Merche y sus guarradas con los pakistaníes

Nuestra rubia guarra sigue superando los límites de la lujuria y la asquerosidad más extrema. Según vuestros comentarios las aventuras extremas de Merche seguirán.

Ya sabemos de historias anteriores, que nuestra protagonista evitaba protagonizar sus guarradas con conocidos, para así llevar esa vida de cerda lujuriosa lo más apartada posible de su vida normal. Pero en esta ocasión no lo iba a poder evitar.

Ya dijimos que el portal de su vivienda estaba en una plaza rodeada de comercios. Entre ellos, un Kebab.  No solía Merche entrar mucho en este local. No era un tipo de comida que le gustara mucho, pero tenía un puto gordo pakistaní en la cocina que la ponía muy cachonda. En la barra siempre había un viejo que también tenía una pinta de guarro que le ponía el coño húmedo a la rubia. Completaba la terna de empleados un jovencito para atender las mesas de la terraza, que era el más visto por Merche y el que en más ocasiones había soltado alguna grosería al pasar la rubia.

Ya era noche cerrada cuando Merche se ponía una camiseta bastante larga para que tapara su tanga negro. La muy asquerosa iba a bajar en tanga a la calle y así lo disimulaba bien. Sin sujetador para que sus dos tetas se movieran libres y marcara sus pezones que ya asomaban porque estaba cachonda como una perra. Sus hermosos pies con sus uñas pintadas de rojo iban al descubierto en unas chanclas de playa.

La muy puerca llevaba toda la tarde planeando la follada que le iba a sacar a los pakis. Sabía que a la una de la madrugada echaban el cierre. Los fines de semana, estaba a tope a esa hora, pero un martes, día en que nos encontramos, sabía que estaban solos.

Cuando Merche hizo su aparición en el bar, las mesas exteriores ya estaban recogidas en el interior, y la baraja de cierre se encontraba bajada unos centímetros en señal de que se aproximaba el fin de la jornada.

-Hola guapos. ¿Me atendéis? Necesito meterme algo de carne en el cuerpo – dijo la rubia apoyando sus codos en la barra.

Una barra pringosa de no pasarle un paño de limpieza en muchos días. Exactamente igual que el suelo. Pringoso de no pasar una fregona en mucho tiempo. Se limitaban a barrer, pero nunca pasaban una fregona con agua y jabón. Merche se descalzó, y dejando sus chanclas a un lado, posó sus pies en aquel asqueroso suelo notando como se quedaban pegados.

El olor a fritanga, a meado procedente de unos servicios que llevaban días sin limpiar y el sudor de aquellos machos de tantas horas trabajando, empezaban a causar efecto en Merche que empezó a ponerse más cachonda de cuando entró en ese antro.

-Carne quieres tú, ¿no guapa? Y carne de que tipo - dijo el viejo de la barra tan cerca de la rubia que su boca desprendió un asqueroso aliento justo delante de la cara de Merche y ésta pudo observar bien de cerca la asquerosidad de boca que se iba a comer en unos momentos.

Una boca con un bigote poblado y mojado de las dos cervezas que ya llevaba bebidas, con unos pocos dientes amarillos y completaban semejante tipejo, una cabeza calva con apenas unos pelos a los laterales, pero muy pegados y pringosos. Todo el pelo que le faltaba en la cabeza parece que lo tenía en su pecho. En una camisa abierta totalmente, mostraba un pecho peludo con dos pezones rosados gordos asomando entre tanta pelambrera. La masa de pelos se perdía camino del vientre que estaba cubierto por un viejo pantalón pero que Merche pudo imaginar en su cachondez que esa cantidad de pelos cubriría la barriga, los huevos y las piernas de aquel viejo asqueroso.

El viejo acercó aún más su puerca boca y asomó su gorda lengua que babeaba sin control a la que Merche salió al encuentro con su fina lengua comenzando un intercambio de babas en el que ganaba claramente la rubia, recogiendo una cantidad inmensa de saliva espesa y maloliente.

El joven pakistaní viendo lo que se venía se apresuró en echar la baraja del local hasta abajo cerrando así el local y evitando interrupciones.

El viejo rodeó la barra para poder disfrutar mejor del cuerpo de la rubia. En cuanto estuvo delante de ella, sus bocas se volvieron a unir e una comida de boca salvaje. Mientras sus manos tiraban de la camiseta de Merche sacándola por su cabeza, ella le iba sobando su pecho peludo y haciendo que cayera dejando libre esos brazos gordos y esa horrenda barriga peluda. Y, sobre todo, dos sobacos peludos con un olor insoportable del que incluso podía ver gotas de sudor resbalando saliendo de esa mata de pelo canosa y bajando por los alrededores de la tetilla de aquel viejo asqueroso.

