Mi amiga Naye

Usar la hipnosis para poner mujeres bajo mi control sólo ocurre en mis relatos, ¿o no? Veamos cómo me fue cuando me reuní con una vieja amiga.

Permítanme hablarles de mi amiga Nayelí, o Naye para acortar. No especificaré la forma exacta en que nos conocimos, sólo diré que coincidimos en un evento y tras charlar un poco vimos que teníamos mucho en común y de ahí nos hicimos muy buenos amigos. También tiene una personalidad bastante agradable y me muy bastante bonita: Algo bajita, le calculo que apenas llegará al metro cincuenta y cinco, de cabello negro rizado corto, piel blanca, ojos cafés enmarcados en unos lentes de pasta gruesa que acentúan ese look friki del que está tan orgullosa, flaquita y de tetas pequeñas. Sin embargo, lo nuestro no pasó de una amistad porque para empezar, vivimos en diferentes ciudad del país, algo alejadas una de otra.

No obstante, el otro fin de semana me dio una grata sorpresa: me mandó un mensaje de WhatsApp para avisarme que vendría de visita a mi ciudad para atender unos asuntos y me preguntó que sí podíamos vernos para ir a comer y charlar un poco. Por supuesto que dije que sí.

Nos vimos más tarde en el centro de la ciudad y no me fue difícil  reconocerla, con su gorro de lana color morado y una blusa negra con el estampado de una banda de rock indie de esas que tanto le gustan.

Tras saludarnos de beso en la mejilla y hacer las preguntas de cajón, procedimos a ir a un restaurante para comer y una vez terminamos, decidimos continuar nuestra charla en un bar cercano.

Las cervezas iban y venían y las risas de nuestra charla no cesaban hasta que en un momento oportuno guardamos silencio justo a tiempo para escuchar la conversación de una mesa cercana:

—Y te digo pendeja, se bajó el pantalón y ¡no mames! ¡Estaba como un toro!

Naye y yo reímos por el comentario que acabábamos de escuchar, pero eso bastó para que, ya alcoholizados, nos sintiéramos envalentonados para tocar el terreno sexual, y vaya que Naye tenía claras sus intenciones:

—Oye Charlie, ¿y tú tienes algún fetiche?

Me atraganté un poco por la cerveza que en ese momento estaba bebiendo.

—Que pregunta tan directa —dije riendo mientras me limpiaba.

Naye rió, pero continuó con su pregunta:

—Anda, confiesa.

Volví a reír. Tal vez era el alcohol hablando, pero decidí sincerarme.

—Bueno, me gusta la hipnosis erótica.

Naye levantó las cejas por la sorpresa.

—Órales, esa es la primera vez que escucho esa —aceptó entre risas—. Entonces, ¿te gustaría tirarte a una chica hipnotizada, que obedezca todas tus órdenes?

—Así es —acepté sin ninguna pizca de vergüenza… ¿quizá porque la palabra correcta sería “gusta” en lugar de “gustaría”?

Naye mientras tanto me miró pensativa y preguntó:

—¿Y por lo menos sabes hipnotizar?

—Sé algo del tema —respondí de inmediato. Para escribir mis relatos he tenido que documentarme sobre el tema, así que luego de tantas lecturas algo ya sé sobre esto.

—Oh… —dijo ella con un tono un tanto burlón— ¿Y no quieres intentarlo?

Esta vez fui yo el que levantó las cejas por la sorpresa.

—¿Contigo? —pregunté emocionado, debo admitirlo.

Naye rió y dijo:

—¿Por qué no? Se oye interesante tu fantasía. Y te diré algo: si de verdad logras hipnotizarme, te dejaré que me cojas, después de todo, supongo que ya en trance no podré decir que no, ¿verdad?

Y soltó una carcajada.

Ni tardo ni perezoso pagué por nuestras bebidas y conduje a Naye hasta un establecimiento cercano que se presenta como un hotel, pero la verdad es que todo mundo lo usa de motel, yo mismo puedo dar fe de ello con otras chicas que he invitado a “dar una vuelta” al centro de la ciudad. Llegamos al negocio y pagué por una habitación que no era la gran cosa: paredes blancas, una cama, una televisión colgada en la esquina y un cuarto de baño con un par de toallas, justo lo necesario para lo que todo mundo lo usaba.

