Mi Amigo Álvaro 02

Recordé el día en que me enteré de los gustos sexuales de mi amigo, aquella tarde en el colegio, dentro de los vestidores y después del entreno del equipo de fútbol... pensé que ya no quedaba nadie allí adentro (voyerismo, sexo gay entre un jovencito y un maduro y dominación solapada).

Mi Amigo Álvaro

II

–        ¡¿Entonces ya sabías que yo era gay?! – me preguntó Álvaro, sorprendido por mi confesión.

–        Si, me enteré por pura casualidad en el colegio…

–        ¡No jodás, ¿pero cómo, cuándo… cómo?!

–        Bueno… pues después de una práctica de la selección… tuve que regresar a los vestidores porque dejé mi lonchera y allí te vi… estabas con el Taxista…

–        ¡Mierda, me viste coger con el Taxista!

–        No… ¡vi al Taxista cogiéndote, je, je, je, je! – los 2 empezamos a reír de nuevo. Luego Álvaro volvió a acurrucarse a mi lado.

–        Mierda… y yo pensaba que todo lo hacía en total secreto, je, je, je…

Le aseguré que nadie más lo supo y luego nos quedamos descansando en la cama luego de la increíble sesión de sexo que acabábamos de tener, en la que me acababa de estrenar como bisexual completo. Aun sudorosos y algo agitados caímos en un profundo sueño, en el cual rememoré aquella tarde en la que me enteré que mi nuevo amante era gay…

Si bien no puedo considerar que mi viejo haya sido un buen padre, siempre fue buen un proveedor. A pesar de estar divorciado de mamá siempre nos dio un nivel de vida alto, permitiéndonos, a mi hermana y a mi, llevar una vida cómoda y estudiar en un centro educativo caro y prestigioso, lleno de estudiantes presumidos y elitistas, que en los últimos años vivía más de sus glorias pasadas que de las presentes. Y como ustedes sabrán, mamá nunca me educó de esa forma, por lo que me costaba mucho encajar. Allí practicaba fútbol porque el deporte era obligatorio, y gracias a mi tesón y entrega en el terreno, donde defendía como un perro de presa el pedazo de cancha que se me asignaba (pues mucha técnica nunca tuve), me gané el respeto del entrenador y un puesto en el equipo mayor como medio defensivo.

–        ¡Centeno, márquelo Centeno, no lo suelte! –el entrenador gritaba con su estridente y aguardentosa voz aquella tarde, mientras corría al lado de Álvaro, pequeño pero veloz y habilidoso delantero del equipo – ¡Centeno por la vida de las putas, si marca lo saco! – el hombre no se caracterizaba por su delicadeza ni sus maneras elegantes para hacer cualquier cosa en general.

Lo alcancé , aproveché mi mayor corpulencia para desplazarlo un poco y frenar su carrera. Pero Álvaro se giró y, con la espalda al marco, hizo una rápida gambeta que me confundió, saliendo por el lado que no estaba cubriendo, lo dejé correr un par de metros y fue suficiente para que se me escapara y marcara, ¡mierda! No había estado jugando muy bien últimamente así que imaginaba todo lo que el profe me tendría que decir. Y en efecto, tras el entrenamiento no paró de hablar por casi 45 minutos, lo bueno es que no fui solo yo el regañado. El torneo estaba a punto de terminar y casi de panzazo llegamos a las semifinales, el siguiente fin de semana nos jugaríamos el pase a la final y al profe le preocupaba que siguiéramos así. Porque eso si, el Taxista odiaba perder.

–        ¡Centeno, usted es medio de contención, tiene que cubrir y empezar las jugadas, no solo deambular como un aparecido en el centro del campo… y eso también va para usted Barahona, ¿le da miedo romperse una uña si corre?! ¡Ko, ¿qué es usted, un boxeador, quiere que lo saquen en cada juego?! ¡Usted es central, no marero por la chingada! ¡López, le voy a poner pegamento en las manos para que agarre las bolas, la portería está mejor sola! – y bla, bla, bla… el Taxista estaba realmente molesto, nunca nos había gritado tanto… y eso que esa era su forma preferida para comunicarse – …¡y se me van a la chingada YA! – dijo y terminó por fin de hacer catarsis.

–        No le hagás caso a ese cerote vos, al Taxista no le gusta nada… – me dijo Ko cuando estábamos desvistiéndonos para entrar a las regaderas.

