Mi amiga trabajaba en un comercio de lencería.

Espero que esta historia guste a mis lectores. Espero sus opiniones para bien ó para mal.

No me importaba demasiado el escatimar hasta el último Euro y vivir durante el resto de la semana en una casi penuria económica con tal de poder disponer de dinero para irme de putas con mi amigo Mario la noche del viernes y sábado. Aunque al principio las escogíamos en la calle, nos habituamos a acudir a un “puti club” de carretera. Mario, a pesar de encontrarse bastante bien dotado, no había forzado lo suficiente a su chorra como para conseguir disponer de una potencia sexual tan encomiable como la mía por lo que se lo tomaba con calma para, a lo largo de la velada, echar dos ó tres polvos mientras que, en mi caso y al encontrarme siempre empalmado, al llegar escogía a la fulana de turno y en cuanto nos asignaban una habitación y me desnudaba, procedía a “clavársela” sin necesidad de otros estímulos con el propósito de comenzar a “descargar”. Al ser cliente asiduo llegué a contar con ciertos privilegios como el poder disponer de la debida variedad a lo largo de la noche lo que me permitía pasar la velada en compañía de más de una golfa y el cepillarme a féminas jóvenes y maduritas; altas y bajas; delgadas y rellenas; de cabello rubio, claro ó moreno; unas dotadas de un culo bastante estrecho a las que me encantaba hacer sufrir hasta que lograba meterlas entero el cipote por el ojete y otras provistas de un trasero con una voluminosa masa glútea y con un ano que dilataba con tanta facilidad que podía introducírselo casi sin hacer presión. Me daban, incluso, toda clase de facilidades para que pudiera repetir con las que, siendo guarras, meonas, tragonas ó viciosas, más gusto me habían dado en sesiones anteriores. Una vez que las echaba el primer polvo me agradaba que aquellas pedorras me “cascaran” y comieran el nabo antes de volver a “clavárselo” tanto por delante como por detrás sin que ninguna se opusiera a recibir por el culo ni encontrarme con el comentario de que, al tenerlo tan sumamente grueso, era prácticamente imposible que las entrara por el ojete que había tenido que escuchar hasta la saciedad con otras hembras. Me gustaba empezar la velada follándome a una fulana de raza blanca y que, avanzada la noche, fuera una inmigrante mestiza ó negra la que tuviera que esforzarse y hasta sudar, para poder darme satisfacción y vaciarme los huevos sacándome los últimos polvos. Contando con la complicidad de los propietarios, que me dejaban hacerlas todo lo que me apeteciera, me encantaba obligar a aquellas golfas a no desperdiciar nada de lo que salía por mi pene por lo que, cuándo no las echaba mis meadas dentro de la almeja ó del culo, las agarraba con fuerza de la cabeza y las apretaba contra mí para que, aunque no quisieran, se tuvieran que beber las micciones que echaba poco después de mis eyaculaciones pares al mismo tiempo que me chupaban la picha; las efectuaba unos exhaustivos y muy largos exámenes táctiles y visuales de sus tetas y de su “cueva” vaginal y anal; iba con ellas al cuarto de baño para que, cuándo tenían ganas de mear, tuvieran que hacerlo de pie y mientras las frotaba enérgicamente el chocho con lo que su pis pasaba por mi mano antes de caer al inodoro y si iban a defecar, lo que era bastante normal después de darlas por el culo, las obligaba a comerme la pilila manteniéndola totalmente introducida en su boca mientras iban soltando su caca y las tenía ocupadas, lo que me permitía recuperar fuerzas, durante un buen rato haciendo que me lamieran el ojete antes de que me lo forzaran con sus dedos mientras apretaba con ganas. Había un par de fulanas a las que las agradaba girarme la pirula, de manera que la punta quedara mirando a mis pies, para “cascármela” muy lentamente mientras observaban el tremendo grosor que adquirían mis cojones y me metían la lengua en el ojete. Cuándo consideraban que la salida de mi leche era eminente me introducían muy profundos un par de dedos en el ano y me hurgaban con ellos en todas las direcciones con lo que lograban que soltara un polvo espectacular. A otra la gustaba tener preparado un café y al producirse la eyaculación, cortarlo con mi lefa para, acto seguido, proceder a calentarlo y bebérselo comentándome que con la leche recién ordeñada estaba mucho más sabroso. Por otro lado, con sus hurgamientos anales la mayoría de los días me dejaban de lo más predispuesto para defecar mientras que en otros me provocaban una gratificante cagada que, aunque no las resultara agradable, debían de contemplar salir al exterior manteniéndome bien abierto el ano para, al terminar, limpiarme con su lengua. A más de una la obligué a “degustar” e ingerir alguno de mis gruesos y largos folletes de mierda según iba apareciendo por el ojete llegando a habituarse a ello y reconociendo que, en contra de lo que pensaba, no la había resultado tan repulsivo y repugnante el comérselo. Cuándo el domingo, después de amanecer, abandonaba aquel local me encontraba de lo más pletórico y relajado aunque el pito me incomodaba al mantenerse, incluso en reposo, totalmente tieso y con el capullo abierto y tanto ese día como el lunes sentía ciertas molestias, sobre todo al mear, que iban desapareciendo con la abstinencia sexual que mantenía el resto de la semana.

Me encontraba a gusto con esta actividad sexual que, aunque no fuera precisamente barata, no me exigía el menor compromiso y me permitía “clavársela a pelo” a las mujeres y “descargar” con total libertad en el interior de su coño sin llegar a importarme que, a cuenta de la cantidad de lefa que las echaba y lo profundo que se la soltaba, aumentaran las posibilidades de dejarlas preñadas. Pero cierto viernes Mario se empeñó en romper la rutina para irnos de copas con un grupo de compañeros de trabajo suyos que conocían los lugares más idóneos para ligar con féminas consideradas sexualmente fáciles con lo que nos ahorraríamos el tener que pagar por disfrutar de sus favores. Acepté por no contrariar a Mario pero no me agradó mucho la idea ya que prefería la “acción directa”, sin tener que malgastar un montón de saliva para intentar acabar la velada con una golfa en la cama y además, en ese tipo de reuniones se bebía demasiado y sabía que el alcohol reducía mi potencia sexual. Acudí a la cita sin estar convencido de que fuera a resultar bien y finalizáramos la noche mojando pero en el segundo local al que entramos no tardamos en unir unas cuantas mesas y sentarnos con un nutrido grupo de chicas jóvenes con las que mantuvimos una animada conversación.

