Mi afición a oler bragas viene de largo...

Oler bragas es una afición que tenemos algunos hombres adictos al sexo. También es verdad que cada día las braguitas de nuestras mujeres son más bonitas, sensuales y excitantes… ¿Verdad?

Ya lo adelanto en el resumen del relato. Soy adicto al sexo, pero siempre con conocimiento. Jamás he sido maleducado. Muy vicioso, pero con saber estar.

Habré estado con casi un millar de mujeres de todas las edades,  y he olido varios centenares de bragas en vida y las seguiré oliendo hasta el final.

He intentado tener siempre cuidado con los detalles para que no se notase que había estado hurgando entre sus cosas, aunque no siempre lo he conseguido. Hay mujeres que tienen un sexto, un séptimo y hasta un octavo sentido. Indudablemente son más listas que nosotros.

Con su permiso o sin él, en ocasiones he coleccionado bragas. Perdí mi colección en un traslado, pero en mi mente siguen estando. No he sido el único de mi familia. Si no he podido robarlas, las he fotografiado, especialmente las negras con los restos blancuzcos. Tengo una buena colección, pero no me pidan que las comparta, es un disfrute exclusivamente privado.

Oler braguitas es una de mis debilidades, aunque bastante menor que mi primera debilidad, que es comer coños. Ya les contaré como obtuve el primer premio de comecoños en un concurso en una fiesta privada. Me dieron incluso hasta un diploma.

Por cierto, el nombre de esta parafilia o fetichismo sexual de oler braguitas se llama técnicamente misofilia.

Por mi profesión y por mi afición, soy estudioso de las parafilias. Sabían como curiosidad mis amables lectores que Japón es uno de los países con mayor número de fetichistas por metro cuadrado, y que existe una leyenda urbana de que en lugares ocultos de las grandes ciudades japonesas, ocultas a la mayoría existen máquinas expendedoras de braguitas usadas. Sabían que incluso se ha legislado al respecto, y que desde 1.990 están prohibidas las transacciones de braguitas usadas de menores de edad. ¿Qué curioso verdad? ¿O no?

Volvamos a mi afición.

Mirar la ropa interior de los cajones, era algo insuperable, casi adictivo. Ver unas bragas en el cesto de la ropa sucia, cogerlas y llevármelas instintivamente a la nariz era un acto reflejo.

Olerlas siempre ha sido una acción adictiva que he realizado desde mi despertar sexual, que fue muy precoz.

Generalmente después de pasar la noche en el cesto de la ropa sucia huelen mal, ya lo sabe quién las ha olido alguna vez. Ese olor fuerte generalmente a restos de orín y/o fluidos si se han excitado por algo, es lógico, ya que la parte que se ciñe al coño recibe directamente todo esos néctares femeninos, a veces con el paso de las horas queda endurecida y acartonada por los efectos químicos de sus fluidos, de otra parte maravillosos al natural.

Al fin y al cabo, los riñones filtran tóxicos de la sangre. Otra cosa es saborear el orín fresco, toda una delicia.

Me gustan especialmente las bragas y braguitas modernas, así como  todo tipo de tangas. Incluso esas que son más altas, pero también me gustan las fajas y los corsés. Obviamente sujetadores, medias, ligas, en fin para no cansarles, les diré que me gusta todo tipo de ropa femenina.

Del género femenino siempre me ha gustado toda, absolutamente toda su ropa. Incluso aquel ligero olor a pies sudados de los calcetines de mi vecina Purifi la granadina, de la que tendré que hablarles sin duda, pues fue a la primera que le prometí que le echaría cinco polvos sin sacarla y que obviamente cumplí ante su previa incredulidad. Después de la segunda noche quería dejar a su marido e hijos para estar conmigo para toda su vida, menos mal que la convencí de que reflexionase. Una extraordinaria historia que les contare próximamente, pues merece la pena ser relatada.

Volvamos a las bragas, que me enrollo como una persiana.

He olido además de bragas, pantalones, todo tipo de ropa usada.

A veces el perfume que usan las deseadas desconocidas deja rastros en la ropa me hace enamorarme por un momento de esa mujer, aun sin conocerla.

He olido almohadas, sábanas. Me he acostado en sus camas para sentir esa sensación tan excitante. Ellas habían estado allí hacia unos minutos. Algo muy excitante. Obviamente para hacerse una paja.

Hablando de pajas, recientemente he calculado que entre pajas y polvos, habré soltado más de cuarenta mil lechazas hasta ahora. Más pajas que otra cosa, lo confieso.

