Memorias de Zolst - 5 - La princesa esclavizada.
Donde nuestro protagonista realiza una entrevista clandestina a una de las más ilustres esclavas de la casa y unos cuantos secretos son revelados.
Desde mi última entrevista, habían pasado tres semanas infructuosas. Todas las peticiones que había realizado para tener careos con los dos miembros de la realeza que realizaban servicio de consolación en la Ciénaga de Araha habían caído en saco roto. Al parecer, su muy estricta administradora Rufina Von Windaria no estaba dispuesta a que sus esclavas realizasen otra tarea que no fuese agitar las caderas y tragar semen, por muy ilustre que fuese su origen. La única nota positiva que había conseguido durante aquellas frustrantes semanas era un encuentro casual con Ivor Bogan, el médico residente de aquella casa de placer. Nos habíamos caído bien y me invitó a tomar el té en su residencia aquella tarde en agradecimiento al pequeño presente que le había hecho llegar la semana anterior por la colaboración de su esclava. Resultó una tarde la mar de agradable. Ivor era un conversador excelente y me describió tanto los problemas habituales que había en esa Casa de Placer (normalmente, veteranos exaltados y ebrios) y sus planes de futuro (el buen doctor soñaba con desarrollar un procedimiento que permitiese hacer sentir a las esclavas tanto placer mientras realizaban mamadas como el que sentían cuando eran penetradas vaginalmente). Su esclava Seena estaba con él y permaneció durante gran parte de la tarde a los pies de su amo con su cabeza pelirroja apoyada en sus rodillas como una mascota dócil. Únicamente se levantó para traernos otra ronda de bebidas, momento en el que desde la cocina me hizo gestos señalándose el trasero con entusiasmo mientras gesticulaba sin pronunciar las palabras ¡CIN-CO-VE-CES! . Tuve que hacer verdaderos esfuerzos para no estallar en carcajadas y regar al doctor con té de segunda mano. Aquella chica era increíble.
Dos días más tarde, recibí una comunicación por parte del buen doctor Bogan comentando que si no me importaba trasnochar un poco, podría arreglar un encuentro con una de las princesas que servían en la Cíenaga de Araha esa misma noche. Di gracias mentalmente al Emperador por aquel inesperado colaborador que había conocido y que me estaba facilitando una oportunidad. Esa misma noche me encontraba en una taberna de mala muerte consumiendo una cerveza espantosa cuando desde la multitud asomó un doctor Bogan que me sonreía mientras me indicaba que me acercase a la trastienda. Unos minutos después ya estábamos bajando por escaleras de caracol mientras ese puñetero frío empezaba a notarse en la piel.
Para mi sorpresa, cuando entré en el pequeño reservado la esclava ya me estaba esperando. Como había pasado en la anterior ocasión, la esclava estaba completamente desnuda y permanecía con las manos atadas por detrás de la espalda a la anilla trasera de su collar echando sus hombros para atrás y destacando su busto. Así mismo, una cadena un poco más holgada la mantenía unida al suelo desde el cuello. Tales precauciones me parecieron totalmente exageradas la primera vez que las vi, pero más tarde pensé que quizás tenían un propósito más psicológico que efectivo al enfatizar la falta de libertad de aquellas esclavas en todo momento. El hecho de que la chica estuviese allí ya me había privado de mis habituales instantes de observación, así que me demoré un poco preparando mis utensilios de escritura. Su pelo rubio casi platino caía en melena hasta casi el final de la espalda. Su tez era blanquecina, aunque no sabría decir si se debía al tono habitual de los integrantes de la alta nobleza o por todo el tiempo que llevaba sin ver la luz del sol. Su rostro era bello de una manera clásica, como lo eran los cuadros de las grandes damas de la antigüedad. Se notaba que el rostro antaño había sido más redondeado y ahora había adelgazado, pero no resultaba esquelético o envejecido en modo alguno sino que parecía haber perdido la gordura de la niñez para lograr la hermosura del adulto. Sin embargo, su par de ojos verdes dotaban a ese rostro de una vitalidad y elegancia que casi daba miedo mancillar. Los pechos eran de un tamaño mayor de lo habitual en las mujeres de su tierra y sus pezones anillados estaban unidos con holgura por una fina cadena dorada. Su pubis bien depilado exhibía el habitual tatuaje de esclavitud que lucían las de su clase pero no pude ver si también su clítoris estaba anillado como mandaba la tradición. Su collar y sujeciones en muñecas y tobillos eran un poco más grandes de lo normal. Pude observar que en vez de ser de cuero como los de las demás esclavas eran de metal pulido con forro interior de terciopelo. Una vez más, la exagerada seguridad y el efecto psicológico de sentir un peso constante que te recuerda tu condición de falta de libertad. Quizás en un gesto de rebeldía la esclava se había sentado con sus interminables piernas cerradas e inclinadas a un lado, tal y como se sentaría una dama de buena cuna que vistiese una falda larga con recato. Las normas de esclavitud dictaban que la esclava debía sentarse siempre con las piernas abiertas para dejar accesible su sexo a sus amos en todo momento, pero he aquí una esclava que se arriesgaba a un castigo con tal de mantener su porte elegante.