Merche no tardó un segundo en recoger con su lengua esas gotas de sudor y terminar con su lengua metida bajo ese sucio sobaco ayudando al viejo a levantar el brazo para facilitarle la labor. El recorrido de aquella preciosa lengua se decantó entre aquellos sobacos sudados, la boca apestosa y las gordas tetillas peludas del viejo.

Mientras, ninguna de las manos estaba quietas. Las de Merche pasaban de acariciar la asquerosa calva sudada del viejo a los botones del viejo vaquero con el deseo de que dejaran ya libre el paquete de aquel puto viejo.

Las manos de él, directamente pasaban de sobar apretando las nalgas de la rubia que se presentaban descubiertas con el tanga que llevaba, a sobar sus dos buenas tetas, apretándolas a gusto, retorciendo sus gordos pezones y escupiéndole babas sin parar.

Igualmente, las manos del joven pakistaní, ya habían bajado su sucio pantalón de chándal, dejando a la vista unos slips en los que se marcaba una buena polla que ya babeaba según se podía ver en la mancha brillante de su delantera. Se limitaba a mirar como su jefe se comía a aquella rubia mientras se sobaba su polla por encima del slip esperando expectante.

Aún con su tanga negro puesto, Merche se puso de rodillas ante el viejo paki. Notó la pringosidad del suelo en sus rodillas. El pantalón del viejo ya se encontraba en los tobillos por lo que la rubia pudo pasar su nariz por encima de un sucio slip que apretaba una polla que aparentaba ser corta pero gorda, según el grosor que estaba tomando. El olor a meado rancio era muy fuerte. Merche no pudo evitar pasar su cara a lo largo del paquete del viejo esnifando ese puerco olor y pasando su hermosa lengua para recoger todos los sabores posibles.

-Así puta así, huele a tu macho - le decía el viejo que notaba ya su nabo apretado en el interior del slip y con necesidad de sacarlo ya.

En ese momento aparece el gordo encargado de la cocina para preguntar que les preparaba de cena a los compañeros, cuando se encuentra con la cachonda escena.

-Hombre el puto gordo, ven aquí cabrón – le dice Merche haciendo con la mano el gesto de que se acercara.

Lo que se acercaba a Merche limpiando sus manos en un sucio delantal lleno de manchas, era el vivo ejemplo de lo que no debe ser un cocinero.

Un puto gordo con una camiseta de tirantes blanca llena de manchas de grasa y sudor. Unas bermudas caídas que se veían desbordadas por un barrigón peludo que tapaba un delantal asqueroso. No había más uniforme ya que sus pies iban en chanclas playeras mostrando unos dedos gordos de uñas largas y descuidadas. Por arriba no mejoraba mucho más la cosa. Un gran cabezón de pelo negro muy corto. Un pecho peludo igual que unos sobacos con pelos que asomaban en mechones. El gordo se puso junto al viejo.

-Mira lo que tenemos aquí – dijo el viejo al cocinero, cogiendo a Merche de su coleta rubia y tirando de ella levantándole la cabeza.

La rubia que con su mano izquierda sobaba por encima del slip la polla del viejo, llevó su mano libre a las bermudas del gordo. Metiendo su mano bajo el delantal, empezó la difícil maniobra de intentar soltar el botón de las bermudas con una sola mano. A la vez, mostraba su preciosa sonrisa y su linda cara con sus gafitas de pasta marrón, que le hicieron dudar al cocinero que aquel ángel fuera toda una puerca.

-Las guarras son mi especialidad, pero no le veo yo pinta de cerda a la pija esta – dijo el gordo.

Evidentemente, Merche se tomó esas palabras como un reto para demostrar su nivel de guarrería. Así que dejando por imposible el reto de soltar ese puto botón, llevó sus dos manos al paquete del viejo. Sin dejar de mirar a los ojos al gordo de forma retadora, bajó de golpe el slip del viejo, apareciendo un nabo gordo, con todo el capullo lleno de babas, que incluso al verse libre y quedar moviéndose libre en el aire, soltó un espeso goterón baboso que quedó colgando en el aire.

Merche con su dedito recogió toda la baba colgante. Con sus manos hizo que el viejo se diera la vuelta, apareciendo ante ella un culo delgado pero muy peludo. Un olor a sudor y mierda llegó a la nariz de la rubia elevando su cachondez.

