¿Menos mi madre...?

La historia de cómo, por culpa de un desengaño amoroso que desequilibró su mente, mi hijo me acabó sometiendo sexualmente.

Me llamo Marisa y tengo 49 años. La idea de poner sobre el papel mis pensamientos acudió a mi mente mientras relamía los últimos restos de leche que salían del culo de, Sonia, mi hermana mayor, ante la atenta mirada de Víctor, mi hijo. Mientras saboreaba el espeso esperma de mi hijo, tuve tiempo de reflexionar sobre aquella frase que él solía repetir obsesivamente: "¡Todas las mujeres son unas putas!" . Según le daba, Víctor solía personalizar el refrán, y cambiaba el son , por un sois, para incluirme en el lote.

La frase, como es bien conocido, se completa con una parte que Víctor omitía: " menos mi madre y mi hermana ".

¿Menos mi madre? ”, pensé. Está claro que Víctor se había propuesto refutar la afirmación. A vosotros corresponde decidir si tenía razón.

1.

Quizá lo mejor sería empezar por el principio. Me llamo Marisa y hace poco que cumplí los 49 años. Estoy felizmente casada... Bueno, lo de felizmente sería mejor entrecomillarlo en estos instantes.

Cuando comenzó la historia que voy a contar sí que es cierto que formábamos una familia modélica con Nicolás, mi esposo, un ingeniero de 60 años y Víctor, nuestro único hijo, que acaba de cumplir 23 y estudia Derecho en la Universidad.

Tan solo hace un par de meses todo era perfecto. Yo repartía mi tiempo entre las tareas de la casa y hacer algo de deporte, si a la Zumba se le puede llamar deporte, claro. Nicolás, cómo en tantas otras ocasiones, estaba trabajando en el extranjero, en un proyecto de una presa, que le iba a mantener fuera de casa, como mínimo seis meses, con esporádicas visitas algunos fines de semana. Y Víctor se encontraba centrado en sus estudios y dedicando el poco tiempo libre del que disponía a salir con Aurora, su novia de toda la vida, una chica del barrio que trabajaba en una tienda de ropa de sus tíos.

Cómo puede verse, no es que fuese una situación idílica, pero nuestra vida transcurría plácida y sin contratiempos previsibles.

Hasta que llegó febrero y el periodo de los exámenes. Víctor, que si en algo ha destacado siempre es por su elevado sentido de la responsabilidad, se concentró plenamente en los libros y, prácticamente, vivió aquel periodo encerrado entre la biblioteca de la Universidad y su habitación. Incluso dejó de salir con Aurora, hasta que acabase la quincena de las pruebas. No es que la cosa fuese ninguna rareza, Víctor solía hacerlo siempre, en cada periodo de exámenes, pero, esta vez, algo se torció.

En esta ocasión, a Aurora parece que la cosa no le hizo mucha gracia y tuvieron una pelotera. Al final, Víctor se salió con la suya y se presentó, con éxito, a los exámenes tras dedicar todo su tiempo al estudio. Después, reanudó su relación con Aurora, pero algo había cambiado.

A los pocos días rompieron de manera abrupta. Yo, en aquel momento no supe la causa, aunque no tardé en enterarme cuando mi hijo, tras la alteración de su carácter que luego contaré, me enseñó el vídeo que había causado el fin de su relación.

Era una filmación de una cámara de seguridad de la tienda de ropa en la que trabajaba la chica que, al parecer, algún alma caritativa (y bastante cabrona…) había enviado por Whatsapp a un chat de amigos en el que también estaba Víctor. En la grabación, a pesar de la mala calidad, se veía claramente como, tras bajar la persiana de la tienda, a las 20:00, como marcaba el reloj de la imagen, la joven dependienta se arrodillaba ante la silla en la que estaba sentado su jefe (que, para más inri era su tío y estaba casado y con hijos de la edad de Aurora) y tras bajarle la bragueta comenzaba a comerle el rabo con una pericia digna de una buena profesional. A los tres o cuatro minutos, el tío le arrancaba la polla de la boca y tras ponerla apoyada en el mostrador se la clavaba por detrás hasta correrse rápidamente. Después, un par de piquitos y a recoger la tienda como si no hubiera pasado nada. En total, unos cinco minutos de grabación, pero que sirvieron para arruinar la vida de mi hijo y, de rebote, trastornar la mía.

2.

Supongo que todo debería haber sido gradual. Un cambio de carácter lento, aunque fuese a peor, siempre resulta más fácil de asumir y a los que rodean al personaje en cuestión, les resulta más fácil acostumbrarse. Pero no fue así en esta ocasión. Fue, literalmente, de la noche a la mañana. Supongo que por lo traumático del descubrimiento. Aunque jamás hubiera esperado una reacción por su parte como la que iba a tener.

Víctor llegó, derrotado y borracho a casa aquella noche en la que descubrió la prueba de que Aurora le había sido infiel.

Lo recuerdo como si fuera ayer. Tengo su imagen grabada a fuego y, además, tampoco hace tanto tiempo.

Como cada día, había preparado la cena y le estuve esperando un tiempo prudencial para cenar juntos. Hasta que vi que se retrasaba, a lo que no di demasiada importancia, y, dejando su plato en la mesa, tras cenar yo, me senté en el sofá para ver la televisión mientras le esperaba.

No le di demasiada importancia al retraso, ni a que no contestaste a mis WhatsApp. Lo atribuí a que tal vez no tuviera batería y a  que debía estar celebrando el final de los exámenes con su novia.

Pero cuando lo vi llegar, medio descompuesto y con síntomas de embriaguez, él, que prácticamente no bebía nunca, se me encendieron todas las alarmas.

Y más, aún, cuando al tratar de ayudarle me empujó con fuerza, casi derribándome y farfullando entre dientes:

-¡Putas, son todas unas putas!

Sujetándome a un aparador que me impidió perder el equilibrio, le miré asustada:

-Pe... pero, Víctor, hijo... ¿Qué, qué... te pasa? ¿Ha pasado algo con Aurora...?

-¡Cállate, zorra! -gritó- Tú también... Tú también eres una puta guarra como todas... A partir de mañana te vas a enterar...

Estaba asombrada de sus palabras y no supe qué contestar... No entendía nada y me limité a escuchar sus farfulleos de borracho. Lo vi entrar tambaleándose hasta el baño, dónde le escuché vomitar escandalosamente sin atreverme a entrar a ayudarle.

De pie, junto a la puerta del lavabo agaché la cabeza al verlo salir sin atreverme a mirarlo a la cara cuando pasó a mi lado.

Al llegar a mí altura, camino de su habitación para dormir la mona, se detuvo un instante. Pensé que querría decirme algo y cometí el error de levantar la cabeza. Él me miró a su vez y con una especie de sonrisa de desprecio se limitó a murmurar otra vez en voz baja, pero lo suficientemente audible:

-¡Putas...!

Después, lanzó un amago de escupitajo mezclado con restos de vómito. Afortunadamente, estaba tan bolinga que el lapo cayó sobre su pechera. Víctor siguió su camino sin apenas darse cuenta.

Impotente ante la situación, me puse a llorar.

Así permanecí un buen rato, mientras arreglaba el estropicio que había liado el joven en el baño y recogía la intacta cena de la mesa.

Así y todo, cuando me acosté, estaba convencida que todo había sido un hecho esporádico, un accidente, y que, a la mañana siguiente, todo volvería a la normalidad.

Qué equivocada estaba.

3.

Pasé una noche pésima, casi sin pegar ojo. Así y todo, cuando me desperté, no muy tarde, traté de afrontar el nuevo día con optimismo y, sin hacer mucho ruido, me puse a hacer las tareas de la casa esperando que, cuando Víctor se levantase, todo hubiera sido un mal sueño y volviéramos a recuperar la rutina habitual.

Había tomado la decisión de obviar la noche anterior y no mencionar nada de lo que pasó. Esperaba que, evitando los reproches, todo se olvidará.

Víctor se despertó tarde. Sobre las doce apareció en la cocina, dónde yo estaba fregando unos cacharros, con una cara que le llegaba al suelo y aspecto resacoso. Pero lo que más me llamó la atención fue la erección matutina que levantaba su pijama y que él no hizo nada por disimular.

Sin decir una palabra, abrió la nevera y, sacando una botella de agua la engulló casi entera ante mi mirada conciliadora que trataba de ser más de comprensión que de reproche. Quería saber lo que había pasado y estaba dispuesta a comprender y justificar su actitud del día anterior. Quería perdonar y que las cosas fuesen como antes. Quizá por eso el tono de mi voz cuando le saludé resultó más amedrentado y sumiso de lo que cabría esperar. Ahora, pasado el tiempo, pienso que si, en aquellos momentos le hubiese marcado límites y le hubiese reprochado su comportamiento, tal y como habría hecho cualquier persona humillada e insultada de la forma en que él lo hizo, las cosas habrían sido distintas. Aunque nunca se sabe. A toro pasado...

