Menorca

Un fin de semana cargado de experiencias únicas e inolvidables.

Aniversario en Menorca.

Hace doce años que nos casamos y nuestra relación ha pasado por buenos y malos momentos. Después de algunos años sin viajar hemos decidido celebrar nuestro aniversario con un viaje de relax y descanso.

Yo hubiese preferido un crucero por Jamaica; pero las circunstancias económicas nos hicieron aproximar el destino. Ella tenía ganas de conocer Menorca y aunque a mí me atraía más Ibiza nos decidimos por la tranquilidad que nos ofrecía el primer destino. 8 días y 7 noches sin más objetivo que el disfrute sin prisas. El hotel era pequeño, acogedor, alejado del centro y con unas vistas desde la habitación absolutamente inolvidables.

Llegamos cansados del viaje, nos registramos en el hotel, bajamos a cenar al restaurante y nos acostamos temprano.

Al día siguiente decidimos alquilar un coche para recorrer la isla. Aprovechamos para estrenar la video cámara digital que acabábamos de comprar para inmortalizar nuestros recuerdos. Vestidos al más puro estilo Coronel Tapioca nos dispusimos a explorar la geografía de la isla. Visitamos calas, miradores y acantilados, sorteamos carreteras y caminos y visitamos pequeños pueblecitos. Por la tarde nos acercamos a una pequeña cala de difícil acceso a pie.

La playa tenía unos cincuenta metros de ancho y estaba arropada por altos acantilados. En la bahía natural que se formaba había anclados varios veleros. Nos cambiamos, yo me puse un pantalón corto de lycra de discreto color azul marino y mi mujer estrenó el bikini negro de tiras que yo mismo le regalé. Yo tengo 38 años y ella 33 y ciertamente para nuestra edad estamos de buen ver. Somos morenos de estatura media y cuerpos atléticos.

Tomamos el sol un rato con una acogedora sensación de calma. En la playa había tanto nudistas como textiles (así llaman a los que usan traje de baño) en perfecta armonía. Cuando nos acercamos al agua para bañarnos nos pareció que el agua estaba sorprendentemente caliente. Cuando estábamos comentando esto un grupo de chicas nudistas que estaban nadando a nuestro lado nos preguntaron acerca de nuestra procedencia; les explicamos que en Galicia el agua está mucho más fría. Nos invitaron a acompañarles al día siguiente en una excursión en su velero bajo la promesa de enseñarnos una agua aún más caliente. Nos despedimos hasta el día siguiente y nos pidieron que cambiásemos el look de exploradores por uno un poco más náutico y deportivo.

Nos atrajo mucho la idea de navegar en un velero por las tranquilas aguas de aquellas islas.

A la mañana siguiente, mi mujer se vistió con un ajustado mono blanco de tirantes bajo el que únicamente se encontraba un tanga rosa. Yo me vestí con un pantalón ciclista de lycra rojo y una camiseta deportiva de tiras roja y blanca. Protegidos por gorra y gafas de sol bajamos a esperar a nuestras nuevas anfitrionas.

Nos recogieron en un todo terreno descapotable rojo y veinte minutos después estábamos embarcando en un precioso velero para partir con rumbo desconocido. Aquellas cuatro chicas vestían uniformadas con pantalones cortos blancos y tops blancos con la inscripción "NÁUTICA" en letras azules. Sus edades oscilaban entre los veinte y los treinta y cinco años; dos rubias, una pelirroja y una negra de ojos grises (de padre nigeriano y madre holandesa). Lucian cuerpos esculturales (tres de ellas confesaron ser monitoras de aeróbic en Ibiza y la cuarta peluquera en Barcelona)

El itinerario escogido tenía como destino la gruta del deseo. Paraje natural en la costa de un islote deshabitado que estaba formado por unas rocas de formas caprichosas y cuyas aguas provenían de un manantial de agua caliente. La travesía duraría dos horas ya que prácticamente no había viento, el cielo estaba completamente despejado. Nos invitaron a tomar el sol en cubierta para lo que ellas se desnudaron completamente. Su belleza era espectacular. Mi mujer se despojó del mono, quedándose con el tanga rosa y yo únicamente me quedé con un tanga amarillo. No hicieron ningún comentario. Debido a la excitación que me produjo sentirme rodeado de tanta belleza desinhibida viajé todo el camino boca abajo.

