Mi amigo casado del gym

No pretendía romper su matrimonio pero el deseo fue más fuerte

Nunca se puede decir de este agua no beberé. A veces la vida te sorprende cuestionando lo que siempre has defendido, haciendo lo que dijiste que nunca harías y convirtiendote en lo que antes odiabas.

Empiezo por presentarme. Me llamo Andrea, tengo 26 años, vivo en una ciudad mediana y el tiempo de mi día a día lo reparto entre mis estudios de postgrado, mi trabajo en una clínica de estética y también dedico bastante tiempo al cuidado de mi cuerpo, un par de horas diarias de gimnasio, depilación, cremas, etc. Gracias a esto último tengo un cuerpo bien modelado, firme y de buenas proporciones. De estatura media, ojos verdes, melena negra, pecho abundante, culo firme y caderas redondeadas.

Sentimentalmente no me ha ido muy bien. He tenido bastantes malas experiencias que han incluído generosas cornamentas. Como antes dije hay cosas que siempre he odiado entre las que están la falta de compromiso y la traición. Eso me ha llevado a pensar que todos los hombres son iguales y preferir la soledad al riesgo. Y sin embargo he acabado en una situación absolutamente contraria a mis principios. Pero me estoy adelantando. Vamos por el comienzo.

Mi vida es bastante ajetreada, entre el trabajo y los estudios hay días en los que acabo de los nervios. Por la tarde, el gimnasio es mi santuario donde gracias al ejercicio libero todo el estrés acumulado en el día y recargo las pilas para poder seguir adelante. Allí me siento de maravilla y salgo como nueva. El ambiente es bueno en general, la gente maja aunque yo voy a lo mío y no me relaciono mucho. No soy de las que van al gimnasio a parlotear y pasan más tiempo hablando que haciendo deporte. Y menos de los que van allí a ligar que también los hay. Puedo notar sus miradas recorriendo mi cuerpo mientras me ejercito generalmente enfundada en ropa deportiva bastante ajustada que marca todo mi contorno. Pero mientras solo babeen y no me molesten, pues lo voy llevando bien.

He llegado a reconocer a los hombres apenas los veo. Cada vez que llega alguno nuevo al gym con una rápida observación puedo catalogarlo: soltero, con pareja, esforzado, desocupado, deportista, ligón, sincero, embustero, gilipollas …… y rara vez me equivoco. La mayoría van directos a las listas de “tóxicos” o como mucho “dudosos”.

Pero siempre hay alguien que acaba cambiándote los esquemas y en mi caso ese alguien fue Javi. Apareció en una tarde calurosa de un jueves de verano de las que invitan más a la siesta que al deporte, por eso el gym estaba casi vacío. Como a todos los nuevos le hice un rápido escaneo. En primer lugar lo visible, alto, musculoso, moreno, atractivo a pesar de su edad unos 45 quizás más. Y en su dedo una alianza de casado, ya por ahí quedaba catalogado en el fichero de los evitables a los que no diría ni buenos días.

Me olvidé del tema y me puse a hacer una rutina de abdominales. Un rato después le vi subirse en una cinta de correr. Se puso a tocar varios botones sin que la cinta se pusiera en movimiento. No es que sea de manejo muy complicado pero para que se ponga en marcha aparte de pulsar el botón de inicio hay que seleccionar una opción de un menú. Me levanté y me acerqué a echarle una mano.

  • Perdona, para que arranque tienes que seleccionar una opción en la pantalla - le dije mientras pulsaba el botón para visualizarlas - Puedes hacer carrera continua o intervalos. Y también tienes que marcar el tiempo.

Se volvió hacia mí agradecido por mi ayuda. Su mirada era penetrante y acogedora.

  • Muchas gracias, eres muy amable. Soy nuevo aquí y para los aparatos soy un poco manazas.

  • No pasa nada, todo se aprende. ¿Sabes cómo cambiar la velocidad y la pendiente?

  • No te preocupes, ya lo iré viendo. No quiero robarte más tiempo que estarás ocupada.

Lo cierto es que no lo estaba, ya por hoy había trabajado bastante y no tenía ganas de seguir. Y el hombre tenía algo que me daba confianza. Me quedé unos segundos indecisa como queriendo entablar conversación pero sin saber qué decir.

  • Por cierto, me llamo Javier, Javi para los amigos - se presentó como adivinando mis pensamientos. Su voz era cálida y agradable.

  • Yo soy Andrea. Y estoy encantada de conocerte. A primera vista la impresión es buena.

No me reconocía a mí misma, estaba rompiendo mi propia regla de mantenerme alejada de los que tienen pareja.

