Memorias de Zolst - 6 - El Descanso de Windford.

Donde nuestro protagonista inicia un viaje hacia Asteria y se detiene en una famosa Casa de Placer campestre.

Cuatro días habían pasado desde los últimos acontecimientos narrados cuando me encontraba a lomos de mi caballo transitando plácidamente por las llanuras zolstianas en dirección a la frontera oriental. Si mis cálculos eran exactos me aguardaban unas dos semanas de viaje entre la ida a Asteria, mi estancia allá y el regreso, así como algunas paradas planeadas en varios establecimientos para continuar con mis investigaciones. Después de todo aquel no dejaba de ser un viaje de trabajo. El tiempo era excelente y la tranquilidad de mis alrededores invitaban a reflexionar sobre mi situación actual. La recopilación de datos para la memoria que me había encargado el ministerio iba viento en popa y las sucesivas visitas a la casa de placer llamada La Ciénaga de Araha habían destapado unos posibles casos de nepotismo y corrupción funcionarial que merecían la pena ser verificados. También era una invitación para visitar un país recientemente anexionado al Imperio y el estado de ánimo de sus gentes tras cinco años desde el sometimiento. Noté un pinchazo en la ingle, sin duda eran los últimos vestigios de los calambres que había sufrido durante dos días consecutivos fruto del intenso ejercicio en alguien poco acostumbrado a ello. Lo aguanté con una sonrisa ya que había merecido la pena. La persona que me había puesto sobre la pista de todo aquello era una esclava de sangre azul que se había mostrado en extremo complaciente conmigo, tanto que yo había terminando abandonando mi intención original de que ella hiciese todo el trabajo sexual. Al final, tan hábil se mostraba la princesa y tan placentero estaba siendo el fornicio que no pude resistir el ponerla boca abajo sobre la mesa y follarme bien fuerte aquellos agujeros por los que los veteranos hacían semanas de cola. Ella había respondido maravillosamente bien, pero yo no estaba acostumbrado a esos alardes de atletismo sexual. Ni yo ni ningún otro, pensé para consolarme. Aquella esclava satisfacía sexualmente una media de 40 ciudadanos al día y aun así conservaba tantas ansias de sexo que tenían que atarle las manos para que pudiese dormir en vez de masturbarse continuamente. La ciencia esclavista zolstiana puede ser algo terrible.

Aún estaba rememorando el delicioso bamboleo de aquellos senos durante mis embestidas cuando noté que me acercaba a la siguiente parada en mi viaje a Asteria: la provincia de Avery y más concretamente El Descanso de Winford, pues era la más prestigiosa de sus casas de placer. Avery había sido una de las primeras regiones conquistadas durante el primer periodo de expansión durante el liderazgo de por aquel entonces el joven Iacobus Shaddam VII hacía ya más de 60 años. Desde entonces, se había convertido en una de las provincias más fieles y leales de todo el Imperio y hacía ya diez años que se había cumplido su proceso de integración pleno y ya no ofrendaban tributos anuales de esclavos, siendo sus habitantes ciudadanos imperiales de pleno derecho. Avery era considerada una provincia muy apreciada durante los periodos vacacionales gracias a su templada meteorología, amplias sierras que garantizaban lluvias cortas y la pureza de su aire. De hecho, la Casa de Placer a la que me acercaba parecía más un balneario o una villa de descanso que un lupanar al uso. Nada más llegar al porche del establecimiento un solícito mozo de cuadras se hizo cargo de mi montura mientras una criada salía a recibirme. Le indiqué mi nombre y cargo y solicité una entrevista con el director de la institución tal y como previamente habíamos concertado.

Me indicó que la siguiese hasta la parte trasera de la casa donde había un prado bien cuidado, unas caballerizas y un completo circuito para practicar la equitación. Al parecer el director era muy aficionado al arte de montar a caballo. Pero me esperaba otra de las sorpresas a las que no terminaba de acostumbrarme pues quien se bajó del caballo era una atractiva joven que no debía pasar de los veinticinco años, de larga cabellera rubia imperial, piernas interminables y una figura por la que muchas damas de la corte habrían asesinado. Era difícil valorar su busto con la chaqueta de montar cerrada, pero los ceñidos pantalones de monta tejaban entrever unas caderas y cintura exquisitas. Obviamente, debía pertenecer a la nobleza local así que era mejor mantener las formas y me presenté como Valentin Kronor, historiador y rememorador imperial a cargo de la memoria sobre los usos y costumbres de nuestro pueblo, y le solicité una entrevista. Ella parecía la mar de satisfecha con la idea y se mostró muy colaboradora.

