Messalina III
Los últimos rayos de sol rozaban el tejado del domus y algunas antorchas del exterior comenzaron a alejar las sombras que se cernían ya, mensajeras de la noche.
Los últimos rayos de sol rozaban el tejado del domus y algunas antorchas del exterior comenzaron a alejar las sombras que se cernían ya, mensajeras de la noche.
El día se marchaba, y con él, comenzaba la segunda parte de los festejos en honor del dios Dionisio en la casa de Mesalina.
Deliciosos manjares frescos ya se cocinaban en los fuegos. Ánforas de vino hispano se amontonaban en una alacena amplia que conservaba el frescor. El jefe de la cocina, un experto esclavo procedente de las regiones africanas, preparaba unos deliciosos platos poco vistos o probados en la ciudad romana. Higos africanos, vulvas de cochinilla, tetillas de cerda, jabatos empanados, sesada de faisán, lenguas de flamenco, hígados de caballa, testículos de cabrito, leche de murena,…
Eso hacía de las fiestas del domus uno de los lugares más solicitados a la hora de pedir invitaciones.
De todos era sabido y eras voz populis que Mesalina no recortaba en gastos a la hora de agasajar a sus invitados. Que sus largas noches en vela culminaban en las orgias más multitudinarias de la ciudad y que en ellas no había límites.
Las esclavas y esclavos más bellos eran los mejores del mercado, tanto en educación como en belleza. Para ello tenía un encargado de elegirlos cuidadosamente, haya en la plaza pública.
Dada la vida que se auto proporcionaba la domina, libre de cadenas de hombres y prejuicios, se sabía que muchos eran los amantes que se peleaban por ser objeto de sus necesidades sexuales. Muchos eran los que habían pasado por sus brazos y más aun los que pasarían a lo largo de su vida.
Los rumores que corrían por la ciudad se daban por ciertos. Nada había que estuviese prohibido en aquella casa de la colina. Ya se encargaba la misma Mesalina de hacer correr esos rumores y alimentarlos. Cosa que le divertía profundamente.
La casa aparecía ya alumbrada por cientos de candelarias y antorchas. Las mesas aparecían ya adornadas para la ocasión y los primeros invitados comenzaban llegar en palanquines de mano.
Tanto damas como señores. Opulentas togas y tocados. Magnificas joyas. Impecables maquillajes. Sedas y colores comenzaban a llenar el vestibulum, graciosamente decorado con imágenes de pequeños lares desnudos y burlones realizados en frescos que se podían retirar cuando la fiesta acabase. Cortinas de seda, bustos del emperador y la estatua, a tamaño real, de la mismísima Mesalina bellamente tallada, ocupando el centro del vestibulum.
Esclavas vestidas de tul y seda se afanaban en recibir y agasajar a los invitados. Dándoles a degustar ricos vinos, dátiles e higos secos o aceitunas adobadas del sur de Hispania.
La música sonaba desde el jardín interior que aparecía iluminado por lucernas que realzaban la belleza del lugar en la oscura noche.
Tanto Mesalina como su invitado principal aun no aparecían. Estaba mal visto que la anfitriona apareciese antes de que todos sus invitados estuviesen reunidos.
La divina Claudia sonrió al bajarse del palanquín que la transportaba y mirar aquella gran mansión .A sus dieciocho años llevaba sobre sus espaldas una larga lista de amantes y derroches de amor. Hija única del rico mercader Antonio, huérfana de madre y heredera directa de la gran fortuna de su padre, solo vivía de fiesta en fiesta, pero nunca antes había sido invitada a la casa de la gran Mesalina .Por fin su deseo se hacía realidad.
Una cara conocida se acerco a saludarla. Su amiga y cómplice de amoríos secretos, Tullia se abrazo a ella dándole la bienvenida.
