Memorias sexuales (8: un encuentro especial)
Relato de una noche especial con alguien especial.
Memorias VII
De nuevo un capítulo más. Este no sigue la evolución de los anteriores pero sí que fue muy importante para mí.
Era verano. Las fiestas del pueblo. Un amigo de la facultad vino, supongo que cansado de oírme hablar siempre de ellas y, sobretodo, porque no tendría ningún plan mejor.
Era la segunda noche de fiestas y él se había enrollado con una amiga mía mientras que yo, inexplicablemente, me había pasado las dos noches en blanco. Los dos volvíamos a eso de las 5-6 de la mañana. Mi casa está un poco alejada del centro del pueblo pero lo suficientemente cerca como para ir caminando.
-"Qué cabrón. Te has liado con mi amiga Marta"-
-"Sí. Pero no te preocupes. Me gusta. Creo que no ha sido un rollo de verano"
-"¿Te la has follado?"- era mi mejor amigo de la universidad y había mucha confianza y complicidad entre nosotros.
-"Se ha hecho lo que se ha podido"- me contestó sonriendo.
-"o sea, que sí"- le dije dándole una sonora colleja.
Aún fregándose el cogote pero riendo añadió: -"ya te he dicho que no ha sido cosa de una noche, que me gusta".
-"a una tía que te gusta no te la follas la primera noche".
-"Ya, por eso me la he follado hoy y no ayer... pero además por qué te preocupa tanto si eso es lo que haces tú con los tíos"
-"pero yo lo hago con los que no conozco de nada. Ahora tendré que aguantar a Marta llorando porque mi amigo se la tiró y la dejó abandonada."
-"Tía, te has oído. Eso de hacerlo con desconocidos.... eres una puta muy mala"
Otra vez mi mano impactando en su nuca y, de nuevo ambos riendo.
Unos metros más "alante" avanzábamos abrazados y dando bandazos por el cansancio (no os penséis que era por lo que habíamos bebido esa noche... noooo).: -"Cabrón.... yo aquí cachonda perdida y tú tan satisfecho"
-"A mí déjame en paz que yo llevo el depósito vacío"- me dijo palpándose los huevos.
-"Pues yo necesito que me lo llenen"- le contesté imitando su masculino gesto con una mano en mi entrepierna.
-"Seguro que si vuelves encontrarás un montón de voluntarios"- me dijo señalando hacia el centro del pueblo.
-"Lo que queda a estas horas ya está inservible. Al menos para mí".
-"Uy sí me olvidaba de lo exigente que eres..."- El cachondeo y el tono irónico ya empezaba a tocarme mis figuradas pelotas así que decidí no hablar más del tema.
Llegamos a mi casa y subimos a las habitaciones. Él a la suya y yo a la mía. Al despedirnos me dijo que le encantaría fumarse un cigarro.
-"Ven"- le dije sin pensármelo dos veces mientras tiraba de él hacia el interior de mi habitación.
-"Sígueme"- le dije antes de salir por la ventana. Él estuvo a punto de tirarse sobre mí para intentar pararme pero yo ya me había colado. Un segundo después su cara apareció a través de la ventana, mirándome anonadado mientras yo sacaba el paquete de tabaco y me estiraba.
-"Ves. Ahora ya lo sabes todo de mí. Este es mi escondite personal. El lugar donde pienso cuando algo me preocupa, el lugar donde descanso y, sobretodo, el lugar donde fumo para que no apeste mi habitación. Mi escondite". Él pasó una pierna con cuidado y se sentó a mi lado avanzando con la velocidad de un caracol. Cuando llegó a mi lado yo ya me había fumado medio cigarro. Pese a estar oscuro apostaría a que estaba blanco como la luna.
El Sol empezaba a romper la nocturna negrura allá por el Este pero seguíamos siendo aún invisibles para el resto de casas de alrededor. Éramos como dos luciérnagas rojas que nos encendíamos y nos apagábamos al ritmo de las caladas.
Pese a tener las tejas clavadas en la espalda, no me podía encontrar mejor, ni más tranquila y relajada viendo el humo salir de mi boca diluyéndose entre las estrellas bajo la atenta mirada de la Luna.
