Métesela a mi esposa
¿Quieres meterla? Le pregunté a un joven en una discoteca. Claro, me respondió. Pues métesela a mi esposa, le propuse.
Métesela a mi esposa.
¿Quieres meterla? Le pregunté a un joven en una discoteca. Claro, me respondió. Pues métesela a mi esposa, le propuse.
El matrimonio de Pepa y Vicente languidecía, la chispa se había agotado hacía tiempo y las relaciones sexuales a la vez que se espaciaban más y más, eran una auténtica ruina, llegando en ambos casos a preferir hacerse pajas que follarse, pero cierto día sucedió algo imprevisto y todo cambió a mejor.
Soy Pancho Alabardero, tengo casi cuarenta años y vivo en Madrid donde hemos formado un grupo de amigos seguidores del sexo con imaginación, aunque nada de nada de sexo no consentido, sólo entre adultos y placentero, degradante no son bien recibidos. Le llamamos "Abre tu mente a tu sexo" porque el sexo o es con imaginación o apenas merece la pena. Esta es una historia deliciosa en la que la imaginación salva de la ruina un matrimonio bien avenido. ¿Quizás es su caso?, cuéntennoslo a todos en los comentarios y todos podremos disfrutarlo y compartirlo.
Hola soy Vicente, tengo 52 años, vivo y trabajo en Guadalajara (España), estoy casado, tengo dos hijos aunque sólo vive con nosotros la menor, el otro ya esta independizado, trabajo en un Banco y vivimos razonablemente acomodados, aunque desdichadamente en lo sexual mi mujer y yo hemos estado atravesando una crisis que me hizo temer lo peor: el divorcio.
La convivencia, en un matrimonio de largo recorrido, tiene cosas muy buenas y cosas francamente desastrosas. La Buena es que pronto la pasión se va convirtiendo en cariño, camaradería, complicidad, cosas que te aportan felicidad y seguridad, pero a la vez el sexo se va arruinando progresivamente, porque la rutina mata la pasión y sin pasión, sin imaginación, el sexo, lejos de ser algo placentero, puede convertirse en el mejor aliado de las separaciones.
Personalmente he llegado a tener tan poco interés por follar con Pepa que muy a menudo he preferido hacerme una paja a la vez que daba rienda suelta a la imaginación, y no es porque precisamente Pepa haya dejado de ser una mujer atractiva, muy al contrario, esta quizás mas seductora que nunca y si tuviera que ponerle una frase actualmente de moda, diría que "esta de lujo".
Creo además que a Pepa le ocurre lo mismo que a mí, porque las pocas veces que follamos, no más de dos veces al mes, me cuesta Dios y ayuda conseguir que se me corra, con lo que a veces ni lo consigo y me doy cuenta que ella, posteriormente, tiene que auto servirse. Las pajas mitigan nuestra pésima relación sexual, pero la cosa va a peor.
Hace apenas unas semanas, ambos estábamos follando a la hora de la siesta en una de esas sesiones que desde el principio barruntas que va a terminar en fracaso, pero inopinadamente y sin la más mínima premeditación le dije unas frases a mi mujer que en ese momento se me ocurrieron y que de siempre las sentía aunque nunca me atreví a decírselas a ella.
-Qué buena estas jodía, no me extraña que te la quieran meter- Eso se lo dije mientras se la estaba metiendo y mientras ambos estábamos un tanto pasivos.
-¿Quién me la quiere meter?- Fue su inmediata respuesta a tan oportuno comentario, a la vez que me percaté, más allá de cualquier duda razonable, que su interés por el polvo que nos estábamos metiendo creció exponencialmente.
-Un chico joven que se empalma cada vez que te ve el culazo que tienes- le dije también improvisando.
-Si, ¿Qué chico?, ¿Quién es?, ¿De qué lo conoces?, ¿Cuándo me ha visto?- las preguntas se le amontonaban a la vez que sus bellísimos ojos se abrían de par en par, sus mejillas se enrojecían, su chocho se humedecía, su culo se encrespaba, sus manos se aferraban a mis carnes y su respirar se agitaba.
Inmediatamente fui consciente que tenia al alcance de mi mano un polvo con mi esposa de los que hacía años no disfrutaba, se trataba tan sólo de improvisar algo y de mantenerla interesada, de modo que me acerqué a su oído y le fui recitando lo que deseaba escuchar:
-Te quiere follar, trabaja en una inmobiliaria del barrio, le escuché hace unos días cómo le decía a un amigo en el bar que te quería follar, que llevabas unas bragas muy insinuantes y que te las quería comer, que te la quería meter, que quería mamarte el chochito, que quería...
No fue necesario decirla nada más porque al momento se me estaba corriendo como una burra a la vez que repetía enardecida y fuera de si: me van a follar, me la van a meter, me quieren follar, me quieren comer las braguitas.
