Mensaka
Aquella tarde mi marido se trató el dolor que sentía en su espalda con un masaje. Yo iba a acompañarle, pero salí de aquella clínica con una fijación en mi cabeza, se llamaba Mensaka. Les contaré como .
MENSAKA
No soy muy dada a extravagancias. Tampoco soy una melindre de las quejas. Me quejo lo justo. Si tengo algún dolor, suelo aguantarlo bastante bien. Mi marido es contrario a mí. Cualquier cosa que le moleste, le duele, y lo que le duele, le abruma. El llevaba bastante tiempo con un dolor de espalda que se ha convertido en dolor ciático. O unas molestias, que no es lo mismo. Ya me tenía un poco cansada con sus quejas y le aconsejé que viera a algún especialista. El se negó por temor a que le descubrieran algo en la columna y no tuviera más remedio que afrontarlo. Es hipocondríaco total. Y miedoso.
-No pienso ir a ningún médico. Te suelen sacar lo que no tienes. Me dijo.
-¡Pues entonces no te quejes tanto! Le respondí.
-Me tengo que quejar. Me duele. Y no se si será muscular u óseo.
-Ves a que te den un masaje, por que no creo que tengas nada de huesos. Eso es ciático.
-No sería mala idea. Tal vez con un buen masaje deje de molestarme .. al menos una temporada.
Y eso fue lo que hicimos. Ir a que le dieran un masaje. El no tenía ni idea de dónde acudir y compramos la GUÍA DEL OCIO. En ese librito se anunciaba gente que daba masajes, claro, la mayoría de anuncios eran de señoritas que daban masajes ..y algo más. No le convencía aquello y a mí tampoco. No estaba dispuesta a que se fuera con alguna "pilingui" que le diera un masaje y luego le cobrara un polvo. Un compañero del trabajo le recomendó un lugar. Me enseñó la tarjeta y observé un nombre y un número de teléfono con una dirección. Quedaba por la zona de Serrano. Rápidamente llamó por teléfono y según me contó, le atendió un tipo con acento extraño que hablaba español bastante mal. Quedaron para el viernes siguiente por la tarde. Mi marido me pidió que le acompañara y yo, gustosamente, lo hice, no fuera a ser que se desmayara.
Llegamos a la calle Serrano y localizado el lugar llamamos a la puerta. Una señorita nos atendió. El chalet era bonito y grande, pues en el Viso, alrededor de la calle Serrano, no hay lugar para casuchas. Nos hizo pasar y nos sentamos en un sillón muy cómodo a la vez que una música, que no sabría descifrar de dónde era originaria, inundaba la estancia mientras esperábamos. A los pocos minutos, la señorita nos hizo pasar a un despacho dónde detrás de una mesa bastante grande, se escondía un tipo de unos 60 años con aspecto oriental. Después de las explicaciones de mi marido, el asiático se puso a escribir algo en un papel. Y fue entonces cuando mi cuerpo produjo un ruido leve, pero ruido al fin y al cabo, que no pasó desapercibido para mi marido ni para el ninja que se escudaba tras la mesa. El ninja levantó la mirada y nos miró a los dos.
-¿Quién ha sido? Preguntó.
-¿Disculpe? Dijo mi marido.
-¿A quien le han crujido las cervicales? Preguntó tras sus gafas.
-¡Oh eso!, dije. Ha sido a mí, pero estoy bien. Gracias.
-Lo estará por poco tiempo si siguen crujiendo de esa forma señora. Me dijo y siguió a lo suyo.
Quise decir algo pero no me atreví. Tal vez por que él levantó la vista del papel garabateado y se dirigió a mi marido.
-Bien, el problema de usted lo podremos aliviar con una sóla sesión, pero tendrá que vigilarse de continuo.
-¿Y qué precios tienen ustedes? Preguntó mi marido.
-Si, ahora se lo digo. Y garabateo en el papel nuevamente. ¿La señora se dará un masaje para las cervicales?
-¿Quién yo? Yo no. Yo sólo he venido a acompañar a mi marido. Dije muy digna.
-Usted señora, tiene un pinzamiento en las cervicales. No hay duda. Debe de haber notado algún mareo que otro de vez en cuando. Y si ese problemilla que tiene ahora no se trata, con el paso del tiempo se convertirá en artrosis cervical. Y ello, querida señora, le provocará demasiados quebraderos de cabeza y molestias, incluso insoportables, por no mencionar la cantidad de días que tendrá que pasar con una almohada cervical, sentada, cuando no tumbada en la cama. Por lo que yo de usted me sometería a un masaje cervical para reparar ese pinzamiento que tiene.
-¡Pero a mi no me molesta nada! Dije.
-Comprendo. No será muy caro. Me espetó el ninja.
-No es eso. Protesté. Es que no me molesta en absoluto.
-Lo sé. Tal vez, como le acabo de decir, ahora no sienta grandes molestias, pero con el paso del tiempo será un gran problema. Y siguió garabateando en el papel.
Mi marido y yo nos miramos. El estaba tranquilo y yo desconcertada. Yo había ido a acompañarle y sin darme cuenta me había convertido en un paciente inesperado.
-Yo no he venido a darme un masaje. Le dije a mi marido sin consideración de ningún tipo hacia el ninja.
-Y si quisiera dárselo, tal vez no podríamos atenderla hoy. Dijo el amarillo muy serio. Y volvió al garabateo.
Ese minuto que pasó me resultó muy incómodo. En silencio los tres. Sólo la música se filtraba desde el techo hasta nuestros oídos. Al fin levantó la cabeza y nos miró de frente.
-Discúlpenme. Enseguida vuelvo. Y nos dejó sólos en el despacho.
