Memorias inconfesables. 5 Fernando.
Solamente unos centímetros separaban mi boca de aquella dulce verga, que mostraba una brillante gota de líquido de aspecto gelatinoso asomando por el orificio.
Era verano y hacía mucho calor. La humedad del ambiente hacía aún más difícil soportarla, y desde luego, mucho más careciendo de aparato de aire acondicionado en el piso. No había forma de hacer nada sin ponerse a sudar, ni siquiera descansar en las noches era fácil, pues éstas eran bochornosas, sobre todo en las primeras horas.
Decidí buscar alivio para el calor que sentía, así que salí de compras a unos grandes almacenes del centro de la ciudad. No tenía necesidad de comprar nada, pero al menos me refrescaría con el aire que proporcionaban sus efectivos aparatos acondicionadores.
Salí de casa sin prisa, caminando por las aceras que en ese momento gozaban de la sombra. Me detuve en algunos escaparates recreándome con los modelitos que se exponían en ellos, y considerando cómo quedarían sobre mi cuerpo. Pero pronto sentí el agobio del calor, así que decidí dirigirme directamente a la gran superficie.
Llegué al comercio y en la entrada, sentí como el frescor de la climatización acariciaba mi cuerpo. Dentro se gozaba de una temperatura muy agradable. Como no tenía pensamientos de comprar nada, fui curioseando simplemente a lo largo de los expositores, deteniéndome en algunos de ellos para observar algún detalle que me llamara la atención.
Fue entonces cuando vi a un muchacho quizás algo mayor que yo, que estaba buscando ropa. Era alto, guapo, de cuerpo enjuto aunque con bonitas formas que se adivinaban bajo la camisa y los pantalones que vestía. Parecía estar solo, sin acompañante y al parecer, iba a probarse algunos artículos que portaba sobre sus brazos. Con discreción, estuve observándole mientras hacía su selección de prendas, y cuando se dirigió hacia los probadores le seguí con la mirada. Su piel bronceada, sus anchas espaldas, sus ligeramente arqueadas piernas y su macizo culo, delataban horas de gimnasio en su haber, salvo que la Naturaleza hubiera querido ser especialmente generosa con su físico. Lo que no pude ver fue su paquete, que estaba oculto por las prendas que colgaban de sus brazos. Mi cabeza se puso a imaginar una hipotética escena de sexo en los probadores, en la que él me encerraba en uno de ellos y me follaba en silencio, pero con mucho morbo. Mi coño destiló algunos jugos imaginando la escena.
Me acerqué a la zona de probadores. Como si de una hembra en celo se tratara, esperaba a que saliera. No sabía por qué, pero algo me atraía hacia allí de forma irresistible. Cada pocos segundos, mi cabeza se giraba hacia el acceso de los mismos, con la esperanza de verlo salir de nuevo y poder recrear mis ojos otra vez sobre su cuerpo. Mientras tanto, disimulaba mirando las prendas de los expositores.
-¡Perdona…!
Me giré instintivamente, y mis ojos se encontraron frente a los grandes y negros ojos del muchacho. Mi corazón dio un vuelco. Su presencia, tan cerca de mí, produjo en mi coño otra vez la misma reacción que había tenido minutos antes.
-¿Sí…?
-Hola, me llamo Fernando… ¿Te importaría mirar cómo me quedan estas prendas y aconsejarme…? Es que he venido solo, y no me acabo de decidir… -dijo con una voz varonil, pero en tono un poco suplicante…
Mi coño sufrió un espasmo y dejó escapar de nuevo un poco de flujo, que mojaba de nuevo mi braguita.
-¡Claro… si te fías de mi opinión…! -dije, mientras reprimía mis ganas de abalanzarme sobre él…
No lo pensé más. Mi suerte era increíble. Le acompañé a la zona de probadores, pero hice ademán de esperar en el pasillo interior del mismo, aunque como yo suponía, él me invitó a pasar al interior del probador.
-Si no te importa… así será más rápido… -dijo de nuevo en tono persuasivo.
Pasé al interior con él, quedándome en uno de los rincones del probador, mientras él, después de quitarse la camisa, comenzaba a quitarse los pantalones.
-Gracias… no te he preguntado tu nombre… -dijo.
-Candela… -contesté sin quitar la vista de aquél cuerpo.