— Por supuesto, señor Kronor. Si me acompaña yo misma le mostraré nuestras instalaciones. Es un honor para una institución como la nuestra tener la oportunidad de aparecer en una memoria oficial del Imperio. Puede que seamos la casa de placer más prestigiosa de Avery, pero no dejamos de ser una villa de provincias, aunque nos esforzamos todos los días por mejorar.

La noble se presentó como Celia Aintree y llevaba al frente de la institución tres años, tras suceder a su madre que había ejercido como administradora durante más de veinte. Su familia había sido una de las más fervientes defensoras del modo de vida imperial durante las últimas décadas y gracias a ello habían prosperado de manera notable. Se comportaba con una gran educación aunque era imposible no percibir cierto estado de excitación debido a la visita de un personaje de la capital — Cuénteme un poco sobre usted y sobre la institución que dirige. ¿A cuántas chicas tienen, qué volumen de trabajo absorben semanalmente y cual es el modelo que están siguiendo?

— Somos una casa de placer pequeña, contamos con diez esclavas y siete novicias que aún no están preparadas para ejercer. Nuestro modelo es un poco distinto del habitual en el imperio pues buscamos ante todo la satisfacción del ciudadano ofertando un servicio de mucha calidad. La naturalidad es nuestra clave, apenas usamos fármacos o terapias agresivas. Sólo lo que nos exige la ley. Funcionamos con cita previa y cada una de nuestras esclavas atiende como mucho dos ciudadanos al día. Con eso logramos un nivel de fidelización mucho mayor. Hemos tenido viajeros como usted que han parado buscando un alivio rápido y han quedado tan contentos que nos han vuelto a visitar meses más tarde. Realizamos entrevistas previas sobre las preferencias de cada cliente y conservamos esos archivos confidenciales para mejorar sobre esa base. Como le decía en un principio, nos esforzamos mucho.

Mientras paseábamos me mostró las distintas alcobas donde las esclavas realizaban sus funciones. Eran habitaciones amplias y de buen gusto, con camas con sábanas impolutas y sillones de suave terciopelo. Los armarios estaban bien surtidos de todo tipo de ropas a medida de la esclava mientras que las cómodas almacenaban todas clase de juguetes y artilugios sexuales, desde la más simple fusta hasta dilatadores anales con mayor volumen que mis dos puños cerrados. Ella continuaba explicando con entusiasmo:

— Desinfectamos todos los juguetes dos veces al día. Se sorprendería usted de la cantidad de enfermedades venéreas que se pueden ahorrar simplemente con hervir un poco de agua. Abajo en los sótanos tenemos dos mazmorras más, con equipamiento adicional para sadomasoquismo si es lo que desea el cliente. Una esclava solo puede ofrecer sexo, pero procuramos que sea el mejor sexo que hayan tenido en su vida. En el edificio de al lado es donde residen, duermen y se entrenan las esclavas. Si lo desea se lo enseñaré, aunque he de advertirle que no es muy distinto a este donde nos encontramos.

Sería por mis experiencias previas en la Ciénaga de Araha, local donde la seguridad era exagerada y donde servían esclavas de la más alta categoría, pero me estaba resultando sorprendente la falta de seguridad de aquel lugar. Estábamos entrando en el segundo recinto y podía ver a una joven leyendo tranquilamente, dos parecían estar enzarzadas en lo que parecía un juego amoroso de corte lésbico y en el jardín tres de ellas aprovechaban la mañana realizando ejercicios de elasticidad mediante estiramientos. Lo único que las diferenciaba de una típica joven zolstiana eran los discretos collares de esclava que ceñían sus cuellos. Me vi obligado a preguntar sobre aquella aparente falta de seguridad.

