Mi ahijada Andrea. 2
Las adolescentes pueden ser mucho más morbosas y atrevidas que las mujeres adultas.
Andrea no contestó, pero los dos nos levantamos del sofá, ella recogió sus braguitas y juntos nos dirigimos a la alcoba que compartíamos su madre y yo, aunque antes pasó a su habitación de la que salió con un rotulador en la mano.
Mientras íbamos por el pasillo no pude evitar poner mi mano en sus glúteos y palparlos sintiendo como se endurecían al andar constatando lo firmes que eran.
Llegamos a la habitación y Andrea se quedó de pie sin saber muy bien lo que hacer. Le dije que se sentara y después de dejar las bragas a un lado, se sentó en el borde de la cama.
Estaba preciosa. Con su inexperiencia se dejaba guiar y hacía todo lo que yo le indicaba sin tan siquiera preguntar para qué.
Le dije que me dejara ver el “rotu”. Era de color negro de una conocida marca alemana, tenía un extremo cubierto por un capuchón rojo y el otro por un tapón redondeado del mismo color.
Me acerqué y me arrodille sobre la alfombra delante de ella. Acaricié sus pechos y pezones con mucha delicadeza que respondieron poniéndose tiesos y duros. Le dije que se echara y ella obediente así lo hizo dejándose caer sobre la cama dejando los pies apoyados en el suelo. Me incliné sobre ella, acaricié sus pechos y besé y chupé sus pezones. La cara de Andrea era la viva imagen del deseo. No decía nada pero la manera de morderse los labios y los leves gemidos que escapaban de su garganta, eran lo suficientemente elocuentes para que por sí solos significaran que por encima de todo, deseaba abandonarse al placer y sentir en cada poro de su piel la sensación del clímax sexual proporcionado por otra persona, que hasta este día no había conocido en toda su plenitud.
Ya no era la niña a la que todos creíamos inocente e ingenua, era una mujer anhelando caricias y deseosa de alcanzar las más altas cotas del placer. Así lo demostraba ofreciendo su cuerpo sin pudor y reclamando a cambio el del hombre que la hiciera alcanzar el clímax. Era una hembra esperando que el macho hundiera su miembro en ella y se vaciara en sus entrañas inundándola de semen.
Deseaba ser follada. Sin decirlo con palabras, lo decía con su cuerpo y con sus actos. Buscaba aplacar la calentura que la consumía y deseaba hacerlo como una auténtica mujer. Nada de masturbaciones a escondidas, ella quería que la penetrara hasta el fondo para sentir dentro toda mi virilidad y la descarga en lo más profundo de su vientre de la leche, como la que un rato antes tuvo extendida en sus pezones.
Había probado el sexo en pareja y le había gustado, por eso su joven cuerpo ansiaba las caricias que quizás en tantas ocasiones había soñado en la intimidad de su alcoba mientras se masturbaba.
Ahora tenía la oportunidad de hacer realidad esas fantasías y las quería todas. Quería experimentar todo aquello que había imaginado mientras acariciaba su sexo o introducía su “juguete” en el ano, soñando que era un amante imaginario quien le hacía todo eso.
Deslicé una de mis manos hasta su vientre y empecé a juguetear con su vello púbico rizado y sedoso, para seguidamente acariciar, sin llegar a meter los dedos dentro de su hendidura, su sexo. Sin yo pedírselo, Andrea separó las piernas y cuando pasé mi mano por sus labios, recorriéndolos desde el perineo hasta el pubis, Andrea se estremeció a la par que me miraba en una muda súplica para que calmara el ardor que la consumía. Era la sensualidad personificada y se moría por ser penetrada como una gatita en celo.
- ¿Tienes muchas ganas?, le pregunté mientras besaba sus deliciosos pezones.
- Siiiiiii, quiero que me lo hagas.
Su respuesta acrecentó mi excitación, aunque no quería precipitar las cosas. Me tomaba mi tiempo para prolongar el disfrute y el morbo que me producía ver a Andrea, una preciosa chica adolescente desnuda, totalmente entregada y dispuesta a complacerme en cualquier cosa que le pidiera. Sentía un hormigueo indescriptible en todo el cuerpo pensando que podía hacer lo que quisiera con Andrea, y que ella se me ofrecía gustosa para gozar del sexo sin límites.