Una vez que llegamos a la gruta nos animaron a darnos un chapuzón. El agua estaba realmente caliente. Era una sensación absolutamente nueva. Nadamos y jugamos en el agua durante más de una hora entrando y saliendo del agua. Entre aquellos inocentes juegos nos preguntaron porque no nos desnudábamos. Confesamos que sólo lo habíamos hecho alguna vez cuando no nos sabíamos observados y que nos daba un poco de reparo. Alabaron nuestros cuerpos y nos dijeron que no teníamos nada que temer. A mi mujer le gustó mucho las veces que nos bañamos desnudos en alguna apartada playa y allí no nos conocía nadie. Fue la primera en desnudarse y me animó a imitarle. No me hice de rogar y arranqué el incomodo tanga que apresaba mi aparato.

Los ojos de las cuatro mujeres se clavaron al unísono en el miembro que pareció responder al sentirse observado colocándose en primer tiempo de saludo. Me zambullí rápidamente para ocultar mi estado. Entre risas comentaron con mi mujer lo bien que lo debía pasar conmigo a juzgar por el tamaño de la espada que portaba. Ella confirmó que no se podía quejar y que a veces no era capaz de satisfacerme completamente.

Tras algunos roces y furtivos tocamientos salimos del agua y nos tumbamos en cubierta para secarnos. Charlamos acerca de nuestras profesiones y aficiones y una de las chicas rubias que trabajaba en un centro de estética se ofreció a cambiarnos el aspecto por uno un poco más moderno. Nos pareció una idea interesante. Nos propuso empezar con mi mujer con la condición de que yo no lo vería y continuar conmigo sin tampoco ella fuese testigo. Aceptamos y yo baje al bote escoltado por la pelirroja y la negrita rumbo a la costa.

Caminamos entre una vegetación casi tropical hasta una enorme playa desierta. Nos acercamos a la orilla y el agua estaba mucho más fresca que la de la gruta. Aquella sensación hizo que mis atributos empezasen a encogerse, suceso éste que apreciaron mis acompañantes pidiéndome que me acostase en la arena y prometiéndome arreglar aquel pequeño problema. Mientras la pelirroja me besaba lentamente el cuello, la africana se entregaba a lamerme con avidez mis cojones. En pocos minutos mi leche ponía una nota de color en aquellas generosas tetas negras. Juani, que así se llamaba la pelirroja mostró su enfado mordiéndome los pezones hasta arrancar de mi unos quejidos de dolor. Sin soltarlos se dedicó con prisa a hacerme una mamada impresionante ayudada por Tongui que se metía mis huevos en su boca con una facilidad pasmosa. En pocos minutos mi polla erguida apuntaba al cielo mientras el agua acariciaba nuestros cuerpos por efecto de la marea. Al mismo tiempo que Tongui se sentaba sobre mi boca para ofrecerme un cóctel salado de jugos vaginales, Juani se sentaba encanando mi polla en su agujero y comenzando una galopada salvaje, que solo abandonó para dejarle sitio a la negrita que me la enganchó entre sus tetas acercándome nuevamente al orgasmo. Al hacerse inminente el desenlace, Juani me apretó sabiamente la base de los huevos para contener momentáneamente mi corrida; este movimiento lo aprovechó Tongui para clavársela directamente en su culo, semejante movimiento hizo que me corriese explosivamente en su culo soportando un culeo vertiginoso que me hizó bombear al menos diez veces, acompañándome ella con una serie de orgasmos encadenados.

Aquel relajante tratamiento me hizo olvidar a mi mujer que a aquellas alturas estaría siendo sometida a otro tratamiento. Tres cuartos de hora después regresábamos al barco desahogados.

