Memorias de Zolst - 8 - Negociaciones cara a cara

Donde nuestro protagonista trata de encontrar un lugar seguro de entrenamiento para su nueva esclava y antiguos personajes no están tan felices de su presencia.

Esta mañana, me encontraba en el despacho central de administración del Descanso de Winford, la Casa de Placer de mayor prestigio de toda la región. Había pasado por allí hacía tres días y me había despedido sin ahorrar elogios tanto al recinto como a las aptitudes de las esclavas allí ubicadas. En estos momentos me encontraba sentado en mitad de la habitación, con una esclava primeriza que me habían confiado hacía apenas dos días arrodillada a mi lado en posición de espera tratando de disimular su nerviosismo. Y enfrente mía, detrás de una mesa de sólido nogal se encontraba Celia Aintree: administradora del establecimiento y heredera de la familia que había gestionado aquella casa de placer durante más de tres generaciones. En sus buenos momentos, cuando se quitaba toda aquella ropa carísima y se revelaba como la esclava ninfómana que era, Celia Aintree prefería que la llamasen Zorra Tragaleches; como aquella vez durante mi visita en la que me había follado su culo tres veces encima de esa misma mesa mientras ella me rogaba que se la metiese más fuerte.

Ahora no estaba teniendo un momento bueno. De hecho, me miraba como miraría un perro de presa a un gazapo que hubiese osado invadir su territorio. Apretaba los puños con rabia mal contenida y una de sus ceja temblaba de cólera. Cuando habló, sus palabras salieron de su boca como puñales bien lanzados:

— Estáis loco. Completamente loco. No sólo buscáis suicidaros sino que además pretendéis que yo misma me quite el collar de esclava y lo sustituya con la cuerda de la horca que sin duda os espera a vos. Me ofende el que siquiera hayáis podido considerar una posibilidad tan descabellada.

Aquello iba a necesitar mayor diplomacia que la que exhibió el Imperio durante el Tratado Reuenhal-Mittermeyer, pero no iba a dar mi brazo a torcer tan rápido. — Escuche, no le estoy pidiendo algo tan descabellado. Usted misma me dijo que aquí entrenaban novicias que luego se convertirían en esclavas. Le estoy pidiendo que acoja a una más durante un tiempo para entrenarla igual que cualquier otra. No entiendo que puede encontrar de ofensivo en que confíe en las capacidades de su establecimiento para hacer un buen trabajo.

— Aquí solo entrenamos esclavas oficiales del Imperio. Cada una de ellas ha sido ofrecida como tributo o se ha presentado voluntaria y pasarán a ser propiedad del estado cuando completen su entrenamiento. Nuestros presupuestos dependen de la cantidad de esclavas que tengamos residentes y esta institución funciona como una extensión del propio Imperio. Básicamente me está pidiendo que acoja a una desconocida y le dé entrenamiento especializado y puesto de funcionaria. Además, esa desconocida es una esclava personal, algo que nuestras leyes prohíben expresamente. Cuando el imperio se entere nos colgarán a todos.

Argumentos solidísimos toso ellos. Pero tenía que encontrar alguna rendija donde meter mi barrena y abrir una fisura en aquel muro: — Bien razonado, pero permitid que me explique y añada algunos matices. No quiero que la entrenéis y luego le deis un puesto en el Descanso de Winford. Quiero que la entrenéis, a secas. Cuando complete su entrenamiento podréis despedirla con cualquier excusa del estilo "era demasiado rebelde" y vuestro buen nombre seguirá intacto. De su estatus legal soy responsable únicamente yo. Del presupuesto no tendréis que preocuparos pues asumiré yo todos sus gastos. No quedará ni un solo papel donde aparezca su nombre.

— El precio de un mes de entrenamiento es de dos mil escudos y os aseguro que para lograr un resultado aceptable necesitaré al menos un año. Mucho deben haber mejorado vuestras ganancias para ser un historiador recién licenciado, señor Kronor.

— Os facilitaré cuatro mil escudos al mes, cinco mil si aceptáis mis peticiones adicionales. — Era una pequeña fortuna, pero el crédito que me había concedido el padre de mi esclava Sonia me permitía lanzar ofertas como esas sin arriesgarme demasiado.

Celia Aintree alzó ligeramente la ceja y no fui capaz de adivinar si se mostraba interesada o simplemente sorprendida: — Así que hipotéticamente estáis dispuesto a invertir una pequeña fortuna en el entrenamiento de esta joven. Supongo que habréis visto algo especial en ella. Así pues, hipotéticamente hablando ¿cuales serían vuestras "peticiones adicionales"? Podemos hacer salir a la esclava al pasillo si lo desea.

