagggggghhhhhhhh… — me alcanzó el orgasmo.

Lucas, sin dejar de joderme con los dedos, se puso de pie a mi lado. Aprovechó que tenía la boca abierta sin parar de gemir para meterme el miembro. Fue una temeridad. Podría haberle mordido antes de darme cuenta. En cuanto terminé de gemir y disfrutar de mi orgasmo apreté mis labios en torno a su virilidad. Olvidada mi prevención por jugarnos nuestra amistad me propuse hacerle la mejor mamada de su vida. Al gilipollas de mi ex era lo que más le gustaba, de hecho, me consideraba una experta. Llevé una de mis manos a la base de su polla y otra a su culo, presionándole contra mí. Me la metí entera, hasta la raíz. Vi la sorpresa en su cara excitada. Sé que tengo un don. De alguna manera consigo que, aunque la polla me llegue a la campanilla, no tener arcadas. La saqué despacio mirándole a los ojos, disfrutando de su expresión.

Estaba algo incómoda por la postura, no conseguía toda la movilidad que quería, así que sin sacármela de la boca salí de la silla y me arrodillé ante él. Ahora sí podía dar lo mejor de mí.

—Joder, Ana. Cómo chupas.

—Cállate y disfruta, pichafloja.

—¿Pichafloja? Como sigas metiéndotela entera te voy a agujerear la garganta, amor mío.

¿Amor mío? Sólo éramos amigos. Nos habíamos dejado llevar pero no había nada romántico entre nosotros. ¿O sí? Decidí que me gustaba que me llamara “amor mío” y seguí con la mamada. Ahora mi cabeza se movía frenética y mis labios recorrían su longitud por entero, desde la raíz hasta la punta una y otra vez. Lucas no aguantó mucho. Claro que yo ya me había corrido dos veces y él no se había estrenado. Cuando sentí palpitar e hincharse su polla en mi boca la saqué y le pajeé con las dos manos. Apunté a mi pecho y me vi recompensada por un primer latigazo de semen, luego siguieron varios más mientras mi amigo del alma gemía de placer. Cuando terminó, con mis tetas y mi pecho cubiertos de su semen, lamí las últimas gotas de su glande.

Lucas me sorprendió otra vez levantándome por las axilas y pegándome un morreo de escándalo. Mi boca se abrió bajo sus labios y nuestras lenguas se encontraron luchando entre ellas. Llevé mis brazos a su cuello y salté para rodearle con mis piernas. Era nuestro primer beso. En todos los años que nos conocíamos jamás nos habíamos besado en los labios. Disfruté como una loca, creo que fue incluso mejor que los anteriores orgasmos. Al menos hasta que, sin que me diera cuenta, me llevó cogida hasta la piscina y saltó al agua.

—Cabrón — le dije solo medio en broma.

—Te quiero.

—Gilipollas.

—Te adoro.

—Imbécil.

—Te amo.

—Idio… ¿qué? — por fin sus palabras habían llegado a mi cerebro.

—Te amo.

—No digas tonterías. Tú y yo somos amigos — le dije bajando mis piernas de sus caderas y separándome. Él me agarró de las manos para que no me fuera.

—Pues claro que somos amigos, y la gilipollas eres tú por no darte cuenta de que te quiero. ¿Es que los amigos no pueden quererse? ¿Hay alguna norma estúpida que diga que dos personas no puede ser amigos y amarse?

—No, pero…

—Pero nada. Siempre seré tu amigo, siempre. Eso no quita que quiera ser tu pareja, tu novio, o tu marido. Me pondría de rodillas para decírtelo pero no hablo muy bien debajo del agua. Ahora tú decides. Solo tienes que pensar una cosa: ¿me amas? Antes de que pudiera responder volvió a besarme. Respondí automáticamente abriendo los labios y dejándole entrar. Si yo tenía un don para mamar pollas, Lucas tenía un superpoder para besar. Me hizo desear que el beso no terminara nunca. Al final tuvimos que parar para respirar.

