Mensaje a maría
Antes de taparte los oídos te daré una llave.
María
Miércoles noche, María había recibido un E-mail de su cyber Amo, iría a visitarla al día siguiente.
No daba crédito al mensaje, ella no se encontraba preparada todavía para verle, para tener con él una sesión real, sin embargo no tenía otra opción, se verían.
E
l mensaje le decía cómo tenía que vestirse, cómo maquillarse, cómo perfumarse, cómo depilarse.
Esa noche no pudo cenar, los nervios se lo impidieron.
Calentó la cera, se desnudó y colocándose en el baño empezó la tarea…primero las piernas, luego las axilas, finalmente las ingles, llevando cuidado de no pasarse, porque debía ir bien delimitada la inicial de su Amo en su monte de Venus.
Preparó su ropa con esmero; una falda cortita, vaporosa y amplia, una camiseta escotada marrón, unos zapatos de tacón alto negros, un pequeño bolso para llevar lo imprescindible, un collar de fantasía largo, y… nada más.
Esa noche debía dormir desnuda, atada a la cama con unas cuerdas de algodón anudadas a sus tobillos, y otra a una de sus muñecas.
No se le permitía tocarse.
Se levantó a las cinco de la mañana, se tomó un café y se encendió un cigarrillo, se dió una ducha rápida, se hidrató el cuerpo con una crema especialmente olorosa y suave, se puso unas gotas del perfume que le había recomendado su Amo, se maquilló suavemente, y se puso en sus ojos el color que le recomendaba Él, -gris azulado-, para que hiciese juego con sus hermosos ojos intensamente azules.
Maquilló sus pestañas y se pintó los labios color rojo, no olvidándose del colorete.
Se vistió y bajó al rellano de su portal, allí estuvo esperando recibir órdenes durante quince minutos, un cuarto de hora que se le hizo eterno.
Recibió una llamada a su móvil, iría un taxi a recogerla, debía subir en él e ir adonde la llevase, sin mediar palabra, y dejarse hacer lo que el taxista le solicitase.
Llegó el vehículo cinco minutos más tarde, María estaba excitada, muerta de frío y de ansiedad.
El conductor le indicó amablemente que subiese al taxi y se puso en marcha.
A los cinco kilómetros del trayecto, se detuvo, bajó y abrió su puerta; sin decir nada le colocó un pañuelo de seda sobre sus ojos, y se lo anudó suavemente detrás de su nuca.
Le levantó la camiseta, no sin algo de innata resistencia por parte de ella, que rectificó inmediatamente y dejó al descubierto sus hermosos pechos excitados y duros.
La echó hacia delante y le cogió ambas muñecas, anudándolas a su espalda, le colocó el cinturón, que le rozó sus pezones, y dejándola así reanudó la marcha.
María calculó media hora desde que el taxista la maniatase hasta que se paró nuevamente el coche.
La hizo bajar, y con suavidad, cogiéndola por su collar, le iba indicando cómo debía dirigir sus pasos para no tropezar.
Bajó unas escaleras, despacio, en silencio contó más o menos diez escalones.
La hizo detener en medio de una estancia.
Así estuvo esperando, de pie, sin moverse, tal como le había indicado, otros quince minutos.
María estaba temblorosa, nerviosa, cuando oyó unos pasos diferentes a los del taxista, al que también sentía allí.
Sintió en su cuello el cálido beso de un hombre, y una voz que le decía: -no te preocupes, soy yo, tu Amo-.
Notó su cuerpo junto al suyo, abrazándola, tranquilizándola, acariciándole el pelo suavemente, mientras le decía: vamos a empezar la sesión, María, ¿estás preparada?.
Ya puedes hablar, -le dijo- todo y cuanto desees, también gritar. Pero no podrás verme todavía, no verás nada, ¿de acuerdo?.
Ella le dijo, -sí, Mi Amo-.
Una cosa más, -le dijo él- tampoco te permitiré oír nada, te voy a poner unos tapones de cera en los oídos.
Ella respondió: -como desee, Señor-.
Antes de taparte los oídos te daré una llave, una llave grande y pesada de un antiguo portón, que mantendrás entre tus manos mientras dure la sesión, y que sin la sueltas entenderé que no deseas continuar más con ella.
-¿Entendido?-.
Ella solo pudo asentir, no le salían las palabras de la boca.
