Métemela -relato para una señora-

Una desconocida atrae a un señor en el estación del tren. No podrá resistir la tentación de que se la folle.

MÉTEMELA –relato para una mujer-

-Métemela.

No dudó un solo instante al ver mi polla que se erguía ufana, cuando

dejé caer el pantalón ante su mirada de ojos incrédulos.

Llevé mis manos hasta su falda. La subí hasta la cintura y bajé sus bragas de canalé blanco hasta las rodillas.

Mis dedos hurgaron en su coño, metiendo el anular entre los labios, buscando el clítoris.

Luego de un solo golpe se la metí, rozando sus paredes, que se humedecían al paso de mi grueso nabo.

La vi. en la estación de Atocha, cuando bajaba del AVE. Me llamó la atención por la pamela rosa que embellecía su cara, haciendo del atardecer una acuarela, y su falda gris de tubo años cincuenta, que remarcaba su prieto culo redondeado.

Me fijé en el escote de su camisa por el que sobresalían sus pechos desbordando la chaqueta del mismo color que la falda con botones algo más obscuros. Pero sobre todo, me hizo subir la temperatura, el canal que hacía de separación entre sus tetas. Eran de un tamaño, que imaginé excesivo para mis diminutas manos y mi calenturienta mente las llevó hasta mi boca.

Yo esperaba a un señor de Murcia con el que pretendía hacer negocios. Una vez encaminé mis pasos tras el hermoso culo de esa señora "de bien", olvidé para siempre la encomienda por la que había acudido a la estación.

Se dio cuenta de que la seguía, porque la obsesión por su cuerpo, me hizo no dejar una distancia de seguridad.

De vez en cuando miraba hacia atrás. Yo me hacía el distraído ojeando algún escaparate. Pero en una de las ocasiones ella paró en seco y me espetó:

¿Pasa algo?

Me he enamorado de usted. Jamás vi un cuerpo como el suyo.

Usted está loco.

Por ti –la distancia era tan corta, que la besé-

Resistió el envite a sus labios, pero a medida que le rodeaba el cuerpo con mis brazos, su boca empezó a ceder.

Poco a poco la fui conduciendo a un portal cercano.

Debían ser las nueve de la noche.

La puerta del edificio- aun abrazados- cedió al empuje de mi espalda y nos encontramos con la luz apagada. Calientes, magreándonos y metiendo nuestras lenguas por todos los espacios de la boca

Nunca antes, en mis recuerdos un beso duró tanto como aquel.

No recuerdo como sucedió, pero un taxi nos condujo hasta su casa.

Llevábamos prisa. Y tras cerrar la puerta, en el salón no pude esperar ni un segundo para comenzar a desnudarme.

Bajé mi pantalón. Y la ausencia de calzoncillo- que nunca usaba- hizo brotar mi polla en erección.

Estaba cachonda. Sus labios secos y los pezones erectos lo denotaban.

Con un esfuerzo de voz chilló

MÉTEMELA

cmpoeta@gmail.com