Sin lugar a dudas, estaba sentado en la misma habitación que Clala Philias, El Escudo de Asteria, princesa real de la casa de Phillias y antaño una de las personas más importantes de todo el continente. Para ser sinceros, ahora mismo todos esos títulos y noble linaje bien valían para poco. El que ahora se encontrase sirviendo en una casa de placer zolstiana ofreciendo sus agujeros al primero que pasase por allí era de una ironía histórica. Aunque obstinadamente trataba de contener sus temblores, era evidente que estaba pasando bastante frío. Estaba ante mí desnuda, limpia e inmaculada, probablemente directamente salida de los baños después de su jornada de 14 horas continuas de sexo. Decidí mostrarme comprensivo y en vez de dejar mi abrigo a un lado se lo puse por encima de los hombros para que le diese un poco de calor.
— Gracias, mi señor. — Contestó ella sin haberle dado permiso para hablar. No sabía si me estaba probando o realmente era así de rebelde después de cinco años en el cepo. En el primer caso, denotaría una inteligencia superior. En el segundo, una capacidad mental de resistencia casi sobrehumana. Y yo sabía perfectamente que ella era capaz de ambas cosas. Aquello iba a ser muy interesante.
— Me presentaré: mi nombre es Valentin Kronor y soy historiador. Pretendo crear una memoria de usos y costumbres de nuestro pueblo y parte fundamental de como funciona nuestra sociedad y economía pasa por nuestro sistema de tributos y esclavitud así que le haré unas preguntas sobre su vida anterior y su vida actual y espero respuestas sinceras, no complacientes. Lamentablemente no puedo prometeros a cambio de vuestra colaboración la libertad, pero si puedo ayudaros en algo haré lo que esté en mi mano para satisfaceros. — No era muy distinto de como había comenzado con Seena, y esperaba que me diese tan pocos problemas como me dio la pelirroja.
— Mi señor, parecéis un buen hombre y venís recomendado por el buen doctor Bogan, quien seguramente es el único varón que ha pasado por este pozo de inmundicia y conserva parte de su alma. Por eso permitid que os confiese que simplemente con nuestra conversación aquí ya nos estáis haciendo un favor no solo a mí sino al resto de las esclavas que sirven en este sitio.
La noche se presentaba llena de sorpresas. La verdad es que me costaba imaginar como podía estar alegrando a todo aquel conjunto de esclavas simplemente por estar ahí sentado, con mi cuaderno, mi estilógrafo y empezando a arrepentirme de haberle dejado el abrigo a la princesa. — Haced el favor de iluminarme, si tenéis la amabilidad.
— La respuesta es simple, pero quizás algo cruda. Hoy es viernes, el día en el que maese Adams gusta de sacarme de mi jaula en mitad de la noche para follarme delante del resto de mis compañeras. Como maese Adams empieza a tener una edad, ya no es capaz de alcanzar el vigor necesario a no ser que yo grite mucho y como no suelo estar por la labor entonces recurre a la fusta o rebenque para sacarme gritos que terminan despertando al resto de las esclavas. Si estamos usted y yo aquí, maese Adams se terminará hartando, se volverá a su casa y mis compañeras ganarán un par de horas de sueño que bien necesitan.
