Mi amigo corredor.

Una confesión de lo que hago con un muy buen amigo mío

Hace unos días, un amable lector de mi último relato (el del trío) mi pidió otro más guarrillo (el del trío resultó un poco demasiado serio). Te hago caso, amable lector y ahí va esto para ti. A ver que sale.

¿Sabes? No sé bien por donde tirar. Últimamente se me ha dado por recordar mucho. Puede que alguien sepa por qué me está pasando esto.

El caso es que ya hablé en relatos anteriores de esos ligues que yo llamo ¡OSTIÁS! Al recordarlos me queda muy claro que soy lo que suele llamarse versátil. Desde el machorro “Cosabuena” de “Volví a verlo” que se me aflojan las piernas cuando lo tengo delante hasta el “Peludito” de “¡Qué carcajada!”. Y desde la sumisión total de buena puta con el hetero de “Raro, raro” hasta la actividad más salvaje con “Peludito”, al que, con su precioso cuerpo de poco peso, puedes cogerte en vilo y follártelo como se te antoje. Y ver, oír y sentir como disfruta te pone la polla en condiciones de darle todavía más gusto.

Pasando revista a mis ¡OSTIÁS! me encontré con un viejo y buen amigo mío; mi amigo corredor. Sí, sí. Puedes pensar mal y aciertas. Es corredor por dos motivos: corre y se corre. Es amigo porque a lo largo de estos años ya me ofreció unas cuantas corridas (bastantes).

Lo conocía de verlo corriendo por la zona donde yo solía hacer cruising. Siempre con pinta de hetero despistado que no sabe muy bien por dónde se está metiendo. Solía terminar su carrera haciéndose una tablita de gimnasia. Un día en el que yo estaba dentro de mi coche, lo tenía a él a escasos metros con sus flexiones y estiramientos. Era consciente de que yo estaba allí; nos habíamos cruzado una mirada. Cuando terminó con sus ejercicios, se bajó el calzón de deportes, con toda naturalidad y descaro, con la intención de echarse una meada sin que le importara que yo estuviera delante.

Me dije que mirar era gratis y no me reprimí. Lo que vi me gustó. La fuerza con que salía el chorro me indicaba que allí no había ni el menor asomo de erección. Sin embargo… ¡el manguerote era enorme!

Supongo que sabes lo que hice ¿no? Me bajé del coche. Él se sacudió la chorra, se la guardó y, en vez de marcharse por donde se iba todos los días, se internó en unos matorrales. Yo lo seguí y aquel fue nuestro primer encuentro.

Volví a verlo más veces. Hay días en que, después de su carrera y su tablita de gimnasia, le apetece echarse una carrerita más. Ya sabes que carrerita quiero decir. Y ahí intervengo yo.