—¿Que porque no van encadenadas? ¿Porqué iban a estarlo si no tienen un cliente que lo haya solicitado? ¡Ah! ya entiendo porqué lo dice, estimado señor Kronor. Su mente va más rápida que la mía y aún no he tenido la oportunidad de comentárselo. Verá, ninguna de estas esclavas está encadenada porque no hay riesgo de que se fuguen. Todas ellas son voluntarias y están aquí por su propia iniciativa. Añadiría además que alguna de ellas ha estudiado mucho para tener la oportunidad de servir aquí. Acompáñeme, en mi despacho podré explicarle todo con más comodidad.

Mientras apresuraba el paso tras aquella noble (y sin poder evitar fijarme en aquellas estupendas caderas que los apretados pantalones de montar no dejaban a la imaginación) la administradora proseguía con su narración: — Como ya sabrá, en Avery ya no ofrendamos tributos al imperio, pero hemos pasado cincuenta años mandando a nuestras mejores jóvenes a casas de placer de todo el país por lo que para nuestro pueblo el ofrendar una hija como esclava se ha convertido en una tradición de gran prestigio. Acá todas las esclavas son paisanas y voluntarias, jóvenes que han entrenado duro desde niñas para convertirse en las mejores esclavas sexuales posibles de las que una región como nosotros puedan sentirse orgullosos. De hecho, existe cierta tradición acá en que el amo termine tomando como esposa a una esclava y la libere de sus responsabilidades sexuales. A cambio, su nueva responsabilidad será engendrar descendencia para su amo y entre ella debe educar a una hija para convertirse en una esclava al menos tan buena como era ella. Mire hacia la derecha ¿ve aquellas dos leyendo juntas? La morena es Ayako, una esclava que trajeron como tributo hace casi dos décadas. La castaña es Noel, su hija. La tuvo con venticinco años, ahora Ayako tiene cuarenta y dos. Noel anda ya cercana a los diecisiete, cualquier dia de estos se incorporará a la plantilla fija. Ayako le está enseñando las distintas fórmulas para presentarse como esclava, desde el "esclava a su entera disposición" tan típico de la capital al rotundo "solo soy un coño a su servicio" que se usa en el norte.

Aquello me estaba resultando tan fascinante como curioso. Me estaba dando cuenta que nuestra cultura esclavista había adoptado distintos matices en diversas zonas conquistadas e incluso algo tan pedestre podía ser considerado como símbolo de honor. Decidí insistir un poco más con aquel caso: — ¿la esclava Ayako se quedó embarazada de algún ciudadano y está preparando a su hija para que también sea esclava?

— Nada tan sórdido, señor Kronor. — Se rió — Hay detrás una historia de lo más romántica. Dos años después de asignarla a esta casa de placer, uno de nuestros más ilustres conciudadanos quedó prendado de sus habilidades y su belleza oriental. No tiene más que ver ese hermoso y larguísimo pelo negro azabache. El precio de liberar simple esclava es mucho más bajo que si hubiese sido una noble capturada ¡y no digamos ya una elfa! así que pagó gustoso por su libertad. Su ceremonia de graduación de la casa fue algo precioso: ella vestida de impoluta lencería blanca de matrimonio se ofreció una última vez a todos los varones que la habían usado en alguna ocasión. Atendió a ciento treinta y cuatro ciudadanos en un gangbang que duró cuatro días. Su futuro amo mientras tanto observaba orgulloso, sabiendo que a partir de ahora ella sería exclusivamente suya. Cuando todo acabó, él le puso la correa y se la llevó en brazos a su mansión. Ayako apenas estaba consciente y tan cubierta de semen que iba goteando por todos sus agujeros, pero su sonrisa era radiante. Noel nació un par de años más tarde, fruto de su amor. Ya tenemos varias ofertas por ser su primer cliente, pero lo más probable es que la virginidad la pierda con su propio padre. Es la costumbre por aquí.

En esos momentos acabamos de llegar a la habitación que parecía su despacho. Una estancia de tamaño medio y ambiente funcional presidido por una gran mesa de nogal y estanterías que llegaban hasta el techo repletas de libros. Me divirtió la curiosa mezcolanza de géneros, que abarcaban desde la historia del país y de todo el imperio a los tratados de comercio, la administración de todo tipo de negocios y las más exóticas prácticas sexuales y manuales de doma de esclavas. Me indicó un amplio sofá cercano y tomé asiento mientras proseguía:

— Una historia fascinante la de esa esclava, señorita Aintree. El concepto de esclavas entrenadas desde su infancia en todo tipo de técnicas resulta altamente prometedor, aunque probablemente para muchos tradicionalistas preferirán el sistema habitual. Después de todo, usted propone una formación que se alarga durante más de una década frente a las habituales dos semanas que dura una formación básica antes de poner a la esclava a servir.

