Mi abuela 4. ¿Amor o sexo? 1/2

Descubrimos que mi madre también necesita "amor", pero es amor o sexo lo que ellas quieren. Para descubrirlo nos vamos a un hotel muy especial en el que descubrimos nuevos amigos.

  • Mi abuela. ¿Amor o sexo?

El calor de la mañana me despertó. Estaba en la cama de mi madre, junto a ella, abrazado. Mi brazo bajo su cabeza, el otro sobre su cintura mientras mi cuerpo estaba pegado al suyo. Mi polla estaba erecta, no por tema sexual, pero apoyado sobre su hermoso culo. Me agité contra ella y la abracé sintiendo su cuerpo, sintiendo su culo en mi sexo.

Espero que esa erección sea por tener ganas de orinar. - dijo mi madre con una voz melosa y me sentí pillado en mis pensamientos obscenos sobre su cuerpo - ¿Vas a orinar o seguirás amenazándome con eso? - no sabía bien qué me pedía. Agitó su cuerpo y su culo se frotó contra mi polla – Gracias hijo por escucharme anoche…

De nada mamá. – le di un cariñoso beso en el cuello mientras agitaba mi cuerpo contra el suyo.

¡Eh, cuidado! – me golpeó en broma sobre la mano que posaba en su barriga - ¡Esas cosas las carga el diablo! – presionó su culo más contra mí.

¡No os da vergüenza! – dijo mi abuela tras abrir la puerta y encontrarnos abrazados en la cama - ¡Es tu propio hijo!

Pero… pero… - mi madre no sabía qué decir y se sentía violenta por la acusación de su madre.

¡Nada de peros! – mi abuela me cogió de la mano y me levantó de la cama sacándome de la habitación - ¡Señorito, se te ha caído el pelo!

Me llevó por el pasillo tirando de mí, soltando improperios hasta empujarme para que entrara en mi habitación. Entró y cerró la puerta tras ella y escuché el sonido metálico del cierre.

¡No permitiré qué te vayas con otra! –me abrazó y me besó en la boca.

¡Espera abuela! - tuve que hacer fuerza para agarrar sus brazos y separarla de mí - ¿Qué te pasa?

¡No lo sé! - se sentó en la cama y sus manos taparon su cara mientras parecía que empezaba a llorar - ¡Te deseo y no puedo estar sin tenerte!

¡Ramón, Ramón! - mi madre me llamaba desde el otro lado de la puerta - ¿Estás bien?

¡Pasa! - le dije a mi madre tras abrir la puerta – Tenemos que hablar.

¿Qué ha pasado? - dijo al ver a su madre sentada en la cama, llorando.

Los tres estábamos sentados en la cama y le contamos a mi madre la extraña y perversa relación que había surgido entre nosotros desde el primer día. Mi madre estaba espantada con lo que le contábamos y su cara mostraba todas las sensaciones que no podía expresar con palabras.

¡Mi hijo y mi madre! - en su mente se agolpaban las ideas y casi la tenían paralizada - ¡No lo puedo creer! - mi abuela se levantó y se marchó de la habitación sin decir nada, mi madre me miró - Tengo que pensar... - se marchó.

Quedé solo en la habitación. Me levanté y me duché para intentar que mi mente se tranquilizara. Tal vez todo estaba ocurriendo demasiado rápido. El sexo con mi desconocida abuela, las perversiones de aquellas dos mujeres con su estúpido marido. Intenté no encontrarme con nadie por la casa hasta salir y caminar por el camino hasta llegar a aquella cascada donde me encontraba días atrás con mi abuela.

No sé cuánto tiempo estuve allí sentado, mirando el agua fluir, escuchando a la naturaleza y esperando que algo hiciera el milagro de arreglar aquella pésima situación. Me levanté y caminé hacia la casa por aquel camino. Los tres, mi madre, mi abuela y yo, llegamos a comer cada uno por separado, no queríamos coincidir, nos evitábamos.

Fue cuando empezó a oscurecer, cuando encontré a mi madre y mi abuela hablando en el salón. Me acerqué y las saludé sin saber qué ánimo tendrían. Las dos me saludaron y mi madre me indicó que me sentara en un sillón frente a ellas.

Hijo - empezó a hablarme mi madre - tendrás que comprender que lo que he descubierto hoy es algo... - no sabía bien cómo calificar la situación - raro, cuando menos.

Ya mamá... - le contesté con voz de avergonzado.

¡Habéis tenido relaciones sexuales! - puso énfasis en aquella frase y bajé la vista - Tú apenas eres un jovencito que habrás tenido una o dos relaciones con chicas... - la miré y agité la cabeza indicando que se equivocaba - ¡Encima has perdido la virginidad con tu abuela! - miró a mi abuela que puso cara de decir: “¡Yo me lo llevé!” - ¿Os dais cuenta lo pervertido qué es?

Perdona hija. - contestó mi abuela – Ninguno lo buscamos, pero resultó así...

¡Sí, claro! - mi madre se puso en pie y se dirigió a su madre con cierta brusquedad - ¡Los dos estabais desnudos y “¡Oh, lo siento abuela, te la metí sin querer!”!

La verdad es que estábamos desnudos...

Mi abuela empezó a contarle el primer día que nos encontramos en la cascada y cómo sin darnos cuenta llegamos a tener sexo. Mi madre se agitaba en el sillón y se tapaba la cara mientras escuchaba a mi abuela.

¡Para mamá! - le ordenó mi madre a la suya - ¡Creo que ya me has contado suficiente para darme cuenta de lo pervertidos que sois!

Sí hija. - mi abuela parecía crecer moralmente con aquella conversación - ¿Pero no es verdad que te mostraste al jardinero para no perder tu herencia?

¡Sí, sí es verdad! - los ojos de mi madre se llenaban de lágrimas - ¡Ya tengo bastante con perder a mi marido que tengo que hacer las perversiones que me manda mi madre!

¡Perdona hija por el daño que te hice! - mi abuela abrazó a mi madre – Nunca he podido saber quién me quería por mí y quién por mi dinero... Sólo tu hijo me ha mostrado que me quiere por mí, y no sólo por darme sexo.