  • A mí también me lo parece Andrea. Y no suelo equivocarme con las personas.

Se bajó de la cinta.

  • Lo cierto es que por hoy ya he hecho bastante. Voy a ducharme y luego tomarme un café. Si te apetece te invito.

  • Vale, te veo a la puerta en 10 minutos - dijo la voz que salió de mis labios pero no reconocía como propia.

Mientras me cambiaba en el vestuario me recriminé a mí misma, pero qué estás haciendo imbécil. Está casado. Esos van a lo que van, te mentirá, te dirá que está mal con su mujer para llevarte a la cama y luego nada de nada. Bueno, lo hecho, hecho está. Un café rápido y a casa.

Lo que iba a ser un café rápido acabó alargándose por casi dos horas. Javi tenía una conversación muy interesante y poco a poco fuimos profundizando. Empezamos conversando de trivialidades, ahí fui ampliando la información. Confirmada la edad en 47 y que está casado. Ingeniero dedicado al diseño de nuevos productos de una empresa tecnológica. Vive en un chalet a las afueras con su esposa (Laura), dos hijos adolescentes, un perro y dos gatos. Y terminamos hablando de todo, de nuestras vidas, de nuestras espectativas, de nuestros sentimientos…. En contra de lo que esperaba me dijo que su matrimonio era muy feliz. ¿Sería que realmente solo buscaba amistad? No podía creerlo, eso no pasa.

Nos despedimos con un par de besos intercambiando los teléfonos y quedando de encontrarnos en el gym al día siguiente. De regreso a casa mi mente era un mar de dudas, no podía creer lo que me estaba pasando. Yo que estaba de vuelta de todo, que huía de cualquier traza de peligro con los hombres estaba deseando a uno que además de estar casado casi podría ser mi padre. De hecho mi padre solo tiene 5 años más que él. Estaba anhelando que llegara el día siguiente para volver a verle, a sentir su presencia, su cercanía, el contacto de su piel que apenas había rozado al despedirnos. Y

Y sobre todo, la perplejidad de ser yo y no él quien estaba buscando el encuentro. Para dejarme aún más confundida después de cenar me llegó un wasap. Era él.

  • Hola Andrea. Quiero que sepas que he pasado una tarde muy agradable contigo. Hay personas que a la primera vista ya sabes que serán buenos amigos en los que puedes confiar plenamente y tu eres una de ellas. Un abrazo.

Ni que decir tiene que esa noche no pude dormir. Después de muchas vueltas en la cama y cubierta de sudor me desnudé, me di una ducha fría y volví a acostarme. Pero enseguida todos mis pensamientos volvieron sobre Javi. Le imaginé en mi cama, junto a mí, acariciandome. Mis manos se deslizaron por mi cuerpo recreando mis pensamientos erizandome la piel, se detuvieron en mis tetas, presionandolas, pellizcando ligeramente los pezones que rápidamente se endurecieron. La humedad naciente en mi vagina empezaba a provocarme picores agravados por el calor de la noche estival. Rápidamente bajé mi mano y me comencé a masajear despacio, con suaves movimientos introduciendo un dedo, luego dos, acelerando hasta acabar masturbandome frenéticamente y estallar en un orgasmo que me dejó el cuerpo relajado pero la mente más perturbada todavía.

La llegada del día no mejoró las cosas. Me costaba concentrarme y cometí varios errores en el trabajo, hasta mi jefa se dio cuenta

  • Anda, vete para casa y descansa a ver si mañana estás mejor.

Estaba tentada de mandar un mensaje a Javi, de decirle que me apetecía volver a verle pero me contuve como pude, eso me haría parecer una fresca. Por la tarde llegué al gym un poco antes de lo habitual. Me puse a hacer spinning en una bicicleta. Unos minutos después sentí una palmada en mi espalda. Era él

  • Hola Andrea, cómo estás?

¿Cómo iba a estar? en la gloria

  • Bien Javi y tú?

  • Genial. Voy a hacer series con pesas. ¿Quieres acompañarme?

  • Claro, pero no abuses que yo tengo menos fuerza.

  • Jajaja, no creo.

Estuvimos un rato entrenando alternandonos en secuencias de trabajo/descanso. El hecho de ayudarnos mutuamente a colocarnos o cargar bien el peso nos dio la excusa perfecta para tocarnos casi todo el cuerpo aunque parecía haber un límite no escrito en las partes más sensibles que ambos respetamos.