Detrás nuestro se armó un pequeño relajo, encabezado, como siempre, por ese grupito de hijos de puta que nunca faltan en un colegio: los abusadores y bullies. Y en el equipo habían varios de ellos, ese tipo de patanes provenientes de familias acomodadas cuya única preocupación era demostrar frente a todo el mundo lo fuertes que eran y que siempre estaban “a la moda”. Estaban metiéndose con el pequeño Álvaro, presa preferida por esos vagos. Y el muchacho hizo lo que siempre hacía y lo único que lograba mas o menos salvarlo: se apresuró a largarse de los vestidores. Ko y yo nos tomamos nuestro tiempo, esos imbéciles no nos preocupaban, nunca se metían con nosotros (¿quién, en su sano juicio, iba a meterse con alguien como Carlos Ko?). Entre pláticas y bromas salimos hacia el carro de mi amigo.

–        Ya sé que el Taxista en un gritón de mierda pero es cierto que no andamos jugando bien… así no vamos a ganar la copa… – comenté.

–        ¿Y qué, acaso esa es la única mierda que hay? – objetó Ko.

–        Pero ¿para qué entrenar tanto si no vamos a ganar? ¿Para qué aguantar tanto a ese cerote entonces?

–        Si, es cierto, es un martirio de mierda aguantar a ese hijo de puta…

–        ¡Y para más joder ya vienen los exámenes y no he estudiado nada!

–        ¡Comé mierda, ni estudiar necesitás cerote, y con tu promedio menos! – hizo una pausa – pidamos una pizza cuando lleguemos a mi casa, me muero del hambre…

–        ¡A mierda, me hiciste recordar que no cargo mi lonchera! – exclamé.

–        ¡Je, je, mula! ¿Y en dónde la dejaste?

–        En los vestidores… no la saqué… ahí te alcanzo vos…

–        Ta´bueno, ahí te espero…

Di la vuelta y regresé, ya casi íbamos saliendo del colegio así que fue un buen trecho el que corrí (era un colegio grande de “niños bien”). El nuevo rector había hecho una inversión considerable en toda la infraestructura del establecimiento, incluyendo las áreas deportivas. Los vestidores fueron remozados con pisos, azulejos y duchas nuevas, además de casilleros y otras cosas. Eran un cuartos grandes y amplios, con 3 hileras de casilleros colocados antes de llegar a las regaderas, divididas en 4 cubículos de 4 regaderas cada uno con cortinas en las entradas. El rector nos dijo que aprovecháramos esas mejoras para provecho del colegio y el nuestro… aunque algunos lo entendieron de otra forma…

Pues bien, mi casillero quedaba en la ultima fila justo frente a las duchas, por lo que rápidamente me di cuenta que aun había gente bañándose. Me sorprendí, pues por la hora pensé que ya no habría nadie. Sin embargo no le di importancia, pero entonces escuché algo que si estaba fuera de lo normal.

–        ¡Oh si, dale nene, metétela más al fondo!

Era la inconfundible voz del Taxista, le decíamos así por su apariencia, era un tipo alto, moreno y de piel curtida. Su cuerpo era muy fuerte, con brazos y piernas gruesas y duras, aunque con una panza cervecera que hacía pensar que la juventud ya lo estaba dejando atrás. Tendría 40ytantos años.

–        No están jugando bien… no debería dejar que me hagás esto nene… no te lo merecés.

–        ¡Pero yo meto muchos goles profe, no es justo! – reconocí la voz y me quedé de piedra, ¡era Álvaro! – Déjemela un rato más… le prometo que voy a seguir marcando goles…

–        Los únicos goles que te interesan son los que yo te marco a ti, perra, ja, ja, ja…

Volvieron a guardar silencio y yo agudicé el oído, entre el ruido del agua podía distinguir chupeteos que rápidamente adiviné qué eran, aunque no podía creer que fuera verdad. Oía además sus jadeos, suaves y quedos. La curiosidad me comía, eso era algo que nunca había llegado a imaginar, no podía estar sin hacer algo más. Al mismo tiempo una intensa picazón crecía en mi pene que aumentaba de talla, me ruboricé, me estaba calentando, se me puso dura la verga y un intenso morbo invadió todo mi ser.