¡Tengo miedo mamá! - dijo mi madre abrazándose a ella – Si me quedo sola, ¡cómo viviré!

¡No te preocupes cariño! - era la primera vez que veía a mi abuela mostrándole cariño a su hija - ¡Los tres viviremos juntos y Ramón heredará una empresa para que viváis tranquilo! ¿Te parece bien?

Pero eso parece que hemos hecho esto para... - mi abuela la calló.

¡Únete a nosotros y los tres seremos felices! - mi madre miró extrañada a mi abuela al escucharla – No me mires así. - siguió hablando mi abuela - ¿No has sentido algo raro al escucharme hablar de tu hijo y de mí...? - mi madre se ruborizó - ¡Se te nota excitada!

Mi madre se levantó y se marchó hacia su habitación. Miré a mi abuela que mostraba una sonrisa malévola.

¡Anda a hablar con tu madre qué te necesita! - me señaló hacia la escalera y le obedecí sin saber bien por qué.

Caminé hacia la habitación sin pensar. Llamé a la puerta y abrí despacio. Mi madre estaba tumbada en la cama, bocabajo y sollozando. Me acerqué y me senté junto a ella. Le acaricié la espalda, pero no sabía qué decir.

¿Estás bien? - fue lo único que se me ocurrió decir.

¡¿Por qué?! - se giró y se abrazó a mí. La rodeé con mis brazos y la acariciaba – Tu abuela es perversa... - se detuvo un momento como si pensara lo que decía - Quiere mantenernos si somos tan depravados como ella. - quedé extrañado con lo que decía.

¿A qué te refieres? - le pregunté.

Muy fácil cariño. - mi abuela hablaba desde la puerta observándonos - ¿No te has dado cuenta el problema qué tiene tu madre? - negué con la cabeza - ¡Hijo, a ella le ha pasado como a mí! - miré a mi madre y ella hundió su cara contra mi pecho - ¡Tu madre se ha excitado al contarle lo nuestro pues también se siente atraída por ti! - mi madre no lo negó - ¡Vamos! Levanta a tu madre y tomemos una ducha los tres para dormir a gusto.

Dudaba en qué hacer, pero mi abuela conocía bien las intenciones de las personas sólo con mirarlas. Me levanté y le ofrecí una mano a mi madre. Ella la agarró y me siguió hasta llegar a la habitación de mi abuela. Ella, mi abuela, estaba en la puerta del baño, nos indicó que pasáramos y al momento estábamos los tres allí. Tenía a mi madre agarrada de una mano y mi abuela se agarró a la otra y se acercó a mí.

¡Me gusta cuando me besas! - me ofreció su boca y nuestras lenguas jugaron pasando de una boca a otra - ¡Vamos, prueba a tu hijo! - le dijo a mi madre que nos miraba perpleja y excitada.

No me atrevo... - respondió ella. Solté su mano y la agarré por la cintura, acercándola a mi cuerpo y ofreciéndole mi boca.

¡Vamos hija, lo deseas! - mi abuela puso su mano en la espalda de su hija y la empujó suavemente para que se acercara más a mí - ¡Así, despacio! - sentí los suaves labios de mi madre en los míos - ¡Muy bien mis niños! - mi abuela se acercó a nosotros mirando cómo nos besábamos mientras su mano acariciaba mi culo - ¡Dame un poco a mí! - me separé de la boca de mi madre y me recibió la de mi abuela.

¡Joder, esto no puede ser! - dijo mi madre que mostraba más excitación que rechazo con la situación.

¡Sí, puede ser y va a ser! - dijo mi abuela abrazándonos - ¡Vamos a cuidar de nuestro niño y nos va a dar todo el amor que guarda aquí! - agarró mi polla por encima de la ropa.

Mi madre miró a mi abuela y sonrió. Las dos empezaron a quitarme las ropas hasta dejarme sólo con los calzoncillos. Mi erecta polla se marcaba en la fina tela.

¡Esto es para las dos! - dijo mi abuela agarrándola con una mano, haciendo que se pudiera apreciar perfectamente el contorno de mi erección.

¡Dios, es enorme! - exclamó mi madre acariciándola.

¡Desnudémonos y qué nos lave bien nuestro niño! - me bajó los calzoncillos y mi polla botó delante de sus caras, mi madre se pasó la lengua por los labios - ¡Métete en la ducha! - me ordenó mi abuela dándome una cachetada en mi culo.

La obedecí. Entré en la ducha y abrí el agua. Me giré mientras el agua recorría mi cuerpo. Mi abuela se había colocado tras mi madre y me miraban, mi erecta polla se ofrecía orgullosa a sus ojos. Mi abuela pasó sus brazos por la cintura de mi madre y subió hasta colocar sus manos en la parte baja de sus pechos; agitó sus tetas y yo coloqué mi mano sobre mi polla, aquello me excitaba.

Mi madre no dejaba de mirarme, dejándose hacer por mi abuela mientras mi mano subía y bajaba por mi polla en una deliciosa paja dedicada y provocada por y para ellas. Las manos de mi abuela desabrocharon el pantalón corto que vestía mi madre y lo dejó caer hasta el suelo. Unas hermosas bragas blancas de encaje ocultaban el coño de mi madre, en el delicado encaje de aquella prenda, se distinguía los oscuros bellos que cubrían su pubis. Mi mano seguía agitándose para deleite de mi madre.

Mi abuela se puso junto a mi madre y desabrochó su falda, dejándola caer al suelo me mostró sus bragas negras que guardaban su amado sexo. Sus manos empezaron a desabrochar cada botón de su camisa y la separó para mostrarme sus excitantes pechos con sus erectos pezones. Quería salir y comerme a aquellas dos mujeres, aquellas dos calientes maduras en que se habían convertido mi madre y mi abuela.

Mi madre agarró el filo de la camiseta que llevaba y se la quitó rápidamente, mostrándome dos redondas y hermosas tetas. Sus pezones rosados estaban tan erectos como los de su madre. Sin duda las dos necesitaban tener sexo y yo estaba dispuesto a satisfacerlas. Mi abuela agarró la mano de su hija y sus pies se deshicieron de la falda que había caído antes, comenzó a caminar hacia la ducha. Mi madre hizo lo mismo con sus pantalones y siguió a su madre. Las dos entraron hasta colocarse frente a mí, el agua las mojó y las blancas bragas de mi madre se volvieron casi transparentes cuando el agua las empapó y me mostraron los oscuros pelos que guardaban.

