Mi amiga Gina

Recordando mis dias de escuela.

Gina

Esto pasó hace algunos años cuando yo estudiaba en la Preparatoria, en la Ciudad de México. Gina era una compañera de salón que desde que vi su falda a contra luz, admirando lo torneado de sus piernas y lo redondo y firme de sus nalgas, me trajo loco un buen rato. Cuando la veía caminar por el pasillo la seguía con la mirada para admirarle su hermoso trasero, en el salón siempre buscaba un lugar frente a ella para poder admirar sus piernas y hacerme notar ante ella. Aunque nunca quise nada serio con ella, me gustaba que me viera y llamar su atención para poder acercármele, sin embargo yo no le caía muy bien que digamos; discutíamos mucho en las clases y hasta nos llegamos a levantar la voz.

Un día que me quedé terminando un trabajo en el salón hasta tarde, Juana se paró en la puerta del salón y, al verme, quiso darse la vuelta e irse pero la llamé y me acerqué ella.

-¿Por qué te caigo mal?- pregunté viéndole profundamente a los ojos dejando ver mis negras intenciones.

-Nada más porque sí-dijo despectivamente volteándose y queriendo irse.

La tomé del brazo y la llevé dentro del salón.

-No te molestes, quiero remediar la imagen que tienes de mí. Mira, te voy a decir algo importante-le puse mi mano en la mejilla y, acariciándola continué-. Eres una chica muy hermosa y me gustaría compartir tiempo contigo.

Al decir esto vi cómo se sonrojó, me miró a los ojos y su mirada se tornó pícara.

-¿En serio quieres pasar tiempo conmigo?-puso su mano en mi pecho, me jaló de la camisa y junto su cuerpo al mío, sentí sus pequeños pero hermosos senos y empecé a sentirme excitado-. Lo vas a tener y vas a tener que darme lo que quiero.

Escribió en un papel su dirección y me lo entregó, aunque yo sabía dónde vivía porque un día había preguntado a una de sus amigas por su domicilio y luego la seguí desde la Escuela hasta su casa nada más para verle el culo y también conocer su casa.

-Mañana sábado. A las 8:30. Si en verdad te interesa, te espero.

Llegué puntual a la cita y me esperaba con un short muy cortito, cosa que no me pareció mal, al contrario. También llevaba una blusa blanca, muy pegada y sin sostén, lo que dejaba ver sus pezones ya erectos y duritos.

Le saludé con un beso en la mejilla y ella me jalo al sillón más cercano, se puso de rodillas junto a mí y me besó en la boca, con su legua, a lo que respondí igual. Empecé a tocarle el trasero y escuché un  pequeño gemido. Con una de mis manos levante la blusa que llevaba y descubrí sus senos, pequeños, blancos, firmes y coronados por unos pezones chicos y rosados terminó de sacarse la blusa. Me animé a morderlos y empezó a mover sus caderas, restregando su pubis con el mío.

La recosté en el sillón y le saqué rápidamente el diminuto short. Traía una panty sugerente, casi transparente, pude ver su vagina con sus vellitos recortados a través de la traslucida tela. Me abalancé a morderle y pasar mi lengua sobre la tela. Escuché cómo gritó cuando, después de quitar la prenda, metí mi dedo medio en su coño y lamí con fuerza su clítoris. Gritó, gritó de placer cuando su vientre se estremeció y manó una gran cantidad de líquido vaginal. Sus piernas temblaban y respiraba agitadamente, absorta de lo que pudiera pasar.

Me separé quedando en otro costado del sillón. Cuando recobré la noción, ya estaba sentada en el sillón con las piernas abiertas y sin la blusa. Parecía que estaba dormida. Me senté a su lado y no hice nada, solamente la recargué en mi pecho y pasé mi brazo sobre sus hombros, y cerré los ojos pensando en lo que acababa de suceder. Francamente me sentía satisfecho por lo que le había provocado a aquella mujer que ya no importaba si hacíamos algo más.

De repente sentí que su mano recorría, bajando, desde mi pecho, hasta que encontró el cinturón y lo desabrochó, luego el pantalón y metió su mano en  mi bóxer. Regresó la erección a mi pene y lo acarició completo, luego los testículos. Ahora el que jadeaba y gemía era yo. Mis pantalones terminaron tirados en medio de la sala, cerca su short. Ya arrodillada frente a mí, tomó mi pene y lo masturbó un rato mientras con su lengua recorría mis testículos. Después levantó la cabeza, me miró a los ojos con una vista lujuriosa, sedienta de sexo y de un solo bocado metió mi pene en su boca. Lo chupaba con fuerza, casi como si lo quisiera arrancar. Me estremecía y sentía como mi semen se iba acumulando para ser expulsado.

Cuando ya no podía más la tomé de la cabeza para que se levantara. La besé en la boca, volví a deleitarme con sus senos hasta que la escuché un gemido fuerte. En eso la tumbé en el sillón, boca arriba, con las piernas abiertas y busqué los condones que traía en el pantalón. Ella me lo arrebató, lo abrió y, con mucha práctica, me lo colocó. Me miró como pidiendo que la penetrara. Acerqué mi pene a si vagina y ella la abrió para facilitarme la tarea. Poco a poco fui metiendo mi miembro y resoplaba cada vez más. Hasta que estuvo dentro por completo soltó un pequeño grito con una voz muy delgada.

Yo estaba muy, pero muy excitado. Movía mi cadera rápidamente, mientras uno le veía al otro la cara descompuesta por las sensaciones, el placer, el sexo. Llegó el momento en que no pude contenerme y solté un alarido estruendoso y reventé eyaculando dentro de su vagina. Caí rendido sobre ella y seguimos besándonos, acariciándonos, oliéndonos.

Quedamos ahí un buen rato. Dormidos. Hasta que desperté y me encontré con que estaba solo en la casa. Era de madrugada y no había ni un recado ni una nota. Esperé unos momentos, casi un par de horas pero Juana no apareció. Entré al baño, me lavé el cuerpo y me vestí. Así, sin más ni más regresé a mi casa.

El lunes llegué clases como todos los días. Me senté en el lugar de siempre. Cuando ella llegó me saludó mostrándome el dedo medio de su mano derecha como lo acostumbraba siempre. Todo pasó como pasaba todos los días. Fue real, lo sé porque lo viví, porque desperté en su casa, y porque me faltaban los condones, pero para ella parecía que no sucedió nada.