-Ábretelo cabrón – dijo la rubia al viejo mientras le pegaba una palmada en una de sus delgadas nalgas.

A continuación, y mirando al gordo, soltó un escupitajo que de forma certera fue a caer sobre el orificio anal del viejo. Aunque tanto pelo y tanta mierda sin limpiar, impidieron que mojara ese sucio boquete. La rubia soltó otro igual, consiguiendo que ya se viera una buena cantidad de pelos llenos de saliva. Entonces, llevó su dedito que acumulaba las babas calientes al ojete del viejo. Lentamente, lo fue introduciendo. Muy lentamente, pero cada vez más profundo. No le costó mucho encontrar lo que buscaba. El viejo llevaba todo el día sin cagar y estaba lleno.

Merche apretó aún más su dedito para que sacara una buena cantidad de mierda.

-Aghhh puta, que gusto – dijo el viejo mientras el gordo cocinero se soltaba el mismo sus bermudas dejándolas caer y echándolas a un lado con su gordo pie, viendo que, efectivamente la rubia podía ser una buena guarra.

Igual de lento que le había introducido el dedo, lo fue sacando. El viejo gemía de gusto y el gordo ya se había desprendido también de un sucio slip, sobando una polla bajo el delantal que Merche no podía ver pero que intuía que era una señora polla. Cuando apareció el dedo, la uña no se podía ver de la cantidad de mierda que la cubría. Más de medio dedo apareció manchado, pero sobre su uña un buen pegote de mierda muy marrón se acumulaba desprendiendo un olor asqueroso. Merche miró sonriendo al cocinero mientras el vejo ya se giraba para no perderse la cochinada que iba a realizar la rubia.

-Ummmm que bueno está este postre. Pero primero quiero carne. Carne en barra de macho cerdo – dijo Merche mientras se chupaba el dedo sonriendo y tragaba la mierda enseñando su boca abierta para que los dos machos pudieran ver lo puerca que era.

A unos metros, el joven paki no pudo ver bien la asquerosa escena protagonizada por la rubia, pero sabía lo que había hecho. Así que ya se desprendió de su slip sudado y empezó a pajearse lentamente una larga polla. Delgada y muy oscura.

Por fin Merche pudo ver la polla del gordo cocinero que la ponía tan cerda. Y no se equivocaba cuando pensaba que tenía que ser un auténtico semental de los guarros. El gordo levantó el sucio delantal haciendo una especie de nudo a la altura del pecho. Así nuestra cerda protagonista pudo contemplar una enorme barriga que caía colgante. Toda llena de pelos pegados de sudor. Y debajo de la tremenda barriga un pedazo de polla totalmente empalmada. Gorda y llena de venas azules. Un gordo capullo amoratado brillaba cubierto de una capa babosa que desprendía un olor a meado tremendo. La polla estaba totalmente apuntando hacia arriba por lo que Merche pudo contemplar los dos hermosos cojones que tenía el cocinero. Colgantes, peludos y gordos. Llenos de pelos y apestando a sudor.

-Ufff que cachonda me pones cabrón. Date la vuelta que vea ese culazo – le dijo la rubia al gordo.

El éxtasis de la lujuria más guarra le hizo llevarse a Merche sus deditos al coño por dentro de su tanga al contemplar aquello. Un tremendo culo gordo y peludo. Unas nalgas gordas que no dejaban ver el ojete de lo gordas que eran y de la cantidad de pelos que tenían. La mayoría de los que rodeaban el agujero anal se encontraban pegados de mierda seca de no limpiarse bien, debido seguro a la dificultad por la gordura de semejante culo.

-Acerca la carita anda guarra que te voy a dar un regalito – dijo el gordo encorvando su espalda para sacar más su trasero.

-Abre el culo, puerca, abre rápido- gritó el gordo.

Merche abrió rápidamente las nalgas estirando hasta que vio aparecer el sucio agujero. Acercó rápidamente su carita para recibir de lleno un largo pedo sonoro y apestoso. Merche, al ver el regalo en qué consistía acercó rápidamente su cara para sonriendo de placer, meter de lleno su cara entre las nalgas y hacer que su nariz se apretara de lleno con el ojete. Un olor nauseabundo inundó el local. El joven paki ya no pudo resistir más y se incorporó al grupo sabiendo que sería el último en catar semejante hermosura ya que sus jefes tenían prioridad. Se limitó por detrás de Merche a llevar sus juveniles manos a los dos pedazos de tetas bamboleantes, agarrándolas por los pezones y pegando tirones que hicieron estremecerse a la puta rubia.