Entrenamos, conversamos, bromeamos, reímos y pasamos una tarde agradable como amigos pero sin pasar de ahí y eso me producía una sensación de asfixia. Estaba encantada de tener un amigo tan cercano pero el deseo de que fuera algo más me producía sensaciones contradictorias. Al mismo tiempo lo deseaba pero mi lado racional me recordaba que yo no soy así, que respeto lo ajeno y que no me gustaría romper una familia por un capricho pasajero ¿o no era tan pasajero?

Al terminar nos dirigimos a los vestuarios y nos despedimos hasta el lunes.

  • Javi, espero que pases un buen finde. La verdad, te voy a echar mucho de menos.

  • Yo a tí también. Me encanta tu compañía - y sorpresivamente me dio un abrazo

Y allí estaba yo, ante un largo fin de semana en el que iba a tener mucho tiempo para pensar. Las cosas avanzaban rapidamente pero el temor a quedar permanentemente siendo amigos íntimos de los que no llegan a nada más me embargaba.

No veía la forma de romper esa barrera y hacerle saber que le deseaba y tampoco por su parte veía ningún movimiento. A pesar de que estaba siempre pendiente de mí, que recordaba todo sobre mí, incluso cosas que le había contado de pasada, pero no daba un paso adelante. Era lógico, él mismo admitía que su matrimonio iba bien. ¿Por qué razón querría arriesgarlo?

Pasó el fin de semana y siguieron días, semanas en las que no hubo más progresos. Podría decirse que éramos los mejores amigos, sabíamos casi todo el uno del otro, buscábamos pasar tiempo juntos pero siempre como amigos. No sé cuánto tiempo podría durar algo así.

Tanta cercanía hacía que muchos pensaran que estábamos en una relación, incluso un día un monitor se me acercó, y me entregó la tarjeta de acceso de Javi que se la había dejado olvidada en la taquilla, para que se la hiciera llegar a “mi pareja”.

Esta apariencia también le ponía en peligro, vivimos en una ciudad donde todo el mundo se conoce y es fácil que alguien hable de más.

No podía permitir que esta situación se alargara por más tiempo, o llegábamos a mayores o sería mejor dejar de vernos. Así que tomé la decisión de dejar las cosas claras pasara lo que pasara.

Un día quedé con él para tomar una cerveza después del entrenamiento. Elegí un local cercano, discreto y con un ambiente tranquilo y luz tenue. Como siempre pasamos un rato agradable en compañía pero poco a poco fui llevandole hacia una mayor intimidad. Le cogía la mano mientras le hablaba, le acariciaba el pelo, me acercaba a su cara como para oírle mejor hasta que llegó el momento de jugarmela

  • Javi, lo siento pero tengo que hacer esto y te pido perdón por adelantado.

Y sin más le di un largo beso. El contacto de sus labios resultó más agradable de lo que había previsto y me liberó de la tensión acumulada

  • Vaya - dijo - ¿Y esto? No te voy a decir que no me lo esperaba pero no pensé que lo harías.

  • Es que o lo hacía o reventaba. Ya sé que está mal, que estás casado y no debería pero necesitaba probarlo al menos una vez. Lo siento.

  • No pasa nada, solo has expresado lo que sientes. Y me alegro de que lo hayas hecho.

  • Pero ahora me siento culpable.

  • Pues la culpa pesa menos si se comparte - dijo y a continuación fue él quien me besó largamente.

  • No sabes cuanto he esperado este momento y cuanto me asustaba, tenía miedo de perderte como amigo si lo hacía. Y tampoco quiero dañar tu matrimonio.

  • Para nada - me dijo firmemente - nunca he tenido una amiga como tú y esto no lo cambia en absoluto. Sabes que si no fuera porque quiero a Laura me iría contigo hasta el fin del mundo. Pero olvídate de eso y vamos a vivir este momento.

A partir de ahí siguieron cientos de besos y caricias aunque sin olvidar que teníamos que ser discretos, estábamos en un local público aunque en un rincón resguardado. Preferí no correr riesgos.

  • No quiero ponerte en peligro. Si quieres vamos a mi casa. Solo si tú quieres

Tardó un poco en responder. Los dos sabíamos que ese era el punto de no retorno y lo que ocurriría si nos íbamos a mi casa. Pero finalmente se decidió.

  • Si ya hemos empezado, hagámoslo bien.

Quince minutos después llegamos a mi casa, a mi dormitorio. Yo estaba muy caliente y él parecido, su cara no lo expresaba pero el bulto en su pantalón no podía negarlo.

Sabíamos tanto el uno del otro, estábamos tan compenetrados que incluso antes de este día conocíamos nuestras preferencias en la cama. No hizo falta aclarar nada, sabíamos perfectamente a lo que ibamos y cómo lo queríamos.