Les ofrecí mis manos y cada una se agarró, las aproximé a mí y las rodeé por sus cinturas. Mi madre me miraba a los ojos, como si estuviera en un sueño, sentía su cuerpo temblar por la mezcla de terror y excitación que sentía por lo que iba a hacer. La mano de mi abuela empezó a acariciar mi polla, despacio, deleitándose con cada caricia de la dureza de mi polla. Bajé mis manos por sus cuerpos y acaricié sus redondos y generosos culos, le ofrecí mi boca a mi madre y nuestras lenguas empezaron a un erótico baile dentro de nuestras bocas.

Casi me corro en la mano de mi abuela cuando su boca empezó a chupar mi pezón. Mis dedos se clavaron en los carnosos glúteos de mis amantes mientras hacía todo lo posible por no correrme. Mi abuela se separó de mí y salió de la ducha. Los brazos de mi madre me rodearon por el cuello y los míos se aferraron a su cintura. Nos besábamos apasionadamente sin preocuparnos por mi abuela.

¡Vamos hijo, siéntate aquí! - mi abuela había traído una silla de plástico, más bien baja, y la colocó a un lado para que me sentara. Lo hice mientras mi madre nos miraba - ¡Vamos niña! - azuzó a mi madre - ¡Quítate las bragas y ofrécele tu coño! ¡Nunca sentirás nada tan bueno como su lengua!

Mi madre titubeó un poco ante la cochina petición de su madre. Ofrecerle su coño a su propio hijo para que se lo comiera era algo que sus familiares y amigos tendrían como la más depravada de las acciones que una madre podía hacer, pero su coño palpitaba por el deseo y su excitación no la dejaban pensar con claridad. Miró a mi abuela que se arrodillaba entre mis piernas con la clara intención de darme una buena mamada, sus manos bajaron sus mojadas bragas.

Miré como mi abuela se acomodaba de rodillas entre mis piernas y sus manos agarraban mi polla, tirando de la piel que cubría mi glande para hacerlo salir. Los ojos de mi madre miraban ensimismados el hinchado y rojo glande hasta que se perdió dentro de la voraz boca de mi abuela que empezó a hacerme una mamada. ¡Qué placer sentir la boca de mi abuela!

Miré a mi madre, su coño cubierto de pelos se acercaba a mí hasta que estuvo tan cerca que podía oler los flujos que brotaban de su caliente vagina. Miré hacia arriba y busqué sus ojos para buscar su consentimiento ante lo que íbamos a hacer. Una vez empezara a comer su coño, no habría manera de detenerme hasta que acabara por follarla y hacerla gozar. Ella me miraba y me lanzó una sonrisa que mostraba todo el deseo que la invadía y parte del terror que sentía al abandonarse a aquel prohibido placer. Su mano se colocó en mi cabeza y me empujó hasta que mi boca tocó su coño... Lo besé con pasión como si sus labios vaginales se trataran de los labios de su boca. Un dulce gemido brotó de la boca de mi madre y sus piernas se abrieron y se colocaron a ambos lados de mi cuerpo para ofrecerme por completo su coño.

Los exagerados chasquidos de la boca de mi abuela al mamar mi polla se mezclaban con los gemidos cada vez más fuertes de mi madre. Una mano de mi madre empujaba mi cabeza con fuerza contra su coño, mientras la otra separaba los pelos y sus labios vaginales para que mi lengua acariciara el interior de su coño. Recorría toda la raja y podía saborear los flujos que brotaban de su vagina, en lo alto encontré su abultado y endurecido clítoris, lo lamí y jugué con mi lengua sobre él, haciendo que los gemidos de mi madre aumentaran en volumen y frecuencia, sin duda estaba a punto de correrse.

¡Ya, ya, me corro, me corro! - gritó mi madre y mis labios se aferraron a su clítoris mientas succionaba con todas mis fuerzas, dándole una gran mamada a tan prominente apéndice - ¡Joder, me estoy corriendo! - sentí cochar contra mi boca un gran chorro de flujos que brotaban desesperadamente - ¡Qué maravilla! - sus piernas empezaron a temblar por el placer y tanto se debilitó, que cayó en el suelo junto a nosotros entre espasmos de placer.

¡Vamos hijo, ofrécele la polla a tu madre! - me ordenó mi abuela se ponía en pie para liberarme, arrodillándose después detrás de mi madre - ¡Mira cariño! - le dijo al oído - ¡Tu niño te va a ofrecer su hermosa polla!

Me coloqué de pie delante de mi madre. Las dos estaban en el suelo de la ducha y el agua caía sobre nosotros. Si días atrás había disfrutado de la ducha con mi abuela, aquella noche estaba tomando la mejor ducha de mi vida. Abrí las piernas y mi madre quedó entre ellas. Acerqué mis genitales a su cara y ella los miraba con deseo, jadeando por el placer que aún palpitaba en su coño. Agarré mi glande con dos dedos y acerqué mis huevos a su cara, dejando caer mi polla sobre ella. Su lengua salió tímidamente de sus carnosos labios y me lamió suavemente los endurecidos testículos. Mi abuela desde atrás, se irguió un poco y su lengua acarició suavemente mi glande. Sentir sus lenguas en mi sexo me estaba dando tanto placer que no era capaz de dominar mis ganas de correrme y bañarlas con mi blanco semen; me contuve. Les aparté la polla y las hice colocarse de rodillas, una frente a la otra. Lo había visto en muchas películas, y esa noche lo probaría.

Coloqué mi polla entre ellas y empujé sus cabezas para que sus bocas la chuparan. ¡Qué bien se coordinaron! Cada una, por un lado, pasaban sus bocas a todo lo largo de mi polla. Mis manos acariciaban sus cabezas, mi madre se agarró a mi culo, mientras mi abuela me acariciaba los huevos con una mano.

¡Juntas, poneros juntas! - les dije apartándole la polla y agarrándomela con una mano.

