Merece la pena (I)

Una locura de mi mente. Por ahora sin sexo. Continuación de la telenovela chilena Machos (sin vergüenza alguna reconociendo que en su momento me enamoró). Temática gay aunque también hetero.

César San Roman llevaba meses sin poder dormir bien. Meses prácticamente en blanco. Lo había intentado. Había querido creer que se merecía algo más que un amor a distancia con el que solo se relacionaba por teléfono y vía mail. Intentó iniciar una nueva etapa, intento amar otra vez y, por mucho que puso todo su empeño acabó en el mismo punto en el que comenzó.

Vegetando en una cama vacía.

Ahora se arrepentía de aquel correo en el que le comunicó que todo acababa. Y la llamada diciéndole que había sacado sus cosas del apartamento para irse a vivir con otro remató al herido. Se resignaba a pensar que una vez cometido el error no tenía derecho a pensar que podría dar marcha atrás.

Y ahí estaba. Sin pegar ojo. Mirando fotos y escuchando canciones depresivas. Recordándolo en cada rincón de la casa, en cada acera de la ciudad. Y en cada lágrima vertida.

¿Cómo solucionar un error? Encarándolo, le dijo Jaume. Preséntate allí, arrodillate y suplica que te perdone. Y, al mismo tiempo, exígele que él haga lo mismo. Ni tu ni él habéis sido los más delicados a la hora de saber lidiar con la distancia y la soledad.

Se arrastraba, literalmente, por los pasillos de la facultad de medicina a la espera de poder acabar la jornada y refugiarse de nuevo bajo las sábanas aunque no fuera a encontrar el consuelo del sueño. Levantó los ojos del suelo ante el rumor de pasos que oyó acercarse y ese acento que le hizo temblar. No era su voz pero sin duda era chileno. Un colega le vio y se acercó a él acompañado de otro hombre.

  • ¡¡¡César, me alegra verte!!! Quiero presentarte a alguien... - los dos se detuvieron frente a él. - Este es el doctor Víctor Arrate, de Santiago de Chile ha venido a dar una conferencia sobre cine...
  • ¿A la facultad de medicina?
  • Ideas geniales de nuestro decano, ya le conoces. Un curso de verano acerca del enfoque que se hace en el séptimo arte sobre nuestra profesión y sobre nosotros. Viene de la facultad de cinematografía de Valparaíso. - la cara que debí poner solo sirvió para que me mirasen confundidos.- ¿Estás bien?
  • Doctor Arrate, ¿puedo preguntarle algo?
  • Claro...
  • ¿Conoce a Isabel Fuller?
  • Desde luego... una buena amiga y colega. Una mujer sensacional, ¿por? ¿La conoce usted?
  • Creo que tenemos un amigo común con el que hace tiempo que no consigo hablar. ¿Sería posible que me diese su teléfono o mail? Me gustaría ver si puede facilitarme algún contacto con este amigo que nos une para retomar nuestra relación. - el tipo sonrió. Sacó su i-phone y procedió a buscar en él.
  • ¿Tiene para apuntar o me da su móvil para que le mande el correo electrónico? - asentí y se lo facilité. Segundos después tragaba saliva nervioso. ¿Me estaría equivocando de nuevo? En eso pensaba cuando al anochecer me senté a escribir delante de la titilante pantalla de mi portatil.

Estimada doctora Isabel Fuller;

Ruego me disculpe el atrevimiento de dirigirme a usted sin tan siquiera habernos presentado y, por lo tanto, sin conocernos. Pero ante situaciones desesperadas, medidas desesperadas. Así que opto por dejar de lado toda mi habitual mesura para pedirle ayuda.

Usted y yo tenemos a alguien en común. Necesito que me ayude a llegar a él. Si consigo arreglar el destrozo y el dolor que provoqué lo mismo acabamos conociéndonos en persona.

Me presento. Mi nombre es César San Román, español nacido en Madrid y residente en Barcelona. Profesor de Neurocirujía en la Universidad Autónoma de Barcelona y, por tanto, neurocirujano. Compartí sala de urgencia del hospital Vall d'Hebron con la persona que tenemos en común. Allí nos conocimos y allí nos enamoramos.

A estas alturas quizá intuya de quién le estoy hablando.

Sé que no tendría derecho a entrometerme en su vida de nuevo. No después de haberle dejado tirado cuando más me necesitaba pero, quizá buscando excusas baratas, la soledad y la lejanía me estaban matando. Pensé que huir de ellas alejándome de él me ayudaría a volver a encontrarme. Ocurrió todo lo contrario. Me perdí más y aún ando buscándome.

Para encontrarme le necesito a él.