-Ho...hola. Buenos días, hijo... ¿Cómo te encuentras...? ¿Estás mejor...?

Víctor, siguió bebiendo antes de responder, abruptamente:

-¡Estoy súper bien, mamá! ¿No se me nota...? -al tiempo que hablaba se rasco la polla de un modo tan provocativo que me hizo apartar la mirada.

Víctor se dio cuenta y, sonriendo con desprecio, continuó hablando mientras llenaba una bandeja con material para desayunar:

-El único problema es que ayer descubrí que las tías sois unas putas... Y claro, en vista de eso, habrá que aprovecharlo... Digo yo....

Me quedé de piedra y el miedo a descubrir un Víctor desconocido, y no precisamente bueno, hizo que las lágrimas estuvieran otra vez a punto de aflorar.

-Pero, Víctor... ¿Qué es lo que ha pasado? ¿Cómo puedes decir esas cosas...? ¿Qué ha pasado con Aurora...?

-¡Aaaaaay, Aurorita...! Ya juzgarás tú misma... Luego te enseñaré la peliculita que me mandaron ayer...

Al pasar a mi lado, con la bandeja cargada camino del comedor, hizo algo que me desconcertó completamente. Pasó su mano por mi culo con un apretón que tenía muy poco de filial al tiempo que riendo, decía:

-¡Joder, mamá, tienes un buen pandero! Es hasta más grande que el de la puta de Aurora... ¡Si tu puterío está en relación al tamaño de tu culo...! ¡Ja, ja, ja...! Menuda fiesta...

Estaba muerta de vergüenza, asustada y desconcertada, y seguía sin poder reaccionar...

-¡Hala, socia, me voy al salón! A ver alguna peli romántica y cascármela un rato. Si te animas y quieres participar...

Me quede boquiabierta. Todavía estaba intentando asimilar los acontecimientos cuando desde el salón empezó a llegar el sonido inequívoco de una película pornográfica en el enorme televisor que presidía la habitación.

Medio asustada, me asomé con cautela y, desde la puerta de la cocina, contemplé un primer un primer plano de una actriz morena tumbada de lado que encajaba, con presunto placer, una enorme tranca barrenándole el culo.

La mujer, guapa, con una melena ondulada y un buen par de tetas, sonreía a la cámara con la boca entreabierta.

Yo también estaba con la boca abierta y, tan fascinada por las imágenes, que no me di ni cuenta de que Víctor se había girado y me miraba sonriente. Fue su voz la que hizo que separase abruptamente la vista de la pantalla:

-Mira mamá, esta tía es Lisa Ann. Es una actriz buenísima. De Oscar, vamos… ¡Ja, ja, ja…! ¿Has visto…? Si hasta se parece un poco a ti… -asombrada, pude comprobar cómo, mientras hablaba, se estaba pajeando con total descaro. Su polla, grande y venosa, tenía todo el vigor de la juventud, algo que para su padre quedaba en el Pleistoceno… Ahora, a mi marido, a duras penas se le levantaba… Ni con pastillas. La edad, estrés, esas cosas…

Así y todo, nada más lejos de mi pensamiento en aquellos instantes que sentirme, ni de lejos excitada por la situación o algo parecido. Estaba completamente bloqueada. No sabía cómo reconducir el tema y mi mirada vagaba alternativamente de la pantalla y los gemidos de Lisa Ann, a la polla que Víctor meneaba a un ritmo creciente y, finalmente, a la mirada retadora y chulesca de mi adorado hijito. El estado catatónico en el que me encontraba, lo volvió a interrumpir su voz que, imponiéndose a los gemidos del vídeo, dijo, sarcásticamente:

-Pues sí, mamá, esta es una auténtica puta… Pero seguro que tú eres más guarra…

-¿Q… qué… qué…? –balbuceé.

-¡Que tú seguro que eres más guarra, puta sorda!

-Pe… pero… Víc…Víctor…

-¡Joder, tía, hoy estás sembrada! ¡Sorda y tartamuda…! Menos mal que seguro que está todavía bien buena, cabrona… No tanto como, Lisa, pero estás más a mano…

Todavía estaba tratando de procesar la información, cuando me dio una orden imperativa:

-¡Venga, mamá, acércate! Vamos a ver la peli juntos, como una familia unida…

Si hubiese tenido algo de carácter, ése habría sido el momento de pararle los pies a Víctor, pegar un par de gritos y, si era preciso, ponerlo de patitas en la calle.

Pero, al parecer, estaba empezando a aflorar un espíritu de sumisión que desconocía y, en contra de toda racionalidad, empecé a caminar, lentamente hacia el sofá. Mi mente luchaba para detener mi cuerpo, pero, de un modo pusilánime. Al final, me di cuenta de que algo estaba cambiando en mí y la mancha de humedad que se extendía por mi entrepierna no hacía más que confirmar la tesis de Víctor acerca de las mujeres. ¡A ver si iba a tener razón…!

4.

Víctor no pareció muy sorprendido de que le hiciese caso. Se limitó a levantarse un momento para colocar la bandeja del desayuno, que todavía no había tocado, sobre la mesa del comedor y a extender unos cuantos cojines por la mesita para poder estirar las piernas cómodamente dejando para mí el lateral del sofá.

Su polla se mantuvo firme todo el tiempo y, he de decir, que me resultaba fascinante ver un rabo tan grueso y hermoso, así, en vivo y en directo, y no en ninguno de esos vídeos que a veces me llegaban a través de algún grupo de Whatsapp de amigas.

Acomodado en el sofá, Víctor, antes de que me sentase me pidió que me quitase la ropa. Menos mal que en casa siempre tenemos la calefacción a tope.

Iba vestida con una gruesa bata y, debajo, la ropa interior, unas bragas blancas cómodas y un sujetador extragrande. No tengo las tetas de Lisa Ann, sino más grandes, aunque no tan firmes. Hasta aquella época siempre me había resultado bastante incómodo y traumático tener un par de melones tan hermosos. De hecho estaba muy acomplejaba y había barajado varias veces la opción de operarme para reducir el tamaño. Víctor estuvo de suerte de que no me decidiese a hacerlo, sobre todo tras ver el efecto que, minutos después causaría en él la visión de mis enormes tetas.

Tras quitarme la bata, di un paso hasta el sofá, pensando que eso le bastaría a Víctor. Pero éste interrumpió mi marcha:

-¿Dónde vas, puerca? ¿Y el resto…?

Agaché la cabeza avergonzada y, titubeando, me quité primero las bragas, de cuya mancha de humedad ya se había percatado mi hijo. Tengo el coño más o menos arregladito. Pero no es cómo se lleva ahora, que se estila una depilación cuanto más integral mejor, algo que posteriormente me haría saber Víctor, quien tras dar dos o tres tironcitos a los pelillos de mi pubis, me indicó con un gesto de tijera con la otra mano lo que tenía que hacer la próxima ocasión.

Me resistí tanto a quitarme el sujetador por lo que ya he dicho. El complejo de vaca lechera que tengo con mis tetas. La fuerza de la gravedad hace de las suyas y claro, sin sujetador, me caen sobre la barriga. Parezco Milena Velba. Pero eso, que a mí me molestaba tanto, a Víctor parece que le resultó extraordinariamente excitante. De hecho, no pude por menos que fijarme en que, en cuanto solté el sujetador y me quedé ya, en pelota picada, su polla, que en ese momento no se estaba tocando, pegó un respingo significativo.

Víctor, boquiabierto ante el espectáculo, dio tres o cuatro palmadas de aprobación, antes de decirme, con un gesto de la mano que me diese una vuelta para mostrarle el culo.

Ya había perdido la vergüenza y la fuerza de voluntad, así que, como una autómata, me giré y me detuve de espaldas tal y cómo él me indicó. Me agaché  cuando me lo pidió, para mostrarle por detrás la vulva y el ojete. También abrí bien las cachas del culo para mostrarle mi agujerito anal, por el que lo más grueso que había entrado nunca era algún que otro supositorio para el estreñimiento.

Mientras hacía todo el espectáculo, Víctor aplaudía, hacía gestos soeces o, directamente, me insultaba. Lo más suave o, visto de otro modo, lo más alentador que dijo fue:

-¡Qué bien que lo vamos a pasar, cerdita…!

Tómalo como quieras ”, pensé yo.

Después del agónico pase de modelos que hice, finalmente, Víctor dio dos palmadas al cojín y me dejó sentarme a su lado, frente a la pantalla donde la actriz estaba mamando la polla que, minutos antes le taladraba el ojete. Me asombraba cómo era capaz de meterse el rabo tan dentro de la garganta sin tener arcadas y cómo parecía disfrutar de la mamada tanto o más que el hombre.

Semanas más tarde me reiría de esos pensamientos tan inocentes cuando, sin el más mínimo problema, me tragase sin vacilación la polla de Víctor hasta los huevos. Tampoco es tan difícil. Sólo hace falta entrenamiento. En cuanto lo del placer. ¡Qué mayor placer que la satisfacción del deber cumplido y notar como una densa carga de esperma se desliza por tu garganta, mientras miras el agónico gesto del macho que eyacula, más vulnerable y entregado que nunca!