No es que las dificultades eréctiles de maese Adams fuesen de gran ayuda para mi estudio, pero si al menos servían para empezar con buen pie la entrevista no sería yo el que se quejase. Además, el tono de la esclava era tan culto y noble como sus orígenes. Salvando algún termino ocasional, su habla era tan rica como la de cualquier noble casa zolstiana. Tenía que recordarme a mí mismo que lo que estábamos hablando no era su idioma materno y aun así lo usaba perfectamente. — En ese caso, procuraré alargar la entrevista todo lo que veáis necesario dentro de lo prudente. — proseguí.
— Mi señor Valentin, esta es la charla más larga y culta que he tenido en cinco años, con la excepción de la descripción de los efectos secundarios de las medicinas que me inyecta en los pechos el doctor Bogan. Las frases que escucho con más frecuencia son “Alza el culo para que te la meta bien o te lo dejo rojo” y “Seguro que te encanta chuparla, so puta”. Puede alargarla todo lo que usted quiera, y no estoy usando dobles sentidos.
Al menos lo admitía. Eso ahorraba trámites. Hora de entrar en materia. — ¿Como se siente al ser una esclava del Imperio?
— ¿Es una pregunta con trampa?
— Ni de lejos. Realmente me interesa saber el estado físico y emocional de las esclavas a cargo del Imperio y por lo que tengo visto sus condiciones de vida son bastante duras. Quizás si descubra algo pueda mover los hilos suficientes como para lograr algún tipo de cambio en la ley o enmienda. — Cosa que no era imposible, pero sí menos probable que el que nevase en agosto. Realmente lo que quería saber era el estado mental de aquella heredera de un trono que había sido reducida a la más obscena esclavitud.
— Es usted un idealista, mi señor Valentin. Los primeros años me sentí frustrada, ultrajada, violada de tantos modos y maneras que me sería imposible enumerarlos. Después terminé entendiendo que sufría lo que estaba sufriendo no por una venganza ni por una reparación. Simplemente, me habían despojado de mi condición de humana y ya no tenía derechos. Ahora era un juguete sexual, un objeto, ni siquiera llegaba a mascota. Uno no se pone a pensar en la moralidad de un objeto, lo usa y punto. Aquí pasa lo mismo. No existe amor, cariño o empatía. Ni siquiera podemos mejorar nuestras habilidades sexuales. Somos trozos de carne atados a una madera para que nos usen. Han conseguido aquí un grado de deshumanización como pocos se han visto en toda la historia. En eso los zolstianos son muy buenos, en despojar a cualquier cosa de su humanidad.
Percibía que tras aquella coraza de dignidad nobiliaria podría haber algunas grietas, pero de haberlas estaban siendo casi imperceptibles. Presioné un poco más — ¿Podría ponerme un ejemplo de esa deshumanización que comenta?
— El primer año de nuestra esclavitud, los celadores se enteraron del día del cumpleaños de Kureha, mi guardiana personal y amiga de la infancia. La habrá visto en los cepos, es la chica castaña de senos preciosos que está a mi derecha. Ya por aquella época corría el rumor de que ella sentía algo por mí, pues trataba de seguir cumpliendo su papel de protectora y pedía que la castigaran a ella en mi lugar cuando yo cometía alguna falta. Maese Adams y sus amigotes decidieron que esa noche querían un poco de espectáculo así que nos sacaron a las dos de nuestras jaulas y nos colocaron con la cabeza entre las piernas de la otra. A continuación, unieron el collar de Kureha a la anilla de mi clítoris con una cadenita de apenas un palmo de longitud e hicieron lo mismo conmigo. En esa posición básicamente o metíamos la boca en el sexo de la otra o si no nos arriesgábamos a dar un tirón y provocar a la otra una ablación del clítoris por desgarro. Así que hicimos lo que teníamos que hacer para sobrevivir: pasamos la noche lamiéndonos los sexos mientras los celadores se reían y consumían cerveza. Cuando habían consumido demasiada se adelantaban y regaban con orina a alguna de las dos. Fue tremendamente cruel y degradante. Tomaron algo puro y bello como eran los sentimientos de mi querida Kureha e hicieron de ello un espectáculo horrible. Precisamente a eso me refiero.
