Mi amiga Paula
Me encanta mi amiga Paula, y la casualidad pondrá a mi alcance una droga y un plan para poder disfrutar de ella...
MI AMIGA PAULA
SIEMPRE ME GUSTÓ MI AMIGA PAULA. Y desde hace mucho tiempo, prácticamente yo diría que desde la primera vez que la vi, y eso que por entonces era menor de edad y pensar en ella sexualmente me parecía incluso hasta mal. No tardamos en hacernos amigos porque a los dos nos gustan casi las mismas cosas, salvando, claro, nuestra diferencia de edad; perfectamente podría ser mi hija.
He de reconocer que me excita una barbaridad… Paula es chiquita, parece una niña pequeña, y eso da un morbo increíble; además de ser guapísima, tener un culo tremendo (más bien es culona, y eso me chifla) y poseer unos pechos pequeños que lejos de parecer un inconveniente, yo diría que es un aliciente más para desearla. Y encima presume de otra cosa que me encanta de una mujer y que me pone a mil: tiene muchos tatoos por todo el cuerpo.
En fin, como he dicho, somos muy buenos amigos y nunca he querido intentar que fuese algo más, ni tan siquiera le he tirado los tejos para echar un polvo; esas cosas al final acaban por joder una amistad, ¿verdad? Pero el destino, el karma, o quién sabe qué, puso ante mí la posibilidad de disfrutar de mi amiga.
Tengo un buen colega que trabaja de policía y muchas veces salimos de fiesta juntos, como el fin de semana pasado, por ejemplo. Salimos en su coche, y cuando subí y abrí la guantera para guardar las llaves vi una pequeña bolsa llena de unos frasquitos de cristal con un líquido dentro. Al preguntarle qué era aquello me contó que eran pruebas que tenía que llevar a comisaria el lunes siguiente para analizarlas y clasificarlas. Eran fruto de una requisición que había hecho hacía un rato a unos chavales. Según creía él se trataba de una droga que anula la voluntad de la persona que la ingiere y después no recuerda absolutamente nada.
Me pasé la noche en la discoteca dándole vueltas a lo de aquella droga, y no sé por qué, pero cuando mi amigo paró a echar gasolina al coche, abrí la guantera y rápidamente cogí tres frasquitos y los guardé en mi chaqueta. En mi cabeza no dejaba de dar vueltas una idea, y en esa idea la que aparecía era Paula.
Después de levantarme en la mañana del domingo y casi sin haber pegado ojo por mis cavilaciones, me decidí a poner en marcha el plan. Salí de casa con la ropa de deporte con el propósito encubierto de hacer deporte, aunque lo cierto es que cogí el autobús y me planté a las puertas de la casa de mi amiga Paula. No es que viva lejos, en verdad está a unos veinte minutos paseando, pero mi intención era guardar fuerzas para después y además tener una especie de coartada o algo así.
Paula vive sola en un barrio a las afueras de la ciudad, en una pequeña pero coqueta casa de planta baja. Bajé del autobús varias paradas antes y eché a correr a toda velocidad. Cuando llegué a su puerta el sudor corría por mi frente y se empezaba a notar en la camiseta. Toqué al timbre y esperé a que abriera.
—¡Ey! ¡Hola!—dijo al abrir con una gran sonrisa—. ¿Cómo tú por aquí?
—Ho..hola…—contesté intentando recuperar el aliento y hablando con hilo de voz—. Me apetecía salir a correr un rato, pero empiezo a pensar que no ha sido una buena idea… Necesito agua, por favor…—dije casi suplicando.
—Pobrecito…—contestó entre risas y apartándose de la puerta—. Pasa, anda, que no quiero tener un cadáver en mi puerta. Te sacaré un refresco para que repongas fuerzas.
—Vale… pero si no es agua, tendrás que acompañarme tú con otro refresco—dije—. No quiero remordimientos de conciencia luego, así que me acompañas y brindamos por el deporte…
—Claro que sí, yo me tomo otro contigo—contestó riendo mientras iba al frigo para sacar la botella de refresco de cola.
