Mercado laboral 06: entrevista
Un nuevo cuentecillo de dominación, con sexo homosexual, cuernos, humillación... En fin: todas esas cositas inocentes que me gustan.
La ocasión de ser invitados a comer por don Augusto en su propia casa resultaba tan evidentemente trascendente para mi futuro en la empresa que Naty ni siquiera dio un respingo cuando nos abrió la puerta aquella mujer madura, menuda, regordeta, de piel morena con marcadas líneas de moreno y estrepitosamente desnuda.
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Hola… Debéis ser Javier y Naty ¿No?... Yo soy Elvira, la mujer de Augusto…
Mientras nos recogía los abrigos, los colocaba en el armario ropero junto a la puerta, y nos conducía al magnífico salón luminoso y de amplias vistas donde nos esperaba nuestro anfitrión, pude ver que se sentía azarada: nos hablaba en voz baja e insegura y rehuía nuestras miradas.
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¡Javier! Empezaba a preguntarme si habrías olvidado la cita.
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Disculpe, don Augusto, el tráfico en Castellana está imposible. Hay una de esas caravanas…
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¡Ah! ¡Es verdad! Bueno, no importa, siéntate, por favor.
Ambos nos dimos cuenta de que había ignorado a Naty, mi mujer. Resultaba imposible atribuirlo a un despiste: desde que atravesáramos la puerta doble seguidos por Elvira, ni siquiera la había mirado, ni saludado, ni se le había dirigido de ninguna manera ni siquiera en el momento de invitarme a tomar asiento.
Miré a sus ojos de refilón sin atreverme a negarme, la vi encogerse de hombros y quedarse en pie mientras que me sentaba. Parecía tan desconcertada como yo, y que Elvira, con la mirada humillada y las mejillas encendidas de rubor, comenzara a desnudarla ante nosotros no contribuyó en absoluto a reducir su desconcierto.
Mientras una joven criada gordita de piel y cabello oscuros y rasgos aguileños abría para nosotros una botella de buen vino de Rioja, y nos servía como si no pasara nada, don Augusto, que me había pedido que le apeara el tratamiento (“-Estás en mi casa, Javier, y pienso follarme a tu mujer, así que no vamos a andarnos con formalidades ¿no?”), mantenía ante mi la ficción de una conversación trivial, y Elvira iba despojándola con movimientos lentos y elegantes de las prendas menos “delicadas” de su indumentaria: la chaquetilla corta a juego con la falda; el pañuelo del cuello; los zapatos de medio tacón de color rosa palo…
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¡Caramba!
Fue en el momento preciso en que su tímida esposa desabrochó la falda de color hueso dejándola caer alrededor de sus tobillos exponiendo en su integridad los magníficos muslos y su culminación en aquellas nalgas redondas, torneadas y perfectas, sin que los balbuceos de Naty llegaran a sonar más allá que como pucheros avergonzados que concordaban a la perfección con el rubor de sus mejillas y el brillo húmedo de sus ojos, cuando dio la primera señal de haberse fijado en ella:
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Está verdaderamente buena, Javier ¿Es muy puta?
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¿Qué…?
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Que si es puta, joder, que si se pone bien cachonda, que si te la mama…
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Hombre, pues…
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¿Te la mama?
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Sí…
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¿Y se lo traga? ¿Tragas lechita, Naty? ¿Te gusta tragar lechita?
Naty asintió con un rápido y breve movimiento de cabeza sin atreverse a mirarle a los ojos. Un par de lagrimones se deslizaron por sus mejillas mientras Elvira, que proseguía con sus maniobras lentas, pero incansables, terminaba de desabrochar los botones de su blusa y la abría ofreciendo a la vista de su marido sus senos preciosos, pequeños y redondos como manzanas, cubiertos tan sólo por aquel sostén blanco inmaculado que apenas los recogía hasta el borde mismo de los pezones dejando asomar por encima la mitad de sus areolas.
