Mi amiga de la infancia

De cómo me encuentro con mi amor de la infancia y decido hacerla mía.

—Juan, ¿eres tú?

Me giré para ver a una preciosa morena que me miraba ilusionada. Me quedé en shock.

—¿Ava?

Se echó en mis brazos y me apretó muy fuerte. En cuanto me recuperé de la sorpresa la devolví el abrazo, oliendo su pelo. Olía como siempre, desde los ocho años ese olor me había cautivado. Fuimos vecinos allá por los noventa y nos convertimos en los mejores amigos.

—¡Cuánto me alegro de verte, Juanito! – me dijo cariñosa.

Recordé nuestra infancia, pasábamos todo el tiempo juntos, incluso la gente creía que éramos hermanos. Fuimos al mismo colegio y luego al mismo instituto. Aunque terminamos en clases distintas, siempre estuvimos muy unidos. Hasta que empezó a salir con otros chicos. Yo siempre había estado enamorado de ella, pero mi timidez y el miedo al rechazo me pudieron y nunca la dije nada. Cuando empezó a echarse novios entendí. Yo físicamente era un chico del montón, y ella buscaba otra cosa. Sus parejas siempre fueron guapos y atléticos. En la universidad empezamos a distanciarnos. Ella estudió historia y yo derecho, la distancia y sus relaciones sentimentales enfriaron poco a poco nuestra amistad. Cuando se casó y se fueron a vivir al norte de España perdimos definitivamente el contacto.

—Te has quedado alelado, ¿es que no te alegras de verme?

—Perdona Ava, los recuerdos me han abrumado por un momento.

Terminó el abrazo y me miró agarrándome de las manos.

—Oye, estás estupendo, llevo diez días en Madrid y no sabía cómo localizarte. Ahora me tengo que ir, pero dame tu número y mañana quedamos y nos contamos todo. Estoy deseando saber qué ha sido de tu vida.

Nos intercambiamos los teléfonos y salió por la puerta. Siempre había sido un torbellino. Me quedé mirando su precioso culo cuando salía y me pilló al girarse para hacerme un último gesto de despedida con la mano. Al ver mi mirada clavada en su culito me sonrió y me lanzó un beso.

Volví con mis amigos a la barra y estuve con ellos un rato, pero estaba distraído y me fui enseguida. Caminé hacia casa recordando el pasado. Mi decepción cada vez que se echaba otro novio, mi angustia cuando me comunicó que se casaba y mi corazón roto cuando asistí a la boda y escuché el “Sí, quiero”. Lo mejor que me pudo pasar entonces es la distancia que marcó al trasladarse al norte. Durante un tiempo hablamos con frecuencia, pero acabé cortando poco a poco la relación. Me dolía demasiado.

Fue un punto de inflexión en mi vida cuando decidí olvidarla. Cuando terminé derecho estudié oposiciones y conseguí un magnífico puesto trabajando para el estado. Tenía dinero y mucho tiempo libre. Me apunté a un gimnasio, me puse en manos de un estilista y empecé a salir con colegas del trabajo. El primer sorprendido fui yo al comprobar que tenía éxito con las mujeres. Bien vestido, con la versión 2.0 de mi cuerpo, y soltándome poco a poco no tuve problemas para ligar. Perdí la timidez y empecé a tener relaciones más largas, incluso conviví con tres mujeres. Con las tres acabé dejándolo, no las quería lo suficiente, o ellas a mí, o lo que fuera, pero no funcionó. Me seguía llevando fenomenal con ellas, incluso se conocían entre sí y nos veíamos de vez en cuando, Ana, Bea y Clara. El ABC de las mujeres guapas, como les decía a ellas, jajaja.

Cuando llegué a casa puse la tele y me senté en el sillón. No presté atención, mi cabeza daba vueltas y vueltas al mismo tema. ¿Evitaba a Ava o hacía un último intento? Si fracasaba sería doloroso, me vería condenado a volver a sufrir y no pensaba tolerar estar otra vez en el apartado de “amigos”.  Solo había una solución, luchar por lo que quería realmente y mantenerme frío e indiferente a su amistad.

No tuve que darle muchas vueltas, ya no era el chico tímido y apocado que no quería perder a su mejor amiga, ahora me convertiría en un cabrón, un desalmado. No quería su amistad, no quería su cariño, pero haría lo que fuera con un solo objetivo : ¡Follarla! Me sentí eufórico, determinado, era una máquina que no se detendría hasta conseguir poseer el cuerpo que siempre había deseado, y cuando lo consiguiera la abandonaría, haciéndola sufrir como ella hizo conmigo.

Aguanté como un machote y esperé dos días a que me llamara, quizá los días de mi vida en que más nervioso he estado. Recibí la llamada a media tarde, el teléfono saltaba de mis manos temblorosas como si estuviera vivo hasta que lo conseguí sujetar y contestar.

—Hola Ava, ¿cómo estás?

—Muy bien, Juan, encantada de oírte. ¿Por qué no me has llamado?

—He estado muy liado con un proyecto del ministerio – mentira -, pensaba llamarte un día de estos.

—Ah – se le notaba la decepción en la voz -, pensé que quizá querrías tomar algo conmigo, así nos pondríamos al día, pero si estás liado lo dejamos para otro momento.

—No, justo hemos terminado esta mañana, ¿quieres que nos veamos donde el otro día?

—Claro, ¿en una hora?

—Allí nos vemos.

Colgué sin prolongar la conversación, necesitaba demostrar mi indiferencia desde el principio, no quería volver a ser su perrito faldero.

Me vestí lo mejor que pude y a la hora estaba sentado en la terraza esperándola, si no había cambiado sería puntual. Efectivamente, enseguida la vi llegar con una blusa sin mangas y una faldita corta. Ava era ciertamente una mujer espectacular. Guapísima con la cara pequeña y redondita, iluminada por dos ojazos color miel, sus pechos eran medianos y muy firmes, cintura estrecha y piernas largas y preciosas. El culo, para mí lo mejor, era redondito y respingón y, si no había cambiado mucho, firme y apretado.

Me levanté para besarla las mejillas y recibí un abrazo que tuve que corresponder, Ava siempre había sido muy cariñosa conmigo. Le pedí al camarero dos cañas de cerveza y la pregunté :

—Bueno, Ava, cuéntame, ¿qué haces en Madrid?

—Me he venido a vivir aquí, encontré trabajo de profesora en un instituto y empiezo la semana que viene.

—¿Y tu marido, no ha venido contigo?

—Nos separamos hace seis meses, resulta que no puedo tener hijos y él estaba empeñado en tenerlos. Al final se desgastó todo entre nosotros y decidimos separarnos.

Una noticia buena y otra mala, me apenaba por ella al no poder tener niños, pero tuve que contener una gran sonrisa al saber que era libre.

