Mercado de esclavas, Rodrigo compra a Miriam
Miriam es comprada por Rodrigo y llevada a su castillo, allí descubrirán que sienten una atracción salvaje y lo que tenía que ser un castigo ejemplar se convierte en un inmenso placer para Miriam
Era día de mercado cuando volvíamos a casa, habíamos pasado unos días cazando y teníamos muchas ganas de llegar al castillo, a pesar de esto nos detuvimos para comprar vino y cerveza, íbamos a celebrar un banquete y no podía faltar un buen líquido con el que regarlo. Esa noche iba a ser memorable, pero no me podía imaginar todavía hasta qué punto.
Al pasar por el mercado de esclavos escuché una voz de mujer autoritaria que decía:
-Como me vuelvas a tocar te juro que te saco las entrañas con mis propias manos
Me giré porque en el mercado de esclavos las únicas mujeres que hay son las que son vendidas, por eso me llamó la atención, no me hubiese sorprendido tanto si en mitad del fragor de la batalla hubiese escuchado a un sarraceno pidiendo permiso de manera educada para atravesarme con su cimitarra.
Me giré esperando encontrarme a una hembra fuerte y grande, de las que trabajan en el campo y tienen manos como azadas, pero lo que me encontré fue a una mujer pequeña, no mediría más de 1,60, y no creo que llegase…. con curvas y bien alimentada, cabello castaño y con el largo suficiente para tapar sus pechos, porque por lo demás estaba desnuda, se le veía la piel cuidada y tenía unas manos que indicaban que no había trabajado en su vida, se notaba que no había pasado penurias en su vida, hasta ahora...
Miriam era la mujer que se enfrentaba a su carcelero, un tipo el doble de grande que ella, tanto en altura como en anchura, y al que había dejado paralizado, no había gritado, ni falta que le había hecho, creo que a ese hombre nunca una mujer le había hablado así, y se quedó sin saber qué hacer más por la sorpresa que por otra cosa.
Pero el otro carcelero si que reaccionó y le dio una bofetada que la tiró al suelo, luego la levantó del suelo y uniendo entre sí las argollas que llevaba en las muñecas la colgó de una cadena que pendía del techo. Vi que cogía un látigo y que iba a castigarla delante de todo el mundo, la vi colgada, casi no tocaba el suelo con las puntas de los pies, todo su cuerpo estirado, completamente expuesta, y con una mirada de odio en sus ojos que dejaba claro que preferiría estar muerta antes que sometida. Y de repente me encontré hablando y no se por qué dije lo que dije.
-Alto! No la azotéis, voy a comprarla y no quiero que me la entreguéis con marcas y le estropeéis la piel, quiero mi mercancía en perfecto estado, ya la castigaré yo si lo considero necesario.
Alfonso, uno de mis mejores amigos y con el que me había criado se acercó y me dijo:
-Rodrigo ¿Ya sabes lo que estás haciendo? Isabel te va a matar
-No, no lo se, pero no la puedo dejar aquí.
Os juro que si no hubiese estado atada y hubiese tenido un arma a su alcance, me hubiese atravesado allí mismo. Pero para mi fortuna todavía seguía atada, no por nada, porque era muy poca cosa, si no porque no quería hacerla daño, o al menos no así.
Así que la compré más por capricho y por curiosidad que por otra cosa, porque en casa estábamos bien, éramos casi todo hombres menos las cocineras y alguna criada que conocía desde niño, y por supuesto Isabel, teníamos bastante paz y vivíamos tranquilos, conocía otros castillos en los que al haber criadas jóvenes los caballeros estaban más centrados en conquistar el monte de venus que el monte de Sión, di que nosotros hacía tiempo que habíamos vuelto de las cruzadas y bien sabe Dios que no pensaba volver, teníamos otras guerras en casa que teníamos que librar y había mucho por hacer.
Pero como decía, aquella muchacha me llamó la atención, ni en mis viajes por Tierra Santa había visto nunca a una esclava que estando desnuda y encadenada, fuese capaz de mirar con ese orgullo y altanería, parecía ella la señora y no nosotros, casi daban ganas de saludarla haciendo una reverencia. Pero tengo que reconocer que también la compré porque cuando vi que aquel animal iba a azotarla con el látigo no quise que nadie más la tocase o le pudiese hacer daño….excepto yo.