Aunque la iluminación era tenue, me llamó especialmente la atención una de ellas y mi mirada no hacía más que detenerse en su escote a través del cual lucía buena parte de la zona superior de sus apetitosas, grandes y prietas tetas. La hembra, que estaba sentada en el borde opuesto al mío, también parecía prestarme más atención que a los demás y no dejaba de insinuarse pasándose lentamente la lengua por los labios. Como aquello me pareció demasiado fácil y no me decidí a entablar una conversación directa con ella, opté por evitar que mi vista se siguiera centrando en su escote dándome la vuelta con intención de mirar al “percal” que había en esos momentos en el local observando que ni las chicas ni los chicos desaprovechaban la menor ocasión para meterse mano. Cuándo volví a mi posición inicial me percaté de que la joven había optado por cambiar su sitio con otra chavala y que estaba a punto de sentarse enfrente de mí lo que me permitió observarla con mayor detenimiento viendo que disponía de un abundante cabello rubio, una complexión un tanto atlética y una considerable estatura y que vestía un modelito tan sumamente corto y exagerado que, al sentarse, la dejó al descubierto el tanga. Después de bajarse la falda me dijo que se llamaba Sonia y me estuvo dando conversación durante unos minutos con lo que me di cuenta de que su tono de voz tenía cierto acento caribeño y no era demasiado femenino. De repente, adoptó una posición extraña en su asiento y empezó a tocarme la polla a través del pantalón con un pie descalzo por debajo de la mesa. Mi miembro viril respondió de inmediato a sus estímulos y la mujer, después de volverse a sentar bien, se dedicó a palpármelo con su mano sin ningún disimulo mientras me indicaba que se me había puesto a tope muy rápido y que lo mejor que podía hacer era acompañarla puesto que, evidentemente, mi “instrumento” estaba demandando echar un buen polvo. Un tanto avergonzado, ya que varias de las jóvenes con las que estábamos sentados se habían dado perfecta cuenta de los tocamientos de Sonia, la seguí. Sin dejar de bailar atravesó casi todo el establecimiento hasta que llegamos a un oscuro rincón situado detrás de los grandes bafles del sonido donde, en medio de un ruido ensordecedor, se apresuró en conseguir que mi pantalón y mi calzoncillo descendieran hasta los tobillos para proceder a tocarme el rabo mientras me decía al oído que estaba dotado de una deliciosa, excepcional y magnífica “salchicha”. Un poco más tarde comenzó a “cascármela” con movimientos en forma de tornillo. Al tardar bastante en eyacular siempre he sabido hacer disfrutar al máximo a mis parejas pero, aquella noche, Sonia me sacó una copiosa cantidad de leche con una celeridad impresionante y a pesar de que no se veía nada, me indicó en el momento preciso que acababa de producirse la lubricación previa a la eyaculación; que me encontraba inmerso en los instantes de mayor placer ó que iba a echar el primer chorro de lefa. Creo que hasta llegó a contar los que solté y sorprendida por el hecho de que fuera capaz de echar tal cantidad de semen y durante tanto tiempo, me siguió meneando la verga hasta que, viendo que la erección se mantenía, se puso de rodillas delante de mi para pasársela por la parte visible de sus tetas antes de introducírsela en la boca y comérmela con tal esmero, deleite y de una forma tan gratificante, que inmerso en un gusto tremendo, empecé a sentir que mi segunda eyaculación no iba a tardar en producirse. Sonia también lo debió de notar puesto que, extrayéndose la chorra de la boca, me apretó con fuerza los cojones y procedió a movérmela despacio con su mano al mismo tiempo que me decía que tendría que esperar un poco más para echar otro polvo.

Enseguida se incorporó, se despojó rápidamente de su fino vestido y quedándose en tanga, me ofreció sus grandes y prietas tetas para que pudiera tocárselas, mamárselas e incluso, mordérselas señalándome que, si me gustaban, el próximo día en que quedáramos las podría tener llenas de leche artificial para que me diera el gustazo de sacársela. Después de sacar el mejor partido que pude de su “delantera” mientras ella se ocupaba de que mi cipote se mantuviera totalmente tieso al no dejar de restregarlo con la parte interna de las copas de su sujetador, me dijo que ardía en deseos de sentir mi descomunal tranca dentro de su culo para que se lo perforara hasta que se lo llenara de leche y se jiñara. Me encontraba tan salido que no me opuse a darla por el trasero aunque la advertí que siempre que se la “clavaba” por detrás a una fémina me agradaba hacerlo en una manera bastante bestial a lo que Sonia me contestó que la encantaba que se la metieran así y que la trataran como a una autentica puta. Quitándose el tanga, se colocó en posición dándome la espalda y después de doblarse, ella misma se abrió el ojete con sus manos por lo que procedí a penetrarla analmente sin muchas contemplaciones. A pesar de habérselo advertido, no se esperaba que, teniendo el nabo tan grueso, se lo fuera a “clavar” de una forma tan rápida y salvaje y que, una vez que lo tuvo entero dentro de su trasero, la fuera a dar tales envites pero colaboró apretando con fuerza sus paredes réctales contra mi pene mientras me indicaba que con la celeridad con la que la había perforado el intestino me iba a resultar bastante fácil sacarla la mierda. Me eché sobre su espalda con la intención de poder apretarla las tetas, tirar de ellas hacía abajo como si pretendiera ordeñarla y pellizcarla los pezones con lo que la hice dar unos leves gritos al mismo tiempo que la insultaba llamándola cerda, golfa, fulana, perra y zorra y ella me indicaba que iba a terminar reventándola el culo pero que la estaba dando un gustazo tremendo. Mi eyaculación se encontraba bastante próxima cuándo pensé que se encontraría dotada de una seta chorreante y húmeda a la que, hasta ese momento, no había prestado la menor atención por lo que dirigí mis manos a su entrepierna quedándome de piedra al encontrarme con una picha de dimensiones más que aceptables y unos huevos tan gordos como los míos. Semejante sorpresa originó que me quedara parado y llegara a perder buena parte de la erección. Sonia, viendo que se me cortaba el rollo, se encargó de moverse convenientemente al mismo tiempo que me animaba a continuar y me indicaba que no iba a parar hasta conseguir que “descargara” dentro de su culo y la hiciera cagar. No sé como lo consiguió pero la pilila se me puso, otra vez, muy dura y tiesa y me sentí tan sumamente salido que accedí a moverla la suya ya que, según me indicó, la estaba dando tanto placer que se la había puesto en las condiciones más idóneas para soltar el semen. Ambos nos íbamos acercando a nuestra respectiva “descarga” cuándo nos percatamos de que un par de jóvenes nos habían descubierto y que, iluminándonos con una pequeña linterna y riéndose a carcajadas, nos observaban mientras una tercera, colocada detrás de ellas, me pareció que las estaba tocando el culo mientras indicaba a un nutrido grupo de chavalas que habían dado con un par de maricones. Sonia, incrementando el ritmo de sus movimientos, me dijo que me centrara en darla por el culo y que no la hiciera ningún caso puesto que conocía a la última joven y era una envidiosa que, seguramente, estaría deseando tocarme y disfrutar de mis atributos sexuales en cuanto se la sacara del trasero. A pesar de que nunca he sido partidario del sexo homosexual, de que no estaba demasiado cómodo con la mirada de aquellas chavalas fija en nosotros y de que mi colaboración durante los últimos minutos resultó mínima, Sonia consiguió volver a excitarme al contarme algunas de sus experiencias. Me sorprendió conocer que entre las golfas a las que se estaba tirando con cierta regularidad se encontraba una conocida, a la que había saludado al entrar en el establecimiento, que siempre se había mostrado cerrada, estrecha y poco receptiva conmigo oponiéndose a llevar a cabo la menor actividad sexual a lo que Sonia me contestó que, desde el momento en que se convirtió en transexual, había aumentado considerablemente el número de hembras a las que se cepillaba y que se le habían abierto un montón de “cuevas” vaginales y anales que, hasta entonces, nadie había explorado. En ese momento sentí que su leche salía en una cantidad espléndida para irse depositando en el suelo bajo la atenta mirada de aquellas dos mironas. Me dio tanto gusto que, pocos segundos más tarde, “exploté” en el interior de su culo. Sonia, que estaba deseando recibir mi lefa, parecía volverse loca al sentirla caer en su interior y más al notar que, cuándo aún se la estaba echando, empecé a mearme y que la solté una larga micción. Siguiendo sus indicaciones continué enculándola mientras me decía que con la leche y el pis la había conseguido reblandecer la caca pero que pretendía que la siguiera forzando hasta que no pudiera aguantar más. Unos cinco minutos después comencé a notar que mi pirula se estaba embadurnando en su mierda por lo que dejé de darla envites anales. Sonia me apremió para que se la sacara con intención de poder defecar pero la punta estaba tan sumamente encajada en su intestino que, hasta el momento en que empezó a perder la erección, no lo pude hacer. En cuanto la tuvo fuera soltó una cantidad ingente de caca líquida antes de que, colocándose en cuclillas en un rincón, expulsara el resto al mismo tiempo que echaba una apoteósica meada cuyos chorros llegaron a depositarse a varios metros de su miembro viril. Mientras soltaba mierda y más mierda me comentó que aquella experiencia había sido fabulosa y que la había hecho desear que la poseyera por el culo con frecuencia. Debo de reconocer que, aunque no me había disgustado, el pensar en volver a hacerlo sabiendo que era transexual no me apetecía lo más mínimo por lo que, tras limpiarme lo mejor que pude el pito con su tanga, procedí a subirme el calzoncillo y el pantalón. No había terminado de vestirme cuándo las dos mironas se pusieron a su lado con el tanga a la altura de las rodillas y mientras una de ellas procedía a comerle la polla, que se mantenía con una más que aceptable erección, la otra la introdujo un par de dedos en el ojete con intención de forzarla para que soltara más caca mientras se “morreaban”. Sonia, por su parte, no tardó en dejarlas con el culo al aire y hacerlas abrir las piernas lo que me hizo suponer que iba a aprovechar el manifiesto “calentón” de las jóvenes para follárselas y pensé que si continuaba a su lado también podría tirármelas pero, en cuanto vi que el transexual se encontraba de lo más entusiasmado tocándolas la almeja y besándose con la joven que continuaba hurgándole en el ojete con ganas, lo miré un tanto despectivamente, me separé de él y de sus nuevas amigas y me dirigí hacía la puerta saliendo del local para encaminarme a mi domicilio después de que uno de sus compañeros me indicara que Mario hacía un buen rato que se había ido y muy bien acompañado.