Ellas juntaron sus caras, sus bocas abiertas estaban muy cerca y esperaban que yo les regalase mi semen. Agité mi polla mirando sus excitadas caras, no pude más. Intentando apuntar a sus bocas, de mi glande brotaba el semen que golpeaba las bocas y las caras de las dos mujeres. Cada poco que entraba en sus bocas lo saboreaban. Cuando la corrida perdió fuerzas, mi abuela se tragó mi glande para seguir masajeándolo y obtener cualquier posible resto de semen.

Exhaustos por el placer, los tres nos enjabonamos mutuamente. Las a mí, peleando por frotar mi polla, y luego tuve que lavar primero a mi abuela, mientras mi madre me acariciaba por detrás y me daba suaves besos, después le tocó a mi madre. Me arrodillé y miré la gran cantidad de pelos que cubrían su coño.

¡Mira abuela! - dije señalando al coño de mi madre - ¿Se lo afeitamos?

¡No, dejadlo, a mí me gusta así! - protestó mi madre mientras mi abuela salía de la ducha y volvía con una maquinilla y espuma - ¡Por favor, no!

Hija, verás como tu hijo te hace un mejor trabajo ahí si no tienes tantos pelos...

Con cuidado, entre mi abuela y yo conseguimos afeitar su coño. Tenía la piel oscura y unos labios carnosos y grandes. Sólo le dejamos una delgada hilera de pelos en lo alto de su raja. Acabamos de ducharnos y nos secamos. Los tres fuimos a la cama de mi abuela y nos tumbamos, yo en medio y ellas a cada uno de mis costados. Las dos me abrazaron y mi abuela no perdió tiempo en hundir su lengua en mi boca. Después le ofrecí mi boca a mi madre y también me besó. Abrazados y acariciándonos, nos quedamos dormidos.

Durante los dos o tres días siguientes, mi abuela se mostraba un poco distante por el día, mientras mi madre y yo aprovechábamos para dar paseos y charlar. En aquellos días descubrí que mi madre era una mujer sensible, que siempre había actuado más por miedo que por su propia iniciativa. No volví a tener sexo con las mujeres del servicio y sus madres para guardar energía por si tenía que satisfacer a mis dos mujeres. Por las noches, los tres nos acostábamos desnudos, abrazados y simplemente nos limitábamos a acariciarnos y darnos cariño. Y una mañana me desperté. Mi madre aún estaba junto a mí en la cama. La abracé y pegué mi cuerpo al suyo. Ella agitó su cuerpo para sentirme más cerca.

¡Mami! - le susurré al oído - ¡¿Damos un paseo?! - no me dijo nada, pero un beso en los labios me indicó que estaba de acuerdo.

Caminamos por aquel sendero que llevaba a la cascada donde conocí por primera vez a mi abuela. El recuerdo de aquel momento hizo que mi polla se despertara después de varios días en los que ni siquiera me había masturbado. ¡Tal vez con un poco de suerte encuentre allí a mi abuela y tengamos los tres algo para recordar! Pensaba mientras caminaba detrás de mi madre por el estrecho sendero, viendo como su redondo culo, contenido en aquellos pantalones cortos, se agitaba con cada paso que daba. Hacía varios días que ella se marchaba por la mañana y no volvía hasta la tarde, tiempo que mi madre y yo aprovechábamos para conocernos mejor.

¡Qué bonito es este lugar! - dijo mi madre al ver la escondida cascada que dejaba caer su fresca agua - ¡No sabía que esto estaba aquí!

Aquí viene la abuela a bañarse algunas veces...

¿Y tú cómo sabes eso?

Porque me he bañado con ella... - la miré a los ojos y puse una expresión que dejaba claro que no sólo nadamos. Mi madre puso cara de sorprendida.

¡No ve habrás traído aquí para darme un baño de esos!

¡No mamá, no! - me senté junto a un árbol y abrí mis piernas para que ella se sentara en medio y apoyara su espalda en mi pecho, la abracé, aparté el pelo de su cuello y lo besé suavemente - ¿Quieres qué te cuente cómo descubrí este lugar y me bañé por primera vez con la abuela? - el movimiento de su cabeza me indicó que quería escucharlo.

Abrazado a ella empecé a contarle aquel día en que por casualidad encontré el lugar y me desnudé para bañarme sin saber que mi abuela estaba desnuda en el agua. Le iba contando la historia y cómo poco a poco fuimos tomando más confianza hasta llegar a tener sexo. La tenía abrazada, con mis manos en su barriga. Notaba que ella se agitaba con mis palabras, sobre todo cuando hablaba de cómo le hacía el amor a su madre, se estaba excitando. Le susurraba al oído y una de mis manos subió por su cuerpo para acariciar su pecho, tenía los pezones bien erectos y eso me confirmaba que estaba preparada para recibir a su hijo. Mi otra mano bajó y busco el pequeño cordel que ajustaba la tela del pantalón a su cintura, con dos dedos tiré y se deshizo el nudo. Metí mi mano bajo la tela y acaricié su coño por encima del pantalón.

¿Te gusta la historia con mi abuela? - le pregunté al oído besándole suavemente el lóbulo.

¡Sí! - dijo con un susurro – Pero esa no tenía que ella, sino yo...

Giró su cabeza y me ofreció su boca que besé con pasión. Mi mano se metió en sus bragas y buscó su coño para acariciarlo. La otra mano jugaba con sus tetas. Cuando mi dedo separó sus labios vaginales, su vagina me recibió con abundantes flujos.

¡Cuéntame más, cuéntame más! - ronroneaba y sus caderas se iban agitando - ¡Sí, acaricia a tu madre!

Seguí hablándole y masturbándole. Ella se retorcía entre mis brazos y mi polla presionaba contra su cuerpo, queriendo salir de su prisión e invadir su cálida vagina. Pasaba mi dedo por su endurecido clítoris mientras le contaba como mi polla entraba en su madre, sus gemidos iban subían de volumen y mis caricias se hacían más intensas. Al momento su cuerpo se tensó mientras sus uñas se clavaban en mi brazo, se estaba corriendo y mi dedo acariciaba suavemente su vagina. Quedó quieta mientras acababa de correrse, su cuerpo se iba relajando mientras mis dedos aún permanecían dentro de su sexo. Acaricié levemente su clítoris y sus caderas se convulsionaron por el placer.