—Lamento oír eso, parecíais muy felices.

—Sí, al principio. Cuando el médico nos dijo que la probabilidad de embarazo era casi nula las cosas empezaron a no ir tan bien, a ser todo difícil. Te eché mucho de menos. La confianza que tenía contigo no la he tenido con nadie, ni siquiera con mi marido.

—Sí, fue una época estupenda.

—Claro que sí, y ahora podemos renovar nuestra amistad – sonreía contenta.

—¿Dónde vives? te he visto llegar andando – amistad mi culo, no era eso lo que yo quería.

—Aquí a la vuelta, ¿y tú? – señaló la esquina anterior a la cafetería.

—Una manzana más allá, somos casi vecinos.

—Jajaja, eso es estupendo, ¿veremos pelis y comeremos palomitas como cuando íbamos al insti?

—Claro, tengo una tele enorme. Pero dime, ¿vives con alguien, tienes amigos?

—No, vivo sola. Encontré un apartamento pequeñito que puedo pagar, y no, todavía no tengo amigos. Los que tenía los dejé en Santander y aquí no conozco a nadie. Supongo que cuando empiecen las clases haré amistad con alguno de los profesores. Y ahora cuéntame tú, ¿en qué trabajas?

—Aprobé unas oposiciones y tengo un puesto importante en el ministerio de Economía. No me puedo quejar.

—¿Y estás casado o sales con alguien? – daba gusto verla, estaba tan guapa … si no tenía cuidado acabaría siendo el perrito otra vez.

—Soltero y sin compromiso, he tenido varias relaciones pero ninguna duró mucho.

—Pues con lo guapo que te has puesto, tendrás que quitarte a las mujeres de encima, jajaja.

—No es para tanto, pero no me puedo quejar.

Estuvimos más de una hora hablando, recordando anécdotas de la infancia y de la juventud. Parecía que no hubieran pasado los años. Fui agradable con ella pero mantuve las distancias, me tuve que esforzar para mantener una actitud ligeramente distante. Cuando nos despedimos con otro abrazo me propuso repetirlo al día siguiente.

—Mañana no puedo, Ava – mentira -, ¿quedamos pasado?

—Claro, ¿aquí a la misma hora?

—No, tiene que ser algo más tarde. Quedamos aquí a las nueve y te llevo a cenar, ¿te parece? – tomando cañas no iba a progresar en mis intenciones, necesitaba algo más íntimo y personal.

—Claro, me parece fenomenal.

A las nueve en punto nos encontramos en la puerta del bar. Yo iba elegante sin pasarme y ella apareció con un vestido veraniego que le marcaba la silueta y le sentaba de miedo.

—¿Te gusta el sushi? – la pregunté después del abrazo de rigor.

—Claro, donde me lleves me parecerá bien – su sonrisa era deslumbrante.

—Está aquí cerca, así no tenemos que coger el coche.

—Mucho mejor – me agarró del brazo caminando a mi lado -, yo ni siquiera tengo, lo dejé en Santander. Sin tener garaje en Madrid el coche es un incordio.

Recorrimos unas pocas manzanas de tortura hasta llegar al restaurante. Me trastornaba tenerla tan cerca y sentir su pecho contra mi brazo. El sitio era pequeño y confortable, yo lo frecuentaba porque me gustaba mucho la comida japonesa y estaba cerca de casa. Nos sentaron a la mesa que tenía reservada y nos dejaron la carta. Ava dudaba mucho, tanto que al final la pregunté :

—Ava, ¿te pasa algo?

—Es que verás, nunca he comido en un japonés. El pescado en el norte es tan bueno y lo preparan tan bien que creo que no hay ninguno. No sé qué es nada - me dijo azorada.

—Jajaja, haberlo dicho, cielo. Puedo pedir platos para compartir y así vas probando cosas.

—Trato hecho – tenía un ligero rubor en las mejillas que no la conocía. Ava siempre había sido extrovertida y echada para adelante, no se ruborizaba por nada. Estaba tan guapa que me tenía que controlar para no comérmela a besos.

Pedí varios platos y vino de Rueda para acompañarlos, nos trajeron un pequeño aperitivo y me partí de risa por al ver a Ava intentando cogerlo con los palillos.

—No seas malo y enséñame – me dijo con un mohín.

La enseñé cómo sujetar los palillos en la mano y como mover el de arriba para coger las cosas.

—No es nada fácil, pero al final le coges el tranquillo, a mí sólo me costó cien o doscientas comidas – dije mirándola serio, al final sonreí levemente.

—Menos mal, jajaja, creí que lo decías en serio.

—Cien no, pero hoy no te vas a convertir en una experta.

Me deleité viendo cómo se le caía el pequeño rollito de salmón con arroz en el plato varias veces sin que consiguiera llevárselo a la boca. Al final me apiadé y, cogiéndolo con mis palillos, se lo di a comer. Abrió la boca y lo deslicé entre sus labios, rosados y jugosos, cuando se relamió tuve una erección. “¡Determinación! Me repetía a mí mismo, no olvides el objetivo”.

—¡Qué bueno! – dijo sorprendida.

—Salmón crudo – esperé su reacción. Mucha gente cambiaba de opinión cuando sabía lo que comía.

—Pues está muy bueno, me alegro haber venido aquí.

Nos trajeron los platos pedidos y empezamos a comer, Ava tiraba más de lo que conseguía comer, gruñía y se reía a partes iguales. Terminé cambiándome a la silla de su lado y dándole de comer. Me encantaba ver la punta rosada de su lengua salir cuando abría la boca para recibir la comida. Hablamos mucho, no solo de nuestra juventud, también de su vida de casada y la mía de soltero. Me dio la impresión de que no había sido una buena época para ella.

Algo achispados por el vino terminamos de cenar y la propuse tomar una copa, aceptó enseguida.

PRIMERA FASE.

Aquí empezaba la primera fase de mi plan. Estaba con Ava tomando una copa en la barra, hablábamos muy juntos moviéndonos al ritmo de la música, ella estaba relajada y la notaba muy a gusto conmigo. Vi que se acercaba una bonita rubia vestida provocativa, con un pantaloncito minúsculo y camiseta de tirantes. Sin sujetador. Estaba para mojar pan, pero así era Ana, y llegaba puntual.

—Ava, ¿ves esa chica que viene? – dije señalándola con la cabeza.

—Yo y todos los tíos – la repasó con la mirada.

—No me deja en paz, cada vez que me ve se pega a mí y no consigo despegármela. Ayúdame, por favor.

—Déjamelo a mí – me dijo decidida.

Ana llegó y se echó en mis brazos, si no la agarro se hubiera estampado contra el suelo, me dio un buen apretón en el culo hasta que conseguí despegármela.

—Hola guapetón – me dijo -, me alegro de verte, he quedado con unas amigas para ir a bailar, ¿te apuntas? – según hablaba iba tocándome el brazo y el pecho.

