Metro

El metro es el lugar perfecto para verdaderas relaciones fugaces y momentos de placer sin compromisos y consecuencias, o al menos...eso creía.

Detesto viajar en metro, pero con el tráfico que hay a ésta hora y con lo tarde que ya voy, no tengo otro remedio. No me puedo dar el lujo de un retardo más, con los cuatro que ya tengo mi paga tendrá más que suficientes deducciones. No me gusta estar rodeada de tanta gente y mucho menos sentirla tan cerca, respirar el olor a sudor de algunos hombres o el de perfume corriente y escandaloso de algunas mujeres. No me gusta, pero no me queda de otra. Tendré que soportarlo durante los quince minutos que me separan de mi estación.

Odio viajar en metro porque el martirio comienza desde el sacar la ficha para entrar al andén. Las filas son interminables y mientras avanzas un paso por minuto, ves como se te va un tren tras otro. Y cuando finalmente llegas, la maldita máquina se descompone o se traga la única moneda que llevabas contigo y tienes que buscar alguna persona que, además de cambio, tenga el tiempo y la amabilidad para ayudarte. Luego de que consigues otra moneda, vuelves a formarte hasta el final de la larga fila y esperas otros quince minutos para tener en tus manos esa ficha que te de el acceso, quisieras morirte pues aún te falta esquivar esas olas de gente que trataran de impedir que te subas al vagón.

Es toda una aventura, una que nadie desearía experimentar y que, afortunadamente, ya he librado. Voy ya camino a mi trabajo, en medio de cientos de personas que se empujan las unas a las otras. Personas que no dejan pasar la oportunidad de agarrar lo que encuentren a su paso, desde la billetera o el bolso, hasta los glúteos o la entrepierna. Sí, el metro es el lugar perfecto para relaciones verdaderamente fugaces y sin compromisos, el sitio ideal para un momento de placer. Esa, contrario a lo que podrían pensar, es la única parte del viaje que disfruto y gracias a la cual soporto nadar entre aquel caldo de peculiares y desagradables aromas.

Ésta mañana, cuando me levanté y, después de mirar que hora marcaba el reloj, supe que tendría que tomar el metro, decidí vestirme para la ocasión. Y es que luego, cuando llevas puestos unos pantalones muy ajustados o un faldón hasta los tobillos, no te tocan más que suaves roces en las nalgas o un repegón, algo que no me parece justo pues hace menos placentero el viaje o mejor dicho, más insoportable. Por esa razón es que hoy me vestí con una blusa escotada y provocativa y una falda por arriba de las rodillas y sin nada debajo, por si alguien se atreve a meter la mano o, con un poco de suerte, algo más.

Miró disimuladamente a mi alrededor, para verificar que clase de especimenes tengo cerca. A mi derecha tengo a un hombre de aproximadamente cincuenta años. Es un poco mayor, pero igual no lo quiero para un noviazgo. Está un poco pasado de peso y usa un traje negro con corbata del mismo color, lo que me hace pensar que quizá trabaja en una funeraria. Por la izquierda veo a un chico de no más de veinte, con su mochila al hombro y cabello alborotado. Tiene cara de niño y barba de tres días. Lleva una playera sin mangas que luce muy bien sus ejercitados brazos. Éste si que está como para más de una noche, pero creo que me queda un poco chico. Al frente va una señora, por lo que no me fijo mucho en su apariencia. Y a mis espaldas, viajan un cuarentón con un pelo cano que le da un toque muy sensual y una muchacha de pelo de colores, ojos y boca pintados de negro y dos aretes en la ceja, algo desaliñada e incluso, por su gusto algo exagerado, grotesca, pero en fin, al igual que la señora, no me interesa, no puede darme lo que yo busco, lo que yo necesito para hacer más llevadero el trayecto y llegar con más ganas a la oficina, más relajada y dispuesta para el trabajo.

En mi mente intentó adivinar quien será el que se anime a tocar alguna parte de mi hermoso y curvilíneo cuerpecito. Imagino el tamaño que tomaran sus bultos cuando lo hagan y nada más de pensarlo...he comenzado a mojarme. Me excita la manera en que, según ellos disimuladamente, me miran el escote, como clavan sus ojos en el canal que se forma entre mis senos, como aguantan las ganas de chuparse los labios de lo deliciosos que les parecen mis pezones, claramente erectos y, al no llevar sostén, amenazando romper la blusa.

Nada más de pensarlo me tiemblan las piernas, pero quiero algo más, necesito algo más y... ¡Dios mío¡ Ahí está el primer toqueteo, una ligera pero estimulante caricia en mi muslo, que va subiendo poco a poco, erizándome la piel y provocándome un pequeño sobresalto. Y ahora siento otra mano, recorriendo la otra pierna, juntándose con la primera ahí donde termina mi espalda, estrujando sin pudor alguno mis nalgas, sorprendiéndose con su firmeza y redondez casi desnudas. Las soban y les dan pequeños pellizcos, haciendo que me muerda los labios, de lo caliente que me pone el saber que soy tan irresistible que son dos los que en ésta ocasión se han atrevido a complacerme.

