Memorias inconfesables. 2 Oleg.

Inicié mi nueva vida, con una gran sorpresa. Mi vecino Oleg me inició en el arte del sexo. Nunca imaginé poder disfrutar tanto del placer que me hizo sentir.

Algo más de dos horas empleó el autobús, en alcanzar la ciudad de destino de la que iba a ser mi nueva vida. Salí de la estación con las bolsas colgadas de mis hombros. Desde la misma puerta de salida, pude ver un gran rótulo que anunciaba una pensión cercana. Una flecha pintada bajo el mismo, anunciaba la dirección en que se encontraba. Me encaminé hacia allí y poco más abajo, pude divisar otro rótulo que señalaba el lugar donde estaba.

Llamé al timbre y me franquearon la entrada. Tomé una habitación que había libre. Me instalé en ella sin detenerme demasiado en examinarla, pues sería una estancia breve. Prefería conseguir un apartamento pequeño, que me diera la independencia que necesitaba.

Después de los trámites de registro, me duché y me cambié de ropa, saliendo a la calle nuevamente. Busqué un kiosco y compré un periódico local, regresando a la pensión. Dediqué el resto del día a examinar los anuncios de alquileres de pisos y apartamentos.

Por fortuna el curso académico había finalizado, y muchos de los alojamientos que los estudiantes empleaban durante el curso, habían quedado libres y estaban anunciados nuevamente para alquilar. Concerté varias citas para el día siguiente, para ver algunos de los pisos que se ofrecían en alquiler.

Al día siguiente tomé un taxi, e indiqué al conductor la primera de las direcciones que había marcado sobre el periódico. Tras visitar varias direcciones más encontré un pisito pequeño, pero bien situado y completamente amueblado que reunía las condiciones que buscaba. El propietario, un hombre maduro y bien parecido, se avino a realizar el arrendamiento mediante un contrato privado, lo cual ocultaría el rastro de mi desaparición y consecuentemente, evitaría mi fácil localización si llegara el caso.

Seguramente, el no tener que declarar los ingresos del alquiler, y las sonrisas que le obsequié, ayudaron a que tomara esa decisión. Muy solícito, incluso se ofreció a ayudarme a realizar la mudanza desde la pensión, cosa que yo rechacé y, después de entregarle en metálico una mensualidad como fianza, recibí las llaves de su mano y me dispuse para trasladarme al día siguiente.

Al día siguiente, dejé la pensión y me mudé al piso que había alquilado. Recorrí con curiosidad las varias habitaciones y coloqué mis ropas en el armario empotrado de la principal. La verdad es que había sido una suerte encontrar ese piso. No era muy grande pero tenía dos dormitorios, uno de ellos con cama de matrimonio, una salita con mueble bar, TV y dos sofás muy cómodos, un pequeño despacho, un baño completo, y una cocina pequeña pero más que suficiente. Después de examinar todo con detalle, cogí la casette, la introduje en mi bolso y salí a la calle en busca de una tienda de fotografía.

Encontré una y pregunté al empleado si hacían copias de cintas VHS, a lo cual respondió que sí. Pregunté si podían hacerla sin visionarla, pues contenía imágenes privadas y asintió. Me señaló dos magnetoscopios que tenía tras de sí y le dí la cinta. Seguidamente introdujo la cinta en uno de ellos, rebobinó y, tras poner una cinta virgen en el otro inició la grabación. Al finalizar la grabación le pedí que me permitiera comprobar en privado, si ésta se había realizado correctamente y efectivamente, así era. Rebobinó, pagué y me dio las cintas dentro de una bolsa.

Regresé al piso después de comprar papel folio en una papelería, y un mapa callejero de la ciudad. No sabía si tendría que cambiar de ciudad, pero de momento, mi pensamiento era quedarme en ella indefinidamente.

Tan sólo me faltaba completar el envío de la copia de la cinta, y redactar la nota que iba a acompañarla. Mi mente no cesaba de procesar los pasos que debería dar, para no cometer ningún error.

Entré en el piso y fui directamente al despachito. Tomé asiento delante de la mesa escritorio. Saqué las hojas de papel que había comprado, y comencé a escribir la nota que tenía que enviar a mi padre.

“Papá:

Como te dije en mi carta anterior, adjunto te remito una copia de una cinta de vídeo. El original está a buen recaudo. Como verás son imágenes que no te dejarían en muy buen lugar, delante de la “alta sociedad” con la que te relacionas. Cualquier revista del corazón me pagaría una buena suma de dinero por ellas. También están en ella las imágenes del mal nacido de mi ex-novio con la puta de mi hermana Rocío, que también son lo suficientemente sustanciosas para que teman por su prestigio social. Pues bien, los tres vais a pagar por el daño que me habéis infligido.