Tomé sus piernas y las flexioné hasta que quedaron en posición ginecológica con lo que su coñito se mostraba en toda su plenitud, a la par que su ano se dejó ver con la lanza del rotulador clavada profundamente en él.
Me quedé extasiado mirándolo. Los labios mayores eran como dos rodetes carnosos ligeramente más sonrosados que el resto de la piel, separados por una hendidura que en esa posición no dejaba ver el interior.
He visto otros coños así, pero en fotos o vídeos. Era como el sexo de una niña pequeña en la que no salen los labios menores por la hendidura, todo está cerrado como en un estuche.
Con ambas manos separé los labios y apareció ante mí el coñito más bonito que he visto jamás. Era de un tono sonrosado precioso y los labios menores, pequeños y delgados, se unían en la parte superior formando la pequeña cresta del capuchón que guarda el clítoris. Con ambas manos estiré el vello púbico hacia arriba para dejar totalmente al descubierto su clítoris. Acerqué mi nariz y aspiré el aroma que emanaba. Era un olor intenso pero no desagradable, más bien al contrario, era un olor embriagador que invitaba a empaparse de él.
Lo tenía todo impregnado del fluido que había segregado antes y se veía brillante y apetitoso.
Forcé la separación de los labios por su parte inferior y vi como se abrió un pequeño agujero en la entrada de su vagina de un diámetro no mayor de un centímetro, que se cerraba si dejaba de separarle los labios. Estaba claro que era virgen.
No pude aguantar más, posé mi boca sobre su sexo y empecé a besar y lamer sus labios cálidos y suaves como el terciopelo. Con mi lengua recogí la cremita de un tono nacarado que lo cubría y acto seguido empecé a deslizarla hacia arriba recogiendo los juguitos que para mí eran todo un manjar.
Llegué hasta el capuchón que guardaba el clítoris y me entretuve en chupetearlo, succionarlo y mordisquearlo con mis labios a la vez que lo impregnaba de los juguitos que llenaban mi boca.
Seguí así un ratito pasando mi lengua por toda su rajita y chupeteando el clítoris que se notaba hinchado y tumefacto por la excitación.
Yo estaba disfrutando comiéndome el coño más delicioso de mi vida y Andrea también disfrutaba, pues no dejaba de emitir pequeños gemidos.
Después de un ratito comiéndome tan exquisito manjar y con Andrea plena de excitación, lo que me aseguraba que no se negaría, le dije:
- Me gustaría ver lo que haces con el “rotu”.
- Entonces tengo que ir a mi habitación a por vaselina.
- No hace falta, tu madre y yo tenemos gel para estas cosas.
Le indiqué que se echara en el centro de la cama y le acerqué a su mano el frasco de gel. Se puso una pequeña cantidad en el dedo y adoptando de nuevo la postura ginecológica se la aplicó en el ano dándose un pequeño masaje.
Yo no me perdía detalle y cada vez estaba más caliente viendo como Andrea se preparaba para penetrarse ella misma.
De nuevo puso más gel en su dedo y repitió la misma operación metiéndose la yema del dedo de vez en cuando.
Acto seguido cogió el rotulador y después de untarlo también con gel, lo apoyó en la entrada de su ano por la parte redondeada y lo fue introduciendo poco a poco hasta que más de la mitad del mismo hubo desaparecido dentro de su agujero, con lo que calculé que se metió más de diez centímetros, pues estos rotuladores son bastante largos.
Se quedó quieta con el rotulador dentro y le pregunté qué hacía después a lo que me contestó que lo dejaba así mientras se masturbaba.
Le dije que lo hiciera, que quería verla y Andrea puso su mano sobre su clítoris y con sus dedos empezó a masajearlo con suaves movimientos rotatorios.
