Menu 2008.06.08
A veces el trabajo te quema en otras ocasiones solo te calienta. La historia queda abierta intencionalmente, espero recibir sugerencias sobre como continuarla.
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Esta claro que tengo cara de de pardillo. No es que sea especialmente trabajador, o que me preocupe perderlo. Es sencillamente que siempre estoy cerca cuando alguien pide ayuda. Si además es nuestra atractiva cocinera quien puede resistirse. Así que me quede atrapado tras servir a una boda relativamente tranquila pero con demasiados invitados. La cocina estaba hecha un desastre, y mientras sentía que le hubieran dejado semejante embolado, me reprochaba mi caballerosidad.
Con cuidado me quite chaqueta, corbata, y camisa. Ella hacia ya tiempo que se había quedado con una preciosa blusa "de cordón" que elevaba la temperatura tanto como el calor de fogones y parrillas. Como ya había ocurrido en otras ocasiones me hecho una mirada picara con sus sugerentes ojos marrones mientras liberaba la mata de rizos oscuros del gorro que, incluso entonces debía seguir llevando.
En el fondo reconozco que no me disgusta esta tarea. Será que tengo sangre de fogonero... O que me recuerda a cuando limpiábamos los CETME en la mili. Al cabo de un rato estaba peleando con la plancha mientras, de reojo observaba como iba recogiendo y ordenando. Cada vez que se agachaba o se ponía de espaldas odiaba los pantalones con que se empeñaba en cubrir sus hermosas piernas. Al cabo de un rato los dos sudábamos lo suficiente como para sentirnos incómodos incluso con la ligera ropa que llevábamos. Aunque a mi el calor me lo producían sus pezones empeñados en mostrarse a trabes de la blusa.
Con la plancha ya impoluta me tome un respiro, ella se estiraba para alcanzar una balda alta. Inconscientemente me di cuenta que cada milímetro que se estiraba el escote se deslizaba hacia abajo y, antes de que ocurriera, supe lo que iba a pasar. En un ultimo esfuerzo sus turgentes senos rebasaron la línea. Yo, que nunca he sido de "tetas", me quede sin aliento y busque apoyo a mi espalda. Ella, ignorando el "accidente" o mi observación, siguió colocando la caja mientras yo sentía el calor acumularse... sobre la palma de mis manos. En mi deleite había ido ha apoyarme en la aun caliente superficie.
El juramento fue una de esos rotundos y redondos, como solo sabemos hacerlos en el norte, y con el sobresalto la pobre chica no pareció darse cuenta de mi anterior observación. Con el mismo elegante movimiento cubrió a los responsables del accidente y se acerco a mi. A pesar de no ser en realidad nada insistió en curar mis heridas con el escaso botiquín que la mutua había instalado en la cocina.
Mientras aplicaba pomada en la accidentada palma me pedía disculpas y me agradecía que fuera tan voluntarioso. No parecía consciente de que sus cuidados, miradas, y voz arrebatadora estaban a punto de provocar otro "accidente" mas abajo del que ella ahora se esforzaba en subsanar. Un ligero beso en los labios al acabar su tarea me hizo concebir esperanzas. Pero cuando se alejo de mi todo mi cuerpo sintió el síndrome reabstinencia de una droga que aun no había probado.
Regreso con una bandeja de dulces salados y con una sonrisa de niña traviesa que estuviera a punto de hacer una nueva trastada. Esas delicias eran mi debilidad y ella lo sabia pues en mas de una ocasión mi integridad había peligrado al intentar arrebatarlas cual Perseo. Con una botella de agua en la mano di cuenta con escasa elegancia de la primera. Capturada la segunda me la arrebato con velocidad y gracia felina. Tomo la tercera de mis dedos con sus labios mientras una mirada desafiante destellaba en sus ojos. Lenta y premeditadamente alce la cuarta y sin resistencia permití que acabara entre sus jugosos labios. Y entonces uniendo mis labios a los suyos mi lengua, entrenada en otros menesteres mas arduos, se la arrebato con facilidad.
Bueno, la suerte estaba echada, en el peor de los casos me ganaría una bofetada y me ahorraría nuevas limpiezas de cocina. Tuve suerte, me devolvió el beso con tanta pasión que a punto estuve de atragantarme. Sus manos me estrecharon con esa fuerza y pericia peculiar de los que pasan mucho tiempo entre fogones, y mi camiseta desapareció antes incluso de que deslizara mis manos bajo su blusa. Su pasión era contagiosa e incendiaria como el fuego en el monte tras una primavera lluviosa. Y yo no tenia intención de extinguirla. Le arranque la blusa mientras ella peleaba todavía con mi cinto y yo cubría de besos sus senos. Entonces llegue a los aborrecidos pantalones, y la detuve. Con besos y caricias le arrebate algo de paciencia.
Por supuesto tenia una llave del cuarto de la gobernanta. Para que me resultara mas fácil ayudarla. Las faldas de las camareras no eran demasiado sexis, algo entalladas pero con el largo justo encima de la rodilla. Encontré una de la que supuse seria su talla, y excitado por mi idea busque la blusa. Eso fue mas difícil, tallas había pero albergar su busto en ellas seria difícil. Al final escogí una que sabría que le quedaría justa, aunque tampoco esperaba que la llevará mucho tiempo. Medias y zapatos, evidentemente, no había. Así que resignado volví y le pedí que me sirviera una copa, así vestida, en el ahora desierto salón.