Aquello era la mar de interesante. La princesa se preocupaba más por sus súbditos que por ella misma. Primero, por el sueño de las esclavas y ahora con su guardiana y amiga. Cinco años de cepo y aún seguía asumiendo su papel de líder comprometida. — Percibo en usted un fuerte sentido de la responsabilidad. ¿Acaso se siente culpable por la situación del resto de las esclavas?
— Yo era uno de los líderes de aquella cruzada. No me arrepiento de ello, ni de las razones por las que luché. Vuestra sociedad es absolutista, corrupta y profundamente degradante hacia las mujeres. Necesitáis valores y justicia social en vez de ese culto casirreligioso a vuestro Emperador. Pero todo eso importa poco aquí abajo, yo trato de ser práctica y de hacer más soportables las vidas de mis compañeras. Sin unos consejos por parte de las veteranas como Kureha o yo, tendríamos más accidentes como los del segundo año.
— ¿Accidentes? ¿Podríais ilustrarme un poco sobre ese incidente?
— Al segundo año mandaron la primera tanda de tributos que no eran botines de guerra como las que ya estábamos acá. Una de ellas se llamaba Wang, venía de la provincia más oriental de la Alianza. Al parecer practicaba un extraño estilo de lucha cuerpo a cuerpo que enfatizaba la potencia en las piernas. La primera vez que la pusieron en un cepo golpeó con las piernas al celador que acababa de cerrarlo. El celador sufrió la pérdida de los dos testículos y una fractura de cadera. La muy idiota no se había dado cuenta que ya estaba enganchada al cepo cuando golpeó, por lo que ya estaba atrapada y sin posibilidad de escape. Pasaron dos días sin que nadie le diese de beber hasta que se desmayó y entonces se la llevaron. Nunca volvimos a verla. Desde entonces, aparte de atarnos manos y cabeza con el cepo también anclan nuestras piernas con una barra de metal para que no podamos cerrarlas. Si nos portamos mal, enganchan las anillas de nuestros pezones al cepo con cadenitas, de tal manera que con cada empujón que nos dan nos estira de los pechos. Catorce horas así pueden ser extremadamente dolorosas, se lo aseguro. Hay que evitar que incidentes como ese vuelvan a ocurrir.
— ¿No le dijeron que le pasó a esa esclava? — El Imperio prohibía terminantemente el que algún funcionario rabioso o borracho acabase con alguna de sus propiedades, pero tampoco era famoso por la clemencia de sus castigos.
— Maese Adams nos comentó que el castigo habitual por algo así era extirpar las cuatro extremidades y los dientes para dejar lo sobrante en unos aseos públicos y que la gente evacuase en su boca. Nunca fue demasiado bueno para contar historias de terror, eso habría causado un incidente diplomático sin precedentes con una nación que trata de integrarse en el Imperio. Yo pienso que probablemente la habrán destinado a alguna otra casa de placer, si es que existe algo más mugriento y miserable que este agujero. Puede que la hayan sentenciado al Silencio o que le hayan racionado los orgasmos pero tengo la esperanza de que continúa viva. — Aquello era más que probable. No era la primera vez que una esclava rebelde se le sellaba la boca con un gagball y solo se le permitía quitárselo para comer o que era inhabilitada químicamente para sentir orgasmos de la misma manera que se podía evitar que quedasen preñadas. Pero aquello estaba empezando a tomar unos tonos demasiado fatalistas así que pensé que era mejor tratar temas un poco más optimistas.
— En estos cinco años que lleva aquí sirviendo ¿tiene algún buen recuerdo? ¿Algún instante feliz?.
— He ayudado a que las nuevas chicas se integren y consigan tener una existencia un poco más feliz. Ellas en su gran mayoría no son combatientes, son civiles a las que han escogido por su belleza. Hay dos gemelas hijas de un panadero, hay una chica que cuando concluyó la guerra aún no había tenido su primera menstruación, hijas de nobles enviadas acá a la fuerza por sus padres al no poder casarlas con nobles zolstianos. No deberían estar acá.
