Menage a trois
De camino al instituto, otra aburrida mañana de lunes en la gran ciudad, dejo volar mi imaginación y los sueños me llevan mientras las clases comienzan...
Otra mañana madrileña de Lunes. Otra mañana gris de invierno en esta contaminada
ciudad.
Tengo que levantarme pronto para ir al instituto, pero eso no es lo que más me duele.
Después de pensarlo detenidamente, me he dado cuenta de que salir de mi casa con las
estrellas todavía luciendo en un cielo negro e infinito, me trae de cabeza.
Desde mi casa hasta el Metro tengo un pequeño paseo, y aunque no es nada puedo
sentir como mis huesos notan la fría temperatura del ambiente, lo que hace que esconda mi
cara entre el plumas y la bufanda.
Llego al Metro. Misma taquilla de metal, insensible totalmente a la pequeña targetita que
se mete dentro porque la escupe como si fuera una mujer en su primer día de regla. Mismo
vigilante, que yo le saludo y el muy capullo sólo me mira. Mismo sitio en el andén, porque no
hay otro que me guste más. Mismo maquinista seguramente, a esas horas... Mismas personas
con la misma cara de sueño... Todo resulta tan gris, que puedo notar como me voy volviendo
de ese color y... me entran nauseas.
Ya he llegado a mi parada. Hoy no llevo ningún libro ni música ni apuntes pero da igual,
ese chico tan “solidario” de enfrente pone música bakalao-cañera para todos: imposible echar
la última cabezadita antes de llegar a clase. Lo curioso es que me anima a empezar este nuevo
día que tiene un color que me provoca una sensación de vértigo realmente incómoda.
Estoy en clase (la verdad es que no hay gran cosa que mirar en la calle; es más: eso de
andar por la calle lo hago por intuición, como el respirar). Me asomo por la ventana y veo como
van llegando más gente por el patio. Unos llegan solos, otros van acompañados y casi todos
medio dormidos (a estas horas de la mañana quién puede estar completamente despierto,
¿no?). Resulta aburrido que quieras empezar un día con optimismo y mires a tu alrededor para
compartirlo y sólo puedas contagiarte de ese color gris tan característico del pesimismo.
A medida que se va acercando la hora de empezar las clases, el tumulto de gente se va
haciendo más grande. Con el paso de los días empiezo a reconocer caras; después de todo, el
instituto no es tan grande.
Hasta hace unos años, mi instituto era sólo de chicas, pero últimamente se ven más caras
del sexo opuesto y... bueno, eso siempre anima.
En concreto me “animan” dos, que por cierto son amigos y siempre les veo juntos. No son
guapos, son de lo normal, lo superior. Todavía no sé cómo se llaman; de hecho ni me interesa.
Uno es moreno, delgado, alto, ojos marrones y con un cuerpo bastante considerable. Yo
le llamo BRUCE.
El otro es un poco más bajo, con una cara adorable, castaño y creo que los ojos son
marrones claros. Yo le llamo JAMES.
He hablado con mis compañeras sobre ellos y en todas las ocasiones me han dado la
misma respuesta: “No sé. No son muy guapos.” “Parecen majos pero no son guapos.” “Tienen
un buen cuerpo y una buena cara, quizá si se fusionaran...”
A mí me gustan. Quizá sea una nueva paranoia debido al tiempo, pero a mí me gustan...
Hay veces que mi imaginación me juega malas pasadas, es decir, me hace ver cosas en
los momentos más inoportunos. Lo curioso de todo esto, que es como un sueño.
Siempre tengo el mismo. Siempre se repite:
Soy una mujer casada. Vivo a las afueras de Madrid casi en mitad del campo, es decir, en
una urbanización a medio construir. Es por la tarde y estoy haciendo el café. Me siento
adormilada porque hace unos momentos acabé de hacer el amor con mi marido.
Llaman a la puerta y voy a abrir porque James está en la ducha.
¿Sí, qué quiere?
Eh... Buenos días, se me ha pinchado una rueda de mi coche a un par de kilómetros y no
tengo teléfono y venía a preguntarle si podría llamar desde el suyo.
Sí, claro... Pase. ¿Le apetece un café?
Eh... Bueno.
No tardó mucho en llamar por teléfono, todavía no se había terminado de hacer el café
cuando ya estabamos contándonos nuestras vidas:
Me llamo Bruce, encantado.
Lo mismo digo.
¿Dónde está su marido?
¿Cómo sabe que estoy casada? -para hacer el amor siempre me quito los anillos.
Les vi antes juntos. Lo deduje.
¿Antes? ¿Cuándo?
Antes de que llamara a la puerta –y se levanta de la silla.
No entiendo lo que quiere decir.
En realidad es muy sencillo, empezaré desde el principio.
“Hace algo más de una hora que pinché con mi coche. Iba de regreso a la ciudad y como
sabía que estaba esta urbanización y no tenía móvil, me dije que por qué no me iban a dejar
llamar en el teléfono de alguna casa.