Mensualmente me ingresarás cincuenta mil pesetas en mi cuenta corriente, la misma que he tenido siempre. He dejado instrucciones para que de forma automática, se transfieran a otra cuenta privada todos los ingresos. Si no queréis que la cinta salga a la luz pública en alguna revista, tendrás que arreglártelas con Manuel para convencerle de que él también me ingrese otras cincuenta mil, por las mismas razones. Si él no acepta las pagaréis tú y Rocío.

Recibiré cien mil pesetas cada mes ó de lo contrario, venderé la cinta y te aseguro que me la pagarán muy bien. Como ves, no es mucho dinero y no os será difícil justificarlo. Bastará con que lo consideréis una “contribución” para sufragar los gastos de mis “estudios en USA”. Pero me lo vais a pagar durante todo el tiempo que yo estime suficiente, hasta que vuestro daño lo considere compensado. Para empezar, espero recibir vuestro primer donativo voluntario para comienzos  del próximo mes. No lo olvides. No hablo en broma.

Candela.

PD: No te molestes en buscarme en la ciudad que reza en el matasellos del paquete postal. No estoy en ella. No soy tan tonta, no me subestimes.”

Salí de mi recién alquilado pisito, tomé un taxi y me dirigí ala Oficina Centralde Correos, donde deposité la cinta y la nota dentro de un embalaje apropiado, y la remití por paquete certificado dirigido a mi padre.

Al salir, en la puerta del edificio, me detuve. Miré el cielo. Era un día precioso de mediados de Junio. Aspiré el aire profundamente. No podría decirse que fuera precisamente aire limpio. Pero a mí, me pareció estar respirando “libertad”.

Ahora sí. Empezaba mi nueva vida. Lejos de mi familia. Lejos de mis amistades y conocidos de toda la vida. Lejos de la hipócrita “alta sociedad” en la que me había movido desde que nací. Pero presentía que no iba a ser fácil adaptarme a las nuevas circunstancias. Intuí que tendría que empezar por cambiar viejas costumbres por otras nuevas, completamente diferentes.

Utilizando el callejero regresé paseando hasta el piso. Mi cerebro comenzó a pensar en tiempo futuro. Tenía que cambiar mi estilo de vida. Prescindir de hábitos y costumbres muy arraigados en mí. Como por ejemplo, trabajar. Sí, yo no sabía lo que era eso, porque nunca lo había hecho. Mis estudios aunque no finalizados, quizás me sirvieran para encontrar trabajo. No cualquier trabajo claro, pero sentí la necesidad de contactar con el mundo laboral, de sentirme útil de alguna forma. Pero esto me lo tomaría con calma, sin prisa. No era una necesidad perentoria, pero podría llegar a serlo. No quería ni pensar en tener que volver a mi casa por necesidad de dinero, aunque esperaba no tener que recurrir a la solución de las revistas. Aunque llegado el caso, no creí que tuviera agallas para hacer lo que había escrito en la nota a mi padre. El recuerdo de mi madre me lo impediría, seguramente no lo haría. No sería capaz de causarle semejante disgusto a mi madre.

El callejero me ayudó mucho. La ciudad no era pequeña, pero gracias a que el piso estaba situado muy céntrico, nada quedaba muy lejos del mismo.

Cuando arribé me encontré con el casero en el rellano hablando con un chico joven, guapo, de unos veinticinco o veintiséis años. El casero me saludó cortésmente al pasar junto a ellos, e hizo las presentaciones.

-Buenos días, Candela…

-Hola, buenos días…

-Os presentaré… éste es Oleg… tu vecino. Le tengo alquilado el piso de al lado,… ella es Candela, tu nueva vecina… -dijo.

Nos dimos un beso de cortesía. Debo decir que el perfume de su loción, o lo que quiera que fuese, olía como los ángeles.

-¿Oleg…? –dije- ¿ese nombre es… ruso…?

-Sí, claro,… -contestó en un castellano más que aceptable- pero no soy ruso. Soy de Bielorusia.

-Oleg es veterinario… -dijo el casero- y trabaja en una clínica veterinaria de la ciudad, aquí cerquita…

-Bueno, en realidad estoy empleado como asistente en la clínica…-dijo.

-Pues mucho gusto de conocerte, Oleg… -dije- espero que seamos buenos vecinos,… ¿verdad?

-Lo mismo digo… Candela…

-Bueno, pues encantada….-dije haciendo ademán de ir hacia mi puerta.

-Encantado, igualmente… dijo Oleg.

Caminé hacia la puerta sintiendo la mirada de ambos en mi culo. Consciente de ello, me recreé en hacerlo despacio y con precisos movimientos de mis caderas y lentamente, abrí la puerta mientras me giraba y dedicaba una sonrisa a Oleg. Estoy segura que les causé impresión a los dos. El casero, casi babeaba. Oleg me correspondió sonriendo a su vez.