— En realidad, señorita Phillias, me refería a algún recuerdo algo más personal. Su respuesta ha sido correctísima desde el punto de vista político, pero creo que ya va siendo hora de que empecemos a ser sinceros al cien por cien. No voy a convertir mi libro en un alegato contra nuestra propia sociedad, pensaba que se lo había dejado claro desde un principio.
— Touché, señor Kronor. Pensaré alguna cosa que pueda satisfacerlo. — Se quedó pensando unos segundos, pareció querer empezar a hablar, se detuvo y comenzó de nuevo. — Recuerdo cuando al poco de llegar el doctor Bogan cambiaron aquellos asquerosos caballetes triangulares de madera y empezaron a ordeñarnos en esos sillones. Lo que antes eran cuatro horas de dolor continuo en los pechos y la entrepierna pasaron a ser cuatro horas de placer continuado y sin azotes o empujones. Fue un cambio muy agradable. Creo que fue a partir de entonces cuando dejó de importarme el que me hubiesen convertido en una vaca lechera.
No estaba mal, pero podía estar aún mejor. Insistí un poco mas. — Antes estabais a punto de decir otra cosa. Por mi experiencia, los primeros pensamientos suelen ser los más sinceros. Concededme la curiosidad, os lo ruego.
Se lo pensó un poco, juraría que enrojeció ligeramente y a continuación comenzó a hablar con voz suave.: — Hará cosa de dos años, serví a un ciudadano que tenía una virilidad enorme. Abultaba como mi antebrazo entero incluida la mano, quizás mayor aún. Se entretuvo usándome casi una hora, alternando entre mi sexo y mi culo cada rato sin descanso. Yo perdí la cuenta de los orgasmos que había tenido ya pues además de su habilidad y aguante tenía el buen detalle de estar jugando constantemente con mi anilla del clítoris. Cuando por fin acabó en el interior de mi culo, no sentí los habituales latigazos entrecortados sino que prácticamente parecía que me estuviese inyectando un enema de semen. La sacó de improviso y se adelantó para que se la limpiase con mi lengua. No sé lo que me pasó, si fue culpa de mi calentura extrema, del agotamiento o un cortocircuito de mi cerebro pero cuando ese miembro se alojó con toda su enormidad en mi garganta y pude percibir su intenso sabor a semen mezclado con mis propios aromas anales, me corrí. Todo el mundo pudo verlo ya que mis pezones empezaron a chorrear leche como dos fuentes. Tuve un orgasmo oral. Dos minutos más tarde comprendí que se demoraba en mi boca, mi lengua lo estaba limpiando de manera tan placentera que no quería irse. Cinco minutos más tarde y ya completamente erecto de nuevo, la extrajo de mi garganta, me lo pasó por la cara y acariciándome la cabeza me dijo que se la había chupado tan bien que le apetecía repetir la tanda. Y yo, después de oír esas palabras, volví a correrme. Había tenido dos orgasmos sin que prácticamente me tocasen los genitales. Aún pienso en ello. No sé si fue condicionamiento mental, locura transitoria por agotamiento o si definitivamente me había convertido en una pervertida sin remedio. Pero sé que no me importaría volver a sentir lo que me hicieron aquella tarde.
Pensé que probablemente era lo más sincero que me había dicho en toda la noche. Por fin estaba empezando a hablar como una esclava y no como una noble en una recepción formal. Era el momento de empezar a obtener información de verdad: — Lo que me comentáis es muy curioso y os agradezco vuestra sinceridad. Permitid que os recomiende que habléis sobre este tema con el doctor Bogan, pues sé que este campo le interesa sobremanera y quizá puedan ayudarse mutuamente.
Ella sonrió de manera triste- — Si os referís a las investigaciones sobre como provocar orgasmos orales a las esclavas, creo que fui yo quien le dio esa idea al buen doctor. Además, desde hace una temporada Seena comparte con él algo bastante bonito y no quisiera arruinarlo. Si Ivor Bogan consigue desarrollar ese procedimiento será tras múltiples experimentos y ella se merece experimentar ese placer de mano de su Amo.
