Mercado laboral 05: comida de Navidad
Las cosas a veces se lían y vienen como rodadas.
Terminó de peinarse mientras se secaba el pelo frente al espejo y se detuvo a mirarse. No estaba tan mal, joder. Un poquito más gorda de lo que debiera, pero tampoco era para hacerle ascos ¿No? Se subió las tetas con las manos. Un poco caídas. Era lo normal ¿No? Había cumplido 45, y tenía un buen par. Tampoco era de esperar que siguieran como a los veinte... Un buen culo, una cara bonita… Decidió arreglarse un poco el pubis. Tampoco exagerar. Recortarse un poco el vello rubio… Dejárselo bonito.
Cogió un taxi para ir al hotel donde celebraban la comida de Navidad de la empresa donde trabajaba. No dejaba de pensar en “el asunto”. Aquel año habían tenido el detalle de no hacer que fueran a trabajar ese día. Así, había tenido ocasión de recoger un poco la casa y arreglarse bien.
El muy idiota se había dejado el portátil desbloqueado. Tuvo curiosidad. Nada extraño, lo normal: fotos de mujeres, algún video… Y aquellos correos y chats… Hablaba con varias, de sexo, claro. Se entretuvo leyendo. Con una hablaba de relatos, de las cosas de la adolescencia. Por lo visto, se la había mamado a un amigo de críos ¡Jodido maricón! Hablaba de ello como si le apeteciera, y alagaba a unas y a otras. Parecía estar buscando…
En un hilo de correos con la tal Clementine, que escribía “cuentecillos”, que decía, la describía ¡A ella! “Nos llevamos muy bien”, le decía el muy hijo de puta. No conseguía quitarse aquella frase de la cabeza: “Nos llevamos muy bien…”. Hablaba de que si no se lo tragaba cuando le chupaba la polla, de que si se la había metido por el culo… Hasta le contaba como se corría… ¡Hijo de puta!…
Leyó alguno de los cuentecillos de la zorra esa, que debía estar enferma. Cuentos de cornudos, de mariconas, de zorras… ¡Puto cabrón! Se la meneaba leyendo aquella basura, y escribía a la autora para contárselo.
Aquello hacía tiempo que no iba bien. Apenas follaban, y la cosa se había vuelto aburrida. “Nos llevamos muy bien” lo definía. Se había convertido en una rutina. Se llevaban muy bien y listo.
- ¡Y aquí llega su majestad!
Se las había vuelto a apañar para llegar tarde, y se había vuelto a pasar con el vestido rojo con la espalda al aire. Ninguna iba tan arreglada. Sacó pecho, sonrió, y entró en el salón donde tomaban los aperitivos como una reina, sin dejarse arredrar. “Dientes, dientes”, repetía para sus adentros.
Habían decidido tomar unas raciones de pie. Parecía que sería más divertido, menos formal que sentarse a una mesa. La gente podría moverse por allí, charlar con unos y con otros. Parecía funcionar. Aunque se hacían círculos, mucha gente se movía entre ellos.
- Cada día estás más guapa, Esther.
- Muchas gracias, Robertito. Si no fuera por ti…
- Anda que no te sobrarán admiradores.
A medida que iban cayendo las botellas de cava que los camareros llevaban en bandejas por entre la gente como si fuera fácil, la cosa se animaba. Aunque no conseguía quitarse del todo de la cabeza la “traición” de Jorge, se las arreglaba para divertirse.
- Oiga, joven.
- Dígame, señora.
- ¿No habrá otro aseo en alguna parte? Es que aquí hay una cola que no sé si llego…
- En el piso de arriba, que está vació hoy, tiene otro exactamente en el mismo sitio.
- Gracias.
En el lavatorio común, Nati, la gerente de informática, se dejaba querer por Tomás y Javier, dos becarios nuevos que habían llegado aquel invierno.
- Deja algo para las demás, abusona.
Cuando salió del excusado, la cosa se había ido calentando. Les comía la boca a ambos, que la tenían en medio. Javier la sujetaba por la cintura y Tomás le metía la mano por el escote del vestido y le tocaba las tetas.
- ¡Eh! ¿No querías que te dejaran algo?
Fue Javier quien, al pasar, la cogió de la mano y tiró de ella para atraerla hacia el grupo. Sintió que se le paraba el corazón, titubeó, recordó (“nos llevamos muy bien…”), y, dejándose llevar, se encontró frente a Nati, entre los muchachos, comiéndole la boca. No había besado a otra mujer desde el instituto, y entonces era en broma.
- ¡Qué cojones!
- Dime…
- Nada, cariño. Enséñame eso que tienes ahí.