Hasta el miércoles siguiente no tuve la menor noticia de mi amigo que me llamó entusiasmado para contarme que, en el mismo establecimiento en el que mantuve mi contacto sexual con Sonia, había conocido a dos jóvenes bisexuales brasileñas que estaban de vacaciones con las que había terminado la velada en su casa y que, desde la madrugada del sábado a la tarde del domingo, se habían encargado de sacarle un montón de polvos ya que, después de echarlas la leche en un par de ocasiones y de mearse, le dejaban reponerse para que pudiera soltar más mientras ellas se comían el chocho hasta hacerse pis en la boca de la otra, se realizaban unos exhaustivos fistings ó se hurgaban a conciencia en el ojete con el propósito de poder sacarse lentamente la caca. Le dijeron que había que aprovechar aquellas ocasiones para disfrutar plenamente del sexo puesto que, aunque terminaran para el arrastre, durante el resto de la semana dispondrían de tiempo para recuperarse guardando una estricta abstinencia. Al darse cuenta de que me encontraba un tanto contrariado y nervioso dejó de narrarme lo sucedido para interesarse por lo que me sucedía y no tuve más remedio que contarle lo que me había ocurrido con Sonia. Me indicó que no debería de haberlo visto desde un punto de vista tan pesimista puesto que un buen transexual podía llegar a darme mucho más placer que una mujer además de facilitarme que, empezando por las mironas, me hubiera podido cepillar al completo surtido de bellas y jóvenes féminas a las que se estaría follando con regularidad.

Para animarme me comentó que el viernes había vuelto a quedar con sus dos amigas y que estas le habían prometido que irían acompañadas por una de sus primas españolas por lo que confiaba en que no le dejara en la estacada puesto que esta última chavala iba a acudir pensando en encontrarse conmigo. Después de lo que me había sucedido con Sonia, junto con otra mala experiencia que tuve con una hembra a la que me tiré prácticamente a diario durante algo más de un año y al final resultó que estaba casada y que nunca había llevado puesto el DIU por lo que la dejé preñada con lo que me creó un montón de problemas al no querer enjeretarle el crío a su marido ya que lo que pretendía era separarse de él y vivir conmigo, casi había decidido volver a mi habitual actividad sexual en el “puti club”, a pesar de saber que podía meterme en un buen lío puesto que había oído determinados rumores en el sentido de que algunas de las fulanas que trabajaban en él residían de forma ilegal en el país ó habían sido forzadas a ejercer la prostitución, pero pensé que Mario no había tenido nada que ver en lo que me había sucedido la noche del viernes anterior y al final, me animé a acudir a esta nueva cita que apalabramos en un local que frecuentaban chavalas, pardillas y pijas, con las que no solía ser demasiado complicado mantener relaciones sexuales.