¡Ufff…! La visión que estaba teniendo, estaba haciendo que mi excitación subiera por momentos. Un tórax bronceado, sin apenas vello, con la musculatura perfectamente marcada agasajó mis ojos. Al erguirse, después de quitarse los pantalones, pude deleitarme con la más excitante visión del paquete que nunca hubiera imaginado.
-Pues gracias, Candela. Debería haber venido mi hermana, habíamos quedado en encontrarnos aquí, pero no sé que le habrá pasado… no ha venido… -dijo mientras se ponía otro pantalón.
-¿Qué tal me queda?
-Pues… muy bien… -dije con voz turbada.
La verdad es que yo no podía mirar, sino el cuerpo que se ofrecía a mi vista con absoluto desparpajo. Se volteó.
-¿Y por detrás…? ¿Qué tal…?
Por detrás… ¡para comértelo, bombón…! -pensé para mis adentros.
Un culo prieto se ofreció para mi examen. Me estremecí ante tal espectáculo. Disimuladamente, haciendo como si fuera una profesional de la moda, fui alisando la tela alrededor de su espléndido trasero, apreciando la dureza de sus glúteos, lo apretadito que lucía…
Suspiré azorada…
-Perdona… -dije.
-No hay motivo… -contestó complacido- asegúrate todo lo que quieras…
Se giró de frente otra vez.
-¿Y por delante…? –dijo.
-Por delante… por delante… -dije prestando mucha atención a su delantera.
-Por delante te devoraría sin contemplaciones… -volví a pensar, mientras mis dientes se clavaban sobre mi labio inferior.
-Quizá el slip no es el adecuado… ¿te importa si me lo quito…?- dijo.
-Quizá… -dije sin prestar atención realmente. Mis ojos estaban atrapados sobre el enorme bulto que Fernando tenía entre las piernas.
Se volvió a quitar los pantalones, y acto seguido se bajó el slip dejando a la vista una hermosa verga que, aunque muy morcillona, lucía realmente preciosa.
La boca se me quedó seca de forma instantánea. Tuve que pasar mi lengua sobre mis labios varias veces. Pero al momento, me ocurrió todo lo contrario. La boca se me hacía agua. Comencé a tragar saliva, y aun así creí que de un momento a otro, iba a comenzar a babear como una estúpida.
Fernando me observaba con una leve sonrisa en su cara. Sin duda, él estaba esperando a mi reacción. Sus caderas hicieron unos leves movimientos de vaivén, que fueron acompañados por su verga unas décimas de segundo después, lo mismo que mis ojos. Su miembro aumentaba de tamaño descaradamente. No pude más. Me puse de rodillas, y me aferré con una mano a aquella polla, llevándomela a mi boca con glotonería. Fernando no parecía sorprendido. Al contrario, se dejó hacer con mucho gusto, pues sacando la pelvis hacia adelante, me ofreció la morbosa secuencia del crecimiento de su enorme polla, que ante las caricias que mi boca le estaba regalando, no pudo reprimir en forma alguna.
Estaba fuera de mí, aunque consciente de que nos hallábamos en un comercio, chupé, mamé en silencio, pero con lujuria, con vicio hasta que no pudiendo aguantar más, me hizo levantarme y me besó en la boca mientras sus manos se introdujeron bajo mi camiseta, en busca de mis pechos. Mis manos mantenían asido su miembro, el cual seguía creciendo hasta alcanzar un tamaño verdaderamente respetable. Me volteó haciendo que mis manos se apoyaran sobre el banco que servía de asiento, y a continuación levantó mi falda y bajó mi braguita, recreando sus ojos con mi culo. Mojó sus dedos con saliva, y buscó mis labios vaginales, mojándolos concienzudamente, para a continuación, mojarse también la punta del pene. Inmediatamente, sentí el calor y la presión del glande sobre los ardientes labios de mi coño. Empujó con decisión y su polla empezó a invadir mi interior. Varias emboladas suaves, y su polla se deslizaba en toda su longitud y en toda mi profundidad, sin el menor problema. Se sentía apretada dentro de mi coño, pues su grosor no era nada despreciable. Me hacía sentir muy ricas sensaciones. Tan sólo hacía unos minutos, estaba soñando con esa polla, y ahora, me estaba dando un gran placer dentro de mí. Sus caderas se movían con celeridad. Su polla, me taladraba ya con todo el ímpetu del que era capaz.