Eso demostraba que efectivamente su preocupación por sus compañeras era sincera y no fruto de una pose estudiada. Mal que me pesara, aquella mujer me estaba empezando a caer bien además de su físico despampanante. Continué: — ¿Qué opináis de vuestra aliada élfica? ¿Pensáis que la Cantora de Espíritus se ha adaptado bien a su nueva condición de esclava?
Esta vez su respuesta fue tajante. — Los zolstianos no tenéis ni idea de como funciona la sociedad élfica ni su modo de pensar. Desde el momento en el que vuestros celadores atravesaron las orejas de Kirika para poner esos infernales piercings arruinasteis toda su existencia. Cortasteis su conexión con el mar de espíritus y esa marea de energía mágica fuera de control es lo que la ha convertido en una ninfómana y una masoquista. Ella extraña con todo su corazón poder escuchar el canto de los árboles, los susurros de las piedras y las letanías de los ausentes. Ha perdido esa conexión y a cambio lo único que recibe es contacto carnal y maltratos. Se aferra a ellos con desesperación porque, de perderlos, estaría peor que muerta: estaría condenada a una existencia eterna privada de emoción o sensación. A vosotros os viene fenomenal porque lográis una esclava complaciente, entusiasta y eternamente joven. Habéis convertido a un ser capaz de sentir las emociones desde otros planos de existencia en una perra calenturienta que empieza a babear en cuando percibe el olor a semen. Incluso aunque la liberarais después de estos años de esclavitud, no podría volver con su pueblo. La habéis convertido en todo lo que los elfos aborrecen. Kirika ya no tiene futuro más allá de esta mazmorra para toda la eternidad. Y lo peor es que ella ansía que la traten mal.
— ¿Piensas que eso es lo más triste que has vivido aquí? — Si tenía que desahogarse, mejor que fuese conmigo antes que con alguno de los celadores o con otra chica como ella. Al menos yo podría ofrecerle algo de perspectiva exterior.
— En realidad no, diría que lo peor fue hace dos años. En la primera tanda de tributos trajeron a Mei, una chica muy joven, demasiado joven. Como de costumbre, los celadores no pensaron. Le quitaron su virginidad, la anillaron, le pusieron el tatuaje de esclavitud y entonces se dieron cuenta de que Mei apenas llegaba al cepo. Entonces fue cuando tuvieron la idea de las mariposas por no tenerla encerrada todo el tiempo. Los malnacidos mantuvieron a la pobre chica en celo sin sexo dos años enteros y Mei estaba tan ansiosa que se iba restregando por las esquinas. Más de una nos ganamos castigos por masturbarla un poco durante los baños para que se calmase. En el momento en el que por fin montaron su cepo tenía lágrimas de alegría en los ojos. Todavía hoy, cuando la ponen en el cepo y cuando la retiran, besa la madera con reverencia. Mei no se merecía que le destrozasen la mente de esa manera.
Aquello que había dicho revelaba varias cosas importantes. Primero, que los funcionarios provinciales encargados de recoger los tributos no estaban haciendo su trabajo correctamente y puede que estuvieran recibiendo sobornos. Segundo, que los funcionarios encargados de las Casas de Placer puede que no fuesen los más adecuados. Esos dos aspectos combinados podrían dar lugar a un incidente diplomático de primer orden y si Rufina Von Windaria estaba ocultando cosas podría haberse metido en un lío muy muy feo. La estrategia de mostrarse empático estaba resultando muy efectiva así que decidí continuar con ella. — ¿Y vos? ¿Pensáis que vuestra cordura también se ha visto afectada desde que sois una esclava?.
Me miró fíjamente mientras contestaba con aquellos ojos verdes en los que uno podía perderse y no volver a encontrarse. — No, yo sigo siendo la misma. Sigo siendo Clala Philias, la heredera al trono de Asteria. Sigo siendo El Escudo de Asteria, aquella que comanda las tropas desde el frente. Sigo siendo la Orquídea Blanca de los Phillias, aquella capaz de corregiros textos en vuestro propio idioma clásico a vos, un erudito historiador. Y ahora soy Clala Philias, la puta esclava de la Ciénaga de Araha capaz de beberse una pinta de semen recogido de lo que rebosa de mis agujeros después de seis horas de fornicio y a continuación pedir que me follen aún más fuerte. Todo eso forma parte de mí y me conforman como lo que soy. Nadie en Asteria admitiría una monarca con piercings en los pezones y la costumbre de rebañar restos de semen de los falos con la lengua, pero tampoco voy a avergonzarme de lo que soy. Una Phillias nunca reniega ni de sus responsabilidades ni de sus decisiones, tengan las consecuencias que tengan.