La luz ya estaba apagada en todo el vestuario por lo que estaba oscuro, solo seguía prendida la bombilla del cubículo en donde estaban. Me imaginé que si lo hacía con cuidado y despacio no me verían, así que, ahuevadísimo, me acerqué. Me asomé con mucha precaución y, poco a poco, los vi: desnudos, frente a frente, con Álvaro acuclillado delante del Taxista, con los ojos cerrados, chupándole la verga, larga, gruesa, morena y surcada de venas, con la desesperación de un perro famélico. Su gesto era de intenso placer, lo estaba disfrutando incluso más que el profe, si cabe.

Contemplé su cuerpo imponente de atleta, de hombre maduro y experimentado, que seguramente recordaba viejas glorias y mejores días, pero que aun se negaba obstinadamente a dejarse ganar por el tiempo. Contemplé la soberbia mamada de mi compañero, dejaba al entrenador metérsela hasta el fondo, casi cortándole la respiración. El profe lo tomaba de la cabeza, aprisionándolo con sus dedos enredados en su mojada cabellera castaña, para poder manejar la felación a su total antojo. Álvaro no protestaba, creo que disfrutaba sentirse propiedad del hombre, ser tratado como una putita. Y lo era, llevaba el rol de sumiso pasivo en ese encuentro, pues además de dejarse manejar por el profe, también se iba preparando el ano para ser enculado. En la misma pose, se sostenía en el suelo con una mano mientras que con la otra se masajeaba el culo. Subía esa mano hasta su boca y se metía adentro un par de dedos para sacarlos rebosantes de saliva y luego devolverlos a su hambriento y ansioso ano, introduciéndoselos y abriéndoselo poco a poco.

–        Bueno, ya es suficiente perrita… – dijo el profe saliendo de su estado de éxtasis, yo me oculté.

–        ¡Pero papito, yo todavía quiero!… no le has dado de comer a mi culito… – replicó Álvaro, parecía mentira lo marica y sumiso que se había escuchado.

–        Ya dije que no están jugando bien y así no se lo merecen…

–        ¡Pero yo si, estoy metiendo goles! Hoy hasta dejé clavado en el suelo a Ricardo y anoté…

–        Si, si, es cierto… Centeno no es un mal jugador, no sé qué le estará pasando al cerote… ¡y tiene un culo, algún día me lo tendré que coger! ¡Seguro gime como una perra el hijo de puta! – sus palabras me ofendieron y me atemorizaron… ¡ese hijo de puta me quería coger!

–        Dámela mi macho… cogeme… así como te gusta… sabés que lo necesito, soy tu puta…

Con muchísimo cuidado me asomé de nuevo y ocurrió lo que tenía que suceder, el Taxista tomó con brusquedad a Álvaro del pelo y lo puso de pié. Lo besó apasionadamente y le susurró cosas al oído que no pude escuchar. Acto seguido, Álvaro se puso en cuatro patas con su culo bien paradito, el entrenador se colocó detrás de él acuclillado y se la metió por el agujero.

–        ¡¡¡AAAAAHHHHHHH!!! ¡¡Profe, profe… aaaahhhhh!!

–        ¿Te gustó perrita?

–        ¡¡¡SSSIIIIIIIIIGGGGHHHHH… DEME MÁS, MAAAAASSSSGGGGHHHH!!!

Me atreví a sacar un poco más la cabeza, estaban en un ángulo de 45º con la pared y casi me daban la espalda, no podían verme. Así vi en primera fila un espectáculo sin precedentes: un profesor enorme, fuerte y musculoso, cogiéndose a un alumno bajito, delgado como un fideo, pero totalmente entregado a sus deseos como una perrita mansa. Álvaro no aparentaba sus 18 años. Era de piel morena clara, cabello negro rizado y complexión delicada. Eso y su atiplada y poco masculina voz, contribuían a que lo fastidiaran constantemente, si se pusiera falda pasaría por niña.

El Taxista lo clavaba con furia, fuerza y velocidad, estremeciendo por completo su cuerpo imberbe. Lo sujetaba de las caderas con una mano, con la otra lo agarraba del pelo y con sus poderosos muslos se impulsaba para clavar su poderosa estaca en ese ano caliente. Álvaro gemía como un desesperado, supe que no serían pocas las veces que se lo había cogido antes, una verga como esa no entraría fácil en un culo que no estuviera acostumbrado.

