Memorias inconfesables. 3 Natasha.

Nunca antes me había imaginado con otra mujer, nunca había sentido deseos de hacerlo. Pero, si alguna vez había de probarlo, aquella parecía la mejor ocasión.

Habían transcurrido unos tres meses desde la huída de mi casa, y las cosas discurrían según yo había previsto. Mi plan había resultado y me llegaban les entregas de dinero regularmente. Al parecer, tanto mi padre como Manuel querían mantener su buena fama entre los suyos, así que pagaban religiosamente. En cierto modo sentí alivio. Me relajé al ver que no tenía que preocuparme por el tema económico. Además disponía del dinero de la venta de mi piso. Esto me permitió dedicar mucho de mi tiempo a conocer la ciudad, su zona turística y comercial, así como los muchos monumentos históricos, y lugares visitables. En verdad era una ciudad preciosa.

Mi relación con Oleg, siguió siendo muy buena. Sin ninguna complicación en el aspecto sentimental. Oleg había convertido en una costumbre (irregular eso sí), el aparecer en mi puerta con una botella de vodka. A veces, pasaban cuatro o cinco días sin aparecer, y otras veces aparecía varios días seguidos. Charlábamos un poco de todo. Preguntaba sobre cosas y costumbres que naturalmente, él no conocía. Yo le explicaba y él me escuchaba con atención. Tomábamos nuestros poleos menta con vodka y finalmente, íbamos a mi cama para follar. Creo que los dos entendimos nuestra relación desde el primer momento, como lo que era. Dos amigos dándose aquello que les apetecía, sin llevar cuentas ni explicaciones. Así fue desde el principio. Ni él intentaba averiguar más de mi vida, ni yo le pedí que me diera cuenta alguna de lo que hacía en el tiempo que no estaba conmigo. Nos buscábamos, cuando nos necesitábamos. Eso era todo.

Como ya ha dicho, con Oleg aprendí muchas cosas sobre el sexo que yo no conocía. Por ejemplo, aprendí a hacer lo que comúnmente se conoce como el “sesenta y nueve” es decir, sexo oral mutuo simultáneo.

Fue una noche en que me encontraba especialmente excitada. Tenía unas ansias y deseos enormes de mamarle la verga. Comenzamos como era habitual entre nosotros, con recíprocas mamadas de forma alternada. Pero me desesperaba un poco cada vez que él me quitaba la verga de mi boca para mamarme a mí. No quería sacarme la verga de la boca. La necesitaba. Era como si me quitara el caramelo después de haberlo saboreado. Ansiaba volverla a meter y seguir lamiéndola con lujuria y desespero. Él se tumbó boca arriba y me atrajo sobre su cuerpo, situando mis rodillas detrás de sus hombros, y rodeándome con sus brazos alrededor de mis caderas, hasta que sus manos alcanzaron mis glúteos, a los cuales se aferraron fuertemente.

Con una almohada doblada debajo de su cabeza, mi sexo quedó fácilmente al alcance de su boca. Nuestros cuerpos, totalmente en contacto mutuo se transmitían todo el placer que sentían. Con mis antebrazos apoyados en sus muslos, su pene quedó a merced de mis manos y de mi boca. Lo introduje profundamente, como nunca lo había hecho. Sentí los latidos de su glande en mi garganta. A cada poco retiraba mi cabeza y lo miraba con golosa actitud, para volver a meterlo aún más profundo. Otras veces lo sacaba para tener sólo el capullo aprisionado. Oleg me decía cómo debía mamarlo. Como si tuviera un chupete. Grande, muy gordo, eso sí. Yo trataba de hacerlo como él me indicaba. Su boca iba profiriendo sonidos, que me orientaban en la eficacia de mi faena. Me decía que con mis labios sin llegar a rozar con los dientes, frotara sólo la base del capullo que es donde hay un gran número de terminaciones nerviosas, apresándolo entre ellos y moviendo mi cabeza de izquierda a derecha. Esta maniobra parecía volverle loco de placer. Sus gemidos subían de tono cuando lo hacía y sus manos, estrujaban entonces mis glúteos apretándome sobre su boca.