Esta vez fue Jacobo el que me dijo:
-¿No has tenido suficiente guerra ya que te llevas la guerra a casa? Y levantando la voz dijo al resto del grupo.- ¡Chicos! ¡Creo que nos lo vamos a pasar muy bien gracias a Rodrigo y a esta pequeña guerrera que se acaba de comprar! Las risas se oyeron por todo el mercado….
Pagué y me la trajeron, le puse una capa por los hombros para tapar su desnudez y me taladró con la mirada, se supone que debería de estar agradecida porque la hubiese librado de un castigo horrible y agradecida de que la tapase, o cuando menos asustada, acababa de ser vendida como esclava a un desconocido y no sabía qué sería de ella a partir de ahora, pero no, estaba tan tranquila, y cabreada muy cabreada.
Le retiré el pelo y le até la capa alrededor del cuello, al hacerlo advertí que sus pechos parecían de los que pesan, de los que coges con la mano y los puedes sopesar, no eran grandes, pero tampoco pequeños, de repente me estaba imaginando cómo sería lamer ese pezón y tenerlo en mi boca, y la idea me gustó mucho, además, supongo que porque la mañana era algo fresca a pesar de estar en mayo, tenía los pezones duros y apuntándome directamente, ella se dio cuenta de que estaba prestando demasiado atención a sus pechos y se revolvió molesta. No pude más que sonreír al ver su actitud y eso la cabreó aún más, soltó un bufido se dio la media vuelta y comenzó a andar. Todos la miramos estupefactos, ¿Qué clase de esclava se da la media vuelta y deja a su señor plantado? Reaccioné agarrándola del brazo y la atraje hacia mí, para entonces mis supuestos amigos, compañeros de mil batallas nos observaban divertidos sin apenar porder contener la risa y profiriendo todo tipo de comentarios poco acordes a su condición de caballeros; me agaché y le dije al oído.
-Tenemos un largo camino hasta el castillo, lo que vamos a hacer ahora es lo siguiente, te voy a subir al caballo conmigo y no quiero oír ni una palabra hasta que lleguemos, tampoco quiero que hagas ninguna tontería, lo único que tengo a mano aquí es la fusta del caballo pero no dudaré en atarte a un árbol y azotarte delante de todos, luego te subiré a la grupa del caballo dejando tu culo bien expuesto para que todos vean las marcas que te van a impedir sentarte en varios días. ¿Entendido?
Me miró pero no dijo nada, tenía unos ojos marrones, que no hubiesen sido dignos de mención si no fuese por el brillo y la fuerza que tenían, en ese momento me estaba mirando con un profundo desprecio, me sorprendí a mi mismo preguntándome cómo sería que me mirase con respeto y deseo. Ella no contestó.
Volví a repetir ¿Entendido?
Ante su silencio la miré inquisitivamente y enarqué las cejas, y sólo entonces contestó:
-Ha dicho que no quería que dijese una palabra hasta que llegásemos al castillo, no se entonces por qué espera una respuesta, sólo estaba obedeciendo.
Mis hombres estallaron en carcajadas…..y ahora el cabreado era yo, la agarré del cuello y le di una bofetada, no podía dejar pasar otra impertinencia, una cosa es que me hiciese gracia y otra muy distinta que le fuese a permitir que me tomase el pelo, y mucho menos delante de mis hombres.
Volví a repetir ¿Entendido?
Y ahora si, me miró, y bajando la mirada al suelo contestó:
-Si mi Señor
El tono no era precisamente de sumisión, pero me pareció que ya había hecho un gran esfuerzo al bajar la cabeza, así que no quise forzar más la situación. Pero hubo algo en la mirada que me lanzó antes de bajar la cabeza que me sorprendió, ya no había tanto desprecio y si había algo de respeto ¿Había empezado a respetarme porque la había corregido? ¿Estaba empezando a reconocer que yo era el Amo porque me había mostrado firme? Mujeres, quién puede entenderlas.