A veces al pasar al lado de muchas mujeres, he aspirado profundamente para poder oler los sensuales aromas que dejan al pasar.

Las mujeres son una maravilla olorosa. Son la razón de la vida.

¡Ole por ellas!

Recuerdo aromas del pasado, de mi tía abuela Rafaela y ese olor tan especial que luego descubriría que era una crema que se daba todos los días al levantarse y al acostarse. No haré propaganda de ella, pero las mujeres sabrán a cual me refiero al decirles una caja redonda azul con su nombre y marca que empieza por “N”. Recuerdo el olor de Raquel mi gran amiga, mi amor, mi compañera en aquellos primeros años laborales. Como no recordar el aroma de la viuda, mi añorada Fernanda, el olor de su cuello, el aroma de su sexo, e incluso el sabroso sabor de su sudor en todos sus recodos.

Al recordar no puedo dejar de acordarme de la mujer que la que más añoro su olor, aún sigue soltera y con la que tuve una relación durante algunos meses en el pasado. Seguro que les hablaré de ella en algún relato, era funcionaria del Estado, ya jubilada por un problema de salud. Su nombre compuesto Inés-María, cumplía los años el mismo año que yo, aunque ella en una fecha muy señalada, que siempre me hace recordarla especialmente, aunque no dejé de pensar en ella nunca. Mi amada y deseada Inés-María, comprendo que me dejases al no poder irme a vivir contigo, como era tu deseo, pero en ese momento no estaba preparado. Deseo volver a comerte el coño una vez más antes de morir.

Volvamos a las bragas.

Habré olido las bragas de centenares de mujeres, especialmente de mujeres  de mí alrededor desde muy joven. Modernamente casi todas las mujeres se cambian a diario y ya no huelen tanto salvo que vengan de un rato de ocio sensual o no, tomando alguna copa y que hayan ido al servicio una o varias veces. En todo caso, en esos rincones privados de un servicio están maravillosas y sus coños son tremendamente apetecibles.

He olido las bragas de madres y hermanas de mis amigos. De tías, primas y desconocidas. De mis mujeres, de mis amantes, de sobrinas, de cuñadas y de suegras. He tenido varias de estas últimas. Algunas de manera muy cercana e incluso íntima. Me encanta comer el coño por el que salió mi mujer.

Desearía  coger y manosear todas aquellas braguitas y tangas que veo en cualquier tendedero, especialmente si sé de quienes son o me lo supongo.

Todas mis vecinas me gustan en algo, unas más y otras menos. A todas les haría un favor o varios, aunque con una esposa liberal en la actualidad, hay que penar siempre en pareja. Es un derecho adquirido y lógico. Lo acepto. No soy egoísta.

Al pensar en mis vecinas, la que primero querría seducir es una hija soltera ya madurita que aún vive con su familia, es enfermera con plaza fija, de nombre Maribel. Me gustó desde el primer día que la vi.  La conozco hace muchos años y la sigo deseando cada día más. Su cuerpecito es pequeño, delgadita, aparentemente frágil pero seguro que tiene su genio, es una delicia de mujer y me excita sobremanera pensar en ella.

Trato de adivinar cuáles serán sus bragas al verlas tendidas en la cuerda, pues hay varias mujeres en la casa, incluida otra hermana muy parecida de cara, que también me gusta mucho, aunque algo más alta que Maribel.

Habré de hablarles de ella en alguna ocasión y contarles las decenas de fantasías que he tenido con ella de protagonista. A mi mujer no le gusta mucho, pero a mí me encanta, y desearía pasar cientos de tardes con ella y con alguno de sus acompañantes, a mi mujer le gusta uno especialmente, dice que tiene cara de vicioso.

Hacer intercambio de parejas es algo sublime y muy saludable. Créanme.

Como les decia al finalizar el anterior relato, me he puesto en muchas ocasiones bragas de mujeres e incluso he ido con ellas días enteros. Al sentirlas me he excitado excepcionalmente, la polla se me pone durísima y tengo que hacerme una paja obligatoriamente. Obviamente no son cómodas, pero es muy excitante saber que las llevas puestas.

Hasta el próximo relato, que ya les anticipo que será sobre el fetiche de uno de mis primos, y de cómo compartimos diferentes deseos con la misma mujer, su madre, aunque él, lo que más deseaba por aquel entonces, eran sus zapatillazos…