Mi polla había vuelto a babear y también deseaba participar de la fiesta así que me subí a la cama y me puse de rodillas frente a ella y le dije que se abriera los labios con las manos y apartara el vello para que el clítoris quedara bien expuesto, cosa que hizo al instante. Me acerqué hasta que mi verga estuvo a la altura de su sexo. En esta posición presioné mi miembro desde la raíz hasta el glande para hacer salir mis fluidos preseminales que cayeron en un hilillo continuo sobre su clítoris y lo extendí sobre él con mi miembro.
Puse el glande presionando ligeramente la entrada de su virginal vagina y Andrea, que había levantado la cabeza y no se perdía detalle de lo que hacía, preguntó:
- ¿Me va a doler mucho?
- Nada de eso cariño, te prometo que sólo vas a sentir placer.
Estaba claro que pensaba que iba a penetrarla pero yo ya había decidido, por temor a dejarla embarazada entre otras cosas, que como aún nos quedaban muchos días de vacaciones para seguir disfrutando, Andrea recordara su primera relación conmigo como algo placentero y no como algo traumático por el dolor que pudiera causarle la desfloración.
Con mi mano deslicé mi polla a lo largo de su rajita hasta el clítoris, al que Andrea se encargaba de mantener despejado del vello púbico que con sus manos lo estiraba hacia su vientre como yo le había indicado que hiciera.
Realicé ese movimiento de abajo a arriba, recorriendo toda su rajita, frotando mi verga por su coño repetidas veces, entreteniéndome en su clítoris que era lo que más agradaba a Andrea.
Coloqué mi glande justo encima de su botoncito, me eché encima y empecé a realizar movimientos como si la estuviera penetrando aunque mi miembro sólo frotaba su sexo.
Llevaba así unas cuantas embestidas cuando Andrea exclamó:
- ¡Para, para!
- ¿Qué pasa?, pregunté algo alarmado.
- Que se ha salido, respondió con voz entrecortada.
Me incorporé un poco y observé que efectivamente mi miembro ya no estaba sobre su sexo, sino en su ingle. Al no tenerlo dentro se deslizó debido a mis movimientos, pero aumentó mi excitación comprobar que Andrea quería mi pene sobre su clítoris tanto o más que yo.
Me puse de rodillas frente a ella y le dije que lo cogiera y que fuera ella misma la que se frotara, así lo haría como más le gustara y no se escaparía.
Andrea cogió mi verga con las dos manos y empezó a frotar la cabeza contra su clítoris a la vez que movía la pelvis empinándose al encuentro de mi pene.
El rotulador seguía dentro de su culo, pero parecía que eso no la incomodaba, más bien al contrario, yo diría que aumentaba el placer que sentía, aunque todo su interés se había centrado en dirigir mi pene sobre su clítoris y frotárselo con él enérgicamente cada vez más deprisa, olvidándose un poco del rotulador.
Llevábamos así un ratito y yo intuía que se iba a correr pronto y me preparé para hacer lo mismo y cuando sus manos se crisparon alrededor de mi miembro y lo apretó contra su sexo a la vez que empinaba el culo, me dejé llevar y solté mi leche sobre su clítoris y su vello púbico, mientras Andrea daba elocuentes gemidos y estallaba en un tremendo orgasmo aferrada a mi verga que no despegaba de su hinchado botoncito.
Fueron varios y copiosos chorros de semen los que descargué sobre ella y cuando se nos pasó el éxtasis, Andrea hizo lo mismo que había hecho yo en el sofá, empezó a extender mi semen sobre su clítoris jugueteando y utilizando mi pene para ello y le advertí que no lo llevara abajo no fuera que se le metiera dentro y quedara embarazada.
En cuanto me oyó se asustó y con su mano empezó a arrastrar el semen hacia su vientre dejando todo su vello más pringado de lo que ya estaba.
Acabé de limpiar su sexo con papel higiénico y reparé en el rotulador que todavía seguía dentro de su culo. Lo cogí y empecé a tirar de él muy despacio mientras Andrea sonreía pícaramente hasta que salió todo y observé los movimientos de los pliegues de su ano que se contraían y se aflojaban como hechando en falta el juguetito.
Le pregunté:
- ¿En el chichi no te lo metes?
- Algunas veces sí, pero me da miedo desvirgarme y como también me da gustito por el culo, no me arriesgo. Una amiga lo hizo con la flauta como en el libro de Lulú y se desvirgó ella sola.