Tullia, la mujer del senador Aulus Gelius. Mujer libertina y poco acostumbrada a recibir las ordenes de su mayor marido que ya no tenía edad de acompañarla a fiestas, casi treinta años mayor que ella. Divinamente vestida con una túnica azul turquesa, tocada con un collar de brillante oro y adornados brazaletes del mismo material en sus brazos. Su cuerpo, pese haber sido madre de dos hijos, se conservaba lozano y fresco. Solo su vientre se mostraba un poco hinchado por los embarazos, pero no quitaba brillo al resto de su cuerpo. Unos pechos grandes y aun en su sitio. Unas caderas voluptuosas .Su cara, aunque algo ajada por la edad, ya pasaba los treinta, aun se veía terriblemente bella, más aun con el maquillaje de fantasía que esa noche lucia.
Ambas mujeres tomaron sendas copas de vino de una bandeja y comenzaron a departir sonrisas y charla con el resto de invitados.
Caeso Favio, dueño de uno de los ludis mas reseñados de Roma, se abrió paso entre las cortinas de su palanquín. Un esclavo acudió a recoger su toga que casi arrastraba por el suelo para acomodársela en el hombro y que luciera en su musculoso cuerpo. Muestra de sus años pasados en las guerras galas y en las que brillo con luz propia.
Su aspecto de hombre serio y acostumbrado a esta clase de festejos casi ni se altero cuando dos senadores se adelantaron entre la gente para saludarlo como se merecía. Tomo las manos de ellos entre las suyas y devolvió el saludo, mientras buscaba con la mirada una bandeja con copas de vino hispano.
Así, uno a uno, fueron los invitados llegando a la fiesta. Tanto unos como otros fascinados por las decoraciones de la casa o complacidos con los distintos refrigerios que corrían por la sala en manos de bellas esclavas.
La voz del liberto, encargado del buen funcionamiento del domus, se alzo entre el murmullo para rogar a los invitados que pasasen al tricliniun.
Las grandes cortinas se alzaron y ante ellos apareció el gran salón. Iluminado de forma discreta, deliciosamente adornado de flores y sedas que caían sobre las estatuas que hoy ocupaban las hornacinas. Grandes mesas repletas de manjaresprocedentes de lugares tan dispares como faisanes de Guinea gallos de Persia, pavos de India, conejos Hispania
, corzos de Ambracia , atunes Calcedonia , ostras y almejas de Tarento ,mejillones de Ática o tordos de Dafne
Una corte de bellas esclavas y esclavos casi desnudos acompañaron a los invitados a sus respectivos divanes.
La música dejo de sonar cuando el liberto anuncio la llegada de la anfitriona que se presento exquisitamente vestida de amarillo y oro ante los comensales, apareciendo en el pórtico de entrada. A su lado, sosteniendo su mano, en ademan de apoyo, se encontraba Cornelio, vestido para la ocasión con una toga ligeramente más corta que la noche anterior. Decorada con sencillez, no carente de elegancia, con ribetes de oro trenzado y unos grandes brazaletes en sus antebrazos. Ella lucia una gran raja en el costado de la túnica que dejaba al descubierto gran parte de su muslo. Unas ahorcas en los tobillos repiqueteaban al caminar con sonidos argénteos.
Un gran aplauso los recibió a ambos mientras se dirigían a su biclineo que se alzaba al fondo del salón. Decorado de rojo fuego y cojines de plumas.
Elegantemente se dejo Mesalina caer sobre él, mientras su acompañante hacia otro tanto.
Dando unas palmadas se abrieron las cortinas y un rico aroma a comida invadió el lugar. Confundiéndose con el aromatizado aceite que ardía en las candelas.
Tras el aroma un enjambre de esclavos y esclavas entraron. En sus manos portaban bandejas con los más exquisitos platos elaborados en la reconocida cocina del domus.
Un nuevo aplauso los recibió y pronto la música volvió a rellenar los huecos que dejaban libres los murmullos de los comensales.