¡Joder hijo, qué placer más bueno!

Tiró de mi brazo y sacó mi mano de su pantalón. Me miró con la mirada más sensual y lujuriosa que nunca me había mostrado una mujer. Aún estaba sintiendo placer en su vagina cuando se incorporó, se giró y me miró a cuatro patas entre mis piernas.

¡Ahora te toca a ti! - me dijo mientras sus manos agarraban mis pantalones y me los bajaba hasta liberarme de aquella prenda.

MI polla, totalmente erecta, la saludó dando un pequeño brinco delante de su cara. Dobló sus brazos y quedó apoyada sobre sus codos y sus rodillas, su boca a pocos centímetros de mi glande aún envuelto en la piel. Sus labios le dieron un suave beso mientras una mano se aferraba a la polla. Tiró de la piel y mi glande henchido asomó para deleite de mi madre. Su lengua acarició suavemente cada milímetro de la turgente piel. Jugaba con mi glande y sus labios lo rodearon mientras succionaba con fuerza y su lengua acariciaba el agujero por el que saldría el deseado semen. Sus ojos miraban mi cara, leyendo el placer que sentía con los juegos de mi madre.

Sentí en un momento como toda mi polla era envuelta por su cálida boca y comenzaba a darme ruidosas mamadas que iban a hacer que lanzara mi semen sin ningún control. Puse mis manos en su cabeza y acompañaba los movimientos que hacía.

¡Joder mamá, joder! - no podía decir otra cosa con el placer que estaba sintiendo - ¡Joder, me vas a dejar seco!

Era implacable en su mamada, cada succión que daba me producía un pinchazo de placer en mis huevos y en mi polla. Quería correrme, no podía más, iba a salir todo el semen que había contenido durante aquellos días y se lo iba a dar todo a mi madre. No dije nada, no pude hablar, mi cuerpo se tensó y ella sabía lo que pasaría. Sólo mi glande quedó dentro de su boca, sus labios se ajustaron a mi polla para que ni una sola gota de mi semen se pudiera escapar. Mientras mi cuerpo se convulsionaba con cada chorro de semen que lanzaba en el interior de su boca, una de sus manos agitaba suavemente mi polla y la otra me acariciaba los huevos. Fue un orgasmo tan intenso, que no pude decir nada, me limité a inundar la boca de mi madre con mi semen mientras la miraba a sus bonitos ojos que mostraban placer a recibir a su hijo. Sus labios se deslizaron por mi glande y se cerraron para tragarse aquel blanco líquido.

¡Joder mamá, qué bueno! - ella me sonrió.

¡No podías imaginar que tu madre supiera hacer estas cosas! - su mano acariciaba con cariño mis genitales.

No se lo digas a la abuela, pero la mamas mejor que ella. - se acercó y me besó suavemente en los labios como agradecimiento. La abracé y le susurré al oído - Si te quitas los pantalones, podemos disfrutar más...

Aún no estoy preparada para recibirte... - me contestó y se separó de mí.

Me vestí y volvimos hacia la casa. Mi abuela nos estaba esperando con una gran sonrisa. Después de aquellos días, su actitud hacia mi madre había cambiado. De ser cruel con ella, ahora era protectora y cariñosa, algo bueno había salido de aquella relación lujuriosa y pervertida que teníamos. Almorzamos los tres juntos, cosa que no hacíamos desde varios días atrás. Después despidió a los trabajadores mientras mi madre y yo la esperábamos en el salón.

¡Bueno niños! - dijo mi abuela entrando en el salón - ¡Ya estamos solos! - sus palabras me asustaron un poco, tal vez tendría que esforzarme en darle placer a las dos y por ello había hecho que nos dejaran solos - ¡Preparad las maletas que nos vamos de viaje por tres días!

¡¿A dónde?! - preguntó mi madre.

¡Es una sorpresa! - no dijo nada más, con su mano hizo un gesto de que nos fuéramos a preparar las maletas.

Dos horas más tarde esperábamos con las maletas preparadas. Llegó el coche y los tres nos montamos en la parte de atrás, yo en medio. Durante la hora que duró el camino, las dos agarraban mis manos, mi abuela nunca dejó de sonreír mientras mi madre y yo nos mirábamos extrañados. Llegamos al aeropuerto y tomamos un avión que nos llevó hasta una ciudad costera. Allí, alquilamos un coche y siguiendo las indicaciones de mi abuela, mi madre condujo hasta llegar a una mansión. Mi abuela se identificó en la puerta y entramos hasta los aparcamientos. Era un hotel, pero aún no sabíamos la peculiaridad de aquel recinto.

¡Bienvenida amiga Luisa! - un hombre saludaba a mi abuela y mostraba una sincera alegría - ¡Por fin vienes hacer uso de nuestro sueño! - después de besar su mano, nos miró a mi madre y a mí - ¿Es para ti o para ellos?

Vengo como clienta, para toda mi familia... - una gran sonrisa se dibujó en la cara de aquel hombre – Eduardo, esta es mi hija Fátima y su hijo Ramón.

¡Es un placer conocer a la familia de mi estimada amiga! - besó la mano de mi madre y me dio un fuerte apretón de mano - ¡Estáis en vuestra casa! - hizo unas indicaciones y unos hombres se llevaron nuestras maletas - ¡A la habitación reservada!

¡Eduardo, venimos como clientes! - dijo mi abuela.

¡Nada de eso! - respondió aquel hombre que rebosaba alegría - Siempre te tengo preparada esa habitación por si quieres venir. Es tuya y nadie más la usa. Tu dinero aquí no vale para nada.

Los dos empezaron a caminar y mi madre y yo los seguíamos admirando el lugar, viendo a los clientes que caminaban de un lugar a otro. Subimos por una amplia escalera y recorrimos un largo pasillo.

¡Papá, papá! - la voz de una chica llamaba al amable Eduardo que se paró para saludarla.

¡Así que esta es tu hija Cristina! - dijo mi abuela.