- ¿Tienes ese libro?
- No. Es de los padres de mi amiga. Tienen muchos de sexo. Ella me los ha dejado para leerlos.
- ¿Y no te gustaría algo más grueso que el rotulador? Cuando te metí el dedo entró muy bien y no te dolió. Seguro que disfrutarías más con algo más grueso.
- No tengo otra cosa. Una vez lo intenté con el vibrador de mi madre pero es demasiado grande.
- Ya buscaremos algo más delgado que puedas usar, le dije pensando en comprarle un vibrador anal.
Me eché al lado de Andrea y me puse a acariciarla muy despacio y suave y mirándome con una dulzura exquisita, esbozó una sonrisa a la vez que se ponía de costado y yo, acomodándome detrás de ella la abracé por detrás pegándome a su espalda y me dediqué a darle besitos en la nuca y acariciarle los pechos mientras le decía lo bonita que era.
Ella se adormeció mientras yo no dejaba de pensar en los acontecimientos que acababa de vivir. Aún no me creía lo que me estaba pasando. Jamás hubiera pensado que haría sexo con Andrea. No por ser la hija de mi pareja, sino porque para todos era una niña modelo, virtuosa y recatada. No se le conocían novios o amigos íntimos y estaba dedicada a sus estudios en cuerpo y alma, aunque estaba claro que detrás de la Andrea formalita y estudiosa se escondía otra “viciosilla” y morbosa que se moría por el sexo.
Al cabo de una media hora Andrea salió de la somnolencia y me miró con una sonrisa preciosa. Le dije que era una dormilona y ella sonrió mientras se estiraba desperezándose.
Le comenté que tenía que salir, que si quería venir conmigo y me dijo que sí, así que le di una palmadita en el culo y le dije que se duchara, tenía el pubis cubierto de semen seco mezclado con los pelillos, que después lo haría yo.
Cuando estuvimos listos salimos a la calle. Ella llevaba un minúsculo short vaquero y una camiseta rosa y estaba para comérsela.
Se la veía feliz. Estaba radiante, exultante y preciosa, y yo ya no la veía como a una niña. La chica que iba a mi lado era toda una mujer. Parecía que había perdido la timidez de golpe, pues aparentaba más seguridad en sí misma que muchas mujeres adultas. Me di cuenta que Andrea había pasado de niña a mujer en unas horas y que ella se sentía adulta, pues hacía cosas de adulto. Era como si al cruzarse con otras mujeres dijera: “yo ya soy mayor, también hago sexo como tú”. Para ella, hacer sexo con un hombre era haber traspasado el umbral de la adolescencia.
Llegamos al estanco, pues tenía que comprar tabaco y mientras atendían a otros clientes, me entretuve en mirar los artículos expuestos. Me llamó la atención un expositor en el que había una gran variedad de cigarros puros y reparé en algunos que estaban en estuches individuales cilíndricos, metálicos y de cristal.
No pude evitar relacionar esos estuches con la charla que tuve con Andrea referente al rotulador, así que busqué unos de cristal, que después resultó no ser cristal sino metacrilato, y me decidí por uno que no era demasiado grueso pero sí lo suficientemente largo.
Cuando me tocó el turno, pedí mi tabaco junto con el cigarro puro y después de abonar el importe y avisar a Andrea que estaba entretenida mirando los expositores de tarjetas postales, salimos de nuevo a la calle.
Le pregunté si le apetecía un helado y al asentir nos dirigimos a una heladería que disponía de mesas en el interior y además era un local refrigerado.
Tomamos sendos helados mientras hablábamos de cosas intrascendentes pasando el tiempo hasta irnos a casa a preparar la comida para cuando llegara su madre.
Esa tarde fuimos a la playa, a esa zona de playa virgen donde rara vez había gente. Como siempre, ellas se quedaron en top-les y nos dedicamos a descansar, yo bajo la sombrilla leyendo un libro y ellas al sol para broncearse.
Pasado un tiempo mi pareja dijo que iba a darse un baño y nos invitó a hacer lo mismo, pero tanto Andrea como yo declinamos la invitación.