Apoteósico, nos echamos un polvo de los que marcan carácter, de los que enganchan, de los que se recuerdan de por vida, y no hubo nada especial, sólo unos comentarios oportunos, pero eso era justo lo que estábamos necesitando, decirnos cosas, erotizarnos, sucumbir a las pasiones de la carne y entregarnos frenéticamente a sus arrebatos.
Una vez alcanzada la calma y aún saboreando las mieles de tan excelente polvo, me atrevía a hacerle alguna sugerencia deshonesta, que a nuestras edades son las únicas que merecen ser escuchadas:
-Quieres que te lleve para que te folle algún chico joven-
-Algo habrá que hacer- me contestó restregándose en la cama y ronroneando como una gata en celo.
Lo tenía claro, o llevaba a mi esposa para que me la follasen o lo haría por su cuenta y me quedaría fuera del festín, de modo que desde ese mismo momento comencé a idear un plan maestro para satisfacer las necesidades de mi esposa, y las mías naturalmente, aunque era casi seguro que una cosa llevaría a la otra. Si conseguía que mi esposa estuviese satisfecha yo estaría satisfecho.
Y así fue como a lo largo de una semana busqué, indagué, me asesoré de los mejores lugares de Madrid para ligar y para follar, y la verdad es que me llevé una alegría porque la oferta era abundante y variada, se podía escoger la que más se adaptase a tu gusto.
Y allí estábamos, dispuestos a que me la follasen. Pepa iba endiabladamente tentadora, con un vestido suelto y corto, muy corto, con unas braguitas negras de encajes y ribeteadas con una cinta roja, con unos ligueros negros que harían las delicias de quien pudiera contemplarlos y con un escote más que generoso que dejaba al descubierto un canalillo insinuante. Vamos para follarla, y a eso íbamos, a que me la follasen, porque antes de salir de casa hicimos planes concretos:
-Vamos a una discoteca a bailar donde la clientela es tanto gente joven como maduros y donde hay un ambiente muy liberal donde se puede ligar fácilmente. Si quieres y te gusta algún chico joven hay una zona un tanto discreta donde se puede follar a gusto- le dije sin ningún tipo de rubor.
Ella aceptó muy ilusionada, tanto que a punto estuvimos de desnudarnos y echarnos un polvo antes de salir, pues ambos estábamos de lo más cachondo, pero sabíamos lo que queríamos, y nos fuimos derechos a la discoteca.
Llegamos a muy buena hora, cuando la sala aún no estaba muy llena y había espacio para ver y ser visto. Nos sentamos en una mesa bastante centrada, donde se podía ver la pista de baile y donde se nos podía ver razonablemente bien, pues las luces eran más bien tenues. Nada más sentarnos y pedir las consumiciones comenzó el difícil arte de la seducción.
No, no me mal interpreten, yo no tenía que seducir a mi esposa, pero si que tenía que exhibirla para que algún chico me la follase, de modo que tomando como bueno aquel viejo refrán de los tenderos que lo que no se enseña no se vende, comencé a sobarle las tetas a mi esposa, que se mostraba muy participativa y a meterle mano discretamente entre las piernas.
La seducción comenzaba a dar los primeros resultados, pues algún que otro chico joven no le quitaba ojo a mi encantadora esposa. Primero de reojo, con cuidado, con disimulo, pero aprovechando una de las veces que la pista de baile estaba medio a oscuras, le metí la mano a la entrepierna de Pepa y dejé al descubierto las braguitas y el liguero que mi esposa lucia esa noche.
La cosa fue de lo más afortunada, pues noté, más allá de cualquier duda razonable, que un chico que merodeaba por la pista, ojo avizor a nuestra mesa, se acercaba casi desafiante para no perderse nada de lo que allí sucedía. Fue en ese momento cuando le propuse a Pepa salir a bailar a la pista.
La suerte estaba echada. Pepa medio salida, el chico encandilado y yo a punto de recoger carrete con una magnifica pesca. El joven prometía: guapo, elegante y atrevido. Pepa también prometía: buen porte, provocativa, sexy y mojada, tenía las bragas totalmente mojadas, lo que evidenciaba que era el momento y el lugar para que se follasen a mi encantadora esposa.
Ni que decirles que el chico bailaba casi pegado a nosotros. El baile era suelto pero el chico se nos pegaba cuanto podía. Aprovechando una de las veces que el volumen de la música decaía ligeramente me acerqué a su oreja y le pregunté algo que parecía evidente:
-¿Quieres meterla?- le dije como si la pregunta fuese de lo más normal del mundo, vamos, casi, casi como si le preguntase la hora.
-Naturalmente- me contestó el chico, aunque él en cambio me lo contestó con solemnidad, con firmeza, con decisión y casi se podría intuir que con prisas, con apremio.
-Pues fóllate a mi esposa- le propuse.
