Mi amigo
Los pies de un amigo pueden ser una maravillosa forma de aproximarse a él.
Mi Amigo
Era extraña nuestra relación. Habíamos sido amigos por años, desde el colegio, pero nos habíamos dejado de ver. Durante mucho tiempo me había masturbado pensando en su cuerpo, el que había tenido oportunidad de apreciar en las duchas despues de gimnasia. En la distancia del tiempo, y despues de muchas experiencias sexuales, ya no me parecía el "adonis" que en esa época yo veía en él. Pero volví a encontrarle muchos años despues.
El tiempo había mejorado enormemente todo lo que por naturaleza poseía. Ahora tenía bigotes gruesos, era mucho más fornido, grande y maduro. Por cierto, estaba casado.
Nuestro nuevo encuentro fue casual, pero combinamos para seguirnos viendo. Le invité a mi casa y le dije directamente que yo era gay, para tremenda sorpresa suya. Más aún, le confesé que me había masturbado muchas veces pensando en él. Se conmovió y lo ví bastante preocupado.
Por esos días él había tenido bastantes problemas en su trabajo y el estrés era evidente. Me ofrecí a hacerle un masaje en los pies. Probablemente jamás se imaginó que aquello podría ser erótico para mí. Parece que los heterosexuales (y muchos gays) no se fijan en que tienen pies y que estos pueden ser instrumentos maravillosos de placer.
Se recostó en la cama, le saqué los zapatos y los calcetines. No olían sus pies y estaban muy bien cuidados.
Comencé el masaje muy suave a cada dedo, pasando mis pulgares por sus plantas. Se relajó y entró en una especie de somnolencia conciente. A esas alturas ya se le notaba el bulto en el pantalón. Le sugerí quitarse los pantalones para que no se le siguieran arrugando. Apenas me respondió algo ininteligible. Se los saqué. Quedó en calzoncillos. A esas alturas me animé y comencé a mamarle los pies suavemente al principio y más feroz luego.
Su ropa interior comenzó a mostrar la humedad de su pene que goteaba discretamente. Yo estaba con pantalón corto y me lo quité silenciosamente sin sacar mi boca de entre sus dedos. Le acaricié suavemente su bulto y le saqué sin problemas el calzoncillo pues colaboró con un suave levantamiento de sus caderas. A esas alturas me quedaba claro que se estaba hacendo el dormido... y que lo disfrutaba. Le mamé su pene subiéndome arriba de la cama. Yo me lubriqué con mi abundante saliva el ano e introduje el dedo gordo de su pie en mi ano mientras le amaba el pene. Eyaculó con abundancia, pero en silencio, tal vez ahogando pudorosamente pequeños gemidos de placer. Volví a arrodillarme a la orilla de la cama contemplando sus pies aún húmedos con mi saliva y con su semen en mi boca. Me masturbé con el mismo silencio que había reinado en toda la escena.
Poco tiempo después me dice que debía irse. Lo ayudé a vestirse. No hubo palabras ni miradas de reproche, sólo al despedirse me dijo. "Gracias".
Nos seguimos viendo, pero nada hablamos del tema hasta que pocos días atrás me dijo que estaba necesitando una nueva sesión de relajamiento conmigo.