Pero no adelantemos acontecimientos. Tras sentarme junto a Víctor, éste continuó con su discurso monotemático y siguió tratándome como una furcia. Aunque, claro, yo era más barata:

-Bueno, mamá, ahora de lo que se trata es de sacar a la puta que llevas dentro. Así que, vamos a empezar por lo básico, ¿vale…? –al tiempo que lo decía, con una voz dulce y amable que me recordaba a la del Víctor de siempre, casi me olvidé de la circunstancia que estaba viviendo y me pareció lo más normal del mundo estar en pelotas con mi propio hijo de 23 años, viendo una película porno y dejando que llevase mi mano hasta su polla.

Me dejé hacer sin decir nada. E incluso agradecí el gesto cariñoso con el que Víctor, tras darme una palmadita en la mejilla, me beso en la frente, al tiempo que me decía:

-Vas a ser una putita estupenda, mamá, ya lo verás…

No podía calibrar el sentido de aquellas palabras y sólo presté atención al besito, parecido a los que me daba habitualmente, tan sólo unos días antes, cuando era un chico normal.

Pero, como puede verse, la situación no tenía nada de normal. Y pude notarlo en cuanto sentí en la mano la dureza de la polla y, sobre todo, su calor intenso.

Víctor, que estaba desnudo bajo la bata que tenía abierta completamente, tenía las piernas estiradas sobre la mesita y la polla tiesa como una estaca. Tras ver mí mano agarrada con timidez a su tranca me miró con aprobación y, dijo un categórico: “ ¡Venga, zorra, a menear…! ” Luego, pareció desentenderse de mí, cogió el móvil, que usaba como mando de la televisión, y empezó a zapear entre vídeos porno hasta que encontró uno de sexo duro que le resultaba lo suficientemente excitante.

Yo meneaba la polla, dura como una manguera a presión, y me concentré en realizar bien la labor para evitar cualquier reprimenda. Ingenuamente seguía pensando que, en cuanto consiguiera que se corriese, todo terminaría y las aguas volverían a su cauce. Aunque había un hecho que me turbaba bastante, mi coño estaba cada vez más húmedo y empezaba a mojar bastante el cojín del sofá. Estaba acalorada y quise pensar que era el sudor lo que mojaba mis muslos, pero, ese intento de engañarme a mí misma pronto iba a quedar en evidencia.

Mi mirada no se separaba del pene, que contemplaba hipnóticamente con una banda sonora de jadeos provenientes de la pequeña pantalla y la respiración cada vez más intensa que exhalaba Víctor, más y más cachondo.

Me dio la sensación de que estaba a punto de correrse por lo que decidí, unilateralmente, acelerar los movimientos de mi manita para ver si acababa mi calvario .

La maniobra no sentó nada bien a Víctor que, apartando la vista de la pantalla me gritó:

-¿Pero qué coño haces, joder? ¿Te he dicho yo que corras?

-No… no… hijo, es que pensaba que…

-¡Pues no pienses, ostia! Iba a decirte que siguieses cómo antes, pero ahora me he cabreado, así que, creo que te voy a tener que follar…

Supongo que vio mi cara de pánico, lo que le hizo sonreír antes de añadir:

-¡Venga, puerca, a cuatro patas y mirando a Cuenca…! Ha llegado el momento de estrenar ese chochito peludo que gastas…

Atemorizada, pero, también, no nos engañemos, algo deseosa y excitada, aunque tratase de ocultármelo a mí misma, me giré en el sofá y me puse tal y cómo me indicó, con el culo en pompa.

Nerviosamente, me dispuse, con la cara de lado, girada hacia la pantalla en la que se sucedían descargas de esperma en la jeta de furcias de todo tipo, a esperar a que Víctor pasase a la acción.

No he descrito a mi hijo, pero es un chico muy alto y corpulento. Debe medir sobre uno noventa y, seguramente, debe rondar el centenar de kilos, aunque no se le ve gordo. Simplemente es bastante musculoso, supongo que por naturaleza, porque no es que haga demasiado ejercicio. Con lo anterior vengo a decir que estaba capacitado para manejar mi metro sesenta y cincuenta y cinco kilos con bastante facilidad. Y, por lo que vino a ocurrir a partir de aquel día, tuve oportunidad de comprobarlo en repetidas ocasiones.

Como he dicho, me encontraba expectante y algo atemorizada ante lo que se me venía encima. Pero, ni el miedo, ni lo antinatural de la situación, pudieron evitar que mi coño chorrease como una esponja húmeda. Más aún, cuando noté que el capullo de mi hijo se abría paso entre mis nalgas enfilando mi vulva. El resto de la tranca se deslizó como si nada y los veinte centímetros de dura carne en barra que se gastaba mi retoño llegaron al fondo, hasta rebotar los cojones como tope. Víctor, sujetándome con fuerza de las caderas, bufó asombrado y, no pudo evitar sonreír tras escuchar mi ahogado gemido, que no tenía nada de doloroso y sí mucho de placentero.

-¡Vaya, vaya, mamá…! Estás chorreando, ¿eh? Si es qué… Lo que yo decía… ¡Todas putas…!

Empezó a menearse con furia y yo, avergonzada, escondí mi cara en el cojín y cerré los ojos para concentrarme y tratar de no sentir placer. No quería que el notase nada de las oleadas de gusto que recorrían todo mi cuerpo y que, desgraciadamente, hacían que se me escapase algún que otro revelador suspiro.

Tras unas pocas emboladas, para coger el tono, Víctor se detuvo un momento y, sin sacar la tranca de mi coño, cogió el móvil de la mesita y envió un vídeo al televisor a través del Chromecast.

-¡Abre los ojos, puta, quiero que veas una cosa mientras te follo!

Obediente, abrí los ojos y me fije en la televisión que veía de lado. Enseguida me di cuenta de que era un vídeo sin sonido, de una cámara de seguridad. Se trataba de la filmación en la que se veía a Aurora, su novia, poniéndole los cuernos.

-Mira bien, mira… Vas a ver a una tía tan puta como tú. Aunque ya no la necesito… Te tengo a ti…

No pude evitar abrir los ojos como platos y, viendo las imágenes, entendí, definitivamente, el porqué de su actitud. No es que fuese justificable, pero por lo menos ya tenía un motivo. A mí, como madre, me bastaba. Sólo seguía esperando que, tras eyacular en mi coño, como una venganza indeterminada hacia todas las mujeres, Víctor recuperase la cordura y fuese consciente de lo que acababa de hacer. Estaba dispuesta a dejarlo correr todo con una disculpa o, ni eso, tal vez tan sólo con que no se mencionase más lo que estaba ocurriendo…

Finalmente mí análisis resulto erróneo. A veces crees que conoces a alguien, que puedes intuir sus reacciones y anticiparte a sus actos, bien para ayudarlo, bien para frenarlo si es preciso. Y esa creencia es más intensa cuando se trata de alguien de tu propia sangre, de alguien que has visto crecer desde niño, de alguien a quien has dado a luz… A veces crees que puedes influir o, mejor dicho, controlar a tu propio hijo. Sobre todo si se trata de un chico modélico y perfecto del que no esperas una palabra salida de tono ni nada similar.

Pero la gente cambia y, a veces, un trauma inesperado puede alterar el carácter pacífico y conciliador de las personas de un modo que no esperaríamos ni en nuestras peores pesadillas...

Estos eran los pensamientos que, sin poder evitarlo, revoloteaban por mi mente en aquellos instantes.

Es curioso que fuesen unas divagaciones en cierto modo tan abstractas y filosóficas las que me ocupaban la mente en aquellos momentos. Y digo que es curioso porque llama la atención que la mente se distraiga con esas paridas en el mismo instante en que mi propio hijo me estaba barrenando el coño en plan cañero, aplastándome contra el sofá, medio acuclillado sobre mí y con un pie apretando mi cara sobre el cojín para forzarme a no apartar la vista de la pantalla.

En realidad, mi distracción sólo fue un flash. En cuanto noté una nueva embolada de su gruesa polla y el rebote de sus huevos sobre la vulva, mi mente volvió al cuerpo y me concentré en intentar introducir la manita entre mis piernas para masajearme el clítoris y aprovechar la follada.

Con la mano derecha, Víctor, me sujetaba los cuartos traseros. Me metió el pulgar en el ojete, bien al fondo y apretó bien la zarpa a mi lomo para marcar el vaivén. Levantó el pie de mi aprisionada cabeza y, al mismo tiempo, con la otra mano, agarró con fuerza mi coleta y me iba estirando o soltando a voluntad, en función de la intensidad de sus pollazos. Así mantenía un control completo sobre mi cuerpo. Me tenía en una postura bastante incómoda, con la espalda semiarqueada. Pero, anticipándose a mis posibles quejas, me hizo saber que le importaban  una mierda: "¡Si te molesta la espalda lo arreglas con más clases de pilates, puerca!"

