Mermelada

Is labios se estremecían al contacto con su piel aterciopelada. Seguía sin oírla respirar y fui consciente de que la estaba besando casi en el interior del muslo, muy cerca del sexo. En ese momento me acarició el pelo a la altura de la nuca e interpuso el dorso de la mano entre mi boca y su piel, de la forma en la que el amo se la ofrece al perro, y la besé, sacando mucho la lengua.

Al acercarse el final del trimestre Clara y yo quedábamos en su casa para poder terminar el trabajo que teníamos que hacer en común. Un día, cansadas y hambrientas, hicimos un alto para merendar. Clara me hizo esperar en el salón y me entretuve viendo las fotos de familia. Entró con una bandeja repleta de tostadas, mantequilla y varios tipos de mermelada que traían los padres del pueblo.

Una vez que lo probé no podía dejar de comer aquel néctar dulce y Clara tampoco se quedaba atrás, de hecho ni siquiera tocó la mantequilla. Tomar tanta azúcar hizo que nos entrara una risa incontrolada y a Clara se le rompió una de las tostadas, cayendo en el plato en dos mitades.

— ¡Cómo odio que se me queden los dedos pegajosos! —dijo mientras se limpiaba con la servilleta.

— No es muy fino, pero yo me los chupo a conciencia ¡Así no se desperdicia nada!

Nos reímos más. Entonces vio que tenía un buen pegote a un lado de la mano.

— ¡Es que odio chuparme! —su queja fue sincera.

Me sorprendió lo escrupulosa que era Clara. En un ademán algo infantil, me puso la mano en los morros para que la chupara yo. El gesto lo podría haber interpretado algo irrespetuoso pero como la conocía bien, sabía que carecía de ese tipo de maldad. Usando el meñique como asidero, recogí el pequeño pegote de mermelada con la punta de la lengua.

— Me haces cosquillas —me dijo justo antes de soltar la mano.

Cogió otra vez la tostada con tan mala fortuna que se le volvió a partir, repartiendo mermelada y migas por todos lados ¡Parecía que la tostada estaba viva! Nos reímos otra vez. Extendió las manos bastante apurada, y en la confusión cogió por error mi servilleta. La tenía sujeta por las puntas de los dedos y no terminaba de limpiarse. Me miró de reojo.

— ¡Deja que te ayude! Además esta es la mía —aparté mi servilleta, cogí la suya y empecé a limpiarle los dedos.

— No queda bien —me dijo con guasa.

Cogí la mano, acerqué los labios a una miga que tenía adherida en la palma y la recogí con la lengua, masticándola y tragándomela.

— ¡Qué rica está! —dije entre nuestras risas.

Tenía su mano entre las mías y, al tomar consciencia de la suavidad de su piel, me di cuenta de la sensualidad de la situación.

— Imagina que vienen tus padres ahora, ¿qué les dirías?

— ¿Y qué les iba a decir? ¡Pues que intentamos merendar!

La miré juguetona y acerqué de nuevo la mano, besando cada miguita y recorriendo un camino imaginario que me llevó a la punta del índice. Me lo metí en la boca, juntando mucho los labios, chupando la yema a conciencia y mirándola en una especie de reto. Ella se quedó con la boca abierta y no pestañeó. Saqué el dedo lentamente y no solté la mano.

— ¡Ejem! ¡No es lo que parece, señora López! —yo quería seguir con la broma de que sus padres entraban súbitamente en la casa, pero Clara no se rió. Acercó otra vez la mano a mis labios.

El gesto, envuelto en esa inocencia que Clara daba en todo lo que hacía, acentuó la sensualidad que yo había percibido antes. Aún tenía mermelada pegada y me engañé diciéndome que no pasaba nada por lamer un poco más. Seguir los restos del néctar de frutas se convirtió en una mala excusa para besar minuciosamente su piel. Me ofreció la otra mano, que estaba prácticamente limpia, y la lamí también. Clara apenas respiraba y no dejaba de mirarme.