Celia Aintree procedió a quitarse los guantes y aditamentos de monta con energía mientras defendía sus argumentos: — La formación básica para esclavas en multitud de casos pasa por una serie de violaciones repetidas, atiborrar de estimulantes y afrodisíacos su sistema nervioso y terminar de achicharrarlo en celo con el tatuaje de esclavitud. Es efectivo, pero creemos que nuestro sistema ofrece mejores productos. Piense en ello como un símil gastronómico. A veces apetece un bocadillo y en ocasiones apetece un refinado menú de veinte platos elaborado por el más exquisito chef. Le noto sorprendido ¿Puedo ayudarlo en algo?

En efecto estaba más que sorprendido. La directora de la institución acababa de quitarse la ajustada cazadora de monta así como la bufanda, y su cuello lucía un característico collar de cuero negro con hebillas como el que lucían todas las esclavas que había visto en el recinto. — Ese collar ¿acaso vos sois también una esclava?

— Señor Kronor, creo que durante la última hora he estado usando constantemente el nosotros para referirme a esta casa de placer. Por supuesto que también soy una esclava, al igual que lo fue mi madre durante las dos décadas que ejerció la dirección y antes de ella mi abuela, una de las fundadoras. En nuestra familia siempre hemos pensado que es un poco complicado manejar una empresa si uno no sabe exactamente como funciona por dentro y además nos gusta predicar con el ejemplo. Por cierto, podéis dejar de vosearme, resulta agotador. Podéis llamarme Celia, esclava Celia o Zorra Tragaleches, que es como me bautizó mi último cliente. Tiene una sonoridad que no me disgusta.

Una institución que defendía la esclavitud administrada por sus propias esclavas. Eso sí que era dedicación. Pero si aquella noble se estaba tirando un farol, no iba a tardar en atraparla: — Muy bien, esclava Celia ¿debo asumir entonces que estáis al servicio sexual del Imperio Zolstiano y, por asociación ahora mismo estáis a mi servicio? Porque de ser así, el permanecer en mi presencia con tanta ropa denotaría una pésima educación.

— Por supuesto, amo Kronor. Puedo continuar respondiendo a vuestras preguntas mientras os sirvo o podemos dejar esta conversación para más adelante y ponernos más físicos. Decida lo que decida, soy toda suya — Entonó con voz incitante mientras se quitaba la blusa blanca que había vestido bajo la ropa de monta. No llevaba sujetador y su piel nívea hacía destacar un par de exquisitos pechos de pezones rosados. Cada uno de ellos tenía un arete dorado del que colgaba un adorno en forma de gota de color rojo intenso. Con un movimiento fluido se despojó tanto de las botas de caña como de los pantalones, revelando una braguita negra de elaborado encaje y el reglamentario tatuaje de esclavitud en forma de corazón sobre el pubis. En esta ocasión dicho tatuaje aparecía completamente negro, a diferencia de los habituales tonos rojos brillantes que revelaban el intenso celo de la esclava. Decidí preguntar sobre ello.

— Aquí nos hacemos los tatuajes como muestra de respeto a la tradición zolstiana, pero no añadimos ninguna de la farmacopea que estimula el útero y provoca el clásico ardor sexual. Pensamos que una mente clara y entregada sirve mejor a su amo. Tuvimos una mala experiencia con una novata demasiado entusiasta que quería demostrar su total compromiso con un tatuaje que recorría toda su cintura en círculo. Terminó poseída por tal ansia sexual que trató de colarse en las caballerizas y que la montase mi caballo. Creo que ahora ejerce en unas letrinas de un cuartel imperial. Además, si queremos motivación nos gusta más usar métodos más... tradicionales.

Celia se giró dándome la espalda y con un movimiento sin duda ensayado hasta la perfección más incitante bajó lentamente sus braguitas hasta los talones. Con ellas salieron de su sexo un falo de buen tamaño realizado en madera suave y un dilatador anal metálico con un grosor mayor que mi muñeca. Había salido a montar a caballo con todo eso en su interior por lo que no era de extrañar que estuviese completamente encharcada.