Él, ya más relajado al saberse a salvo, me imitaba en postura y estado de ánimo. Entre la oscuridad me parecía captar una sonrisa de satisfacción , unos ojos cerrados en muestra del más pleno estado de tranquilidad. Me giré de lado apoyando un codo en el tejado y sostuve mi cabeza en mi palma mientras observaba su cara.
De repente abrió los ojos. En plena oscuridad nuestras miradas se cruzaron y capté algo que me descuadró: deseo. Sin saber cómo nuestras mentes se conectaron. En un flash supe perfectamente lo que pensaba y deseaba.
Él sonrió. Yo también.
Casi sin querer repté un poco de lado, acercándome a él.
De nuevo más sonrisas. No hubo ni una palabra pero tampoco era necesario. Su mano se deslizó entre mis piernas y yo sonreí, demostrándole mi predisposición y necesidad.
Yo hice lo propio con mi mano y su paquete que no demostraba ningún tipo de debilidad por el esfuerzo anterior con mi amiga. De nuevo una sonrisa cómplice que se borró de inmediato al sellarse nuestros labios en un sincero y efímero beso. Fue un simple contacto de labios al que le siguió otro y otro... todo muy lento, sin lengua.
Después de los piquitos aproveché para encenderme un nuevo cigarro y desabrocharme el botón de los pantalones, tal y como había leído en su mente instantes antes. Él hizo lo mismo y, de nuevo estirados, devolvimos nuestras manos a nuestros sexos ahora ya con contacto directo.
Sus dedos se enredaron en el vello de mi pubis, y fueron batallando hasta llegar al valle fértil de mi raja la cual abrieron con delicados movimientos de abajo a arriba de manera fácil y sencilla a causa de su naturaleza de obertura inmediata y su superficie limpia de pelos.
Mi mano izquierda también subía y bajaba, izando su bandera hasta lo más alto del mástil. No me costó demasiado, en un par o tres de recorridos completos desde los huevos hasta el capullo ya la tenía marcando la hora lunar con la poca sombra que se proyectaba a esas horas. Mi mano se desplazaba lenta y pausadamente a lo largo de su falo hasta que con un movimiento felino, su dedo se clavó en mi clítoris, dejándome sin aliento, haciéndome jadear. Cuando ese dedo inició un movimiento circular yo me salí de mis casillas: mis ojos se cerraron ante la intensidad de la sensación. Casi dolía. Mi mano se paró por completo y sólo me podía dedicar a darle ligeros apretones.
Y, justo cuando empezaba a entonarme, lo dejó. ¡Qué cabrón! Pensé. Me lleva hasta la cima y me deja ahí abandonada. Pero no era un noche para reproches. Era todo un juego por turnos.
Poco a poco fui recuperando en control de mis músculos y volví a pajearle, primero lento y pausado, recorriendo toda su longitud sin prisa. Alternaba sacudidas rápidas e intensas, especialmente concentradas justo donde su capullo se ensancha.
Antes de seguir me gustaría que os quedase clara la situación. No era el típico acto desesperado de dos amantes fuera de sí. Tampoco me malinterpretéis, estábamos excitadísimos, pero éramos como dos amebas dándose placer, con tranquilidad, sin prisas ni urgencias.
Su dedo continuaba dentro de mí, pero inerte, como muerto. A él se le veía concentrado en las sensaciones que le provocaba mi mano, pero entonces abrió los ojos, me miró y dijo: -date la vuelta"
Yo seguía fumando y sonreí tras el humo: me parecía una idea genial y sabía porqué me lo proponía. De hecho creo que estoy a punto de mojarme los tobillos con mi propio flujo.