¡Sí! - contestó Eduardo y su hija le dio un beso en los labios al llegar junto a él - ¡Mira Cristina, Luisa va a ser uso del hotel!

¡Me alegro! - la hermosa joven se acercó a mi abuela y le dio un fuerte abrazo.

Mira Cristina, estos son mi hija Fátima y mi nieto Ramón.

¡Encantada! - Nos dio un beso a cada uno.

Cristina era hermosa, tenía unos preciosos ojos azules llamaban la atención sobre el resto de su belleza. Sus carnosos labios y aquellos rubios cabellos eran propios de una diosa. Pero si tenía la cara de un ángel, su cuerpo tenía unas curvas y sus pechos un volumen que más bien era obra del diablo para hacer pecar a todos los mortales que se cruzaban en su camino.

Al final del pasillo había otra escalera más estrecha y subía a otra planta donde sólo había dos habitaciones. “Esta es la nuestra” dijo Eduardo al pasar por la primera y Cristina se despidió de nosotros y entró. Andamos hasta la siguiente y le dio la llave a mi abuela.

¡Espero qué lo paséis estupendamente aquí! - volvió a darle un efusivo abrazo a mi abuela - ¡Esta noche cenaremos juntos!

De acuerdo Eduardo... - dijo mi abuela abriendo la habitación.

La habitación era impresionantemente grande. Tenía dos cuartos más que eran los dormitorios. Un baño inmenso con una ducha y un yacusi en medio. En el salón de aquella habitación teníamos de todo lo imaginable para no aburrirnos. Decidimos instalarnos los tres en una sola habitación, las camas eran tan amplias, que estaríamos perfectamente los tres juntos. Sacamos la ropa y la colocamos. Nos pusimos ropas cómodas y nos sentamos en el salón.

¡Bueno mamá! - empezó a hablar mi madre - ¿A qué viene ese trato tan exquisito?

Verás, hija. - mi abuelo empezaba a hablar – Este lugar es especial. Es un hotel, sí, para personas de alto poder adquisitivo, pero lo que lo hace más especial es que todas las parejas que verás aquí practican el incesto...

¿Todas? - aseveró mi madre.

Sí, todas, incluido Eduardo y Cristina... - mi abuela se acercó a nosotros y continuó hablando – Hace unos años, Eduardo estaba desesperado. Se había enamorado de su hija y no era capaz de confesarlo. Se torturaba entre el deseo y la razón. Una noche que coincidimos en una fiesta, acabó muy borracho y estuvimos hablando. Me lo contó. Lo ayudé y como yo sabía que había más personas que practicaban lo mismo, entre los dos montamos este hotel de lujo.

¡Vaya! - dije.

Por eso le he dicho que venía como clienta...

Pues es un lugar precioso. - dijo mi madre – Y la idea no es mala.

No es mala y es bastante rentable. - dijo mi abuela.

Me levanté y dejé a las dos hablando en el sofá. Salí a la terraza que había en el lado opuesto de la puerta de entrada. Allí había unas tumbonas para poder recostarse a tomar el sol. Miré el paisaje y la piscina que había en la parte de atrás del hotel.

¡Hola Ramón! - Cristina salía de su habitación y caminaba hacia mí con una hermosa sonrisa - ¿Te gusta nuestro hotel?

¡Sí, es maravilloso!

¿Y te han dicho ya de qué va el negocio...?

Sí, mi abuela nos lo ha contado... ¡Qué suerte tiene tu padre! - me estremecí al ser consciente de lo que había dicho.

¡Tú madre también tiene mucha suerte! - su sonrisa me embriago la mente.

¡Y mi abuela! - le respondí para indicarle que estaba con las dos.

¡Guau, tendrás mucha fuerza para darles tanto amor! - sus ojos me nublaban la razón y era incapaz de responder - ¡Bueno, me voy! - se giró y contemplé su hermoso cuerpo - ¡Después nos vemos!

Entré de nuevo en la habitación y mi madre y mi abuela seguían hablando. Me acerqué ellas y me senté entre ellas sin decir nada. Ellas me miraron. Miré a mi madre y después a mi abuela. Besé a mi abuela y después a mi madre. Me puse en pie mientras ellas me miraban y empecé a desnudarme.

¡Yo voy a entrar en el yacusi! - les dije casi desnudo - ¿Venís? - dije entrando desnudo en el baño.

Encendí aquel aparato y en unos cinco minutos estaba preparado, lanzando burbujas, me metí dentro en total soledad. Ellas no aparecían, pero estaba disfrutando del baño, me estaba relajando. Entonces apareció mi abuela completamente desnuda, de la mano llevaba a mi madre que también me mostraba su cuerpo. Mi polla empezó a reaccionar. Las dos entraron en el agua y nuestros pies se acariciaban. Mi abuela tocó con su pie mi erecta polla y me sonrió.

¡Ya está preparado! - dijo mi abuela.

¡Por supuesto! - contesté.

Me senté en el filo y les mostré mi polla totalmente endurecida. Las dos se acercaron y mi abuela la agarró con una mano para acariciarla.

¡Joder hija! - dijo mi abuela sintiendo los movimientos de mi polla entre sus dedos - ¡Esto va a reventar! ¡Tenemos qué hacer algo! - sus dedos desplazaron mi piel y mi turgente glande asomó.

¡Sí, mi pobre niño! - dijo mi madre y su boca hizo desaparecer mi glande.

¡No dejes que se corra en tu boca! - dijo mi abuela acariciando mis huevos – Quiero que me llene mi coño con su semen... - empujó a mi madre y la separó de mí.

Mi abuela me hizo sentarme dentro del yacusi y se colocó sobre mí. Mientras sentía su mano que agarraba mi polla y la llevaba a su coño, mi boca se lanzó contra sus tetas, mamando sus pezones. Su caliente vagina envolvió mi polla y se calvó por completo. Empezó a agitarse y mi polla entraba y salía de su mojado coño.

¡Deja de chupar las tetas de tu abuela! - dijo mi madre empujando mi cabeza - ¡Mamá tiene algo mejor para ti!

Mi madre abrió sus piernas y se puso sobre mí. Delante de mis ojos tenía su oscuro coño, lo besé suavemente, con cariño.