Me acompañaron al camarote de proa donde me esperaba Candy la peluquera. Me dijo que mi mujer había quedado muy contenta y le había pedido que se esmerase conmigo. Me ofreció una infusión de hierbas que me dijo que era típica de las islas y muy relajante. Me recostó para lavarme la cabeza y aquél masaje capilar y supongo que algo que puso en mi bebida me sumió en un profundo letargo. No sé cuanto duró aquel plácido sueño. Cuando me desperté estaba acostado en una cama completamente desnudo. Me habían depilado todo el cuerpo dejando exclusivamente una pequeña mata de pelo rizado encima de mi escocido miembro perfectamente afeitado. Me incorporé sorprendido y al mirarme en el espejo descubrí que mi pelo era rubio, tenía un piercing en cada uno de mis pezones y un tatuaje en mi nalga derecha. Me encontré distinto pero atractivo. Me moría de curiosidad por ver el nuevo look de mi mujer.

Subí a cubierta y allí estaba sola mi mujer tomando el sol desnuda. Su coñito estaba perfectamente depilado con un pequeño sombrero rojo que hacía juego con el nuevo color de su pelo que ahora era muy cortito. También ella tenía un tatuaje como el mío en el mismo sitio. Nos abrazamos y nos besamos como si llevásemos tiempo sin vernos. Nos gustó nuestro nuevo aspecto, le hicieron gracia los aritos que colgaban de mis pezones. Y los enganchó tirando y diciendo que ya me podía portar bien porque sino ya sabía como castigarme. Se agarró con fuerza a mi polla y dijo que así afeitada parecía más grande y gorda. Le dije que lo comprobase y después de sobarme bien se dio la vuelta apoyándose sobre el timón y pidiéndome que se la metiese por detrás. Estuvimos en esa posición durante diez minutos lo que sorprendió a mi mujer por mi aguante. Me vi obligado a confesarle que era ya mi tercera corrida de la mañana. Me ordenó contarle con detalle mi polvo y al terminar dijo que también ella quería de le diese por el culo como a Tongui. Nunca antes me había dejado hacerlo; pero aquella sesión estética parecía haber despejado todos sus tabús sexuales. Así parecía a juzgar por la intensidad de sus culadas que me hicieron correr enseguida. Ella dijo que era mi mujer y debía tener una deferencia hacia ella, así que sin dejar que se arrugase me hizo una mamada impresionante tirándome de los aros que colgaban de mis pezones hasta que la enganche por las tetas sentándola con violencia sobre mi afeitado instrumento hasta que se corrió tres veces seguidas. Nos dimos un baño en el agua caliente de la gruta y nos tendimos al sol de cubierta.

Cuando regresó nuestra tripulación, alabando nuestro nuevo aspecto nos preguntaron como nos habíamos encontrado. Nuestro aspecto de cansados y nuestras cómplices sonrisas nos delataron.

Comimos y regresamos a tierra firme. Nos invitaron a una fiesta después de cenar en casa de unos amigos. Aceptamos y nos echamos una buena siesta.

Después de cenar nos dispusimos a prepararnos para la fiesta comenzando por una duchita reparadora.

No pensábamos que las emociones en la isla se iban a desencadenar a semejante velocidad. Habíamos imaginado aquel aniversario en la intimidad de la pareja y todavía no habíamos estado solos ni un momento.

Aquella fiesta era una colección de gente guapa multirracial. No identificamos a ningún famoso por lo que nos hizo pensar que se trataba de un grupo de la jet de la isla. Bebimos, bailamos y cantamos al son de las canciones del verano. Una de nuestras amigas nos invitó a acompañarla a uno de los salones de la casa donde jugaríamos a la "Oca erótica". El nombre del juego sugería que se trataba de una atrevida diversión. Después del día que llevábamos estábamos dispuestos a todo. Nos miramos y aceptamos con la cabeza.

