Merece la pena (II)

Segunda parte. Como siempre sucede conmigo, romanticismo y sexo.

Ariel sentado en la barandilla de la terraza en la casa familiar veía al más pequeño de sus hermanos, Antonio tontear con su chica. A lo lejos un poco más separados su cuñada Soraya se reía de alguna tontería dicha por su marido.

Alonso acunaba entre sus brazos a la pequeña Vale, mientras su otro sobrino, Andrés se entretenía con el que pronto sería su hermanastro, Nicolás jugando con un balón de fútbol. Oía las voces de Fernanda y Pilar. Adán y su padre salían por la puerta y bajaban la escalinata hacia la piscina de la que acababan de salir Sonia, Amaro e Isabel. Se avecinaba una buena tarde-noche, en familia. Pero él se sentía triste porque estar allí, rodeado de las parejas de sus hermanos le hacía darse cuenta de su propia soledad.

Pensaba tan a menudo en él que a veces se sentía ahogar. Era normal que César se hubiera cansado de esperar pero no dejaba de lamentarlo. Porque le echaba de menos y lo que le dijo a su hermana era verdad. Fue él quien rompió, Ariel no le había dejado de querer y ni de sentirlo como el amor de su vida. No había noche que no desease dormirse abrazado por él. Notar sus labios recorrerle la piel. Que sus ojos fueran lo primero que se encontrase al despertar. Sentirle dentro de su cuerpo. Suspiró. No tenía sentido nada de aquello. No podía dejar ahora el país para correr en pos de un hombre que había dejado muy claro que ya no quería saber nada de él. Que le había sustituido en apenas un parpadeo.

Giró la cabeza al oír a alguien acercarse, Alicia se situó a su lado recién llegada del hospital. Le tendió un paquete diciéndole que un mensajero se lo había llevado al centro sanitario. Era pequeño y cuadrado. Lo abrió, un diminuto dispositivo usb reposaba en una caja cubierta de terciopelo negro. Como las que servían para guardar joyas. Era plateado y recordaba haberlo visto en algún lado. Miró el remitente pero no lo había. Que había recorrido mucho camino hasta llegar a sus manos lo decían los matasellos indicando que venía de ultramar.

Alicia extrajo el portatil que siempre llevaba con ella al trabajo. Estaba haciendo un cursillo on-line de sanidad y en los tiempos muertos de los que disponía solía usar la sala de médicos para estudiar. Lo situó en una mesa cercana a ellos conectándolo. Si tienes curiosidad conéctalo aquí, le dijo ella. Ariel asintió y lo hizo. Había un único archivo en la memoria. Un vídeo. Lo preparó para reproducirlo.

Y la música se dejó oír enmarcando el amanecer de una ciudad que fue su hogar durante diez años. Barcelona apareció ante sus ojos.

El skyline con la silueta del edificio Agbar o la Sagrada Familia de la urbe servía de portada a una sucesión de imágenes con la Plaza Cataluña como referencia, Paseo de Gracia, la Pedrera que siempre le fascinó tanto como el Parque Guell. Se recordaba paseando de la mano de César y conociendo cada rincón de aquel lugar gracias a aquel madrileño, barcelonés de adopción, que a modo de Cicerone le fue abriendo y amueblando el corazón. Cenando en el Maremagnum , disfrutando del puerto. Corriendo cada mañana para no perder el transporte que le llevaba al trabajo después de haberse entretenido demasiado contemplando o disfrutando plenamente del cuerpo del que empezó siendo solo un compañero de profesión, luego un buen amigo, más tarde pasó a ser su amante, y finalmente el ser humano al que hasta la fecha más había amado nunca.

Rostros conocidos de ex-compañeros cruzando los pasillos a la carrera en la Universidad Autónoma de la mediterránea ciudad catalana, más tarde turnos interminables en el hospital. Las semanas que por obligación tenía que estar en el servicio móvil de atención urgente. Volando a velocidad de vértigo por las calles, muchas veces tras los bomberos o la propia policía para acudir en pos de algún enfermo o apoyar en emergencias. Adoraba la adrenalina que corría por sus venas en esos momentos. El saberse útil para la gente que le recibió con los brazos abiertos y tanto le dio.