Me rendí al viejo lema de 'si no puedes vencer a tu enemigo, únete a él ' y me propuse aprovechar al máximo los pocos resquicios que el cabrón de Víctor me dejase para mí satisfacción...

No hubo tiempo, en apenas unos minutos el vídeo había terminado y Víctor sincronizó su corrida con el final de la grabación. Después de inundarme el coño con una espesa ración de leche, liberó mi cuerpo y se levantó para coger la bandeja del desayuno y exigirme, con bastante poca delicadeza, que me levantase y le dejase sentarse.

Aún aturdida, me recompuse como buenamente pude. Notaba el calor de la cara tras estar pisada durante un rato por su pie y estiré bien la espalda, como una gata. Luego en el espejo pude comprobar la marca rojiza de su pie en mí mejilla, que me acompañó durante media mañana. Al levantarme noté como entre mis piernas se deslizaba un goteo de leche que recorría el interior de mis muslos. Una mezcla de semen y mi propia húmeda excitación. Me agaché para coger las bragas y ponérmelas, pero Víctor chistó dos veces y me dijo:

-De eso nada, monada… A partir de ahora, siempre en pelotas por casa. Por lo menos cuando estemos juntos.

Le miré boquiabierta e iba a replicarle, pero continuó antes de que pudiese hacerlo:

-Sube la calefacción. La pones a tope, para no resfriarte. ¡A fin de cuentas para algo tendrá que trabajar el cabrón de tú esposo!

Estaba asombrada. No podía entender tanta mala baba, ni tanta agresividad. Ni tampoco esa manera de hablar de su padre. Nuevamente, perdí la ocasión de replicarle y cortar todo el asunto de cuajo. Esa actitud me pasaría factura.

5.

A partir de aquel momento la cosa fue cuesta abajo y sin frenos. Empezó la etapa que Víctor, con un cinismo fuera de serie, denomino de adiestramiento . Según su teoría, a partir de entonces, me había convertido en su puta particular y como tal tenía que comportarme. Él se dedicaría a seguir con su rutina habitual en la Universidad y con sus amigos y yo debía encargarme de satisfacerlo. Había escarmentado de las novias y lo único que necesitaba era un desahogo sexual, a ser posible gratis y que sirviera para cubrir todo su abanico de perversiones. Más o menos una esclava sexual bien predispuesta.

Lo anterior no es que se sentase a contármelo como el que hace una solicitud de colaboración o algo similar. Lo fue dejando caer en paralelo a su uso y abuso de mi persona y, todo hay que decirlo, sin encontrar una oposición firme por mi parte. De hecho, tácitamente, le iba dejando hacer.

Cedí, cuando no repliqué sus desplantes y sus insultos. Cedí, cuando me pidió repetir la paja al día siguiente y, después, cuando lo instauró como costumbre matutina. Cedí cuando volvió a follarme, siempre con fuerza y agresividad. Cedí cuando se decidió a enseñarme a chupar una polla. A pesar de que su método de aprendizaje no fuese precisamente amable. Cedí, finalmente, cuando me desvirgó el culo, con una ridícula ceremonia en la que me hizo poner un traje de novia…

Cedí en todo… Y ¿qué gané? Una autoestima por los suelos… y orgasmos a punta de pala, eso sí.

El proceso parece que tendría que haber sido largo y muy gradual, pero en realidad sólo duró un par de semanas y ya estaba hecha un putón verbenero, obediente y servicial. Víctor, convertido en un auténtico hijo de puta, me usaba a su antojo.

A esas alturas la cosa estaba totalmente desbaratada. Su nivel de agresividad verbal y mi nivel de sumisión estaban en perfecto equilibrio. El probaba y yo me dejaba.

Su frase de cabecera venía a ser: ' ¡Todas las tías sois unas putas! ' Y no hacía excepciones. Tengo la sensación de que el porno (y la decepción con su novia) le había achicharrado las neuronas. Ahora solo podía pensar con la polla. Y lo que la polla le pedía era venganza. Pero claro, no podía vengarse de Aurora porque sus vidas habían tomado caminos divergentes, así que se vengaba del género femenino en general. Y para hacerlo recurría a la hembra que tenía más a mano. Y le importaba una mierda que esa hembra no tuviese nada que ver con lo que le había ocurrido, que siempre le hubiera tratado de ayudar o que fuese su propia madre. Ahora había pasado a ser su puta madre. Y como tal me trataba.

Y yo, en lugar de cortarlo en seco o denunciarlo, acababa dejándolo hacer.

Había conseguido sacar lo peor de mí. Mi espíritu de sumisa.

La situación se fue volviendo cada vez más absurda. Podría parecer insostenible, si no fuera porque, en realidad, mi pasividad y, por qué negarlo, mi tremenda calentura (las eternas manchas húmedas que empapaban mis tanguitas eran la prueba irrefutable), eran un acicate y un consentimiento tácito a las tropelías de un, cada vez más desmadrado, Víctor.

Como detalle anecdótico de mí época de formación , os diré que he de reconocer que yo no era especialmente habilidosa en el uso de mi boca, a la hora de satisfacer a Víctor. Me costó bastante aprender a chupar bien una polla.

Podríamos pensar que mi hijo, consciente de lo que todo el asunto estaba suponiendo para mí, de lo humillante que tenía que resultar para una madre verse obligada por su propio hijo a hacerle una mamada, sería paciente y comprensivo conmigo. Pero, nada más lejos de la realidad. Víctor siguió con su comportamiento despótico, burlesco y embrutecido.

Más de una vez, cuando tenía alguna arcada, en lugar de compadecerse, se mofaba de mi angustia ante aquel tubo de carne perforando mi garganta y soltaba alguna risotada burlona, acompañada de algún escupitajo apuntando a mí atribulada cara.

No obstante, lo que más parecía molestarle, y eso sí que le hacía perder la paciencia, era cuando, inevitablemente, le pegaba algún inofensivo mordisquito. Rápidamente, me estiraba de los pelos, separando mi boca de su tranca, con un reguero de espesa baba extendiéndose por mi cara,  y me daba unos cuantos cachetes a mi jadeante jeta, al tiempo que decía:

-¡Joder, mamaíta, a ver si tienes cuidado con los piños…! ¡Menuda inútil estás hecha! Parece mentira que, con lo genéticamente puta que eres, te cueste tanto aprender a comer bien un rabo…

Tras la reprimenda, que aceptaba resignadamente, aunque, por amor propio, muchas veces estaba a punto de soltar un lagrimón, Víctor volvía a meterme el rabo en la garganta, regodeándose de mis ojos llorosos y mi resoplante nariz.

-¡Venga, guarra, déjate de lloriqueos que tampoco es tan difícil, joder!

Y volvía a redoblar mis esfuerzos hasta que finalmente terminaba el suplicio en ocasiones cuando conseguía hacer que se corriera y, la más de las veces, cuando él cambiaba de tercio y se decidía a follarme el coñete o hacerme una buena cubana para correrse en mi cara.

Al final, aburrido de su método de aprendizaje, y viendo que su agresividad no mejoraba mi técnica, sino que entorpecía mis progresos (me ponía nerviosa y acababa sin dar pie con bola…), Víctor decidió hacerme un regalo para que fuese practicando por mi cuenta.

Me compró un dildo con ventosa para que lo pegase en el espejo de cuerpo entero de mi dormitorio y me dedicase a follarme la garganta con él: “¡Hasta que aprendas, mamaíta! Te buscas algún tutorial de internet y, hala, a comer polla… Aunque sea de goma…”

6.

La ausencia de mi marido facilitó el proceso de emputecimiento al que Víctor me sometió. Evidentemente, aunque hablaba cada día con Nicolás, mi marido, era incapaz de decirle lo que estaba sucediendo en casa. De hecho, los únicos comentarios que crucé con él fueron al principio, cuando encontré a Víctor algo raro, justo antes de que todo se desencadenase.

Días después, cuando Nicolás me llamó cuando Víctor ya había empezado a adiestrarme , el pervertido de mi hijo me obligó a contestarle mientras me tenía a cuatro patas en el sofá, follándome con dureza. Afortunadamente, todavía no me había desvirgado el culo y se limitaba a introducirme el pulgar en el ojete mientras me penetraba, algo a lo que ya me había acostumbrado y casi me gustaba. Si llega a coincidir la llamada en la época en que empezó a follarme el culo creo que hasta Nicolás hubiera oído mis lamentos desde el extranjero.

La conversación, como puede suponerse fue bastante breve. Ni yo estaba por la labor, ni Víctor quería distracciones a pesar de que fue por su morbosa actitud por lo que tuve que contestar al móvil. Mi marido se extrañó de algún ruido raro, pero no insistió mucho ante mis excusas de una obra ruidosa en la escalera y la única referencia a Víctor fue mi frase final:

-No, si Víctor está mejor... Un poquito mejor, vamos... ¡Ay, ay, ay...! Te tengo que dejar Nico, que ya está hirviendo el agua para la pasta… ¡Aaaadios…!