—Hola Ana, te presento a Ava.

—Su novia – intervino Ava agarrándose a mi cintura, y mi hombre solo baila conmigo.

—¿Tu hombre? – Ana la miró de arriba abajo y la ignoró. ¿Qué dices Juan? Venga vente a bailar.

Cuando me cogió la mano, Ava se la quitó de un manotazo y se puso entre los dos, protegiéndome. Me puse a su espalda sujetándola de la cintura, su actitud era tan firme que temía que agrediera a Anita.

—Te he dicho que es mi novio, y no se toca.

—Vale, vale, perdona chica ya me voy. Hasta la próxima Juan, espero que no estés con el bulldog.

Ana se volvió y salió del local meneando el culo como solo ella sabía, casi me disloco el cuello forzándolo a no mirar. En cuanto desapareció por la puerta Ava se giró, quedó pegada a mí con mis manos en su cintura, pude volver a oler su dulce aroma, su cercanía me embriagaba.

—¡Qué zorra maleducada! – Ava me miraba con los ojos brillantes levantando la carita, sentía su cálida piel en mis manos a través del fino vestido. Con un ímprobo esfuerzo la separé suavemente.

—Gracias, Ava. Hay algunas que se creen que tienen derechos por acostarse una vez contigo.

—¿Tú y esa …? – Ava no debía pensar que yo pudiera ligarme a una chica tan espectacular como Ana.

—Fue solo una vez, una noche loca, desde entonces me persigue empeñada en repetir.

—Ah.

Reconduje la conversación y acabamos tranquilamente la copa, Ava intentaba aparentar normalidad pero la notaba distraída. La acompañé a su casa y nos despedimos con el consabido abrazo.

SEGUNDA FASE.

Esperé otros dos días para volverla a llamar, ya que el día del medio lo dediqué a aprender algo de coreografía. La noté encantada con mi llamada.

—¿Qué te parece si picamos algo por ahí y luego vamos a bailar?

—Genial, llevo sin bailar desde el día de mi boda, jajaja.

—Pues ponte guapa, te espero donde siempre a las nueve.

—Allí estaré.

Cuando la ví llegar mi corazón se saltó un par de latidos, preciosa como siempre venía embutida en un vestido blanco ajustado como una segunda piel que le llegaba a medio muslo. Me dio tiempo a darla un repaso completo según se acercaba, era la mujer más bonita y atractiva que había visto en mis años de vida.

—Hola Ava, está guapísima – me encogí un poco en el abrazo para que no se notara mi súbita erección. “¡Determinación sin piedad” me repetí.

—Tú también Juan, todavía no me creo que los años te hayan vuelto tan guapo, jajaja.

Tomamos unas cervecitas con pulpo y nos cambiamos de bar. La mostré cuatro bares de la zona bebiendo y picando algo en cada uno. Empecé a estar incómodo cuando me fijé en que todos los tíos y alguna tía la miraban con deseo, ella era mía y no tenían por qué desnudarla con la mirada.

—Venga cielo, que te llevo a bailar.

—Espero acordarme, recuerdo que tú bailabas fatal, jajaja.

Tenía razón, pero ella era el motivo de mi torpeza, las pocas veces que bailamos juntos me azaraba de tal manera que no daba pie con bola. Lamentable.

—Tenemos que coger el coche, está un poco retirado.

—Pues venga, estoy deseando bailar contigo – recorrimos la acera y se agarró de mi brazo, lo que siempre había sido algo natural esta vez me pareció más íntimo, me apretaba de forma que mi brazo estaba en contacto con su pecho, ella no parecía notarlo pero yo me estaba poniendo a cien. Afortunadamente llegamos a mi casa y entramos en el portal para bajar al garaje. Abrí la puerta del copiloto para que entrara y me di cuenta que el viaje hasta el local iba a ser una tortura. El vestido se le subía al estar sentada dejando ver sus piernas por entero. Suspiré y entré por mi lado, arranqué sin mirarla y partimos.

No nos matamos de milagro, mi vista se desviaba continuamente a sus piernas, ella se reía y me regañaba por no ir atento. La muy sinvergüenza sabía perfectamente lo que pasaba y lo estaba disfrutando. De alguna manera milagrosa conseguimos llegar indemnes, la ayudé a bajar y, después de que se bajara coquetamente el vestido, nos dirigimos a la puerta. Tenía que ser frío, calculador, distante, cruel. A pesar de repetirme eso a mí mismo continuamente la agarré de la cintura. ¡Mano traidora! El corto trayecto hasta la entrada se me hizo mucho más corto cuando ella pasó su brazo bajo el mío y se abrazó a mí, hubiera dado la mitad de mis ahorros por haber aparcado a varios kilómetros y poder disfrutar de la calidez de su cintura varias horas.

Entramos y la llevé directamente a la barra, pedimos dos copas y observamos el local. A mí me gustaba porque nunca estaba abarrotado y el ambiente era bueno, no solía haber babosos y el portero se encargaba de acompañar amablemente a la salida a cualquiera que se saliera de madre.

Nos movimos a un rinconcito más tranquilo y charlamos moviéndonos al ritmo de la música, Ava me rodeaba con su brazo y yo me hacía el duro. Me daban ganas de besarla, pero me contenía. Ava siempre había sido muy cariñosa conmigo, sin darse cuenta del efecto que me provocaba. Con cualquier otra mujer hubiera atacado, tanta cercanía y tanto abrazo eran señales claras, pero con Ava simplemente podían significar confianza y cariño. “¡Sin piedad, determinación!”

Terminamos las copas y salimos a bailar, estaba sonando música disco de los ochenta y nos divertimos mucho, bailábamos separados pero dándonos la mano o arrimándonos ocasionalmente.  A Ava se le arrimaban muchos moscones, era la mujer más hermosa de la pista, con sus curvas marcadas por el vestido, su perfecto culito y siempre con una sonrisa y moviéndose con soltura. Era inevitable que tuviera a su alrededor un círculo de seguidores, yo me enervaba hasta que me convencí de que ella los ignoraba y centraba su atención en mí.

Cogí a Ava de la mano y la llevé a la barra, nunca había tenido mucha resistencia al alcohol y me interesaba que, sin emborracharla al menos estuviera algo tocada. Pedí otra ronda de lo mismo y la llevé al mismo rincón de antes.

—Estoy encantada, Juan, gracias por traerme a bailar. No recordaba lo bien que me lo pasaba. Y has mejorado mucho, eres todo un bailarín.

—Jajaja, contigo da gusto, me estás elevando el ego – me pasó el brazo por la cintura y la correspondí. Charlamos riéndonos de todo al son de la música. “¡Idiota, así no!” me decía la parte de mi cerebro que se encargaba del plan. La acallé temporalmente y solo disfruté de la conversación y del cuerpo de Ava pegado al mío.