Claro que él no estaba quieto. Su lengua lamía una y otra vez mi coño. Los labios vaginales eran una y otra vez absorbidos por su boca. Otras veces eran apartados completamente a los lados, con el objeto de pegar sus labios íntimamente mientras succionaba mi clítoris. Sus dedos mojados en su propia saliva acariciaban alrededor de mi ano. De vez en cuando, uno de ellos se insinuaba con atrevimiento entrando dentro de mi ojete apenas uno o dos centímetros y cuando lo hacía, sentía un raro y extraño placer. Mis músculos anales le hicieron saber que esa caricia me gustaba. Yo ignoraba por completo que el ano fuera una zona tan sensible a las caricias. Después de lubricarlo muy bien con su saliva y a la vez que me succionaba el clítoris, su nariz, cosquilleaba en el centro de mi ano. Esa caricia me volvía loca. Redoblé mis mamadas sobre el hermoso falo mientras una de mis manos envolvía sus gruesas pelotas, las masajeaba, las estrujaba con delicadeza y las metía en mi boca por completo. Oleg se convulsionaba de gusto cuando se lo hacía.

Durante mucho rato estuvimos así, embriagados de lujurioso placer. Cuando Oleg quiso que alcanzáramos el orgasmo, prendió firmemente con su boca toda la zona del clítoris, absorbiendo todo cuanto pudo dentro de ella y a la vez, dos dedos de su mano derecha invadieron mi recto, haciendo que me corriera de forma brutal. Mi boca devoró toda la polla que pudo y exprimió el delicioso semen tragándolo con glotonería. Fue un orgasmo antológico para mí. Mi primer orgasmo en sesenta y nueve. Después de aquél hubieron más aunque ese, quizás por la novedad quedó especialmente en mi recuerdo.

Mi vida comenzó a ser un poco monótona. Sin trabajar dedicaba mi tiempo a las pocas faenas que el pisito me exigía y con mucho tiempo libre, pronto empecé a sentirme aburrida

Pero Oleg  se encargaba de entretener muchas de mis noches.

Un día Oleg se presentó en casa acompañado de una chica joven, más o menos de mi edad, rubia, ojos azules increíbles, alta de estatura y ligeramente delgada con un tipo escultural. Sus rasgos faciales eran entre nórdicos y orientales. Era Natasha, una compatriota de Oleg, increíblemente bella, con esa belleza tan característica de los países del Este, pero tan rara por nuestro país. Nos presentó como amigos aunque sospecho que ella adivinó que éramos algo más que amigos, pues una sonrisa pícara se dibujó en su carita de piel blanca inmaculada.

El caso es que Natasha se había encontrado con Oleg por casualidad y al comprobar que eran compatriotas, Oleg se sintió un poco obligado a ayudarle, pues había llegado recientemente a la ciudad. Oleg le había ofrecido hospitalidad que consistía en alojarla en su piso, hasta que ella pudiera resolver de mejor manera su estancia. Pero consideró conveniente informarme, de que se trataba de un favor temporal hacia ella.

He de decir que desde el primer momento, Natasha produjo en mí una grata impresión. Su estilizada figura, junto a sus rasgos tan particulares y su pálida belleza, hacían de ella un raro espécimen de mujer por nuestras latitudes.

Nos caímos bien desde el principio. Al no tener trabajo, pasaba muchas horas conmigo. Su conocimiento del castellano era más limitado que el de Oleg, así que una de las cosas que pude hacer de inmediato, fue tratar de enseñarle el idioma español. Ella trataba de asimilarlo, pero la dificultad era grande para ella. Sin embargo, cada vez que conseguía avanzar en su aprendizaje lo celebraba con alegría, dando saltos y palmadas y finalmente, me abrazaba con fuerza alborozada por sus progresos.