Entonces el gordo cocinero soltó otro pedo igual de sonoro y apestoso, pero en este caso dejó salir un poco de caldo marrón muy líquido que Merche se aligeró en recoger con su lengua.

-Ufff que bueno cabrón. Mierda líquida – dijo Merche entre lengüetazos al ojete.

Cuando terminó de recoger el sucio caldo, se separó del gordo culo. Con una mano se limpió la barbilla mojada y con la otra le pegó una nalgada al culo del cocinero.

-Venga cabrones. Quiero polla ya – les gritó.

Ahora Merche tenía tres pollas a su disposición. Delante el gordo nabo del viejo y la tremenda tranca del gordo. Y detrás suya golpeándole en la oreja, la juvenil, pero larga polla del camarero.

Sus manitas de guarra agarraron los dos pollones que tenía ante su cara, y pajeándolos despacio y sacando su lengua de forma lujuriosa, escupió un buen salivazo a cada nabo. De una tacada se metió media polla del cocinero abriendo al máximo su mandíbula. La sacó de su boca y guiñando al gordo se metió la del viejo entera de golpe. Hasta los mismos huevos. Con su nariz metida en la maraña de pelos del bajo vientre de aquel puto viejo. Aspirando el sudor rancio y la peste a orín.

Tras sacarla, un hilo de espesa baba unía el capullo con los labios de Merche. Cuando ya se dirigía de nuevo a la tranca del cocinero, este le agarró la cabeza echándola hacia atrás.

-Abre la boca, puta – dijo el gordo. Y carraspeando su garganta, le soltó un lapo espeso dentro de la boca que la rubia mantenía abierta de forma ansiosa. Merche lo degustó antes de tragarlo y de soltar un eructo.

-Echa otro aquí cabrón, en la polla – dijo Merche levantando la gorda polla venosa por la base.

De nuevo el gordo asqueroso carraspeó y dejó caer lentamente, para no fallar el tiro, un gordo salivazo espeso, verde de mocos, justo encima de su capullo amoratado. Merche sonreía como una perra salida y lo dejó resbalar lentamente mientras lo miraba con ojos de enferma de lujuria. Su mano por dentro del tanga introducía ya tres dedos dentro de su coño.

La rubia empezó a acelerar las mamadas. Cada vez más profundas, hasta notar los huevos olorosos pegados a su barbilla. Cada vez más babas resbalaban de la comisura de sus labios resbalando sobre sus tetas. Incluso de vez en cuando, giraba su cabeza y le metía un lengüetazo en el capullo al jovencito para que se mantuviera cachondo.

-Aghhh que bueno cabrones. Seguid y sacarme la merienda a pollazos – gritaba Merche ya de forma descontrolada.

No hizo falta decir mucho más para que los pakis se ensañaran en la follada de boca de la rubia. Le agarraban la cabeza y le follaban la boca a fondo. Ella se limitaba a poner sus manitas en el culo del macho que en ese momento le estuviera llenando la boca de polla para ayudarle en la salvaje penetración bucal. No tardaron en llegar las arcadas al estómago de Merche, así como llegaba una calentura a su coño que la iba a llevar a su primera corrida de la noche. La vomitona no se hizo esperar. Le tocó al viejo recibirla ya que era la polla que en ese momento tocaba la campanilla de la garganta de nuestra rubia cerda.

La tarta de manzana junto al batido de fresa que tomó Merche para merendar, formaron una extraña mezcla. Todo el bajo vientre del viejo, sus gordos cojones y su polla, quedaron cubiertos de esa mezcla de líquido rosa con grumos de una masa de color blanquecina. El olor a vómito llenó la sala ante la risa de todos menos del gordo cocinero.

-Guarra hija de la gran puta eso lo vas a recoger con tu lengua – le gritó a Merche.

Esto no preocupó a la rubia ya que aparte de ser algo que haría encantada, en ese momento estaba concentrada en correrse entre temblores de placer y soltar los últimos restos de la merienda.

-Vamos a darle polla a esta perra ya que lo está deseando – dijo el viejo.

Merche se incorporó y buscó la mesa más cercana. Mientras ella se tumbaba de espaldas, los machos retiraron las sillas que rodeaban la mesa para poder manejar a la rubia a su gusto. La rubia notaba su espalda pegada a la mesa de la mierda que tenía la superficie, de restos de comida, bebidas y quién sabe qué más.

Mientras decidían cuál de los dos machos se la metía primero, ella se entretenía en sobarse las tetas con los restos del vómito que resbaló por su cuello hacía unos instantes. El joven paki se limitaba a seguir pajeándose despacio ya que sabía que aún no era su turno de catar a la rubia.