Mi cabeza estaba hecha un lío, no estaba preparada para esto. Pensé en lo que quería a mi ex. No era ni parecido a lo que quería a Lucas. ¿Eso era bueno o malo? Evidentemente el sexo con Lucas, aunque no habíamos follado, había sido el mejor de mi vida. ¿Cómo sería si folláramos? Mi amigo me miraba intentando descifrar mis expresiones mientras yo cavilaba a toda velocidad. ¿Merecería la pena perder un amigo para ganar un amante? ¿Podría Lucas ser todo en uno? Eso sería como si me tocara el gordo de la lotería. ¿A quién le contaría mis problemas de pareja si Lucas era mi pareja? Mi cabeza no sabía qué hacer, no era capaz de aclararme, pero comprendí de sopetón que mi corazón ya había decidido. Era una imbécil.

Solté sus manos y salí de la piscina. Fui hasta la mesa y me senté en el borde. Miré a Lucas que me contemplaba abatido desde el agua.

—Ven aquí y fóllame, amigo. ¿Cómo voy a saber si mereces la pena si no me sabes complacer con ese minipene? — la confianza que nos teníamos me permitía bromear con Lucas incluso en esos momentos.

La sonrisa que se le puso en la cara iluminaba más que la luna llena y derritió mi corazón. Abrí las piernas para recibirle. El muy capullo me torturó jugando con el glande en mi entrada. Recorría mi rajita de arriba a bajo y me daba golpecitos en el clítoris. Me estaba poniendo muy cachonda.

—¿Así que minipene? — me dijo —. Varias veces has menospreciado mi estupenda polla esta noche. Ahora vas a tener que pedirlo.

Siguió jugando conmigo, acariciando con la punta mi anhelante coñito. Me daba besos suaves y cortos, jugando también con mi boca. Cuando me mordió el labio inferior cedí.

—Fóllame, por favor.

—Eso está hecho, amiga.

Me la metió hasta el fondo de un solo empujón potente y lento. Casi me corro en ese instante. Hice un esfuerzo para evitarlo, quería que durara. Busqué la boca de Lucas y uní nuestros labios. Me encantaba besarle. Sus manos recorrían mi cuerpo encendiendo más mi deseo. Era absurdo, pero me sentía completa, realizada. Entre las corrientes de placer tenía un sentimiento de plenitud, como si hubiera obtenido algo que no sabía que me faltaba.

—¿Sigues pensando que soy un pichacorta? — me preguntó.

—Sí, apenas si la siento — mentí.

—¿La saco?

—¡NO! Si paras ahora te mato.

Riéndose entre dientes siguió bombeando. Cada uno de sus movimientos me catapultaba a desconocidas cimas de placer. Lo que pasaba entre nosotros era más que sexo, más que dos cuerpos unidos. No sé cómo explicarlo pero por fin era yo misma. De alguna manera toda mi vida me había conducido a este momento. Cuando nos corrimos juntos consumamos nuestra unión. A pesar del inmenso placer reuní fuerzas para rodearle con mis piernas.

—No te salgas. Te quiero dentro de mí.

—Siempre — respondió dulcemente.

El resto de la noche me hizo suya. No solo mi coño o el resto de mi cuerpo, sino mi corazón entero fue de su propiedad. Hicimos el amor durante toda la noche. En todas las posturas y en formas que no había hecho con nadie. La confianza en esto era un plus. Un plus enorme. Él me pidió que le hiciera lo que más le gustaba y yo a él también. No teníamos que mantener una fachada ni estábamos cohibidos para que el otro no pensara nada raro. Él se derramó en mi garganta, justo en el fondo. Yo le hice lamerme el ano, descubrí que me encantaba. Solo dejábamos de besarnos para hablar, para pedir y preguntar lo que el otro quería. Le prometí mi virgen culito para una próxima vez. Él me dejó meterle un dedo en el culo mientras se la chupaba. Se corrió gritando. Fue sublime.

