Merche 02 ¿Harás eso por mí?
Merhe somete a Pablo a una dura prueba. ADVERTENCIA: contiene escenas de sexo homosexual
- Es que quiero que la próxima vez estés muy caliente ¿Harás eso por mi?
Me lo había pedido un mes atrás, dos días después de aquella primera locura con Marco y Max, mientras me enseñaba el cajón donde había colocado las braguitas suyas que había seleccionado para mí. Poco después, me había depilado a la cera. Aunque nunca fui muy velludo, fue un martirio que soporté estoicamente, sin gritar, aunque no pude evitar que se me saltaran las lágrimas. Mientras me quemaba desnudo en el baño, y me arrancaba los cuatro pelos que tenía por el cuerpo, me hablaba de lo bien que se lo había pasado, de las ganas que tenía de seguir experimentando. Al terminar, soltó la bomba al mismo tiempo que me untaba de crema todo el cuerpo logrando que mi polla se endureciera y goteara como una fuente.
Además… además quiero que no te corras hasta que volvamos a hacerlo.
Pero… ¿Cuando?
No sé. Cuando vea… ¿Harás eso por mi?
Claro… claro…
Pasó más de un mes, que se convirtió en un suplicio. Merche, aunque dormía a mi lado, no me dejaba acercarme a ella. Algunas tardes, cuando llegaba a casa y no estaba, y tardaba horas en venir, y se acostaba a mi lado sin ducharse, oliendo a colonia de hombre, tenía que clavarme las uñas en el brazo para contener el deseo de agarrármela. Aquellas noches… Bueno, casi todas las noches, fantaseaba con la idea de otros hombres follándola. Me costaba conciliar el sueño. Una vez, incluso llegué a correrme en sueños. Merche se despertó, supongo que a causa de mis gemidos. Encendió la luz despertándome. Mi polla palpitaba sola y seguía escupiendo leche de una manera innatural. Me miró con cara de reproche y, en silencio, apagó la luz de la mesilla, se dio la vuelta, y volvió a dormirse. Me sentí avergonzado, como si fuera culpable de haberla defraudado, en lugar de víctima de aquel martirio a que me sometía.
Por fin un viernes (sé que era viernes por que no trabajo por la tarde), al llegar, saludé desde la entrada. Merche me contestó desde la sala. Al abrir la puerta, Carlos estaba sentado en el sofá, en mi sitio. Mi mujer, a cuatro patas, entre sus piernas, le comía la polla con una entrega deliciosa. Creía que me corría solo de verla. Por entonces, vivía en un estado de semierección permanente, que se transformaba en rigidez pétrea ante cualquier mínimo estímulo. Y aquello era, evidentemente, mucho más que un “mínimo estímulo”, así que experimenté una reacción fisiológica casi enfermiza.
¡Hombre, Pablo! ¿Qué tal?
Bien… bien… ¿Y tú?
Me sentí idiota al pronunciar aquella respuesta automática. Resultaba evidente que estaba estupendamente. Merche, entregada, desnuda, se la comía a él vestido, en una actitud que podía interpretarse sin dificultad como un acto de sumisión que nunca había practicado conmigo.
Pues muy bien, claro… Ya lo ves…
Ya…
Pero pasa, hombre, pasa, que estás en tu casa. ¿Por qué no traes unas cervecitas, te desnudas y te sientas aquí, con nosotros?
Fui a la cocina a buscarlas a toda velocidad. Ni siquiera me planteé si debía obedecerle. Al fin y al cabo, aquel cabrón había traicionado mi confianza. Había pasado toda la vida pensando que era mi mejor amigo, y, mientras tanto, él había terminado por tirarse a mi mujer.
Jajajajajajajajaja… ¡Así que era verdad?
¿Qué?
Lo de las bragas… Jajajajajajaja… Te tiene hecho una maricona, tío ¿Cómo se lo consientes?
Es… es un juego -protesté sin convicción-.
Ya ya… No, hombre, no te las quites. Anda, siéntate aquí.
Me ruboricé hasta los tuétanos. No podía pensar. Solo sentir aquella vergüenza, aquella humillación que, sin embargo, no me impelía a rebelarme. Me senté a su lado, con la polla como una piedra, a centímetros de la boca de mi mujer, que seguía chupándosela sin hacer ni amago de atenderme.
Es una zorra. La verdad es que me vuelve loco.
Ya…
Desde la primera vez que me la comió me muero por su boca. Es una locura lo que hace con la lengua.
Sí… claro…
Todavía me acuerdo… El día que os casasteis ¿Te acuerdas tú? ¡Qué borracha estaba!
¿En mi boda?
Merche le quitó los pantalones y desabrochó su camisa. Mientras lo hacía, buscaba hacerla resbalar sobre su vientre. Se contoneaba. Traté de visualizar aquella noche. Mis bragas estaban mojadas y la polla me dolía.