Varios días habían pasado desde que Natasha había ocupado un lugar en mi vida, pues ella aunque teóricamente vivía en el piso de Oleg pasaba la mayor parte del día conmigo. Su contribución como compensación al favor que Oleg le estaba haciendo, consistía en limpiar lo poco que se ensuciaba en su piso y hacerle las comidas. Pero el resto del tiempo durante el día lo pasaba en mi casa, conmigo. En cambio pensé que al estar ella, Oleg dejaría de venir a mi casa por las noches como era su costumbre, pues ahora con Natasha, seguramente no echaría tanto de menos su Bielorrusia natal.

Sin embargo al cabo de unos pocos días se despejaron mis dudas, pues como era habitual antes, Oleg estaba a la puerta de mi piso tocando el timbre con la botella de vodka… y Natasha a su lado.

Me sorprendió pues no lo esperaba. Abrí y ambos pasaron. Siguiendo el ya acostumbrado ritual, preparé infusiones de poleo menta y Oleg, siguiendo la costumbre las bautizó con el vodka.

Aquello empezó a parecerme muy surrealista. Seguíamos el ritual pero ambos debíamos estar pensando que en algún momento, éste tendría que sufrir una variación pues no se me ocurría pensar que Oleg siguiera el “guión” al pie de la letra…

Pero empecé a darme cuenta que me equivocaba. Oleg comenzó a ponerse meloso y a acercarse a mí como solía hacer… Me quise resistir. Otra vez salió en mí la niña recatada ante terceros que había sido hasta que me marché de casa de mis padres. Pero entonces Natasha se acercó a mí por el otro lado, abrazándome por detrás, primero por los hombros, y luego en cuanto Oleg quiso tener mi boca, Natasha cogió desde atrás mis pechos metiendo las manos por debajo de mi camiseta y del sujetador. Me dejé hacer. Como la primera vez que Oleg vino a mi piso, noté que mi sexo se humedecía. Nunca antes me había imaginado con otra mujer, nunca había sentido deseos de hacerlo. Pero, si alguna vez había de probarlo, aquella parecía la mejor ocasión. Natasha tenía esa belleza tan particular que me atrajo inconscientemente desde el principio, y desde luego, no podía imaginar otra mujer mejor para hacerlo. Decidí en ese instante que me dejaría llevar hasta donde el placer de mi cuerpo me demandara.

Natasha masajeaba mis pechos y trabajaba a conciencia mis pezones, mientras Oleg me exploraba la boca. La verdad es que me estaba gustando. Oleg dejó mi boca y me quitó la camiseta y el sujetador, para lamer y comerme los pezones y Natasha me tomó la cara por la barbilla. Me hizo girar la cabeza. Allí estaba su boca entreabierta, esperando a la mía para fundirse ambas en un profundo beso, en el que las lenguas intercambiaron jugos y ambas recorrieron la cavidad ajena con delicadeza pero lujuriosamente, con impaciencia.

Oleg nos hizo levantarnos y nos condujo hasta el dormitorio. Natasha me cogió por las manos sentándose sobre el borde de la cama, y dejándose caer de espaldas me arrastró sobre ella. Nuestros cuerpos quedaron pegados por completo, el mío sobre el suyo. Sus manos me tomaron por las mejillas y me acercaron a su boca. Sus labios me recibieron con dulzura. Sus ojos me miraban con aquella calidez que sólo ella sabía transmitir. Oleg se desnudó y me fue quitando la ropa, mientras Natasha se esforzaba en infundirme la confianza que ella parecía sentir hacia mí. Besaba mi boca, ojos, mejillas, orejas, cuello y hasta mis manos recibieron aquellas dulces caricias de su boca. Me sentí abrumada por tantas atenciones conmigo. Y traté de corresponder a ellas lo mejor que supe, devolviendo una por una todas las caricias que recibí. Era imposible resistir tanta dulzura.

Una vez que me hubo desnudado, ambos ayudamos a Natasha a desnudarse por completo. Intercambiamos las posiciones originales, de modo que ahora era Natasha la que estaba en cuatro sobre mí, para que estando él de rodillas sobre la alfombra, tener un cómodo acceso para lamer mi coño y el suyo.