Y así lo dejé, con la palabra en la boca mientras me corría y notaba como mi hijo hacía lo propio en mi interior. Después, me dejó, como de costumbre, allí tirada en el sofá mientras se dirigía hacia la ducha chupándose el pulgar que acababa de sacar de mi ojete.

-¡Qué bien sabe esto, guarrilla…! Ya mismo toca inaugurar la puerta trasera…

Con la cara sudorosa cara aplastada en el cojín le miré, recuperándome del reciente orgasmo, asustada ante la perspectiva de recibir en el culo su gruesa tranca.

No tardó mucho en iniciar su ofensiva para petarme el culo. He de decir que, en esa ocasión, fue bastante más comprensivo que con las mamadas y me facilitó el aprendizaje. Compró un par de plugs de diferentes tamaños y lubricante en cantidades industriales para que fuese practicando yo misma y prefirió utilizar la pedagogía antes que la mano dura.

Por lo tanto, al margen de la ridícula ceremonia de desfloramiento, en la que me hizo ponerme el vestido de novia (que casi no me entraba) y montar un numerito cómo de ofrenda virginal, la cosa no fue mal. Y he de decir que, poco después, disfrutaba tanto o más del sexo anal que de otras variantes. De hecho, Víctor me había dicho: “ Si te portas bien, te compraré un satisfyer .” Debí portarme bien desde su punto de vista, porque pocos días después me hizo entrega del regalito.

De todas formas, no hay que llevarse a engaño. En general, su comportamiento era cualquier cosa menos cariñoso. Le gustaba humillarme, escupirme, insultarme y todas las variantes del sexo duro que se veían en la omnipresente pantalla del televisor, siempre con el porno puesto, que teníamos en el salón. La influencia del porno era tremenda y consideraba normales toda una serie de comportamientos poco menos que aberrantes… Aunque, no nos engañemos, yo tampoco le iba a la zaga y acabé disfrutando de la situación. A fin de cuentas, nunca en la vida había encadenado tantos orgasmos.

7.

Cuando ya estábamos adaptados a la situación, conmigo ejerciendo de puta privada, casi siempre en pelotas, con el chocho perfectamente depilado, decorada con algún que otro tatuaje procaz, con Víctor paseándose por casa con la polla siempre morcillona y manteniendo un ritmo de dos o tres polvos diarios, la noticia del regreso de mi marido con un permiso de una semana nos dejó helados a ambos.

En cuanto Víctor se enteró de la noticia, me comunicó directamente:

-Escúchame bien, cerda, apáñatelas como puedas con el cornudo, pero cada noche te quiero dispuesta, ¿de acuerdo?

Asentí asustada. Su cara no dejaba lugar a dudas.

Lo único que se me ocurrió, fue incluir en la dieta de su padre una generosa dosis de somníferos para ver si así conseguía dejarlo groggy el tiempo suficiente como para satisfacer a Víctor y mantenerlo a raya, antes de que la cagase con su padre y nos metiese a ambos en un buen lío. Estaba tan descontrolado que lo creía capaz de todo.

La cosa, más o menos funcionó los dos primeros días. Además mi marido había vuelto con sueño atrasado y, la combinación de sueño con somníferos, me permitió escaparme de la cama de matrimonio durante la noche para calmar la calentura de mi hijo, en un par de polvos fugaces. Aunque sabía que Víctor no aguantaría una semana con una dosis tan baja de sexo.

Al final, la situación, como no podía ser de otro modo, se descontroló.

Recuerdo perfectamente aquella tarde. Su padre dormitaba en el sofá frente a la tele después de comer.

Parece que Víctor iba a venir de la Universidad con ganas de jarana y ya me había mandado a media mañana un WhatsApp más contundente de lo habitual: "¡Cerda, hoy la fiesta la hacemos por la tarde! Así que, ración doble de«Duérmete Cornudo»en el plato del pichafloja, ¿entendido? ". Un escueto " Sí, hijo " fue la confirmación por mi parte de que había recibido el mensaje. Y, sin poder controlarme, mi coño empezó a babear como un caracol después de llover.

Cómo decía, después de comer Nico dormitaba en el sofá, pero se resistía estoicamente a sucumbir al sueño. Esa tarde había un partido de fútbol que le interesaba y, ya se sabe, el fútbol es sagrado.

Víctor, que se había acostumbrado a hacer lo que le daba la gana, empezó a perder la paciencia, contemplando los cabeceos de su padre.

La verdad es que no sé qué es lo que había tomado Víctor aquel día, pero es iba como una moto. Aceleradísimo, vamos. Y más quemado que el pico de una plancha. No perdió ocasión de sobarme, ni de meterme mano a la menor oportunidad, durante la comida. De una manera tan descarada que su pobre padre estuvo a punto de darse cuenta del pastel un par de veces.

Pero aquel día, por mí falta de previsión, todo hay que decirlo, las cosas no empezaron de manera muy halagüeña, en lo que a echar un polvete respecta.

Resulta que no me había acordado de reponer la dosis de somnífero que necesitaba para que se sobase el cornudo y la ración de que disponía no era especialmente potente. Si tenemos en cuenta que el pichafloja ya debía haber desarrollado alguna tolerancia, el resultado eran bostezos constantes en el sofá, viendo la tele, pero sin acabar de quedarse frito.

Víctor, que ya se había vuelto un chulo de cuidado acostumbrado a hacer su santa voluntad, se estaba poniendo cada vez más nervioso.

Así que, tras haberme echado una bronca por lo bajini de mil pares de cojones, por no haber repuesto las provisiones de pastillas, se dedicó a frotarme el paquete por el culo descaradamente, mientras recogía la mesa en cuanto su padre no miraba.

Pero, evidentemente, quería más. Y yo también, a qué negarlo. Así que cuando vio que me disponía a sentarme en el sofá con su padre, hasta que cayese definitivamente en los brazos de Morfeo, perdió el poco respeto que le quedaba por la familia y, agarrándome con fuerza de los pelos, me llevó a rastras por la habitación ante la somnolienta y atónita mirada de su padre:

-¡Me cago en todo, puta guarra! ¡Venga para dentro, joder! ¡Ya está bien de perder el tiempo...!

Sinceramente, no me resistí mucho. Pasé bastante de lo que pudiera pensar mi marido y noté como el alarde de chulería del cabrón de mi hijo dejó mi coño a punto de caramelo.

Sólo me permití una última mirada mientras Víctor me arrastraba por el pasillo palmeándome el culo. El patético aspecto del cornudo, hundido en el sofá tras un amago de alzamiento, con los ojos llorosos y sin poder detener un nuevo bostezo debería haber suscitado mi compasión. Pero mi corazón estaba tan endurecido, tan superado por la lascivia y el deseo que lo que predominó en relación a mi esposo fue la indiferencia. El 90% de mis sentidos estaban centrados en lo que estaba a punto de ocurrir y en cómo me iba a usar el macho dominante en que se había convertido mí antaño dulce y amable retoño.

Además, confiaba en que Nico, estando como estaba en una especie de letargo, lo considerase todo como parte de un mal sueño. Una de esas pesadillas de siesta.

En fin, que así acabé un cuarto de hora más tarde, arrodillada junto a la cama de nuestro dormitorio, atragantándome con la polla de mi hijo y rezando porque los somníferos hubieran acabado haciendo efecto en el pobre cabrón de Nico.

Así, al menos, el pobre cornudo no tendría que escuchar el chapoteo baboso de mi garganta y los ruidosos jadeos de Víctor que solo se veían interrumpidos por insultos (" ¡Puta, guarra, cerda...! ") qué mí adorable hijo iba alternando con salivazos y algún que otro estimulante cachete.

Me había acostumbrado a aceptar todo con resignación y al final hasta había empezado a gustarme. Era consciente de que, cuanto más satisfecho dejase a mi macho con los preliminares, mejor sería la monta posterior. Mi coñito, y el ojete también, babeaban esperando que se incrustase en ellos la rígida y venosa tranca del pervertido de Víctor.

Al final la suerte nos sonrió y, ya por la noche, cuando su padre despertó medio atontado en el sofá, nos pudo ver como una feliz familia viendo la tele, perfectamente modositos y, seguramente, interpretó aquella sorprendente imagen de Víctor arrastrando por el pelo a su madre, como una extraña fantasía onírica.

Mejor.

Pocos días después, Nico volvió a su trabajo y volvimos a comportarnos como mandriles en celo. O, más bien, Víctor como el macho dominante de una manada que quiere tener a su hembra siempre dispuesta. Yo, con mi rol de sumisa bien asumido, me dejaba hacer de todo y acataba sus normas, por absurdas y humillantes que fuesen.

Andar en pelota picada por casa era ya el pan nuestro de cada día.

Pero una nueva visita iba a interrumpir nuestro idílico paraíso sexual.

8.