Ya con mis tetas encajadas entre la ondulada superficie de tejas notaba sus dedos recorriendo la parte baja de mi espalda y dejando el rastro húmedo de mis propios flujos en ella. Después de dibujar incontables formas se decidió a colarse en mi pantalones masajeando mis nalgas primero, separándolas un poco después y, al final, avanzando por el canal que las define y separa. Su mano era como un niño subido en un tobogán, mirando hacia abajo, deseando dejarse caer sin poder evitar una sonrisa nerviosa pero con sus manos clavadas a los lados evitando su caída y su disfrute al mismo tiempo: sus dedos caen por la raja de mis nalgas pasando muy cerca del agujerito y rozándolo suavemente haciéndome lanzar un suspiro, el mismo que realiza el niño para aguantar su respiración mientras su cuerpo cae libre hacia el suelo y cuando llega al final emite una risa tonta, ajetreada, una mezcla de susto y alivio. La misma risa que se dibuja en mis labios al notar sus dedos clavados en lo más hondo de mi ser hasta casi los nudillos. Y entonces el niño cambia de juego y lo oigo chapotear en un charco , primero sólo la suela de los zapatos, pero más tarde casi le llega el agua a las rodillas... y así están sus dedos cayendo en la trampa de arenas movedizas de mi entrepierna... y el niño grita pidiendo ayuda, que alguien le salve de mojarse entero y yo tengo que morderme un brazo mientras esos dedos se hunden en mí para reprimir un jadeo y no despertar a mis padres. Y el niño encuentra un botón y no para de apretarlo una y otra vez mientras su madre le pide que pare ya, que descanse, pero él no para y ese botoncito está alojado entre mis piernas, agazapado entre miles de pliegues carnosos pero yo, a diferencia de la madre, no le pido que pare, todo lo contrario, alzo mis nalgas para facilitarle la entrada y él me corresponde maltratándolo una y otra vez a base de roces suaves y pellizcos malditos.
Y cuando estoy entregada el dedo inicia una nueva exploración más profunda y se agita nervioso al encontrar su ansiado tesoro en forma de agujerito más pequeño y arrugado que el anterior, pero igual de excitante. Explora con sumo cuidado sin querer entrar y entonces hace algo brutal: mirarme a los ojos. Siempre que me habían hecho eso el "analizador" miraba a otro sitio, como si hiciese algo malo como si al mirarme se pudiese encontrar con algún reproche de mi parte, pero él no. Sus ojos se clavan fijamente en los míos haciéndome saber que está en mi culo y que puede hacer conmigo lo que quiera.
Me conoce perfectamente y por eso me ha hecho girar y ha empezado a jugar con mi ano después de una buena sesión clitoriana. El dedo pierde de vista su punta y la mueve en círculos allanando el camino para el resto. Cuando la cosa va dilatando y me tiene completamente entregada el dedo se muere en mi culo... Es su manera de decirme: "te toca."
Mi barbilla ya descansa sobre su pecho y mi mano ha recuperado el movimiento y la temperatura y la densidad va creciendo dentro de ellos. Me estiro lo justo para besar sus labios y, ahora sí, nuestras lenguas bailan al ritmo que marca la zambomba. Mientras me relamo con su sabor le miro a los ojos y le sonrío. Lo que voy a hacer sé que no estaba en sus pensamientos pero me da igual. Me apetece un motón chupársela.
A todo esto, pese al beso a mi cuerpo descendiendo, su dedo sigue anclado en mi ojete y, al llegar yo a mi destino, el dedo se agita nervioso entre las paredes mi esfínter.
La oscuridad sigue casi absoluta por lo que no veo su polla hasta que casi choco contra ella. Enfoco mi vista entornando los ojos y me abrazo a ella. Apoyo una mejilla sobre su fina piel para sentir lo ardiendo que está, y cierro los ojos. Me siento fundir sobre ella, que sólo estamos ella y yo: ella con su creciente palpitar y yo con mi humedad relativa por las nubes. Muevo mi cara a lo largo como si fuera una gatita que se acaricia con su ovillo de la lana más fina. Sin separarme de ella saco un poco la lengua, lo justo para tocarla. Lo vuelvo a hacer un poco más arriba. Y más arriba para luego volver a bajar. De nuevo mi lengua sobre la piel pero ahora no la aparto y la resigo como si fuera el porro más jugoso del universo. Capto ciertos restos de sabor a látex y semen, pero no me importa, al contrario, aún me excita más. Levanto la cabeza un poco y ataco desde arriba y voy bajando metiendo la polla centímetro a centímetro en mi boca. Él se va estirando y tensionando sus músculos a medida que la polla va desapareciendo entre mis labios y me acaricia un poco el pelo.