Monté en el caballo, la agarré por un brazo y la subí quedando encajada entre mis piernas, la verdad es que era pequeña, por lo que no me costó gran cosa hacer que se estuviese quieta. Y se portó muy bien el resto del viaje, parece que la bofetada había obrado un milagro. Bueno, se portó bien porque soy un santo y dejé pasar por alto más de un gesto y un movimiento, hacía todo lo posible por evitar mi contacto, si la agarraba por la cintura y la atraía hacía mí, más por evitar que se cayese del caballo y se abriese la crisma que por otra cosa, ella se revolvía y volvía a separarse. Y así continuamos el camino.
Miriam estaba decidida a no ponérselo fácil a su Amo, bueno, no sabía aún si tendría que ponérselo fácil o difícil, y tampoco sabía si quería ponérselo difícil, pero la verdad es que desde que lo había visto en el mercado cuando impidió que la azotasen algo le había recorrido todo el cuerpo. Era un hombre alto y guapo, muy fuerte, de espalda ancha y fuertes piernas, unos antebrazos poderosos terminados en unas manos grandes en las que se le marcaban las venas, y eso era algo que le podía. Tenía una barba poblada que hacía que resaltasen sus ojos, ojos en los que se veía nobleza y generosidad y ….. ¿deseo? O mucho se equivocaba Miriam o aquel hombre la había mirado de una manera que la había hecho sentir muy extraña.
Y allí en el mercado, Miriam estaba cabreada, cabreada porque la habían apresado, cabreada porque tenía que haber llegado para ayudar a su padre a defender sus tierras, cabreada porque estaba atada y desnuda y se estaba fijando en lo terriblemente atractivo que era aquel desconocido que la acababa de comprar ¡a ella! La había comprado como el que se compra una cabeza de ganado. Lo mataría en cuando pudiera.
Pero ese gigantón estaba siendo muy amable, la había cubierto con la capa, vale, antes le había mirado los pechos como si le perteneciesen y eso la había hecho sentir incómoda, pero también algo más, había sentido un calor intenso en su entrepierna, le había gustado que él la mirase así, por eso se dio la media vuelta y echó a andar, le cabreaban mucho esos momentos de debilidad, odiaba que su cuerpo le traicionase de esa manera. Pero no había dado ni tres pasos cuando él la agarró y la atrajo hacia él, quedaron cara a cara y pudo ver con claridad sus ojos, y en ese momento se dio cuenta de algo y un escalofrío la recorrió, en sus ojos se veía posesión, le había mirado los pechos como si le perteneciesen porque era así, había pagado por ella y ahora era de su propiedad. Y otra vez volvió a sentir ese calor en la entrepierna.
Así que a continuación hizo lo que hace siempre que se ve indefensa, ser impertinente, pero ya le había pasado mucho y esta vez no se libró de una sonara bofetada, porque fue más sonora que otra cosa, iba a contestar que ella acariciaba con más fuerza que con la que él le había propinado la bofetada, pero se contuvo, se dio cuenta de que todos sus hombres estaban divertidos y expectantes a ver cómo acababa eso y que si contestaba le iba a obligar a hacer algo que no quería, así que fue buena y bajó la cabeza.
Pero Rodrigo en ese momento no estaba para tonterías, iban cabalgando por el bosque y aunque se daba cuenta de los movimientos que ella hacía para intentar apartarse, iba concentrado en otra cosa. Había un grupo de rebeldes que se escondían en las montañas que solían bajar al valle los días de mercado para cometer sus fechorías y todo el grupo estaba alerta. De hecho lo único que le dijo en todo el camino hasta el castillo es que jamás saliese sola del castillo porque era muy peligroso, que tenía que quedarse en todo momento dentro y que si quería salir tenía que decírselo para que alguno de sus hombres la acompañase.