— Sus métodos, aunque menos refinados que los de la capital, son indudablemente efectivos. Esclava, he de añadir que las botas de montar daban a tus piernas una forma realmente atractiva así que te recomiendo que busques rápidamente algún tipo de calzado con tacón alto o si no me sentiré muy decepcionado. Cuando me decepciono me da por usar la fusta y seguro que alguien tan aficionado a la equitación sabrá lo mucho que puede doler un fustazo bien dirigido.

No tardó ni cinco segundos en sacar de detrás de una cómoda un par de sandalias con un tacón de casi un palmo de alto que convirtieron sus ya impresionantes piernas en un par de inacabables columnas de carne ansiosas de sexo. Tampoco asumió la tradicional postura de ofrecimiento consistente en acuclillarse, abrir las piernas y presentar el coño al amo. En vez de eso se recostó boca abajo sobre la mesa, abrió las piernas y con las manos separó los carrillos de su culo exponiendo ambos agujeros. Le propiné un ligero cachete en uno de los carrillos: — ¿Y esta pose?

— Es una especialidad de nuestra región. Las esclavas nos ponemos dos enemas al día para tener siempre el agujero bien limpio y dispuesto. Mi madre siempre decía que cualquier puta puede abrirse de piernas y ofrecer el coño, pero que el auténtico regalo que una esclava puede hacer a su amo es su culo. Es un agujero que tiene que dilatarse, entrenarse bien y hacer sacrificios para poder usarse de manera cómoda y placentera. Así quedo a su entera disposició-¡ARGH!

Estaba ya harto de tantos preliminares y tanta palabrería. Aquella joven sin duda había querido presumir de su establecimiento y de sus métodos, pero la única manera de comprobar si aquel entrenamiento artesanal merecía la pena era probándolo “in situ”. No iba a saber si aquellas esclavas a las que no se excitaba con fármacos ni se les aplicaban los habituales criterios de sumisión y disciplina eran aptas para el consumo o no a menos que las probase a fondo. Y llevaba cerca de una hora viendo como aquella noble rubicunda meneaba el trasero delante mía de manera insinuante cuando no era más que otra esclava de placer. Así que no me lo pensé dos veces y mientras ella se perdía en sus palabras me bajé la bragueta, saqué mi miembro que ya llevaba enhiesto un buen rato y procedí a sodomizarla sin contemplaciones. Tras un par de embestidas, pensé que quizás podía subir un par de grados la escala de la follada sin mucho esfuerzo así que salí de su culo, me agaché y recogí el falo de madera que aquella esclava había portado en su interior durante todo el día. Sin mayores miramientos volví a alojarlo en su mojadísima vagina y reanudé mis embestidas anales con mayor brío si cabe. Aquella semi doble penetración debía ser una práctica que le gustaba mucho, pues pronto los ahogados gemidos de placer dieron paso a unos nada recatados alaridos alternados con floridos ruegos para que se la metiese más fuerte. Un buen rato después al fin decidí correrme en tan delicioso agujero (tenía razón, se lo entrenaban a conciencia) y ayudé a incorporarse a la esclava que muy diligentemente procedió a realizar la reglamentaria mamada de limpieza. Tras limpiar con la lengua mi miembro sacó de su interior el falo de madera, bien empapado con sus propios jugos y procedió a limpiarlo también a lametones mientras me miraba a los ojos.

— Sois una bestia, mi señor. Hacía meses que no me montaban con tanto ímpetu. Ha sido fabuloso, aún me tiemblan las piernas. Voy a recordar esta entrevista durante mucho tiempo.

— Señorita Aintree, o mejor dicho, Zorra Tragaleches ¿porqué hablas en pasado? ¿Acaso eres tan perezosa como para pensar que ya hemos acabado? — Su mirada de incredulidad no tenía precio — Me quedan como poco otras dos visitas a tu interior y si percibo que te muestras poco complaciente pienso usar un par de grilletes en esas muñecas tan libres que tienes, dejarte la espalda roja a base de azotes y a continuación llamaré a esa pareja de madre e hija que hemos visto antes para que sus agujeros sustituyan a los tuyos. ¿Me he expresado con la suficiente claridad?

  • Sí, mi amo.