Pero la noche del viernes no comenzó demasiado bien puesto que, al terminar de cenar y como aún era pronto, me acosté en la cama con intención de descansar un poco mientras llegaba la hora convenida para nuestra cita. Al estar cansado me quedé dormido ocasionando que, al despertarme, tuviera que vestirme deprisa y acudir apresuradamente al lugar del encuentro llegando con más de un cuarto de hora de retraso. En cuanto abrí la puerta de acceso al local vi a Mario acompañado por las tres mujeres, dos de ellas muy minifalderas y provocativas mientras la tercera vestía de una forma más elegante y sofisticada. Me acerqué a ellos y una vez que pedí disculpas por llegar tarde, mi amigo procedió a presentarnos. Las dos brasileñas, llamadas Alma y Luz, eran esculturales pero Vanesa, su prima, no se quedaba atrás al tratarse de una joven morena y menuda provista de un físico de lo más deseable. Intenté mezclarme en su conversación pero me fue imposible ya que los únicos que hablaban eran Alma, Luz y Mario lo que hizo que no me quedara más remedio que fijarme en Vanesa que, con un indudable encanto latino y unas preciosas curvas, permanecía ajena a todo aquello dándome la impresión de que era parca en palabras hasta que me percaté de que lo que sucedía era que no estaba acostumbrada a beber y que se había “colocado” con el par de copas que se habían tomando mientras me esperaban por lo que tenía un “pedo” de consideración. Pero noté que la joven reaccionaba y que empezaba a sentirse incómoda cuándo Mario se empeñó en que tocara las tetas a sus dos amigas a través de la ropa para comprobar su gran volumen y que no usaban sujetador, cosa que resultaba bastante evidente observando como se las marcaban los pezones en las camisetas de tirantes que llevaban puestas; cuándo las levantó la falda para que pudiera ver que llevaban el tanga conjuntado con el resto de su vestuario y cuándo las empezó a meter mano a discreción sin que las jóvenes brasileñas hicieran nada por impedirlo. Luz, pasado un rato, le indicó que como siguiera apretándola la vejiga urinaria y metiéndola y sacándola un dedo del coño se iba a hacer pis allí mismo con lo que pareció motivar a Mario que, animándola a hacerlo, continuó con ello hasta que logró que se meara y de que manera, formando un buen charco en el suelo mientras que a Alma, tras pellizcarla los glúteos, la metió uno de sus dedos en el ojete y la joven respondió a aquel estímulo tirándose una larga y sonora ventosidad. En cuanto la extrajo el dedo, se lo llevó a la boca y después de saborearlo, las dio varias palmaditas en la masa glútea y las mandó al cuarto de baño diciéndolas que, tras aquel hurgamiento anal, Alma seguramente tendría ganas de hacer pipí y popó. Mientras mi mirada se mantenía centrada en Vanesa, que continuaba sin abrir la boca, Mario me explicó delante de ella que Alma y Luz aprovecharían aquella visita al aseo para comerse mutuamente la seta sin el menor pudor ni recato y que le agradaba verlas bien abiertas de piernas y observar como se bebían y saboreaban el flujo y la micción de la otra. Una vez que, pasado un periodo más que prudencial de tiempo, Alma y Luz volvieron a unirse a nosotros Mario decidió unilateralmente que nos fuéramos a un establecimiento cercano para poder bailar un rato. Por el corto trayecto que separaba ambos locales levantó varias veces la falda a sus dos amigas para mostrarme sus espléndidas nalgas, darlas varios cachetes y pasarlas repetidamente su mano extendida por la raja vaginal a través del tanga diciéndome que eran unas cerdas puesto que, en cuanto se la sobaba, mojaban su prenda íntima. Vanesa, por fin, se decidió a hablar para decirme que no se encontraba demasiado bien y que para evitar que se cayera, lo mejor que podía hacer era agarrarla por la cintura cosa que hice con un más que evidente agrado.

En cuanto entramos en el nuevo local Mario hizo que Alma y Luz se quitaran el vestido y que, en tanga, le acompañaran hasta una mesa vacía situada en un oscuro rincón donde se acomodaron. Mi amigo no tardó en bajarse el pantalón y el calzoncillo con el propósito de que sus dos jóvenes amigas se turnaran para comerle el rabo que parecía estar a punto de “explotar” de gusto. Pero como no era cuestión de permanecer allí delante viéndoles me quedé un tanto dubitativo al no tener la menor certeza de lo que debía de hacer con Vanesa puesto que, en su estado, no me parecía apropiado invitarla a tomar otra copa en la barra. El problema se solucionó al poner música lenta con lo que logré acercarla a la pista y una vez que la joven me colocó sus brazos alrededor del cuello procedí a poner mis manos en su cintura. Vanesa, sin decir palabra, se apretaba cada vez más evidenciando que se encontraba bajo los efectos de un “calentón” impresionante por lo que no dejaba de restregar su cuerpo contra mi verga pero, al ser más bien bajita, en vez de frotarse con su almeja lo hacía con su estómago. Aproveché esos instantes para ponerla mis manos en el culo y tocárselo a través de la falda. Como me pareció que estaba muy salida se la intenté levantar pero la chica, bastante indignada, se opuso a ello y me indicó que no la apetecía que la hiciera lucir la braga delante de la cuadrilla de cabrones y putas que estaba allí reunida. Al intentarlo por segunda vez se dejó hacer por lo que, además de subirla la falda, pude meterla mis manos por la prenda íntima, bajársela ligeramente y sobarla la masa glútea y la raja del trasero. Aunque disponía de un culo bastante delgado, era muy redondo y lo tenía prieto y terso. Al abrirse ligeramente de piernas intenté alcanzar con dos de mis dedos su raja vaginal que parecía haberse convertido en un autentico mar de flujo pero Vanesa, al darse cuenta de mis intenciones, volvió a oponerse, me hizo sacar las manos de la braga y después de colocarse bien la falda, me dijo que había notado que estaba totalmente empalmado y que como debía de tener una chorra impresionante y unas ganas enormes de que me realizara un buen “ordeño”, lo más apropiado era dirigirnos al cuarto de baño donde podía encargarse de aliviarme convenientemente hasta dejarme bastante más relajado a lo que la respondí que lo estaba deseando por lo que, cogiéndome de la mano y casi tirando de mí, se encaminó al servicio femenino. Al pasar por delante de Alma, Luz y Mario pude observar que el cipote de mi amigo evidenciaba el haber eyaculado un poco antes y que mientras una de las jóvenes le apretaba los cojones y se lo miraba detenidamente mientras se lo movía despacio, la otra, colocada en una posición un tanto incomoda, le estaba lamiendo el ojete.

El cuarto de baño se encontraba bastante concurrido puesto que un chico, llamado Pablo, se estaba cepillando a Marina una joven de cabello claro, alta y delgada que, completamente desnuda y despatarrada, permanecía sentada, echada ligeramente hacía atrás y con los pies colocados en la encimera de mármol del lavabo mientras que enfrente, en el único compartimiento con la puerta abierta, una hembra madura le estaba comiendo el nabo a un joven. Vanesa me bajó el pantalón y el calzoncillo en la zona de los lavabos, a la vista de las dos parejas, dejando al descubierto mi pene. En cuanto me lo vio su expresión cambió por completo y exclamó:

“Madre mía, menuda pedazo de picha tienes y que gusto me da vértela” .