— La esclava se quedará en su sitio de rodillas a los pies de su amo, como corresponde a una buena esclava. Es mejor que lo escuche, así os dará menos problemas. Para empezar, deseo que vos seáis su entrenadora, en exclusiva. Ella podrá hablar con las demás internas u ofrecerles sus servicios en calidad de prácticas, pero si alguien ha de ponerle la mano encima seréis vos y solo vos. Todos los entrenamientos básicos: sumisión, obediencia, posturas, felación, masturbación, puntos de placer, bisexualidad, denegación del orgasmo... lo más exhaustivo posible. Entrenamiento anal avanzado: la esclava tiene un estado de forma envidiable, creo que logrará una elasticidad envidiable en poco tiempo. Es virgen analmente así que tendréis el placer de quedaros con su primera experiencia, sé que os encantaría... hipotéticamente hablando.

— Hipotéticamente hablando sería un derroche espantoso de dinero por algo que podría realizar cualquier celador mugriento y borracho del peor burdel zolstiano. ¿Qué más?

— Hipotéticamente querría que lleve un cinturón de castidad que selle su sexo. De su entrenamiento vaginal me encargaré yo y solo yo. Algún celador mugriento y borracho podría querer saber si le cabe el antebrazo entero por su coño y es un coño por el que siento gran aprecio. No es una falta de confianza, habría dos llaves y una la tendríais vos para la indispensable higiene y si queréis catarla de primera mano. Pero no debe entrar por ahí nada mayor al grueso de un dedo meñique. Mientras tanto, la esclava tendrá que aprender a correrse con su agujero del culo y no creo que tuviese demasiados problemas. Tratamientos anticonceptivos plenos y la estimulación habitual. Que tenga ganas de follar en todo momento como buena esclava. Creo que el que ganase un par de kilos no le vendría mal, ahora mismo está esquelética pero podría pasar en seguida a ser una belleza escultural. Está muy acostumbrada al ejercicio físico, las clases o los castigos pueden ser largos. Y posee una elasticidad envidiable, seguro que descubriréis una manera de aprovecharla.

— Querida, noto que estás temblando ahí abajo. No te preocupes, estamos haciendo castillos en el aire. ¿Alguna cosita más?

— Por supuesto. Piercings reglamentarios en pezones y clítoris, anillas plateadas de tamaño estándar. Lo justo para que la perforación no se cierre y los órganos se mantengan excitados y erectos constantemente. Cuando complete su entrenamiento ya me encargaría yo de sustituirlas por algo más acorde a mis gustos. Tatuaje de esclavitud en el pubis, sin farmacopea como tenéis costumbre. La quiero caliente, no enloquecida. Tatuaje con mi emblema personal del libro y la cadena en el interior del muslo derecho para que cuando se abra de piernas quede bien claro a quién pertenece. Y creo recordar que teníais un ciclo formativo sobre esclavas con los ojos vendados que me resultó fascinante. Me encantaría que pudiese aprovecharlo.

— Tenéis un gusto excelente, señor Kronor. La semana pasada atendimos una fiesta de la nobleza y quedaron maravillados cuando las esclavas, todas con máscaras bien ceñidas que les tapaban los ojos, fueron capaces de reconocer a cada uno de los nobles por el sabor de sus pollas que habían catado anteriormente. Es una especialidad que dura nueve meses, por lo que echando cuentas rápidamente su hipotética formación se alargaría durante año y medio. ¿Seríais capaz de dejar a vuestra inocente novicia en mis manos durante todo ese tiempo?.

— Tengo plena confianza en vuestras habilidades didácticas, pero me pasaría por aquí cada mes o dos meses para comprobar sus avances, felicitarla o castigarla personalmente y estrechar nuestra relación amo-esclava. Ahora mismo necesito un mínimo de un mes de trabajo libre en la capital para formalizar toda la situación, hacerla legal y asegurarme de que podré levantarme cada mañana sin encontrar un puñal clavado en mi pecho. Imagino que con una donación tan generosa hipotéticamente no debería haber problemas en concederme una habitación durante un par de días al mes.

— En este mundo teórico no debería haber ningún problema. Y ahora decidme, señor Kronor, aparte del generoso aporte monetario ¿cuál sería la teoría que enunciaríais para que hipotéticamente aceptase este trato?