Mi hermana Sonia tiene 3 años más que yo, 52 ahora mismo. Somos bastante parecidas físicamente, con la salvedad de que ella luce una larga melena morena (teñida) y es algo más alta que yo.

Estaba felizmente (o, al menos, eso creíamos todos) casada con un directivo de una empresa editorial. Llevaba un tren de vida envidiable. Y más ahora que sus dos hijas ya se habían emancipado.

Pero su mundo se vino abajo cuando su marido se enrolló con la pelandusca de su secretaria, a la que había dejado preñada y puso a mi hermana de patitas en la calle.

Entonces, deprimida y a la espera de encontrar alojamiento, se instaló en nuestro piso.

En mala hora...

Pasó lo que suele pasar. Que lo que va a ser para un par de días se va estirando hasta prolongarse durante dos semanas o más...

Cuando Sonia se instaló con nosotros, mi marido seguía todavía trabajando fuera. Por lo tanto Víctor andaba bastante saciado de sexo y aprovecho la visita de su tía para bajar un poco el pistón.

A mí, para que negarlo, reducir el ritmo cañero y trepidante al que me estaba sometiendo mi hijo, no me vino nada mal para recomponerme un poco. Además, supuso una recuperación del deseo. El reducir mi ración de polla a algún polvete furtivo o alguna mamada a escondidas mientras Sonia se duchaba, me permitió recuperarme física y, sobre todo, mentalmente.

Sonia, no obstante, estaba bastante abatida y apenas salía de casa, por lo que, a la semana de estar con nosotros, Víctor se empezó a poner nervioso e impaciente y a exigirme que le satisfaciese con más frecuencia.

Acordé con él escapar de mi habitación, que estaba contigua a la de invitados, donde dormía mi hermana, cada noche para acudir a su cuarto a calmar su deseo.

Pero, claro, el piso es pequeño y Víctor tampoco podía desarrollar su potencial de gritos, insultos, escupitajos y palmadas en el culo como solía hacer, para no alertar a su tía. Así que la frustración se fue acumulando en mi macho y una tarde en la que estaba especialmente crispado  el asunto se le fue o, mejor dicho, se nos fue de las manos.

Era una tarde calurosa, sobre las seis, y estaba con Sonia sentada en el sofá viendo la tele. Un programa del corazón o alguna otra basura intrascendente.

Ambas vestíamos batas ligeras de estar por casa. De esas llevan gruesos botones por delante. La diferencia era que, mientras que Sonia llevaba debajo ropa interior normalita y cómoda, yo llevaba uno de los tangas de guarra que me obligaba a usar Víctor y un sujetador a juego. Aunque claro, eso quedaba entre él y yo.

Lógicamente, conocía a mi hijo como si lo hubiese parido y, nada más verlo entrar por la puerta, me di cuenta de que aquella no iba a ser una tranquila tarde de sofá y tele.

Seguramente iba algo colocado, lo suficiente para desinhibirse pero sin perder el control, o eso creía yo, y cuando me miró en el umbral de la puerta, desde su atalaya de metro noventa, con la cara de lascivia que reservaba para las grandes ocasiones, me di cuenta de que nada, ni la presencia de su tía en casa, iba a impedir que me taladrase las entrañas.

Nada más entrar se quedó parado frente al sofá y ambas lo miramos. Yo asustada porque sabía de qué iba la cosa y mi hermana expectante.

-¡Venga, joder, levanta y para dentro...!

La rudeza de su voz me sorprendió, pero inicié lentamente el movimiento para levantarme, ante la sorprendida mirada de Sonia por mi sumisa actitud. Al mismo tiempo musité bajito:

-Ya... ya voy, Víctor...

Al parecer no fui lo bastante ágil a la hora de obedecerle  o tal vez quiso dejar claro ante su tía quién era el que cortaba el bacalao en casa, así que, con bastante fuerza, me agarró del tupé (me había hecho cortarme la melena y teñirme de rubio, dice que le ponía cachondo verme con esa pinta de Pin up…) y me levantó, gritando:

-¡Espabila, coño, que no tenemos todo el día!

No me resistí en absoluto y él, envalentonado, añadió:

-¡Puta guarra! -al tiempo que me daba una fuerte palmada en el culo que me hizo acelerar el ritmo.

Sonia, que observaba atónita el espectáculo, no pudo por menos que intervenir:

-Pero, ¿qué haces Víctor...?

-¡Tú cállate y sigue mirando la tele! Esto no va contigo.

Y la dejó con la palabra en la boca.

Al tiempo, ya me arrastraba del pelo por el pasillo y me llevaba directa a la habitación de matrimonio. Antes de llegar se detuvo un instante para abrir de golpe mi bata, rompiendo los botones y mostrando mi tembloroso cuerpo casi desnudo.

Se acarició un momento la polla sobre el pantalón, que se marcaba en todo su esplendor y murmuró, mirándome:

-¡Qué buena estás, zorra...!

Lo más triste del asunto es que, muy a mi pesar, tenía el coño chorreando desde que lo vi aparecer en el comedor. Al final, el muy hijo de puta, me había convertido en una guarra monumental... ¡Increíble pero cierto!

Minutos después me encontraba sobre nuestra cama de matrimonio a cuatro patas, jadeando como una cerda mientras Víctor, de pie al borde de la cama, me taladraba el ojete con una furia inusitada.

Afortunadamente, ya estaba acostumbrada a sus acometidas y tenía el culo más que adaptado a su gruesa y rígida estaca.

Antes de colocarme mirando a Cuenca, Víctor me había arrancado con furia el sujetatetas y lo había tirado destrozado a una esquina de la habitación. Mis ubres bambolearon al tiempo que sacaba del cajón de la mesita el collar de perro y la correa cortita que guardaba allí para estas ocasiones (que por la presencia de su tía en la vivienda se habían vuelto bastante infrecuentes). Me la colocó con prisas y, tirando de mi cuello con la correa, me puso en posición. Agarró la correa con fuerza con una mano y, tras escupir un par de veces en el ojete, frotó el capullo por el agujero y me penetró de golpe.

Lancé un grito ahogado. Víctor, tras estirar con fuerza de la correa, empezó las pistonadas dirigiendo mi cuerpo con la rienda, al tiempo que, con la otra mano me golpeaba rítmicamente las nalgas.

Desde que me rapó la melena y me hizo lucir el tupé que le ponía tan cachondo, había cambiado los tirones de pelo mientras me follaba por la correa de perra para dirigir mis movimientos.

Víctor debía ir puesto de coca o algo así porque tenía la polla durísima y una agresividad por encima de lo normal.

Me costaba horrores mantener el equilibrio y a duras penas pude alcanzar mi húmedo coño para masturbarme mientras me follaba.

Al minuto escaso de empezar el show no pude evitar que mis gemidos se convirtiesen en gritos. Pero Víctor no estaba particularmente tolerante y había decidido que ese día los únicos rugidos iban a ser los suyos. Así que, en cuanto vio que empezaba a gemir con más fuerza, arrancó con su mano libre hasta romperlo el mínimo tanga, que había apartado para clavarme la polla, y, haciendo una bola con él me lo introdujo en la boca diciendo:

-¡Calla de una puta vez, guarra asquerosa! ¡A ver si se vas a molestar a tu hermana, joder!

Pero ya era tarde. Ni siquiera nos habíamos dado cuenta y, desde la puerta abierta, mi hermana nos contemplaba asombrada y boquiabierta.

El espectáculo no era para menos. Su sobrino Víctor enculando furiosamente a su hermana menor, sujeta por una tienda, como si de una yegua en celo se tratase.

Y, para aumentar la dosis de morbo, no podía evitar gemir agitadamente con el tanga baboseado en la boca entreabierta, el ceño fruncido, las tetazas moviéndose en un rítmico vaivén como badajos de campana, una mano escondida en la entrepierna agitándose nerviosa y dos gruesos lagrimones surcando mi esforzada cara por el esfuerzo de satisfacer al macho. En fin, un espectáculo no precisamente edificante.

Cuando alcé la mirada y la vi allí, las lágrimas se redoblaron y esta vez por la vergüenza. Mi hermana, atónita, nos miraba y sólo atinó a decir entrecortadamente:

-Pe... pero, e... esto, ¿esto que es...?

Víctor, salió del modo cañero y, apaciguando el ritmo unos instantes, se limitó a responder secamente:

-¿A ti que te parece, tía? ¡Qué va a ser...! ¡Qué le estoy petando el culo a la puta de tu hermana...!

No podía evitar que se me saltasen las lágrimas. En primer lugar por la inusitada agresividad de la penetración anal de Víctor, combinada con los tirones constantes de la correa, los insultos y el rítmico golpeo de la palma de su mano sobre mis nalgas que me las estaba dejando completamente enrojecidas. Y, en segundo lugar, por la intensa humillación que sentía al ver a mi hermana contemplar el triste espectáculo de verme sometida de esa manera, gimiendo con el tanga en la boca y manteniendo precariamente el equilibrio con mi mano libre buscando ansiosamente el clítoris y mi chorreante coño. Eso era lo peor, que la imagen frontal de la follada no podía ocultar las oleadas de placer que sentía, a pesar de todos mis esfuerzos para ocultármelo a mí misma.