“Imagínese mi sorpresa cuando llego a esta casa y miro por la ventana para ver si hay
alguien, y los descubro haciendo el amor.
- Es usted un pervertido. –y empiezo a retroceder porque a medida que hablaba, se acercaba
más hacia mí.
- Quizá... pero ustedes no deberían hacer ese tipo de cosas con las ventanas tan abiertas.
Sigo retrocediendo, en ese momento sé lo que siente una presa de caza en un día de
Domingo soleado; hasta que no puedo seguir huyendo y mi espalda se golpea contra el
frigorífico. Cada vez las distancias son más pequeñas (casi puedo oler su after-shave), intento
buscar una salida pero no la encuentro.
Entonces empieza a tocarme el pelo muy suavemente, intento apartarle pero es inútil y
cedo, aunque él no sabe que es una estrategia para poder escapar. Sólo hay que esperar un
momento y... ¡Conseguido! Pero no, me coge del brazo muy fuerte, tanto como para hacerme
un cardenal y me empuja contra la pared y colocándome los brazos a la altura de mi cabeza.
Yo cierro los ojos pensando que me va a hacer daño, cuando siento que se acerca a mi
boca y me besa con la misma dulzura con la que me había acariciado antes el pelo. No puedo
evitar sorprenderme: jamás me habían besado así... quiero decir que no de ese modo.
Ya no puedo resistirme más y me dejo llevar a sabiendas que mi marido puede aparecer
en cualquier momento. Pero sus besos son como una mezcla de pasión y dulzura y parecen
decirme que me desea por una noche, y ese pensamiento no deja de martillear en mi cabeza
durante el largo beso...
A medida que me dejo llevar, él me suelta y empieza a cogerme por la cintura y a
empujarme contra la pared, tanto que puedo notar su erección a través de los pantalones. Pero
de pronto, deja de besarme en la boca y empieza a hacerlo por el cuello y noto cómo me hace
un chupetón (hacia años que nadie me hacía un chupetón; James no sabe: lo suyo son los
dedos).
De todos modos, ya no puedo echarme atrás: el cuello es mi punto débil y con un besito
dado en un punto estratégico, empiezo a humedecerme.
Comienzo a notar el calentón y ahora jugamos los dos: le abrazo, mordisqueo el lóbulo de
su oreja, le doy besos muy pequeñitos por todo el cuello. Creo que la oreja es su punto débil
porque volví a dónde empecé y noté como soltaba un ligero suspiro de placer.
Aquello sigue prosperando y cada vez noto más cerca su erección (la posibilidad de que
fuera la hebilla del pantalón quedó descartada desde el primer momento, ya que es demasiado
pequeña), entonces siento la necesidad de probar otras partes de su cuerpo y lo hago con mi
lengua, empiezo dónde lo dejé en su oreja... su cuello... su barbilla... su pecho.
“¡Anda, un obstáculo!”, pienso. Una simple camiseta que quiero quitarle pero, ante mi
asombro, se la quita él solito descubriendo un torso bien formado aunque no musculoso. Ahora
ya si que no aguanto más y antes de que cayera al suelo, yo ya conocía la mitad de su pecho.
Antes de que lo hubiera pensado, aquello se me quedó pequeño pero no tengo ganas de
acabar con esto tan rápidamente, así que sigo bajando “a ver qué encuentro”. Y como si me
leyese el pensamiento, con un rápido movimiento, me abre la bata y empieza a tocarme el
coño, mientras se entretiene comiéndome un pecho, lo muerde, se lo mete entero en la boca
(ventajas de tenerlos pequeños), se lo saca, lo chupa y se lo vuelve a meter otra vez hasta que,
de repente, noto como me penetra y puedo oír como al mismo tiempo los dos soltamos un
suspiro de placer.
A mi juicio personal, más que un suspiro fue una toma de aire muy sonora. Quizás fuera
tan sonora porque habíamos estado muy callados. Pero ahora no, ahora él se mueve dentro de
mí y yo... disfruto hasta que abro los ojos y... descubro a James mirándonos apoyado en el
dintel de la puerta.
- ¿Qué se supone que estáis haciendo? - en mi vida había tenido una situación tan
embarazosa.
Joder, yo... – decía Bruce mientras sacaba su instrumento.
Esto no es lo que parec...
¡Joder! – dijo James cortándome. - ¡Tienes una polla enorme, tío!
Eh... ¿Gracias?
¿Cómo? – no me lo podía creer: mi marido me había pillado en pleno acto con otro hombre
en nuestra cocina y sólo se le ocurre decir “¡eh, tío! ¡Que tranca tan grande tienes!”.
- ¡En serio! Jamás vi ninguna igual.
Aquello me parecía increíble así que me largué, yo con el coño fuera y ellos mirándose la
polla. Menudo ejemplo de machismo.
