Mi amada Elvira

Este es mi primer relato, espero que os guste.

Mi nombre es Carla, tengo 23 años y vivo en Madrid.

La historia que os voy a contar sucedió cuando yo tenía 17 años.

Mi padre heredó una casa de campo en Asturias, que pertenecía a una tía suya fallecida recientemente. Decidimos ese año pasar allí las vacaciones de verano, pues la casa estaba situada en un precioso prado rodeado de un bosque, y no lejos de allí también había una playa, por lo que este año íbamos a tener todo en el mismo lote.

La alegría inicial para mi se tornó en aburrimiento cuando me di cuenta de que allí a parte del paisaje no había nada y estábamos dejados de la mano de Dios.

Una tarde decidí salir sola a dar una paseo por el bosque, que era muy bello pero algo tenebroso al mismo tiempo, porque la gran cantidad de castaños y avellanos que lo formaban apenas dejaban pasar la luz del sol.

Después de caminar un buen rato decidí sentarme a descansar apoyada en un árbol, hasta que me dormí. Al poco rato desperté al notar en mi cara una caricia de una mano muy suave, que me hizo estremecer. Al abrir los ojos vi ante mí una chica de mi edad más o menos, con la piel blanca como la porcelana y los ojos y el pelo negro como el carbón. Llevaba puesto un vestido y unos zapatos blancos. Me sonrió y me dijo:

Me llamo Elvira, vivo aquí cerca, si quieres puedes venir a descansar mi casa y hacerme compañía. No deberías dormir aquí, te podrías perder si te coge la noche.

Yo me llamo Carla. Pensé que no vivía nadie cerca de aquí. Me alegra encontrar a gente de mi edad por estos parajes.

Caminamos durante un rato hasta llegar a una casa que quedaba dentro del bosque, hecha de piedra.

-E- ¿Quieres tomar un té? Preparé un poco hace un rato.

-C- Sí, por favor. ¿Vives tú sola en esta casa?

-E- No, vivo con mis padres. Pero ellos ahora están en la ciudad y no volverán hasta dentro de dos semanas. Yo me quedé aquí para cuidar de la casa.

Entramos en la casa, que no era muy grande, y estaba amueblada con muebles muy antiguos.

En ese momento Elvira me agarró suavemente del brazo, y dándome la vuelta me dio un largo beso en la boca.

Yo al principio me quedé muy desconcertada (siempre me habían gustado los chicos) pero me dejé llevar. Nunca nadie me había besado de esa manera tan sensual.

Entramos en un cuarto y comenzamos a desnudarnos una a la otra, sin dejar de besarnos ni un momento, acariciándonos por todos los rincones del cuerpo.

Elvira me tumbó en una cama, y abriéndome las piernas, comenzó a introducir su lengua en mi sexo, dando lugar a un placer indescriptible. Ella se tumbó encima de mí y puso su sexo en mi boca e hice lo mismo que ella me hacía a mí, pasando la lengua por todos los rincones con gran avidez, como si mi sed de sexo no fuera a calmarse nunca.

Estuvimos así varias horas, y abrazándonos y besándonos hasta caer dormidas.

Cuando despertamos estaba anocheciendo.

-E- Será mejor que te vayas, tus padres pueden preocuparse. Mañana te espero en el mismo lugar donde nos conocimos a las cuatro de la tarde. Me ha encantado conocerte.

Nos dimos un beso y nos despedimos. Cuando llegué a casa mis padres se sorprendieron de la cara de felicidad que traía. Les expliqué que había conocido a una chica y que había pasado con ella toda la tarde (evidentemente lo del sexo me lo reservé para mí) y que pensaba que podíamos ser grandes amigas. Mis padres suspiraron aliviados, porque creían que me iba a matar el aburrimiento.

Todos los días me encontraba con Elvira, dábamos grandes paseos por el bosque y siempre acabábamos en su cama. Al irme a casa me quedaba en el cuerpo una gran sensación de vacío, ya no había duda, estaba enamorada.

Una tarde noté en los ojos de Elvira una tristeza que no había visto antes. Le pregunté que le pasaba y me dijo que esa era la última tarde que nos podíamos ver, que ella se iba para siempre y que lo nuestro era imposible.

Yo comencé a llorar, la supliqué que no se fuera, que la amaba y que no podría vivir sin ella. En ese momento me besó y echó a correr entre los árboles. Yo la seguía como podía, gritando su nombre desesperadamente.

Vi como entraba en un recinto amurallado por una puerta con una vieja verja oxidada. La seguí hasta allí pero no la encontré. Aquel lugar era un viejo cementerio. En ese momento miré a mis pies y el mundo se me vino encima. Enfrente de mi había una tumba con el nombre de Elvira Rosales, muerta a la edad de 17 años, en 1944.

Creí volverme loca. Regresé a mi casa y me fui directamente a mi cuarto. Estuve llorando toda la noche.

Al día siguiente decidí acercarme hasta la casa de Elvira, pero lo único que encontré fue una casa derruida casi oculta por la maleza.

Hemos vuelto a pasar otros veranos en ese lugar, y siempre volví con la esperanza de que Elvira estuviera allí esperándome, pero nunca fue así. Jamás volví a verla, pero desde ese verano hay días que despierto con la sensación de tenerla al otro lado de la cama, como si nunca se hubiese ido.