Cuando nos quedamos sólos le dije a mi marido que no me iba a dar ningún masaje. Me sentía alterada y enfadada con todos los habitantes de oriente.
-No voy a dejar que me de un masaje en el cuello. Le dije.
-Pues deberías. Parece que sabe lo que hace. Me dijo el.
-Yo he venido a acompañarte. ¡Que se olvide de mí! Este lo que quiere es ganar más dinero.
-Tú sabes que las cervicales te dan la lata de vez en cuando. Fíjate, no te ha tocado y ya sabe lo que te pasa.
- ¡Si parece un ninja con esas gafas y con su medio metro de estatura! Parece un juguete tras esta mesa. Es lo que yo digo, quiere ganar más pasta. No me cabe duda.
-Píensalo. ¿Qué harás mientras me dan el masaje?
-Me puedo ir a las tiendas de esta calle. ¡Anda que no hay! Y me gastaré el dinero del masaje que me quiere dar. Me recompensará más. ¡No es listo ni nada este enano!
-No me gustaría quedarme sólo. No sé, me da como respeto esto .
-¡Ya no eres un niño!
-Lo sé. Pero me gustaría que estuvieras tú. Ya me conoces.
El ninja hizo su entrada triunfal en su despecho y tomó posesión del pedestal tras su mesa.
-Bien, he consultado mis visitas, y les puedo decir que si usted señora se decide a que le curemos sus cervicales, no hay problema. Tenemos una persona que se puede encargar de usted. Y en cuanto a usted, amigo mío, comenzaremos de inmediato. Yo seré quien me encargue de ello. Ahora vendrá una señorita y le llevará hasta el lugar donde trabajaremos. Esto les costara 350 Euros. Los dos masajes.
-¿350? Preguntó mi marido.
-Si. Dos masajes, el suyo 200 y el de la señora 150.
-Yo no me voy a dar ningún masaje. Dije.
-Bien, en ese caso serán 200. Dijo el ninja sin prestarme la menor atención, cosa que agradecí al fín.
Se puso en pie y salió tras la mesa. Le miré fijamente y él esquivó mi mirada. Iba a lo suyo que no era otra cosa que ganar pasta. Sonreí en mi interior al ver la estatura del oriental. Supuse que habría de subirse en una silla para dar masajes. Lo desprecié a la vez que perdí la fe en lo que le iba a hacer a mi marido.
-¿Ahora, si me acompaña? Dijo tendiendo un brazo hacia la puerta. Su señora podrá esperar en nuestra sala de espera. Allí podrá tomar té, café o algún refresco. Me dijo. En un par de horas estaremos listos.
Nos levantamos, y justo cuando me giré, pasó de nuevo. Otro chasquido y un ligero mareo. Me tambaleé ligeramente y el ninja me sujetó evitando que diera un traspié.
-Señora ¿Se encuentra bien?
-Si...Si no ha sido nada.
-¿Está usted mareada?
-No no .estoy bien gracias. Dije salvaguardando los 150 euros.
-Debería aprovechar que está aquí. Le resolveríamos el problema como vamos a hacer con su marido. Disponemos de pago con tarjeta si .
-No es eso Doctor. Le dije. Es que yo no vengo preparada para un masaje.
-Nadie que acude a mi consulta por vez primera suele venir preparado. Dijo desde su medio metro.
-Date el masaje. Ya que hemos venido Decía mi marido tal vez buscando un cómplice de miedos.
-Hoy podríamos atenderles a los dos. Tengo un fisioterapeuta que podría atenderla.
-Date el masaje. Me dijo mi marido. Haz caso al Doctor, luego puede ser tarde.
-¿Cómo sería el masaje? Pregunté medio convencida al ver que el mareo no se me acababa de ir. Yo ya había sufrido esos mareos varias veces pero no le daba importancia. La importancia de los dolores y molestias en mi casa la tenía en exclusiva mi marido. Lo suyo siempre dolía o molestaba más que lo mío.
-Miré usted, los dolores se fijan y se manifiestan en zonas concretas, pero pueden venir de otros lugares. Como por ejemplo la manera de caminar, de apoyar el pie, de los hábitos que se tengan en posturas determinadas. En su caso, creo que está bastante localizado. Es el cuello. Pero tal vez le venga, como le he dicho, de los pies. Ustedes las mujeres, tienen tendencia a caminar sobre tacones elevados y eso hace que el esqueleto y la masa muscular, se adapten o se tenga que adaptar a la postura que le demandamos. Y eso nos puede provocar alteraciones. Es sólo un ejemplo.
-No se que hacer. Dije.
-Yo no la puedo obligar a nada. Es su decisión. Dijo el ninja.
-Aprovecha que estamos aquí y que te den un masaje. Me dijo mi marido.
-Quedará como nueva. Es usted muy joven aún. Seguro que no es difícil de corregir. Dijo el miope tras las gafas.
-¿Me dolerá? Pregunté.
-No. Pero quizás se maree. No más que lo está ahora, por supuesto. Sólo que al final, la recompensa será más grata. Merecerá la pena. Hágame caso señora.
Unos instantes dubitativos y una decisión. Al menos el ninja no me iba a dar el masaje. No lo hubiera soportado. Hubiera tenido que encaramarse en una escalera de al menos tres peldaños.
-Está bien. Dejaré que me den un masaje.
-Estupendo. Dijo volviendo a la mesa y pulsando un interfono que le servía para comunicarse con la chica de fuera de su despacho.
Mi marido y yo nos miramos. El más aterrado que yo a él.
-Tranquila. Todo saldrá bien, me dijo en voz baja mientras el ninja hablaba con su secretaria, me parece que sabe lo que hace. Estos orientales conocen técnicas y .
