Mi abuelito me enseñó a amar mi culito
Querida nietecita, tenemos que probar algo distinto, pues yo no quiero...
¡Ah, esos abuelos entrañables! Yo nunca estube tan unida a mi abuela como a mi abuelo. Me llevaba a pescar desde niña, me compraba chuches y dábamos largos paseos por el bosque, donde me enseñaba cosas de la naturaleza.
Recuerdo una tarde en la que los ciervos estaban en celo y no paraban de berrear en el bosque. Todo se llenaba de sonidos del amor y él me contaba el porqué de sus lamentos.
Me decía que a diferencia del hombre, que está permanentemente en celo. Los ciervos sólo lo están en un corto periodo del año. En el que tienen que demostrar su hombría y copular con cuantas más ciervas mejor.
Aquello me impactó, especialmente el detalle de cuantas veces podían hacerlo en esos días. Y mi abuelo me contestó que innumerables veces al día y con distintas hembras. Y añadió: “¿Te imaginas algo así en los hombres?”. Y esta pregunta me intrigó.
Yo ya me entregaba a la masturbación en aquella época y recuerdo que le pregunté si él aún estaba “en celo” como el resto de los hombres.
—¿Claro, por qué no iba a estar en celo yo? Una cosa es que sea viejo y otra es que no me funcione lo de abajo —aclaró.
Él siempre fue sincero conmigo, algo que siempre agradecí.
Luego le pregunté por las mujeres y ahí me dijo que en nosotras era distinto, que con la crianza se daba predominancia a este aspecto en detrimento de la cópula.
Se me ocurrió preguntarle si él había sido alguna vez infiel.
Esta nueva pregunta ya fue más peliaguda, pero mi abuelo, tras pensarselo muy bien añadió: “La monogamia e sun invento de las religiones, el hombres polígamo por naturaliza, aunque nos empeñemos en ir en su contra”.
Entonces insistí en si eso era un sí.
—Bueno, puedes tomarlo como un sí, si eso te complace.
Pero como yo tenía sed de conocimiento, le pregunté que con cuantas hembras había cupulado él.
—¡Uf, eso es difícil de admitir! Especialmente si es a una nieta —dijo refiriéndose a mi—. ¿Con cuantos has copulado tú?
—Yo, con ninguno aún —dije sin importarme admitir que era virgen.
—¡Claro, qué idiota soy! ¿No?
—Aunque tengo una amiga que dice que ya lo ha hecho con su tío.
—¿Con su tío?¿En serio?
—Sí, eso me confesó ella un día —dije yo sincera.
—Ves, en la naturaleza eso también pasa, a veces uno tío se puede encontrar con su sobrina y no hay nada que les impida copular.
—¿Y un abuelo con su nieta? —pregunté yo con sonrisa pícara.
—¡Pues es posible! —admitió él en respuesta.
Aquello quedó allí y volvimos a casa de mi abuela ya entrada la noche. Yo había ido a visitarlos una semana, pues soy hija única, y estuve todos esos días saliendo al campo con mi abuelo.
El caso es que yo recordaba vívidamente aquella noche la conversación con mi abuelo. Y al pregunta incómoda y casual última mía. ¿Podría yo hacerlo con mi abuelo?
Como he dicho me masturbaba con cierta frecuencia, dos o tres veces por semana. Y esa semana no fue distinta, así que esa noche me masturbé y el pensamiento de que lo hacía con mi abuelo me acompañó en el delicioso orgásmo que me proporcionó.
Secretamente lo guardé para mí y al día siguiente, cuando estábamos paseando en barca, le dije que se apartase a la orilla. Y allí dejamos la barca, entonces, como hacía calor, me quité mi ropa y únicamente me quedé en braguitas.
Pues no usaba sujetador, ya que tenía unos pechos en forma de copita de champán y me era más cómodo ir libre.
Recuerdo que quedó impresionado al verme, así que me bañé de esa guisa. Y él, aunque al principio se resistió, luego claudicó. Se quitó sus pantalones y su camisa y se bañó en calzoncillos, como manda la ley.
Así compartimos un momento íntimo en aquella orilla del pantano. Luego, mientras nos secábamos. Descubrí con cierto pudor, que mis braguitas blancas al mojarse dejaban ver bastante bien mi rajita bajo ellas. Entonces ví que mi abuelo tampoco era ajeno a aquel descubrimiento.