Tuve que salir a hacer algunas compras en un supermercado cercano para aprovisionar la nevera. Compré de todo lo que creí necesario y regresé. Empleé el resto del día en limpiar concienzudamente la casa, pues me daba cierto reparo por no decir cierto asco, utilizar las cosas que habían en ella sin haberlas limpiado antes. Me preparé una frugal cena a base de fiambres y ensalada, cené y me senté delante de la televisión. Ni diez minutos habían transcurrido cuando llamaron a la puerta. Miré por la mirilla. Era Oleg que sostenía una botella a la altura de la mirilla, junto a su cara.

Abrí.

-Hola, Candela… -dijo.

-Hola, Oleg… ¿qué quieres…?

-Pues… verás… ¿puedo pasar…? –dijo poniendo por delante la botella…

-Pasa, anda…

-En mi país es costumbre dar bienvenida a nuevos vecinos, ofreciendo un trago de vodka en señal de hospitalidad…-dijo mientras yo cerraba la puerta- Serría descortesía por mi parte saber que eres nueva vecina, y no darte bienvenida…

-Ah bueno, pero sólo un trago… ¿vale…? –dije.

Le invité a pasar a la salita mientras fui a buscar unos vasos.

Puse ambos vasos sobre la mesita de centro y le invité a sentarse en uno de los sofás. Él abrió la botella y sirvió la bebida.

-Porr amistad… -dijo.

Bebimos. Aquello quemaba endiabladamente la garganta. Se me saltaron las lágrimas de mis ojos.

-¡Qué fuerte…! –dije mientras me abanicaba mi boca con la mano.

-Oleg… voy a preparar una infusión… ¿quieres una?

-Oh sí, gracias… infusión con vodka, bueno, muy bueno…

Preparé dos infusiones de poleo menta que había comprado. El vodka que me había tomado, me quemaba el esófago y la garganta.

Cuando regresé a la salita con las infusiones, Oleg las bautizó con el “agua bendita”,… vodka. Me ofreció una de ellas. Probé un sorbo. La verdad es que así estaba muy buena.

Conversamos… Tuve que volver a hacer más poleo menta… Más vodka… Se puso melancólico al contarme cosas de su Bielorusia natal. Traté de consolarle. Nos acercamos uno al otro. Me tomó la cara entre sus manos y me besó tiernamente. Me erizó el vello por todo el cuerpo. Aquel chico, casi un desconocido me estaba excitando… mucho…

En la soledad de mi nuevo piso, me sentí por primera vez deseada, simplemente deseada. Apenas nos conocíamos y todo lo que sentíamos, nació allí en ese momento, desde nuestros cuerpos solitarios, sin segundas intenciones. Y me gustaba.

Aparté mis reservas a un lado y le ofrecí mi boca. Él, supo qué hacer. Me besó de nuevo muy tiernamente para después, insinuarme su lengua en mis labios. La acepté. Abrí los labios y le ofrecí mi boca al completo. El tomó posesión de mi regalo, y me recorrió todos los espacios con suavidad, agradecido. Sus manos se posaron sobre mi cuerpo. Tímidamente primero y más atrevidamente después, fueron tomando contacto con el resto de mi ser. Las mías comenzaron a corresponderle. Mis senos recibieron sus caricias. Primero por encima de la ropa, después por debajo de ella. Muy torpemente soltó el cierre de mi sujetador y metió una mano bajo el mismo. Exploró con delicadeza, sin prisa, mientras continuaba besándome la boca.

Aquel chico tenía algo que me subyugaba. Sabía besar. Sabía acariciar. Mi sexo comenzó a destilar jugos…

¿Sabría hacer el amor de esa manera también?

El sofá se nos quedó pequeño enseguida. Me levanté y le tomé la mano. Él, comprendió…

Fuimos a la cama. Me senté en el borde y me dejé caer de espaldas. Cogida de su mano, él me siguió. Sobre mí, fue desnudando mi cuerpo, mientras una serie de besos trataban de calmar los ardores por toda mi piel. Mi sexo estaba muy mojado…

Le despojé de la camisa y acaricié su pecho, sus hombros, su espalda. Solté la hebilla de su pantalón y bajé la cremallera ansiosamente.

Para ese momento, sólo mi braguita seguía puesta sobre mi cuerpo. Me la bajó, dejándome completamente desnuda ante él. Me incliné sobre él y le quité el boxer. Una hermosa verga apareció ante mí. La tomé con dulzura y la acaricié suavemente, haciendo que creciera  en longitud y grosor. Pocos segundos bastaron para que estuviera dura y gorda como una estaca de pino.