Sí, en el hotel. La acompañé a la habitación para que se cambiara, por que decía que le hacían daño los zapatos y me pareció que si iba sola no iba a llegar. Fue la ostia. Según cerramos la puerta, se me abalanzó encima. Me comía entero, la muy zorra -¿Te acuerdas, Merche?- Se dio la vuelta, se subió la falda, y me la follé allí mismo, apoyada en la pared, sin quitarle ni las bragas. ¿No notaste que las llevaba llenas de leche?
No… Yo… Aquella noche bebimos tanto…
Así que no… Ahhhh….
Merche le comía las pelotas y su polla, mayor que la mía también, cabeceaba en el aire. Me indicó con la mirada y la agarré. Comencé a pelársela despacio. Mi mano resbalaba en la saliva de mi mujer. Tenía el capullo oscuro, casi morado, descubierto y brillante. Enseguida empezó a correrse. Su esperma me salpicaba, resbalaba sobre mi mano, me salpicaba la cara.
- Así… así… asíiiiii… Muy… bien… mariconcita…
Merche, pese a ello, seguía incansablemente empeñada en mantener su erección. Mirándome a los ojos, lamía cada gota de esperma de su cuerpo. Parecía recrearse en ello. La polla me dolía. La sentía rígida, entumecida. Traté de agarrármela.
- No, mi amor… No lo hagas… ¿Harás eso por mi?
Me contuve a duras penas. Me quedé quieto, con el corazón latiendo agitadamente y sintiendo el latido de la sangre en las sienes, hipnotizado mirándola, viendo su lengua deslizarse sobre la piel de Carlos buscando cada gota, bebiéndolas, acariciándose y gimiendo mientras lo hacía, allí, junto a mi, a cuatro patas. Sus pezones parecían piedrecitas de color café. Seguía acariciando su polla, que permanecía erecta, casi tanto como en el momento anterior. La tomó en sus labios y volvió a mamarla despacio, succionándola. Consiguió que aquellas venas azuladas volvieran a modelarse sobre su superficie.
- Ahora me toca a mi ¿No?
Carlos sonreía. Merche subió al sofá y se sentó a horcajadas sobre él. Frotaba contra su polla el coño empapado y gimoteaba mientras le besaba la boca. A veces, me miraba a los ojos, y podía percibir en ellos un brillo febril. Se contoneaba sobre mi amigo.
- Vamos… Mi amor… fóllame… Quiero tu polla… Ahora… Fóllame… Por… favor…
Me volvía loco escucharla. Su voz era un susurro, un jadeo. Le suplicaba ante mis ojos mientras se frotaba en él. Carlos magreaba sus tetas, su culo, y ella temblaba de deseo. Trataba de metérsela, pero él se lo impedía moviendo sus caderas atrás cuando estaba a punto de lograrlo.
Mete.. me... láaaaa… La quiero… Quiero tu polla… Folla… mé… Por favor…
¿Has visto, Pablo? Me pone a cien que sea tan puta…
Sí…
Ya, ya veo que a ti también… Jajajajajaja…
Empujó apenas un poco y Merche dio un gritito al sentirla. Comenzó un movimiento cadencioso sin dejar de morderle los labios, de meterle la lengua en la boca. Gemía y le susurraba palabras dulces, de amor, que me causaban un tormento insufrible, pero en absoluto reducían la locura de deseo a que me había conducido aquel mes (treinta y dos días) de abstinencia.
- Así… Así… mi amor… ¡Cómo… la… siento…! Muévela… Así… Asíiiiiiiiii…
Su ritmo se aceleraba más y más. Cabalgaba sobre él abrazándose a su cuello. Le follaba como una perra. Su rostro expresaba un placer, un ansia que me torturaban. Le follaba, le besaba, susurraba a su oído que le quería, y me miraba a los ojos. Oía su polla chapoteando en ella, ventoseando en su coño empapado. Me dolía. Me dolía mucho. Quería correrme. Quería matarles.
- ¡Para, para, zorra! ¡Para! Siéntate aquí…
La hizo sentarse a mi lado. El contacto con su piel húmeda de sudor me volvía loco. La hizo sentarse en el sofá y separar mucho las piernas. Los labios de su coño se veían inflamados. Se abrían brillantes, como buscándole. Le suplicaba que siguiera, que la follara, y él la acariciaba con fuerza apoyando la mano entera sobre su coño y apretándolo, haciendo que su voz se quebrara.
- Por… favor… Méteme… la… Fó… lla… me… ¡¡¡Ahhhhhhhh!!!
Separó la mano y descargo un palmetazo fuerte y sonoro sobre él haciéndola chillar. La obligó a volver a separar las piernas, a apartar las manos con que se protegía, y lo golpeó de nuevo antes de continuar con sus caricias. Merche gemía con los ojos lacrimosos. Se retorcía. A veces hipaba. Mi polla trempaba escandalosamente mirándola. Su pubis afeitado mostraba las huellas rojas de sus dedos.