Empecé a desabrocharle los botones de su camisa mientras iba besandole el pecho. El se dejó hacer complacido. Nos desvestimos mutuamente. Cuando le quité el slip saltó ante mi vista un cipote glorioso. Ya se lo había adivinado en el gimnasio cuando llevaba la ropa ajustada pero ahora pude ver sus verdaderas proporciones, superaba los 20 cm, con un buen grosor y apuntaba hacia mí duro como una estaca.

Me sacó las bragas y se tumbó en la cama dejandome a mí la iniciativa. La visión de ese mástil completamente erecto era espectacular. Me puse a su lado y lo acaricié sintiendolo palpitar caliente entre mis manos. Acerqué mi boca y le pasé suavemente la lengua. Le oí gemir de gusto. Me introduje el capullo en la boca y fui bajando poco a poco con algunas dificultades, me costó un poco adaptarme al grosor pero el verdadero problema era la longitud. Él se dio cuenta y me empujó suavemente la cabeza para introducir más centímetros. Me costaba respirar con aquella tranca que me llegaba casi hasta la campanilla y aún quedaba fuera una parte. Me obligué con un último empujón sintiéndola hasta lo más profundo de la garganta mientras mis labios acariciaban sus huevos. Como pude seguí chupandole la polla, tragandomela entera, la sentí crecer aún más causándome dolor. Él controlaba perfectamente la situación. Demoró la eyaculación hasta que vio el momento oportuno y entonces expulsó una abundante cantidad de leche que bajó por mi garganta y tragué hasta el último resto.

Me acurruqué a su lado, recomenzamos las caricias y los besos. Sus manos expertas recorrieron mi cuerpo, mi espalda, mi culo, mis muslos. Su masculinidad volvió a crecer. Era un sueño a punto de cumplirse, deseaba que esa tranca me penetrara hasta lo mas hondo. Me puse boca arriba y separé las piernas, abierta, ofrecida para él.

Se puso sobre mí y jugueteó durante un rato con la punta alrededor de mi coño, dando golpecitos, demorando la entrada haciendo crecer mi excitación. Yo le acompañaba con suaves movimientos pélvicos. Después me abrió un poco más con los dedos e introdujo el prepucio, retirandolo de nuevo para volver al inicio. Mi entrepierna era un lago.

  • Follame - le supliqué

  • Aún no. Yo marco los tiempos. Sigue moviendote - remachó ante mi desesperación.

Era increíble. Mi vagina manaba un río de flujos mientras me sentía a su merced. el mandaba y yo obedecía, me movía como él quería, anhelando el momento en que me poseyera.

Finalmente se decidió y de un solo golpe me la clavó con fuerza. Gemí de dolor y placer extremo. Él empujaba más y más mientras yo me arqueaba y abría para recibirlo en su plenitud. Inició un movimiento controlado, entrando y saliendo buscando en cada acometida una penetración más profunda, más intensa.

Llegué al límite del éxtasis. El orgasmo explotó recorriendo cada rincón de mi cuerpo, sacudiendome como un calambrazo mientras él mantenía la tensión. Finalmente se retiró dejandome temblando, desmadejada sobre la cama.

  • Esto no ha acabado - añadió y ciertamente, no se había corrido aún y su erección se mantenía intacta - date la vuelta y ponte a cuatro patas.

Hice lo que me dijo. Se puso de rodillas detrás de mí y agarrandome por las caderas me penetró acelerando el ritmo esta vez, en cada acometida rebotando contra mi culo. No necesitó mucho tiempo para acabar inundándome las entrañas con su espeso líquido.

Nos tumbamos en la cama exhaustos, sudorosos y satisfechos.

Una copa, dos polvos y una ducha después, llegó la hora de la despedida.

  • Adiós Javi. Ha sido maravilloso. Me gustaría que no fuera la última vez, pero entiendo que no siempre podemos tener lo que queremos.

  • No voy a prometerte lo que no puedo darte. Dejemoslo en un “tal vez”. Lo que se mantiene intacto es que sigues siendo mi mejor amiga.

Nos despedimos con un largo beso de los que se dan cuando no sabemos si será el último y regresó a su vida de marido y padre.

En cuanto a lo que sucedió después, lo dejo a decisión de los lectores. Tal vez nos evitamos y acabamos distanciandonos. O bien continuamos viendonos en secreto y nunca nos pillaron. O puede que sí y su mujer le perdonara o le dejara, en cuyo caso quizás acabamos convirtiendonos en pareja y viviendo juntos. O no. Cada cual elija lo que prefiera.