¿Qué me gusta de él? ¡Tantas cosas! No es guapo, pero puedes suponer que, trabajado como él se trabaja, tiene un muy buen cuerpo. Y del manguerote de tamaño muy considerable ya te hablé. Y tiene las ideas claras; está seguro de sí mismo y sabe lo que quiere. Además, es bastante descarado y no se corta un pelo. Y, lo más importante, lo que yo estoy dispuesto a  ofrecerle le gusta más que el caramelo. ¡Y lo disfruta! Es una combinación perfecta. Siempre que lo veo, le dedico un tiempo de atención para saber si ese día le apetecen mis “servicios” o no. Creo que él es consciente de que me tiene a su disposición. Y cuando quiere liberarse de tensiones, no se anda con rodeos. Me hace una seña, se echa a andar y busca un sitio escondido. Lo hace con la total seguridad de que yo lo voy a seguir. No le cabe la menor duda. No pregunta. Sólo me indica, casi me ordena, que lo siga. Y lo sigo. Normalmente va en pantalón de deportes y camiseta; sólo en días de lluvia lleva además un impermeable. Camino detrás de él admirando su cuerpo, muy bien proporcionado y trabajado por el ejercicio y relamiéndome por anticipado al pensar en lo que sé que me va a dar. Sé que se cuida, que está sano, que no es muy promiscuo y que sus prácticas no entrañan un gran riesgo para él. Por eso voy confiado y dispuesto a aprovechar bien la corrida que sé que me va a dar. Ya llegados al escondrijo, un saludo y una breve conversación sobre cualquier cosa. Mientras hablamos, él se baja el pantalón. Siempre muy seguro de que a mí me va a gustar el manguerote largo y gordo que lleva entre las piernas. Lo más frecuente es que esté sólo a medio empalmar, pero ya muy crecido. Yo me arrodillo, pongo mis manos sobre sus caderas o sus nalgas o lo alto de sus muslos… Está sudado por el ejercicio. No me importa. Es un sudor reciente, limpio. Miro el manguerote y me tomo el aperitivo; lo acaricio con la cara, o los labios, o una mano, o las dos... Me tomo mi tiempo antes de empezar con él en serio. Nunca se lo medí, claro, pero aquello debe de andar por los 20 cm y cuando lo cojo dentro de mi mano, no consigo que las puntas de mis dedos índice y pulgar lleguen a tocar una con otra. También miro y acaricio (o beso) unos cojones consistentes, muy bien puestos, metidos en una bolsa casi negra, gruesa, muy rugosa. Me encanta recorrer aquellos surcos profundos con la punta de mi lengua. Después de mirado bien mirado, ¡a la boca! Y aquí empieza lo mejor. Ya os dije que el badajo está totalmente crecido cuando él se baja el pantalón; cuando me lo meto en la boca, ya no puede crecer más. Pero lo que sí hace es endurecer, y empinarse, y latir, y llenarse de venas. Pero lo que más me gusta es su actitud. Se deja chupar, pero no se calla ni por un momento. Habla mientras yo le chupo la polla. Dice cosas como “mira que pollón me pones”. No hace falta que diga que diferencia hay entre “tengo” (que lo tiene) y “me pones” (que se lo pongo). Hay diferencia. Le gusta que se lo chupen y una boca se lo pone burro; muy burro. Todos sabemos lo que se siente cuando la polla se hincha. Yo sé lo que él está sintiendo cuando se la aprieto entre mis labios. Sé el placer que le estoy proporcionando; me gusta saberlo. Y cuando dice eso de “mira como me lo pones” a mí no me queda más remedio que hacerle caso y sacármelo de la boca. Los dos lo miramos. Está espléndido. Hinchado, reluciente de saliva, lleno de venas y latiendo. ¡Qué ganas dan de llevarlo otra vez a la boca! Él está interesado sólo en dejarse mamar. La situación es casi como la del hetero de “Raro, raro”. Pero mucho mejor. Con el hetero, yo sé que él no me mira y que está imaginando que es una tía quien se la chupa. Así es imposible desenfundar y no me queda más que joderme, aguantarme y esperar a irme de su casa para cascarme un pajote bien merecido. Con mi amigo corredor es distinto. Me mira y me habla. No le importa que yo desenfunde y que me busque el gusto y que me corra mientras estoy con él. Si puede ser los dos a la vez, mejor. Y no deja de hablarme: “que bien lo comes”  “tienes una boca que es mejor que cualquier coño” “así, así” “aaaaaah, que gusto” “come, come, come pollón” “es todo tuyo” “todo para ti” “está lleno de leche” “te la voy a dar toda” “chupa, chupa para sacármela” “vas a hacer que me corra”… ¡y miles de cosas de este tipo! El amigo no calla; se excita diciendo basteces; no se corta ni un pelo y a mí me excita todavía más. Y, cuanto más excitado, con más ganas chupo. A él se lo hago de la forma que sé que le gusta; haciéndolo entrar y salir de la boca muy despacio, recreándome bien con el roce de su pellejo, algo rasposo, en mis labios. Llevándolo bien a fondo y sacándolo después por entero… una y otra vez. Un mete y saca lento y profundo. Al final, no le queda más remedio que callarse, porque los jadeos de satisfacción ya no le dejan hablar. Ooooooooog. Y me regala una corrida generosa. Me gusta sentirla en sus gemidos, en sus contracciones y en el sabor de su leche. Nos complementamos muy bien los dos y nos damos unas buenas satisfacciones mutuas. Cuando, entre jadeos, dice eso de “mira que pollón me pones” dice muchas cosas. Es el máximo de intimidad que se puede tener con un amigo: su polla en la boca hasta conseguir que se corra vivo. ¡Es un amigo al que bien vale la pena mamar! Por eso repito y por eso lo sigo como un corderito cuando él me lo indica.

Al final, y mientras él vuelve a colocarse sus cosas en su sitio, otra breve conversación de despedida que, invariablemente, termina con un “gracias” ── “gracias a ti”. Y hasta otro día. (Que nunca tardaba)

Dije tardaba porque hace dos meses que me despedí de él. Ahora hay bastantes kilómetros entre él y yo. Tuve la suerte de poder despedirme sabiendo que era una despedida. Que iba a ser la última vez y que teníamos que aprovecharla bien. Y la aprovechamos. Nunca lo habíamos hecho durar tanto ni nunca lo habíamos disfrutado más. ¡Magnífico! Sólo tuvo un pequeño inconveniente. Fue en la oscuridad y no pude contemplar sus muslos bien torneados, su vientre duro como una tabla con unos deliciosos ricitos apretados y muy negros que adquieren reflejos dorados cuando les da el sol, su escroto oscuro lleno de surcos profundos, los latidos de su picha, las venas... ¡todo lo que me gusta ver! Pero fueron tantas veces con mi amigo corredor que, aún en la oscuridad, yo estaba “viéndolo” todo.

Supongo que, aunque este relato tenía un destinatario, habrá más que los hayáis leído. ¿Os gustó? Me vendría bien saber vuestra opinión. Si estáis tan vagos como para escribir un comentario, una valoración no os cuesta nada más que dos pinchazos. Anda, tíos, que no es tanto y a mi me interesa vuestra opinión. Hasta si no es buena. Un abrazo a todos.