Mi plan parecía andar sobre ruedas. Paula me indicó que me sentara en el sofá y trajo dos vasos de refresco. Cuando se iba a sentar le pedí que si por favor podía traerme un par de cubitos de hielo, y cuando se dio la vuelta aproveché y vacié rápido uno de los frasquitos en su vaso. Nos los bebimos rápido, y cuando vi que bostezaba la primera vez, me levanté y le dije que tenía que seguir, que no quería enfriarme, y me dispuse a salir de su casa. Nos despedimos en la puerta, y ya noté que casi no se daba cuenta de lo que decía o hacía, era como si hubiera cogido un pedo del quince. Cerró la puerta, esperé un par de minutos que parecieron eternos, y toqué de nuevo al timbre. Tardó en abrir, y cuando abrió parecía que estaba a punto de desmayarse y casi ni abría los ojos. De hecho, la tuve que sujetar para que no cayera. Cerré la puerta y me dispuse a pasar un buen rato…
Cogí a Paula en brazos, la llevé hasta su habitación y la dejé suavemente sobre la cama. Se veía muy hermosa dormida, la verdad. Me quedé observándola un rato, ahora que tenía más tiempo repasé con detalle la ropa que llevaba: unos pantalones de chándal y una camiseta normal, de las de andar por casa. Sé que no parece una indumentaria muy sexy que digamos, pero solo de pensar lo que había debajo de aquella ropa me estaba comenzando a poner muy caliente. Decidí que para qué esperar más, era hora de disfrutar de mi amiga Paula.
Me tomé unos segundos para decidir qué parte descubría primero, si arriba o abajo, y opté por descubrir primeramente sus pequeños pechos… Subí la camiseta y me llevé una grata sorpresa al ver que no llevaba sujetador. Claro, pensé, con esos pechitos tan firmes y tan duros no lo necesitaba. De lo que sí podía presumir era de tener unas aureolas bien grandes y unos pezones pequeños y apetitosos. Saqué la camiseta y me dediqué a acariciar sus pechos y sus pezones, que no tardaron en reaccionar al contacto de mis manos. Su piel era tersa y suave, no tenía apenas una imperfección. También recorrí con mis dedos el contorno de un tatuaje en forma de pluma que tenía justo debajo de su pecho izquierdo. Para ese momento tenía ya la verga que parecía que iba a reventar el pantalón y salir a por todas.
No me demoré más, dirigí mis manos hacia el pantalón y se lo deslicé hasta quitárselo por completo. Después de quitarle los pequeños calcetines hice lo propio con las braguitas negras que llevaba. No eran muy sensuales, pero cuando revelaron lo que escondía, eso sí que fue como encontrar un tesoro… mi querida Paula iba completamente rasurada, veía su sexo en toda su naturalidad. Sin duda, aunque no lo pareciese a simple vista, tenía un cuerpo mas que apetecible. Comencé a recorrer su rajita con mis dedos, poco a poco se fue humedeciendo y abriéndose como se de la cueva de Alí Babá se tratase. Pronto tuve ante mí todo el esplendor de sus labios vaginales y el clítoris se veía majestuoso. Me excitó aún más el hecho de que su cuerpo inconsciente fuese respondiendo así a mis caricias.
Bajé mi cabeza y besando sus muslos fui subiendo lentamente hasta llegar a su sexo, e hice el mismo recorrido que unos minutos antes habían hecho mis dedos. El sabor de sus jugos me parecieron deliciosos, y a cada lamida que daba, creí sentir que el cuerpo de la pequeña Paula se estremecía. Salí de dudas cuando me centré en lamer y succionar su clítoris a la vez que introduje uno de mis dedos en su coñito. Entonces sí me di cuenta de que tuvo un orgasmo, y bastante fuerte y claro para el estado en el que se encontraba. La muy pícara estaba disfrutando sin saberlo… y ahora era mi turno para disfrutar.
Me desnudé rápidamente y observé mi pene hinchado de deseo, parecía que las venas iban a reventar, y por qué negarlo, calzo un muy buen tamaño de verga, quizás demasiado para el coñito de una chiquita así. Pronto salí de dudas. Tiré de Paula hasta dejar su culo apoyado al filo de la cama, levanté sus piernas con mis brazos y apunté con mi verga hacia su agujero. Muy despacio fue metiendo poco a poco la punta hasta que pasó todo el glande. Después fue coser y cantar, después de todo no era tan pequeño aquel coñito, entró toda hasta el fondo. Comencé a meterla y a sacarla, cada vez dando unas embestidas más fuertes, mientras iba observando cómo su rostro reflejaba el placer que sentía y sus gemidos iban aumento de volumen a cada empujón que le daba. Su expresión, y escucharla gemir, hizo que no pudiera aguantar más y tuve que ser rápido para sacar mi miembro y agarrándolo bien con la mano, descargué con furia mi semen sobre ella. Los primeros chorros fueron directos a su cara, y los siguientes espasmos fueron repartiendo mi leche sobre sus pechos y su vientre. Los últimos coletazos de semen cayeron en su clítoris. Yo jadeaba como hacía mucho tiempo no recordaba.
