Metro de París
En una romántica escapada con mi novio en París acabo siendo el juguete de dos negros en un suburbio
Me dolían mucho los pies, así que cuando se quedó un asiento libre me escabullí entre la gente y me desplomé en él. Jaime se quedó de pie donde estábamos, a unos dos metros de mí. Tenía el plano del metro en la mano y estaba mirando a ver cuantas paradas quedaban para llegar al hotel. Levantó la vista hacia mí y me hizo un gesto haciéndome ver que faltaba un rato para llegar.
Cuando me invitó a este viaje me emocioné pensando en una perfecta escapada romántica, pero la verdad es que después de dos días de colas, museos e iglesias, estaba algo decepcionada. No sé nada de francés ni de cómo moverme por una ciudad tan grande, así que me dejé llevar por él en todo momento.
A medida que el tren hacía paradas iba llenándose cada vez más. Era tarde y la gente volvía a casa desde los puestos de trabajo. La mayoría de los pasajeros eran de origen africano. Ya conocía que había mucha inmigración en París, pero la realidad superaba con creces las expectativas. Hubo un momento en que éramos los únicos blancos en el abarrotado vagón.
En una de las paradas, se abrieron las puertas y Jaime me gritó que esa era la nuestra. El muy imbécil había esperado hasta el último momento para avisarme y entre la puerta y yo había unas quince personas apelotonadas. Intenté abrirme paso entre ellas, pero era difícil porque apenas había espacio para moverse. No me dio tiempo a llegar a las puertas y estas se cerraron. Hay que ser gilipollas para bajarse del tren sin esperarme, pero él era capaz de hacer cosas así.
Encima de todo se había llevado la mochila donde iba mi teléfono y ahora estábamos incomunicados. La situación era angustiosa, ya que no sabía muy bien cómo actuar.
Pensé que lo mejor sería bajarme en la próxima y subir en el tren en sentido contrario, para volver a la parada donde se bajó él, suponiendo que se hubiera quedado allí a esperarme, que tampoco era seguro.
Me tranquilicé un poco después de tener una idea clara de lo que hacer, pero los nervios volvieron cuando me di cuenta de que esa próxima parada no llegaba.
Por lo visto, como me enteré más tarde, esa no era una línea de metro normal, sino una llamada RER que llegaba hasta ciudades del extrarradio parisino, y habíamos salido ya de los límites de París.
A todo esto, con el trasiego de gente había quedado atrapada entre dos muchachos de color de tamaño considerable. Parecía que eran amigos ya que hablaban y reían. Yo soy una chica de pequeña estatura (1.60m) y muy delgadita. No tengo muchas curvas y mucha gente me dice que parezco una adolescente, aunque ya tengo 22 años. Apenas les llegaba a la altura de la barriga. Uno de los dos llevaba rastas y era gordo. El otro estaba rapado y tenía una musculatura impresionante, que se marcaba perfectamente a través de la camiseta.
Desprendían un olor muy fuerte, que me desagradó en un principio, aunque poco a poco me fui acostumbrando. Entre eso y el calor que hacía allí dentro, me sentí un poco mareada y en un momento tuve que apoyarme sobre uno de ellos para no caerme. Ellos bajaron la vista para mirarme y comenzaron a reírse. Me puse colorada y miré hacia el suelo. Deseaba con ganas que llegase la parada para poder tomar aire, pero el tren seguía sin detenerse.
De repente noté como el espacio entre nosotros se redujo sospechosamente, y estaba literalmente emparedada entre los dos. Estaba segura de que lo estaban haciendo a propósito. Aterrorizada porque sabía que no tenía nada que hacer contra ellos, ni podía escapar hacia ningún sitio ni sabía nada de francés para pedir ayuda.
En un momento dado la cosa empezó a torcerse de verdad. El gordo, que estaba delante mía, bajó las manos y empezó a tocar mis pequeños pechos por encima de la camiseta. Encima no llevaba sujetador, porque tampoco me hacía mucha falta.
Yo me sentía mal, pero no pude evitar que los pezones se pusiesen duros con las caricias. Él se dio cuenta y se lo hizo saber con un gesto obsceno a su amigo. Ambos comenzaron a reír a carcajadas. El otro muchacho parecía más tímido, y llegué a pensar que la cosa se quedaría ahí. Pero nada más lejos de la realidad.
El chico musculoso, que estaba a mi espalda, comenzó a frotar su paquete contra mi cuerpo. El gordo, soltó mis pechos para coger mi mano derecha y llevarla directamente hacia su entrepierna. Como ambos vestían chándal, se notaba perfectamente lo que había debajo. No pude evitar poner cara de sorpresa al comprobar que no me daba la mano para abarcar una polla de ese calibre.
Me forzó para que la acariciara, mientras se iba poniendo más y más dura. Hubo un momento en el que sus manos volvieron a mis pezones, y yo seguía masajeando su miembro a través del pantalón. Ya no me forzaba, no hacía falta.
En el instante en que la palpé, dejé de estar asustada y comencé a excitarme como nunca antes lo había estado.
El chico de detrás se animó como su amigo y me agarró el culo con una mano gigantesca que abarcaba mis dos nalgas.
No me di cuenta pero pasaron un par de paradas y yo seguía ahí, contorneándome entre sus manos y acariciando una polla inmensa que estaba como loca por tener dentro.