Cuando mi pareja estuvo dentro del agua y lo suficientemente alejada puse la silla al lado de Andrea que estaba tumbada boca abajo y manteniendo el libro con la mano izquierda para que pareciera que leía, la derecha la deslicé bajo su entrepierna acariciando su sexo por encima de la tela del bikini.
Apenas unos instantes después Andrea apartó la braguita del bikini a un lado hasta la ingle, de manera que sin quitárselo su coñito quedó al descubierto.
Estaba húmeda y mis dedos se empaparon con sus juguitos antes de apoderarme de su clítoris y frotarlo con delicadeza para que disfrutara de una paja en presencia de su propia madre, con lo que el morbo alcanzó limites insospechados.
Yo tenía mi verga más dura de un palo y me hubiera gustado masturbarme cuando Andrea se corriera, pero mi pareja no cesaba de llamarnos y hacernos gestos para que fuéramos a bañarnos con ella.
Temiendo que al no ir nosotros viniera ella, le dije a Andrea que siguiera masturbándose ella mientras yo iba con su madre. Le pregunté si se enfadaría si follaba con su madre dentro del agua, cosa que habíamos hecho muchas veces cuando estábamos solos pero nunca en presencia de Andrea y como me dijo que no, que se excitaría viéndonos, salí disparado al agua al encuentro con mi pareja.
Cuando llegué a su lado empecé a juguetear con ella y a besarla y tocarla por todas partes, cosa que me reprobó por estar su hija en la playa. Le comenté que Andrea estaba dormida y que en todo caso desde allí no sabría lo que estábamos haciendo al estar metidos dentro del agua hasta la cintura, que pensaría que estábamos jugando como otras veces.
Se convenció de que Andrea no se percataría y se quitó las bragas del bikini al igual que yo el bañador, los que até juntos con los cordones y los puse alrededor de mi cuello para que no se los llevara el agua.
Yo me asenté firmemente en el fondo, mi pareja se colgó de mi cuello y se deslizó frente a mí elevando las piernas hasta que su sexo tocó mi pene. Cuando la cabeza estuvo centrada justo en su orificio empujó hacia mí y se insertó mi miembro hasta que mis testículos se aplastaron contra sus glúteos. En esta posición empezó a moverse para hacer que mi pene entrara y saliera de su coño mientras me decía que se moría de gusto con mi polla dentro.
Me aferré a sus glúteos con ambas manos y empecé a moverla arriba y abajo para que mi miembro entrara y saliera de su coño, ya que yo no podía moverme. Ella colaboraba en el mete saca elevándose y dejándose caer estando colgada de mi cuello, lo que hacía que mi miembro entrara y saliera en toda su longitud y con relativa rapidez, lo que unido al morbo de hacerlo al aire libre y estando Andrea presente, hizo que nos corriéramos enseguida.
Mi pareja no se contuvo y emitió sonoros gemidos cuando tuvo el orgasmo para después de acabado, reírse a carcajadas y comentar que había sido un polvazo riquísimo. Le dije que eso había sido por el morbo de hacerlo en presencia de Andrea, que aunque a ella le diera apuro, en el fondo le gustaban estas situaciones.
Mi pareja se quedó colgada de mi cuello con mi pene dentro mientras me besaba y me mordisqueaba la boca y el cuello y después de un ratito, cuando mi miembro se hubo aflojado lo suficiente y salió de su sexo, se descolgó de mí y se lavó para que el semen escurriera, nos pusimos los bañadores, salimos del agua y fuimos junto a Andrea que seguía echada boca abajo en la toalla.
Hubo un momento en que mi pareja fue a la orilla del agua a quitar la arena de las playeras y aproveché para preguntar a Andrea si se había masturbado y me dijo que sí, que lo había hecho mientras nos veía hacer el amor y que se había excitado mucho.
Aunque yo estaba muy satisfecho después del día de sexo que llevaba, no dejaba de pensar en el día siguiente, cuando Andrea y yo volviéramos a estar solos en casa y eso me hacía sentir un cosquilleo por todo el cuerpo y una sensación de ansiedad que no sabría explicar.