- .si, dígale a Mensaka que esté preparado en la sala 5. Yo mismo la acompañaré mientras el Sr. se baña. Y prepare la factura, serán dos. Cervical con detección, solución y baño para la señora y lumbar, columna, hombros y baño para el Sr. Serán 350. Haga las notas separadas. Y déle la copia a Mensaka. Y avíseme a Margarita para que acompañe al señor a la sala 6. ¡Ah, y avise a mi mujer que la espero a las 9 en la puerta del auditorio! Eso es todo. Gracias.
Nos encaminamos hacia la puerta para salir de su despacho. La tal Margarita estaba ya en la puerta. La chica de la mesa, su secretaria, ya tenía los papeles en la mano. Eficiencia al límite, pensé. El ninja tomó los papeles en la mano y se guardó uno en el bolsillo y con el otro en la mano me dijo que le siguiera. Mi marido se marchó acompañado por la tal Margarita y yo me marché con el ninja. Evidentemente yo caminaba medio metro por encima de el. Aquello me produjo cierta tranquilidad. Por un largo pasillo llegamos a las salas de los masajes. La 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7 y 8. Sólo había ocho puertas numeradas en riguroso orden. Pares derechos, izquierdos impares. Como si de una calle se tratara. Abrió la puerta numero 5 y entró dejándome en la puerta.
-¿Men? Preguntó.
-Si Doctor. Contestó una voz grave desde el interior.
-Ah pase señora. Sígame. Men, esta señora sufre un problema cervical. Toma la nota. Te he puesto detección del problema también. Puede proceder del cuello o bien de las extremidades.
-Me llamo Mensaka. Dijo el negro.
-Yo soy Cristina. Dije.
-Bien, dijo con la nota en la mano, siéntese en esa silla un momento por favor.
Me senté dónde me indicó abrazando aún mi bolso con ambas manos. El negro examinó la hoja y la llevó hasta una mesa cercana.
-Permítame. Dijo poniendo una mano en mi nuca. Con la otra me giró la cabeza hacia izquierda y derecha y luego hacia atrás y hacia delante, lo que provocó un mini mareo en mi ser. Bien, ciertamente tiene las cervicales tocadas. Trataremos de solucionar el problema y averiguaremos de dónde procede para que le pongamos remedio y esto deje de darle la lata.
-¿Me dolerá? Pregunté algo asustada por primera vez.
-No . no, no se preocupe. Será sencillo. No sufrirá ningún dolor. Es posible que en algún movimiento sienta un leve mareo, pero tendremos cuidado y casi pasará desapercibido.
-¿Tendremos?
-No, quiero decir que tendremos cuidado. Usted y yo. Usted me indicará en cada momento lo que siente y si se nota mareada, pararemos. Todo irá bien señora.
-De acuerdo. Aunque yo no venía a esto. He venido a acompañar a mi marido.
-Ya. No se preocupe.
El negro me abandonó y se sentó en una silla que había al lado de la mesa. Escribió algunas cosas en un papel y cuando hubo terminado me habló con suavidad. Su voz grave se volvió algo aflautada y graciosa.
-Bueno empecemos pues. Puede dejar su bolso allí, dijo señalándome una percha en una especie de probador de ropa. Entre allí y quítese los zapatos. Haremos un previo.
Me dirigí al lugar que me había dicho el negro y descorrí una cortina. Una silla era todo el mobiliario que se encontraba dentro de aquel cuartillo que era clavado a un probador de cualquiera de los grandes almacenes que hay en Madrid. Penetré en el interior y me senté. Saqué mis zapatos. Los dejé al lado de la silla y me incorporé. Tomé el bolso del suelo y lo colgué en uno de los tres ganchos que había en la percha y salí.
-Venga por aquí. Túmbese en esta camilla.
Me acerqué donde me dijo y me encaramé encima de una camilla. Apoyé mi cuerpo sobre el cuero y el se situó tras de mi. Ladeó mi cabeza con ambas manos y me tocó el cuello en su parte interior varias veces. Tenía las manos cálidas. Grandes y suaves. Unos cinco minutos bastaron para esa inspección. Luego me dijo que me levantara y me incorporé. Me quedé sentada mientras el observaba mis pies. Hizo un gesto de afirmación y me dió la mano para ayudarme a bajarme de la camilla.
-Ahora Cristina, mientras yo preparo esto, quiero que entre en el cuarto donde ha dejado los zapatos y quiero que se desvista por completo. Una vez lo haya hecho se pone esta bata y este gorro para no mojarse el pelo. Luego va usted a aquella puerta y en su interior encontrará una ducha. Dúchese levemente y séquese bien, luego se pone la bata y vuelve aquí.
-¿Me tengo que duchar? Pregunté incrédula.
-Es imprescindible Cristina. Dijo sonriendo.
Desaparecí tras la puerta y me duché. Un baño limpio y bonito se escondía tras esa puerta. Tomé una toalla limpia y olorosa y me sequé como me había dicho el negro. Luego me puse la bata azul nuevamente y salí a la estancia principal. Ahora todo estaba más oscuro. Una luz, que no sabría decir si era rojiza, daba un tono misterioso a la estancia.
-¿Qué ha pasado con la luz? Pregunté espontáneamente.
-Oh, es una recreación de relax, de ambiente. Se sentirá más cómoda y con más intimidad. Ahora quiero que se tumbe en la camilla, como lo hizo antes. Puede quitarse el gorro, ya no le hará falta. Y anúdese la bata en su espalda.
Evidentemente ya la tenía anudada. Era una bata azul como esas que te dan en los hospitales. Abierta por detrás. No estaba por la labor de que al caminar o moverme, Mensaka me viera el culo. Me tumbé en la camilla boca arriba. Como el me dijo.