No estuvimos saciados hasta el amanecer. Cuando desperté a media mañana en su cama, por primera vez en muchos días tenía una sonrisa en la cara. Le contemplé unos minutos mientras dormía. No era el hombre más guapo que conocía, pero era mío. Me di cuenta que le quería. ¿Cómo no lo había sabido antes? Le amaba profundamente. Eso no me impidió despertarle con un codazo en las costillas.

—Arriba, dormilón.

Lucas se desperezó entreabriendo los ojos. Me sonrió al verme y me llevó a sus brazos.

—Quita, bicho — le dije apartando sus manos de mi cuerpo —. Como estamos en tu casa tú haces el desayuno. Necesito café.

—Vale, pero dame un beso.

—Bueno, pero aparta esas manos.

Le di un beso dulce y casto que enseguida degeneró en otra cosa. Al final tardamos más de una hora en bajar a desayunar. Estábamos en la mesa de la cocina comiendo cuando le pregunté algo que le hizo atragantarse.

—¿Dónde vamos a vivir y cuándo nos casamos?

Levantó una mano para que esperara mientras tosía para despejar su garganta. Cuando pudo respirar me dedicó una radiante sonrisa.

—Donde tú quieras y cuanto antes mejor.

—Bien, estamos de acuerdo en eso. Ahora tenemos que dejar claro quién va a mandar en casa. Evidentemente tengo que ser yo.

—¿Y eso por qué? — preguntó con una sonrisa traviesa.

—Hombre, yo tengo más experiencia ya que he estado a punto de casarme ya una vez.

—Sí, pero creo que cuenta más que yo he dado el primer paso, si no fuera por mí todavía estarías llorando.

—Algo de razón no te falta — reconocí —. Vale, para que sea equitativo unas veces mandará la mujer y otras veces mandaré yo. ¿Te parece?

Lucas se levantó y se colocó a mi lado. El muy capullo se bajó el pantalón de deporte que se había puesto para desayunar y me puso el miembro al lado de la cara, como la noche anterior.

—No, no me parece — me dijo.

Como mis procesos mentales se habían venido abajo al tener su polla justo en mi cara, respondí sagazmente.

—No te parece… ¿el qué?

Lucas se partió de risa y yo hice lo que más me apetecía. Ese día tomé postre después del desayuno. Pasamos tres días en su casa. Desnudos. Los tres días. El cuarto me llevó a mi apartamento dolorida en los sitios más interesantes y feliz como una perdiz. Debía tener cara de tonta con la sonrisa perenne en mis labios. Empecé a preparar la boda. Por supuesto quemé el anterior vestido de novia. Habíamos acordado que de momento viviríamos en mi casa y nos casaríamos en cuanto encontráramos fecha. Nuestros padres se alegraron mucho, aunque eso no fue óbice para que se burlaran de nosotros por haber tardado tanto en darnos cuenta de nuestro amor. Para ellos era evidente. Podrían haber dicho algo antes, ¡coño!

Los días fueron pasando y ahora mismo me encuentro bailando el vals con Lucas, mi marido. La boda, hace unas horas, ha sido fantástica. La comida con la familia y amigos también ha sido estupenda. Hay una cosa que me tiene un poco incómoda, eso sí. Justo ayer Lucas consiguió por fin que le entregara mi culito y hoy estoy un poco dolorida en esa zona. Nada serio, pero si pienso en ello me humedezco y con el tanga diminuto que llevo no me lo puedo permitir. Habrá que seguir practicando hasta que no me duela nada. Pero nada, nada.

—¿En qué piensas, amiga? — me pregunta Lucas haciéndome girar por la pista de baile.

—En nada, amigo. En nada — le contesto besándole con todo mi amor, como se merece.