Al llegar más allá de la mitad me retiro y vuelvo al exterior, por decirlo de alguna manera, convirtiendo la mamada en una cata de polla. Con parsimonia voy lamiendo por arriba, por los lados como si fuera un caramelo, le dejo caer mi saliva y me la vuelvo a tragar, notando ya sólo su sabor, la esencia de la vida: una buena polla excitada y a punto de explotar.
Entonces el dedo de mi culo vuelve a la vida con bríos renovados y yo dejo la complacencia para regalarle una mamada más típica, con la cabeza con su movimiento típico. La cosa llega a un punto en el que mi boca y su dedo se sincronizan, entrando y saliendo al unísono y yo me desboco: empiezo a lamerla con fuerza, por debajo , sus huevos, aspiro su capullo con ansias de tragármelo, se la pajeo con la mano mientras me la trago, cada vez con más ritmo, y entonces él me da unos golpecitos en la espalda. Capto el mensaje al instante pero yo sigo con lo mío, aunque pensando qué hacer: me apetece seguir, probar a qué sabe mi amigo, pero en el fondo sé que no es lo que toca. Esta noche no.
Muy a mi pesar he superado la tentación y ya estamos los dos estirados, otra vez mirando el cielo y con el sexo del otro en nuestras manos.
Él está a puntito, lo noto en su respiración entrecortada, en sus labios prietos, su ceño fruncido y su polla endureciéndose en mi mano, Por eso me lo tomo con calma. En cambio mi clítoris parece un mando de PlayStation, apretado, pellizcado y girado sin parar. Sonrío al pensar en eso y me imagino que yo soy el monigote del juego que se mueve según las órdenes de ese mando: por eso me contorsiono, jadeo y me tenso según lo que manda mi clitoris / mando. Entonces cambia de dedo, clavándome el índice en mi vagina y el pulgar en el mando. Cada contacto directo de su dedo me ahoga y satura los sentidos, hace que mi cuerpo se levante centímetro a centímetro y yo ya me siento volar entre las estrellas, casi puedo tocarlas con mis dedos, mi cuerpo no pesa nada, de hecho yo no soy nada, todo mi ser está entre mis piernas, concentrado como una multitud esperando a que empiece un castillo de fuegos artificiales.... y el castillo empieza en mi mano como un río de lava pegajosa que baja por las laderas del volcán. El primer estallido a ido a parar Dios sabe donde, pero el resto de semen fluye lentamente sobre mis dedos. Y cuando él se corre sus dedos tiemblan en mi coño y yo también exploto y tengo que morder su hombro y siento su respiración en mi cogote...
Y todo desaparece: las estrellas, el cielo y la luna. Sólo existimos él y yo en todo el Universo, en la inmensidad del espacio nuestros cuerpos flotan en la negra Nada y, de repente, volvemos a estar sobre la cubierta de mi casa, conectados por nuestro propio Big Bang que nos ha hecho renacer limpios, renovados y , sobretodo, saciados.
Volvimos a fumar sin apartar las manos del sexo del otro. Su polla se marchitaba entre mis dedos como la noche en el cielo.
Y, al salir el Sol, aquello se acabó, la conexión dejó de existir y volvíamos a estar dentro de casa, cansados y con cierto remordimiento difícil de comprender. Cada uno se fue a su cama: yo a la mía y él a la de invitados.
Para mi lo de aquella noche acabó en el lavabo, viendo como bajo el grifo, el chorro de agua se llevaba los restos de su semen y convertía aquello en un recuerdo imborrable.
Al cabo de unos años, cerca de la fecha de boda entre él y mi amiga (sí, la que se había enrollado la misma noche que nos masturbamos) él me confesó que hizo durar un poco más la noche, pajeándose con el olor de mí que había quedado en sus dedos. Cosa que repitió a la mañana siguiente en el ducha, antes de encender el grifo. Para mí ya estuvo genial esa noche pero cuando me explicó como siguió él, yo tuve cierto arrepentimiento de no haber hecho lo mismo, estirarme en la cama y masturbarme violentamente mientras metía esos dedos llenos de semen en mi boca.
Uff sólo de pensarlo me entran ganas de hacerlo ahora mismo... algún voluntario? Creo que mi novio no entendería que me masturbase después de una sesión de sexo con él.