—¿Te gusta lo que ves abuelo? —le dije.
—¡Oh lo siento querida nieta! Disculpa mi indiscreción, pero no he podido evitarlo.
—¡Sí, lo sé! No te preocupes, ¿si fueses un ciervo me montarías hoy?
—Vamos nietecita, nosotros no somos como ellos, por mucho que queramos.
—¿Entonces me mentiste? —insistí.
—¡Oh no, claro que no!
—¿Entonces de ser un ciervo y yo estar en celo me montarías?
—Si, supongo que sí.
—¡Pues seamos ciervos! —dije yo quitándome mis braguitas y quedándome con mi chochito depilado frente a mi abuelo.
—¡Oh nietecita! Eres ciertamente muy bonita. Pero, ¿cómo quieres que te haga eso?
—¿No te lo montaste con otras mujeres? Eres un buen macho ciervo, ¿por qué no te lo montas con tu nieta cierva? —le insinué yo.
Entonces me acerqué, pues sabía que necesitaba un empujoncito. Y metiendo mi mano en su boxer, cogí su verga mojada y chiquitita por el agua y moviéndola la fui calentando con mi mano. Sintiendola coger consistencia y cuando ya estaba a medio crecer, me agaché y la hice entrar en mi boquita.
El miraba ojiplático desde arriba y yo, chupaba por primera vez una pija desde abajo. Admito que estaba muy cachonda, desde la noche anterior, en que me confesó que me lo haría si yo era una cierva. Y esta fantasía, no se me había ido aún de la cabeza.
Así que le mamé la pija y terminé de hacerla crecer en mi boca.
Mi abuelo me levantó entonces y arrodillándose ahora él se comió mi melocotón maduro. Así descubrí las mieles del cunnilingus. Y él se comió una fruta prohibida, que jamás sospechó que se comería.
Me da verguenza admitirlo pero me corrí casi al poco tiempo, pues su boca era experta y mi concha era completamente inexperta. Asi que concluí apoyada en sus hombros para no caerme.
—¡Has quedado ya complacida! —dijo mi abuelo desde abajo.
—No aún tiene el ciervo que cubrir a su cierva —dije yo desde arriba.
Y poniéndome en cuatro le respondí a su pregunta, lo que no sospeché es cómo respondería él a mi ofrecimiento.
Se arrodilló detrás de mi y clavó su lengua, pero en mi culito, me penetró con ella al tiempo que me acariciaba mi chochito y conseguía hacerme excitar de nuevo.
—Querida nietecita, tenemos que probar algo distinto, pues yo no quiero dejarte embarazada, así que te lo haré de forma algo distinta.
—¿Cómo? —pregunté de manera inocente.
—Te enseñaré a amar tu culito.
Acto seguido introdujo uno de sus dedos por mi ano y aquella penetración me llenó de excitación. Yo sabía de aquellas artes amatorias, pues vi una porno y ya conocía, pero nunca me imaginé que la primera pija que vería me la clavaría por tal parte.
Y así mi abuelo me dilató bien, con su lengua y sus dedos combinados, de manera que cuando me clavó su pija, mi agujerito aún no estaba completamente dilatado, pero el trabajo preparatorio surtió efecto y cuando la sentí toda dentro, creí desfallecer en aquel momento.
Me penetraba analmente, me penetraba profundamente, yo sentía intensamente. “¡Uf!” — resoplaba y gemía—, “¡Uf!” —continuaba.
Y aferrado a mis estrechas caderas me lo hizo lento, despacio y con detenimiento. Me hizo gozar una vez más y me regó el culito, con la semilla de su gran experiencia.
Sentir un orgasmo culero, me hizo por primera vez amar mi culito. Y hasta el día de hoy, cada vez que alguien me la mete por ahí, no puedo evitar recordar como perdí mi anal virginidad, a manos mi ciervo-abuelo…
Espero que esta serie, que estoy publicando íntegramente y sobre la marcha, te esté gustando y estés gozando con ella... Si quieres gozar aún más, tal vez te interese La madrastra , una obra muy sensual, que podrás encontrar tanto en amazon como en google, como casi todas mis nobelas... Dejo aquí su sinopsis:
Beyda es la madrastra y Aday el hijastro, entre ambos sucederá algo imprevisto, un accidente que les llevará a mantener una tórrida relación. En principio forzada, pero luego surgirá algo que los unirá inesperadamente, como suceden estas cosas en la vida…