Memorias inconfesables. 1 Candela.
Esta es la historia de Candela... Una mujer, que intentó vivir la vida intensamente...
Absorta en mis pensamientos, miraba a través del ventanal. Mi vista se perdía en la lejanía, pero no estaba fijada en nada concreto. El sol de la tarde, calentaba mi cara, a través de los cristales, mientras mi cabeza, trataba de centrarse en dar forma a la idea que había concebido hacía unas semanas.
En realidad, me encontraba lejos de allí. Lejos en la distancia, lejos en el tiempo.
Por fin, pareció que cada recuerdo, cada experiencia vivida, hallaron su ubicación en mi cabeza, y, como si hubiese recibido la orden expresa de ponerme en marcha, me dirigí al escritorio, y encendí el ordenador.
Inicié la aplicación del procesador de textos, y comencé a escribir.
“Memorias inconfesables”
Me llamo… bueno, para vosotros, me llamaré… Candela. No es mi verdadero nombre, pero, allí donde nací, es tan corriente como el mío. Tengo,… hummm...,… tengo los años suficientes para poder decir, que he vivido la vida intensamente. Me encuentro en una de las etapas, no diré que finales, pero sí, con la suficiente perspectiva para mirar atrás, y poder rememorar muchos de los actos de mi vida, de una forma desapasionada, sin buscar causas, razones, ni culpabilidades.
Eso, precisamente eso, es lo que me propongo. Relatar mis vivencias, mis mejores o peores momentos, aquellos que dejaron huella en mi memoria, tanto si fueron agradables, como si no lo fueron. No me atrevo ahora mismo, a aventurar cuántos capítulos tendrán estas memorias, así como tampoco, me he propuesto redactarlas con un orden determinado, -ni siquiera cronológico-, pues, simplemente, dejaré que mi memoria rebobine de forma aleatoria, y, allí donde se detenga, intentaré reflejar sobre el papel, lo mejor que sepa, esos recuerdos.
Tampoco me comprometeré a realizar entregas a fecha prefijada, pues no se trata de un serial periódico. Pero, prometo intentarlo, aunque sea mínimamente, en beneficio de los lectores que puedan estar interesados en seguir estas memorias.
Nací en el seno de una familia burguesa y acomodada, de una provincia del sur de España. Mis padres eran de corte típico tradicional, y, en ese estilo de vida, discurrieron mis primeros años, y mi adolescencia.
Como es natural, mis padres, tanto a mi hermana Rocío, como a mí, trataron de darnos la educación que correspondía a su status y tendencias socio-religiosas, por lo que, nuestros colegios fueron escogidos, para tratar de hacer de nosotras, unas típicas señoritas de clase alta acomodada, con el fin de, -llegado el momento,- continuar la saga familiar contribuyendo a la permanencia de los negocios familiares, mediante un matrimonio –más o menos,- de conveniencia, que ayudara a conseguir ese fin.
Nuestra casa, en realidad era una hacienda ó cortijo, que mi madre había heredado, dedicado a la explotación agrícola y ganadera, rodeada de una gran extensión de tierras de labranza y de secano, que se hallaba a no mucha distancia de la ciudad, pero, estaba ubicada en pleno campo. En realidad, se trataba de un conjunto de edificaciones a la antigua usanza, pues constaba de nuestra vivienda propiamente dicha, y otras edificaciones anejas, como establos, almacenes, corrales y otras pequeñas viviendas, donde se alojaban el personal de servicio, así como los braceros y jornaleros que la explotación necesitaba.
Mi padre, también provenía de una familia acomodada, pero, mi abuelo, su padre, se encargó de dilapidar casi toda su fortuna, con el vicio del juego y otros paralelos, aunque esto, siempre trataron de ocultarlo, por lo que, tuve que enterarme de la historia por terceras personas.