Era impresionante. Gruesas venas recorrían bajo la superficie de la piel de aquel falo precioso. La alojé en mi boca. Estaba caliente, palpitante. El capullo estaba brillante y terso como la piel de un tambor. Lo acaricié suavemente con mi lengua. Agradecido, dejó caer sobre mi lengua unas gotas de dulce líquido pre seminal, que yo degusté con verdadero deleite. Me hizo volver a tumbarme boca arriba sobre la cama. Subió mis rodillas y las abrió, separando igualmente mis pies. Me abrió los labios vaginales con sus dedos y contempló extasiado mi sonrosado interior. Se relamió los labios y seguidamente, se aplicó en chuparme delicadamente los labios, el clítoris e incluso el orificio del ano haciendo círculos alrededor de él, con la punta de su lengua. Después de cada uno de los rodeos a mi ano, intentaba meter la punta de su lengua dentro del mismo. Nadie antes me había hecho esa caricia, ni había lamido mi cuerpo con la dulzura y delicadeza que lo estaba haciendo Oleg.

Sabía como hacer disfrutar a una mujer. Me puso a mil. Nunca me había sentido tan excitada ni con tanto deseo. Lo tomé por el cabello y le hice subir a mi altura. Deseaba que me diera aquella verga en mi interior para que calmara el incendio que se había producido en él. Me metió la polla con sumo cuidado y delicadeza, bombeando suavemente hasta lograr la total penetración. Me sentí llena de placer por completo. Mientras me bombeaba su boca no cesaba de besar la mía, de morder mis labios, de introducirme la lengua con goloso placer y una de sus manos se ocupaba de frotar mis duros pezones, mientras mis piernas le apresaban por los riñones y mis brazos rodeaban su cuello, apretando su cuerpo contra el mío con avaricia, con lujuria, haciendo que la penetración fuese aún más profunda.

Nos corrimos. Fue una corrida bestial. Oleg me descargó no menos de cinco o seis trallazos de semen caliente en mi interior. Pude notar las sacudidas de su verga descargando a salvas la carga de sus pelotas. Mi grito quedó ahogado por el almohadón que apreté sobre mi cara. Aún así, dudo que no fuera oído por algún vecino de la finca. Por fortuna, mi dormitorio daba justo al lado del piso de Oleg, así que, de ese lado no creo que nadie lo oyera. De los vecinos de abajo ó del piso de encima, ya no lo juraría…

Quedamos ambos boca arriba unos minutos. Desnudos, nos relajamos, fuimos recuperando el ritmo respiratorio y el cardíaco. Oleg pasó un brazo bajo mi cuello y me acurruqué de lado, apoyando la cara sobre él. Nuestros cuerpos recuperaron el ritmo normal. No habábamos pero nuestros cuerpos habían sido lo suficientemente expresivos.

La luna de Junio iluminaba nuestros cuerpos a través de la ventana del dormitorio. Oleg miraba al techo, ensimismado. Seguramente sus pensamientos volaron lejos, a su casa en su país natal. Los míos, más cercanos en la distancia, también me transportaron a la mía. Traté de fijar en mi memoria todos aquellos que eran agradables para mí. Ellos constituían por el momento todo el legado que podía tener de mi familia.

Nos dormimos plácidamente.

Fue la primera de las muchas noches que Oleg durmió conmigo, en mi piso después de tener sexo, aunque con el paso del tiempo, nuestra relación fue evolucionando. En realidad después de esa primera noche, temí enamorarme o que Oleg se enamorara de mí, pero no fue así. Fue mi primer coito realmente apetecido, libre de prejuicios y de temores, con la plena libertad de decisión y sabiendo que sólo era sexo. Del bueno, eso sí. Supe que aquello se repetiría más veces y me gustó la sensación de saber que lo volvería a disfrutar.

Muchas más noches de sexo sucedieron a aquella. Oleg me enseñó otras variantes del sexo de las que yo, ni siquiera había oído hablar. Mis referencias en asuntos sexuales eran prácticamente nulas, así que, a él tengo que agradecer gran parte de mi bagaje de conocimientos sobre el sexo.

Si bien le serví de consuelo por estar lejos de su tierra, también es cierto que a mí me consoló otras tantas veces, pues también a mí me invadían de vez en cuando la desazón, la nostalgia y la añoranza de la tierra que me vio nacer.

En cierto modo, éramos almas gemelas…

El futuro, como era de esperar me había de sorprender muchas más veces, con experiencias nuevas, con diferentes personas, en diferentes circunstancias.

Me viene ahora a la memoria el día en que Oleg trajo a casa a Natasha, una compatriota de Minsk, la capital de Bielorrusia. Durante unos meses nuestra relación estuvo muy influenciada por ella…

Pero ella merece un capítulo aparte…

(Continuará…)