-Fóllatela tú que yo voy a cagar – le dijo el cocinero al viejo.

Pero antes de dirigirse hacia aquel asqueroso cuarto de baño, aprovechando que Merche se encontraba apoyada sobre los codos en aquella sucia mesa, le acercó la gorda polla quedando a la altura de su cara. La rubia sonrió al ver que iba a catar una caliente meada en segundos.

Mientras el viejo guarro iba llenándose la polla de restos de vómitos para que sirviera a modo de lubricante, el gordo apuntó su amoratado capullo a la boca de Merche. Unas primeras gotas de un pis amarillo oscuro cayeron en el suelo para, inmediatamente coger fuerza y convertirse en un caño de meado ardiente y oloroso que iba directo al interior de aquella linda boca.

Merche tragaba quemándose la garganta con aquel líquido dorado, mientras que otra gran cantidad le resbalaba por el cuello limpiando de restos de vómitos el pecho y las tetas de la rubia. Apenas la meada caliente terminaba el viejo de un empujón metió la polla entera rellenando por completo el coño de Merche.  La cara de gusto de la rubia sirvió para comprobar que para nada le había molestado la brusquedad del viejo.

-Uffff dame caña cabrón de mierda – le dijo al viejo mientras aprovechaba lo que quedaba de meada en su pecho para apretarse las tetorras y chuparse los gordos pezones.

-Yo me voy a cagar al baño guarra. Ahora vengo a darte tu carne de polla por el culo- le dijo el cocinero.

Merche ya estaba disfrutando de la profunda follada del viejo. Con uno de sus pies le apretaba el culo al viejo paki en señal de que le metiera más polla si era posible. El otro pie ya estaba en la boca del viejo que sin ningún asco le chupaba los dedos pese a que por la planta una capa de mierda pringosa los cubría. Pese al gusto que estaba sintiendo, a la rubia no se le pasó avisar al gordo cocinero:

-No vayas a tirar de la cadena ehhh gordo. Déjame la cena que después la recojo.

Dijo esto girando su cabeza en dirección a la puerta del baño y de la que ya no apartó su mirada. Pudo ver como se quitaba por fin, el sucio delantal dejando su asqueroso cuerpo desnudo totalmente. El guarro dejó la puerta abierta para que la rubia pudiera disfrutar. Desde el exterior su podía ver la taza del váter. Por ello que disfrutó de como ese gordo sentaba aquel tremendo culo en aquella tapa sucia. Pudo oír una pequeña meada caer, y a continuación varios pedos asquerosos a la vez que eructaba golpeándose en el pecho. No tardo en oírse caer dos buenos mojones que provocaron un sonido de chapoteo de aquella agua estancada. Todo esto entre los gemidos de gusto del gordo por vaciar su vientre.

Cuando Merche vio que la cagada había terminado volvió a centrarse en la follada que estaba recibiendo por parte del viejo. Notando la corrida cercana, sacó su pie de la boca del viejo para apretarlo con sus dos piernas todo lo posible. Con sus sucios talones golpeaba las nalgas del viejo marcando un ritmo feroz de penetración.

-Así cabrón así. Dame caña fuerte. Mete rabo hasta partirme el coño – gritaba descontrolada.

Sus manos sobaban el peludo pecho del viejo apretándole las tetillas y recogiendo todo el sudor posible para llevarlo a su boca de cerda calenturienta. Incluso esperaba a ver adonde caían las gotas de sudor de la frente de aquel viejo pakistaní para recogerlas con sus dedos y chuparlas. Este aceleraba la follada haciendo salpicar los restos del vómito que quedaban alrededor del coño de la rubia.

-No te vayas a correr que la leche la quiero de postre – le avisó Merche al viejo.

-Tranquila puta. Tengo mucho aguante. Córrete tu como la perra que eres – le contestó.

Y diciendo esto, empezó una brutal follada en la que sacaba la polla en su totalidad para ensartarla de nuevo hasta los cojones. El cuerpo de Merche se tensó, levantando su cabeza todo lo posible para ver el mete saca del viejo.

-Dale que me corro, que me corro cabrón. No pares cabrón -  gritaba Merche empezando a convulsionar.

-ahhhhh que me corroooooooo ahhh me corro hijo de puta – seguía gritando mientras su cuerpo temblaba y soltaba chorros de un caldo caliente que le puso los huevos chorreando al viejo.