-¿Estas seguro?- me preguntó un tanto precavido.
-Seguro, disfrútala porque ella se lo merece- le dije animándole.
No hizo falta insistir, porque la agarró suavemente por el brazo y la condujo hacia un lugar de la discoteca donde había un pasillo largo con los servicios a un lado, unas puertas que ponía privado a otro y al final del pasillo una especie de salita redonda y amplia, bastante oscura y donde los más afortunados iban a echarse un polvo, mi encantadora esposa entre ellos.
Yo los seguí a prudente distancia y los vi perderse en la salita del fondo. Al cabo del rato me acerqué disimuladamente para ver qué pasaba, y lo que pasaba era lo era de esperar, allí estaban unas cuantas parejas echándose un polvo, Pepa una de ellas. La tenía de pie y ya se la estaba metiendo. Abierta de piernas, sin bragas y el chico entre sus muslos metiéndosela y sacándosela, despacio, sin prisa, sin empujones, como disfrutando el momento, paladeándola.
Pepa estaba con la cabeza apoyada en su hombro y entregada totalmente. Se cimbreaba cada vez que se la metía, como para encontrarse con la polla que la estaban metiendo y se relajaba cuando se la sacaban para volver a ofrecerle su chochito para que se la volviesen a meter. Estaba disfrutando como una loca, como una posesa, absolutamente ausente de cuanto la rodeaba, por eso no podía ver que otro chico estaba al lado mirándoles y como queriendo participar.
Eso me dio pie para acercarme algo más y escuchar sus jadeos. Pepa jadeaba al ritmo de las embestidas, suspiraba, resoplaba, exhalaba, bufaba, se aferraba a las espaldas del chico cada vez que se la metía, era un espectáculo verla y un deleite escucharla, a mi esposa se la estaban follando a conciencia.
Cuando el muchacho se corrió en su cochito ella se agarró furiosa a su culo y lo retuvo con vigor, con rabia. Noté que ella no se había corrido, pero apenas medio minuto después me di cuenta que le soltaba las nalgas y que trataba de recomponer su desangelada figura. Me acerqué a ella y con mimo, con delicadeza la ayudé a meter sus tetas en el sujetador y subirle el liguero que tenía medio caído por los muslos. El chico me miró, me dio las gracias y desapareció del lugar.
Al momento noté que el otro chico que les estaba mirando se acercó a nosotros y también comenzó a vestir a Pepa. Creo que no se había dado cuenta que ella era mi esposa y venía a participar en el festín. Con delicadeza le ajustó el liguero y le acarició las nalgas, le buscó las tetas y se las besó con suavidad, con exquisitez. Pepa nos miraba y se dejaba hacer, no entendía la escena, no comprendía qué hacíamos los dos magreándola, pero mi dulce esposa estaba aún demasiado cachonda para no aprovechar la ocasión que se le brindaba de seguir follando.
Me percaté que el nuevo chico también se la iba a meter, de modo que no pugne con él para decidir quién se la metía, sencillamente abracé a mi esposa por la espalda, coloqué la mía contra la pared y dejé que se la metiera. Ella ahora estaba entre dos hombres, yo que le servia de colchón y el joven que ya se la había metido y comenzaba a follarla.
Ahora Pepa estaba mucho, muchísimo más relajada, pues yo la tenia entre mis brazos y el chico se la metía con dulzura, con fineza, casi con ternura. Notaba cómo las embestidas se amortiguaban contra mi cuerpo, notaba como Pepa suspiraba cada vez que se la metía y exhalaba cada vez que se la sacaba, notaba como se le ponía la carne de gallina en sus nalgas, notaba una tensión contenida que iba en aumento, notaba que se le relajaban las piernas, los brazos, notaba como sus jadeos se incrementaban, como sus labios se agarrotaban, como su culo se endurecía, como su chocho se comprimía, y, finalmente, como comenzaban sus espasmos desde dentro hacia fuera.
Se estuvo corriendo como jamás la había visto nunca, como jamás creí que se pudiese correr una mujer. El chico tampoco tardó demasiado en correrse, pero entre tanto alboroto de mi esposa, su corrida casi nos paso desapercibida.
Nos quedamos solos el uno frente al otro. Nos miramos, nos besamos, nos reímos, y, como dos adolescentes, nos marchamos de aquel lugar hacía nuestra casa, nuestro hogar, nuestra rutina. Mi esposa iba satisfecha, rutilante, bella y sexy, apasionadamente sexy, tanto que en el camino tuve que parar el coche y lamerle su chochito. Sabía a gloria y ella, consciente de su momento, me agarró con fuerza la cabeza y me la enterró en su chorreante chumino.
Por favor, cuéntanos brevemente en los comentarios cómo se la han metido a tu esposa. Pancho Alabardero alabardero3@hotmail.com