En ese ambiente, nos criamos mi hermana Rocío y yo. Mi hermana, era dos años mayor que yo. Físicamente, ambas éramos parecidas, piel morena, talla alta, complexión proporcionada, pelo castaño ligeramente rizado, ojos color miel, y con unos atributos femeninos envidiables, hermosos pechos, culitos redondos y apretados, y finalmente, podría decirse que éramos guapas, pues nuestros rostros, habían sacado ambos el parecido a nuestra madre. Pero aquí, terminaba todo el parecido entre nosotras. En la forma de ser, éramos muy diferentes. Ella, era más alocada que yo, y mucho más rebelde. Mi formación, o mi temperamento, o simplemente mi carácter, muy similar al de mi madre, me hicieron mucho más conformista que Rocío. Consecuentemente, siempre causó más problemas y quebraderos de cabeza a mis padres, que yo.
Así, llegué a la mayoría de edad, convencida de que me casaría con Manuel, mi novio, un chico de “buena familia”, pudiente y acomodada, que convenía a mis padres para sus propósitos. Llevábamos algo más de dos años de relación, y teníamos decidida la fecha de la boda. Mis padres, me habían regalado el piso, y ya estábamos arreglándolo para que fuera nuestro hogar.
Una tarde, en que había quedado con mi novio, para ir a ver unos muebles para nuestro nuevo hogar, fui a buscar la cámara de vídeo al despacho de papá. Me hacía ilusión grabar los muebles, para enseñarlos a mis padres después, pues, como digo, yo estaba confiada en que ese, era mi destino. Casarme, tener hijos, y servir al propósito de la familia.
Pero las cosas, iban a complicarse mucho, y rápidamente.
Me dirigí al despacho de papá.
-Papá, ¿me prestas la videocámara…? –dije- quiero grabar los muebles que vamos a ver, para que luego me deis mamá y tú, vuestra opinión…
En aquellos tiempos, las videocámaras eran unos armatostes bastante pesados y voluminosos, que utilizaban cintas magnéticas para las grabaciones.
-Claro, hija…-se levantó, dirigiéndose a la librería que había a sus espaldas.
-Aquí tienes… Me pasó una pesada bolsa que contenía la videocámara.
-¡Ah!… lo que no tengo, es ninguna cinta virgen. Me la pidió tu hermana la semana pasada, y no me acordé de comprar… Quizá no la haya usado aún.
Me colgué del hombro con su correa la pesada bolsa, y me dirigí a la habitación de mi hermana. Ella no estaba. Dudé por un momento, entre entrar y buscar la cinta virgen, o esperar a que ella me la entregara. Pero los casettes de las cintas eran también muy grandes, y no podía estar muy escondido. Opté por entrar a buscarlo, y lo encontré en uno de los altillos de su armario.
No tenía nada escrito sobre la cantonera del estuche, ni en la casette, pero no tenía la envoltura de celofán, que servía de precinto. Para ver si había sido utilizada, la puse en la videocámara, y pulsé el mando de reproducción.
Apliqué mi ojo derecho en el visor, y lo que pude ver en la imagen del monitor, era la habitación de mi hermana, concretamente la cama de mi hermana. Tras unos segundos con la misma imagen, aparecía mi hermana, descubriendo la cama, y desnudándose, como si fuera a acostarse.
Pero, en lugar de ponerse el pijama, lo que hizo, fue quedarse completamente desnuda, y se tendió sobre la cama. Al parecer, no estaba sola, pues miraba hacia uno de los lados, como si esperara a que alguien la acompañara.
Por fin, ese alguien, apareció en la imagen, y, una oleada de calor, subió a mis mejillas… ¡Era mi novio desnudo…!
Lo que pude visionar a continuación, fue un shock emocional para mí. No daba crédito a mis ojos.
Mi novio, comenzó a lamer los pechos de Rocío, mientras su mano derecha acariciaba su poblado sexo. Ella, correspondía con claras muestras de placer, pues le tenía agarrado por los cabellos, mientras su pubis, se alzaba de la cama, en busca del dedo de la mano que le acariciaba. Pronto, cambiaron la posición, siendo ella la que tomó el pene erguido de Manuel, y se lo introdujo en la boca, comenzando a babear copiosamente sobre él. Su cara estaba desencajada. Por aquel entonces, yo no sabía demasiado de las cosas del sexo, pero su cara era de auténtica viciosa. Lo mamaba con desespero, como temiendo que de un momento a otro, se lo fueran a quitar de la boca.