-¿Qué me va a hacer?
-Daremos un masaje en la zona cervical para relajar la zona. Luego iremos examinando la columna para detectar una posible vértebra como la causante de su mal y la masajearemos también. Le servirá de relax y luego investigaremos de donde puede proceder la dolencia o el pinzamiento de cervicales. Naturalmente esto habrá de confirmarlo con una radiografía.
Se empezó a untar sus manos con una crema sacada de un tubo parecido a los de las pomadas. Llevaba una camiseta blanca muy ajustada, un pantalón azul de enfermero y unas zapatillas de tela o de lona. No era enteramente negro, era mulato. Tenía una estatura considerable comparada conmigo. Su mano abrazaba mi cuello sin esfuerzo. Me podía estrangular con una sola mano sin el menor esfuerzo. Terminó de untarse la pomada de marras y se acercó a mí.
-Cristina, quiero que se incorpore. Siéntese lo mas recta que pueda.
Lo hice como me indicó. La abertura de la bata en mi espalda se mantuvo firme. Cerrada. Con un rápido movimiento comenzó a masajear mi cuello y a ladear mi cabeza hacia los lados, primero hacia delante, y atrás después. Permaneció unos cinco minutos así. Una vez hubo terminado con el cuello, se limpió las manos dejándome sentada sobre la camilla.
-Ahora quiero que se venza ligeramente hacia delante, como si quisiera tocarse los dedos de los pies con las manos. Pero no es necesario que lo haga. Permanezca en esa postura lo más relajada que pueda.
Me incliné hacia delante con mis manos queriendo tocar mis pies. Estaba en mal forma física. No llegaba a ellos. Tendría que ir a un gimnasio y practicar aeróbic o algo que le diera elasticidad a mis músculos. De pronto, el vértigo se apodero de mí. Mensaka había desatado mi bata y dejaba mi espalda al descubierto. No dije nada aunque me moría de vergüenza. No porque me viera la espalda, si no porque viera el comienzo de mi culo. Raudo puso sus palmas de ambas manos en mi espalda y comenzó a oscultar una a una mis vértebras. El juego de sus dedos era curioso y me provocaba placer, calma, relax y cosquillas.
-¿Está bien? Me preguntó.
-Si. Dije por toda respuesta.
-Veamos .
Siguió con sus manos tanteando concienzudamente mi columna vertebral. Ascendía de vez en cuando hasta mi cuello como buscando una referencia y luego descendía por la columna de nuevo. De vez en cuando me tomaba con una mano la cara y giraba mi cabeza.
-¿Qué edad tiene usted Cristina?
-27 años.
-Es muy joven para tener las cervicales en este estado.
-¿Ve algo? ¿Nota algo extraño?
-Si. Tiene un pinzamiento en ellas. Lo que aún no sé si es provocado por la columna o por algún músculo o tendón que esté inflamado. Pero lo descubriremos. Esté tranquila. La columna aparentemente no está mal.
Fue presionando las vértebras una a una y noté sólo dolor en las dos que me había dicho antes. Y al llegar a la rabadilla del culo presionó fuertemente y también noté dolor.
-No se preocupe. Es normal. Luego arreglaremos esto. Es muscular. Ahora incorpórese un poco. Trate de mantener la espalda recta y la barbilla en alto.
Así lo hice. Me tocó el cuello nuevamente. Luego, otra vez la espalda. Presionaba y presionaba en una vértebra y no me dolía nada.
-Ahora vuelva a la postura inicial. Vénzase hacia delante y ahora sí, ahora trate de tocar los dedos de sus pies.
Así lo hice. Me vencí hacia delante y ahora ya pude agarrar los dedos de mis pies con ambas manos.
-¡Esto es maravilloso! Ya puedo llegar a mis pies. Dije alborozada.
-Y aún no hemos hecho nada. Pronto se sorprenderá.
Volvió a la carga con mi columna. Siguió tanteando con paciencia mis vértebras una a una. Luego dijo algo así como "Costillas". No entendí la frase en un principio.
-Veremos sus costillas. Dígame si le duele.
Ante mi sorpresa metió ambas manos en el interior de la bata por los dos lados de mi cintura. Palpó las costillas más bajas. Luego ascendió a las costillas superiores. Sus manos tropezaron con mis pechos. Me puse nerviosa. Recorrió con sus manos la extensión de las costillas una a una como antes había hecho con mis vértebras. Mis pechos rozaban en sus muñecas. Con su antebrazo tocaba mis tetas. Yo estaba violenta y nerviosa. El lo notó.
-No se preocupe. Estoy examinando sus costillas. Terminaré enseguida. Relájese.
Traté de hacerlo ahora que sus manos no estaban cerca de mis pechos. Pero volvió a las costillas superiores y mis pechos descansaron sobre sus muñecas. Mantenía la bata azul puesta, pero pese a eso, sentía como sus manos rozaban una y otra vez mis pechos. También noté como mis pezones se endurecieron ante el roce de sus muñecas. Terminó y gracias a Dios sacó sus manos del interior de mis costados.
-Yo creo que esto va a venir de los pies. ¿Camina con tacones muy altos?
-Si. Dije con voz apenas audible producto de la tensión que sentía.
-¿Normalmente o sólo en momentos puntuales?
-Normalmente.
-¿Carga usted hacia algún lado?
-¿Cómo dice?
-Si. Si nota usted que pisa más hacia la izquierda que hacia la derecha o viceversa.
-No lo sé. No he notado nada.
-Ya. No se preocupe. Ahora quiero que se tumbe en la camilla. Pero ahora lo hará boca abajo.