¡Sí cariño, me encanta lo que me haces ahí abajo! - sus caderas se movían y frotaba sus labios vaginales contra mi boca.

Mi lengua jugó con sus labios vaginales y se introdujo entre ellos, al momento estaba saboreando los flujos que brotaban de su caliente vagina. En mi polla sentía como la vagina de mi abuela se la tragaba por completo, gimiendo con cada penetración que se daba, no se preocupaba de lo que hacían su hija y su nieto, su única preocupación era obtener un orgasmo con aquella endurecida polla que se clavaba en lo más hondo de su coño. Y no tardó mucho en lanzar gemidos de placer y correrse. Escuchar a mi abuela gemir y retorcerse sobre mi polla me volvía loco, mi madre también estaba excitada con los aullidos de placer de su madre y sentí en mi boca las convulsiones de sus caderas cuando se corrió, regalándome gran cantidad de flujos de su ardiente vagina.

¡Mamá! - le dije apartando mi boca de su coño - ¡Todavía no te he follado! - besé su coño y sentí que mi abuela liberaba mi polla para que su hija ocupara aquel lugar - ¡Siéntate sobre mi polla y corrámonos juntos!

Mi abuela se sentó en el filo del yacusi y nos miraba. Mi madre se apartó de mí, mirándome a los ojos. Se agachó y sentí sobre mi polla su cuerpo, sus ojos miraban fijamente a los míos. Su mano buscó mi polla bajo su culo y la dirigió hasta la entrada de su vagina, la agarré por las caderas y le ofrecí mi boca. Me besó, su lengua jugaba con la mía cuando mi polla empezó a entrar en su coño. Su cuerpo se tensó, sus uñas se clavaron en mi espalda cada vez que su cuerpo bajaba y mi polla dilataba su vagina para llenarla por completo.

¡Sí cariño, sí! - gemía en mi oído, abrazada desesperadamente a mí mientras mis manos amasaban su culo y mi polla la invadía poco a poco - ¡Sí, no sé qué me has hecho en estos últimos días que deseaba tanto esto!

Nos besábamos apasionadamente mientras ella se agitaba con suavidad. Podía notar el calor de su vagina. Sus pechos se frotaban contra mi pecho mientras nuestras lenguas se acariciaban, mis manos se deleitaban con su redondo culo.

¡Quiero correrme! - le dijo.

¡Sí cariño, yo también me voy a correr! - me susurró con un gemido apagado - ¡Ya, ya me estoy corriendo! - sus uñas me arañaban la espalda mientras mis manos agitaban su cuerpo para penetrarla más.

¡No puedo más! - le dije y mi semen empezó a brotar dentro de su vagina.

Aquel acto no fue violento ni brusco, simplemente sentí tanto placer al estar dentro de mi madre, que en poco tiempo solté todo mi semen en ella. Mi abuela se acercó y me besó mientras yo permanecía con mi madre encima, con mi polla aún dentro de ella. Y así permanecimos por un buen rato. Mi abuela se sentó junto a mí mientras mi madre permanecía encima, sujeta por mi polla que permanecía en su vagina. Las miraba mientras ellas hablaban. Besaba a mi abuela y a mi madre, acariciaba sus tetas y disfrutaba de sus cuerpos.

Después de un buen rato, entramos en la ducha y nos lavamos para ir a cenar con los amigos de mi abuela, Eduardo y la hermosa Cristina. Llamaron a la puerta y abrí, era la adorable Cristina.

¿Estáis listos? - aquellos ojos azules me anulaban la razón - Os esperamos en nuestra habitación.

Ahora mismo vamos... - le contesté.

A los pocos minutos, los tres llamamos a la puerta de nuestros amigos y allí nos esperaban con una mesa llena de comida. Pasamos una velada estupenda. Charlamos y reímos. Nos enteramos que mi abuela y Eduardo habían tenido un romance. Cuando nació Cristina, su madre murió y Eduardo tuvo que criarla solo. Mi abuela lo ayudó y entre ambos se produjo un enamoramiento que duró varios años. Tras ese tiempo, Eduardo y su hija pasaron tiempo en otro país y cuando mi abuela volvió a verlos, ellos ya tenían una relación incestuosa entre padre e hija. Mi abuela lo ayudó a montar aquel hotel que tanto dinero le estaba dando y los dos, padre e hija, mantenían su relación.

A cambio de aquella confesión, mi abuela tuvo que contar cómo habíamos empezado ella y yo, además de los últimos días en que mi madre se había unido a nosotros.

¡Hijo! - dijo Eduardo - ¡Te compadezco! - levantó su copa - ¡Hay que ser fuerte para satisfacer a tu abuela! - dio un trago - ¡Tienes que tener mucha fuerza para estas dos preciosas mujeres! - levanté mi copa y lo saludé.

¡Papá! - habló Cristina – Y si para celebrar el reencuentro organizáramos una noche en la que compartiéramos todos nuestra cama. - dijo aquello sin dejar de mirarme ni un momento.

¡Vaya con mi niña! - Eduardo sonreía orgulloso de las palabras de Cristina - ¡Así qué quieres probar la fuerza de nuestro joven invitado!

¡Sería una experiencia nueva digna de ser recordada! - añadió Cristina.

¿Qué opináis? - preguntó Eduardo.

¡Por mi bien! - dijo mi abuela. Mi madre se limitó a mover la cabeza como afirmación.

¡Será un placer! - dije sin apartar la mirada de los ojos azules de Cristina.

La noche continuó, entre charlas y bebidas hasta las una más o menos. Después de tan grato momento, en el que yo había envidiado a Eduardo ya que estuvo sentado toda la noche abrazado a su hija, dándole de vez en cuando algún beso, nos marchamos a nuestra habitación. Los tres nos acostamos nada más llegar, desnudos como habíamos hecho durante los últimos días. No pasaría ni media hora. Mis dos compañeras de cama estaban dormidas. Yo no podía y me puse un pantalón corto y salí a la terraza.

¡Buenas noches! - la voz de Cristina me sobresaltó - ¡Ven, siéntate junto a mí!

Ella estaba sentada en una de las tumbonas y me acerqué. Me senté junto a ella.

