Mi alumna madurita
Un profesor de gimnasia disfruta con el sexo con mujeres maduras. Una de sus alumnas le pide clases particulares. Después de los ejercicios en su casa se desnuda y se ofrece a él.
Hola. Cómo están. Espero que se exciten con estas historias reales que les voy a contar a todos. Hace poco descubrí esta pagina que da la posibilidad a todos, de dar a conocer nuestras experiencias.
Me llamo Diego, tengo 26 años y soy profesor de gimnasia acá en Buenos Aires. Mi debilidad son las mujeres maduras, con tetas grandes y buen culo. Dado mi trabajo en el gimnasio, muchas mujeres con estas características, están al alcance de mis manos. Por lo que casi siempre logro el objetivo de cogerme alguna de mis alumnas.
Les voy a contar cuando conocí a Mabel. Tiene 49 años, alta, tetas bien grandes y un culo bien redondo y goloso. Las primeras clases yo no podía despegar mis ojos del cuerpo de esta hembra. Aprovechaba cualquier motivo para tocar su cuerpo con el pretexto de corregir algún ejercicio. Ella no se quedaba atrás y me provocaba todo el tiempo. Ya desde la primer clase, vestía muy provocativamente. Usaba unas calzas blancas y un top de lycra que era como si no tuviera nada, dado que marcaba cada uno de los rincones de su cuerpo. Me di cuenta que no usaba corpiño ya que podía apreciar por completo lo grande de sus pezones. También llevaba una tanga muy chiquita ya que con las calzas blancas yo podía ver cómo se marcaban sus labios vaginales a la perfección.
Luego de dos semanas de tomar clases conmigo, me pidió si no podía darle clases en su casa aunque sea una vez por semana ya que necesitaba una rutina mucho más exigente. Le dije que no había problema.
Yo lo único que pensaba era tener ese cuerpo todo transpirado y pidiendo sexo a gritos, pegado a mí. Quería hacerle hacer otro tipo de "ejercicios" mucho más placenteros.
Llego a su casa, conversamos un poco, serían las 10 de la mañana, le digo que empiece con la entrada en calor. Esa mañana vestía un top de lycra, por supuesto sin corpiño, y la muy caliente no llevaba bombacha, por lo que la calza blanca se le metía por cada rincón de su entrepierna.
Luego de una hora de ejercicios le dije que podía descansar, que por hoy habíamos terminado. Yo estaba completamente excitado, ya que ver tremenda mujer toda transpirada y sin ropa interior, era imposible no estarlo. Hasta que me sorprende diciéndome si era verdad que teniendo sexo se quemaban tantas calorías como haciendo determinadas rutinas. Le digo que sí, pero que debe ser sexo con mucho movimiento y por largo rato. Entonces me dice que lamentablemente su marido ya no la atendía como ella quería y necesitaba. Yo le dije que cómo podía ser que siendo una mujer hermosa como era ella, su esposo no le prestara la atención necesaria. No sé, me contestó ella. Tal vez ya no le guste mi cuerpo, siguió.
Se paró y empezó a decirme que tal vez no le gustan mis pechos o mi cola, etc, etc. Yo estaba completamente al palo. Me dolía la pija de ver cómo me mostraba su cuerpo. Le dije que tenía un cuerpo hermoso. Que a mí me encantaban las mujeres con muchas formas. Que yo en lugar de su esposo no dejaría de admirarla un minuto.
Entonces me acerqué a ella y tomándola de la cintura le di un chupón y nuestras lenguas empezaron a jugar. Comencé a meterle mano por todo su culazo mojado de transpiración. Le metí las dos manos por debajo de sus calzas y le pasaba mis dedos por la raja del culo que estaba todo sudado. Ella no se quedaba atrás y me sobaba la verga por encimas de mis calzas.
La senté en el sillón, le bajé las calzas, y quedó ante mí toda desnuda de la cintura hacia abajo. Solo le dejé las zapatillas. Su piel era completamente blanca y tenía la concha toda depilada. No tenía ni un pelito. Se veían sus labios mayores bien hacia afuera. El rosa fuerte de su concha más el brillo de su transpiración más su excitación hicieron que me lanzara a chuparle la concha como a mí me gusta. No les puedo contar con palabras el sabor que tenía Mabel en la concha. Era riquísimo. Sólo aquel que haya probado la concha de una mujer madura sabe de lo que hablo. El sabor agridulce de su flujo se mezclaba con el sabor a transpiración de su raja. Sus húmedos muslazos me apretaban la cabeza como pidiendo que no pare.
Según me confesó más tarde, hacía cuatro meses que no tenía sexo. Mabel gritaba y gemía como una condenada. Y yo chupaba y tragaba sus jugos, chupaba y tragaba. Le hundía la lengua tan adentro como podía. Estuve chupándole la concha cerca de media hora en donde Mabel acabó como cinco veces.
La putita me decía: -Me vas a secar Dieguito. Pero no pares. Y seguía gritando y pidiendo más. Cada tanto dejaba de chuparle la concha y bajaba hacia el orto de la vieja. Lo tenía bien cerrado y olía como si hubiera cagado una hora antes. Esto no me importaba en lo mas mínimo y le limpié el culo con la lengua.
-Qué cerrado que tenés el orto, Mabel. Le dije. -No te preocupes que tiene solución.
-No se te ocurra cogerme el culo, que soy virgen por ahí.
-¡¡¡Ssssssiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii!!!. Exclamé yo. Cómo te voy a desvirgar el culito, bebota. Lo estuviste guardando para mí 49 añitos y hoy vas a conocer el placer anal.
Le saqué el top y sus tetazas quedaron colgando como dos melones. Tetas bien blancas como el resto de su cuerpo. Pezones del tamaño de hamburguesas, pero de un rosa muy clarito, casi perdiéndose con el color del resto de sus pechos. Se los chupé hasta que le quedaron rojos de la irritación. Ella pedía que no pare de chuparle los pezones. Que quería acabar una vez más pero sólo con mi boca en sus tetas. Y así lo hizo.
Me levanté de arriba de su cuerpazo, me saqué la musculosa y me bajé las calzas, quedando mi pija completamente dura, apuntando a su boquita. Mabel exclamo: -¡¡¡Qué pedazo!!!. Y tomándolo con las dos manos me lo empezó a chupar...
Pero eso se los cuento en la segunda parte.
Quisiera recibir correspondencia de mujeres maduras, que les haya gustado este relato, y que gocen del sexo sin culpas. Podemos mantener una relacion via email o lo que sería mejor conocernos personalmente, para que podamos gozarnos juntos. Si tenés entre 35 y 55 años, escribime. Un beso.