¡Qué sensación! Era indescriptible. ¿Cómo podría explicar lo que se siente cuando te estás besando con una preciosa mujer, mientras un hombre te está comiendo el coño con dedicación…?

O al contrario, sentir la boca de una preciosa mujer a la cual sabes que le están comiendo su coñito. Su boca comunicaba las sensaciones placenteras que Oleg le estaba regalando… Sólo quienes lo hayan probado, saben de qué estoy hablando…

Sentí que no aguantaríamos demasiado. Las sensaciones eran tan intensas, que seguramente nos llevarían al orgasmo rápidamente. Al menos es lo que yo pensaba.

Pero Oleg sabía mucho de sexo. Dándose cuenta de mi nivel de excitación, procuró ralentizar mi calentura haciendo algunas pausas y que respirara hondo. Momentáneamente mi excitación se relajaba. Pero en contra de lo esperado, mi desesperación por volver a tocar y saborear aquellos cuerpos me hacía volver a ellos con mayores ganas cada vez, como si estuviera poseída.

Dándose cuenta de lo que me ocurría, decidió no hacerme sufrir más.

Ordenó a Natasha que se tumbara boca arriba en el centro de la cama y a mí, que me pusiera sobre ella en posición de sesenta y nueve. Me agradó la variante. Chupé con desespero el coño de Natasha como si fuera el último coño que pudiera disfrutar en esta vida. Metía mi lengua dentro de él sacando jugos y degustándolos, como si se tratara de rica ambrosía. Ella me correspondía en mi coño con igual deleite. Cuando las bocas paraban un momento, expresaban inconteniblemente la excitación que nos embargaba mediante gemidos y quejidos. Oleg humedeció la punta de su polla haciendo que Natasha se la chupara, y me penetró hasta el fondo de mi abrasador coño. Mi dejé ir hacia atrás, absorbiendo polla con avaricia. Mi boca hizo presa en uno de los pezones de Natasha que comencé a lamer desesperadamente. Cambiaba del uno al otro de vez en cuando para mantener ambos duros como las piedras. La polla de Oleg estaba causándome un inmenso placer. A la vez, uno de sus dedos jugaba a entrar y desaparecer en orificio de mi ano a cada poco, manteniendo una indescriptible sensación de avidez y temor de forma simultánea.

Oleg sacó su polla y de nuevo, la boca de Natasha se ocupó de hacerme los honores en mi clítoris. Oleg dijo algo a Natasha, creo que en ruso, pues yo no lo entendí. Lamió de nuevo la polla a Oleg aplicando una abundante cantidad de su saliva a lo largo de su pene, y su boca regresó otra vez a mi coño que le esperaba de nuevo desesperado. Oleg apuntó su grueso cipote en el orificio de mi ano. Me dí cuenta de lo que iba a suceder, y me asusté un poco. Pero Oleg sabía lo que hacía. Durante semanas había estado dilatando y acostumbrando mi orificio, para ser invadido en algún momento posterior por su enorme polla. Ese momento había llegado. Lo supe cuando su capullo se hizo notar a las puertas de mi orificio anal. Quizás aquel momento era el más propicio, pues era tal el grado de excitación en que me encontraba, que si no me lo violaba esa noche, creo que no dejaría que lo hiciera nunca.

Me empujó suave, pero con decisión. Me dolió sí, mucho. Pero era más fuerte mi excitación que el temor que me inspiraba. Cuando por fin mi esfínter cedió, Oleg dejó de empujar unos cuantos segundos. Dejó que mi ojete se acostumbrara, se relajara. Natasha consciente del dolor que estaba sintiendo, redobló sus caricias sobre mi clítoris, al objeto de hacer que lo olvidara y que me concentrara en el placer que estaba sintiendo.

Así fue. El suave bombeo de Oleg hizo que el dolor quedara relegado y que una nueva y enorme sensación de placer ocupara su lugar. Natasha elevó sus piernas haciendo que rodearan mis hombros y la flexión de su columna, me permitió  lamer por completo su coño y su culo, donde mi lengua jugueteó a meterse por sus orificio. Noté que sus piernas apretaban cada vez más fuerte sobre mi espalda, señal inequívoca de que estaba al borde del orgasmo.