Naye, se sentó en el borde de la cama y notando yo la emoción en su voz, me preguntó:

—¿Y ahora qué? ¿Vas a sacar tu reloj de bolsillo y me vas a hipnotizar con él como en las películas?

Reí el comentario y respondí:

—Se podría usar ese procedimiento, pero como no me diste tiempo de preparar algo más profesional, tendré que usar lo que esté a mi alcance.

Naye volvió a reír, pero se notaba dispuesta a seguir mis instrucciones.

Comencé explicándole un poco de la hipnosis, que realmente no la volvería una esclava atada a mi voluntad y que más bien sería como irse a dormir pero que llegaríamos hasta donde ella quisiera. Después pasamos a una inducción simple, dándole instrucciones sencillas y hablándole de forma monótona y repetitiva. Si bien al principio Naye se mostró algo burlona y escéptica, pronto su sonrisa se borró de su rostro y empezó a verse muy concentrada en seguir mis indicaciones.

La hice que cerrara los ojos para que fuera cayendo poco a poco dormida, convenciéndola de que estaba muy relajada y que le gustaba esa situación, para después despertarla y convencerla de que le gustaba estar en ese sueño relajante y que esa agradable sensación se relacionaba conmigo, lo que le ayudaba a que poco a poco fuera aceptando el trance y por sobre todo, mis órdenes.

Pronto la hice que se acostara en la cama y comencé unas descripciones para que fuera visualizando una serie de escenarios que culminaron con ella atrapada en una habitación vacía, habitación que la convencí de que era un reflejo del estado actual de su mente: un espacio vacío en el que mi voz había reemplazado a su propia voluntad.

Naye ahora estaba acostada en la cama con los ojos cerrados, con su pecho subiendo y bajando por una respiración tranquila, pero aún así era capaz de responder a mis instrucciones, por lo que empecé a hacerle preguntas para evaluar el estado de su trance. Comencé con lo normal: su nombre completo, cuántos años tenía, si recordaba cómo nos conocimos… todo eso lo respondió a la perfección. Después procedí a preguntarle cosas más picantes, como cuántas veces a la semana se masturbaba y cómo había perdido su virginidad. Una vez más Naye respondió a mis preguntas con sinceridad y lo que era mejor, pese a la naturaleza de las respuestas, su tono monótono y tranquilo no cambió cuando conociendo a mi amiga, por lo menos se hubiera reído al escuchar los cuestionamientos. Eso para mí era la prueba final: Naye estaba en un trance y obedecería todas mis sugestiones.

—Naye, quiero que por favor abras los ojos, pero que sigas en este profundo trance.

Naye obedeció, abrió los ojos y aunque desenfocados, los mantuvo fijos en el techo.

—Ponte de pie, frente a la cama, por favor —ordené.

Acto seguido el cuerpo de Naye reaccionó, se levantó de la cama y dio unos pasos, quedando tal y como le había ordenado, enfrente de la cama en una posición de firmes muy erótica.

Pasé saliva: se venía lo bueno.

—Ahora Naye, por favor quítate la ropa hasta quedar en tu ropa interior.

Si Naye estaba fingiendo, era el momento de que despertara y se burlara en mi cara. Pero yo sabía que no estaba fingiendo.

Tal y como esperaba, Naye obedeció: se quitó los lentes y con indiferencia los dejó caer al suelo, luego levantó los brazos para sacarse la blusa la cual también arrojó al piso, siguieron los tenis, sus calcetas y al final sus jeans hasta dejar frente a mí ese cuerpo flaquito sólo cubierto por un hermoso conjunto de ropa interior roja que de alguna manera iba muy bien con su blanca piel.

Ya con la polla dura como roca, pensé en lanzarme a manosear ese cuerpo suculento, pero me contuve; primero quería jugar un poco con ella antes de hacer eso para lo que todo hombre quiere a una chica hipnotizada. Acerqué mis labios a su oído para susurrarle una orden:

—Ahora Naye, cuando cuente hasta tres, te convertirás en una monita, una monita juguetona y curiosa, ¿entendido?

—Sí… —respondió Naye con su tono adormilado.

—Bien —dije relamiéndome los labios—. Uno… dos… ¡tres!

