Mi adicción: Ser un cornudo
No sé cómo llegó este momento, ni cómo afectará a nuestra relación. Lo único de lo que soy realmente consiente es que me resulta sumamente difícil apartar la vista de aquella escena que se desarrolla cada semana frente a mis ojos: mi esposa Raquel y su antiguo novio devorándose el uno al otro.
Raquel y yo nos casamos un día de otoño hace ya 5 años. Empezamos nuestra vida de pareja con mucha ilusión. El amor emanaba a borbotones, el cariño era más que suficiente, pero algo no funcionó desde el inicio. El sexo no nos satisfacía. Probamos de todo, juguetes, juegos de roles, pelis porno, pero cada vez que hacíamos el amor, procurábamos que no volviera a repetirse.
El asunto está en que ella es preciosa, metro ochenta, piel blanca, con un pelo castaño liso que llega hasta la media espalda. Pechos erguidos, sin llegar a ser grandes, aunque suficientes para no poder cubrirlos del todo con mis manos. Unas caderas de lujo que van a juego con un culito respingón que provoca las miradas de los hombres cuando paseamos de la mano por la calle. Sus piernas merecen un apartado especial, ya que son el motivo por el que me case con ella. Piernas larguísimas, bien contorneadas, fabulosas bajo unos vaqueros ajustados e impresionantes bajo una minifalda, es sencillamente cautivante verlas moverse.
Siempre pensé que Raquel, con su carita de ángel, no sería capaz de ninguna obscenidad ni de ningún pensamiento demasiado pecaminoso, pero me equivoqué, ya que hace unos meses me propuso revivir a toda costa nuestra vida sexual, de una forma desconcertante.
Me contó que estuvo mandándose mensajes de texto con su ex novio, el que la desvirgó. Juan, al parecer estaba recientemente divorciado, y la cosa había ido muy mal para él.
En una de sus conversaciones él le menciono que no la había podido olvidar, que era la mujer de su vida y que si no hacia lo que él le diga, se suicidaría. Ella concertó una cita con él para disuadirle de aquella empresa mortal. El ex al inicio del encuentro la llenó de elogios, se mostró muy cariñoso pero al ver que Raquel no tenía ninguna intención de caer en su juego, empezó a gritar y llenarse de ira. Me cuenta ella que sacó una navaja y se la llevó al cuello con la intención de matarse frente a ella
Raquel en un arranque de desesperación aceptó sus condiciones y salieron de aquel lugar a ultimar los detalles del triste acuerdo. Él le dijo que quería tener sexo con ella todas las semanas, que debía aceptar todos los jueguecillos que a él se le ocurrieran y que debería ser completamente sumisa, de lo contrario se mataría frente a ella y que sería la única culpable. Raquel aceptó de mala gana, con la intención de ganar tiempo, según me lo dijo ella misma, y así pedir algún tipo de ayuda para él.
Hasta ahí todo parecía un vil chantaje de ese tipejo, pero lo que dijo Raquel a continuación me dejaría helado. Me propuso que mirase mientras se entregaba a los juegos de su ex, el perturbado. Me dijo que solo algo como eso, tan morboso y tan humillante podría hacer desaparecer ese hastío que dominaba nuestra vida sexual. Que si lo hacíamos bien ella y yo disfrutaríamos de aquel morbo que ofrecía tamaña locura.
Esa no fue la única vez que trataba de convencerme de que le permitiese tirarse a su ex. Semana tras otra lo intentaba, mis negativas cada vez eran menos rotundas, hasta que por fin accedí. Juan no dejaba de llamarla y amenazarla con matarse, pero ella se las arreglaba para ganar una semana más para poder convencerme.
Llegó el día del encuentro, Juan accedió de buena gana humillarme, Raquel llevaba una sonrisa de oreja a oreja, vestía un vestido rojo con detalles brillantes, marcaba su silueta fielmente ya que iba muy ceñido a su cuerpo. Estaba súper animada, me besaba durante el desayuno y se mostro cariñosa durante el resto de la tarde. A las 9 de la noche, sonó el timbre, era ese tipejo de Juan, un hombre alto, de piel aceitunada, y ojos azules, miraba a mi mujer con una mirada felina, desnudándola por completo mientras entraba por la puerta.