Aspiré aire y mi boca se hundió sobre el coño de Natasha. Succioné con fuerza su clítoris, mientras los espasmos de sus caderas delataron que se estaba corriendo. Apretó succionando con la boca llena de mi sexo, mientras Oleg me asía con fuerza por las caderas atrayéndome hacia él. Su polla se clavó hasta las pelotas en mi culo. Un grito incontenible brotó a coro de las tres bocas de forma casi simultánea, mientras unos segundos después nuestros cuerpos se derrumbaban como castillo de naipes sobre la cama.

Oleg sacó su polla de mi culo con sumo cuidado, para no hacerme daño de nuevo. Al notar la salida de la misma, un espasmo de dolor y de regusto me sacudió todo el cuerpo. Me abracé a ambos y ellos me abrazaron. En medio de ellos dos, sobre mi cama, me quedé dormida. Ellos también cayeron en brazos de Morfeo inmediatamente.

Cuando desperté a la mañana siguiente Oleg ya se había marchado y pensé que Natasha también. Pero un intenso olor a café recién hecho me llevó hasta la cocina, donde Natasha había preparado la mesa con el desayuno para dos. Cuando entré vino hacia mí, me abrazó y me besó en los labios tiernamente. Luego tomó mis manos y repitió sus besos, mientras en voz baja repetía: “Gracias Candela”.

Yo no estaba acostumbrada a este comportamiento, pero Natasha lo hacía de forma absolutamente natural, querida y sincera. Era imposible no quererla.

Durante el tiempo que Oleg y Natasha permanecieron como vecinos, he de decir que disfruté mucho, con todas y cada una de las variadas formas de sexo que ambos me procuraban. De esa época me quedó el gusto por el sexo anal que disfruté entonces, y que he llegado a disfrutar muchísimo con posterioridad. También he de decir que aunque no me considero lesbiana, nunca he rechazado una boca femenina atractiva, que me transmitiera ternura y amor. Creo firmemente que ni la ternura, ni el amor, tienen que estar sujetos a sexo alguno y creo que allí donde los haya, hay que reconocerlos y aceptarlos sin discriminar el sexo del portador.

Una noche como era ya costumbre, vinieron a casa a tomar las infusiones de poleo menta con vodka, pero la conversación que mantuvimos por primera vez fue triste para mí.

Se marchaban. Un amigo compatriota de Oleg se puso en contacto con él y le comunicó que había encontrado trabajo en una clínica, donde él podría ejercer como veterinario y Natasha como asistente. Era una gran oportunidad para ellos y no la podían desaprovechar. Además me confesaron que se amaban y que deseaban continuar unidos en el futuro. Me puse muy triste por la noticia, pero ellos me dijeron que lo tenían que intentar, y yo comprendí que debían hacerlo.

Por última vez ambos me hicieron el amor. Sí. Se puede hacer el amor con dos personas cuando se está dispuesto a amar a ambas. Y lo de menos, es el número de personas a las que amas. Se ama simplemente.

Hicimos el amor y gozamos de nuestros cuerpos los tres juntos por última vez. Cuando desperté al día siguiente salí en su busca a despedirlos, pero ya no estaban en el piso. Con los ojos empañados por las lágrimas, regresé a mi salita, donde encontré sobre la mesita un paquete envuelto con un lazo y con una nota prendida en él.

“Querida Candela:

Somos afortunados al haberte conocido. Nuestro mayor deseo es puedas encontrar en tu vida, todo aquello que mereces. Quizás no nos volvamos a ver nunca, pero por si es así, te queremos dejar un regalo que te haga recordar nuestros mejores momentos.

Oleg y Natasha”

Quité el envoltorio y abrí el estuche. Dentro, a través del plástico transparente, se podía ver en que consistía su regalo.

Era un hermoso vibrador plateado.

Lloré durante un buen rato.

Después, me creí en la obligación de probar el regalo.

(Continuará…)