Me tumbé como me dijo. La bata se mantenía en mi cuerpo. Pero no olvidé que la raja de la bata estaba en la parte de atrás, y aunque la tenía atada a la cintura, probablemente dejara ver mi culo. Así que me tumbé y me di todas las mañas para tapar mi trasero y sujetar la bata con la mano para que la abertura no se abriese.
-No no no las manos quiero que las deje con las palmas apoyadas en la camilla. Extienda sus brazos en paralelo con su cuerpo y ponga las palmas apoyadas en la camilla. Ahora tengo que examinar la parte baja de su columna. Tendré que descubrirla.
-¿Descubrirme?
-Si. No se preocupe. Y lo dijo tan tranquilo.
-¿Pero es necesario? Quiero decir que si ..es
-Si. Tengo que asegurarme por entero del estado de su columna.
Y abrió mi bata dejando mi espalda, culo y piernas al descubierto. Me moría de vergüenza. Jamás, nunca, en ningún lugar .nunca había mostrado mi desnudez a hombre alguno que no hubiera sido mi marido. Me trajo una almohada pequeña y me dijo que apoyara la cabeza en ella.
-No se preocupe. Seré rápido. Mantengase relajada por favor.
Como si fuera fácil. Medio desnuda encima de una camilla. Y con un extraño allí. A mi lado. Observando mi figura, robando la visión exclusiva a mi marido.
-¿Qué me va a hacer? Pregunté azorada y muy nerviosa.
-Tengo que cerciorarme de las condiciones en las que se encuentran todas y cada una de sus vértebras. Para ello tendré que tocar aquí. Dijo poniendo su dedo encima de la rabadilla de mi culo, ante lo que di un respingo. Tranquilícese. Lo esta haciendo muy bien. Terminaré lo antes posible. Comprendo su situación, sé que es incómoda. Pero no se preocupe. Soy un profesional y usted mi paciente, y como tal la veo Cristina.
Cerré mis piernas todo lo que pude. El magreaba con sus grandes manos el comienzo de mi culo. Se deleitaba en el hueso, es cierto, pero yo estaba de los nervios. Pensé que pese a tener juntas mis extremidades inferiores, eso no evitaría que mi vello se mostrara entre la parte inferior de mis glúteos. Mis nervios aumentaban cada vez más.
-Bueno, su problema de cervicales no viene enteramente de la columna, como pueda parecer. Tiene hasta ahora tres problemas .
-¿Tres? Si a mí no me duele nada. Dije confusa.
-Lo sé. Pero le dolerá si no corregimos esto. Tenemos un problema principal aquí, dijo tocándome el cuello, en las cervicales, esto esta provocado por estas tres vértebras, que también andan dañadas. Esta, esta y esta, dijo poniendo sus dedos encima de cada una de ellas. Y el tercero es este. Dijo tocando mi rabadilla. Ahora examinaremos los pies y veremos de donde viene esto. Ahora le voy a pedir que se incorpore y se cubra con la bata. Luego, siéntese en el borde de la camilla.
Lo agradecí. Me puse en pie y me volví a atar la bata en la cintura. Me senté en la camilla como me dijo y el se agachó al suelo. Tomó mis pies, primero uno, luego el otro. Masajeó como buscando algo en ellos. Luego ascendió hasta los gemelos de ambas piernas. Después levantó mi bata hasta los muslos y se centró en las rodillas. De vez en cuando hacía gestos significativos. Como si algo no le gustara. De las rodillas pasó al comienzo de mis cuadriceps. Y resopló. Y volvió a resoplar. Y siguió resoplando. Y yo casi me meo encima, tal vez por los nervios, tal vez por el temor a lo desconocido.
-Bueno Cristina. Ya sé que le ocurre. Mire, en este pie derecho, tiene una pequeña malformación. En el talón. Es algo parecido ..podríamos decir .un espolón. No es eso, pero algo similar. Le digo esto para no liarla y para que me entienda mejor. Esto le provoca que apoye menos este pie que el otro. Lo que da lugar a una inflamación no muy notoria de este músculo, pero que transmite o se une con este otro, en el glúteo. Esto provoca lumbalgias. Al pasar por aquí, dijo señalándome la rabadilla de su culo, se manifiesta en la vértebra y eso hace que estas dos estén tocadas. Llegando a las cervicales, que es donde se manifiesta todo.
-¿Entonces?
-Lo podemos solucionar. La malformación es muscular. Probablemente de llevar algún zapato con tacón excesivamente alto. O simplemente espina bífida. Solucionaremos esto.
-¡Pero cómo lo va a hacer!
-No se preocupe Cristina. No será doloroso. Pero necesitaré que se tumbe en la camilla. Tendré que masajear sus pies, luego sus gemelos, sus muslos y su espalda. Será trabajoso pero sencillo y obtendremos que se vaya usted de aquí como nueva. No la curaré, pero al menos estará bien una larga temporada. Eso espero.
No sé si entendía lo que me decía ese hombre. Habló de mis pies, mis gemelos, mis muslos ..estaba asustada. Opté por dejarme llevar a la vez que pensé en cómo hacerle pagar a mi marido por haberme obligado a acompañarle a ese lugar.
-Bien, primero vamos a trabajar la zona trasera. Así que túmbese boca abajo.
Me tumbé en la camilla como me dijo. Boca a bajo. Como ya había estado antes. El desató mi bata azul y la separó dejando mi cuerpo completamente desnudo. Junté nuevamente las piernas para que no pudiera ver mi sexo. Mi culo ya lo veía claramente. Notó como me cubría para que no me viera el coño. Y me lo dijo. Sin cortarse ni un pelo.