Vanesa se recreó durante unos minutos mirándome y tocándome tanto la pilila como los huevos, catalogando a ambos como excepcionales, mientras me dedicaba a observar al chico joven que acababa de soltar su leche en la boca de la mujer madura que le estaba haciendo la mamada y que un poco después y mientras Marina se meaba al más puro estilo fuente, Pablo se apresuraba a extraerla la pirula para proceder a movérsela rápidamente delante de ella mientras la echaba en su poblado “felpudo” pélvico y en el exterior del chocho una gran cantidad de lefa y que, después de limpiarse con papel higiénico, se la volvía a introducir vaginalmente mientras Marina le pedía que continuara follándosela. Vanesa, ajena a ello, parecía absorta y entusiasmada mirándome el pito manteniéndome bajada la piel para vérmelo en todo su esplendor hasta que, después de chuparme la punta varias veces y llenármela de saliva, se decidió a apretarme con fuerza los cojones y procedió a “cascármela” con movimientos rápidos dando la sensación de estar sedienta de leche. A pesar de mi excitación, el alcohol que había ingerido me estaba haciendo efecto puesto que mi eyaculación tardó bastante más de lo normal en producirse aunque, cuándo la joven consiguió sacarme la leche, salió con tanta fuerza que los primeros chorros llegaron a depositarse en la parte inferior de las piernas de Marina. Vanesa parecía entusiasmada tanto por las dimensiones que había llegado a alcanzar mi tranca como por la cantidad de lefa que había soltado por lo que, tras meneármela un poco más, se decidió a metérsela en la boca para comérmela pero lo hizo de una forma tan apresurada e impetuosa que, en cuanto la forcé un poco para que se la introdujera entera y la punta la atravesó el gaznate, empezó a sentir unas fuertes arcadas y náuseas que, a pesar de que pretendía continuar, la hicieron desistir para comenzar a devolver aparatosamente. Mientras echaba todo el alcohol que tenía dentro me acerqué a Pablo y Marina, que se volvió a hacer pis mientras su pareja la pegaba unos buenos envites con los que sus tetas no paraban quietas un momento. Me pareció que se encontraban próximos a alcanzar los instantes de máximo placer sexual por lo que, aproximándome un poco más, me dediqué a apretar las “domingas” a la fémina mientras esta procedía a “cascarme” la polla con su mano derecha. Marina alcanzó un nuevo orgasmo y Pablo, totalmente salido por el alto grado de excitación de la chica, la soltó su segunda eyaculación pocos segundos más tarde y esta vez en el interior del coño en donde un poco después se meó con lo que logró que todo el cuerpo de Marina se estremeciera de placer.

Después de ayudarla a descender de su posición sobre el mármol, la joven decidió comérmela mientras Pablo, haciendo que se colocara con el trasero en pompa, intentaba varias veces y sin éxito, introducírsela por el culo para, al final, volver a “clavársela” por vía vaginal. Vanesa, después de devolver, había quedado como una autentica braga y permaneciendo sentada en el inodoro nos observaba con la mirada un tanto ausente. Marina logró sacarme con bastante celeridad la leche que fue “degustando” y tragando a medida que se la iba echando para, unos segundos más tarde, beberse mi meada. En cuanto se sacó el rabo de la boca, Pablo procedió a extraerla el suyo de la chorreante seta, la hizo modificar su posición para que se doblara un poco más y pidiéndome que la mantuviera bien abierto el ojete con mis manos, la puso la verga en el orificio anal y haciendo fuerza se la metió prácticamente entera. Marina chilló y gritó desesperada que la estaba haciendo muchísimo daño mientras Pablo me indicaba que la diera más “biberón” para que se callara. Cuándo parecía que la joven se empezaba a acostumbrar a aquel suplicio y mejor me estaba comiendo la chorra, Pablo la soltó otro polvazo y en esta ocasión dentro del culo, con mucha más rapidez que cuándo se los había echado vaginalmente, entre un montón de insultos y muestras más que evidentes de plena satisfacción mientras Marina, al notarla caer, alcanzaba su primer orgasmo anal y dejaba de chupármela casi al mismo tiempo que se la salían unos cortos pero muy apetitosos chorros de pis que, abriéndola los labios vaginales con mis manos todo lo que me fue posible, me apresuré a beber al mismo tiempo que la lamía su caldosa almeja. Al verme ingerir la micción de Marina, Vanesa volvió a devolver y a pesar de que mi intención era proponer a Pablo que penetráramos a su amiga por delante y por detrás al mismo tiempo, tuve que desistir para, después de observar que la hembra madura le estaba efectuando una impresionante cabalgada vaginal al chico joven mientras le recriminaba que a pesar del tiempo que llevaban allí metidos no la hubiera echado más que dos polvos, abandonar el cuarto de baño agarrando, una vez más, a Vanesa por la cintura. Como no fui capaz de localizar a Alma, Luz y Mario y lo único que encontré en el lugar en el que les habíamos visto por última vez fueron los tangas de las dos mujeres y a una pareja en el que la fémina de origen sudamericano, acomodada en braga sobre las piernas de un hombre al que no pude ver la cara, lucía unas grandes tetas que su amigo no dejaba de tocarla y apretarla mientras se besaban, en vista de que según se encontraba no me parecía apropiado dejar que Vanesa se fuera sola, en cuanto me informé de donde vivía decidí acompañarla hasta su casa.

Desde el momento en que abandonamos el establecimiento y salimos al exterior la joven me pareció mucho más ardiente, entonada y habladora. Por el camino hacía su domicilio se detuvo en varias ocasiones y colocando la espalda contra la pared y abriendo sus piernas me incitaba a que la besara apasionadamente en la boca. Algunas veces y mientras Vanesa aprovechaba aquel “morreo” para tocarme el cipote a través del pantalón, la toqué y sobé las tetas por encima de su ropa ó la metí mi mano por la falda para separarla la parte textil de la braga de la raja vaginal y poder tocarla su húmedo chocho e incluso, la raja del culo y el ojete en el que la llegué a introducir y muy profundo, un dedo. Entre besos y tocamientos me enteré de que trabajaba en un céntrico comercio de lencería fina femenina y cuándo pasábamos por un parque Vanesa no pudo contener por más tiempo su ardor sexual y me dijo que estaba deseando que se la “clavara”. Como me había quedado con muchas ganas de metérsela a Marina, me tumbé boca arriba sobre la hierba en una zona de maleza alta que nos permitía permanecer a cubierto de posibles miradas indiscretas, me bajé el pantalón y el calzoncillo y la ofrecí mi nabo duro, largo y tieso. La joven, después de mirármelo, tocármelo y movérmelo durante unos instantes, se levantó la falda, se separó la parte textil de la braga de la raja vaginal y abriéndose bien de piernas, se colocó en cuclillas sobre mí, se lo “clavó” entero en el coño y tras disfrutar de la agradable sensación inicial, procedió a cabalgarme con tal intensidad que, en menos de diez minutos, me sacó un gratificante, largo y placentero polvo. En cuanto terminé de eyacular, se incorporó un poco para sacarse el pene de la seta, se hizo pis al más puro estilo fuente mojándome la picha y los cojones, se colocó bien la braga y la falda, me chupó la punta de la pilila durante unos momentos, me ayudó a incorporarme del suelo y a vestirme y después de darnos un largo beso con lengua en la boca, seguimos nuestro camino.