Cuando volvimos a la pista la música era más salsera, eso me permitió tener mucho más contacto, si soltaba su cintura era para cogerla las manos o las caderas, la rocé varias veces el lateral de los pechos, incluso bailamos una canción con mis manos en su espalda, tan abajo que se podía considerar la frontera con su trasero, justo en el límite. Ella no pareció notarlo, se veía tan feliz pegada a mi cuerpo como yo al suyo. “¡Crueldad, piensa en el objetivo!” Me repetía inútilmente mi cerebro.

—Vamos Ava, pidamos la última – llevábamos una hora bailando y necesitaba un descanso.

—Creo que yo no, el alcohol enseguida se me sube a la cabeza.

—Pues la compartimos, tengo sed de tanto bailar.

Nos bebimos media copa entre los dos cuando vi a un tipo enorme al extremo de la barra. Me hizo una breve seña con la cabeza y le guiñé un ojo, afortunadamente eso me hizo recuperar la frialdad. Estuvimos todavía diez minutos más hasta que le dije a Ava :

—¿Nos vamos, cielo? no creo que mis pies aguanten mucho más.

—Claro, como quieras Juan, ha sido una noche estupenda – me miraba con su linda carita sonriente sin soltar mi cintura.

Justo antes de salir me detuve.

—Voy al baño, espérame en el coche, será solo un momento – le di la llave y me volví antes de que pudiera decir nada.

Mi dirigí hacia el baño dándome la vuelta antes de llegar, vi cómo salía el gigantón y me sonreí. Esperé apenas dos minutos y le seguí hasta el coche, donde lo encontré intentando meter mano a Ava.

—Es un vestido muy bonito – la decía con voz de borracho -, lo de debajo seguro que es todavía más bonito – con una mano la intentaba tocar el culo y con la otra la sujetaba un brazo. Ava se resistía como una leona, pero no tenía nada que hacer contra un tío tan grande.

—Eh, ¿qué haces con mi mujer, gilipollas?

—No te metas canijo, si no quieres que suelte a la zorra y me líe contigo.

Llegué hasta él y le empujé para que soltara a Ava, fui a golpearle y conseguí que me diera el primer puñetazo, me repuse y contraataqué. Me dio otro más fuerte aún. Me mosqueé porque me daba bastante más fuerte que en los ensayos, algo aturdido tardé en asirle el brazo que me ofrecía disimuladamente y retorcérselo en la espalda agarrándole el cuello con la otra mano.

—Aaagh, me lo vas a partir – gritaba Fernando, el hermano de Bea.

—Discúlpate con la señorita, orangután.

—Vete a la mierda, aaagghhh, vale, vale – se lo retorcí más fuerte.

Ava, nerviosa y asustada, contempló con los ojos como platos como el gigantón se disculpaba.

—Disculpe señorita – murmuró.

—Más alto – dije.

—¡DISCULPE SEÑORITA!

Le aparté de un empujón y le di una pata en el culo, eso no estaba ensayado y casi pierdo el equilibrio y me caigo, jajaja. Fernando se marchó a toda prisa y yo corrí a abrazar a Ava.

—¿Estás bien, cariño?

Ava respiraba trabajosamente temblando refugiada en mis brazos. En ese momento me arrepentí de haberla hecho pasar por eso, ¿cómo podía haber sido tan insensible? Pero a lo hecho pecho, a pesar de la congoja que tenía por causarla tal sufrimiento seguiría con el plan.

Cuando se calmó pasados unos minutos y conseguí que me soltara y soltarla yo, la senté en su asiento y conduje a casa. Fuimos calmándonos por el camino comentando lo sucedido. Aparqué en doble fila en su portal y la acompañé a la puerta, ella se fijó en mi magullada cara y me la tocó suavemente, con mimo.

—Mañana vas a tener un ojo morado, tienes que ponerte algo ahí.

—Solo quiero acostarme, creo que estoy un poco mareado.

—Será mejor que te lleve a casa, me quedaré más tranquila.

No discutí y la permití conducir al garaje y subir conmigo a casa. La verdad es que sí me dolía el ojo, ya hablaría con Fernando, en vez de la botella de whiskey de malta que le había prometido, le iba a dar una gaseosa. Sin gas. Y caliente.

Sentado en la cocina me dejé querer, Ava revisó el congelador y sacó unos guisantes, me los puso en el pómulo y permaneció de pie a mi lado. Yo la rodeé la cintura y apoyé la cabeza contra su plana tripita. Me acarició el pelo y creí estar en el cielo a pesar del dolor en mi cara.

—Ahora ya te puedes acostar, se hinchará pero no tanto.

—Gracias por todo Ava, eres muy buena conmigo.

—No seas tonto, me has salvado de pasar un mal rato. Venga, no me pienso ir hasta que te deje en la cama.

Me acompañó a la habitación mirando la casa según pasábamos.

—¿Dónde tienes el pijama?

—No uso, duermo en calzoncillos.

—Pues venga, quítate la ropa.

Sin darme tiempo me desabotonó la camisa, me la quitó, me hizo sentar en la cama y me quitó los zapatos y los calcetines. Su mirada se desviaba a mis abdominales y mis fuertes brazos. Me desabrochó el pantalón y me levantó para bajarlo.

—Voy a dejar que me peguen todos los días – dije para quitar hierro al tema.

—Jajaja, los puñetazos te han dejado sonado.

Me metí apresuradamente en la cama para que no viera mi erección. Ella acabó de taparme y se sentó a mi lado, apartando el pelo de mi cara y rozando el moratón que empezaba a formarse.

—Duérmete, mi vida, me quedaré un ratito.

En unos minutos me quedé dormido, justo antes de sumergirme en el sueño sentí un levísimo beso en los labios y la oí murmurar : mi héroe.

TERCERA FASE.

Me desperté tocándome los labios, ¿habrá sido un sueño o me besó de verdad? En cualquier caso, con suerte hoy se resolvería todo. Hoy culminaría mi plan. Hoy me follaría a Ava y la olvidaría para siempre. ¿Pero por qué sentía tanta angustia? Por follarla no era, está claro. ¿Sería por lo de olvidarla? “¡Determinación sin piedad!” Me lo repetí varias veces antes de levantarme a por café. Fui a la cocina y me detuve porque la puerta de la otra habitación estaba entreabierta. Siempre la tenía cerrada, no la usaba nunca y evitaba que cogiera polvo. Pensé que Ava curiosearía la casa antes de irse, fui a cerrarla y me quedé estupefacto. El vestido de Ava y un pequeño sujetador estaban sobre el respaldo de una silla y ella estaba dormida de lado sobre la cama. La camiseta que debió coger de mi armario la cubría hasta la cintura, dejando para que me recreara la vista su pequeñísimo tanga al descubierto. Salvo alguna vez en bikini nunca había conseguido verla el culo. Era como me lo imaginaba y más, era precioso, todos los adjetivos se quedaban cortos en mi cabeza. Sigilosamente entré en la habitación para contemplarla desde todos los ángulos. El blanco tanga apenas cubría nada y me deleité viendo su estupendo culo y su depilado pubis, al menos la parte que se veía. Salí justo antes de babear, me puse unos pantalones cortos e hice café. A los dos nos gustaba igual, con leche y azúcar, con dos tazas en las manos me senté en la cama a su lado, la miré por fin a la cara y susurré :

—Buenos días, dormilona.