Dos sirvientes llenaron las copas de la anfitriona y su acompañante, ambos alzaron, a modo de brindis, sus brazos al cielo dándole gracias a Dionisio y a Eros por la noche concedida-
Las distintas copas se alzaron a su vez y, por un momento, se hizo el silencio mientras bebían del delicioso néctar que se les brindaba.
Desde el lugar que ocupaba la curiosa Claudia pregunto a su compañera de triclinio quien era el acompañante de la domina. Tullía la puso al día sobre el joven galán que ahora sonreía a Mesalina.
Se quedo admirando aquel rostro varonil mientras llevaba la copa a sus labios. Una profunda pulsación latió en sus entrañas. Cuanto le apetecía tenerlo muy cerca.
Adivinando sus pensamientos su amiga le comento que si quería se lo podía presentar a lo largo de la velada. Cosa que entusiasmo a la joven y le suplico que lo hiciese. Bien podía adivinar Tullia sus intenciones para con él, aunque veía lejana esa situación. Prometió hacerlo y siguió degustando aquellos fantásticos lirones a la miel que estaban maravillosos.
El mercader Obdulio no perdía de vista a una esclava de porte pequeño y grácil que se encargaba de retirar los platos sucios y colocar otros limpios sobre las mesas. Su cuerpo menudo y casi desnudo dejaba entrever unos pechos pequeños pero rotundos así como unas caderas muy acentuadas que daban paso a un culo casi perfecto para las necesidades que él sentía.
Su mirada, algo turbia ya por el vino, la seguía a cada paseo que daba acá y allá. En un momento dado le pidió que retirara un plato vacio que había frente a él. Cosa que la esclava sumisa se apresuro a realizar. Dándole a él tiempo de oler aquella piel oscura y fragante, así como de asomarse al enorme escote que dejaba sus pechos al descubierto. Alargo una mano y pudo notar la dureza de aquel culo en sus manos, acto al que no reacciono la belleza negra sabiendo cual era su lugar en aquella sociedad. Solo bajo sus oscuros ojos negros y siguió con su trabajo.
Retirados los primeros platos la domina se puso en pie y pidió que pasaran las bailarinas. La música cambio ligeramente y dos cortinas se abrieron a ambos lados para dar paso a dos bellezas rubias, esclavas germanas, de rabiosos ojos azules y formas esculturales. Sólo cubiertas por una gasa azul que dejaba su desnudez bien a la vista de todos.
Ocuparon un lugar central de la sala y comenzaron un baile sensual y erótico que fue muy aplaudido por los invitados.
De rodillas frente a frente cruzaron sus brazos en una sinuosa danza. Sus pechos subían y bajaban al mismo ritmo y sus piernas se abrían dejando entrever el oscuro de su bajo vientre. Pasaron de aquella postura a un abrazo febril que hacia rozar sus pechos, estimulando a los deseos de los comensales.
Poco a poco sus cuerpos se dejaron caer hacia atrás arrastrando una la gasa que cubría a la otra, quedando tumbadas de espalda en sus rodillas, desnudas y seductoras. Sus manos comenzaron a acariciar su propio cuerpo llegando hasta su intimidad para levantarse de nuevo sobre sus rodillas y simular un largo beso lésbico.
Los asistentes al espectáculo aplaudían extasiados ante aquellos cuerpos. La danza prosiguió y mientras una acariciaba suavemente el bello pecho de la otra, esta dejaba reposar la cabeza en el hombro desnudo de su compañera. Sus manos acariciaban casi fugazmente desde la barbilla hasta las proximidades de las ingles, siempre siguiendo el ritmo que la música marcaba.
Sus cuerpos se convulsionaban como poseídos de mil temblores cuando aproximaron sus sexos entre sí. Parecían disfrutar de un amor lésbico que hacia calentar a los comensales.
Poco a poco, como consumidas por un terrible orgasmo se dejaron caer al frio suelo donde se quedaron tendidas hasta que las palmas cesaron en su honor. Acto seguido, recogieron las gasas del suelo y se apresuraron a salir por donde habían entrado.