- Esto es lo que te falla, Pablo. A las zorras como Merche les gusta que las traten con rigor. No tienen bastante con maricones como tú. Por eso te los pone ¿Sabes? Por que yo le doy lo que quiere.
Continuó alternando la caricia con aquellos azotes cada vez más severos. Mi mujer lloriqueaba. A veces, le pedía que parase, pero seguía moviendo el culo, jadeando. En ocasiones, cuando separaba la mano, y ella contenía la respiración esperando un nuevo cachete, se la estampaba en las tetas blancas, que enrojecían progresivamente. Entonces se balanceaban con violencia.
A ella no le basta con un cornudo que se conforma con cualquier cosa y obedece. Ella quiere un macho ¿No lo ves? ¿Qué es lo que quieres, puta?
A tí… A tíiii… Te quiero a tiiiiiii!!!
Se incorporó un poco arrodillándose ante ella. Con las manos, separó sus nalgas grandes, pálidas y mullidas. Merche lloriqueaba.
- Por favor… Por ahí no… Por favor… ¡¡¡Nooooooooo!!!
Gritó cuando le clavó la polla en el culo de un golpe. Lloraba. Su cuerpo entero se convulsionaba con el traqueteo infernal a que la sometía. Sus nalgas dibujaban ondas, como flanes, y sus tetas se balanceaban frenéticamente. Carlos las estrujaba con las manos. Merche se masturbaba. Frotaba con fuerza su coño chillando. Su clítoris, duro y grande como yo jamás lo había visto, asomaba entre los pliegues como una pollita sonrosada, y ella lo bordeaba sin apretarlo, manipulaba sus pellejitos haciéndolos rozarlo. Culeaba y gemía. A veces, se quedaba con los ojos en blanco, como sin respiración, o chillaba, y de su coño escapaban pequeños chorritos de pis.
- Ca… brón… Ca… bróoooon!!!
Le arrancó la polla de repente. Mi mujer se debatía en un movimiento espasmódico, cerraba los muslos con fuerza apretándose la mano sobre el coño y temblaba. Emitía un gorgeo ininteligible. Su rostro se contraía en una mueca salvaje. Carlos, de pie, frente a ella, agarrándose la polla amoratada, comenzó a correrse en su cara, en su pelo, sobre sus tetas.
- Tómalo, puta! ¿Era esto? ¿Esto querías? Vamos, enseña a este maricón cómo hace que te corras un hombre…
Se retorcía de placer. Su cuerpo, desmadejado, sucio, humillado, se convulsionaba sobre el sofá. Cuando cayó al suelo, seguían temblándole las piernas. Poco a poco, fue ralentizándose, parándose, hasta quedar quieta, exhausta, caída en posición fetal sobre la alfombra, con una mano entre los muslos y tapándose las tetas con el brazo, como avergonzada.
- Bueno, Pablo. Yo me voy, que quiero ver a los niños antes de que se acuesten. A ver qué haces con eso. Te la vas a tener que pelar, por que la puta esta no creo que tenga el coño para más diversión.
Cuando salió, me quedé parado, desconcertado. Tenía esa extraña sensación que provocan los cambios de ritmo, los anticlimax, como de irrealidad, como si fuera imposible aquella calma después de lo vivido. Merche yacía a mis pies. Su cuerpo se convulsionaba a veces todavía. Mi polla estaba dura, más dura de lo que creía que pudiera estar. No me atrevía.
- ¿Te… te ayudo?
A duras penas, se incorporó un poco, lo justo para arrodillarse entre mis piernas. Tenía chorretones de leche en la cara y en el pelo. Se inclinó hacia mi apoyando sus manos en los muslos. Sentirlas fue como un calambre. Bastó el primer contacto con su boca, que metiera entre sus labios mi capullo amoratado, para que empezara a escupir mi leche en su garganta hasta atragantarla. Me sentí morir en su boca, deshacerme.
- Mi… a… mor…
Cuando acabé, mi polla seguía exactamente igual de dura que antes de empezar. Merche me parecía preciosa, tan vulnerable, tan necesitada de auxilio, tan frágil… Bajé hasta la alfombra y traté de acercarme, de buscar su contacto y follarla, aunque fuera quieta como estaba…
No, cariño… Déjame… No quiero que te corras más… Otro día… Ya veremos… Llévame al baño, por favor… ¿Harás eso por mi?
Claro… claro…
Mi cornudito…
Por la noche, acostado junto a ella, que olía a jabón, profundamente dormida, preciosa. Apoyé una mano en su culo mullido como con miedo. Apenas agarré mi polla, volví a correrme con un sentimiento de culpa y de vergüenza que me causaba un placer inexplicable. Me prometí no hacerlo más hasta que ella quisiera. En mi cabeza, Carlos la follaba y yo me contenía humillado.