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¡Qué buena está! ¡Pero qué buena…!
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…
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Mira qué burro me pone…
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…
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¿Y por el culo?
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¿Cómo…?
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¿Qué si la follas por el culo?
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No… Nunca…
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Seguro que chilla como una cerda…
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…
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Mira, mira cómo me pone…
Si bien su erección había resultado evidente bajo el pantalón azul de lino delgado, y ni siquiera se había molestado por disimular la mancha de humedad que lo oscurecía allá donde se adivinaba que se encontraba el capullo, la obscena exhibición al desabrocharse, la visión sin tapujos de aquel apéndice grande, duro, venoso, húmedo, brillante y amoratado, causó en mi un rechazo que le impelió a tratar de rebelarse.
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¡Pero…!
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¡Shhhhhh…!
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…
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Naty, cielo ¿Tú sabes a qué habéis venido hoy aquí?
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Sí…
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Recuérdaselo al gilipollas de tu marido, haz el favor.
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Hemos venido… por tu… por tu ascenso…
Elvira, que había terminado de quitarle la blusa, jugueteaba son sus dedos cortos y regordetes haciendo asomar los pezones pequeños y oscuros, casi negros de mi mujer por encima de las copas del sostén y presionándolos suavemente en los bordes haciéndolos doblarse.
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¿Sabes cuánto gana?
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Sí…
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¿Y sabes cuánto ganara si conseguís convencerme de que lo ascienda?
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No…
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Bien… multiplícalo por cuatro y añade bonus, comisiones…
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Uffffff…
Elvira mordisqueaba sus hombros desde atrás. Una de sus manos se había introducido bajo las bragas y parecía acariciarla.
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Podrías ser una mujer muy rica ¿Verdad?
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Síiii…
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¿Crees que vale tu culito? ¿Me dejarías follarlo por ese dinero?
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Sí…
Tenía la mirada enfebrecida. Su voz temblaba y jadeaba al ritmo en que aquellos dedos parecían frotar su coño empapado, a juzgar por el chapoteo que podía escuchar. Me sorprendí de mi propia erección.
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¿Y una mamada?
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Síiii…
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Díselo…
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…
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Dile que me la haga…
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Cari… ño…
Me gustaría poder decir que, por lo menos, había hecho un amago de resistirme, pero no fue así. Ni siquiera puede decirse que me violentara. De algún modo… de algún modo, todo parecía conjurarse: la violenta sexualidad de sus palabras; el desprecio con que las pronunciaba; la idea del dinero y su propia sensualidad; la cada vez más evidente excitación que parecía causar en mi mujer, que gemía con los dedos de aquella estúpida en el coño; la humillación de Naty; mi propia humillación…
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¡Despacio, despacio, galán! Modera tu entusiasmo y mámala suavecito. No quiero dártela en el primer minuto ¿Has visto qué ímpetu, Naty?
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Ahhhhh…
Arrodillado frente a don Javier, inclinado sobre su polla, mamándosela, sintiendo en el paladar la viscosidad de sus fluidos insípidos, imposibilitado para poder ver la escena que se desarrollaba a mi alrededor, sintiendo en la nuca la caricia de su mano y en la boca el pálpito de aquella polla dura, escuchaba la extraña conversación que mantenía con mi mujer, aunque más bien pareciera dirigirse a mí, como si fuera mi humillación la que realmente le causara el placer que evidentemente experimentaba.
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¿Te pone, Naty?
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Síiii…
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¿Te gusta verle hecho una maricona?
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Síiiii…
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¿Crees que la tiene dura?