Y para quizá soñar con recuperarlo la necesito a usted.

No sé de qué manera podría echarme una mano. Ver si aún piensa en mi. Si me echa de menos tanto como yo le extraño. Lo cierto es que ahora sé que es tontería negarlo. Ariel es mi mundo, mi vida. Y no soy nada sin él.

Así que si, con todo el derecho del mundo, me diera la espalda. Mi vida seguiría adelante pero sin ningún sentido. Con el alma y el corazón rotos. Siendo yo el culpable de su destrucción.

La rubia mujer leía aquel mail sin poder dar crédito a lo que sus ojos contemplaban. ¿La ex pareja de su cuñado pidiéndole ayuda para intentar volver con él? Parpadeó sorprendida. Se llevó una mano a la cabeza pasándosela por el cabello incrédula. ¿Y, ahora, qué hacia? Frunció el ceño y miró hacia el ventanal que tenía enfrente. Jamás le había gustado entrometerse en relaciones ajenas pero aquellas letras exudaban desesperación, dolor y amor, mucho amor.

Y Ariel aún no había encontrado a alguien que ocupase su corazón. Amaro se lo hubiera dicho si hubiera sucedido. Ya le había dicho que su hermano seguía arrastrando una mirada triste y que los demás podían intuir a qué era debido. Por mucho que tratase de ocultarlo. Isabel sabía también que al jovencito que tenía por pareja le dolía que el otro hubiera perdido a quien había tildado como el más grande amor de su vida por una familia que tardó demasiado tiempo en aceptarlo como era. Y que en el proceso redujo a cenizas su corazón.

Aún así no estaba segura de que fuera idóneo hablar con Amaro. Apoyó la mano sobre la barbilla y siguió sumida en sus pensamientos hasta que poco después una sonrisilla afloró a sus labios. Buscó con la mirada su teléfono, lo cogió y marcó. Apenas un minuto después habló...

  • ¿Fernanda? Te necesito. A ti y al resto de las chicas.

Ahora eran cinco mujer más, a parte de ella quienes leían aquello sin parpadear.

  • Si sucediese... - murmuró la más joven, Madona. - … si sucediese... ¿sería algo así como nuestro cuñado? - las demás la miraron para acabar soltando una ligera risilla.
  • Mejor que nosotras no hay nadie que sepa de errores y de intentar enmendarlos pero no quiero inmiscuirme y que vuelvan a hacerle daño. Ariel no se merece sufrir otra vez. - intervino Sonia Trujilla, la mujer del hermano de más edad de los Mercader.
  • Podría funcionar... - esta vez fue Fernanda la que habló. - Yo misma le he visto quedarse mirando hacia ningún sitio como si echase de menos algo o a... alguien. Y todas sabemos que él... - señaló a la pantalla. - fue calificado por Ariel como su verdadero amor.
  • ¿Lo hacemos?
  • ¿Ayudarle? - Pilar Ponce frunció el ceño. Al igual que Isabel se sentía reacia a intervenir en relaciones ajenas. Sin embargo algo en su interior le decía que sí... que no se arrepentirían. También ella estaba cansada de ver a tan buen hombre solo.
  • ¿Cuál es el plan? - volvió a inquirir Sonia.
  • Hacerle hablar y saber si ese tal César tiene alguna posibilidad... - todas miraron a Soraya que se había mantenido en silencio y habló como si fuera a ser la cosa más sencilla del mundo. Hacer hablar a Ariel de su vida sentimental era casi tan imposible como descubrir el secreto de la vida eterna. Pero ella les sonreía. - Y Alicia nos ayudará.

La única hija de Ángel Mercader se había metido de nuevo en un lío del que no estaba muy segura de cómo salir. Ella le dijo hace tiempo a su hermano que no sabía lo que era el amor, luego vino el estúpido de su primo y cuando creyó que aquello era lo que siempre había estado esperando todo se fue al traste por los prejuicios de él. Sin embargo había probado lo que era sentir temblar el corazón, el cuerpo. Sonreír sin aparente motivo, notar las mariposas en el estómago y tener los ojos brillantes. Quería comprobar cuan hermosos se verían los ojos de Ariel si conseguían que volviese a suspirar de amor por ese idiota que no supo esperarle.

Cuando leyó el mail notó que el corazón se le aceleraba. Porque sí, el tal César debía ser un imbécil por haber intentado alejarse de Ariel. Él venía a decírselo así mismo. Aquello, incluso, lo convertía en un tipo con posibilidades de ser de verdad merecedor de su hermano.

