Mi amiga Christina
Este no es un cuento sobre mujeres, ni sobre sexo, es mucho más que eso. Vengo a relatar la historia de dos seres de belleza dulce y sublime que se tocan, se descubren y se aman por encima de todas las cosas.
Tenía veinte años cuando conocí a Christina, era pequeñita y frágil como una muñeca. Sus cabellos eran rubios y suaves y sus ojos de un azul muy oscuro e intenso. Preciosa.
Ella estudiaba publicidad y yo por aquel entonces era camarera de uno de los garitos más de moda en la ruta de los universitarios. Sobra decir que ver a una chica joven tras una barra atrae mucho a los chicos y descubrí que también a las chicas…Y es que si Christina era guapa yo tampoco estaba nada mal, puesto que soy morena de melena larga, ojos oscuros y boca en forma de corazón.
Una noche de jueves que tenía turno en el bar la vi llegar buscando a sus compañeros:
- Perdona,¿ has visto a dos chicos rubios con camisetas negras? Es que hay una fiesta de la facultad y hemos quedado aquí…
- No, lo siento, yo acabo de llegar ¿quieres tomar algo y así los esperas?
No se hizo de rogar y se sentó en un taburete negro mientras que yo me disponía a servir a aquella belleza lo que me pidiera:
-¿Me pones una cerveza?
Rápidamente cogí un vaso y me acerqué al grifo de cerveza rubia. Ella estaba distraída y miraba a todos lados y a ninguno, era excepcional observarla. Su piel era muy fina y blanquita, la nariz era respingona al igual que se trasero, que pude observar más tarde cuando se levantó para ir al baño, tenía un cuello largo y bonito y bajando un poco más la vista, veía unos pechos que clamaban al cielo.
Quise acostarme con ella desde que la conocí, y para ello tenía que aproximarme. Yo no sabía si a ella le gustaban los chicos o las chicas pero la verdad es que me daba igual, a mí siempre me han gustado los chicos y de hecho sólo me gustan los chicos y Christina. Sabía que tenía que conseguir esa aproximación, quizá jugando bien mis cartas incluso siendo heterosexual lograría que subiera a mi cama.
Me acerqué y me dispuse a iniciar una conversación puramente trivial a fin de que ella pudiera mirarme a los ojos y viese la pasión que era capaz de levantarme. Para mi sorpresa fue ella quien inició la conversación:
- Me encanta tu colgante,¿es de plata vieja? ¡Me encanta la plata vieja!
- Es un regalo de un novio que tuve antes de llegar aquí
-¿De dónde eres?- me preguntó
-Soy de Toledo ¿y tú?
- Soy de Ibiza pero mi madre es de Vigo así que he pasado muchos años allá arriba en la casa de campo de mi familia- me comentó.
Y así comenzamos a hablar y a hablar, además de ser guapa pude comprobar que también era lista. Me hablaba de viajes, de chicos conocidos en esos viajes, del folclore típico de cada zona en la que había estado. Si algo estaba claro era que le gustaba explorar zonas desconocidas, descubrir paraísos perdidos, comunicarse con la gente que habitaba el lugar, integrarse en definitiva.
Me dijo que después de estudiar publicidad quería estudiar turismo, luego me preguntó sobre mí.
Le dije que era bailarina pero que una lesión terminó con mis ilusiones y sueños de niñez, así que aunque no podía dedicarme a la danza de forma profesional comencé a bailar en pequeños locales de ocio nocturno y finalmente acabé de camarera.
Aquello le sorprendió y creo que gratamente puesto que me dijo que siempre había querido aprender a hacer números de barra y cosas de ese estilo. Si quieres yo te puedo enseñar a preparar algún número no muy elaborado para que quede fresco y bonito y así tú lo usas cuando creas conveniente.
- ¡Genial!- me espetó con una nada disimulada alegría.
Había visto mujeres bonitas, mujeres guapas, y mujeres preciosas en toda mi vida, muchas de ellas desnudas ya que trabajaba en locales de streaptease. Pero jamás había conocido a una mujer con esa belleza como de cristal, que podía romperse en cualquier momento pero en el fondo resistente. Nunca había visto a nadie deslizarse por una barra con esa sutileza, majestuosidad y a la vez naturalidad como a ella. Su conjunto de braguitas y sujetador de encaje color cobalto resaltaba en su blanca piel, y yo ya no era capaz de mirar a otra cosa que no fuera su figura de muñeca de porcelana…
Cuando subimos a mi piso, que curiosamente estaba encima del bar, me dijo que ahora ella pondría unas copas que me relajara un momento. Yo fui a la cadena de música y puse un disco con una selección especial para números fáciles que me regaló una compañera de baile cuando entré a “La Manzana” (un tugurio en el que servían el peor alcohol de garrafa del mundo) seleccioné la pista adecuada para ella y me puse al lado de la barra que tenía en una esquina del salón al lado del mueble bar:
-¿Cómo es que tienes una barra en casa, Lucía?