Raquel nos presentó y después de unas copas para romper el hielo, Juan cogió a mi mujer de la mano y sin decir nada la llevó a mi dormitorio, yo los seguí en silencio y me senté en un pequeño sofá que tenemos junto a la cama.
Ella me miró con una sonrisita pícara
–“cariño, esto lo hago por ti, te quiero” – me dijo, yo no respondí.
A continuación Juan empezó a besarla en la boca, luego pasó al cuello. Sus manos no eran indiferentes a la creciente pasión que se sentía en el aire, recorrían la espalda de Raquel lentamente mientras que las de ella acariciaba el pecho de él aún cubierto por el elegante traje que llevaba. Al poco rato Juan había despojado a mi mujer de su vestido. Descubrí que llevaba una tanguita muy pequeña, que dejaban al descubierto sus nalgas bien formadas. Los pechos de mi mujer siempre me gustaron, pero le gustan más a Juan, que no para de estrujarlos y acariciarlos. Ella no se mostró indiferente ante aquellas caricias y empezó a mostrar un color rosa en las mejillas. De rato en rato me miraba, solo para comprobar que ya tenía una erección impresionante.
Raquel completamente desnuda, recibía innumerables caricias de Juan, que solo vestía unos pequeños calzoncillos. Ella no pudo guardar mas la “compostura” y empezó a besarlo en el pecho, lentamente empezó a bajar por su abdomen. Beso tras beso fue bajando hasta encontrarse con la única prenda que vestía Juan. Cogió con los dientes el borde de los calzoncillos y los fue bajando hasta que cayeron con su propio peso. Allí, completamente desnudo, mostraba su imponente miembro, más grande y ancho que el mío. Estaba seguro en ese momento que mi mujer había hecho la comparación obligada.
Ella empezó a lamer el glande de aquel miembro viril, lo lamió desde la punta hasta la base del pene, repetidamente hasta cubrirlo del todo. Se metió el miembro por competo en la boca, Raquel se esmeraba para que no quede ningún centímetro fuera de su boca. Que arte tiene para mamarla, se lo comía todo del tirón y luego se lo sacaba de la boca, solo para lamer alocadamente el punta del pene. Juan con una tremenda cara de satisfacción, solo atinaba a gemir y cerrar los ojos, su miembro empapado por las lamidas de mi mujer estaba rojo y duro y seguramente caliente como la lava. Mi mujer pasó del pene a los huevos, los lamia y se los metía a la boca con sumo cuidado de no cascarlos. Él la levanto en peso y cogiéndola en brazos la llevó a la cama.
Le abrió las piernas y comenzó a comer el coño de mi mujer, primero lentamente, jugueteando con su entrepierna haciéndola esperar sus lametones. Tanto le hacía esperar que ella le dirigía su lengua hacia su coño con las manos. La velocidad de su lengua empezó a crecer y con ello los gemidos de mi mujer que empezaba a arquear la espalda por el tremendo placer que Juan le trasmitía. Yo por mi parte no podía disimular mi erección y empecé a tocarme por encima del pantalón. Raquel se dio cuenta, y lanzándome un beso volado me dijo que no parara de tocarme, que le gustaba lo que veía.
La lengua de Juan pasaba del coño al culo de Raquel, la tenía toda mojada, creo que se había corrido ya dos veces como mínimo, desde mi lugar privilegiado podía ver que la lengua de él se iba metiendo poco a poco en el culo de mi mujer. Al poco rato Juan había metido toda su lengua en el culo de mi mujer, metiendo y sacándola saboreaba el interior de ella.