Merche dejó caer la cabeza sobre la mesa llenando su pelo rubio de nuevo de esa materia pringosa que cubría aquella superficie. Sus piernas se relajaron cayendo desmadejadas colgando de la mesa. Tras recuperarse, se reincorporó acomodándose en sus codos, y abriendo las piernas se llevó los dedos a su coño para comprobar lo abierto que se lo había dejado aquel puto viejo pakistaní, y recogió con sus dedos parte de los jugos de su interior para llevárselos a la boca.

-Venga gordo te toca. Párteme el culo. Y tu vete a cagar anda – dijo Merche con una dulce sonrisa en la boca.

La peste que llegaba del baño era asquerosa. Y se intuía que iba a aumentar ya que el viejo estaba en ese momento sentándose en aquella sucia taza.

-Aquí a cuatro patas, cerda. Levanta el culo que te voy a dar polla a base de bien – le dijo el gordo a Merche indicando donde tenía que ponerse de modo que su cara quedara sobre los restos de la vomitona. La rubia plantó sus codos en el asqueroso suelo al igual que sus rodillas. Así facilitaría al asqueroso gordo la penetración anal. Mientras esperaba, con sus manitas iba recogiendo dentro del vómito aún caliente, los trozos de tarta que flotaban en ese sucio caldo. Del baño llegaba los sonidos del viejo haciendo esfuerzos para dejar su vientre vacío.

El gordo se situó de pie tras el cuerpo de Merche pajeándose despacio la gorda tranca. Con gran puntería, soltó un salivajo espeso que fue a caer en el inicio de la raja del culo de Merche. Lentamente, empezó a resbalar buscando el agujero anal de la rubia. Dobló sus rodillas hasta que aquel tremendo nabo quedara a la altura del ojete de Merche. Con su gordo capullo recogió la saliva que aún resbalaba para llevarla al agujero oscuro.

-Hoy no he cagado. Tienes lubricación de sobra – dijo riendo Merche.

El joven se sentó a observar la penetración anal sabiendo que ya quedaba poco para que llegara su turno. El asqueroso gordo metió lentamente su capullo pringoso en el ojete. Merche paró un momento de jugar con su vómito y cerrando los ojos, levantó la cabeza concentrando sus sentidos en el placer que empezaba a recibir en su ano. El gordo una vez introducido el capullo, paró un segundo. Entonces lentamente, pero sin parar, fue metiendo su gorda polla hasta que sus huevos hicieron tope en el coño de la rubia. Igual de lento que la introdujo, la fue sacando, para comprobar que la rubia no mentía en lo de estar llena de mierda. La polla salió completamente marrón con un buen pegote en la raja del capullo pegado. Con sus gordos dedos lo llevó a su boca, lo saboreó y sonriendo volvió a meter la polla, pero esta vez sin tanta delicadeza. Fue todo un pollazo bien metido. De golpe. Hasta el fondo.

El viejo llegó del baño en ese momento, y llevándose un dedo a su culo se lo llevó a continuación a la boca de la rubia para que degustara su mierda.

-Umm que rica – dijo Merche sujetando el dedo del viejo para que no lo retirara y poder chuparlo a fondo. Cuando el viejo vio su dedo limpio, acercó una silla. Se sentó metiendo sus sucios pies en el vómito que quedaba en el suelo y se los puso a la rubia delante de su cara.

Merche, que se encontraba concentrada disfrutando de la follada de su culo, abrió los ojos al oír el sonido de la silla y se encontró con la asquerosa sorpresa que le daba el viejo.

-Ufff que bueno – y agarrando los pies del viejo, le dejaba caer por encima de los asquerosos dedos, vómito para a continuación, llevarse rápidamente los dedos a su boca para comenzar su sucia labor de limpieza. Una peste a sudor y queso rancio se desprendía de tan asquerosos pies.

El gordo aceleraba su follada en el culo de Merche. Los golpes que daba con su culo movían el cuerpo de Merche hacia adelante. Sus manos se apoyaban en la espalda de la rubia apretándola contra el suelo. Grandes gotas de sudor caían sobre la espalda de ella, y la gorda barriga sudorosa y peluda se apoyaba sobre el hermoso culo de la puta rubia.

-Así así cabrón. Sigue. Dame caña. Párteme el ojete – gritaba Merche cada vez más descontrolada. Su descontrol la llevaba a chupar con más avidez los negros pies de aquel viejo, que no dejaba de sobarse la polla y que se incorporaba de vez en cuando para soltarle unos buenos escupitajos verdes y espesos a sus pies, para aumentar el menú de la asquerosa rubia.