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No… no sé…
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Vamos, Maricona, despéjanos la duda…
Sin dejar de chupársela, me desabroché el cinturón y me bajé los pantalones hasta las rodillas consciente de la ridícula postura en que quedaba. Sentía la mía palpitar y sacudirse en el aire golpeando mi vientre y goteando en el suelo. La suya entraba y salía de mi boca cada vez más deprisa, en parte por el movimiento de su pelvis; quizás también en parte por la anómala excitación que la situación me causaba. Naty gemía a mi espalda de manera cada vez más rápida y audible. La oía jadear. Don Augusto empujaba mi cabeza con su mano con movimientos lentos, pero enérgicos, obligándome a tragarla cada vez más adentro, ahogándome.
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Parece que le gusta, Naty ¿No te parece?
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Ma… ma… maricón…
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Una zorra tragapollas, sí.
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Ahhhhhh…..
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Me voy a correr…
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En… su boca…
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¿Quieres que se lo trague?
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Sí… síiiiiiiiiii…
La sentí latir con fuerza mientras escuchaba el sonido de sus pulmones llenándose de aire para, al momento, tras una breve pausa, exhalar mientras estallaba entre mi lengua y mi paladar un chorretón cálido y abundante de leche espesa al que sucedieron otros con una periodicidad rítmica. Sujetaba con fuerza mi cabeza y su polla me atravesaba la garganta asfixiándome, obligándome a tragarla, haciéndola manar por mi nariz. Sentía la mía deseando estallar, sacudiéndose con fuerza. Naty me insultaba entre gemidos histéricos.
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Traga… tela… Maricón… Ma… ri… cóooooooooooon…!
Sentí un desvanecimiento por la hipoxia, como un dejarme caer resbalando sobre la alfombra. No tuve la sensación de llegar a perder la conciencia por completo, pero, al recuperarla, me encontré sentado en el suelo, respaldado en el sofá y con las muñecas firmemente sujetas a la espalda. Frente a mí, en pie, Naty, ligeramente inclinada hacia delante, ya cubierta tan sólo por las medias y el liguero, gemía en la boca de don Augusto mientras que Elvira, arrodillada a su espalda separándole las nalgas con las manos, parecía lubricar su culito con la lengua y hurgar entre ellas con los dedos. Mi jefe le ofrecía las suyas dándole un punto de apoyo donde sustentarse. Le temblaban las piernas. Jadeaba y tenía el rostro descompuesto. Sus tetas, redonditas, pequeñas, de pezones oscuros y menudos, parecían dar saltitos al ritmo agitado de su respiración jadeante. Sentía que mi polla iba a estallar. Me dolía. La de don Augusto cabeceaba y rozaba el muslo de mi mujer dejando sobre él un rastro baboso y brillante. Desde aquella perspectiva podía verla mejor: era mayor que la mía, y se mantenía dura y brillante.
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Mira cómo me tienes, putita, tócala…
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Qué… grande…
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Me muero por clavártela en el culito…
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¡Ahhhhhh…!
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Mira… Ya se ha despertado…
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Maricón…
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Sigue teniéndola bien dura… ¿Te gusta ver cómo te los pone?
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Sí…
Respondí sin pensar, sin comprender las implicaciones de lo que decía. Sin dejar de temblar, Naty me miraba con una mezcla de desprecio y fuego en la mirada. Don Augusto se situó a su espalda apartando a Elvira sin ni mirarla. Mordía el cuello de mi mujer y se apretaba contra ella. Imaginé su polla deslizándose, resbalando entre sus nalgas. Acariciaba sus tetitas con las manos, y ella dejaba caer atrás su cabeza ofreciéndole el cuello y los labios.
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Voy a partírtelo, putita…
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Sí…
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Voy a hacer que se te salten las lágrimas…
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Sí…
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¿Lo quieres?
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Sí…
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Dímelo…
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Rómpemelo…
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Más…
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Clávame la polla en el culo… Destrózameló…
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¿Así?
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¡¡¡Aaaaaaaaaaarrrrgggggg…!!! ¡¡¡Sí!!! ¡¡¡Síiiiiiiii…!