La sonrisa que había en la cara de Paula me indicó que a ella también le había gustado. Miré mi pene y todavía seguía casi igual de duro y venoso que al principio; estaba claro que tenía más ganas de fiesta, y a mi me gusta tenerlo contento, así que decidí ir a por el segundo asalto. Cogí a Paula y la coloqué al filo de la cama, con la cabeza apoyada mirando hacia fuera. Sabía que lo más probable era que no pudiera hacerme una mamada, pero al menos yo iba a intentar metérsela en la boca y también follarla un poco por ese agujero. Para mi sorpresa, en cuanto apoyé la punta de mi verga en sus labios, abrió la boca de forma inconsciente y permitió que se la metiese con facilidad. Fue una sensación muy placentera; tenía una boca pequeña pero unos labios carnosos y una lengua húmeda, caliente y suave. Estuve un buen rato llevando mi verga hasta el comienzo de su garganta, y cuando noté que ya estaba bien dura, la saqué de su boca, cogí su pequeño cuerpo y puse a Paula boca abajo en la cama.
Era hora del último asalto, no era buena idea demorarme mucho más porque en realidad no sabía cuánto duraría el efecto de la droga. Además, ya estaba ardiendo como la lava, y de solo pensar que iba a follármela por ese hermoso culo, estaba casi seguro de que no aguantaría mucho rato sin correrme de nuevo. La dejé en la cama y me acerqué a la cocina en busca de algo que me sirviera como lubricante. Lo primero que vi fue una tarrina pequeña de mantequilla, y me pareció una idea genial. Me acerqué de nuevo a la cama y comencé a pasar la mantequilla por mi verga. El frío contrastaba con el calor de mi cuerpo y pareció derretirse más rápido de lo normal. Fue placentero, la verdad. Después repetí el proceso pero en el agujerito de su culo. Lo embadurné bien, metí un dedo primero; cuando dilató un poco metí otro, y hasta un tercero logré meter. Se retorcía en la cama, no sé si de dolor o de placer, o tal vez de ambos, pero sus gemidos me convencieron de que era la hora de cambiar los dedos por mi verga.
Coloqué la punta en su ano y comencé a hacer presión poco a poco. La mantequilla hizo su trabajo y lentamente mi glande se fue perdiendo en su bonito y redondeado culo. Al principio solo metí mi verga hasta la mitad, sentí que le dolía, se estremecía y casi se le escapaban grititos. Todo junto me excitó aún más y comencé a metérsela hasta el fondo, no me importaba que gritara, yo solo pensaba en follarla y a cada embate mis huevos golpeaban su sexo y mi verga se hundía en todo su ser. Era tan estrecho que notaba los latidos de mi pene cada vez que se lo metía bien adentro. Empujé con todas mis ganas mientras apoyaba mis manos en sus nalgas para abrir aún más su culo. No pude más, me corrí como un poseso, gritando de placer y llenando de leche todo el interior de su culo, antes de caer rendido sobre su espalda. No estoy seguro, pero me pareció ver alguna lágrima resbalando por su mejilla. Era mas que probable que le hubiese dolido, seguramente acaba de ser desvirgada analmente; y eso me produjo una gran satisfacción, para qué voy a negarlo.
Era hora se largarse. Cogí unos pañuelos y unas toallitas y me dispuse a limpiar el cuerpecito de Paula de mis restos, tampoco quería dejar pruebas, aunque el dolor de trasero no se lo iba a quitar nadie. La limpié lo mejor que pude y la dejé de nuevo en el sofá, la tapé con una mantita y salí por la puerta bien tranquilo y bien vaciado.
Me encantó disfrutar de mi amiga Paula. Ojalá algún día podamos repetir, y si es con ella despierta, mejor que mejor. Y si no fuera posible, pues a lo mejor planeo otra tarde como esta. En fin, que no hay nada como tener una buena amiga.
Me despido recordándoos que este ha sido un relato de ficción, o quién sabe, tal vez no, a veces la realidad supera la ficción, y Paula es muy pero que muy real…