Mi abuelo Américo

Un secreto que voy a atesorar toda la vida.

Esto que les voy a contar, sucedío cuando yo apenas era un niño. Ahora, soy un hombre casado, padre de dos hijas y hasta se podría decir que feliz. Durante muchos años tuve borrado de la cabeza lo que me pasó con mi abuelo y durante muchos otros odié su recuerdo. Pero hoy, puedo ver las cosas de otro modo. Perdoné, acepté y hasta puedo atesorar este secreto que me va a exitar toda la vida. Todo comenzó cuando mi mamá, que nunca supo quien fué mi padre, me dejó en casa de mis abuelos y al mes se fué con un tipo a Brasil y desapareció para siempre. La casa de mis abuelos era muy grande. Adelante había un gran jardín y una casa de varias habitaciones en donde mi abuela y su hija mayor (mi tía) pasaban la mayoría del tiempo. En la parte de atrás había un inmenso fondo con árboles, huerta, dos galpones y hasta una pequeña habitación con baño que construyó mi abuelo, pero que finalmente nunca se decidió a alquilar. Mi abuelo se llamaba Américo. En el barrio le decían Don Américo y hasta creo que lo querían. En ésa época tendría 70 años, era mescla de indio y europeo, de ojos celestes, corpulento y alto. Todo en él era grande, desde la cabeza y el cuello hasta los pies y las manazas. Siempre estaba haciendo algo en el fondo y con las mujeres de la casa apenas hablaba. Por lo menos, una vez por semana a una de las dos la fajaba. Yo escuchaba perfectamente los golpes que les daba en la cabeza y en la espalda, como también los gemidos y el llanto contenido de estas dos pobres víctimas de mi abuelo. Yo me la pasaba en el fondo con él, ya que conmigo era muy cariñoso. Pero tenía algo raro. . . Hoy, tal vez podría considerárselo como el inicio de una demencia senil. No lo sé. Pero lo cierto es que cuando no se la pasaba trabajando, estaba siempre exitado, sobándose la verga, apoyándomela cada vez que podía, sentándome encima suyo junto a la mesa para leer el diario mientras yo sentía una batata dura que me refregaba por la cola Le gustaba mucho jugar conmigo. Me ponía boca abajo sobre sus rodillas y mientras me tocaba el culito, me decía: ¡Que lindo chanchito alcancía que tengo ! ¡Cuantas moneditas que voy a ahorrar ! Mientras yo me reía como loco, con sus gruesos dedos me ponía monedas en el hoyito, haciendo presión para que entren aunque yo tenía puesto un pantaloncito. Una vez, jugando al chanchito alcancía, me bajó los pantalones y me metió una moneda tan adentro que después no me la pudo sacar. Enseguida me tranquilizó, trajo una crema para embadurnarse los dedos y comenzó a escarbarme en el ojetito hasta que me la sacó. Cómo esa vez me dolió bastante, durante varios días no le hablé ni me le acerqué. Yo también le tenía miedo. . . Al poco tiempo nos volvimos a amigar y comenzó a meterme el dedo de nuevo, a decirme que era un termómetro de carne y que queria saber si yo tenía fiebre. A partir de ahí se la pasaba lavándome la cola y me metía de uno a tres dedos adentro. Yo a esa altura me sentía como un perrito en celo y cada vez que lo veía venir me tiraba sobre la mesa del galpón y haciendo que leía le ofrecía mi culito para que me lo escarbara con sus inmensos dedos. Frente a mi abuela y mi tía, apenas se preocupaba en disimular, me tocaba el culo, me llevaba la manito sobre su enorme pijón y me lo apoyaba haciéndome sentar encima suyo. Yo creo que esas dos pobres mujeres se daban cuenta de todo pero era tal el miedo que le tenían que hacían como que no veían ni entendían lo que pasaba. En fin, para que les voy a contar más detalles. La cosa es que pasados unos años en los que me hizo de todo, Mi abuelo Américo murió repentinamente de un ataque al corazón. Hoy, ya muerta también mi abuela y mi tía, heredé una gran cantidad de propiedades que mi abuelo fué comprando a lo largo de su vida. A pesar de la dicha de haber constituido una familia normal y del amor inmenso que siento por mis hijas, a veces el recuerdo de mi abuelo se hace presente y me largo por ahí, buscando alguien que me consiga bajar esta antigua fiebre. si alguien cree que puede ayudarme o tiene una historia similar para compartir, escríbanme.