Levantó la cabeza y me miró extrañada, supongo que le sorprendió que me estuviese preocupando por su seguridad, asintió y volvió a bajar la cabeza, la verdad es que se lo agradecí, no estaba en ese momento para empezar una discusión, estaba más pensando en que me tenía que enfrentar a Isabel, mi ama de cría y que hacía las veces de señora del castillo, mil veces me había dicho que tenía que llevar a una mujer a esa casa, pero no creo que le haga mucha gracia las circunstancias en las que la traigo.
Miriam cabalgaba en silencio encajada entre las piernas de aquel hombre sin poder moverse y sintiendo el calor de su pecho en la espalda, deseando llegar a ese dichoso castillo y terminar esa tortura, porque si, el calor de la entrepierna de Miriam seguía en aumento y se había incrementado después de que él le advirtiese de que no saliese sola del castillo porque era muy peligroso, Miriam había levantado la cabeza para replicar que no sabía que podía moverse con libertad ya que era una esclava, pero cuando vió la preocupación en sus ojos, asintió y bajó la cabeza.
Por fin atravesamos el puente y entramos en el castillo, nos estaban esperando para empezar a preparar las piezas que traíamos para esta noche, los hornos ya estaban encendidos y todo presagiaba que la cena iba a ser toda una fiesta.
Y de repente escuché un grito.
-¡Rodrigo! ¿Se puede saber qué estás haciendo? ¿Me puedes explicar porque traes a esta pobre chica como si fuese un animal? ¡Virgen santa si tiene argollas! Y un collar! ¡Llamar al herrero para que se lo quite!
Resignado, porque sabía que iba a posponer la discusión pero no evitarla, empecé a hablar:
-Isabel lo que traigo es una esclava que he comprado en el mercado y no le vas a quitar el collar, no al menos hasta que le ponga el mío.
-Rodrigo aquí no tenemos esclavos!!!
-Ahora si, Isabel, ahora tenemos una. Y deja de gritarme, llévatela y lávala, luego la mandas a mi habitación, quiero que sea ella la que me atienda, me bañe y me prepara la cena.
Isabel se alejó con mi esclava, lo que fue un alivio porque empecé a ver lo que podía ser una sonrisa en la cara de mi esclava y no me hacía ninguna falta que me perdiera el poco respeto que me había ganado; al parecer le hacía gracia que Isabel me hablase como si fuese un niño.
Descargamos toda la caza y dejé a los chicos preparándose para la cena, yo me fui a mi habitación a esperar que llegase ella, aún no sabía su nombre, supongo que tanto tiempo fuera de los círculos sociales habían hecho que mis modales no fuesen los más refinados, bueno, luego se lo preguntaré.
Ya habían traído el agua caliente y la bañera estaba lista, por lo que sólo quedaba que apareciese ella, así que me senté tranquilamente a esperarla.
Miriam iba arrastrando los pies, Isabel la había lavado y peinado y le había dado un vestido azul oscuro precioso, era de una suave tela y tenía un amplio escote que dejaba ver perfectamente el nacimiento de sus pechos. Isabel le había ceñido mucho el corpiño diciendo que tenía unos pechos muy bonitos y que merecía la pena lucirlos, así que al final parecía una meretriz, pero Isabel estaba muy satisfecha con el resultado. La mujer no había dejado de hablar en todo el rato, hablaba sin parar, refunfuñó largo y tendido sobre la argolla que llevaba al cuello diciendo que no era digno de una señorita llevar collar como si fuese una perra. A Miriam se le agolpaban mil preguntas en la cabeza pero no pudo hacer ninguna, no por falta de ganas, si no porque aquella buena mujer no calló ni un instante, pero había sido muy amable y maternal con ella y no hacía más que decirle que no se preocupase, que Rodrigo parecía un león pero que en el fondo era como un gato, que era muy bueno y noble y que no le haría daño. Seguía hablando mientras la conducía a la habitación de su Amo. Miriam iba deliberadamente despacio e Isabel se dio cuenta por lo que le advirtió que una cosa es que Rodrigo fuese bueno y otra es que fuese tonto, que era muy impaciente y que se iba a dar cuenta de que habían tardado más de lo normal, así que la cogió de la mano y aceleraron el paso.