Le sorprendió ver cómo las cosas parecían desenredarse solas. En un momento, besaba aquellas tres bocas como si se las bebiera, agarraba la polla de Tomás, y sentía las manos de todos apretándola el culo, acariciándole las tetas, subiéndola el vestido. Los chicos parecían disfrutar viéndolas, y sus tetas grandes y mullidas se aplastaban en el pecho casi plano de Nati, que le acariciaba el chochito y le metía la lengua en la boca. Se mordían y se acariciaban formando un único bulto que se movía al unísono.
- Tengo una habitación. Para no volver a casa borracho…
Se medio arreglaron, cogieron un par de botellas, y desaparecieron lo más discretamente que pudieron de la fiesta en el ascensor. A nadie pareció importarle. Habían puesto la música y bailaban y bebían como si no hubiera un mañana. La zorra de Katia, la nueva, se morreaba con el gerente de RRHH.
- ¡Ah! ¡Pues está muy bien!
- Tiene hasta bañera de hidromasaje.
Se pusieron unas copas. De repente, a solas arriba y sin el ruido de fondo de la fiesta, las cosas parecían diferentes. Fue Tomás quien, acercándose por detrás, mordió su cuello y empezó a desabrocharle el vestido.
- ¡Joder! Me he debido dejar las bragas abajo.
Las risas parecieron romper la tensión. Nati volvió a besarla mientras Javier deshacía el nudo tras su cuello que le mantenía el vestido en pie, y quedaron frente a frente. Estaba buena la flaca. Debía de tener su edad y era delgada, morena, con unas marcas muy blancas de bikini que le quedaban de muerte. La empujó sobre la cama y se dejó caer arrastrándola sobre sí. Los chicos se desnudaban contemplando cómo se enredaban sus piernas y se besaban jadeando. Se guiñaban los ojos.
La sintió descender por su cuerpo, lamerle los pezones y magrear sus grandes tetas blancas mientras que Tomás se colocaba a su espalda y, apartando con la mano la tanguita amarilla, comenzaba a follarla haciéndola gemirle encima. Con la de Tomás en la boca, se estremeció al sentir sus besos en la tripa, en el vientre, y gimió cuando, alcanzando su coño, comenzó a lamerlo.
Había olvidado lo que era una polla juvenil, aquella dureza rígida, como de piedra, latiéndole en la boca. Se la chupaba casi con ansia, mamándola con fuerza, agarrando su culito con la mano que no necesitaba para mantener la cabeza de Nati entre sus muslos. Se ahogaba de placer. “Así que no me lo trago” pensó para sus adentros mientras se bebía toda aquella lechita tibia que disparaba en su boca corriéndose como una perra, culeando con los dedos de Nati clavados en el coño y su cara muy cerca, contraída en un gesto de placer, un rictus delicioso, y con los ojos en blanco, casi en silencio, como ahogándose agarrada con fuerza a sus tetas blancas y mullidas.
- ¡Vaya con Esther! ¡Quién lo iba a imaginar!
- Cuando se lo cuente a mi marido…
- ¿Se lo vas a contar?
- Quiero ver cómo le salen los cuernos.
Rieron durante un rato bromeando sobre el particular. Al pobre Jorge debieron de pitarle los oídos. Después, sin transición, se montó sobre Javier, que se agarraba a su culo y enterraba la cara entre sus tetas. Gemía como una perra, jadeaba. Fue Nati quien animó a Javi a que se sumara. Apretó los dientes y los ojos al sentirla entrar en su culo, y respiró hondo cuando empezaron a moverse al unísono barrenándola con fuerza, dejándola sin aire. De rodillas a su lado, agarró su mano para llevársela al coño, y le clavó los dedos. Lo llevaba depilado. La follaba con ellos mientras jadeaba, temblaba y chillaba. La llamaban zorrita, y palmeaban su culo haciéndola gritar. “Que sólo gimo”, pensaba, “si me follaras así…”. Presionó el clítoris largo y duro de su compañera, que se dejó caer hacia atrás temblando. Era como un sueño, un continuo subir y bajar del placer que la volvía loca, y que pareció estallar cuando los sintió llenándola casi al mismo tiempo, agarrados con fuerza a su culo y sus caderas, mordiéndole los pezones.
Follaron toda la tarde. Le comió el coño a Nati, que le tiraba del pelo y la llamaba puta mientras se corría. Tragó lechita tibia, se dejó joder como nunca, y se corrió chillando. Al irse, mientras se despedían, se conjuraron para repetirlo. Nati le besó la boca y le susurró al oído:
- Estos se irán, cariño, pero yo pienso jubilarme aquí.
Durante el viaje de vuelta, apenas se acordaba del cabreo matutino, y hasta le hacía gracia.
- Hola, cariño ¿Qué tal te lo has pasado?
- Bien, bien, ha sido divertido. Lo único...
- ¿Qué ha pasado?
- Nada, que he perdido las bragas y me corre la leche por los muslos. Voy a ver si me ducho, que vengo perdidita.