Y se quedan un buen rato en mi trasero y después regresan a mis piernas para, luego de inspeccionarlas con la yema de los dedos una y otra vez produciendo un exquisito cosquilleo que viaja por mi columna, volver a masajear mi culo. Lo hacen con tal sincronización que llego a pensar que se trata de una misma persona, pero eso es imposible. ¿Con qué mano sostendrían su peso? Al menos que se detengan contra el peso de alguien mas. Los dos que puedo observar sin girar mi cabeza van agarrados del tubo, lo que deja al cuarentón del pelo cano como única opción. Sí, es él a quien le ha gustado tanto mi cuerpo que no le importa terminar en el suelo. Y a mí no me importa lo que pueda pasarle, mientras siga acariciándome de esa manera. ¡Que manos¡ Parecen mágicas, se mueven a través de mi piel como serpientes, envenenándome con su tacto.

Me pregunto si intentará ir más allá, si buscara palpar también mi sexo, que a estas alturas me escurre por las piernas. Me lo pregunto una y otra vez, como empujándolo silenciosamente a hacerlo y parece que, por el rumbo que han tomado sus manos, se ha decidido a hacerme caso. Me levanta lentamente la falda, para que nadie más lo note. Un centímetro, otro y ya tiene fácil acceso a mi entrepierna, que lo espera húmeda y ansiosa.

Siento su cercanía y, sin siquiera tocarme, me arrebata un suspiro. Aterriza una de sus manos sobre mis labios y, por el espasmo de sus dedos, impresionados por descubrir que no uso bragas, por un momento creo que caería al suelo. Mientras que con la otra ahora recorre desde la mitad de mi espalda hasta mi trasero y de regreso, con esa bajo mi falda ha dado inicio a un paciente y delicado sube y baja que camina a lo largo de mi vulva, apenas rozándola, pero suficiente para acelerar mi corazón. ¡Que manos¡ Ahora se que son mágicas.

Me tortura porque sabe que lo necesito dentro y él sigue acariciándome de manera superficial, sin prisa, como si tuviéramos el tiempo del mundo. Me gustaría gritarle que me penetrara con sus dedos de una vez por todas, pero no puedo y tampoco es necesario. Luego de un largo suplicio, finalmente lo ha hecho, haciéndome imposible el no emitir un leve gemido que algunos alcanzan a escuchar y que, más por educación que por vergüenza, disimulo con una falsa tos. Y él, como si estuviéramos solos, no se detiene ni un segundo, saca y mete dos de sus dedos, subiéndome cada vez más alto sin despegar mis pies del piso del vagón.

Ha tomado mi clítoris y eso sí ya es demasiado, no puedo soportarlo. Siento como lo aprieta y lo jala, mientras su otra mano busca mi ano, introduciéndome un dedo hasta el fondo. El placer es sumamente intenso y tengo que cerrar los ojos y morder mis labios para soportarlo. Me está enloqueciendo y me frustra no poder gritar y desahogar todo el gozo que me invade, que me llena, que me tiene al borde del clímax. Sólo un poco más. Sólo un poco más y, yendo más allá de lo que esperaba, explotaré en medio de ésta multitud ajena a mi estado de excitación extrema. Sólo un poco más y...

¿Qué diablos pasa? Se ha detenido y...ahora me besa, ahí, frente a todos, sin importarle lo que los demás puedan pensar o decir. Me besa y yo no puedo abrir los ojos. Lo hace con una mezcla de ternura y pasión que me desarma y que me hace desear, al menos por un segundo, el permanecer junto a él para siempre. Su lengua se junta con la mía y sus labios ensalivan mis labios y mi barbilla. Es el mejor beso de mi vida y....¡Dios¡ Me ha vuelto a penetrar, pero ahora de manera más apresurada, más violenta, como si quisiera que terminara en un segundo pues ya debe marcharse.

Y lo complazco, me vengo en un orgasmo callado por sus deliciosos besos, mojando mis piernas y sus dedos. Todo mi cuerpo se estremece y me siento en el cielo. Ha sido toda una experiencia y ahora sólo me gustaría saber el nombre de ese sensual cuarentón de pelo cano para darle las gracias por tan increíble encuentro. Abro los ojos para preguntárselo y...descubro, con cierto horror y desconcierto, que no era él quien me besaba, que no era él quien me tocaba, sino esa chica desaliñada y de grotesco maquillaje, esa que ahora me mira directo a los ojos y, olvidándome que se trata de otra mujer y sólo pensando en los mágicos momentos que me regaló, me hace desear más, más de ella, más de nosotras. Algo que ya no será posible, no por lo menos en éste instante.

El tren se ha detenido y es ésta la estación en la que ella se baja. Se despide de mí con un último beso y una última mirada. Se despide y me deja aquí, con los ojos de todos los pasajeros encima y mis piernas mojadas por el orgasmo que hace unos segundos ella misma me provocó. Se despide y me deja aquí, con la cabeza llena de dudas y la esperanza de volver a verla.