Y por fin llegaron a la puerta de la habitación, Isabel la abrió sin llamar, algo que dejaba claro la gran confianza que tenía aquella mujer en aquella casa y la empujó suavemente hacia el interior de la habitación.
La habitación tenía la chimenea encendida porque aunque era mayo, por las noches refrescaba, y estaba iluminada con velas. Rodrigo estaba de pie en mitad de la habitación y Miriam no sabía que hacer, así que Isabel le dio un último empujón y se marchó, no sin antes advertirle a Rodrigo que se portase como un caballero.
Rodrigo la vio en la puerta y se dio cuenta de que estaba paralizada, le sorprendió mucho ver el cambio en la mujer, parece que el haber estado con Isabel la hubiese calmado y hecho sentir segura, porque no había miedo en su mirada, si no vergüenza y timidez. ¿En serio? ¿Ahora que la tengo en mi habitación se ha vuelto tímida?
Decidió que o daba él el primer paso o se podían quedar toda la noche ahí quietos como dos bobos, así que se acercó hacia ella y ella retrocedió instintivamente pero se topó con la puerta cerrada, Miriam estaba casi sin respiración, no era lo mismo estar con ese hombre rodeada del resto de sus hombres, que estar a solas con él en su habitación.
Rodrigo avanzó hacia ella y tomándola de la mano la llevó junto a la bañera y cogiendo su barbilla y levantándole la cara le dijo:
-Nos están esperando para cenar, por lo que vamos a hacer lo siguiente, me vas a denudar y me vas a bañar, luego me secarás y me vestirás y bajaremos a cenar ¿Crees que serás capaz de hacerlo y respirar al mismo tiempo? Esto último lo dijo que con ironía lo que sacó a Miriam de su parálisis, haciendo que un destello de odio cruzase sus ojos brevemente, pero se repuso y bajando la cabeza dijo:
-Si mi Señor.
Le odio, le odio, le odio, estos eran los pensamientos de Miriam mientras se arrodillaba para quitarle las botas. Se que está sonriendo y está disfrutando viéndome arrodillada ante él. Concéntrate y hazlo rápido, se dijo Miriam, cuanto antes acabes antes saldrás de aquí. Después de quitarle las botas se levantó para quitarle la camisa, él se dejó de hacer y levantó los brazos, pero como era bastante más alto que ella tuvo que acercarse mucho para poder sacarle la camisa por la cabeza, por lo que sus pechos se rozaron y Miriam volvió a sentir ese calor insoportable en la entrepierna. Le quitó la camisa y todo lo despacio que pudo la dobló y la fue a dejar sobre un arcón, sabía que después de la camisa venían las calzas, y eso ya iba a ser demasiado. Se dio la vuelta dispuesta a enfrentarse a lo inevitable pero cuando lo hizo vio que Rodrigo se había acabado de desnudar y ya estaba dentro de la bañera.
Y por primera vez sintió una contradicción en su interior, por un lado se sintió aliviada pero por otro se sintió decepcionada, en su fuero interno quería saber qué tenía aquel hombre entra las piernas, estaba deseando saber cómo era su polla. Y en esas estaba yo cuando oí que me estaba hablando.
-Esclava, si no quieres que te llame siempre así tendrás que decirme tu nombre ¿Cómo te llamas?
-Miriam, respondí
-Miriam?
Esa pregunta seguida de una pausa y de un arqueo de cejas me indicaba que esperaba algo más, así que tragué saliva y todo el orgullo que pude y contesté.
-Miriam mi Señor.
-Muy bien Miriam, precioso nombre, ¿Es María en hebreo verdad?
-Si, contesté
-Si…qué
Y resoplé, no lo pude evitar, pero contesté
-Si mi Señor, ese es su significado.
-Ven Miriam, acércate y comienza a bañarme.
Vi cómo se acercaba a la bañera y se arrodillaba, su escote quedaba justo a la altura de mis ojos, no tenía por menos que agradecer a Isabel el vestido que había elegido para ella, dejaba casi al descubierto la totalidad de sus pechos, por lo que tenía una vista estupenda, cerré los ojos y me relajé.
