Mete la polla en mi culo a ver que se siente

Se corrió en mi boca. Sentí sus jugos calentitos en mi lengua y oí unos gemidos de placer inolvidables por lo sensuales que eran.

Llegué al aeropuerto Internacional General en Jefe Santiago Mariño de la Isla Margarita un viernes por la tarde, de allí cogí un taxi hasta el hotel Hesperia en el valle de Pedro González.

Ya en mi habitación y después de darle una propina al botones que me había llevado la maleta, cerré la puerta, puse la maleta sobre la cama de dos plazas y fui a echar un vistazo. Desde el ventanal de la habitación se veía la gran piscina del hotel y a lo lejos el mar, al fondo bajo el cielo azul casi sin nubes se alzaban orgullosas una serie de montañas. Era un lugar paradisiaco tal y como me habían dicho. No deshice la maleta, tiempo tendría. Sin cambiarme de ropa. Bajé al bar de la cafetería y me tomé una par de cervezas antes de cenar, después volví a mi habitación, una habitación que no me voy a molestar en describir.

Cuando viajo a un lugar me gusta conocer algo más que el hotel donde me alojo, por eso visité el puerto y bahía de Juan Griego, la bahía de Plata. Pesqué en Punta de Piedras. Visité la basílica menor de Nuestra Señora del valle del Espíritu Santo donde vi la hermosa Virgen del Valle. Vi las tetas de María Guevara. Vi iguanas, cotorras y cabras en el valle de San Juan Bautista. Vi bellezas venezolanas en la piscina del hotel, en la playa del Agua..., pero donde vi a la mujer más bella fue en la rueda del parque Diverland. Estaba mirando cómo giraba. Era preciosa, su cabello era rizado, su sonrisa angelical, era alta y fuerte, o sea entrada en carnes, su culo gordo me pareció un diamante sin pulir. Le entré.

-¿Vas a subir?

Me miró de abajo a arriba. Lo cierto es que ese día le debí parecer un pánfilo de mediana edad con bermudas, camisa de flores, gafas de sol y sandalias de goma. Cómo si fuera gallega, me respondió con otra pregunta.

-¿Vas a subir tú?

-¡Ni borracho! Tengo vértigo.

-¿Tan grandote y tienes miedo a subir en una rueda?

-Miedo, no, vértigo.

-Miedo.

Tenía razón y se la di.

-Va a ser que sí. ¿Vas a subir?

-Solo si subes tú y me pagas la vuelta.

Estaba buena, estaba muy buena, pero le dije:

-Ni por todo el oro del mundo me subía yo a esa cosa, pero te invito a beber algo.

-No bebo con desconocidos.

-A la noria, sí, pero al bar, no. ¿No soy el mismo desconocido?

-Ni a la rueda iba a subir, lo dije por qué sabía que no subirías, tengo una amiga que tiene vértigo y no se sube ni a una silla.

Me di por vencido.

-Bueno, que no se diga que no lo intenté.

-¿Qué intentabas?

Cómo sabía que no iba a conseguir nada, le dije:

-Devorarte.

-Has visto a una gorda, y te has dicho a ti mismo que era una mujer fácil.

-Al contrario, te veía tan inalcanzable que dije lo que me vino a la boca, aunque en el fondo es lo que quería, llevarte a mi cama y devorarte.

No alcanzaba a comprender mis palabras.

-Si crees que estoy buena lo de llevarme a la cama y devorarme lo entiendo, pero...Inalcanzable, ¿por qué?

-Por tu belleza...

Me interrumpió.

-Gracias, sé que fea no soy, pero soy gorda y eso no gusta a los hombres.

-Eso no le gustará a los muñecos, pero yo soy un hombre, un hombre de los que lo comen todo.

Surgió la curiosa que llevaba dentro.

-¡¿Todo?!

-Todo lo que te puedas imaginar.

De modo despectivo, y antes de darme la espalda, dijo:

-Turistas, comen cualquier cosa.

Compré dos tickets para la noria, volví a su lado, se los mostré y le dije:

-Por estar un rato más contigo hago lo que sea.

-Guárdalas -me volvió a dar la espalda-. No eres mi tipo.

Un joven me puso una mano en el hombro, me giré y dijo:

-Deje en paz a mi esposa, caballero, a no ser que ande buscando pelea.

Me quedé de piedra, la muchacha estuviera jugando conmigo.

Dos días después, vistiendo un traje de color marrón con rayas negras y con mis zapatos negros brillando más que una estrella entré en un restaurante para cenar. Vi a la chica de la noria comiendo en una mesa con su marido. La miré, me miró fugazmente y siguió hablando con él.

Al rato ya estaba cenando y bebiendo un vino tinto que dejaba mucho que desear. Yo no le quitaba el ojo de encima y ella lo sabía, ya que me miraba, siempre fugazmente y después le sonreía a su marido. Cuando me fui del restaurante la muchacha y el joven quedaban tomando café.

El tercer encuentro fue en plena calle. Iba a pasar de largo, pero se detuvo delante de mí y me dijo:

-Parece que estamos condenados a encontrarnos.

-Eso parece, si no tuvieras marido te invitaba a cenar.

-Yo no lo veo por ninguna parte.

Vamos al turrón.