Y el regreso al pequeño apartamento dejándose caer literalmente roto de cansancio en el colchón para sentir como le rodeaban, le besaban la frente y le acunaban asegurándolo que le amarían por siempre y para siempre.

Lo recordaba y lo estaba viendo.

¿Qué significaba aquello?

La canción era muy de ellos. De las que César y él escuchaban a veces cuando se refugiaban a solas y cenaban a la luz de las velas. Hablaba de dos personas que no habían podido estar juntas a pesar del amor que sentían por la tristeza que uno de ellos acarreaba. El mismo que reclamaba que aunque no pudiera ser no rompieran todos los lazos, que no negasen lo que habían sido el uno para el otro.

La mano de su hermana sobre la suya le sacó de su ensimismamiento, la miró. Ella le estaba tendiendo un sobre. Susurró que venía junto al paquete. Extrajo el papel que había dentro. Reconoció la caligrafía. Tembló de pies a cabezas y murmuró lo que estaba escrito;

Te echo de menos. Mi país, mi ciudad, mi mar, mis labios, mi cuerpo y mi corazón. Perdóname.

Un inusitado calor se adueñó de sus mejillas. Volvió a fijar sus ojos en Ali que le sonreía suavemente. Le cogió el rostro con sus manos y acercándose a su oído pudo escucharla en la intimidad de sus palabras:

  • Hotel Jardín del Mar, habitación 607...

  • Ariel abrió los ojos de par en par sabiendo lo que aquello quería decir. Sin cruzar palabra alguna salió raudo hacia la puerta principal. Al abrirla delante estaba la moto de su hermano con el casco sobre el asiento. Junto al mismo las llaves. Se giró al notar a alguien detrás de él.

  • No te atrevas a llegar tarde, Mercader...

  • Alex, quien le dio una buena tunda cuando se enteró de sus tendencias y que ahora le regalaba el medio más adecuado para no retrasar más un encuentro soñado, anhelado y jamás esperado.

Cuando le abrieron la puerta, cuando dio dos dubitativos pasos hacia el interior que le agarrarán del brazo, cerraran tras él y le atraparan entre el calor de su cuerpo y el frío de la puerta de madera fue todo uno.

Y sus labios fueron asaltados. Y él se dejó invadir al mismo tiempo que un par de palabras resonaban en su cerebro.

  • Mi amor.

Se aferró a aquel hombre venido de tan lejos para no dejarle escapar. Para asegurarse de que no lo hiciera le atrapó esta vez él contra el colchón de la cama mientras le arrancaba la ropa para tenerle debajo de él. Desnudo y completamente a su merced.

En el ordenador que reposaba sobre el pequeño escritorio que había en el lugar volvía a sonar la canción guardada en el usb;

Somebody that I used to know... (escuchar mientras lo leeis; http://www.youtube.com/watch?v=8UVNT4wvIGY )

Su lengua recorría la piel enfebrecida de su amante. Le oía jadear y sentía como sus manos recorrían cada centímetro de su espalda, haciendo incursiones hacia ese trasero que siempre le volvió loco y, literalmente, le hacía perder los papeles.

Tumbado sobre la cama le miró a los ojos mientras empezaba a devorarle la boca de nuevo. Con ansias de volver a probar su sabor. Sus piernas atraparon su cintura y con un asentimiento de cabeza le hizo saber que estaba más que preparado. Ariel se mordió los labios cuando aquel pene que tanto hacia que no estaba en él volvía a adueñarse del que nunca dejó de ser su territorio conquistado. César lo hizo lentamente, consciente de que podía resultar doloroso. Era muy muy evidente que su chico no había tenido sexo durante mucho tiempo porque de nuevo la estrechez de aquel canal revelaba verdades gigantescas.