Sonia permanecía inmóvil en la puerta, sin dar crédito a su mirada.  Víctor continuaba a lo suyo, usando mi cuerpo para su placer y pasando ampliamente de lo que pudiera pensar su tía.

Finalmente, tras unos interminables minutos, un gutural rugido de mi hijo me previno de la inminente y copiosa eyaculación que comenzó a inundar mi recto. Forcé la máquina, moviendo mi mano con más ritmo para tratar de simultanear su corrida con la mía. Y, ¡bingo! Hubo suerte. Al tiempo que una catarata de leche me llenaba el ojete, empecé a temblar, con los ojos en blanco, orgasmando intensamente.

Mi hermana seguía paralizada sin entender nada, y mucho menos cuando Víctor, fiel a su costumbre, saco su polla todavía dura de mi dilatado ojete, y agarrándome, está vez directamente del collar de perra, me giró con rudeza acercando mi cara a su rabo:

-¡Venga, puerca, huele bien tu culo!

Obediente, paseé mi nariz por la húmeda y pringosa tranca, reconociendo el intenso aroma a macho, semen y culo que impregnaba toda la longitud del venoso aparato. Cuando estuvo satisfecho con la performance, Víctor me arrancó el tanga de la boca y me dio permiso:

-¡Hala cerda, ya sabes lo que te toca! ¡Que quede como los chorros del oro!

No es por alabarme, pero la limpieza de sable que le hice, fue espectacular. No sé si me esmeré tanto porque había público o, simplemente, quería dejarlo contento para que me dejase en paz cuanto antes. Afortunadamente, parece que Víctor tenía planes y, cuando notó que volvía a recuperar la erección, me dejó con la miel en los labios y se incorporó, apartando mi cabeza con desprecio, diciendo:

-Ya es suficiente, cerda, no te voy a follar otra vez... Por mucho que te esfuerces... Quizá más tarde. Ahora he quedado...

Víctor, que me había dejado hecha una piltrafa, se levantó ágilmente y se dirigió hacia la puerta de la habitación, dónde su tía continuaba inmóvil, superada por las circunstancias.

Allí me quedé, aún a cuatro patas, contemplando su culo alejarse, con mi ojete rezumando leche y mi boca todavía con el agrio sabor de la limpieza de polla que acababa de hacerle. Notaba los temblores de mi reciente orgasmo y me sentía muy puta. Más aún por el hecho de que mi hermana mayor hubiese descubierto mi secreto.

Víctor, ajeno e indiferente, prosiguió su camino, no sin antes pararse un momento junto a su tía y, tras darle una sonora palmada en el culo y luego sobárselo voluptuosamente, dijo:

-Bueno, querida tía, el periodo de cortesía ha terminado. Así que si te quieres seguir alojando con nosotros te tocará pagar algo de alquiler. Tranquila, no te voy a sangrar, te bastará con ser la mitad de puta que tú hermanita e irás sobrada.

Después, acercó los labios a su mejilla y le estampó un sonoro y húmedo beso, soportando sonriente su aterrorizada mirada.

-¡Ya hablaremos de las condiciones, tía! -añadió.- Te dejó con la guarrilla ésta para que comentéis la jugada...

Ambas nos miramos, sabíamos, sin necesidad de hablar, en qué iban a consistir los pagos.

9.

Puedo ahorrarme los detalles. Es más, estoy segura de que, tal y cómo estaban las cosas en aquellos momentos y la indudable posición de dominio que estaba ejerciendo Víctor entre las paredes de nuestro hogar, no resultaría sorprendente para nadie que, tan sólo unos días después del polvo que acabo de describir en los párrafos anteriores, la situación llegara al cénit de la perversión.

Ahora, el hijo de puta, tenía dos guarras a su disposición. Mi hermana, tras haber quedado en shock al contemplar como mi hijo me taladraba el culo tratándome como una fulana, no trató de convencerme de lo insano de la relación y, supongo que, secretamente forzada por la humedad de su coño (tal y como me confesó tiempo después), se decidió a someterse al " pago del alquiler " que le exigía Víctor.

Éste no se hizo demasiado de rogar y, tras dedicarle una sesión en exclusiva a Sonia, en la que le pegó un buen repaso en la cama de matrimonio y me mandó a mí a dormir en el sofá (en una noche terrible en la que me consumieron los celos), le enseñó a mi querida hermana todos sus usos y costumbres sexuales. En los días posteriores, ya con ambas, se dedicó a convertirnos en un buen tándem de puercas. Víctor estaba tan metido en esa espiral de dominio y sexo que nos acabó a arrastrando a su tía y a mí. Bueno, yo ya estaba inmersa en ese delirio, fue mi hermana la nueva adepta.

Empezó una época en la que se hizo innecesario el uso de la bata para andar por casa. Bastaba con la lencería de puta o con estar directamente en pelotas. A mí, acostumbrada de antes, no me resultó difícil, pero Sonia se moría de vergüenza los primeros días. Y eso que estábamos en familia.

Gracias a la eterna ausencia de mi esposo, el morbo empezó a campar por sus respetos por toda la casa. El porno siguió siendo omnipresente en la enorme pantalla de plasma que Víctor me había hecho comprar con la pasta que me obligaba a saquear de la cuenta que compartía con el cornudo. Mientras, su sacrificado padre, “el cabrón del viejo”, como él solía denominarlo con desprecio, se rompía los cuernos (nunca mejor dicho) por llevar un sueldo más que digno a casa. Total, para que la puta de su mujer se lo gastase en vicios con su amante.., ¡Vivir para ver!

Mi hijo, en cuanto llegaba a casa, ponía la calefacción a toda castaña y se paseaba en pelotas con una semierección permanente. Nosotras nos desvivíamos por complacerle y acabábamos haciéndole mamadas a dúo o, lo que a él le gustaba más, conmigo o su tía comiéndole el rabo, mientras la otra le hacía un beso negro de campeonato.  Y todo, mientras él, ajeno a nosotras salvo para alguna corrección técnica de nuestro trabajo, se dedicaba a chatear con el móvil o a mirar distraído la tele, repantingado en el caro sofá de piel del comedor que cada vez tenía más manchas delatoras. Menos mal que mi marido, cuando volvía a casa, no solía fijarse en esos detalles…

De noche, cuando Víctor volvía, normalmente algo colocado, de alcohol o de otras cosas, no lo sé, teníamos la obligación de esperarle despiertas, sentadas en el sofá. A veces llegaba relativamente pronto, sobre las once o las doce. Pero, en otras ocasiones, acababa llegando a las cinco o las seis de la mañana, y nos encontraba adormiladas, abrazadas y tapadas con una ligera mantita, con el zumbido del televisor bajito y su luz azulada iluminándonos. Tan sólo oír el ruido de la llave en la cerradura, reconocíamos que era la señal de que llegaba la hora de follar.

Parecíamos perros de Pavlov. Bueno, mejor dicho, perras. Era oír la llave y, tanto a mi hermana como a mí, se nos ponía el coñete a babear. El cabroncete nos había convertido en unas adictas. Parece mentira. Y todo, sin derramar ni chispa de cariño, ni una mísera palabra amable para hacernos más llevadera esa época de sexo y sumisión que estábamos viviendo.

En cuanto entraba con la puerta, si no había cenado le servíamos algo de comer. Aunque, he de decir que solía avisar cuando tenía que cenar en casa.

A continuación, nos agarraba a ambas del pelo, y después nos iba palmeando los culazos, hasta llevarnos a la habitación de matrimonio. Allí, en la nueva cama de dos por dos metros que también me había hecho comprar, empezaba una sesión maratoniana de sexo que podía prolongarse tres o cuatro horas y de la que no terminaba satisfecho si, como mínimo, no se había corrido en el culo de ambas. Además, al muy retorcido le encantaba que la afortunada que recibía el esperma en su ojete, se acuclillase al borde de la cama para soltar la lechada (con los consabidos flujos anales) en la boca anhelante de la otra. Después tocaba un buen morreo entre ambas para repartir democráticamente el esperma. El proceso siempre iba acompañado de sus risas e insultos. En ocasiones se dedicaba a filmarlo con el móvil para luego ponerlo en la pantalla del comedor y excitarse mientras le mamábamos la polla, alguna de esas tardes de domingo en las que no salía y se quedaba aburrido en casa. En fin, que Víctor, el otrora modoso estudiante, se había convertido en un perverso e imaginativo sátiro que abusaba sin solución de continuidad de su pobre madre y de su pobre tía. No obstante, en honor a la verdad, he de decir que, si me hubieran planteado la opción de renunciar a aquellas sesiones, no sé yo si lo hubiera aceptado sin soltar alguna furtiva lagrimilla…

10.