- “Tienes una zorrita muy caliente, pringao. Le voy a dar caña de la buena!” – me dijo entre relamidas y jadeos. El tipejo puso las preciosas piernas de mi esposa sobre sus hombros y la penetro sin piedad, sus acometidas hacían que la cama vibrara a tal extremo que parecía que se desplomaría. Raquel que no era mucho de gemir, pero empezó a gritar como una loca. Una y otra vez el miembro caliente y rojo entraba en las entrañas de mi mujer que le suplicaba que no parara. El sudor de ambos amantes empezó a mojar las sabanas blancas de mi cama. Yo hacía tiempo había sacado el pene de su prisión. Me masturbaba a intensamente al ver como mi mujer era poseída por otro hombre. Verla gozar y gritar cada envestida de aquel macho me ponía a mil, me sentía humillado pero lleno de morbo, mi ojos como platos no querían apartar la mirada de aquella mujer que me había jurado amor eterno y que esta noche se entrababa a su ex novio que la estaba penetrando prácticamente sin descanso.
Raquel se dio la vuelta y mostrándole todo el culo a Juan se metió la polla de él ella sola en una posición del “perrito”. El no se movía, era ella quien se encargaba que tamaña polla entrara y saliera de su coño sin pausa. Sus movimientos eran tan violentos que pensé que le había dado algún ataque nervioso o que tenia convulsiones. Juan la detuvo y las tumbó boca abajo sobre la cama, le puso un cojín pequeño que adornaba la cabecera de la cama, bajo la pelvis. Mirando el culo de ella, empezó a lamerlo y empezó a meter toda su lengua en el. Podía ver como meneaba la lengua en el interior de mi mujer, casi podía afirmar que Juan buscaba con afán que su lengua topara con el interior sucio de Raquel que en cada lengüetazo, habría más las nalgas para que la lengua de su fogoso amante llegar aún más adentro de su interior.
Estuvieron así un buen rato, cuando él sacó la lengua y acerco su polla al ano completamente dilatado y húmedo de mi esposa. Metió su polla rápidamente, lo que provocó que Raquel soltara un grito desgarrador, pero lleno de placer. Sacó la polla y volvió a meterla sin piedad como la primera vez. El grito no se repitió, pero un gemido de ella se dejó escuchar. Aquello hizo que me corriera al instante. Todo ese placer que sentía mi Raquel me ponía muy cachondo. Juan comenzó a penetrar analmente a mi mujer haciéndola grita y gemir, ella cogía de un puñado las sabanas húmedas de la cama para contener esa mezcla de dolor y placer que su amante de turno la hacía sentir.
Cuando Juan, no pudo aguantar más, sacó su polla del interior de mi mujer y la acerco a la boca de esta con la clara intención de correrse en su rostro. Mientras él se masturbaba para que saliera el semen, ella me miraba como esperando aprobación para que pudiera tomarse el néctar de su amante. Yo no podía mover un solo musculo, quería que ella decidiera. Y lo hizo bien. Cerrando los ojos y abriendo la boca recibió todo el semen en el rostro, era mucho semen y gran parte cayó en la boca de Raquel. No dejo que cayera ni una sola gota al suelo. El se esmeraba en que ella se lo tragara todo y ella no ponía pegas, con la lengua se metía a la boca todo lo que él le daba. Luego cuando no había más “néctar” que tomar empezó a lamer el pene medio flácido de Juan para no desperdiciar nada.
Se quedaron juntitos los dos, entre besos y mimos juraban volver a repetirlo. Me puse de pie he invité a juan a que se fuera, ya era suficiente humillación por ahora. – “volveré la semanas que viene, cornudo, a tirarme a tu zorrita”- me dijo con todo el desparpajo que podía mostrar en ese momento. Raquel lo acompaño hasta la puerta, le dio un último beso y cerró la puerta.
“¿Qué te pareció?” – me preguntó ella,
“Tenemos que repetirlo” – le dije, y acto seguido hicimos el amor apasionadamente.
Ahora no hago otra cosa que esperar los sábados a las 9 de la noche todas las semanas, para ser humillado por mi mujer y su ex novio que cada vez que se encuentran se esmeran en ponerme más caliente semana tras semana. Está claro, me he vuelto adicto a los cuernos…