-Si lo desea puedo atenuar más la luminosidad de la sala. Tal vez se encuentre más cómoda. Muy sutíl el negro.
-Casi mejor. Me oí decir con un hilo de voz.
Mensaka bajó la intensidad de la luz. Sus manos iban y venían por toda mi espalda. Los tobillos, los gemelos, los glúteos. Yo estaba desnuda, aunque con la bata puesta, y un hombre que no conocía de nada, en una tarde que no esperaba se desarrollara así, me estaba tocando a su antojo. Traté de pensar en mi marido. No lo conseguía. Estaba nerviosa pero también me estaba empezando a relajar con las manos de Mensaka. Desde luego sabía lo que hacía. No me cabía duda. Pero mi relax duró poco. Su mano penetró entre la camilla y mi cuerpo hacia mi vientre. Con la palma abierta apretó mi vientre y con la otra mano, por encima, mi espalda.
-¿Es necesario esto? Pregunté un tanto indefensa.
-No lo dude Cristina. Pero ya terminamos. No se preocupe. Yo estoy centrado sólo en resolver su problema.
A duras penas me pude quedar quieta y traté de relajarme. Y entonces sentí un hormigueo dentro de mí. Empecé a pensar en como sería la polla del negro. Mensaka sólo hacía su trabajo, pero yo ahora me centraba en el roce que producían sus manos en mi cuerpo. Terminó relativamente pronto para mi gusto y me dijo que me volviera. Lo hice con pudor. Cubriéndome con la bata. Me tumbé boca arriba.
-Cristina, ahora debe quitarse la bata.
-¿Quiere que me quite la bata y me quede desnuda?
-Exacto.
-¿Pero .?
-No se preocupe. Todo esta bien. Seré lo más breve que pueda.
Me incorporé en la camilla y saqué los brazos de la bata. Mis pechos se reflejaron en su cara. Noté como me los miraba con atención. Sin disimulo de ningún tipo. Me violentó aquello. Luego cerré los ojos y el retiró la bata. Me tumbe boca arriba completamente desnuda. Mantuve mis ojos cerrados. No quería ver nada. No podía. Me moría de vergüenza. El se aplicó en mis piernas primero, luego en mi vientre, rozando de vez en cuando mi vello, y después en mis hombros. Al cabo de un rato volvió a mis muslos. Me hacia daño, pues no paraba de apretar mi cuadriceps y creí que me iba a provocar una lesión.
-Me hace usted daño. Dije.
-Lo sé. Es natural. Estoy apretando. Pero enseguida se le pasará. No se preocupe Cristina. Ahora la daré un masaje de relax con un aceite especial para la piel. Eso la quitará el dolor y relajará su cuerpo.
Y tomándome por el talón del pie derecho, levantó mi pierna. Comenzó a masajear con una mano el tobillo, el gemelo, la espinilla. Luego dejó mi pierna descansando sobre la camilla y se situó en el extremo inferior de la misma. Alzó mi pierna otra vez. Pero ahora descansó mi talón sobre su hombro y dejó mi pierna en ángulo de 45 grados respecto de la camilla. Sus manos se fueron a por mi muslo y comenzaron un masaje frenético. Por arriba y por abajo. Con fuerza. Hasta la ingle. Otra vez rozaba mi sexo con su antebrazo. Yo tenía los ojos cerrados. Sé que el me estaría mirando el coño. Yo hubiera hecho lo mismo. Pensé que tal vez estaría harto de ver coños y no poder tocarlos. El era masajista. Cuando terminó con esa pierna se fue a la otra. Repitió la operación. Comencé a sentirme rara. Sentía el roce de su brazo en mi vello. Sentía algún golpecito en mi sexo provocado por su antebrazo. Traté de incorporarme para ver. Lo hice y él no me dijo nada. Seguía a lo suyo, que no era otra cosa que masajear mi muslo desde la rodilla hasta la ingle. Me violenté al verme allí, semisentada con mis piernas separadas y una de ellas en el hombro de Mensaka. Me bajó la pierna y aproveché para juntarlas y tapar así mi raja. No es que se viera demasiado, pero él si podía verla bien. La luz no era tan tenue como para ocultar mi coño a su vista.
-Dese la vuelta. Trabajaremos con un masaje suave la espalda y glúteos.
Me puse bocabajo de nuevo. Más crema o más aceite. Mi espalda parecía una pista de patinaje. Sus manos resbalaban por toda su extensión. Desde los hombros hasta la cintura. No olvidaba los lados de mi cuerpo. Yo mantenía los brazos colgando hacia el suelo y la cabeza de lado. Mis ojos estaban cerrados. De pronto noté sus manos en mis nalgas. Hacían lo mismo. Masajeaban mis glúteos. Otro sobresalto se produjo en mí al notar como separaba un glúteo del otro y profundizaba con su mano cerca de mi ano. Ya no había remedio. Ahora también me estaba viendo el ano. Y sus dedos seguían una línea para mi invisible, cerca de mi agujero. Bajó de nuevo su mano hasta la parte interior de mi muslo, cerca de la ingle. Me abrió las piernas todo lo que pudo. Yo ya estaba expuesta a su antojo. Su masaje provocó en mí una sensación difícil de discernir en ese instante, pero poco a poco me fui dando cuenta que lo que estaba consiguiendo, sin quererlo, era que me excitara. Notaba en mi cuerpo esa sensación de cuando te tocan y quieres más. Me avergonzaba de lo que pensaba y de lo que deseaba. Mi respiración se hizo más agitada. Me sentía húmeda. El lo notó.
-Tranquila Cristina.
-Trato de estarlo. Dije con un hilo de voz.
-Comprendo. Dijo él.
-¿Queda mucho? Pregunté absurdamente.