Nada más decir la palabra “tres”, el sueño pareció irse del cuerpo de mi amiga, pero no para actuar como su yo acostumbrado: mi amiga dobló las rodillas, apoyó las manos en el piso… y comenzó a hacer ruidos de mono.

Naye estaba explorando el cuarto creyendo que era una monita: tomó su ropa y la olfateó, luego la arrojó al suelo y fue por el control remoto de la tele para empezar a morderlo y después brincó a la cama para comenzar a saltar sobre ella, divertida.

Yo miraba la escena con una gran sonrisa en los labios, ya que una mujer actuando como un animal siempre tiene su encanto, dígase un perro, un gato, una gallina… o en este caso, un mono. Decidí continuar con mi pervertido juego.

Mientras Naye continuaba con sus “monerías”, yo me apuré a quitarme la ropa para quedar desnudo y entonces, me acosté en la cama boca arriba.

—Naye —llamé a mi monita, esta me miró y su vista rápidamente se fijó en mi erecta polla que yo ya me estaba masajeando—. Esta es una fruta que a los monos les encanta, les gusta chuparla pero no la muerden.

Aún haciendo ruidos de mono, Naye primero miró confundida mi polla, pero luego se acercó a ella, me la quitó de las manos y la comenzó a ver con curiosidad.

Por un fugaz momento me dio miedo que ignorara mis órdenes y la mordiera, pero no: de inmediato se la introdujo en la boca y empezó a chuparla con una fuerza de la que yo no la creía capaz.

Yo lo único que podía hacer era gemir y acariciar la cabeza de Naye mientras veía como los labios de la pequeña boca de mi amiga subían y bajaban por el tronco de mi verga y como durante momentos se detenía de su oral para sacar mi miembro de su boca y lengüetazos a mi glande, como si mi líquido pre seminal fuera en efecto el jugo de una fruta en extremo deliciosa para su ahora cerebro de macaco.

Yo estaba en la gloria y aunque ese oral posiblemente era el mejor que me habían dado en mi vida, no quería que la diversión terminara tan rápido:

—¡Naye, detente!

Tras escuchar la orden, la monita dejó de succionar mi pene y lo liberó de su boca. También dejó su acto de macaco y regresó a ver mi pene con la mirada perdida de hace rato.

—Ponte de pie y quítate el sostén —ordené.

Naye obedeció mi orden, se puso de pie sobre la cama y empezó a manipular su prenda para quitársela, mientras que yo quería llevarme el premio mayor: sus bragas.

Me levanté y llevé mis manos hasta esa prenda y de un tirón la bajé hasta sus tobillos y luego levanté sus pies para poder sacársela, arrojándola al lado de la cama donde al poco tiempo se le unió el sostén.

Yo me quedé un momento mirando a la beldad que era Naye así como Dios la había traído al mundo: sus senos pequeños pero de bonitos pezones de color rosa, su abdomen plano, sus pequeñas caderas y por sobre todo, su coño, el cual sólo era cubierto por una leve mata de cabello castaño.

Sonreí por lo que estaba por hacer y besé sus labios vaginales, llenando mi paladar con el sabor de sus fluidos mientras escuchaba que Naye soltaba algunos gemidos.

Cuando sentí que mi propio oral ya había humedecido lo suficiente a Naye, mientras acariciaba sus piernas dije:

—Naye, quiero que me montes.

Nada más escuchar mi orden, una vez más dobló sus rodillas, pero no para actuar de nuevo como monita, sino para acomodarse sobre mi verga. Con una de sus manos se apoyó en mi hombro para no caer mientras que con la otra tomó mi polla y la apuntó a su entrada vaginal y una vez que estuvo segura, se dejó caer enterrándose mi miembro hasta el fondo de ella.

Una vez hecha la tarea, yo me acosté para dejar que ella hiciera todo el trabajo y disfrutar el espectáculo mientras me deleitaba con la sensación de su interior, tan cálido y húmedo al mismo tiempo.

Naye mientras tanto cerró los ojos y se relamió los labios, también disfrutando del momento, pero tenía que terminar de cumplir la orden que le había dado: montarme.