Lo repetí un par de veces hasta que abrió lentamente los ojos, me miró confusa para sonreír de oreja a oreja cuando enfocó la mirada.

—¿Has dormido bien, preciosa? – le devolví la sonrisa y le acaricié la dulce carita. Ella puso su mano sobre la mía y la mantuvo unos instantes.

—Fenomenal, y tú ¿qué tal tu cara?

—Ya casi no me duele, te he traído café – se incorporó recostándose sobre la almohada y tomó la taza que le ofrecía, aunque vio la camiseta remangada en su cintura no hizo ademán de cubrirse. Dio un sorbo al café y me dijo :

—Espero que no te importe, me dio miedo volver a casa sola después de lo que pasó.

—Claro que no me importa, debí haberme dado cuenta, perdóname.

—También te cogí una camiseta.

—Ya lo veo – sin poder ni querer evitarlo la volvía recorrer con la mirada -, te queda mucho mejor que a mí.

—Espérame en la cocina, tonto, ahora voy – un ligero rubor la cubrió las mejillas.

—¿Tostadas, cereales, huevos?

—Tostadas está bien.

Ya en la cocina la oí gritar : ¡Que conste, con ese vestido hay que llevar tanga!

Me reí entre dientes mientras tostaba unas rebanadas de pan y sacaba mantequilla, mermelada y aceite. Ava entró todavía con mi camiseta, pero con el sujetador puesto, apenas la tapaba el trasero y enseñaba sus bonitas piernas. Desayunamos animadamente, hablando de todo un poco.

El momento de la verdad había llegado, lo que iba a preguntarle por teléfono lo haría en persona. Si decía que sí sería mía, si decía que no tendría que buscar otra manera, pero me iba a follar a mi querida Ava de todas maneras.

—Oye Ava, he pensado ir hoy a un balneario. Me llevó una amiga y está muy bien, así me relajaré después de lo de ayer. ¿Te apuntas?

—Me apunto – dijo tan contenta – pero necesito un par de horas. ¿Me recoges luego?

Terminamos de desayunar y se fue corriendo. Me masturbé en la ducha para aliviar el dolor de la erección que no había cedido desde que la encontré en la cama esa mañana.

Partimos para el balneario charlando por los codos, como si no hubiéramos estado separados varios años. El día estaba soleado y disfrutamos del viaje. A la hora o así llegamos al sitio. Era un edificio de una planta rodeado de vegetación y muy cuidado. Solo había otro coche, aparcamos junto a la puerta y sacamos nuestras bolsas del maletero. En recepción nos atendió una agradable joven vestida con una bata.

—Buenos días, soy Clara, ¿tienen reserva?

—Sí, llamé hace un par de horas. Soy Juan Torres.

—Bienvenidos, Sres. Torres, imagino que habrán traído bañador, pero no está permitido. Con los rumores que hay sobre el virus ese que viene de China, la dirección ha impuesto varias medidas de seguridad. Yo les proporcionaré todo lo necesario. Acompáñenme.

Nos guio por las instalaciones hasta los vestuarios, entró con Ava en el de mujeres y la esperé unos minutos. Cuando salió me agarró de la cintura y me llevó al de caballeros.

—¿Estás seguro de lo que quieres hacer, Sr. Torres?

—Segurísimo, Clara.

—Tú sabrás, espero que no acabes como anoche, ya me ha contado Bea, jajaja.

—Tú sigue el plan, por favor, Clarita.

—Que sí, no seas pesado, pero si te sale mal no me eches a mí la culpa, bastante hago con abrir solo para ti, mañana empezamos la desinfección anual.

En el vestuario me entregó dos toallas, un gorro para el pelo, una bata y un bañador.

—Guarda tus cosas en la taquilla que os espero fuera para haceros el recorrido, y luego nos vemos como hemos quedado.

—Gracias, Clara, eres la mejor.

—Ya me las darás cuando veas el bikini que le he dado a tu chica, sobró de una fiesta un poco picante que hicimos hace unos meses y … bueno, ya te enterarás.

Nos reunimos los dos con la bata y Clara nos enseñó las instalaciones : los jacuzzis, las cabinas de hidromasaje, piscinas de agua fría, templada y caliente, una piscina cubierta pero con un tramo al exterior que daba a un jardín, el restaurante por si teníamos apetito, una cascada en otra piscina con olas, etc.

—Por seguridad no hacemos masajes hasta que esté controlado el virus, pero si lo desean las cabinas están abiertas y pueden dárselo entre ustedes. Ya les dejo, si necesitan cualquier cosa hay teléfonos en todas las instalaciones, marquen el cero. Que disfruten.

—¿Por dónde quieres empezar, Ava?

—Podemos empezar por la piscina caliente e ir bajando de temperatura, ¿te parece?

—Vale, luego probamos la cascada.

Casi se me cae la mandíbula al suelo cuando nos quitamos las batas y vi el bikini de Ava. La braguita era poco más que el tanga de esta mañana, pero la parte de arriba era minúscula, tapaba los pezones y poco más.

—Es un poco exagerado – me dijo Ava al verme la cara -, ¿quieres que pida otro?

—A mí me parece perfecto, te queda muy bien, mejor que bien.

Ava sonrió y se metió despacito en el agua caliente, la acompañé jadeando porque estaba caliente de verdad. Aguantamos unos minutos con el agua hasta el cuello y pasamos a la templada. Entrar en la fría fue una proeza, era como si acabaran de derretir hielo. Dando gritos conseguimos entrar metiéndonos de golpe, me quedé aterido y encogido en el agua viendo a Ava que luchaba contra la congelación dando saltos sin parar de reír. Me fijé en su cara radiante y bonita, pero solo un instante, luego no pude dejar de mirar sus tetas bamboleándose, subiendo y bajando al ritmo de sus saltos y sus pezones duros por el frío queriendo romper la tela del bikini. Con un último grito se lanzó sobre mí y la acogí entre mis brazos, su cuerpo cálido contra el mío dándonos mutuamente calor. A pesar de la maravillosa sensación aguantamos poco tiempo. Demasiado frio.