-Un poco. Pero si quiere podemos descansar.
-No. Termine. Dije.
El siguió cerca de mi coño, en mi ingle y mis muslos. Hasta que terminó. Luego me dijo que me diera la vuelta y así lo hice dando gracias porque hubiera acabado, pues yo ya estaba excitada con ese masaje que me había dado.
-Bueno, ya casi hemos terminado. Ahora esperaremos cinco minutos para que la crema se embeba a través de su piel y untaremos este tonificante para los poros. Yo la dejaré aquí sóla esos cinco minutos.
-¿Dónde va? Pregunté como si yo tuviera derecho a saber dónde iba.
-Voy a lavarme las manos. Dijo. Volveré en cinco minutos. Mientras, usted relájese. Ya casi hemos terminado. Y se fue. Y me dejó allí en estado de sobreexcitación.
Y se fue y me dejó allí desnuda. Tumbada en la camilla. Me dejé caer hacia atrás con mi espalda. Levanté una mano y toqué mis pezones. Estaban duros. Ese hombre me había excitado con su masaje y sus tocamientos. Bien es cierto que en ningún momento me había tocado el coño, el ano o los pechos, sólo había rozado con su antebrazo aquellas partes, pero había conseguido poner mi cuerpo caliente. Ponerle en una situación que demandaba algo más. Bajé mi mano hasta mi sexo y lo toqué. Estaba mojado. Suave. Caliente. Froté un par de veces mi botón y sentí placer. Retiré la mano de inmediato. Traté de saborear lo relajado que se encontraba mi cuerpo. La puerta se abrió irrumpiendo mi relax.
-Bien, ya estoy aquí. Veamos si hemos conseguido que se absorba por completo esta crema. Dijo tocando mis muslos. Perfecto. Ya está. Ahora daré un masaje suave por su cuerpo con este líquido y habremos terminado.
Al fin habíamos terminado. Era un alivio para mí. Se echó líquido de una botellita en su mano y comenzó a extenderlo por mi cuerpo. Con lentitud y suavidad. Mis hombros primero, después mis pechos. Sus manos tropezaban con mis pezones duros. Luego mi vientre. Mis caderas. Mis piernas, mis muslos. Mi pubis. Sobre mi vello. Yo estaba excitadísima. No sabía lo que me estaba pasando. Mi respiración se hizo cada vez más aguda y de vez en cuando, según la zona donde me tocara, se detenía para exhalar aire.
El siguió con lo suyo. Yo con lo mío. Y noté como su mano se afanaba en mi pubis, con lentitud, haciendo círculos sobre el para extender bien el líquido. No podía más. No sé que se me paso por la cabeza. Ni se como pude hacerlo. Elevé mi mano derecha y la puse sobre la suya. Sin tiempo a nada la bajé guiada por la mía hasta mi raja. Y luego, como si nada hubiera pasado, retiré mi mano de la suya y la apoyé en la camilla. El quedó paralizado ante mi actitud. Quedó con la mano sobre mi raja. Yo cerré mis ojos y no dije nada. Levanté mi culo hacia su mano. Un poco, sólo un poco. ¡Que puta me sentí! Pero no me importaba nada. El seguía con su mano quieta. No se atrevía a lo que yo le había insinuado ya. Le oí respirar deprisa. Mi mano ascendida a mi pecho y lo toqué con lentitud recreándome en mi pezón. Con la mano quieta sobre mi raja hizo un ruido y abrí los ojos, sin vergüenza. Excesivamente atrevida. Como una puta que quiere ser follada olvidándose del cobro.
-¿Qué ocurre Cristina?
-Nada. Me limité a decir.
-¿Seguimos? Preguntó.
Me limité a mover mi cabeza en gesto afirmativo. Entonces su mano se puso en movimiento. Pero ahora sí, ahora frotaba mi raja con sus dedos. Luego separó sus dedos y se jactó de mi humedad. Noté como resbalaba un dedo de esa mano grande entre mi surco sin penetrar en el interior. Me incorporé y con mi cuerpo compuse la figura del que implora. Se paró en seco y me miró. Mi boca abierta y mi respiración agitada eran la señal.
-¿Se encuentra bien Cristina?
-Dentro de lo que cabe si, ahhhh . Dije. Siga por favor.
No hizo falta más. No hicieron falta más preguntas. Estaba claro lo que yo deseaba. Sólo había una duda, si Mensaka sería capaz de apartar su dignidad profesional y que dejara paso a su instinto de hombre. Mis elucubraciones terminaron de inmediato. La mano de Mensaka se aplicó en mi surco dándome placer y colmando mi demanda. Ahora colaboró con la mano sobre mi pecho a la vez que introducía un dedo dentro de mí. Me incorporé sobre la camilla con los brazos hacia atrás y las palmas de las manos apoyada en la sábana con la que estaba cubierto el skay de la camilla. Doblé mis piernas y las encogí para dejarle más expuesto el foco de mi deseo. Su dedo penetraba tieso, vigoroso y con el dedo gordo, frotaba mi botón haciéndome que me mojara más y más. Veía estrellas. Eché la cabeza hacia atrás y cerré los ojos a la vez que me mordía los labios y comenzaba a gemir sudorosa. El cortó de plano aquella escena. Lo hubiera matado allí mísmo.
-Cristina no quiero .que usted ..no quiero que parezca que abuso de mi posición para ..no es lo que .no debo .esto .
-Calla, y sigue. Por favor. Sigue con eso. ¿No te gusto como mujer? Dije sin reconocer mi voz.
-No es eso ..yo estoy muy bien aquí, con el Doctor, este trabajo me gusta y me costó ..