El culmen de la degeneración llegó el día que se presentó con un amigo. Un colega que al parecer le suministraba droga o algo así. Nunca lo supimos. Lo único es que nos vimos obligadas a hacer un cuarteto  que, al parecer, fue en agradecimiento a aquel tipo o en pago a una deuda o qué se yo. En el fondo, no tiene importancia. Lo único destacable fue que se trató de la primera vez que Víctor introducía a alguien ajeno a la familia en sus tejemanejes sexuales y, por lo que pudimos ver, parece que no le importó en absoluto contar a aquel tipo el modelo de relación familiar teníamos con él.

Aquella noche, nada más entrar en el comedor y, estando ambas como de costumbre en pelotas esperando a nuestro macho, nos quedamos de piedra al ver que venía acompañado. No tardamos ni medio segundo en taparnos con algunos cojines.

Víctor, soltando una sonora carcajada, se limitó a decir a su amiguete:

-¡Vaya, qué modositas…! Mira, Alfonso, están son mis dos guarrillas… -nos señaló.

Ambas permanecíamos calladas y rojas como un tomate, mientras Víctor continuaba con su explicación:

-La de la izquierda, la rubia de bote es mi madre y la otra es su hermana, mi tía.

Alfonso, el colega, se acercó y, a mi altura me acarició la mejilla con suavidad y subió mi barbilla para que le mirase a la cara.

-Tu madre es muy guapa, Víctor –dijo al tiempo que me pellizcaba suavemente la mejilla. –Aunque así, tan tapada, no se le ve la pinta…

-¡Eh, cerda! –dijo Víctor imperativo- Tira ese cojín y levántate.

Evidentemente obedecí. A regañadientes, me levanté con la cabeza agachada. Aupada en los zapatos de tacón que Víctor nos obligaba a llevar, resultaba un par de centímetros más alta que Alfonso. Éste soltó un silbido admirativo y se recreó en mi cuerpo. Prestó especial atención a mis grandes tetas colgantes y, tras mojar sus dedos en mi boca, acarició los pezones hasta ponerlos bien duros. La situación, los nervios y la calefacción a tope, me hacían sudar copiosamente, lo que facilitó el manoseo de Alfonso que iba dando vueltas a mí alrededor, admirando mi ajamonado cuerpo. El coño depilado le llamó especialmente la atención. Supongo que no estaba acostumbrado a ver chochos mondos y lirondos en mujeres de una edad que debía ser la de su madre. Mis tatuajes le gustaron, especialmente las pezuñas de gato que adornaban mi nalga y que, evidentemente se llevaron un par de palmadas. Me resultó inevitable contemplar como el bulto de su pantalón crecía poco a poco. Él muy cabrón se estaba excitando a base de bien.

La continuación de la historia estaba cantada. Y todo con la aquiescencia de mi hijo, que lo contemplaba todo desde el sillón de enfrente. Se había servido una copa y ya tenía a mi hermana arrodillada comiéndole la polla.

Alfonso, se sacó la polla también y me indicó, antes de pasar a mayores, que me inclinase hacia delante para “ analizarme ” bien. Supongo que quería examinar bien la mercancía antes de entrar al trapo. Me indicó que me abriese bien las nalgas, cosa que hice, y, tras escupir copiosamente, me acarició el ojete con el índice. Después lo llevó a mi boca. Se lo ensalivé bien y, suavemente, eso tengo que agradecérselo, me lo metió bien adentro mientras con el pulgar me acariciaba la vulva y el clítoris. No pude evitarlo y me puse a ronronear como una buena cerda. Lo que era, al fin y al cabo.

El resto es fácil de imaginar. Un recital de sexo cañero con dos maduras mujeres utilizadas como putas por dos jóvenes agresivos y repletos de energía. No sólo por su juventud, claro. Estoy segura de que habían tomado algún tipo de estimulante.

Lo más fácil sería hacerme la engañada y la ofendida y tratar de ofrecer al lector la versión de que, tanto yo, como mi pobre hermana, habíamos sido coaccionadas y utilizadas por el tirano de mi hijo. Pero eso no sería cierto. O, más bien, no sería del todo cierto. La pura verdad es que tanto yo, como Sonia, tal y como me confirmó posteriormente, disfrutamos de la mejor sesión de sexo de nuestras vidas. Eso que, sobre todo yo, ya llevábamos una muy buena racha en ese sentido.

Por primera vez, pude probar una doble penetración, mientras Sonia le comía el culo alternativamente Víctor y a su colega. Lo mismo sucedió después con mi hermana, siendo yo la lameojetes .

Aquella larga madrugada nos debimos correr ambas cuatro o cinco veces y puedo decir, orgullosamente, que hicimos eyacular a los chicos tres veces a cada uno. Y eso que ya venían de vaciar los huevos con alguna guarrilla de puti club.

La sesión culminó cuando ya se filtraba la luz a través de la ventana. Estábamos, Sonia y yo, a cuatro patas sobre la cama. Cara a cara, morreando nuestras sudorosas jetas mientras Víctor me follaba el culo y su amigo hacía lo propio con mi hermana.

Notando las violentas emboladas he casi hacían chocar nuestras caras, nos masturbábamos, soportando estoicamente los insultos, escupitajos y tirones de pelo de los dos hijos de puta (porque la madre de Alfonso no podía ser una santa teniendo en cuenta el elemento que había criado).

Ambos chicos trataron de sincronizar la eyaculación y, cuando está se acercaba, sacaron sus pollas de nuestros culos y, agarrando del pelo a la que tenían en frente, empezaron a correrse a borbotones por toda su jeta, dejando un aspecto muy, muy guarro, tanto en la cara pringosa de Sonia, como en la mía.

Tras eyacular, como de costumbre, nos hicieron limpiarles la polla con la boca, para que " saborees bien el culo de tu hermana ", según se encargaron de recalcar.

Dejamos ambas pollas relucientes, aunque seguíamos con las jetas llenas de una espesa mezcla de sudor esperma y babas, completamente pringosas, desde la frente a la barbilla. Entonces, cuando yo me disponía a limpiarme la cara con la sábana, el amigo de Víctor, que era el que se había corrido en mi cara. Me sujetó con fuerza del pelo al tiempo que decía:

-¡Quieta, puta! ¡Mira, Víctor! -le dijo a mí hijo.- ¡La guarra payasa de tu madre se quiere limpiar la cara de puta esa que tiene...!

Víctor, que estaba contemplado como Sonia terminaba de limpiarle su tranca, río ante la ocurrencia y añadió de su cosecha:

-No, mamá, no... De eso nada. Lo que tenéis que hacer es limpiaros la cara mutuamente... Pero sin usar las manos. ¡Hala, hala... a lamer, putas!

Ni Sonia,  ni yo discutimos la orden. Está claro que no tenía sentido y, a fin de cuentas, no me venía de eso. Tragarme el esperma de mi hijo, aunque fuese recogido por mi lengua de la cara de su tía no era especialmente traumático a estas alturas. Y lo mismo debió pensar Sonia que se puso a la tarea con genuino entusiasmo. Creo que ambas nos sentimos algo excitadas, sobre todo por haber dejado tan satisfechos a los dos jóvenes.

Ambos chicos contemplaron la escena desde el borde de la cama. Riendo, haciendo comentarios soeces y tomando fotos con el móvil mientras degustaban una cerveza para recuperar fuerzas.

Después, agotados todos, Sonia y yo nos echamos a dormir con Víctor. Su amigo se fue, dejando que nos recuperásemos tranquilos de tan intensa sesión.

11.

Imagino que estaréis esperando una conclusión o un cierre brillante para esta historia. Pero, como suele suceder en la vida real, no lo hay. Esta historia no ha terminado. Continúa sin que ninguno de sus protagonistas sepamos a dónde nos lleva.

Y, tal y cómo están las cosas ahora, no dejo de preguntarme cómo demonios me he metido en este lío.

A cualquiera a quien se lo contase alucinaría. ¿Quién coño va a sentir compasión de una madre aparentemente esclavizada por su hijo pero que lo primero que hace cuando éste le incrusta la polla en la garganta empezar a frotarse el chichi como una desesperada...?

Porque ésa es la cuestión. Que, después de haberme comportado con Víctor de una manera tan blanda y pusilánime cuando empezó sus acercamientos, ahora, que me ha convertido en su esclava sexual, soy incapaz de frenarlo. Y, lo más triste de todo el asunto, lo que más vergüenza me da, es que, en el fondo estoy encantada con la situación y disfrutando como nunca.

Me niego a reconocerlo pero mi cuerpo habla por mí. Mis pezones se ponen tiesos en cuanto su mano me roza una teta, el coño me babea en cuanto noto la dureza de su polla y hasta mi culo se pone húmedo y predispuesto a encajar su tranca en cuanto su capullo se aproxima a mi ojete.

Y, claro, al muy cabrón de Víctor no puedo engañarle. Por mucho que de palabra me niegue a confirmar mi placer, mis gemidos son cristalinos y mi empapado coño le hace reafirmarse en su tesis, que repite constantemente de " todas putas... "

FIN