— ¿Echáis de menos a vuestro hermano pequeño? — Era un golpe bajo, pero quería acabar de ensanchar esa grieta por la que aquella princesa caída en desgracia estaba empezando a mostrarme su corazón.
— Suelen traerlo acá abajo el día de mi cumpleaños. El proceso siempre es el mismo: al salir de los baños dejan que nos demos un abrazo y cenamos del mismo cuenco. Luego a él lo meten en mi jaula y a mí me follan todos los celadores delante suya durante unas cuantas horas. Supongo que les parece la mar de divertido, pero la primera vez que lo hicieron Antoine tenía sólo 10 años. El año pasado se llevaron una buena reprimenda porque mi hermano llevaba un cinturón de castidad y acabó con heridas en su virilidad. Por una parte me sentí halagada porque ver mi cuerpo desnudo y usado le pareciese excitante, pero no quiero que le hagan daño ni que se lo haga a sí mismo. Antoine ya tiene una vida bastante dura a diario, estoy segura que mi querida pariente Rufina no es amable en sus caprichos.
La punta de mi estilógrafo rasgó la hoja sobre la que estaba escribiendo. ¿Acababa de oír lo que creía? Procuré templar la voz antes de preguntar — ¿Habéis dicho pariente? ¿Tenéis algún tipo de conexión con la administradora de esta casa?
— Creía que era vox populi, en su momento fue todo un acontecimiento en Asteria. La hermana del famoso Barón Vin Windaria, harta de esperar marido y no tener opinión, se fugaba de su asfixiante nación y solicitaba asilo en Asteria. En menos de un año estaba casada con uno de mis tíos, un hermano del rey más interesado en su intelecto y en su personalidad que en su himen sin romper. Siempre pensé que nos habían metido en este agujero e íbamos a pasar el resto de nuestras vidas sin volver a ver la luz del sol por el rencor que nos guarda Rufina a todos los asterios.
Aquello era una bomba de proporciones insospechadas. Necesitaba pruebas de todo eso desesperadamente si pretendía indagar más en el asunto sin terminar apuñalado por la espalda en algún callejón oscuro o envenenado en mi propia casa. Insistí: — Señorita Phillias, eso son unas acusaciones gravísimas hacia una de las familias nobles más ilustres del imperio. ¿Tenéis acaso alguna prueba que os apoye?
Su mirada rebosaba sinceridad cuando me contestó con calma: — Ahora Asteria es un protectorado de Zolst, podéis viajar a mi patria y comprobarlo vos mismo. De hecho, si decidís visitar mi tierra y hablar con mi tío, os rogaría que le hicieses llegar un mensaje de mi parte.
Ah, aquella última frase tenía toda la pinta de petición de rescate o maniobra política y no iba a ponerme yo mismo la cuerda con la que me ahorcarían. Mi rostro debió reflejar lo que estaba pensando por lo que ella se apresuró a completar su alegato.
— Por favor, no penséis que voy a pediros nada impropio, señor Kronor. Sé que sois un patriota y amáis a vuestro país. Permitid que me explique: mi tío y su esposa tuvieron una hija, una jovencita encantadora. Sonia me admira, casi me idolatraba. Cuando me fui al frente ella soñaba con ser mi escudera. Tengo miedo de que cinco años más tarde Rufina Von Windaria use sus influencias políticas para que Sonia sea seleccionada como parte de los próximos tributos y la traigan acá para ocultar todo este asunto. Ya tengo a Kureha en el cepo de mi derecha, no quiero ver a Sonia en el cepo de mi izquierda. Simplemente deseo que advirtáis a mi tío sobre todo esto.