-Bueno, este piso era de una compañera de trabajo del primer local en el que trabajé. Primero compartimos piso y más tarde cuando ella se casó me lo vendió. Así que el piso está con cosas que ella le puso, como por ejemplo la barra, que ella utilizaba para ensayar númerosmuy elaborados. Pero dejemos estas historias y comencemos con lo tuyo ¿no?- le dije con una seductora sonrisa.Le dije que se colocara a mi lado y que calentara un poco para no hacerse daño y que estuviera tranquila que solamente haríamos un par de sencillos pasos.
En seguida le pilló el punto a la coreografía y dos minutos más tarde estaba preparada para debutar en la barra. No sé cómo fueron sucediendo los acontecimientos y si fue a causa del alcohol pero fue contoneándose ante mí como una verdadera experta. Realmente no estaba en el juego pero lentamente empezó a deslizar su fino vestido de punto blanco inmaculado y vi aquel precioso conjunto color cobalto que contrastaba con su piel.
Me miraba con lascivia, y es que ella estaba bailando para mí…en lugar de quedarme petrificada en el sofá supe que era mi turno, fui acercándome a ella al ritmo de la música y bailando de forma muy sugerente:
-¿Sabes? Nunca me había sentido atraída por una mujer… pero Lucía hay algo en ti que me pone a mil- me soltó de golpe.
-Vaya me alegra saberlo puesto que yo también siento lo mismo- le respondí.
La cogí del cuello tiernamente y la besé en esa preciosa boca. Su lengua comenzó a luchar con la mía en un beso lento y húmedo, mientras sus manos acariciaban mi cintura de bailarina. Me moría por follar con ella, quería besar su cuello, bajar hacia sus pechos y lamer sus pezones, acariciar su pequeño ombligo y poco a poco ir descubriendo su sexo caliente latiendo por mi culpa.
Christina me llevó al sofá donde me quitó mi blusa negra y dejó al descubierto un coqueto sostén del mismo color. Deslizó los tirantes y comenzó a jugar con mis pechos:
-Tienes unas tetas preciosas- me espetó una Christina bastante caliente.
Desabrochó mis vaqueros y yo terminé de quitármelos:
-Ahora soy yo la que quiere jugar con las tuyas. Fuera la lencería.
Mientras se tumbaba en el sofá se quitó el sostén y las braguitas, tenía unos pechos blancos como copos de nieve coronados por unos pezones rosas que estaban bastante erectos. Su sabor era maravilloso, a chocolate y menta. La escuchaba suspirar de placer y yo cada vez estaba más mojada. A medida que fui bajando no pude evitar las ganas de masturbarme y así lo hice, estaba tan caliente que era capaz de empujarla con violencia hacia mi coño y obligarla a que me lo comiera. Pero me controlé y decidí darle placer a ella, se lo merecía por ser una tía tan alucinante y por estar tan buena.
Si yo estaba húmeda ella no era menos. Tenía el coño rosado y estaba ardiendo, además de desprender un agradable aroma a excitación y deseo. Mi lengua buscó su clítoris con ahínco y euforia:
-Me estás matando Lucía…me gusta mucho, no pares por favor…
Mientras le hacía la comida yo seguía masturbándome como una loca, aquella sería una idílica visión para cualquier tío; una rubia tirada en el sofá abierta de piernas mientras una morena le hace un cunnilingus de rodillas en el suelo con las bragas bajadas:
-Quiero hacértelo yo a ti…mmmm déjame que lo haga- ponía morritos mientras yo tomaba asiento en el sofá.
Rápidamente se colocó como una auténtica experta entre mis piernas, algo me decía que esta mujer se ponía de rodillas con más regularidad de lo que a mí me gustaría.
Se le daba muy bien, me abría los labios y jugueteaba con mi clítoris mientras me miraba coqueta, yo mientras no dejaba de acariciarme mis durísimos pezones:
-Chris, eres una auténtica guarrona ¡mira cómo me has puesto! Mmmm pero no pares nunca ¡por favor!
Introducía sus dedos mientras en su mirada veía a una mujer heterosexual salida por otra mujer:
-Quiero hacer que te corras. Esta noche estoy teniendo la experiencia más caliente de mi vida y me gustaría ver cómo te corres.
-Mmmm quiero correrme contigo Chris, nunca me había liado con una mujer y quiero que nos corramos a la vez…
Cambiamos posturas e hicimos un delicioso sesenta y nueve. Ahí estábamos ella encima jugando con mi sexo y yo debajo deleitándome con el suyo. Nos movíamos, gemíamos, intercalábamos frases sucias con dulces expresiones y tras un largo rato dando alaridos de placer en el salón de mi casa nos corrimos. Noté su voluptuoso cuerpo temblar sobre el mío y supe enseguida que un fuerte orgasmo la estaba sacudiendo. Fue tan fuerte como el mío, un húmedo calor trepó de mi entrepierna a mi cabeza y creí arder, fue un orgasmo intenso de los que te dejan mareada y confusa.
Nos quedamos abrazadas largo rato, compartiendo tímidos besos, calladas. Aquella noche dormimos juntas y volvimos a follar un par de veces más. Y aunque cada una tiene su vida y sus líos de vez en cuando mi amiga Christina y yo nos demostramos lo que la una siente por la otra, un tipo de amor que muy pocos van a comprender jamás.