Sin saber su nombre supe que había debajo de sus ropas, unas tetas gordas con areolas rosadas que mis manos amasaban y unos pezones desafiantes que mi lengua aplastaba. Estábamos desnudos encima de la cama de mi hotel. Abrió las piernas de par en par. Mi lengua en lento descenso hacia su coño lamió su monte de venus y sentí el picor de los pelillos que haría tres o cuatro días que no afeitaba, luego lamí el coño de abajo a arriba, me tragué sus jugos salados y después le clavé la lengua dentro de la vagina, para acto seguido apretar mi lengua sobre su clítoris, lamer de abajo a arriba, meter dos dedos dentro de su coño y acariciar con ellos su punto G. Al rato una corrida mojó mis dedos, su vagina los apretó, y temblando, me dijo:

-¡Me vengo!

Quité los dedos y bebí de ella hasta que terminó de descargar... Luego subí besando su cuerpo hasta llegar a su boca, volví a besar sus frescos labios, unos labios pintados de rojo que hacían juego con los vaginales. Cogió mi polla y la meneó mientras nuestras lenguas se hacían amigas. Después subió encima de mí, la metió hasta el fondo de su coño empapado, y me dijo:

-Te voy a matar a polvos.

-Lo dudo.

Se inclinó, me volvió a besar y follándome, me dijo:

-Estás casado, ¿verdad?

-¿En qué se me nota?

-En lo bueno que eres en la cama.

-¿Saber que estoy casado te da morbo?

Se incorporó y posó sus manos sobre mi pecho.

-¿Por qué lo preguntas?

Le eché las manos a las tetas y se las magreé.

-Por qué a mí follar contigo sabiendo que tienes marido me lo da.

Comenzó a follarme más aprisa.

-Respecto a eso las mujeres no somos diferentes a los hombres, pero te tengo que decir una cosa.

-¿Cuál?

-Que no estoy casada. El que te dijo que era mi marido no es ni mi novio, es un amigo, un compañero de trabajo.

-En este momento me da lo mismo que estés casada o soltera, ya tengo mi polla dentro de ti.

-Eso se puede arreglar.

Quitó la polla y me puso su coño en la boca. Lo recibí con agrado, cogiendo su culo y lamiéndolo, le dije:

-¡Qué, rico, ay que rico, que rico está este coñito!

La muchacha después de multitud de lamidas se puso perra.

-Vas a hacer que me venga otra vez.

Lamí a toda hostia su clítoris, y ahora fue ella la que dijo:

-¡Qué rico! Sigue, sigue, sigue. ¡Ya, ya, yaaaa! ¡¡Me vengo!!

Se corrió en mi boca. Sentí sus jugos calentitos en mi lengua y oí unos gemidos de placer inolvidables por lo sensuales que eran.

Al acabar de correrse se echó boca arriba sobre la cama. El interior de sus muslos brillaban con la humedad que los cubría. Sus pezones estaban erectos y sus areolas me llamaban. Con la polla mojada y dura cómo la rama de un árbol, volví a disfrutar de aquella mujerona... Mamé las tetas, despacito, con calma... Mamaba, la besaba, volvía a mamar... Luego le metí un dedo en el culo y se lo follé con él mientras comía sus tetas y su boca. Disfrutando de ella, le pregunté:

-¿Te gustaría que te follase el culo?

Sonrió al preguntar:

-¿Con tu polla?

Le devolví la sonrisa.

-Sí.

-¿Me gustará o me dolerá?.

-Ambas cosas, ¿Te lo desvirgo?

-Okis.

-¿Qué?

-Desvirga, bb.

Aún hoy no sé que quiso decir con bb, lo que sé es que le dije:

-Date la vuelta.

Se dio la vuelta y vi su culo, era un señor culo, un tremendo culo, un culazo. Le abrí las nalgas con las dos manos y lamí el ojete. Le encantó.

-¡Qué gustito da!

Le metí y saqué la lengua de él, lamí, follé, lamí, follé... Se puso a mil.

-Mete la polla en mi culo a ver que se siente.

Metí la polla en su coño y la saqué pringada de jugos. La acerqué al ojete y de un golpe metí la cabeza. Me dijo:

-¡Ufffff!

No le había dolido. Buena señal. Le agarré las tetas y se la fui clavando hasta que mis huevos toparon con su coño mojado. La follé con cuidado al principio y a toda pastilla después. Mis huevos chocaban con su coño cada vez que la polla llegaba al fondo de su culo... Tiempo después sentí que me iba a correr y paré de follarle el culo. La muchacha me folló a mí moviendo el culo de delante hacia atrás y de atrás a delante... Sentí un picor que fue en aumento hasta que se transformó en un gusto brutal que hizo que mi polla soltase dentro de su culo toda su leche. Al sentir mi polla latiendo y la leche calentita dentro de su culo, me dijo:

-¡Creo que me voy a venir!

Acabé de correrme y seguía follando mi polla. La muchacha jadeaba, pero no conseguía correrse. Saqué la polla del culo, se la metí en el coño y después de una docena de folladas, su coño apretó mi polla y la bañó con una deliciosa corrida, mientras decía:

-¡¡Síííí!!

Eugenio, en la terraza de un bar de mi ciudad tomó un trago largo de vermut, y acabó diciendo:

-Si los venezolanos supieran lo buena que estaba dejarían de llamarle "La Perla del Caribe" a la Isla de Margarita, pues "La Perla del Caribe" era esta muchacha que me follé.

Quique.