¡¿Quieres?! - sacó un cigarrillo.

¡No, no fumo! - le dije.

¡Yo tampoco! - me dijo y la miré con cara de no entender - ¡Es un porro! - me lanzó una sensual sonrisa y lo encendió - ¡Prueba!

Le di una calada y empecé a toser. Ella reía divertida. “Despacito” me susurró al oído mientras se agarraba a mi brazo. Me encantaba sentirla tan cerca. Probé otra vez.

¡Mételo bien en los pulmones y aguántalo por unos segundos! - se movía cómo si ella también estuviera haciendo lo mismo. Cogió el porro y dio una calada. - ¿Llevas mucho tiempo haciéndolo con tu madre y tu abuela?

No, no llegamos a un mes... - me pasó de nuevo el porro y di otra calada – Con mi madre lo he hecho hoy por primera vez.

Yo ya llevo varios años con mi padre... - otra calada – Me encanta, lo quiero mucho, pero...

¡Eh, ¿qué hacéis ahí?! - mi abuela salía a la terraza y se acercaba a nosotros - ¡¿Estáis fumando un porro?!

Sí Luisa, tu nieto nunca lo había probado y por la cara que tiene, creo que le ha hecho mucho efecto.

La verdad es que estoy como en una nube... - la realidad se distorsionaba mientras mi abuela se sentaba frente a nosotros en otra tumbona.

¡Déjame darle una calada antes que se acabe! - dijo mi abuela y Cristina miró el porro que estaba acabado.

¡Espera! - Cristina se levantó y se marchó a su habitación.

¡Te gusta Cristina! - me preguntó mi abuela mientras yo me iba tumbando envuelto en mi alucinógena realidad.

La verdad es que sí... - miré hacia aquella chica que se acercaba con aquel liviano camisón.

Cristina se sentó junto a mi abuela y encendió un nuevo porro. Las dos lo compartían mientras yo las miraba. Ellas hablaban y apenas las entendía. Acabaron el porro y mi abuela se puso de rodillas junto a mí. Empezó a acariciar mi polla por encima del pantalón y Cristina la miraba atentamente.

A él le gustas... - no dejaba de acariciarme y mi polla se ponía más dura por momentos – Si te gusta, pruébalo. - sacó mi polla para que Cristina la pudiera ver mientras su mano me masturbaba - Aún se pone más dura. - mi abuela empezó a mamarme la polla mientras nuestra joven amiga metía la mano bajo su camisón y se tocaba.

¡Tráelo aquí y te ayudo! - le dije señalando mi boca. Su boca mostraba una dulce sonrisa.

Cristina se puso en pie. Caminó hasta mí y se agachó para besar suavemente mis labios. Sus manos recogieron su camisón hasta que estuvo en su cintura, me mostró su coño totalmente depilado. Sus piernas se abrieron y se colocaron a cada lado de mi cabeza, su coño se acercó a mi boca. Estaba bastante oscuro y no podía ver bien sus labios, pero el aroma de su sexo me embriago más que el porro que había fumado. Mis labios besaron sus labios vaginales y mi lengua los separó para acariciar la suave y húmeda piel del interior. Mi abuela seguía mamando mi polla, incansable, disfrutando del sexo que los tres teníamos. Mi polla iba a reventar de placer. Busqué el erecto clítoris de Cristina, lo acaricié con la punta de mi lengua y sus caderas se agitaban mientras su boca lanzaba suaves gemidos. La boca de mi abuela daba chasquidos mientras mi polla entraba y salía, mientras su lengua jugaba con mi glande, la mía exploraba el coño de Cristina.

¡Necesito tenerte dentro! - dijo Cristina y me retiró su coño de la boca.

Se movió hasta que su coño estuvo encima de mi polla. Se sentó y aprisionó mi polla con su coño, se colocó entre sus labios vaginales ni llegar a penetrarla. Mi abuela veía momo su coño se deslizaba por todo lo largo de mi polla, desapareciendo bajo su cuerpo para volver a aparecer tras frotarse con su endurecido clítoris. Cristina sabía cómo moverse para llevarme hasta la necesidad de correrme, pero sin la suficiente excitación como para que mis huevos soltaran toda su carga. Se inclinó y me besó apasionadamente, mis brazos rodearon su cuerpo. Un movimiento de sus caderas y mi glande se colocó en la caliente entrada de su vagina, podía sentirlo en la punta de mi polla, el calor que brotaba del interior encendía mi deseo de penetrarla. Nos miramos fijamente a los ojos y sus caderas se movieron. Lancé un suave gemido al sentir como el calor de su vagina envolvía toda mi polla, hasta que no pudo entrar más en ella. Sus ojos seguían mirándome. Agarré su nuca con una mano y hundí mi lengua en su boca mientras mis caderas y las suyas se movían acompasadamente para que mi polla entrara en los más profundo de su vagina. Nos movíamos y gemíamos. Nos mirábamos y nos besábamos. En silencio. Sólo nuestros leves gemidos rompían el rítmico sonido de mi polla entrado en su mojada vagina. Nuestros movimientos se aceleraban poco a poco, nuestro placer aumentaba cada vez más, cada penetración nos acercaba cada vez más al orgasmo que tanto deseábamos. Su boca se abrió y sus ojos se cerraron. Iba a correrse. Agarré su culo con mis dos manos y mis caderas empujaron mi polla con toda la fuerza que tenía contra su coño. No pudo más, sus ojos se abrieron y me miraron implorando que le diera todo el placer que pudiera. Empujé mi polla totalmente contra ella y la penetré profundamente. Mi semen empezó a brotar y llenó el cálido interior de Cristina. Se convulsionaba y se agitaba de placer mientras mi polla seguía lanzando mi semen.

Se derrumbó sobre mi pecho, con la respiración entrecortada, sin poder articular palabra, sólo leves gemidos que lanzaba junto a mi oído y que conseguía que sintiera amor por aquella mujer. Por un momento quedamos paralizados, unidos por nuestros sexos, besándonos suavemente la piel. Miramos a mi abuela que estaba en la otra tumbona, abierta de piernas, jadeando y con un gran charco en el suelo.

¡Hijos, nunca había visto hacer el amor de esa manera!