-Nadie tiene por que enterarse de nada. No pasará nada. Y eché mano a su bulto que ya había crecido dentro de su pantalón. Lo sobeteé con la mano tal vez deseando tenerlo sobre mi palma.
-¿Esta usted segura de esto Cristina? Me preguntó.
-Ohhhhh si sigue como antes.
Volvió con su mano a mi raja. Introdujo dos dedos dentro de mí. Me estaba follando con sus dedos. Eran grandes y bien podrían haber pasado por la polla de mi marido. ¿Mi marido? No pensaba en el. No pensaba en nada excepto en sentirme de una vez por todas saciada. Miré mis pezones. Duros como piedras. Mi cuerpo emanaba calor y sudor.
-¡Sácatela! Dije ansiosa.
Mensaka se apartó de mí y me dejó en la camilla. Se acercó a la puerta y cerró el pestillo. Algo inusual. Cuando la luz de la puerta estaba roja, nadie entraba porque se suponía que alguien estaba dando un masaje a una persona y no eran molestados. Pero el cerró el pestillo. Lo vi perfectamente mientras esperaba su regreso.
Se acercó hasta mí y se sacó el botón del pantalón. Lo sacó por sus pies y sus largas piernas morenas, bien formadas, hicieron su aparición. Luego bajo sus slips y dejo ver aquello que yo había imaginado. Un tamaño grande, una dureza morcillona, y un prepucio bajo que dejaba ver su capullo, me sorprendió gratamente.
Mensaka tiró de mi cuerpo hacía el suyo. Abrió mis piernas y se metió entre ellas. Su pene descansaba en mi pubis. Me besaba con esos hermosos labios que tenía. Con mi mano agarré aquello que ya estaba duro. Me tumbé en la camilla y lo metí en mi boca para endurecerlo del todo. Cuando Mensaka se vio con su polla dura, no esperó. Me sentó en la camilla y abriendo mis piernas de nuevo, se abrió paso hacia mi interior. Abrazaba sus riñones mientras el me penetraba una y otra vez. Pensé en mi marido. Nunca le había sido infiel. Nadie había visto mi cuerpo desnudo jamás, excepto él. Me estaba comportando como una vulgar mujerzuela ávida de deseo. Notaba su largo y grueso pene separando mis carnes hasta llegar a mi útero. El retroceso de aquella barra negra hacía que mis carnes se relajaran un instante para volver a abrirse de par en par ante la entrada de esa polla negra. El orgasmo me llegaba. Sus bolas duras golpeaban en la parte baja de mi sexo, en mi ano. La lentitud con la que entraba y salí me alteraba más. Yo quería, yo deseaba que empujara con todas sus fuerzas, pero él se resbalaba dentro de mí con lentitud. El placer me machacaba, sentía aproximarse el clímax, el momento en el que yo compungiría mi rostro y emitiría sonidos de saciedad. Clavé mis uñas en su espalda y me apreté contra su cuerpo a la vez que nos vertíamos. Su semen inundó mi vagina. Y sentí un nuevo mareo, pero este era de placer. Las oleadas de subidas y bajadas de placer hicieron de mí una mujer sometida a ese trozo de carne, a ese negro.
No dijo palabra alguna. Salió de mi interior y recogió su pantalón. Se lo puso mientras yo me quedé tumbada encima en la camilla.
Cuando me recompuse me di una ducha ligera para lavarme sus restos. Me vestí. Mensaka se había marchado y me había dejado sóla. Al rato regresó para decirme algo.
-De lo que ha pasado aquí, mejor nos olvidamos. Se lo ruego. Dijo.
-No podré olvidar este masaje. ¿Podré volver? pregunté
-Será mejor que no. Me dijo mientras salía de la habitación, ya para no regresar.
Mientras me vestí pensé en lo que había sucedido. Nunca había estado con otro hombre. Nunca nadie me había tocado. Sólo había sido de mi marido. Todo cuanto el me daba era bien recibido por mi, pero Mensaka me había hecho sentir algo distinto, único, algo que nunca olvidaría, algo que quería revivir de nuevo con el o con otro. Sentí un nuevo escalofrío recorriendo mi piel. Creí morir.
Luego me vi en la calle al lado de mi marido. El no podía ni imaginar que había sido follada por Mensaka. Se limitó a decirme lo bien que se encontraba. Como siempre él era lo primero. Ni me preguntó por mis cervicales. Pero yo me encargué de decirle que los 350 euros que había pagado, estaban más que aprovechados. Lo miré subida en mi pedestal de placer y lo ridiculicé al máximo en mi interior. Sentí que a partir de ese instante yo sería la primera, mis dolores serían más fuertes que los suyos y mi preocupación hacia él no sería la mísma. Quise decirle, quise gritar al mundo que había sido follada por Mensaka, pero soy mujer, y lejos de vanagloriarme por aquello, opté por lo más sensato, callar. Era mi infidelidad. La primera de muchas más.
Mi marido me entregó las facturas de nuestros masajes. Doblados ambos albaranes los guardé en el bolso. Seguro que en el mío ponía "Bienvenida al placer". Sonreí por lo ocurrente de mis pensamientos. La voz de mi marido dijo algo que no entendí y me limité a contestar algo que muy bien pudiera no estar relacionado con su frase.
-No se tú, pero yo estoy divina de la muerte. Dije.
-Yo también me encuentro mejor. Contestó el. Te quiero Cris, ¡No sé que haría sin tus consejos!
-Yo también te quiero. Y estoy mejor del mareo de mis cervicales. ¡Tal vez tenga que darme de vez en cuando otro masaje!
-Cuando tú quieras cielo. Dijo el a la vez que me besaba en la mejilla y caminábamos por la calle Serrano.
Coronelwinston