Temí que alguien pudiera oírnos, y que tuviéramos que interrumpir el lance. Me sujetó con sus manos por los hombros y me comenzó un bombeo frenético. Su vientre chocaba en cada arremetida contra mis glúteos, haciendo que mis carnes temblaran. No pude resistir el ataque y sentí que el orgasmo se apoderaba de mí de forma absolutamente inevitable. Cogí su slip que había dejado sobre el banco, y haciendo una bola, me lo introduje en la boca para ahogar mis gemidos, mientras el orgasmo casi me hacía perder el sentido. Me sentía desfallecer por la intensidad del mismo. Me alzó, y sacando la polla de mi interior, me hizo sentarme en el banco. La visión de la polla de Fernando erguida, en toda su arrogante esbeltez, brillando a causa de los fluidos vaginales volvió a estimular mi apetito. Sentí la imperiosa necesidad de hacerle sentir las delicias de mi boca. La engullí tomándole por los testículos suavemente, mientras mi otra mano, le atraía hacia mí apretándole su duro culo. Se la mamé como una auténtica experta, tanto, que segundos después se corrió en mi boca de forma ahogada, pero copiosa. Las descargas de semen recompensaron mi esfuerzo. Tuve que tragar varias veces, y aun así algo de semen escapó por las comisuras de mis labios, chorreones que yo recogí con un dedo y lo llevé a mi boca nuevamente, mientras observaba como sus piernas temblaban ostensiblemente.
Pasado un minuto, tratamos de recomponer nuestro aspecto, cosa difícil, pues nuestros rostros congestionados delataban el gran calentón que acabábamos de sofocar. Casi furtivamente, abandonamos los probadores ante la mirada inquisidora de la encargada, que seguramente algo estaba sospechando.
Al final, resultó que no compró nada. Salimos a la calle, donde ya más relajados, me dio las gracias y me dijo que hacía mucho tiempo que no había disfrutado tanto follando. Yo no pude, sino decir lo mismo. Me dijo entonces que le había gustado mucho, tanto, que deseaba que nos volviéramos a ver. Intercambiamos los números de teléfono, y nos despedimos con un beso en la boca, como si fuéramos novios.
Me marché a casa, y me eché sobre la cama rememorando el episodio que acababa de vivir. Ciertamente, me había gustado mucho. Ya estaba deseando repetirlo. Además, hacerlo en los probadores del centro comercial, había sido una experiencia nueva, que al igual que la experiencia con don Antonio, era totalmente diferente a todo lo que antes había podido probar. Pensando en todo ello, me dormí durante unos veinte minutos.
Aún me encontraba tendida sobre la cama, cuando el teléfono sonó.
-¿Diga…?
-Hola Candela, soy Fernando… ¿cómo te encuentras? –dijo en tono confidente.
-Bien… bien… gracias… ¿y tú…? –contesté.
-En una nube, preciosa… -dijo.
-Escucha Candela… Mañana hacemos una fiesta en mi casa, y me gustaría que vinieras, por favor…
-¿Qué se celebra…? –pregunté.
-Verás… mi hermana compite en saltos de caballo, y ha conseguido pasar a la última ronda de las series clasificatorias. La fiesta es en la hacienda “La Pradera”. Está en las afueras de la ciudad, saliendo por la ronda norte… no es lejos… unos ocho kilómetros… ¿Vendrás, verdad…?
-Pues… -no sabía que contestar.
-No sé si podré… ¿a qué hora es?
-A las ocho de la tarde, pero espera… ¿Por qué no te vienes por la mañana, y así te presento a mi hermana, y te enseño la hacienda? ¿Te apetece?...
Sí, me apetecía volver al campo, tener el contacto con las cosas típicas de las haciendas a las que yo estaba acostumbrada. Me apetecía volver a los olores camperos, al aire limpio y libre de humos. Me apetecía volver a tener ante mis ojos el cuerpo de Fernando, y mucho más si era para todo un día…
-Está bien, como quieras, pero no tengo coche…
-No te preocupes… yo te recojo donde quieras. ¿A las diez de la mañana, te parece bien…? ¿Dónde…?
-Pues… ¿en la puerta del comercio donde nos encontramos…?
-De acuerdo, a las diez paso por allí. ¡Ah… ponte ropa cómoda… ya sabes, esto es un cortijo…!
-Está bien, a las diez –dije.
¡Ok, hasta mañana Candela!