Parecía mucho mas grande oscuro vació. Lo suficientemente solitario para que casi inmediatamente empezara a preocuparme por su tardanza. Quizás hubiera forzado las cosas y ella ahora estuviera yéndose. Entonces abrió la puerta de la cocina. Había atado su negra melena en dos coletas a lo "colegiala" que ninguna camarera usaría pero que mi cuerpo se negaba a censurar. La bandeja con una única copa baja y ancha de coñac. Pero estable y alta como si la llevara una profesional. La blusa, como había previsto, le iba muy justa. Pero lo había solucionado por el expeditivo método de abotonarla solo hasta donde su escote lo permitía. De alguna forma había conseguido que la falda ascendiese de los conservadores lindes de la rodilla hasta las inmediaciones de sus nalgas. Y bajo ella la primera sorpresa unas medias negras que moldeaban perfectamente sus hermosas piernas. Por supuesto no había tacones en todo el restaurante, pero ella lo arreglaba excitantemente caminando sobre las puntas de sus pies.
Y camino por todo el salón luciendo su figura, mostrándose como sabia que yo hacia tiempo que deseaba verla, acercándose con dolorosa lentitud. A una mesa de distancia se detuvo posando la bandeja, e inclinándose como si un cliente reclamase su intención. La falda trepo ágil por sus nalgas para revelar, como sin duda quería, la absoluta falta de ropa interior. Hipnotizado por su escote tarde en darme cuenta que no posaba la bandeja en la mesa, si no que se deslizaba hacia el suelo mientras se agachaba sobre mis pantalones. Esboce una, débil, protesta pero ella me dirigió una mirada de cachorrillo que me impidió decir nada mas.
Con menos problemas que antes me libero de pantalones y calzoncillos. Recibiendo en su ojo el golpe de mi respingon sexo. Ambos compartimos una carcajada, que ella aprovecho para clavarse mi pene en la garganta por sorpresa. Me atragante de la impresión y el placer. No había besos ni lengüetazos exploratorios. Solo mi risa, y la sensación de mi verga forzando su garganta. Sus carnosos labios se apretaron en un dulce sello mientras la lengua recorría mi sexo dentro de su boca. Deseaba acariciarla, pero ella impedía que mis manos descendiesen de su cabeza y nuca. Tras un instante de eterno placer libero mi miembro. Pero antes de que pudiera hacer nada lo sumergió en el contenido de la copa. El ligero picor me confirmo el alcohol justo antes de que volviera a engullirme. Volvió a colocar mis manos entre sus rizos y yo claudique marcándole el ritmo. Pero ella quería algo mas enérgico como sus uñas dejaron claro. Algo enfadado comencé a violar su boca con violencia. Pare notando, de nuevo, la proximidad de mi orgasmo. Con aparente compresión me libero, comenzando a besarme. Disfrute de la extraña combinación de sabores que eran dominados por la fuerza del coñac. Pero ella no había dejado de masturbarme así que por segunda vez en esa noche las sensaciones fueron inesperadas para mi. Casi sobrenaturalmente recogió hasta la ultima gota de mi esperma en la copa y, sentada desafiantemente en la mesa, comenzó a beber la extraña combinación con deleite y calma.
Frustrado al saberme privado, al menos por un tiempo, de la posibilidad de disfrutar de su orgasmo. He hipnotizado por la escena la deje hacer. Pero sus piernas apoyadas en uno de los brazos de la silla y entre las mías me mostraban el objeto de mi venganza. En cuanto la copa toco la mesa, le agarre de ambos tobillos y alce sus piernas juntas. La vulva se me mostraba jugosa y cuidada, como una fruta exótica, y empecé a besarla y lamerla con dulzura. Pasada la primera impresión note como intentaba facilitar mi tarea abriendo las piernas, pero e lo impedí forzando las rodillas sobre su cuerpo. Sus manos se crispaban sobre la mesa ansiando un placer mayor pero hasta que no note los pequeños calambres recorriendo sus muslos no permití que los separara. Lentamente empecé a separar sus labios mayores con mi lengua, adentrándome entre los menores sin perder detalle de su sabor. La barba de dos días que me había ganado una bronca esa mañana frotaba el interior de sus muslos para su evidente deleite. Cuando, por fin, ataque su clítoris cerro sus piernas sobre mi cabeza exigiéndome un esfuerzo que, incluso para mi, era intenso. Mi boca era un calambre cuando note su respiración agitarse inconfundiblemente. Sus piernas y todo su cuerpo tembló ligera pero extensamente como la cubierta de un barco en aguas agitadas. Y lentamente libero su presa.
Despacio la bese, y tardamos otra eternidad en recuperarnos. El uniforme de la "nueva camarera" acabo en una bolsa para que yo lo lavara y repusiera, y sus medias en mi bolsillo después de que ella me besara otra vez. Salíamos ya del local cuando, como si acabase de darse cuenta se giro y me dijo:
-Yo he bebido. Tendrás que llevarme a casa.