Miriam comenzó por mi espalda, cuando acabó me empujó suavemente para que me recostara y poder seguir con mi pecho, me masajeó el cuello y acarició mi pelo, si no hubiese visto con mis propios ojos el carácter de esta mujer diría que estaba disfrutando de este momento, los movimientos de sus manos eran suaves y cuidadosos, y no me estaba frotando, me estaba acariciando, lo que provocó que mi polla reaccionase de nuevo.
Después del pecho volvió otra vez al cuello, se puso detrás de mi y comenzó a masajear mis hombros, estaba en la gloria y mi polla cada vez estaba más dura, a esto contribuía también que a medida que pasaba el tiempo notaba cómo se agitaba la respiración de Miriam. Me estaban entrando una ganas terribles de salir de la bañera cogerla y follarla, pero nos estaban esperando todos para cenar y creo que Isabel no me lo perdonaría.
Dejó de masajear mis hombros y colocándose en un costado de la bañera empezó a bajar lentamente por mi pecho, no podía más, mi polla pedía a gritos reventarle el coño y tenía que parar esto porque si no no íbamos a bajar a cenar.
Miriam estaba totalmente entregada recorriendo ese cuerpo, estaba disfrutando y ya ni si quiera estaba cabreada, sólo estaba disfrutando de ese calor que comenzaba en su coño y subía por todo su cuerpo a oleadas. No entendía lo que provocaba este hombre, cuando atravesó las puertas del castillo no podía dejar de pensar en escapar y ahora estaba deseando que la poseyera. Pero esta noche huiría, no podía quedarse ahí por mucho que ese hombre la atrajese y le hiciera perder el norte.
Comenzó a bajar por su pecho, sentía mucha curiosidad de saber cómo sería la polla de su Amo y estaba impaciente, también por saber si el baño había causado en él el mismo efecto que en ella. Cuando estaba a punto de llegar a su destino sintió la mano de Rodrigo alrededor de su muñeca sujetándola fuertemente y le oyó decir:
-Vete
Miriam estaba desconcertada y sobre todo decepcionada ¿Habría hecho algo mál? Y como no se podía estar callada, preguntó
-Mi Señor ¿He hecho algo mál?
-No Miriam, a Rodrigo le costaba controlarse pero al final logró decir, por tu bien es mejor que te vayas, te veo abajo.
Miriam se levantó y se fue, muy decepcionada otra vez porque de nuevo no había conseguido saber cómo era esa polla que empezaba a desear con todas sus fuerzas, y muy decepcionada consigo mismo porque en lugar de pensar en escapar estaba pensando en cómo sería que ese hombre la pusiera a cuatro patas y la follase como una perra.
Llegó el momento de la cena y transcurrió con tranquilidad, había un ambiente de fiesta y todos estaban relajados, Miriam se ocupaba de que la copa de su Señor no estuviese vacía, fundamentalmente porque cuanto más bebidos estuviesen más tardarían en darse cuenta de que faltaba. Una de las veces que Miriam se acercó a servir a Rodrigo éste la cogió por la cintura y la sentó en su regazo, cogió con sus manos un trozo de carne y le dio de comer en la boca. Miriam cogió el trozo de carne con suavidad y no perdió la oportunidad de introducir uno de los dedos de su Amo en su boca para chupar toda la salsa que quedaba en él. Rodrigo volvió a repetir el gesto de darle de comer y Miriam volvió a chupar sus dedos sin dejar de mirar a Rodrigo a los ojos. Este pudo ver cómo en los ojos de su esclava no había odio si no deseo y sintió cómo otra vez su polla se endurecía como una estaca. No fue el único que lo notó porque Miriam sentía la polla presionar contra su culo porque estaba sentada justamente encima. Ahora era Rodrigo el que se revolvía porque no quería que su esclava notase el efecto que causaba en él, por lo que la levantó y dejó que se fuera.
Miriam pensó que ese era el momento y decidida emprendió la huida.
Hacía rato que Rodrigo no veía a Miriam y tenía la copa vacía, pero antes de que pudiese levantarse para ir a mirar donde andaba esa endiablada mujer escuchó sus gritos.