Así que ahí estaba delante de él. Con un café por medio, en la sala de médicos y enfermeras viendo la televisión durante la dura jornada nocturna de urgencias. Un par de veces al mes les tocaba turno y, menos mal, lo compartían. Era más agradable pasar el “trance” en familia. A veces, incluso, se les unía Adán, en su guardia de obstetricia y ginecología. De hecho le estaban esperando.

No sabía cómo abordar el tema sin que Ariel se cerrara en banda como solía hacer afortunadamente la coartada llegó sola cuando el sonido de mensaje nuevo le llegó al celular. Una sonrisa afloró a su rostro cuando vio de quién procedía. Media vida después regresaba. Que alguien le explicara porqué se sentía tan inexplicablemente nerviosa ante aquella noticia. Juan volvía. Y aunque nunca habían pasado de ser más que amigos de internado aquel regreso solo podía vaticinar cosas buenas. Una antigua letra de canción surgió en su mente y por lo bajo empezó a tararearla sin casi percatarse de estar haciéndolo;

se van las últimas luces y acaba la función se van y tú estas ausente se van por siempre pero a pesar de todo sigo aquí siento que te extraño....

  • Ali, ¿y esa canción?
  • Debería sonarte... es de un grupo español.
  • Sí... - ahí estaba. Mencionar España y que se pusiese melancólico era todo uno.
  • Ariel, ¿puedo preguntarte algo? - él la miró. Quería a su hermanastra pero a veces la intuición de la joven le daba incluso miedo. Sin embargo asintió. - Si él te pidiera regresar... si te pidiese una segunda oportunidad. ¿Qué harías?
  • ¿Él?
  • No te hagas el cabrachico conmigo, hermanito. Puedes responder o no pero no te hagas el loco. ¿Volverías con él?
  • Vosotros estáis aquí... no me veo dejando Chile aunque bueno... es una pregunta un tanto absurda. Me dejó, punto... no quiere nada conmigo. - los dos guardaron silencio un momento.
  • ¿Cómo era? - Ariel parecía incómodo. - Físicamente, quiero decir. ¿Guapo, feo, alto, bajo, gordo, delgado? Esto comienza a parecerse a un anuncio de refresco. - ahí estaba... una sonrisa más relajada.
  • Era precioso... supongo que lo seguirá siendo. Moreno, unos ojos oscuros espectaculares. Una mente brillante. Maravilloso.
  • ¿Y se llamaba?
  • Se llamaba y se llama César. Y ha sido lo mejor que me ha pasado en la vida... - Adán llegó en ese momento y se sentó junto a ellos.
  • ¿De qué habláis?
  • De la vida sentimental de nuestro hermanito... - sonrío pícaramente Alicia. Adán la miró sorprendido.
  • Buen tema...
  • Traidor... - bromeó Ariel mirando a su hermano pequeño divertido.
  • Respóndeme, Ariel. Si el te pidiera una nueva oportunidad, ¿se la darías?
  • Esa pregunta no tiene mucho sentido, Ali. Está a un continente de distancia, con un océano por medio y me dejó... No pudo aguantar, se fue y ya está. ¿Porqué iba a querer que lo volviésemos a intentar si tiene una vida propia en Barcelona?
  • No sé... a veces las cosas no salen como queremos o esperamos. - la joven se encogió de hombros. En ese momento la puerta volvió a abrirse. Una de las compañeras de Alicia asomó la cabeza llamándola.
  • Ali, el doctor Mayó te busca. Y no está de buen humor.
  • Vaya novedad. Disculpadme, chicos. - ellos asintieron sonriendo. Hacía poco que la conocían pero la muchacha estaba consiguiendo ganarse en hueco en sus corazones con una rapidez inaudita. Buena persona, inteligente, divertida... y su hermana. Antes de salir la muchacha se dio la vuelta. - Pienso que nunca es demasiado tarde para luchar por aquello que es importante en nuestras vidas... e imagino que tu crees lo mismo. - Cerró la puerta tras ella. Ariel suspiró y se recostó en la silla en la que se encontraba. Adán le miró.
  • No has respondido a su pregunta...
  • ¿Tú también? - Adán se echó a reír y levantó las manos de manera defensiva.
  • ¿Volverías?
  • ¿Y dejar Chile? No lo creo... pero... sí, no te digo que no volviese a intentarlo. Rompió él, fue él quien dejó de quererme a mi... no yo. - Ariel guardó silencio un momento. - César es... alguien por el que volvería a intentarlo hasta el final de mis días. - su hermano pequeño le sonrió suavemente.

Vía libre. Adán asintió en dirección a Alicia cuando se cruzaron por el pasillo.

Cinco días después un avión despegaba de Barcelona camino de Chile.