Aquello tenía mucha más lógica, ciertamente era mucho menos arriesgado y no estaría cometiendo ninguna traición… aparte de seguramente ganarme la antipatía de la baronía Von Windaria para el resto de mis días. Supongo que no me haría daño el tomarme un par de días para meditarlo y ver qué podría hacer con toda la valiosa información que aquella princesa encadenada me había dado durante toda la noche. Mientras me reflexionaba sobre mis opciones, noté que Clala se removía en su asiento. Cuando me fijé en ella, pude ver que mi abrigo que había cubierto sus hombros estaba en el suelo y sus pezones parecían dolorosamente erectos. Un par de gotas de leche ya se habían escapado de ellos.
— No es mucho lo que una esclava puede ofrecer a un caballero como usted pero… le aseguro que en todo lo que pueda hacer pondré el máximo esfuerzo… — Su voz se había tornado increíblemente sensual y sus ojos verdes miraron hacia abajo. Su tatuaje de esclavitud brillaba con intensidad, prueba concluyente de que ahora mismo todos los nervios de su cuerpo le estaban pidiendo sexo a gritos. Suavemente separó sus piernas lo que me permitió apreciar al detalle el piercing de su clítoris. La anilla estaba brillante por los flujos vaginales que rezumaban de su vagina y sorprendentemente ésta conservaba una saludable tonalidad rosada; muy lejos de lo que podría esperar de un sexo con ese nivel de uso diario. Ella continuó con aquel tono de voz capaz de derretir glaciares. — No se habrá dado cuenta pero llevo más de una hora sentada sobre un charco de mis propias jugos. Tengo el coño en llamas, mi agujerito trasero palpita de ganas y estoy muy sedienta de hombres. ¿Tendríais la gentileza de ayudarme a calmar mis inquietudes?.
Dos cosas eran ciertas a esas alturas de la noche. Una: a pesar de su evidente vulnerabilidad, Clala Phillias sabía como sacar partido a sus armas de mujer. Aquellos cinco años en el cepo la habían dotado de habilidades insospechadas en una noble de orígenes tan ilustres como los suyos. Siendo una esclava prostituta y estando atada no sólo podría haberla violado encima de la mesa sino que además habría sido perfectamente legal. Sin embargo, era ella la que me estaba invitando a mí, para mi sorpresa. Y dos: llevaba un mes de investigaciones en Casas de Alivio, burdeles y demás locales de lenocinio y yo, en cambio, estaba practicando un celibato digno de un monje asceta. Y encontrarme a una esclava de ese calibre con ganas de agradar era algo insólito.
Decidí ponerla a prueba, levanté su barbilla y le dí un beso en los labios. No fue un beso para despertar a una princesa durmiente; fue un morreo ansioso, lujurioso, que buscaba la lengua de la esclava y someterla. Ella respondió al beso maravillosamente bien, tenía tantas ganas o más que yo. Le indiqué que se pusiera en pie, aparté su silla completamente empapada, coloqué en su lugar la mía y me senté después de abrir mi bragueta y sacar mi miembro. Tampoco le iba a pedir acrobacias cuando estaba atada de manos a la espalda.
— Señorita, he de confesar que como académico soy una persona muy estricta. Espero que usted me preste toda su atención pues esto va a diferenciarse un poco de sus actividades habituales. En la actual circunstancia usted es la esclava y yo soy el Amo. Así pues, no me pienso esforzar lo más mínimo y tendrá que ser usted la que realice toda la actividad física por mí. Por algo lleva usted ese collar. — Y para mi sorpresa en vez de montarme se arrodilló y comenzó a pasar la lengua de manera experta por toda la longitud de mi pene.
— Señor Kronor, no me diga usted que no ha leído a su compatriota Stheinhemman cuando en su “Códice de buenas prácticas para la servidumbre” declaraba que “El servicio de una buena esclava debía empezar y terminar en su boca”. ¡Es uno de sus clásicos! — Me dijo desde su posición entre mis piernas antes de reanudar una lenta y deliciosa mamada. Pensé en corregirla aclarando que se refería a que las esclavas debían aprender cuanto antes el idioma zolstiano, pero tuve que admitir que la idea que había tomado en su cabeza no me desagradaba lo más mínimo. Y si a ella no le importaba pasar de boca a coño, de coño a culo y de culo a boca… a mí tampoco. Iba a necesitar fuerzas para mi proximo viaje.