Estaba viendo la televisión tan tranquila sentada en el sofá cuando noto que una mano se
posa en mi hombro, me giro y descubro que es mi marido.
La próxima vez que quieras hacer un “ménage à trois”, sólo tienes que decírmelo.
¿Qué?
El chico al que llamaste me lo ha contado todo, ven.- y me besó.
Al final, Bruce dijo una gran trola y James se lo tragó. Seguro que si lo hiciera de verdad,
no se lo creería.
Antes de que termine de pensar en lo ingenuo que es mi marido, me di cuenta que James
me está besando y con un rápido movimiento de muñeca me quita la bata. Y casi por
costumbre, empiezo a bajar besando su pecho muy despacio hasta que llego a sus pantalones.
Se los empiezo a quitar más despacio todavía. Sé que eso le encanta, “Cuanto más despacio
mejor, siempre se aprecian los detalles con mayor claridad”, me dice siempre y tiene razón.
Entonces empiezo a comérsela, muy despacio, dentro y fuera, hacia arriba, hacia abajo,
me la saco de la boca y con la punta de la lengua jugueteo con el capullito, y vuelvo a empezar.
Esta es una de las partes que más me gustan, sobretodo porque eso de chupar se me da
genial. En realidad, lo que me gusta no es chupar o metérmela en la boca, sino notar como
crece dentro de ella. Aunque eso no se puede comparar a cuando la tengo dentro y noto como
se agita y un líquido espeso y caliente golpea el cielo de mi boca mientras su dueño gime de
placer.
Inmersa en mis pensamientos, no me doy cuenta de que Bruce se acerca por detrás
hasta que empiezo a notar como algo me penetra, casi se me había olvidado el “visitante
mirón”. Aquello me empezaba a gustar: dos tíos güenísimos sólo para mí, tengo que sacar
partido como sea estas cosas que sólo se notan una vez en la vida.
Así que cambio de posición, ahora es a Bruce a quien le quito los pantalones y hago una
mamada y mi marido quién me está comiendo el coño. Mejor dicho, me está absorbiendo el
clítorix. Eso es lo que más me gusta, incluso mucho más que la penetración y él lo sabe,
después de todo es el rey de los dedos.
No sé cuánto duramos en aquella posición, el tiempo pasa de distinta forma cuando te lo
estás pasando bien, además es muy difícil saberlo porque como vas tan despacio...
Antes de que me diera cuenta, James dejó de comerme el coño y empezó a encularme.
Esta no es una de las cosas que más me gusta, sobretodo el principio que duele... pero una
vez dentro, el dolor desaparece. Y seguimos con la música: dentro, fuera, arriba, abajo... Otra
vez: dentro, fuera, arriba, abajo. Después, es una mezcla de sensaciones que no se pueden
explicar: te tiemblan las piernas, no controlas la respiración y los gemidos son inevitables, me
encanta notar cómo se acerca el orgasmo.
Pero de repente para, yo no quiero y le suplico que siga. A veces pienso que mi marido
disfruta viéndome suplicarle, cosa que me jode porque normalmente me deja a la mitad...
aunque luego sabe cómo recompensarme.
Como ahora; se tumba en el sofá y hace que yo me coloque encima y sigo por dónde lo
dejó pero esta vez, por el agujero que le corresponde. Me encanta colocarme encima porque
así puedo dirigir, es decir, marcar yo el ritmo. Pero sucede algo que no me esperaba: Bruce
empieza a encularme como lo había hecho antes James.
Es una sensación increíble y sobretodo nueva; una sensación a la que no estaba
preparada. Al principio, nos costó marcar un ritmo, pero después de un par de veces... aquello
entraba y salía como la seda, hasta que de repente, Bruce cambia el ritmo. No me lo podía
creer: dos pollas moviéndose dentro de mí y separadas por una fina capa de tejido musculoso
que no entiendo como no se rompe por tanto meneo.
Esta sensación me gusta y seguro que la repetiré...
Ya no puedo seguir pensando con claridad, cada poro de mi piel comienzan a estallar de
puro éxtasis y puedo notar como el orgasmo se empieza a materializar. Pero todo ya me da
igual casi puedo sentir a través de esa finísima capa de tejido como se rozan una polla contra
la otra cuando oigo... ¿el despertador?
¡¡¡EL MALDITO TIMBRE!!!
¡Que llevo un rato llamándote! – es mi compañera.
Eh... Lo siento: no te había oído.
No... si ya... Será mejor que te sientes, ya ha entrado la “Cara-culo”.
Mierda...
La verdad, es que no sé cómo lo hago: siempre me despiertan en lo mejor.
Pero da igual, siempre tengo el mismo, siempre se repite...
Escribí este relato con solo 17 primaveras y me he animado a subirlo ahora, está inspirado en una historia que leí en la revista Kiss Cómic. Espero vuestros comentarios y sugerencias, prometo leerlos, no seáis muy duros. Ojala os haya gustado. Bss.