Jacobo entraba en el salón con ella al hombro mientras Miriam pataleaba sin cesar. Por encima de los gritos de Miriam que no dejaba de amenazarle con todo tipo de muertes a cada cual más terrible, Jacobo consiguió hacerse oir y decirle a Rodrigo que la había apresado justo cuando trataba de salir del castillo. Menos mal que Miriam no pudo ver la cara de Rodrigo, porque el león había salido y estaba furioso.
Rodrigo haciendo acopio de toda la calma que pudo dio una orden
-Llevadla al estudio, desnudadla y encadenarla
Isabel puso el grito en el cielo, que por encima de su cadáver iban a desnudar a esta niña estos animales, que estaba loca si pensaba que lo iba a permitir.
Rodrigo se volvió y la fulminó con la mirada, Isabel se calló al momento y vió cómo él salía del salón para volver al poco con un látigo corto en la mano.
Entró en el estudio y por segunda vez en ese día vió a Miriam colgada, desnuda y a punto de ser azotada, pero en esta ocasión nada la iba a librar de recibir su castigo. El pelo le caía por la espalda, por lo que Rodrigo se acercó para apartarlo y echarlo sobre sus pechos. Sus miradas se encontraron y otra vez en los ojos de Miriam apareció el orgullo, pero había algo más y no era odio, era culpa, Miriam sabía que había hecho mal. Rodrigo le habló y le explicó por qué iba a castigarla, esta mañana le había advertido que no podía salir sola del castillo, se lo había dejado muy claro que sin permiso y sóla no podía salir y a pesar de eso le había desobedecido, no sólo eso, si no que se podía haber puesto en peligro, y eso no lo podía permitir. Rodrigo le preguntó si entendía por qué la iba a castigar, Miriam asintió.
-No te he oído-. Dijo él -¿Entiendes por qué te castigo?
-Si mi Señor. Miriam bajo la cabeza y vio el látigo, volvió a mirar a Rodrigo y en ese momento ya no había ni rastro de orgullo, había miedo. Mejor, pensó Rodrigo, así no volverá a desobedecerme.
Rodrigo se colocó detrás de ella y se preparó para comenzar con el castigo, no le pasó inadvertido que sus hombres estaban allí tal y como les había ordenado, pero que o bien estaban de espaldas o miraban a otro sitio incómodos.
Y Rodrigo comenzó, el primer azote arrancó en Miriam un grito, más por la sorpresa que por el dolor, porque aunque estaba muy cabreado era consciente del daño que le podía hacer, y quería castigarla no herirla, el azote cayó en sus nalgas y dejó una fina línea roja, la primera de muchas. Continuó azotando a su esclava, alternaba el culo con la espalda, azotes más fuertes con alguno más suave para que Miriam se pudiese recuperar. Cada 10 latigazos paraba y daba una vuelta alrededor de ella para ver las marcas que iba dejando en su cuerpo. Cuando llevaban 40 azotes Rodrigo se colocó delante de ella y vio cómo temblaba, uno de los latigazos le había alcanzado un pecho y le había dado en el pezón, había una pequeña gota de sangre que resbala por él, Miriam levantó la cabeza y le miró, y Rodrigo se quedó paralizado, no había orgullo, no había odio en esos ojos, había deseo y respeto. Rodrigo se agachó y limpió la gota de sangre con su lengua, entre el dolor del latigazo y el placer de sentir la lengua de su Amo en su pecho, Miriam lanzó un gemido que difícilmente podía justificarse.
Rodrigo continuó con el castigo, pero estaba desconcertado, al mismo tiempo que sentía una ternura tremenda por ella al verla colgada de las cadenas con su culo y espalda cruzado por el látigo, sentía cómo un deseo casi animal se iba apoderando de él y no podía dejar de azotarla.
Rodrigo sólo podía pensar en llevársela a la cama para cuidarla, y a quien quería engañar, para follarla sin descanso.