Ellos en un instante se detuvieron y me cogieron del brazo, indicándome con un gesto que iban a bajarse del tren. Yo, que a estas alturas era una marioneta en sus manos, asentí con la cabeza. Nos bajamos en una parada solitaria. Era noche cerrada y apenas había gente en el andén. Me llevaban de un brazo cada uno y seguían riéndose como al principio. Yo estaba tan embriagada por la excitación que me tenían que ayudar a caminar.
Nos metimos en los servicios de caballeros y cerraron la puerta con pestillo. No tardaron en bajarse los pantalones y mostrarme lo que me moría por ver. El chico musculoso se desnudó por completo, enseñando un cuerpo de ébano que parecía esculpido con cincel. Tenía un miembro descomunal, de unos 25cm, que hasta entonces era el más grande que había visto en mi vida. Aunque el record iba a durar poco.
Cuando giré la cabeza hacia la polla del gordo, tuve que frotarme los ojos para comprobar que no me engañaba la vista. Era bastante más larga y gruesa que la de su amigo. De 30 para arriba seguro.
Yo, acostumbrada al tamaño medio de Jaime, estaba abrumada con tanta carne.
Me empujaron hacia el WC y me senté en la taza. Ellos acercaron sus mástiles y cogí uno con cada mano, aunque era imposible. Me hicieron saber que no se andaban con bromas y el gordo me agarró la cabeza y me la acercó a la boca.
Intenté metérmela pero no podía. Mis labios no se abrían lo suficiente así que con mi lengua lamía por donde podía. Con mis dos manos masturbaba al otro y éste empezó a quitarme la ropa con poca delicadeza.
El gordo, que llevaba la voz cantante, me levantó de un golpe y me puso de cara a su amigo. Yo estaba apenas con mis braguitas, pero me las arrancó de un tirón y quedé desnuda completamente. Me incliné hacia su polla y me la metí en la boca. Me dolía la mandíbula de abrirla tanto, pero estaba disfrutándola al máximo. El gordo se agachó y empezó a lamerme el coño. Lo tenía depilado y estaba muy mojada, así que su lengua se deslizaba rápidamente. Era áspera como la piel de un melocotón, y me estaba llevando a la gloria con sus lametazos. Tengo el clítoris muy grande, y cuando éste salió lo atacó sin piedad y entré en un estado de excitación máxima. Saqué la polla de mi boca para poder gritar a gusto y así me corrí por vez primera.
Quedé extasiada y sin poder moverme mucho, pero a ellos les quedaba mucha energía.
El gordo me levantó en brazos y su amigo se acercó por delante. Colocó su polla en la entrada de mi coño encharcado y la metió de un golpe. Durante bastantes minutos me estuvo follando con fuertes embestidas que me causaban más dolor que otra cosa. Intenté decirle con un gesto que fuese más suave pero no hacía caso y cada vez me taladraba con más brutalidad.
Eché la cabeza hacia atrás y el gordo se inclinó para besarme. Era un beso muy sucio. Me lamía la cara, mordía mis labios, me escupía y luego metía su lengua en mi boca hasta donde podía. Aquello hizo que me calentara de nuevo, y empecé a disfrutar de la follada que me estaba dando su amigo. Pero pronto éste dijo algo y acto seguido la sacó y se corrió en mi vientre.
Entonces el gordo, me levantó y sin darme la vuelta me acopló a su tremenda verga. Lo que sentí en esos momentos fue lo más parecido a un parto al revés. Me estremecí de la cabeza a los pies. Para mi sorpresa, me follaba despacio y con suavidad. Al principio sólo entró hasta la mitad más o menos. Empezó a hablarme en francés al oído. No sabía qué me estaba diciendo pero me estaba poniendo cada vez más cachonda. Poco a poco cada vez conseguía que entrara más carne en mi interior, hasta que por fin la pude tener dentro completamente.
Estuvo así unos segundos sin moverse hasta que empezó un suave vaivén que aumentaba de ritmo progresivamente. Cada vez iba a más y pronto el carácter violento del gordo volvió a la luz. Me tiraba del pelo hacia atrás mientras empujaba con mucha fuerza. Pellizcaba con fuerza mis pezones y no paraba de perforarme. Empecé a chillar de nuevo. Me corrí por segunda y tercera vez con aquella monstruosa polla dentro de mí.
Luego quedé inmóvil de nuevo. El gordo la sacó, me empujó hacia el suelo y dirigió su miembro a mí. Sabía lo que quería, así que la cogí con las dos manos y lo masturbé hasta que se corrió en mi cara.
Los dos se vistieron rápidamente mientras yo seguía en el suelo. No paraban de reírse. Salieron y me dejaron allí, desnuda, con semen hasta en el pelo. No me pude mover hasta pasada media hora.
Cuando lo hice pude limpiarme y vestirme a duras penas. En la estación subí al tren y no se ni cómo pude regresar al hotel, donde Jaime me esperaba en la recepción muy preocupado.
Por supuesto no le dije nada de lo ocurrido. Al día siguiente hicimos el amor, pero ya no era lo mismo, no conseguí excitarme con él de nuevo y rompimos al llegar a casa.
Ese viaje en metro cambió mi forma de entender el sexo para siempre.