En las cabinas de hidromasaje estuvimos más rato. En una cabina doble recibimos chorros por todas partes, nos movíamos agarrados cambiando de sitio para ir variando el destino de los chorros. Me pareció que el bikini de Ava era más transparente, como más fino, pero pensé que eran cosas mías.

Luego fuimos a la piscina con olas, nos divertimos saltando abrazados con cada ola y terminamos bajo la cascada. Estábamos sufriendo la caída del agua sobre nosotros cuando entró Clara en la sala. Llevaba una escueta braguita de bikini y nada más.

—Les dejo unos zumos, les vendrá bien hidratarse.

Ava me pilló mirando las bonitas y bronceadas tetas de Clara y me abrazó haciéndome girar. No me soltó hasta que Clara desapareció por la puerta.

Nos pusimos las batas y con las toallas al hombro salimos al jardín a tomar el zumo. Ava se extrañó de no habernos encontrado con nadie, será por virus, la dije.

Decidimos relajarnos en el jacuzzi, había cuatro de distintos tamaños en la sala correspondiente y elegimos el mediano. Antes de entrar me fije en que el bikini de Ava, efectivamente estaba más fino, se transparentaban los pezones y una tira vertical de vello en el pubis. ¡El bikini se estaba degradando! Cuando Ava vio lo que yo y se fijó en mi inevitable erección solo dijo :

—Vamos al agua, cariño, no quiero que se te caigan los ojos al suelo, jajaja.

Nos metimos en el jacuzzi y apoyamos la espalda en el borde, Ava me agarró la cintura y yo pasé el brazo por sus hombros, apoyó la cabeza en el hueco de mi cuello y nos dejamos arrullar por el sonido del agua, movíamos las piernas lánguidamente disfrutando de la sensación de estar allí, juntos. La vista de sus pechos bajo el agua era magnética, y mi erección no bajaba.

Clara entró poco después, nos dejó dos toallas más y, en topless como iba, se metió con nosotros en el agua. En vez de meterse hasta el cuello como hubiera sido lo normal, se quedó de pie mostrando sus atributos. Clara se tensó al ver que yo no apartaba la mirada, aguantó como pudo pero al final saltó :

—¿Quieres dejar de enseñar las tetas a mi hombre? – dijo airada levantándose.

—¿Por qué? – preguntó Clara con voz inocente.

—Porque es mío, y solo tiene que ver las mías – me sorprendió su vehemencia.

—Mira bonita, llevo aquí los suficientes años para saber cuándo dos personas son pareja, y él no es tu hombre.

—Pues claro que es mi hombre, ¿qué sabrás tú? Zorra – Ava la miraba echando chispas por los ojos.

—Pruébalo.

Ava se quedó anonadada, en shock, Clara la había retado y no sabía cómo responder. Abrió y cerró la boca un par de veces, cambió la expresión de la cara otro par, apretó los puños. Al final mi plan largamente meditado, estudiado y perfectamente ejecutado … funcionó.

Ava se volvió y agarrándome del cuello con las dos manos, llevó su boca a la mía y me besó como tantos años había soñado, me quedé quieto por la impresión, a pesar de esperarlo no supe reaccionar. Ava terminó el beso y se volvió a Clara.

—¿Lo ves?

Reaccioné por fin, agarré su cara y la devolví el beso, puse la pasión y el amor que nunca había podido demostrar, mi sueño se hacía realidad y lo iba a disfrutar. Agarré a Ava por los muslos y la hice rodearme con ellos. Mi miembro apretado contra ella palpitaba de necesidad, pero no dejé de besarla, nuestras lenguas peleaban sin tregua, nuestras manos recorrían nuestros cuerpos. Se había desbordado algo profundo e intenso y nos estaba arrastrando. Cuando terminamos el beso para respirar jadeantes Clara salió del jacuzzi.

—Pondré un cartel fuera para que no os molesten.

Agradecí a Dios su ayuda y miré los brillantes ojos de Ava, en ellos vi pasión. Volví a conquistar su boca y la besé profundamente, la mordí los labios y la chupe la lengua. Seguí dándole besos por toda la cara, el cuello, las orejas, la arranqué el bikini que se deshizo en mi manos. Ava gimió cuando me apoderé de sus pechos, los masajeé sin freno, la levanté un poco y me los comí. Los mordí, los chupé y lamí sus pezones, cuando clavé mis dientes suavemente en ellos Ava gritó y me apretó contra ella. Disfruté de ellos como sabía que lo haría.

Me apartó preocupándome, pero me terminó de poner de pie y me bajó el bañador, arrancó su braguita y se subió en mi cuerpo, guio mi miembro hasta su coño y se lo metió. Fue magnífico, nos movíamos como si no tuviéramos otra oportunidad, como si lleváramos toda la vida esperando esto, sacudíamos nuestras caderas dándonos más y más placer. No dijimos una palabra, nos limitamos a follar, nos unimos en el placer y la necesidad, en la pasión y en la entrega. Cuando se corrió arqueando la espalda fue glorioso, la embestí con todas mis fuerzas aguantando las ganas de correrme, quería follarla muchas veces y tenía que reservarme. Gimió su orgasmo hasta que ocultó su cara en mi hombro y me detuve. Respiramos afanosamente recuperando la respiración.

Cuando me miró con una sonrisa lánguida la senté en el borde y me colé entre sus piernas, la besé, la mordí los pezones y bajé hasta su coñito. Descubrí que era muy dulce, me empaché de ella, de su sabor y sus gemidos, la comí el coño con gula, con desesperación, la metí la lengua y la follé con ella. Terminó gritando otro orgasmo cuando mordisqueé su clítoris. Seguí lamiendo y me bebí todos sus fluidos, no pensaba dejar nada de ella sin probar, sin penetrar, sin hacer mío.

Salí del jacuzzi y la agarré la mano, la coloqué contra la pared y la di la vuelta.

—Abre las piernas – ordené.

—Déjame descansar, por favor.

—Cuando esté muerto descansarás, hasta entonces voy a follarte hasta que reconozcas que eres mía, y después te follaré otra vez para que no lo olvides.

Abrió las piernas y sacó el culo, no estoy seguro pero me pareció oír una risita. Me ayudé con la mano y se la metí de un golpe, estaba lubricada y no dejaría de estarlo en unas horas. La agarré de las caderas y la sometí a un ritmo infernal, quería que se corriera antes que yo. Ava gemía dejándose hacer, la acaricié las tetas, la agarré del pelo para que arquera la espalda y metérsela más profundamente, la follé con una violencia y necesidad que desconocía. Cuando estaba a punto de correrme le pellizqué el clítoris para precipitar su orgasmo. Se corrió con las manos en la pared y las piernas temblando, la sujeté de las caderas para evitar que se cayese y seguí follándola hasta que no pudo más.