Nuestra siguiente parada fue en el amplio acceso al garaje de vehículos de un edificio en donde la bajé la braga hasta las rodillas y durante un buen rato la estuve apretando y sobando la almeja hasta que logré ponérsela sumamente húmeda para que me deleitara con el grato sonido de su “baba” vaginal. Vanesa no tardó en decirme que, a cuenta de mis tocamientos, volvía a tener ganas de mear. La pedí que aguantara todo lo que pudiera su pis hasta que, viendo que comenzaba a salírsela, me puse de rodillas delante de ellas, la abrí al máximo los labios vaginales con mis dedos y por primera vez, entré en contacto directo con su sabrosa micción que me bebí íntegra sin que ni una sola gota llegara a depositarse en su prenda íntima mientras la cara de la joven evidenciaba una plena satisfacción.

Al llegar al portal del edificio en el que vivía me hizo entrar en él para, a oscuras, volvernos a besar en la boca llenos de pasión. Conseguí que permaneciera con la espalda apoyada contra la pared, con las manos detrás de la cabeza y con las piernas muy abiertas de manera que pudiera besarla repetidamente al mismo tiempo que, abriéndola la blusa y bajándola las copas del sujetador, la sobaba y apretaba las tetas. Más tarde, la levanté la falda, la volví a bajar la braga y procedí a masturbarla usando dos y tres dedos consiguiendo que, entre continuas contracciones pélvicas y gemidos, “rompiera” con facilidad para repetir con bastante celeridad hasta que me indicó que estaba empapada puesto que en muy poco tiempo había llegado al clímax en cuatro ocasiones. Cuándo disfrutaba del último orgasmo soltó otra espectacular, aunque breve, meada que, al no esperármela ni indicarme Vanesa que se iba a producir, me quedé con ganas de beberme. En cuanto terminó de salir la micción, me llevó medio desnuda a un lugar con escasa iluminación situado detrás de uno de los ascensores, muy próximo a las escaleras que daban acceso a los trasteros del edificio, donde me hizo tumbarme en el suelo. Después de dejar depositada su braga en el suelo y desnudarse, me bajó el pantalón y el calzoncillo dando muestras evidentes de que, a pesar de la masturbación que la acababa de realizar, se encontraba sumamente caliente y de que tenía un excelente poder de recuperación ya que, una vez que me tocó y comió la pirula durante un buen rato sin que llegara a sentir la menor arcada cuándo la obligué a introducírsela entera en la boca, se colocó abierta de piernas sobre mí, se metió bien profundo mi pito en el chocho y me realizó otra intensa cabalgada con la que, al mismo tiempo que se excitaba con mis insultos y cuándo la decía que no iba a parar hasta introducirla los cojones dentro, logró que la echara otra gran cantidad de leche. Más tarde se tumbó sobre mí y continuó moviéndose despacio al mismo tiempo que me llenaba de besos, restregaba sus tetas en mi torso y me hacía pis dentro de su abierto, amplio y húmedo coño con lo que alcanzó otro portentoso orgasmo. Una vez que la perforé el ojete con dos dedos, Vanesa se volvió a incorporar con intención de realizarme otra cabalgada. Al no estar habituada y no encontrarse demasiado cómoda con mis dedos hurgándola en el ojete me indicó que, a pesar de que no la disgustaba, iba a conseguir que defecara si seguía forzándola el culo de esa manera aunque lo que, finalmente, hizo fue mearse mientras no dejaba de llamarme cabronazo. Diciéndome que deseaba que la convirtiera en una golfa y que volviera a llenarla la seta de leche se movió de una manera realmente endiablada que, entre constantes contracciones pélvicas, la hizo alcanzar un orgasmo tras otro hasta que culminó sacándome por tercera vez la lefa y en una cantidad mayor a la que había echado en las dos ocasiones anteriores. Una vez que la recibió, se tiró dos ó tres pedos y me comentó que estaba tan cansada que se iba a pasar el resto del día en la cama.

La tuve que extraer los dedos del ojete pensando que, después de aquellas ventosidades, iba a defecar pero no fue así. Vanesa volvió a echarse sobre mí y aunque pretendía seguir moviéndose, sus fuerzas se encontraban bajo mínimos y a pesar de su buena voluntad, no podía continuar. La mantuve agarrada de los glúteos con intención de que tuviera que permanecer muy apretada a mí mientras la daba los últimos envites buscando que, al menos, volviera a mearse de gusto cuándo oímos que se cerraba la puerta de una de las viviendas y que un vecino bajaba por la escalera por lo que, temiendo que se dirigiera a los trasteros, nos apresuramos a incorporarnos del suelo y a recoger nuestra ropa. Mientras Vanesa se metía en el ascensor y se vestía al mismo tiempo que subía a su piso, tuve que abandonar desnudo y empalmado el portal para vestirme en la calle dándome cuenta de que estaba amaneciendo lo que me hizo mirar el reloj y ver que eran casi las siete de la mañana.

A pesar de que consideraba que el ser más mayor que ella iba a ser un obstáculo insalvable en nuestra relación, la chica era realmente guapa y como desde que salimos de la discoteca había evidenciado ser una golfa guarra y viciosa muy meona, el martes siguiente por la tarde y al no tener nada mejor que hacer, me decidí a visitarla en el comercio en el que trabajaba. Vanesa me recibió con evidentes muestras de júbilo pero se tuvo que reprimir puesto que estaba atendiendo a una cliente por lo que se limitó a darme un par de besos en la mejilla. Una vez que la hembra salió de la tienda me explicó que casi siempre estaba aburrida y sola puesto que la dueña sólo iba por la mañana y muchos días únicamente a por el dinero de la caja y me enseñó el local que disponía de un almacén en el que me indicó que me podía “cascar” la polla siempre que quisiera y un pequeño cuarto de baño con inodoro y lavabo. Desde aquel día la visité casi todas las tardes e intentando ir a primera hora, que era cuándo no solía tener clientela y podía cerrar la puerta de acceso al comercio, para meternos en el almacén donde, me permitía sobarla todo lo que me daba la gana la almeja, las tetas y el culo mientras ella me meneaba el rabo hasta que, después de sacarme un par de polvos, me meaba. A Vanesa la agradaba que tanto la leche como el pis se depositaran en el suelo de hormigón del almacén mientras que a mí me ponía cachondo que me la moviera y sacara la lefa en medio de tanta prenda íntima femenina con profusión de camisones repletos de transparencias, ligueros, picardías, sujetadores sin apenas copas y tangas provocativos y con poca tela. Unas horas más tarde regresaba al comercio cuándo estaba a punto de cerrar. Más de un día tuve que esperar a que alguna cliente pelma se decidiera a comprar un conjunto de ropa interior ó un tanga sexy para echar el cierre y poder “descargar” a plena satisfacción y muy a gusto puesto que a Vanesa la encantaba que me la tirara acostada boca arriba sobre el mostrador ó colocada a cuatro patas en el suelo, con las persianas bajadas y sin apenas luz, para echarla dos polvazos dentro del chocho antes de mearme en su interior y que, sin modificar su posición, la poseyera por el culo aunque su estrecho ojete no llegaba a dilatar lo suficiente como para poder perforarla metiéndola entera la verga ó dejaba que me realizara una de sus intensas y placenteras cabalgadas vaginales, que era lo que más la agradaba hacerme puesto que decía que en aquella posición era en la que mejor sentía las excepcionales dimensiones de mi chorra y la daba mayor placer, con las que conseguía provocarme unas eyaculaciones bastante más rápidas de lo normal. Durante el fin de semana nos gustaba pasar la mayor parte de nuestro tiempo libre juntos y por la noche me gustaba obligarla para que, como las fulanas del “puti club”, se tuviera que esforzar para estrujarme al máximo los huevos y sacarme los dos últimos polvos antes de que, aunque para entonces ya no la quedaba “baba” vaginal ni pis en su interior, la forzara efectuándola un exhaustivo fisting vaginal hasta que la reventaba y terminaba escocida y dolorida. El desgaste que sufríamos llegó a ocasionar que más de un domingo lo pasáramos durmiendo y que otros nos levantáramos de la cama exclusivamente para hacer nuestras necesidades y reponer líquidos.