Por un lado quería acabar con el castigo, pero por otro quería seguir azotando ese cuerpo porque estaba disfrutando mucho con cada gemido, viendo temblar el cuerpo de Miriam bajo los azotes de su látigo, y viendo cómo, se deslizaba por sus muslos lo que tenían que ser sus jugos, la estaba azotando y ella estaba completamente mojada. Había notado que había dos clases de gemidos, cuando el látigo le daba en alguna parte como el pecho o el abdomen el gemido era más fuerte y corto, casi como un bufido, pero cuando caía de lleno en el culo, el gemido era más profundo, era un gemido de placer ¿Estaría disfrutando del castigo igual que lo estaba haciendo yo?
Alfonso se dio cuenta incluso antes que Rodrigo que aquello hacía mucho que había dejado de ser un castigo, por lo que le hizo una señal a Jacobo para que saliesen todos, se sentía como si estuviese viendo a dos amantes haciendo el amor, sólo que en vez de en la cama, una estaba colgada de unas cadenas y el otro estaba azotando una y otra vez su cuerpo, pero los gemidos que salían de ella eran de puro placer.
Rodrigo paró cuando llegó al 100, Miriam tenía el cuerpo bañado en sudor, estaba preciosa colgada y con su cuerpo surcado por finas líneas rojas. Se acercó y la descolgó, Miriam se dejó hacer porque estaba agotada. La cogió en brazos y se la llevó a la habitación. Contra todo pronóstico Miriam recostó su cabeza en el pecho de Rodrigo y le rodeó con sus brazos, la verdad es que no se esperaba esto, lo cierto es que no se esperaba nada de lo que había pasado en el día de hoy.
Llegaron a la habitación y la dejó sobre la cama, le dio la vuelta de manera que pudiese aplicarle un aceite en la espalda y el culo que le calmaría el dolor y evitaría que quedasen marcas permanentes. Miriam se mostró dócil y no opuso resistencia, Rodrigo estaba ya al límite de su control, pero acababa de darle 100 latigazos y no era el mejor momento para poseerla, ya tendría tiempo.
Comenzó a extenderle el aceite por la espalda, pero observó que cada vez que se acercaba a la parte baja de la espalda y le extendía aceite por las nalgas, Miriam gemía y levantaba el culo sutilmente, repitió la operación y esta vez si que le quedó claro que Miriam se le estaba ofreciendo, la había castigado y aún así se estaba entregando a él, bajó la mano por toda la espalda, le recorrió el culo y le acarició los muslos, y entones la oyó.
-Mi Señor por favor, se lo suplico
Rodrigo no dejó escapar esta oportunidad de someterla por completo.
-¿Mi Señor qué? Justo en ese momento Rodrigo hundió la mano en su coño y se lo encontró completamente empapado, abierto y listo para él.
-Hágame suya por favor, clávemela
-Ya eres mía esclava, sólo voy a tomar lo que me pertenece.
Y así, tumbada boca a bajo como estaba, Rodrigo la agarró del cuello y la penetró, clavando su polla hasta el fondo y arrancando un grito de placer de su esclava. Comenzó a bombear dentro de ella, con cuidado de no hacerle daño; curioso pensamiento teniendo en cuenta que acababa de azotarla y que había parado porque el deseo le estaba consumiendo.
Miriam no dejaba de gemir y de suplicar que la follase fuerte, comencé a notar sus contracciones y sentí cómo llegaba al orgasmo, lo sentí y la oí, porque gemía como una perra, mi perra, y eran gemidos de satisfacción. Cuando dejó de temblar me quité de encima y me tendí a su lado, ella se giró y vio que todavía tenía la polla dura, y sin pensarlo dos veces la agarrón con sus manos y se la metió en la boca, comenzó a lamer suavemente para acabar succionándola del todo mientras con la otra mano me acariciaba los huevos, su cabeza subía y bajaba, mi polla resbalaba dentro de su boca y el placer iba en aumento hasta que exploté y descargué en su boca. Miriam cerró sus labios sobre mi polla sin dejar escapar ni una gota de mi semen y gimió satisfecha. Acabó de limpiarme la polla y se tumbó a mi lado. Antes de quedarme dormido sólo puede oir
-Gracias mi Señor por hacerme suya