Una nueva ronda de vino regó las copas, mientras los comentarios sobre la danza alababan el gusto de la domina.
La música retomo su ataque y esta vez dos hercúleos danzarines entraron llevando en volandas a una dulce mujer. Su cabellera negra caía hasta casi hasta su cintura. Sus piernas desnudas aparecían torneadas mientras danzaba entre ambos adonis, que simulaban tocamientos y acercamientos. Las manos de ella paseaban por aquellas espaldas marcadas hasta arrastrar tras ellas la delicada túnica que cubría a ambos hombres, quedando los cuerpos de estos expuestos a las miradas ávidas femeninas.
Entre ambos soltaron los lazos que mantenía la túnica de ella en sus hombros y cayó al suelo, sacando de las gargantas un gemido contenido. Tal era su belleza.
La danza prosiguió. Ahora ella se agachaba y sostenía un pene en erección frente a sus ojos mientras el otro bailarín simulaba una penetración desde atrás.
Las respiraciones de los invitados se exalto cuando entre ambos penetraron bruscamente a la danzarina, arrancándole un grito de dolor en la embestida. Cada uno a un lado de su cuerpo se hacían dueños de pechos y nalgas, mientras sus cuerpos se mecían al compas de la música que aumentaba por momentos.
Los ojos se abrían de par en par para no perderse ni un detalle del espectáculo y risitas nerviosas corrían entre las féminas.
Poco a poco, y los tres al unisonó, fueron acercándose al climas. Los gemidos de ella sobresalían por encima de la música y sus cuerpos parecían juncos mecidos por el viento.
Ambos hombres liberaron su semilla caliente a la vez en el vientre de ella, que agitaba la cabeza como posesa, mientras recibió aquel cálido manantial en sus entrañas.
Los tres se separaron de aquella escena de amor cogidos de la mano. Tras hacer una reverencia siguieron el camino de sus predecesores.
Mesalina se ufanaba del espectáculo ofrecido a sus invitados y dio paso a servir el dulce y fuerte passum. Un vino elaborado de uvas pasas, y ligeramente aromatizado de comino. Se consideraba el paso previo a los postres. Se subía rápido a la cabeza y ese era el objetivo del mismo.
Ya, sobre algunos triclinios, las manos comenzaban a acariciar a damas y caballeros. Algún invitado se había hecho dueño de alguna grácil esclava y dejaba resbalar sus manos por unos pechos de ébano que no ofrecían resistencia.
Desde su puesto alzado podía ver como Caeso Favio había dejado hundir una mano en su entrepierna y podía notar, de lejos, el sube y baja que aquella trajinaba bajo la túnica.
Los esclavos escanciaron el dulce passum en copas de cristal especialmente compradas para la ocasión, muy caras y difícil de obtener, pero no había capricho que Mesalina no se diera o no alcanzara.
Junto a las copas de vino, sobre unas bandejas pequeñas dejaron también unas vendas negras. Nadie sabía para que eran, ni cual su función. Todo el mundo las miraba desconfiado y al mismo tiempo intrigado de su uso.
La sonrisa misteriosa de Mesalina sobresalía de su bello rostro al mirar aquellas caras interrogantes.
No obstante, y sabiendo que sería un juego más de la domina, nadie se atrevió a tocarlas hasta no recibir la orden.
Las sonrisas y bromas, más o menos subidas de tono continuaron mientras el dulce vino comenzaba a surtir efecto. Las lucernas bajaron de intensidad y una cierta penumbra se apodero de la estancia.
Manos furtivas acariciaban pechos desnudos o se aventuraban un poco más allá. Todo estaba permitido.
Hasta que las palmadas fuertes y sonoras de Mesalina les anuncio que pasaran al himpluvion, sin olvidar aquellas misteriosas vendas en las mesas ni las copas.