Empezó a mover sus caderas para empezar a dar saltitos sobre mí. Podía ver mi polla entrando y salir de ella al tiempo que ambos disfrutábamos de la pasión, tal vez más yo que ella por sentirme al dueño de su voluntad. Pasé mis manos por sus caderas para ayudarla a moverse más rápido pero entonces ella las tomó y las llevó hasta sus pechos, para que comenzara a jugar con sus pezones. Me dio algo de risa que aún en su trance ella se tomara la molestia de pasar a darme órdenes a mí, sobre cómo debería jugar con su cuerpo, pero lo dejé pasar y comencé a estrujar esos pequeños limones que si bien sabía que a ella le acomplejaban un poco por su tamaño, a mí me encantaban.

Pronto me cansé de esa posición y sin salir de ella me levanté, la tomé de la espalda y la coloqué boca arriba en la cama, acomodé sus piernas sobre mis hombros y procedí a follarla con toda la velocidad y fuerza que me daban mis caderas y de repente recordé que en mi calentura no me había puesto un condón y ya estaba a punto de venirme.

Estaba entre venirme dentro o venirme afuera y total después pasar por una pastilla del día siguiente… cuando algo de cordura me ganó y no quise arriesgarme de más, por lo que saqué mi polla de ella y empecé a masturbarme sobre su vientre hasta que un par de segundos más tarde, comencé a venirme en grandes cantidades sobre ella, bañando su abdomen con mi semilla.

Agotado por esa faena, caí rendido junto a Naye, la abracé y la besé en la mejilla mientras veía que ella también jadeaba.

Me acomodé a su lado, pensando que era hora de despertarla del trance, así que la hice cerrar los ojos e inicié a darle una serie de instrucciones para poco a poco sacarla del trance, además de dejarle una pequeña “sugestión post hipnótica” que convenientemente me las arreglé para hacer que olvidara una vez despertara.

Una vez todo listo, le dije que comenzaría una cuenta regresiva y que al llegar al cero, despertaría del trance:

—Tres… dos… uno… ¡cero!

Naye abrió los ojos de golpe, parpadeó un poco como para ubicarse y luego se giró a verme, sonrió y me besó en los labios.

—¿Qué tal? —dije una vez terminó el beso.

—¡Estuvo increíble! —respondió ella sonriendo—. No pensé que fuera posible… ¡pero wow! Sentía que estaba en un sueño, sólo viendo mi cuerpo actuar en base a lo que tú me decías… pero creo que lo que más me encantó fue estar bajo tus órdenes, no poder ni querer resistirme a lo que me ordenaras.

Reí divertido y dije:

—A lo mejor eso significa que eres sumisa.

Me vio un poco enojada, pero sin perder la sonrisa, luego me volvió a besar y me dijo:

—Tal vez.

Bajó la vista a su vientre lleno de semen y luego me miró enojada.

—Necesito una pastilla del día siguiente.

Sonreí con malicia y dije:

—Si vamos a gastar en la pastilla, ¿no te parece que por lo menos hay que aprovechar?

Frunció el ceño de nuevo, pero aún así sonrió. Se dio una ducha y después continuamos follando por un par de horas más, esta vez ya sin hipnosis.

Terminamos nuestra faena, nos bañamos, nos vestimos y salimos del motel que se hacía pasar por hotel, fuimos a una farmacia por la dichosa pastilla y de ahí, la acompañé a la terminal de autobuses para que tomara su bus de regreso a casa y cuando lo abordó, me dio un último beso en los labios no sin antes decirme que tendría que ir ahora yo a visitarla y tal vez… repetir la experiencia con la hipnosis.

Ella regresó a su casa y yo a la mía, fui directo al PC y me puse a trabajar en un relato considerando que traía la inspiración fresca y luego de unas horas, me llegó un mensaje de Naye avisándome que ya había llegado y que ahora estaba en su habitación preparándose para irse a dormir.

Sonreí travieso y le mandé un mensaje:

Perfecto, me saludas a tus niñas

A los pocos minutos me llegó un nuevo mensaje, una fotografía. En ella podía ver a Naye levantándose la blusa y el sostén para sacarse una selfie de sus tetas.

Reí con una fuerte carcajada, mi sugestión post hipnótica había funcionado: Cuando veas un mensaje mío con la frase “me saludas a tus niñas”, me mandarás una selfie mostrándome tus tetas.

En efecto, Naye no había recordado esta instrucción mía, porque de inmediato me llegó otro mensaje:

¡¡¡BORRA ESO!!! >///<