¡Bye, Fernando…hasta mañana!
Me dejé caer hacia atrás en la cama, y sonreí… seguramente mañana iba a ser un gran día, algo me hacía presagiarlo. Me levanté y revisé mi vestuario para la visita. Escogí un conjunto de pantalón y chaquetilla vaqueros, con unos botas camperas, muy adecuado todo ello para el ambiente del campo.
A la mañana siguiente, Fernando ya me estaba esperando en el sitio convenido cuando yo llegué. Nos saludamos de forma muy convencional, como si fuéramos conocidos de toda la vida, y arrancó en dirección a la ronda norte de la ciudad.
-Verás… mi hermana estará encantada con tu visita. Anoche le comenté que te había invitado, y se mostró muy interesada. Claro que, tuve que mentirle un poquito, y hacerle creer que nos conocemos desde hace tiempo, pues le dije que habíamos sido compañeros en la Universidad… No te importa, ¿verdad?...No es, sino una mentira inocente…
El argumento era convincente, pues seguramente resultaría sospechoso que invitara sin más al evento, a una desconocida hallada en unos almacenes el día anterior. Pero siendo una compañera de Universidad… era otra cosa.
-Pero… ¿no tendríamos que ponernos de acuerdo en algunos detalles más concretos…? –pregunté.
-Bueno, sí… pero ya le dije que no éramos de la misma carrera, no te preocupes… -contestó. -Le dije que eras conocida, pero por haber coincidido a menudo en el campus, pero descuida porque no te va a preguntar. La explicación que le he dado a ella es más que suficiente.
El coche ya había alcanzado la ronda norte, y aceleró la marcha.
-Cambiando de tema… -dijo en tono mas confidente- pensarás que lo de ayer fue premeditado por mi parte…
-Pues… la verdad, no sé que pensar. Lo que sucedió resultó muy extraño para explicarlo, pero a mí no me corresponde juzgar tus actos, sino los míos, que desde luego no fueron precisamente ejemplares. No sé que me pasó, pero desde el mismo momento en que te vi, sentí la necesidad de tocarte, de sentirte dentro de mí, me entiendes ¿verdad…?
-Dime… ¿sigues sintiendo lo mismo…?
-Si te dijera que no… mentiría.
-Mmmm… ¿sabes…? Creo que lo vamos a pasar muy bien hoy… -dijo mientras con una mano se acomodaba el paquete que de forma ostensible estaba creciendo.
Mi coño sufrió una descarga de fluidos, y comenzó a sufrir el mismo cosquilleo que me había atacado el día anterior.
-Me estoy poniendo malita… -dije con melosa voz a la vez que mi mano se posaba sobre el bulto que yacía bajo el volante del vehículo.
-Espera… dentro de unos minutos dejaremos la ronda, y buscaremos un sitio oculto, donde pueda administrarte un remedio para esa calentura que te está atacando…
-¡Quiero mi medicina…! –dije en tono suplicante.
Bajé la cremallera del pantalón, e introduje mi mano por la abertura hasta que conseguí asir con ella la polla de Fernando, que estaba en pleno proceso de desarrollo. Aminoró la velocidad. Un cartel señalaba la salida hacia el cortijo La Pradera. En cuanto el coche abandonó la ronda, y se alejó de la misma, Fernando me suplicó que la liberara de su encierro.
Mis manos dieron libertad al pájaro, mientras el coche se dirigía hacia una alameda cercana. Una vez alcanzada la zona interior de la misma, se detuvo.
¡Vamos, el “doctor” está ansioso por tomarte la temperatura…! -dijo saliendo del coche. Y mientras se bajaba los pantalones dio un rápido vistazo hacia ambos lados para cerciorarse de que gozábamos de intimidad.
Creo que en ese momento, a mí me importaba un rábano si alguien nos podía ver o no. Mi vista se había fijado en la hermosa polla que iba a disfrutar de nuevo en breves instantes. No sé que tenía aquella polla, que me producía una inevitable atracción, como si se tratara de un imán. Era hermosa, arrogante, gruesa y larga en proporción, en definitiva, una polla a la que me podía volver adicta sin voluntad de regeneración, en una palabra… un pollón, sí señor, con dos gordos testículos que colgaban de su base, y que se adivinaban repletos del dulce néctar que ya había probado el día anterior.