Manuel gemía, -aunque yo, no podía oírlo- con su cabeza echada hacia atrás, y tenía la cabeza de Rocío entre sus manos, atrayendo hacia su pene la boca que, al parecer, le estaba haciendo ver las estrellas. Rocío se la sacaba, escupía sobre ella, le daba varias sacudidas rápidas, y la volvía a introducir, aún más honda que antes.
Manuel, le debió decir algo. Ella, se puso a horcajadas sobre él, y sosteniéndole la polla con una mano para apuntarla, se dejó caer sobre ella, enterrándola literalmente dentro de su coño chorreante. Tras unos segundos que estuvo inmóvil, con la polla de Manuel completamente absorbida, como si estuviera procurando alojamiento para semejante huésped, comenzó a bombearse subiendo y bajando a lo largo del mástil de Manuel, como una auténtica máquina, con un endiablado ritmo que Manuel, no pudo resistir por mucho tiempo.
Alcanzaron el orgasmo de una forma brutal. Sus bocas debieron amordazarse fuertemente para no emitir ningún grito, pero delataban claramente la intensidad del placer que habían alcanzado. Ambos se derrumbaron sobre las sábanas, de forma desmadejada. Respiraban agitadamente, los movimientos de sus pechos, lo delataban. Rocío, aún temblaba visiblemente, y, con los ojos cerrados, mientras una de sus manos cubría su frente, como si le doliera la cabeza intensamente, con la otra mano se cubría su coño, sobre el que se movía suavemente.
Sin embargo, Manuel, boca arriba, tenía la polla aún erguida, aunque comenzaba a languidecer, mientras desde el orificio del glande, se escapaban aún algunas gotas de semen, que escurrían lentamente hacia sus testículos.
Aquella escena, de no ser porque estaba protagonizada por mi hermana Rocío, y mi futuro esposo, Manuel, me habría excitado sobremanera, pues, aunque no conocía mucho sobre el sexo, había sido realmente enervante, alucinante. Pero estaba roja de ira, y mi respiración estaba alterada. Por la traición de Manuel, por la traición de Rocío… y supongo que también porque mis ojos, nada acostumbrados a ver esas imágenes, quedaron deslumbrados. Nada sería igual a partir de ese momento.
Permanecieron unos minutos así, y, al cabo de un rato, volvieron a las caricias y los toques en sus sexos, pero ya, de forma mas lenta y relajada.
No quise ver más.
Me fui a mi cuarto, enfurecida, y, durante un buen rato, lloré de rabia e impotencia. Se me había caído una gran venda de los ojos. No sabía que hacer. No iba a pelear por Manuel. Me había engañado con Rocío, mi propia hermana, y no se lo iba a perdonar. Nunca supe cuáles fueron los motivos de mi hermana para hacerme aquello, pero tampoco me habría satisfecho explicación alguna que pudiera darme, así que, decidí contarle a mi padre lo sucedido, y dar por terminada mi relación con Manuel. Después pensaría qué hacer con mi hermana, pues claro, a ella no iba a poder ignorarla.
Con la videocámara en mis manos, me dirigí al despacho de mi padre, con la intención de mostrarle la grabación. No le encontré en él. Pregunté por mi padre a una de las criadas que pasó por delante de la puerta, y me contestó que le había visto dirigirse hacia la casa de Tomás, el encargado del personal. Era mediada la mañana, y normalmente, todos los empleados debían estar en sus labores, por lo que me extrañó que mi padre, hubiera ido a buscar al encargado a su casa.
Sin embargo, dada la gravedad de los acontecimientos, creí que era necesario informarle cuanto antes de lo sucedido.