Comenzó a follarla con fuerza. Naty chillaba como una desesperada. Elvira, ocupando la posición frente a ella que anteriormente cubriera su marido, mordía sus labios y la masturbaba con fuerza. Su cuerpo delgado se sacudía espasmódicamente, y su rostro cubierto de lágrimas se veía contraído en un rictus de dolor que, sin embargo, no impedía que gimiera y temblara en lo que parecía el mayor orgasmo de su vida. Sacudía las manos histéricamente y culeaba hasta que cayó al suelo incapaz de sostenerse. Don Augusto la siguió. Levantándole las piernas por delante de su cuerpo, volvió a clavársela con fuerza arrancándola un grito más de dolor. La follaba con fuerza, como con rabia, y su cuerpo delgado se sacudía entre espasmos violentos. Se agarraba con fuerza las tetas, como si quisiera hacerse daño, y apretaba los dientes. Se masturbaba enloquecida, clavándose con rabia los dedos en el coño.
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Oye, Naty.
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¿Sí?
Me habían dejado en el suelo, con la polla como una piedra, teniendo que hacer grandes esfuerzos por no deslizarme y caer de espaldas al resbalar sobre mis propios fluidos, que cubrían el suelo bajo mi culo. La pequeña criada de aspecto de india andina, sentada en el sofá a mis espaldas y ligeramente inclinada, se agarraba a mi polla, dura como una piedra, y me la pelaba muy despacio, causándome un dolor y una angustia terribles.
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¿Y si…? O sea… A mí, visto lo visto…
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¿Sí?
Naty, recostada sobre su pecho de medio lado, con los muslos muy abiertos y esa lasitud de después, acariciaba con las yemas de los dedos su culito dolorido haciéndolos resbalar en el esperma que rezumaba. Tenía marcas de dientes y de manos en la piel.
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A mí, visto lo visto, el maricón de tu marido no me interesa. Yo necesito gente… Bueno, más bragada, no sé si me entiendes.
Pareció tensarse por un momento, como si se le deshiciera entre los dedos el futuro por el que se había sacrificado.
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Ahora, que tú… Tú si me interesas, claro.
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…
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O sea: que si quieres… No sé… Te vienes con nosotros… Firmamos un acuerdo, claro… Que tú te sientas segura…
Naty, tumbada boca abajo en el sofá, se tragaba su polla entera hasta hundir su naricilla pizpireta entre la mata de vello oscuro de su pubis. Elvira, a su espalda, volvía a lamer el agujerito estrecho de su culo como queriendo aliviarla. Se acariciaba al hacerlo.
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Y al maricón este… que le den por culo. Que se gane la vida haciendo mamadas, que eso sí que… se le… da… bieeeeeeeeeeen…
La india apenas me rozaba el capullo con la yema del índice cuando comencé a correrme. Don Augusto sujetaba con fuerza la cabeza de mi mujer clavándole la polla hasta la garganta. Con el rostro violáceo y los ojos en blanco, manaba su leche por la nariz y se estremecía en espasmos mientras Elvira azotaba sus nalgas con fuerza. Sin que nadie me tocara más, escupía al aire cantidades enormes de esperma sintiendo una profunda vergüenza. Me salpicaba en el pecho y en la cara y lloriqueaba con una sensación confusa de embriaguez donde se confundía el intenso placer con la vergüenza, con la vaga conciencia de mi fracaso.
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Ufffff… Si quieres… Si quieres ya te quedas y mañana mandamos a por tus cosas.
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…
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¿Quieres?
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Sí…
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Pues tú ya puedes irte, maricón. No vuelvas a la oficina, que ya te mandaremos las tuyas también.
Mientras me vestía, le vi ponerla a cuatro patas y colocarse tras ella. La oí chillar mientras Elvira me despedía en la puerta. Me acarició la polla, apenas rozarla, mientras me besaba los labios antes de darme con la puerta en las narices.
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Una pena, por que si hubieras sido un hombre…
Me pareció que se reía.