Mientras Mario se encontraba bastante deprimido desde que Alma y Luz regresaron a su país, Vanesa, convertida en una magnífica “yegua”, supo darme tantísimo placer a través de sus jugosos “agujeros” que, al mencionarme que estaba deseando independizarse de su familia la propuse vivir juntos con el propósito de poder “clavársela” asiduamente a diario. La chica no dudó en aceptar aunque dos meses después de comenzar nuestra vida en común me pidió que, a menos que fuera con intención de que me la “cascara”, dejara de ir a visitarla al comercio puesto que con las sesiones sexuales que manteníamos al despertarnos, después de comer y por la noche tenía sexo más que suficiente para sentirse pletórica y satisfecha. Pero, como me aburría por la tarde, seguí apareciendo por la tienda con el propósito de que me la meneara en el almacén para darme plena satisfacción mientras me sacaba un par de polvos y su consiguiente meada. A cuenta de ello, una tarde me enteré de que a ciertas clientes las gustaba probarse las prendas íntimas que adquirían e incluso, salir del comercio con ellas puestas por lo que, no disponiendo de otro lugar donde hacerlo, se las brindaba la posibilidad de cambiarse en el almacén. Existía, además, otro grupo que efectuaba ciertos encargos un tanto especiales que tenían que probarse para confirmar que se ajustaba a sus deseos y al saber Vanesa el día y la hora en que pasarían a recogerlos, me puse de acuerdo con ella para esperar en el cuarto de baño la llegada de la mujer de turno lo que me permitía observarla desde el instante en que entraba en el almacén. Si no me llamaba demasiado la atención y el cipote no se me ponía erecto, me limitaba a verla en bolas pero, cuándo me gustaba, la sacaba unas fotografías con mi móvil y salía de mi escondite en cuanto se aligeraba de ropa para ponerme delante de ella luciendo mi miembro viril bien tieso. Pensaba que la mayoría saldrían desnudas y despavoridas del almacén y que llegaría a poner en un serio compromiso a Vanesa, a la que no la importaba perder aquel trabajo puesto que estaba mal remunerado y la obligaba a tener que soportar a determinadas clientes que eran realmente incordiantes e insufribles y lo único bueno que tenía era el librar los fines de semana, pero todas, después de su sorpresa inicial, mantenían su mirada fija en el nabo para, visiblemente complacidas, no tardar en tocármelo y la que no me lo comía, me lo “cascaba”, se lo pasaba por las tetas ó me efectuaba una cubana antes de que las hiciera ponerse a cuatro patas ó tumbarse en el suelo con el propósito de “clavárselo a pelo” por vía vaginal resultándome bastante evidente que a buena parte de aquellas golfas no las debían de complacer sexualmente sus respectivas parejas puesto que estaban deseando disfrutar del tamaño privilegiado de mi miembro viril y de mis abundantes y largos polvos. Algunas, temiendo que llegara a dejarlas preñadas, me pidieron encarecidamente que se lo sacara cuándo estuviera a punto de eyacular para evitar echarlas la leche dentro del coño pero la mayoría me dejaba “descargar” con plena libertad en su interior reconociendo que las reventaba de gusto puesto que no sabían hasta donde llegaba a introducirlas el pene y alcanzaban tal cantidad de orgasmos que más de una no había pensado en ser capaz de llegar a tales límites por lo que repetían una y otra vez. Hubo dos hermanas a las que me cepillé un montón de veces y que, al final, me indicaron que habían dejado que me las follara a conciencia con la pretensión de que las hiciera un “bombo” para  darlas descendencia cosa que, según me explicaron, sus parejas no eran capaces de lograr. Lo que más me excitaba era que una fémina entrara en el almacén acompañada por otra lo que me permitía poder trajinarme a las dos, después de que se picaran por ver quien me daba más gusto mientras me comían la picha ó me realizaban una cubana y demostrarlas que, al disponer de una potencia sexual encomiable, podía llegar a vaciar mis huevos a lo largo de la tarde mientras las daba mucho placer. Con aquello, buena parte de las hembras comenzó a frecuentar el comercio y en vez de comprarse varios conjuntos de ropa interior en una única visita, los adquirían de uno en uno para volver cada diez ó doce días. Vanesa me aconsejó que no me prodigara demasiado en “clavársela” vaginalmente a las mujeres que estuvieran en edad de engendrar y sobre todo a dos ó tres inmigrantes que podían estar buscando obtener ciertos beneficios de todo tipo a través del sexo, puesto que el mayor problema con el que nos podíamos encontrar era que a alguna de aquellas perritas la hiciera un “bombo” por lo que me sugirió que, como todas eran unas golfas que se hacían pasar por pudorosas y recatadas, no me privara de poseerlas por el culo cosa que no tardé en hacer, sobre todo cuándo iban acompañadas, a pesar de que la mayoría se mostró contraria al sexo anal y las costó acostumbrarse a que las “clavara” la pilila por el trasero con regularidad. Entre sus gritos de dolor, sus continuos insultos, sus frecuentes pérdidas urinarias y muchas veces en presencia de Vanesa que no dejaba de recordarlas que eran unas fulanas, terminé adquiriendo una gran experiencia en este tipo de sexo y como no podía esperar a que el ojete de algunas féminas llegara a dilatar lo suficiente como para admitir una pirula tan gruesa y larga como la mía, en cuanto me la comían y las abría y cerraba unas cuantas veces el ojete con mis manos con lo que solía conseguir que se tiraran varios pedos, se la “clavaba” en un plan realmente bárbaro y agarrándolas del cabello las obligaba a colaborar al máximo. Resultaba de lo más normal que las muy guarras se mearan y en cantidad al mantener presionadas sus paredes réctales contra mi pito y que llegaran a liberar su esfínter, sobre todo al recibir mi leche y en su caso mi pis, pero su mierda no podía salir al exterior hasta que pasaba unos minutos sin desarrollar la menor actividad y a medida que perdía la erección, conseguía liberar a la polla de su aprisionamiento intestinal y sacársela, instante en el que solían producirse unas masivas defecaciones, casi siempre líquidas, que me encantaba presenciar mientras Vanesa mantenía una bolsa de plástico debajo de su culo para que la caca, que en múltiples ocasiones llegué a “degustar”, no se depositara en el suelo antes de que la golfa llegara a acomodarse en el inodoro. Después me agradaba forzarlas un poco más con mis dedos y asegurarme de que las había forzado hasta vaciarlas por completo el intestino para, acto seguido, hacerlas olvidar el mal rato que habían pasado mientras las poseía por detrás acariciándolas la raja vaginal y lamiéndolas el ano, cosa que a todas las gustaba, durante varios minutos con lo que lograba que nos las importara que volviera a darlas por el culo y se fueran habituando a una práctica sexual anal bastante regular.