La puerta de la casa de Tomás, estaba abierta, como era habitual. Entré sin llamar. Llamé a voces a Julia, la esposa de Tomás. Nadie, no había nadie dentro. Volví a salir, y me dirigí hacia una nave que se utilizaba para guardar paja y enseres de labranza, pues quizás estuviera allí. Entré. La penumbra en que se encontraba, no me permitía apenas ver, después de haber cruzado el patio a plena luz de la mañana. Cuando mis ojos se acomodaron a la luz interior, me adentré, hacia el fondo, donde se almacenaba la paja que a lo largo del año, era utilizada para alimento de las caballerías. A través de una portilla abierta, que había en una de las paredes laterales, entraba un haz de rayos solares, que iluminaban una zona del pajar, no mayor de dos metros de lado, como si fuera el foco de un escenario. Me dirigía hacia él, cuando escuché unos gemidos, que sin duda, eran de una voz femenina. No sé por qué, me acerqué sigilosamente, ocultándome tras las alpacas de paja, hasta que pude ver nítidamente, desde la penumbra del pajar, la zona soleada, y, en ella, de rodillas, a Julia, la esposa de Tomás, que inclinada sobre el cuerpo de un hombre, -que yo, inocentemente, supuse que era el de su marido,- le estaba haciendo una felación, mientras sus pechos asomaban por encima de su escote, y, una de las manos del hombre, se movía rítmicamente bajo la enagua de Julia.
Julia jadeaba ostensiblemente, todo lo que le permitía el enorme cipote que ocupaba su cavidad bucal. Se deleitaba haciendo desaparecer una y otra vez en su boca, la tranca que sostenía agarrada por su base. Sentí un espasmo en mi vagina a causa de la visión, y mi sexo, comenzó a mojarse. Súbitamente, me asaltaron unos deseos enormes de acariciar mi sexo, pero, con la videocámara en mis manos, no podía hacerlo.
Miré el aparato, e, instintivamente, lo llevé a mi cara, y comencé a filmar la escena. Aunque habían cambiado de posición, seguía sin poder identificar al hombre, pues su cara, estaba ahora oculta, entre los muslos de Julia. Ella, estaba con la cara levantada y los ojos cerrados, mientras un sonoro chapoteo, delataba el delicioso banquete que se estaba dando el hombre, con los jugos naturales de Julia.
Él, le hizo dar la vuelta, para ponerle en cuatro. El sol, penetrando por la abertura, iluminó con intensa claridad la figura masculina. Apoyé mis codos sobre una alpaca, con el fin de inmovilizar la cámara, y obtener una imagen más nítida. Con el zoom, aproximé la imagen, y fue entonces, cuando pude ver claramente el rostro del hombre.
¡Era mi padre…!
Mi excitación comenzó a venirse abajo, pero seguí grabando la escena. Mi padre, hizo que Julia girase sobre sí misma, quizás en busca de mejor orientación, de forma que ahora quedaron de espaldas a mí, justo en la misma dirección que entraba el sol. Se situó detrás de ella, levantó su vestido, enrollándolo sobre su espalda, mojó con su saliva la punta de la polla, y se la apuntó a la entrada del coño, embistiéndole con decisión. Julia, exhaló un gritito de placer. Varios bombeos enérgicos, y se la sacó. Mojó sus dedos con saliva y los introdujo por su ano, girándolos a un lado y otro. Seguidamente apuntó su polla al orificio anal, y con la misma decisión, embistió de nuevo.
Esta vez, el grito de Julia fue más audible, y creo que la causa, fue más de dolor, que de placer. El sol iluminaba por la espalda a mi padre, situado de pie con las piernas separadas, una a cada lado de las nalgas de Julia, haciendo que sus testículos se vieran perfectamente, como si fueran el badajo de una campana, golpeando sobre los brillantes labios vaginales de Julia, en cada una de las embestidas. El zoom de la cámara, me permitía ver la escena como en primera fila. Mi padre, asió por las caderas a Julia, y aceleró el ritmo del bombeo, e igualmente se aceleraron los gemidos de Julia. Los jadeos de ambos subieron de volumen. No cabía duda que ambos, lo estaban disfrutando.