Me quedé embobada mirando como la polla de Fernando se balanceaba a izquierda y derecha, mientras mantenía su posición erguida, arrogante, desafiante… Fernando sacó del maletero una manta, que extendió junto a uno de los costados del coche, y, con un ademán muy caballeresco, me invitó a ocupar el centro de la misma. Me deshice de los pantalones rápidamente, y me arrodillé como si fuera a adorarle. Se acercó hacia mí. No dijo nada. Solamente unos centímetros separaban mi boca de aquella dulce verga, que mostraba una brillante gota de líquido de aspecto gelatinoso asomando por el orificio. Tragué saliva. Mi boca ardía de deseo de volver a mamarle la polla otra vez. Tomé con suavidad aquel tallo por su base con una de mis manos, mientras con la otra recogía las gruesas pelotas que pendían como frutas maduras. Lentamente, aguantándome las ganas, recreándome un poco en mis actos, lamí los jugos que me eran ofrecidos. Después lamí el glande por arriba y por abajo, y retirando suavemente el prepucio, rodeé con mis labios la gruesa cabeza, mientras mi lengua jugueteaba con sus terminaciones nerviosas y le hacían resoplar de puro placer.
-¡Ufff…! ¡Ahhh…! ¡Bufff…!
Fernando bufaba una y otra vez al ritmo acompasado de mis lamidas, mientras yo le miraba desde abajo. Sus músculos abdominales, así como los de sus glúteos, eran una armoniosa sinfonía que se acompañaba de pequeñas sacudidas de caderas al encuentro de mis labios y de mi lengua. Mi coño se derretía en jugos ante la visión que su cuerpo en plena tensión me estaba ofreciendo.
Con mis tiernas pero excitantes caricias bucales, conseguí aumentar un tanto el tamaño que la polla de Fernando me había mostrado al principio. Ahora el aspecto había pasado de ser arrogante a ser claramente amenazante e intimidatorio… pero esto no hizo sino aumentar las secreciones de mi coño, que ya comenzaba a exigir atención.
-Ven, échate de espaldas… así… -me dijo mientras me ayudaba a tenderme.
-Voy a tomar esa temperatura… -susurró junto a mi oído.
-Sí, doctor… -contesté siguiendo la corriente a la broma.
-Veamos… Hummm… parece que hay fiebre alta en este conejito. Está muy caliente…
-Doctor, creo que necesito un tratamiento enérgico…- dije pegando la boca a su oreja.
-Pues no hay que hacer esperar a la paciente… ¡Vamos allá…!
Y comenzó a bombearme cada vez más profundo y mas enérgicamente. Sus golpes de caderas eran muy fuertes. Sus poderosos músculos hacían temblar toda mi anatomía. Me sentía plenamente dominada bajo su cuerpo. Pero necesitaba sentir aquella furia que golpeaba una y otra vez en mis entrañas. Sentía que no tardaría mucho en correrme, y que además sería muy intensa. Las poderosas embestidas me hacían volar hacia el orgasmo de una forma brutal. Sin misericordia alguna siguió bombeándome, hasta que ambos alcanzamos el punto de no retorno, y nuestros cuerpos se convulsionaron como poseídos por algún extraño mal, que hacía que nuestras gargantas emitieran gemidos guturales, y nuestras bocas resoplaran como si nos faltara el aire, mientras en lo más profundo de mi vagina se depositaba la preciosa carga de semen con la que Fernando me estaba agasajando.
Nuestros cuerpos quedaron exhaustos por el esfuerzo, pero la polla de Fernando seguía dentro de mí. Al cabo de un minuto, me besó tiernamente en la boca, me acarició el pelo, y me dijo:
-Tenemos que irnos… tendremos ocasión más tarde de repetir y… ésta vez, será en una cama… ¡lo prometo…!
Nos reímos. Era cierto. Las dos veces habíamos follado en situaciones muy expuestas. Y me había hecho disfrutar mucho…
Nos levantamos, nos vestimos y el coche reanudó la marcha hacia La Pradera… ¿qué pasaría cuando lo hiciéramos en la tranquilidad de una habitación cerrada, sobre una cama…?
Sólo de pensarlo… ¡me estaba volviendo a mojar las bragas!
A lo lejos, se veía un grupo de edificaciones de aspecto antiguo aunque cuidado, con las paredes blanqueadas y los tejados morunos.
Allí estaba... La Pradera.
Continuará…