–        ¡¡¡AAAAHHHH, AAAHHHH, PROFE, PROFE… AAAAAGGGGHHHHH!!!

–        ¡¡¿TE GUSTA PERRA, TE ESTÁ GUSTANDO?!!

–        ¡¡¡SSSSSIIIIIIIIIGGGGGGHHHHHHH… DEME MAAAAASSSSSGGGGGHHHHHH!!!

Ante mi sorpresa y asombro, del pene de Álvaro comenzaron a salir largos y abundantes chorros de semen que cayeron sobre la loza. No lo creía, alcanzó el orgasmo solo de ser penetrado con esa fuerza y salvajismo, no lo podía creer. Pero le quitó muchas energías, ya no pudo aguantar los embates y el peso del entrenador (a pesar que este descansaba la mayor parte de su peso sobre sus piernas). Poco a poco, ante cada nuevo estoque, mi compañero fue cayendo hasta quedar boca abajo en el suelo y con ese hombretón encima de él. El Taxista lo rodeó con las piernas y le tomó las muñecas con fuerza por delante de su cabeza, lo inmovilizó. Lograba que sus muslos quedaran cerrados, lo que provocaba que su pene se sintiera más apretado allí adentro y que el placer aumentara.

–        ¡¡¡AH, AH, AH, AH… NENE… OOHHH, NENE!!! – jadeaba el Taxista – ¡¡Hay… hay que… acabar… rápido… ah, ah, ah, ah!!… – comprendí a qué se refería, me imaginé que estar cogiendo en las duchas de tu lugar de trabajo (que además era un colegio, sin añadir que con quien cogía era con un alumno) no era de lo más seguro.

El entrenador se levantó y puso de pié a Álvaro, lo besó profundamente mientras le metía las manos entre las nalgas, supongo que le estaba terminando de ensanchar el culo (aunque no me imagino que a ese ano le faltara abrirse más), escuché a mi amigo gemir en voz alta. Luego lo cargó de las axilas y Álvaro lo rodeó con las piernas, al mismo tiempo guiaba el enhiesto falo hacia su cálida gruta. Un largo y sonoro jadeo se le escapó cuando se sintió atravesado nuevamente.

–        ¡¡¡AAAAHHHHHH, SIIIIIIHHHHHH!!! – dijo y comenzó a brincar sobre esa tranca.

Ahora se lo cogía de pié, embistiéndolo como un loco mientras mi amigo perdía el control más y más cada vez. Álvaro en verdad parecía una yegua desbocada, rodeaba al Taxista del cuello para impulsarse y ensartarse cada vez más fuerte. Y este otro, cada vez más y más caliente, trataba de alcanzar su clímax lo más rápido que podía. Le abrió las piernas a mi amigo y las subió, colocándolas contra su propio pecho, de manera que el muchacho quedó con las rodillas a ambos lados de la cabeza. Ahí aprovechó para darle con más fuerza y brusquedad, acercándose a la apoteosis del encuentro a pasos agigantados.

Se lo cogió por un buen rato más, hasta que el entrenador desenchufó al pobre y agotado Álvaro y lo colocó de rodillas frente a él. Tomó su enorme pene, oscuro, grueso y cabezón, y se pajeó hasta que le bañó la cara con impresionantes y largos chorros de abundante y espesa esperma, desde la frente hasta el pecho, parecía una manguera de bombero. Y yo reaccioné por fin en ese momento, tomé mi lonchera y, en total silencio, salí de los vestidores y corrí a la salida del colegio. Llegué con mi amigo casi 30 minutos después que lo dejé.

No lo podía creer, lo vi pero no lograba asimilarlo… ¡Álvaro con el entrenador, sirviéndole como una puta, Dios mío! Aquello era sencillamente imposible, algo que no podía estar pasando y que se unía a la ya larga lista de cosas de ese tipo en mi vida. Pero lo peor para mi era la erección de caballo que traía bajo el pantalón y que me avergonzaba enormemente… ¡eran 2 hombres cogiendo y yo me calentaba!

Claro, poco después perdería esos prejuicios machistas y mi mente se abriría enormemente hasta estar preparado para lo que el destino me tendría reservado más o menos un año después…

Desperté más o menos 2 horas después, con Álvaro firmemente asido a mi mástil de carne, tieso de nuevo, mamando como una perrita golosa.

Continuará…

Garganta de Cuero

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