La abracé y juntos nos dejamos caer al suelo. Descansamos abrazados un par de minutos acariciándonos con una sonrisa. Yo seguía con mi erección perenne y, ahora sí, necesitaba un desahogo. La levanté de la mano y nos pusimos la bata, nos besamos con cariño y la llevé a la cabina de masajes. La buena de Clara nos había dejado dos camillas juntas en el centro, subí a Ava y la seguí. Sin darle tregua la penetré hasta el fondo tumbada sobre su espalda. Esta vez me lo tomé con más calma, las penetraciones fueron lentas y profundas, mirándola a los ojos. Estuvimos mucho rato, gimiendo y suspirando.

—Más – me pidió.

Me salí oyendo su gritito de protesta, la levanté una pierna y me puse a horcajadas sobre la otra y la volví a penetrar. Enseguida retomé el ritmo y volví a escuchar sus gemidos, poco a poco endurecí el ritmo, veía sus tetas moverse arriba y abajo y eso me estaba volviendo loco. Me faltaba muy poco para correrme y a ella también.

—Ahora eres mi mujer, Ava. – jadeé.

—Sí, sí – contestó.

—Para siempre.

—Sí.

—Dímelo.

—Soy tu mujer, soy tuya, siempre, siempre – gimió.

Me descargué en su interior, toda la espera, todos los planes, hasta los puñetazos de ayer merecieron la pena. Expulsé todo dentro de ella, mis anhelos, mis malos recuerdos, mis desengaños. Con mi semen saliendo a borbotones llenando su dulce coño la hice mía, la marqué como mi propiedad. Cuando lo notó se corrió también, una mueca de placer se reflejó en su cara, estaba bellísima. La miré a los ojos vidriosos por el placer cuando la grité :

—Dímelo.

—Tuya … tuya … siempre tuya.

No la dejé disfrutar del orgasmo pero necesitaba oírlo, iba a necesitarlo todos los días de mi vida.

Acabé cayendo sobre ella con los codos en la camilla para no aplastarla, compartimos nuestro escaso aliento con las bocas muy juntas. Me abrazó y me hizo tumbarme a su lado, con los mimitos me iba diciendo : “siempre tuya”. La besé la punta de la nariz y la acaricié la carita sonriente.

—Túmbate boca abajo, voy a acabar de hacerte mía.

Salí de la camilla y busqué entre los potingues de los masajes. Una perversa sonrisa apareció en mi cara cuando encontré el lubricante.

—Levanta el culito, cariño.

Ava no sabía lo que pretendía pero obedeció, levantó su espectacular culo y la di un azote.

—¡Ay!

La sonreí y me devolvió la sonrisa. Otro azote, ¡plas!, ¡plas! Siguió sonriendo con el culo levantado. Cuando la eché un buen chorro de lubricante no se inmutó, pero cuando jugué con un dedo en su orificio posterior se le escapó un gritito. La interrogué con la mirada.

—Soy tuya, hazme lo que quieras – con su dulce sonrisa.

La metí suavemente un dedo y luego dos, de pie a su lado vigilaba su cara para detectar cualquier signo de dolor. Con una mano la penetraba el culo y con la otra acariciaba su carita. Ella se dejaba hacer, sometida. Se quejó un poco cuando los dedos fueron tres, eché más lubricante y seguí preparándola.

—¿Sabes lo que te voy a hacer? – junté mi cara a la suya.

—Sí.

—¿Y?

—Hazme lo que tú quieras.

Me subí a la camilla y me puse en posición, la así de las caderas y tiré para que se pusiera a cuatro patas. Me embadurné bien el pene de lubricante y le apoyé en su agujerito.

—Relájate cariño.

El glande entró sin dificultad, cuando metí unos centímetros más Ava emitió un quejido. Esperé un poco y la saqué volviendo a meterla un poco más. Lo hice sin prisa, despacio, para que no le doliera. Sólo se quejó un par de veces en lo que tardé en tenerla enterrada por entero, hasta los testículos.

—Ya está, cariño, voy a empezar a moverme.

La saqué del todo y la volví a enterrar por completo, despacio. Lo repetí varias veces hasta que lo hice con facilidad, luego aceleré. No sé para Ava, para mí fue épico. Tenía el culo soñado entre mis manos y mi polla taladrándolo, cuando me asomaba veía sus tetas oscilar adelante y atrás, oía los gemidos de placer de mi mujer, no se podía pedir más. La follé el culo de forma incansable, Ava pronto empezó a echar las caderas hacia atrás buscando mi polla, nuestros gemidos se mezclaban. Aguanté como un valiente la necesidad de correrme intentando prolongarlo todo lo posible, pero cuando Ava empezó a pedir más no pude contenerme.

—Sigue … más fuerte, Juan … sigue … me gusta …

Me corrí casi dolorosamente en su estrecho culo, chorro tras chorro de mi semen la llenaron hasta el intestino.

—Así, Ava, así.

Terminé de correrme y Ava seguí moviendo su culito, resistí como pude y bajé una mano para frotar su clítoris. Conseguí aguantar un poco más hasta que se corrió gritando mi nombre.

—Me corro, Juan, me corro … aaaahhhhhgggggg

Acaricié su clítoris hasta que se tumbó en la camilla, ambos exhaustos y jadeantes. La puse de lado y me pegué a su espalda, acariciando su suave piel. Esta vez fue ella la que se levantó, la oí trastear hasta que volvió con una pequeña palangana con agua y una toalla. Me hizo colocar boca arriba y me limpió el miembro con mimo. Cuando terminó se llevó las cosas y me hizo poner de pie. Me besó dulcemente, con cariño.

—Ya eres el dueño de dos de mis agujeros, ahora lo vas a ser del que te falta.

Se arrodilló ante mí y se metió mi flácida polla entera en la boca, la sacó y besó repetidamente mis testículos, los lamió y volvió a tragarse mi polla. Hizo algo que me volvió loco, la mantuvo entera en su boca mientras iba creciendo, me acariciaba con suavidad los testículos mientras mi miembro crecía y crecía sin asomarse ni un centímetro. Al final, con mi miembro totalmente erecto deslizó sus jugosos labios por él hasta sacarla completamente.

—Me encanta el sabor de tu polla, Juan – me miró desde abajo con cara lujuriosa.

La mamada que me hizo a continuación fue antológica, sin dejar de mirarme y agarrada a mi culo la metió y sacó de su boca chupando, aspirando, mordiendo, lamiendo. Al final me agarró las manos y me las puso en su cabeza. Me follé su boca hasta que me corrí llenándola de semen. Dijo algo que no entendí al tener la boca llena y se tragó toda mi corrida, ni una gota escapó entre sus labios.

Cuando terminé, con las pierna flojas, se levantó y me besó suavemente en los labios.

—Ya me has follado mis tres agujeros, ahora todos son tuyos, para siempre. Eres mi dueño y señor.