Sintió en sus manos el tacto frío de la llave, y seguidamente en sus oídos el taponamiento.
Sus manos fueron atadas a una columna baja, su camiseta cortada con unas tijeras, y su faldita desgarrada dejándola completamente desnuda.
Su collar fue anudado en corto, y así en esa postura empezó a sentir el contacto con algo de cuero, algo que se deslizaba por su piel, que acariciaba sus pechos, sus muslos, sus nalgas, sus pies, y que de pronto golpeaba su cuerpo con creciente actividad, rítmicamente, a tandas, y, que entre cada tanda le acariciaba la zona golpeada.
Ella de vez en cuando lanzaba un quejido, un gemido, o un suspiro, según fuese la sensación que sentía.
Sintió cómo le abría las piernas, y la dureza del castigo también en su sexo, ya mojado por la incomprensible excitación.
La desató y le volvió a atar las muñecas por delante.
Ella no soltaba la llave.
La izó subiéndola lentamente, notó cómo se iban tensando sus brazos al aguantar el peso de su cuerpo , sus pies apenas alcanzaban el suelo.
Notó cómo un látigo golpeaba sus nalgas, sus piernas y su espalda, lo que provocaba en ella verdaderos gritos de dolor.
Ella perdió la cuenta de los golpes.
La descendió un poco, de manera que sus pies alcanzaran el suelo, y sintió la presión en su cuerpo de algo que le apretaba la piel con tenacidad. Unas pinzas –pensó ella-, unas pinzas colocadas estratégicamente siguiendo un orden, desde su abdomen hacia sus pechos para terminar finalmente en sus pezones, lo que la hizo gemir de nuevo.
Una fusta se cebaba en su piel acariciando y golpeando las zonas que no habían sido pellizcadas con las pinzas, y, de pronto, después de casi un minuto de inactividad sintió como si se desgarrase su piel, arrancándole el más profundo y prolongado de sus gritos.
Le había arrancado todas las pinzas de un tirón, de golpe.
Se quedó casi sin sentido, llorando y respirando profundamente, pero sin soltar la llave.
Se quedó colgando de sus ataduras, como una muñeca inerte, no dando crédito a lo que estaba soportando por Su Amo.
La bajó un poco más, sus rodillas casi tocaban el suelo, cuando sintió que su cabeza era echada hacia atrás y sujetándola por el pelo, le abrían la boca.
Notó cómo sobre sus labios se acercaba un pene, un miembro enorme que no pensaba que cupiese en su boca.
Le tiraron más del pelo, y la abrió todo lo que pudo, no tardó en sentir cómo era inundada su garganta por el semen de aquel macho, semen que casi la ahoga y que la hizo llorar de angustia.
Se sentía humillada, más si cabe cuando notó sobre su cuerpo las manos de los dos hombres acariciándola por todas partes, sin ningún pudor.
La desataron y la colocaron sobre un potro, de espaldas, haciendo que abriese las piernas y atándoselas a los pies del mueble.
Sintió dentro de ella, en su sexo, cómo le era introducido un objeto metálico, frío, y que se puso a vibrar. También encajó otro del mismo tamaño notando cómo se lo deslizaban en su ano, previamente lubricado, pero que a pesar de ello, le hizo lanzar otro sonoro alarido.
Se los dejaron los dos alli, por espacio de veinte minutos, ella se contorsionaba suplicando piedad, presa de las convulsiones que le proporcionaban sus repetidos orgasmos.
Esperaban que ella no pudiese aguantar más y soltase la llave que tan celosamente sujetaba entre sus manos.
Le sacaron los objetos de su interior, la dejaron descansar sobre una manta en el suelo y así permaneció por otro prolongado espacio de tiempo.
Se sumió en un profundo sueño, y al despertar, sintió cómo le eran retirados los objetos de su interior, el taponamiento de sus oídos, y la venda de sus ojos con exquisita dulzura.
Delante de ella dos personas, un hombre y una mujer.
El hombre acercándosele le susurró: -Yo soy tu Amo, María, y ella es tu hermana de collar y se llama Marta.
Había iniciado una nueva etapa en su vida. Un episodio que por tan deseado la hizo nuevamente derramar esas lágrimas que tanto la embellecían.
Era la sumisa de su Señor, -eso la llenaba de orgullo-, tenía también una hermanita de juegos, tenían toda la vida por delante y un cuerpo ardiente que calmar.
Además... tenía la llave.