En aquella mesa estaban sentados además de nosotros y nuestra rubia anfitriona dos chicos negros y un nórdico altísimo. Cuatro para dos. Comenzó el juego y el primero en caer en una celda de castigo fue uno de los morenos que tuvo que hacer un striptease y quedarse en paños menores. La siguiente en caer fue nuestra compañera que también se quedó en ropa interior. En un par de vueltas estábamos todos desnudos. Si los negros acomplejaban por el tamaño de sus apéndices, el finlandés tenía un rabo que debía medir más de veinte centímetros en estado de flaccidez. Clara tenía una larga trenza rubia que colgaba entre sus hermosos pechos coronados por una gran florecita rosada. Ella fue la primera obligada a practicar sexo oral con su vecino de la izquierda, el finlandés, ante nuestra atenta mirada que no se podía creer el tamaño que adquirió el afilado pincel de aquel delgado rubio. Al poco rato se corrió en la boca de Clara que no hizo ascos a su regalo. El siguiente fui yo que me vi obligado a hacer una paja a mi mujer. Sabía como hacerlo, aunque aquella era la primera vez que lo hacía en público. Conseguí que se corriese con discreción. La siguiente fue mi mujer que debía dibujar con su lengua un pijama de saliva al negro que ya había sido aliviado por Clara. Consiguió ponérsela tiesa rápidamente. Al otro negro más bajito; pero con la verga más gorda le tocó hacerme una mamada. Reconozco que no me sentí afortunado con el reparto; pero aquel negro me hizo olvidar mi condición de heterosexual y la rudeza de su mamada hizo que me corriese en su boca rápidamente sin dejar que se escapase ni una gota. Ese fenómeno fue el encargado de cepillarse a Clara en la siguiente vuelta.

A mi mujer le tocó montarse al rubio, lo que hizo con evidentes muestras de dolor por la longitud de su miembro. El otro negro y yo dimos cuenta de Clara durante cerca de veinte minutos. El fenómeno que me la chupó y yo tuvimos que montárnoslo con mi mujer, situación que aproveché mientras se calzaba a mi mujer para ensartársela por detrás y devolverle el placer que me había obsequiado. En la siguiente tanda el rubio y uno de los negros se lo hicieron con Clara. Ya casi agotados, me tocó con mi mujer y mientras me la tiraba el finlandés me la hincó haciéndome gritar y el negro bajito ensartó a mi mujer por el culo. Sentir su polla gorda sacudiendo el culo de mi mujer mientras yo mismo estaba siendo enculado por una polla de treinta centímetros hizo que me corriese dos veces sin sacarla. Con ese menaje a cuatro terminó aquella velada.

Nos retiramos agotados y dormimos hasta mediodía del día siguiente. Descansamos de emociones fuertes durante el resto de la semana, relajándonos en la piscina y en la playa.

El último día nos acercamos al puerto y alquilamos una lanchita para dar un paseo y tomar el sol en el mar.

Nos alejamos de la costa y desnudos tomamos el sol durante un par de horas. Estos días de sol sin tregua habían eliminado las marcas de nuestros bañadores. Decidimos bañarnos y nadar hasta la playa. Ésta era una de esas múltiples calas nudistas que salpican la costa de Menorca. La gente se fijó con envidia en nuestro cuerpos cuando salimos del agua. Paseamos con orgullo nuestros cuerpos morenos por la orilla y atravesando unas rocas llegamos a una calita unipersonal donde nos besamos y tocamos hasta excitarnos y terminamos haciendo el amor de forma apasionada. Regresamos nadando hasta la lancha y de vuelta al hotel hicimos los preparativos para el regreso.

Ya en Barcelona nos acercamos hasta el centro de estética donde trabajaba Candy y le pedimos que nos devolviese al estado original antes de regresar a casa. Mi mujer se dejó el coñito rojo y yo uno de los piercing de recuerdo. Pagamos a Candy con el último polvo compartido de nuestro aniversario.

Hasta pronto.