Al terminar no solté la mano y nos quedamos en silencio. No sabíamos qué hacer, hasta que Clara, con gran intuición y sensibilidad, me señaló la pierna, pues habían migajas de pan cerca de la rodilla. Mientras me arrodillaba, separó los muslos y me puse en medio, sujetándome delicadamente a sus pantorrillas. La besé donde me señaló. Mis labios se estremecían al contacto con su piel aterciopelada. Seguía sin oírla respirar y fui consciente de que la estaba besando casi en el interior del muslo, muy cerca del sexo. En ese momento me acarició el pelo a la altura de la nuca e interpuso el dorso de la mano entre mi boca y su piel, de la forma en la que el amo se la ofrece al perro, y la besé, sacando mucho la lengua.

— Soy como una perrita —le dije.

— Mi perrita bonita —me dijo cariñosamente mientras volvía a ofrecerme la mano. Y sin usar las mías, se la lamí, como lo haría una perra. Yo movía mi cabeza con suavidad, chupando sus dedos. Ella me jaleaba—. ¡Buena chica!

Jamás me había imaginado lo excitada que estaría por ser la perrita de nadie, menos de una mujer. Pero ahora pienso que Clara era la única persona que podía llevarme hasta ese estado de una forma tan natural. Tuvo que ser consiente de que aquello no tenía vuelta atrás, pues dejó de mirarme con complicidad y pasó a hacerlo con cierto remordimiento. Reaccioné y me puse más erguida, acercándome a su cara y haciendo que me cogiese por la mandíbula, como cuando el ama acaricia a su perra, y empecé a lamerla. Clara cerró los ojos y murmuró "mi perrita, mi perrita, así...". Lamí su boca, sus dientes, mordisquee sus labios. Sus manos, rodeando mi cuello, seguían dócilmente el movimiento de mi cabeza. Besé la barbilla y bajé al cuello. Miré su cara y vi que seguía con los ojos cerrados, pero las mejillas se habían enrojecido. Me lancé al escote. Clara tenía los pechos medianos y firmes y yo admiraba secretamente cómo los sujetadores se adaptaban a su forma como un guante, y el que tenía puesto debajo de la camiseta de tirantes no era una excepción. Sin ayuda de las manos, lamí y mordí la parte del pecho que estaba a la vista, intentando inútilmente meter la lengua dentro del sujetador.

— ¿Qué haces? —me preguntó divertida.

— Soy tu perra, te beso a mi manera.

— ¿Las perritas lamen las tetas?

— Soy tu perra sucia —Clara me acarició el pelo.

— ...mi perrita sucia...

— Sácatelas —pedí, sabiendo que yo no podría hacerlo sin usar las manos.

Clara se quitó la camiseta y se desabrochó el sostén, bajándolo lo que pudo y sacándose los pechos por arriba, quedando más dentro que fuera, pero de forma que los pezones sobresalieron desafiantes, de punta, duros y encogidos. Los chupé, eran diminutos entre mis labios. Al principio no supe qué hacer exactamente, pero los gemidos de Clara me mantuvieron pegada a ellos. Cuanto más jadeaba ella, más chupaba yo. Mis manos ya habían subido hasta toda su zona trasera, acariciándole de manera desordenada los muslos y la cintura. Las clases de danza le había dado a su cuerpo una firmeza escultural envidiable. Se le escapó un ¡ay! porque me excedí al morder uno de los pezones y me tiró del pelo, quedándome con el cuello pegado a sus pechos mirando hacia arriba. Creí que me iba a besar, pero no lo hizo.

— ¿Qué se va a comer ahora mi perra?

Descubrí que Clara sabía ponerme a mil, porque la dulzura de su voz y sus modales suaves contrastaban fuertemente con el contenido del mensaje. Dicho y hecho, me soltó el pelo y se desabrochó el pantalón. Se puso de pie y se desprendió de los shorts y las braguitas. Tenía el coño totalmente depilado y se abrió los labios, mirándome como si esperase un piropo. Aquello era muy confuso para mí. Respiré y me concentré en el juego de la perrita. Acerqué la boca, sin tocarla con las manos, y empecé a lamerla. Olía muy bien y su reacción al primer lengüetazo fue el de una pequeña sacudida, pero volvió a pegar la rajita a mi boca, y como en un eco, la mía cobró vida cuando aquellos labios buscaron los míos. La suavidad de su piel, el sabor de su sexo, el clítoris siendo recorrido por mi lengua... no podía reconocerme. Conforme más lamía, más tentada estaba de usar las manos. ¡Mis manos! Ellas solas ya le estaba acariciando su culo perfecto justo al otro lado de mi boca. Miré hacia arriba y vi aquellos pezones de punta, con sus ojos apareciendo detrás para no dejar de observarme. No se había despojado aún del sostén y estaba muy sexy totalmente desnuda salvo por esa diminuta franja.