Estaba a punto de morder el anzuelo, pero tenía que hacerlo lo más apetecible posible y para ello iba a tener que arriesgarme. — En este caso os contestaría con hechos, no con teorías, señorita Celia.

— Soy toda oídos.

— El hecho es que os estoy dando una oportunidad para autorrealizaros que no podéis dejar escapar, señorita Celia. Seamos sinceros: en esta parte del imperio el mayor sueño de una noble es aportar recursos al bienestar ciudadano y el mayor sueño de una esclava es aportar una hija que ocupe su lugar en la casa de placer y a la que haya entrenado con cariño desde pequeña para que sea mejor puta de lo que ella fue jamás. Vos habéis fracasado en ambas tareas. Como la noble Celia Aintree apenas podéis aportar una casa de placer rural que solo goza de éxito entre sus locales a pesar de la exquisita formación de vuestras esclavas. Y como Zorra Tragaleches jamás conseguiréis un marido que os tome como esposa y os haga madre: ni un noble tomará a una esclava ni un burgués puede pagar la dote de una noble. Por eso estáis tras ese escritorio a vuestros venticinco años, siendo una gestora sin igual pero viendo como vuestro ilustre legado familiar se va extinguiendo poco a poco. Si entrenáis a la esclava Sonia no solo lograréis un juguete que os proporcionará placeres sin igual. Lograréis una hermanita pequeña a la que entrenar en vuestras artes, transferir toda vuestra sabiduría y la de vuestros ancestros en pos de alcanzar la esclava perfecta. Sabéis que su vida será de provecho, no será otra esclava más desterrada en un retrete de carretera por exceso de uso, con la mente destrozada y un prolapso anal. — Me levanté de la silla y me puse en jarras sobre la mesa, con el rostro a menos de un palmo de ella que, justo es decirlo, ni se inmutó. — ¿Y sabéis porqué tengo razón? Porque lo que habéis oído os ha excitado tanto que vuestro olor a hembra se percibe desde un metro de distancia. Vuestro coño no miente, Zorra Tragaleches. Yo, tampoco.

Celia Aintree, administradora general del Descanso de Winford, me mantuvo la mirada sin pestañear durante sus buenos treinta segundos mientras su privilegiada mente trabajaba a pleno rendimiento. Finalmente se recostó sobre el respaldo de su sillón, abrió un cajón y agarró un objeto que lanzó expertamente a mi esclava Sonia que aún seguía arrodillada en su sitio. Ella lo recogió: eran un par de enganches de los que se usaban para inmovilizar rápidamente a las esclavas por sus brazaletes reglamentarios.

  • Esclava, te ordeno que tomes esos enganches, los apliques primero a tus brazaletes de las muñecas y luego los fijes a tu cuello. No quiero que seas capaz de tocarte nada por debajo de la barbilla. ¡Vamos, que no tenemos todo el día! — Cuando Sonia quedó con sus muñecas inmovilizadas a la altura de su cuello, la noble cerró primero las puertas del despacho con llave y después sacó de un cajón cercano un finísimo par de zapatos de tacón de más de un palmo. Con gesto enérgico empezó a desnudarse; su rubicunda melena ondeaba como la corona de un león mientras exclamaba: — Mira bien pequeña porque vas a ver de primera mano como se comporta una esclava de verdad y todas las técnicas de las que puede disponer. Más te vale que prestes atención porque te vas a poner cachondísima pero no vas a poder tocarte nada; es tu primera lección sobre la negación de orgasmos. ¡Y vos! — alzó la voz mientras se dirigía a mí — Mañana cerraremos los detalles sobre como pasar todas sus hipótesis al mundo real, pero no creáis que vais a salir de aquí tan cómodo como la última vez. En esta ocasión os va a hacer falta mucho más que tres eyaculaciones para dejarme contenta.

Cruzó la habitación con rápidas zancadas mientras me preguntaba como era posible que fuese capaz de andar así con unos tacones semejantes, tumbó su tronco boca abajo encima de aquella mesa enorme y se abrió los cachetes del trasero con ambas manos presentando su sexo mojado y su ano que temblaba en impaciencia.

— Mi culo os ha echado muchísimo de menos y mi coño está deseando conoceros así que espero no menos de seis eyaculaciones. ¡Y más os vale que sean espesas!

Tragué saliva, pensando que aquello me iba a costar dos semanas de terribles calambres inguinales, me encogí de hombros y pregunté : — ¿No podríamos al menos tomar una copa antes? Acabo de bajarme del caballo…