Verdades que hablaban de soledad.

Una vez dentro se detuvo para permitirle acostumbrarse a su tamaño. Los besos se volvía más exigentes, las manos no paraban quietas y, de repente, salió de él para volverse a adentrar con solo y enérgico movimiento. Ariel gimió ruidosamente. ¡Cuanto había echado de menos algo así!

Sus ojos no dejaban de buscarse y encontrarse. Quizá sorprendidos de hallarse de nuevo tras tantos meses de distancia. Pasión y amor era lo que cada uno podía leer en los del otro.

César había amado casi desde el primer momento que los vio aquellos orbes azules que tanto expresaban. Cuando le conoció era evidente que cargaba un dolor infinito que su amistad primero y luego su amor mitigaron pero nunca consiguieron hacer desaparecer. Pero eran felices juntos. Haciendo el amor, paseando, contándose sus quehaceres diarios. El tiempo transcurrió lento y dos años después de iniciar una relación no imaginaba vivir separado de él pero sucedió.

Ariel quiso arreglar asuntos dolorosos que le impedían darse por completo y eso implicaba alejarse de él y volver al país del que salió corriendo. Bien sabía César que aquello bien podía costarles demasiado porque como muy bien presupusieron ambos sería un periplo no de semanas sino de meses.

Los mails que su precioso novio le enviaba abriéndole el corazón ante el dolor que aquella familia que le había tocado en gracia le provocaban eran puñales clavándose en sus entrañas. César se había prometido cuidarlo y protegerlo. A miles de kilómetros de distancia no podía hacerlo y se regañaba así mismo por no haber insistido en acompañarlo. Ariel le dijo que eran cosas que tenía que arreglar solo, de alguna manera el madrileño sintió que le estaba excluyendo de una de las partes más importantes de la vida del otro. Y por mucho que le amase más de lo que él mismo fuera capaz de creer un resentimiento fue anidando en él.

César también había lidiado con muchos prejuicios pero logró aceptarse tal y como era. Odiaba sentir que la persona que más amaba le excluía porque no se sentía cómodo con él a su lado. Que no estaba preparado para enfrentarse al mundo y exclamar que él era su pareja. Más que eso.

Mucho tiempo después de que Ariel volviese a Chile, César seguía mirando el anillo que no se atrevió a darle la noche anterior a su marcha. ¿Habría cambiado algo si se lo hubiera pedido?

Ahora sintiéndole bajo él, notando como se estremecía. Probando su sabor. Apreciando cada centímetro de ese cuerpo que tanto ama y tanto ha extrañado sabe que queda mucho camino por recorrer. Pero va a luchar. Va a luchar por él. Porque se merecen no rendirse.

Le oye llamarle. Casi a gritos. Le agarra el pene y le masturba para que sienta el mismo placer que está sintiendo él. Apenas dos minutos después ve como frunce el ceño, jadea y explota entre sus dedos. En un gesto obsceno y caliente lleva esa mano a los labios de Ariel que se bebe su esencia con avidez para luego besarle y hacerle compartirla. Y en ese momento él también eyacula. Ariel vuelve a gemir escandalosamente. Él hace lo mismo.

Dejándose caer sobre su cuerpo, nota que sus brazos le estrechan con él. Y el susurro diciendo un te quiero que le hace sollozar.

Está agotado. Casi 28 horas de vuelo desde Barcelona a Santiago de Chile. Después el trayecto hasta Viña del Mar. Seguido del impetuoso polvo. Y Ariel abrazándole. No puede evitarlo. Se quedó profundamente dormido.

Cuando abrió los ojos al día siguiente fue debido al fragante olor del café y a que su estómago decidió que era hora de reclamar que se moría de hambre. Su amado rostro apareció ante él. ¿Sería aquel un sueño?

Y entonces le sonrió tendiéndole un trozo de bollo.

  • Buenos días...

Y supo que no lo era.