Unos segundos después, alcanzaron el orgasmo de forma simultánea. Los espasmos que sacudieron el cuerpo de mi padre, delataron que al menos, media docena de proyecciones, debieron inundar el culo de la mujer, antes de caer exhaustos sobre la paja del suelo
Me embargó un sentimiento de repulsa, y a la vez, de extraña excitación, al ver a mi padre dando por el culo a Julia. Noté que la humedad, empapaba mi entrepierna, y detuve la grabadora.
De la misma manera que me había aproximado, me retiré hacia la puerta de la nave. Volví a mi habitación. Ahora, sí que necesitaba pensar. Dos sorpresas de semejante calibre, en el mismo día, estaban a punto de agotar mi capacidad de entendimiento. De nuevo lloré, esta vez, de tristeza y pesar, pues, estaba imaginando lo que supondría para mi madre, enterarse de semejantes hazañas, en el seno de su propia familia. Ella no lo merecía.
De ninguna manera, iba a consentir que sufriera la vergüenza y el escarnio, de saber que tales sucesos fueran de dominio público. Aunque quizás mi madre no ignoraba las andanzas de mi padre. Nunca lo había demostrado, pero empecé a pensar que quizás era conocedora, sinceramente, creo algo debía de saber, pero ella, prefirió hacer como que no lo sabía. Las cosas de entonces…
Ahora, lo veía claro. Yo misma, había estado a punto de ser una persona como mi madre. Con la bondad y el conformismo con que ella, se tomaba las cosas. Me faltaba el aire, me sentía oprimida por las circunstancias. Pero, a mí, no me sucedería eso. Con mi cerebro sacudido por los acontecimientos, comencé a maquinar una solución. La solución menos mala, entre las posibles soluciones. Una vía de escape, una salida de aquel ambiente engañoso y opresor.
Tomé asiento, y saqué papel de mi escritorio, y comencé a redactar una carta dirigida a mi padre, mientras mis lágrimas, mojaban la superficie del antiguo mueble.
“Papá:
Me marcho de casa. No sabrás donde estoy. No creo que vuelva nunca a casa, pero, a mi madre, le dirás que me marché a Estados Unidos, para practicar el inglés y cursar estudios de especialización. Yo os llamaré cuando quiera, si lo estime oportuno.
Dentro de unos días, recibirás un paquete, que contendrá una copia de una cinta de vídeo y una nota. En la cinta podrás ver cuáles son las razones que me han impulsado a dar este paso. Debes visionar la cinta en privado. La nota, contendrá instrucciones, que deberás seguir por tu propio interés.
No intentes localizarme. Soy mayor de edad, y no puedes imponerme tu voluntad. He dejado instrucciones a una entidad inmobiliaria, para vender el piso, y que me ingresen el importe de la venta, en una cuenta bancaria nueva.
Candela.”
Guardé la nota cuidadosamente plegada en un sobre franqueado y dirigido como correo personal a mi padre, así como la casette de video, y las escondí entre mis cosas. Realicé las gestiones para la venta del piso, tal como ponía en la nota, y abrí la nueva cuenta bancaria, a la cual transferí todo el dinero que en ese momento disponía en mi poder. Tuve que hacer de tripas corazón, para evitar decirle a mi novio, lo que le estaba odiando, por lo ruin y traidor que había sido conmigo. No quería discutir. Pero en su momento, se lo haría pagar. No se iría de rositas, después de la traición y el engaño que me había infligido. Estaba decidida a empezar de nuevo en otro ambiente, con otra gente a mí alrededor. Y para ello, tenía que romper con todo mi pasado,
Dos días después, de forma furtiva, preparé dos grandes bolsas de viaje con la ropa más precisa, y la documentación personal, e hice que uno de los empleados, me llevara hasta la estación de autobuses. En ese momento, sin analizar demasiado la cuestión, elegí la ciudad de destino, saqué el billete del autobús, y deposité la carta en un buzón de Correos.
Diez minutos más tarde, el autobús partía hacia otra ciudad.
(Continuará…)