—Te quiero Ava, siempre te he querido – mi infalible plan en tres fases para follarla y abandonarla había fallado, ¿pero no era infalible? Había cumplido con el objetivo, me la había follado, pero era incapaz de abandonarla. Nunca. No lo consentiría, me extirparía la parte del cerebro que me decía que fuera cruel y no tuviera piedad si hiciera falta.

—Lo sé, Juan, siempre lo he sabido, yo también te quiero con toda mi alma, pero luego hablamos, ahora vamos a darnos un baño. Me sale tu semen por dos de mis agujeros, bueno, por dos de tus agujeros.

Recorrimos la piscina pegados dejando que el agua nos limpiara. Hicimos otra vez el amor con Ava enroscada en mi cintura, en la parte exterior viendo el jardín, aunque nuestros ojos no se separaron de los del otro. Fue la vea que más disfruté. Lo hicimos de forma calmada y cariñosa, nos acariciamos mucho y nos dijimos cosas bonitas. Nos corrimos a la vez sin dejar de besarnos.

Clara había desaparecido y no pudimos despedirnos. Ya en el coche camino de casa no dejaba de dar vueltas en la cabeza un tema. ¿Debía decirle a Ava que la había engañado para seducirla? Ella me notaba pensativo y dejó de darme conversación. A mitad de camino no pude más y paré el coche en un desvío.

—Tengo que contarte algo importante, Ava – le dije agarrándola las manos.

—¿Estás casado? – preguntó con cara de cachondeo.

—No, pero te he engañado – ala, lo dije. Aquí se acababa mi felicidad, nada más empezar. Ava se quedó callada y seguí explicándome -. ¿Recuerdas a Ana, la chica tan desagradable que quería llevarme a bailar?

—Sí, tu ex.

—Esa, pero … ¿cómo sabes tú que es mi ex?

—La vi en Instagram, pero sigue.

—Lo preparé todo con ella, siempre me has menospreciado y tenía que hacerte entender que yo me podía merecer a un pibón como ella. ¿Y el gorila de ayer?

—Sí, el que me quería violar pero ni siquiera me tocó el culo, y eso que me tuvo un par de minutos agarrada. Hacía como que me metía mano pero luego nada.

—¿No te asustaste?

—Al principio sí, después de que pasó todo me di cuenta que no tenía mala intención, tenía la mirada limpia. Decía tonterías como si se las hubiera aprendido. Eso sí, fue muy romántico que te dejaras pegar por mí.

—¿Y Clara? – pregunté rendido a la evidencia.

—Otra ex, también sale en tu Instagram. “Bienvenidos Sres. Torres”. Eso ha estado muy gracioso.

—Entonces, ¿no estás enfadada conmigo?

—Claro que no, tontorrón, me parece muy bonito que hayas montado tal plan para conquistarme.

—¿Y cuando me defendiste y has echado a Clara, era de mentira?

—Lo de Ana no porque todavía no sabía quién era, a Clara ya la conocía y sabía que era una actuación, aun así me ha puesto cardiaca que te enseñara las tetas. Podríamos decir que no he actuado de mentira.

—Entonces, ¿me perdonas por engañarte?

—No hay nada que perdonar, y ahora deja que te cuente una cosa.

—Dime.

—Como te dije, al principio mi matrimonio fue bien, pero tú pronto dejaste de llamarme y coger mis llamadas. Ahora lo entiendo mejor, era cruel para ti. El caso es que tienes razón, yo te menospreciaba, te quería solo como amigo, y te veía como algo seguro para cuando te necesitase. Cuando cortaste relaciones conmigo empecé a echarte de menos, cada vez más. Pronto me di cuenta que eras muy importante en mi vida, y en mi corazón también, pero estaba casada y en el fondo quería a mi marido. Pero entre lo de los niños y darme cuenta de mis sentimientos por ti, dejé de pelear por mi matrimonio. Creo que fui yo la que tuvo la culpa de que no funcionara. Cuando mi marido me propuso separarnos no lo dudé, busqué un trabajo en Madrid y vine a buscarte. Conseguí localizarte gracias a un amigo policía y a la matrícula de tu coche, que vi en una foto tuya de Instagram. Por cierto, deberías ser más discreto.

—Ya veo.

—Busqué mi apartamento cerca del tuyo y vigilé tu portal hasta que te vi salir. Me hice la encontradiza contigo en el bar y me fui enseguida porque no aguantaba las ganas de comerte a besos y declararte mi amor. No conocía tu situación y no quería asustarte. Más o menos eso es todo.

—Perdona Ava, pero somos dos gilipollas, la que hemos montado para engañar al otro y seducirle.

—Eso lo resume muy bien, pero no negarás que ha sido divertido.

—Sí, menos lo del hermano de Bea.

—Tu otra ex.

—Sí.

—¿Te vienes a vivir conmigo? – pregunté.

—Ya tengo hecha la maleta.

—Bien.

—Bien.

Conduje con cara de imbécil sonriente en dirección a la casa de Ava, que tenía una cara parecida. Se me ocurrió una cosa que tuve que preguntar.

—Oye Ava, lo de tus agujeros y que eres mía para siempre ¿sigue en pie?

—Por supuesto amor mío.

—¿Y que soy tu dueño y señor?

—También.

—Ah vale, porque necesito a alguien que me haga la compra y eche gasolina al coche.

Me pareció oírla murmurar algo así como : “cuando las ranas críen pelo”.

—¿Qué has dicho, cielo?

—Que en cuanto lleguemos espero que me pongas en posición de rana y me des por culo otra vez. Aunque era virgen por ahí me ha encantado.

No estaba seguro que hubiera dicho eso, pero la afluencia de sangre a mi erección dejó sin riego mi cerebro y lo di por bueno. En cuanto recogimos su maleta y llegamos a casa la di por culo satisfactoriamente para ambos. Como dicen los alpinistas, había abierto una nueva ruta que iba a frecuentar mucho en adelante.

3 AÑOS DESPUÉS.

Cuando llegué a casa del ministerio, mi mujer, nos habíamos casado hacía un año, estaba dando de mamar a nuestra hija. El médico había dicho que la probabilidad era casi nula, pero lo intentamos y lo intentamos y lo intentamos hasta que lo conseguimos. Ahora tenía en casa un ser que solo sabía llorar y ensuciar pañales y me enamoró en cuanto nació. Por desgracia la niña nos obligó a reducir las veces que teníamos sexo. Ahora solo follábamos por la mañana y por la noche. Hacía que Ava me dijera todos los días que era mía para siempre, con lo que era feliz a más no poder. Sus agujeros seguían siendo míos y se lo recordaba con frecuencia, los usaba a menudo para que no se olvidase.

En cuanto a ser dueño y señor, lo era de la casa, se hacía mi voluntad y se seguían mis órdenes, siempre y cuando Ava no estuviera y no hubiera dejado instrucciones previas, claro.