Merche se corría nuevamente entre espasmos. Su coño le chorreaba caldo por sus muslos bajando hasta el suelo. El gordo cocinero sacó lentamente su gorda polla, que apareció cubierta de mierda. Meneándola consiguió quitarse la que se concentraba en su capullo, convirtiendo la espalda de la rubia en un mar de gotas marrones, algunas líquidas, pero otras, verdaderos pegotones de caca. Merche ya más relajada de su corrida, pero aún sin satisfacer totalmente su lujuria de guarradas, se dio la vuelta y no tardó un segundo en llevarse aquella tranca marrón a su boca para degustar su propia mierda.

-Voy a prepararte el kebab, guarra. Deja que te folle Saib – dijo el gordo señalando al joven camarero.

Merche se tumbó en el asqueroso suelo, pegando su espalda literalmente con aquella pringosidad acumulada. El jovencito pakistaní que estaba a punto de reventar, se tumbó sobre ella. Su delgada pero larga polla, quedó enfrentada al jugoso y abierto coño de Merche. De un golpe de cadera se la metió hasta los huevos. Empezó una rápida follada que hacía presagiar que la corrida sería inminente. La rubia prefería una buena corrida en su boca, pero dejó disfrutar al jovencito viendo que la lechada estaba al salir.

Sacó su lengua buscando la boca del joven. Sus manos agarraron el delgado culo moreno del chaval ayudando en la penetración. Cuando sus lenguas no estaban atadas mezclando sus salivas, ella aprovechaba para ponerlo más cachondo con su sucio vocabulario.

-Así cariño, así. Fóllate a tu puta. Lléname el coño de lefa calentita. Vacía tus huevos en el fondo de mi puto coño cabrón –  decía a gritos, mientras de la cocina llegaba sonidos de preparar alguna comida. Los golpes de cadera eran cada vez más rápidos. La asquerosa rubia, viendo que el paki ya se iba a correr, y que su límite du guarradas no estaba cubierto, cambio su lengua en la boca del joven por sus dedos. Los metía intentando provocar arcadas al joven y que le regalara su vómito.

-Me corro puta que me corro aghhhhhhh tomaaaaaaaaa toma leche – gritaba el niñato. Pero sus gritos pararon al venirle el vómito que fue a parar sobre la cara de la rubia de lleno. Merche abrió la boca a lo justo para recibir una pasta mezcla de trozos de pan, tomate, lechuga y pollo. Lo que una hora antes había sido un sándwich de pollo.

-Qué bueno cabrón. Que calentito – decía Merche sin dejar claro si se refería a la leche que le inundaba el coño o a la vomitona que llenaba su boca y resbalaba por sus tetas. El joven se levantó con la polla medio tiesa y goteando esperma sobre la barriga de Merche. Ella se incorporó haciendo que todo su cuerpo quedara cubierto de aquel vómito espeso al resbalar por sus tetas y vientre hasta pararse en los pelos de su coño. Con sus dedos, recogió el trozo de pollo más grande que encontró sobre su cuerpo y lo llevó hasta el fondo de su coño, para que se mezclara con la lefa recién recibida.

Así se encontraba batiendo la mezcla con sus dedos cuando entraron sus machos de esa noche procedentes de la cocina. Sus dos pollas tiesas y babeantes indicaban que no habían dejado de pajearse.

-Al baño guarra. Te vas a terminar de preparar la cena tu misma – dijo el cocinero.

En su mano, un pan de pita con lechuga, cebolla y zanahoria. Merche se sentó en aquella taza de váter asquerosa no sin antes admirar su contenido.

Dos hermosas cagadas de macho. Abajo, la del gordo. Se veía dos hermosos y largos mojones como pollas. De un tono marrón oscuro y dura como una piedra. Encima, la mierda del viejo. De un marrón claro y pastosa, aunque con trozos suficientemente duros. El gordo le dio el pan abierto a la rubia. Y sin necesidad de decirle nada, el viejo se situó a un lado de Merche. El gordo al otro. Y ambos comenzaron una paja tremenda.

La rubia, que no se quería perder un detalle de las pajas que se hacía en ese momento delante de su cara, metió la mano en la sucia taza. Eligió un buen trozo de mierda blanda del viejo y la colocó en el interior del pan. Se chupó los dedos y repitió la operación con la del gordo. Todo listo a falta de la salsa.

Mientras con una mano sostenía su futura cena, con la otra se frotaba el coño. Se metió los dedos y sacó el trozo de pollo pringoso de lefa caliente y se lo comió. Se deleitaba saboreándolo mientras las pajas llegaban a su final.

Los machos aceleraban sus manos de tal forma que gotas de baba salpicaban la carita de Merche. Ambos con los ojos cerrados disfrutaban el momento. La rubia con su mano libre, iba alternando masajearle los huevos para aumentar su placer.