Aquella situación se mantuvo durante varios meses hasta que una conocida firma de corsetería brindó a Vanesa la posibilidad de encargarse de la sección de lencería en un comercio de confección textil femenino ubicado en un centro comercial. A pesar de que iba a tener que trabajar de lunes a sábado en jornada de mañana y tarde, el sueldo ofrecido duplicaba al que percibía en su ocupación actual por lo que dudó en aceptar. Aquello me obligó a realizar una selección entre las hembras a las que me estaba tirando con más frecuencia en el almacén del comercio quedándome finalmente con seis, tres casadas, dos jóvenes solteras y una separada, a las que consideraba como las más cerdas, golfas y viciosas. Me reuní con ellas y las propuse seguir cepillándomelas en mi domicilio por la tarde, que era cuándo podía puesto que mi horario laboral se desarrollaba exclusivamente por la mañana y crear una especie de calendario para que, adaptándome a su disponibilidad y llevando a cabo una ó dos sesiones diarias, cada una pudiera mantener relaciones conmigo, al menos, una vez a la semana mostrándose de acuerdo sobre todo porque al hacerlo en mi casa, además de poder prolongar nuestros contactos, íbamos a ganar en comodidad y discreción. Una vez más no tardé en descubrir que cada una era un mundo y que mientras unas me dejaban que se la “clavara a pelo” y que “descargara” con total libertad en su interior sin necesidad de que me aseguraran que estaban tomando precauciones para evitar embarazos no deseados, otras volvían a pedirme que cada vez que las “clavara” el rabo por vía vaginal me pusiera condón y al oponerme a ello, que se lo sacara, cosa que no siempre he hecho y de momento no he dejado a ninguna preñada, cuándo estaba a punto de eyacular para soltarlas la leche en el exterior de la seta ó en las tetas y que, cuándo tuviera necesidad de mear, me apresurara a introducírsela de nuevo para mojarlas con mi micción. Pilar, una de las mujeres casadas, me comentó que era una autentica “coneja” puesto que quedaba preñada con facilidad por lo que me propuso limitar nuestra actividad sexual a efectuar unos exhaustivos y largos sesenta y nueves en los que ella me “cascaba” y me chupaba la verga al mismo tiempo que la realizaba una comida de almeja, nos lamíamos el ojete y nos hurgábamos mutuamente en su interior con los dedos. Más adelante, logré que aceptara de buen grado culminar nuestras sesiones sexuales dándola por el culo y de acuerdo a sus deseos de una manera bastante sádica y violenta, para echarla dentro del trasero uno ó dos polvos y su posterior meada que, al tardar en producirse cada eyaculación, la supone recibir por detrás durante bastante tiempo. Pero, a pesar de estos pequeños inconvenientes, la actividad sexual que mantenía con ellas de lunes a viernes se convirtió en sumamente agradable y placentera por lo que, a pesar de que todas decían que tenían muchas ocupaciones que atender, Elena, la fémina separada que se ha ido convirtiendo en la interlocutora del grupo, me propuso que, al trabajar Vanesa los sábados, ese día por la tarde me reuniera alternativamente con tres de ellas para que, ya que durante el resto de la semana las daba por el culo, pudieran hacer lo propio conmigo por lo que cada una de ellas, utilizando una braga-pene dotada de una tranca de buenas dimensiones, me posee por el trasero colocado a cuatro patas mientras las otras dos nos ven y se ocupan de mantenerme presionados los cojones y de menearme lentamente la chorra. En cuanto se produce una de mis eyaculaciones intercambian sus posiciones y tras sacarme el tercer polvo siempre hay alguna dispuesta a aprovechar que mi orificio anal se encuentra sumamente dilatado para meterme el puño hasta que consigue hacerme defecar delante de ellas para que, más tarde, otra me realice una cabalgada ó me hace “clavársela” a estilo perro con intención de que me la folle hasta que me saca la leche por cuarta vez. Además de haber conseguido potenciar al máximo mi rendimiento sexual, este grupo de golfas ha logrado convertirme en fetichista de forma que, una vez usadas, me encanta quedarme con su ropa interior y depilarlas sus “felpudos” pélvicos conservándolos como si de un trofeo se tratara.

Mi actividad sexual se sigue manteniendo de una manera similar después de haber transcurrido año y medio sin que haya vuelto a acordarme de mi amigo Mario ni del “puti club” que antes frecuentaba los fines de semana puesto que todas las tardes dispongo de una ó dos guarras dispuestas a vaciarme los huevos a lo que hay que añadir las sesiones sexuales que mantengo al despertarme, después de comer y por la noche con Vanesa, con la que en la sesión nocturna de los sábados y los domingos me doy un “lote” muy especial, por lo que no me encuentro precisamente a falta de sexo y entre las unas y la otra han logrado volverme mucho más sádico y vicioso y aumentar todavía más mi potencia sexual al mismo tiempo que he conseguido perfeccionarme de tal manera en la práctica sexual anal que no hay culo femenino que se me resista hasta el punto de que, a pesar de la estrechez de su ojete, logré “clavarla” entero el cipote por el trasero a Vanesa, a la que la excita que me esté tirando asiduamente a las otras seis “yeguas” y que ha sido la que menos ha tardado en habituarse a una práctica sexual anal regular a pesar de que todavía no ha logrado superar los “efectos secundarios” que, en forma de escozores anales y persistentes procesos diarreicos, ocasiona.