— ¿No irán a venir tus padres? —le dije de pronto.

— ¡Nooo, no te preocupes!

Clara se subió al sofá, se dio la vuelta y me puso el culo en la cara. No me lo esperaba.

— Qué tipazo tienes, Clarita —le dije acariciando los glúteos y los muslos.

— Bésame, en el culo —me dijo impaciente.

Tenía el coño al alcance de mi boca, pero obedecí y separé las nalgas para encontrarme un ano redondito y depilado. Me habían besado y lamido el mío antes, pero era la primera vez que me tocaba hacerlo a mí. Olvidé mi condición de perrita y usé las manos. Esta vez mi pulgar masajeó su clítoris mientras fui muy minuciosa haciendo con la lengua figuras geométricas en el agujerito. Clara se había abandonado a unos diminutos gimoteos, secos, profundos, cortos. En cuanto la lengua pudo entrar con facilidad, tuve que tomar aire.

— Puedes meterme el dedo si quieres.

Eso hizo que me recuperara al instante. La cogí del pelo, como la crin de una yegua, y acerqué el índice. Tal y como esperaba, entró suavemente. El ano lo apretaba, pero se deslizaba bien y en cuanto empecé a follarla con él, volvió a emitir esos pequeños gimoteos. Estaba súper excitada, pero seguía sin sentirme segura en el salón de la casa, a tan solo unos metros de la puerta de entrada. Insistí y fuimos a su cuarto.

Clara se sentó en la cama y se quitó el sujetador. Mientras yo me desvestía, ella me miraba y se tocaba el coño de una forma indecorosa. Se echó encima mía y me besó los pechos fugazmente para ir rápidamente a mi sexo. Era muy inexperta en sus chupeteos y me pregunté si yo se lo había comido tan mal.

La hice acostarse y me sujeté a su pierna para hacer la tijera. Lo había visto hacer en unos vídeos porno y, aunque siempre me había parecido algo ridículo, era lo que me apetecía hacer. Clara, con su cuerpo de bailarina, hacía que allá donde tocase, encontrara una masa firme bajo su piel. Me sentí muy fofa y recé por que ella no comparara nuestros cuerpos en medio de tanta excitación. Pegamos nuestros coños, su clítoris contra el mío, y empecé a moverme. Fue un minuto, quizás dos. Frotándome contra ella. Sujetando su muslo con mis manos, sintiendo su coño caliente, sus gemidos y los míos, pensando en corrernos juntas. A ella le llegó cuando yo tenía los dedos de su pie metidos en la boca, chupándoselos. Arqueó la columna, y si no llego a estar sujeta a su pierna me hubiese tirado al suelo. Yo seguí un poco más y ella esperó mi orgasmo tocándose los pezones y lamiéndose los labios. Clara tenía una forma de mirar sincera, una actitud inocente y un cuerpo compacto, que le daban un aire trinitario de niña, mujer y puta, y la lengua pegada al labio superior acentuaba esa última identidad. Cuando me corrí, le mordí el pie con ardor y ella me regaló la visión de sus dedos tirando exageradamente de sus pezones.

Una vez que se terminaron mis sacudidas, me acosté junto a ella. Nos abrazamos y nos besamos dulcemente, incluso nos quedamos dormidas una media hora. Al despertarnos nos vestimos y volvimos a merendar, a pesar de haberse hecho algo tarde. No hablamos de lo que acababa de ocurrir, sólo del trabajo que teníamos que entregar. Aún no estábamos preparadas para racionalizar nuestra sesión de sexo. No obstante, mientras nos poníamos de acuerdo sobre asuntos menores como la tipografía a usar y quién se encargaría de hacer el índice, no podía obviar que parte de su esencia se había quedado adherida a mi nariz y boca. No podía dejar de oler su coño. Quería probarlo otra vez, pero llegaron sus padres y llegó la hora de irse. Aquella noche me dormí oliendo a Clara.