Cuando ella vio que las pollas se hinchaban y se aproximaba las corridas, dejó salir toda su lujuria por su boca para ayudar a aquellos machos a explotar de placer. Comenzó a cagarse por su ojete súper abierto. Primero una mierda líquida, pero cuando notó que le venía algo sólido, preparó su mano como si fuera un cucharón y lo recogido fue a parar al pan de pita. El kebab estaba bien cargado. Faltaba la salsa.

-Venga cabrones. Correrse de gusto ya. Quiero salsa de polla de pakistaní. Leche para mi puta boca ya – gritaba la rubia.

El viejo empezó a babear. Parecía que le iba a dar un infarto. Sin parar de pajearse, incluso acelerando todavía más, se le pusieron los ojos en blanco y comenzó a correrse. Ni siquiera apuntó donde iba parar su corrida. Si Merche no llega a poner el pan abierto bajo la polla se hubiera perdido aquella lefada caliente.

-Ahhh que me corro puta tomaaa ahhhhhh toma lecheeee guarra – gritaba sin parar su paja.

Una leche muy blanca, de espesos goterones, fue a caer sobre la mierda que rellenaba aquel asqueroso kebab. Después de soltar varios chorros, el viejo abriendo los ojos y ya más relajado, se apretó el capullo para escurrir bien la lefa sobre el pan.

Merche, que observó toda la corrida del viejo con una sonrisa y su cara más lujuriosa, giró ahora su cabeza hacia la tranca del cocinero. La gorda polla parecía que iba a reventar. Las venas azules sobresalían de una forma exagerada. El capullo amoratado y gordo. Restos de mierda del interior de Merche aún se podían ver entre los pliegues del pellejo y en forma de manchas por diversas partes del tronco. Esto hacía que la polla desprendiese, además de un fuerte olor a macho cerdo, un olor a mierda reciente. Esto le hacía la boca agua a nuestra rubia guarra que le soltaba salivazos a lo largo de la tranca para que el gordo se pajease a gusto. El gordo con una sucia sonrisa no apartaba su mirada de la rubia.

-Trae el pan, zorra, te va hartar de leche de macho pakistaní. Vas ver una buena lefada – le dijo el gordo agarrando la muñeca de Merche para acercarla. Al contrario del viejo, el cocinero tenía controlada totalmente su corrida. Ni siquiera gritó ni avisó de ninguna forma. Simplemente sonrió, y parando la paja acercó el capullo al pan de pita.

Una verdadera fuente de lefa comenzó a brotar por la raja del capullo. Eran unos chorros cortos, pero muy seguidos. Apenas salía uno y colgaba a punto de caer, cuando otro chorro asomaba empujando al anterior. Extremadamente grumosa y muy amarilla. Merche abría los ojos sorprendida y gozando como una perra.

-Ostia cabrón que lefada más asquerosa – decía riendo, pero loca por probarla.

Después de doce chorros todavía el asqueroso gordo se apretaba el capullo para que saliera más goterones igual de espesos y de amarillentos.

-Anda pruébala que estás deseando zorra – dijo el gordo.

Aquella corrida tan abundante había cubierto el enorme trozo de mierda que había cagado el gordo. Merche al comprobar lo espesa que era aquella leche, pudo agarrar un grumo espeso con dos dedos y llevarlo ante sus ojos y sonriendo lujuriosamente, lo introdujo lentamente en su boca. Lo saboreó, se lo pasó por todo su interior y enseñó la lengua con el goterón pegado. A continuación, tragó, volvió a enseñar la lengua en esta ocasión vacía, y cerró el pan de pita.

Eran las tres de la mañana cuando Merche subía en el ascensor de su casa. Sin bragas, su coño goteaba leche de macho y su ojete abierto soltaba pedos inundando el ascensor de peste. Una camiseta de propaganda del Kebab cubría su cuerpo. Las plantas de sus pies se pegaban a las chanclas. No podía esperar a llegar a su casa ya que quería aprovechar que aún estaban calientes tanto la mierda como la lefa. Un gran bocado inauguró la cata de tan asquerosa cena. Al girarse dentro del ascensor hacia el espejo no pudo dejar de sonreír al ver su estado.

Sus pelos pegados con restos de vómitos. En su boca, los dientes marrones de mierda y un goterón espeso de semen en la comisura de sus labios. Y lo que más gracia le hizo, un trozo de lechuga de la vomitona del joven pakistaní, se encontraba pegado en su nariz. Parecía una linda mariposa verde.