Memorias de Zolst - 2 - Entrevista con la nobleza
Donde nuestro erudito acude a entrevistar al director de una elitista casa de placer y recibe varias sorpresas.
Apenas había comenzado el día cuando mi desayuno era interrumpido por un mensajero que traía a mi domicilio una comunicación urgente. ¡Habían aprobado mi solicitud para visitar una de las Casas de Alivio de mayor fama de la ciudad! Tras dos semanas de inactividad y tres establecimientos que declinaron mi petición arriesgándose incluso a contrariar al ministerio, esta visita era un paso de gigante. Y no solo eso, sino que su administrador accedía a concederme una entrevista y facilitar mis investigaciones en pro de la causa imperial siempre y cuando no interrumpiese la actividad normal del establecimiento. La urgencia se debía a que la hora de la entrevista estaba muy cercana, así que dejé mis huevos revueltos con cecina sin acabar en el comedor, agarré mi abrigo y mis enseres de escritura y apenas pude reprimir mis ansias por empezar a correr.
Mientras apresuraba el paso por las calles dirigiéndome al centro repasé mentalmente lo que conocía sobre el sitio que iba a visitar. Dicha casa de alivio se llamaba La Ciénaga de Araha y debía su nombre al lugar donde el imperio logró la victoria definitiva sobre la Alianza de Pueblos, un conjunto de naciones humanas y élficas situadas en el noreste del continente que se unieron con el propósito de acabar con nuestro modo de vida. Aquella fue una contienda particularmente larga y costosa para nuestro pueblo y se había resuelto hacía apenas cinco años. De hecho, la Ciénaga de Araha era un establecimiento que tenía restringido su acceso y únicamente se podía acceder si eras miembro del ejército o un veterano de aquella infausta guerra. Con el paso de los años se había labrado una fama de local casi mítico y aquellos que la frecuentaban normalmente callaban sus visitas pues multitud de amigos o familiares inmediatamente le rogaban que intercediese por ellos para poder visitar el lugar. Sin duda, este hecho contrastaba con su popularidad pues según los números que exhibía mes a mes era una de las casas más visitadas de toda la capital. Mi mente solo concebía un suntuoso palacio capaz de albergar cientos de habitaciones individuales y toda clase de instalaciones de entretenimiento refinado y adulto.
Mi sorpresa fue mayúscula cuando al llegar a la dirección indicada encontré una agradable vivienda de dos plantas con jardín bien cuidado y una apariencia más familiar que otra cosa. Sin duda uno de los jardineros que arreglaban los rosales debió captar mi cara de incredulidad ya que se dirigió al interior y casi de inmediato apareció en la puerta un mayordomo serio y mayor (sin duda, un empleado muy bien pagado por la administración) que tras comprobar mis credenciales me rogó que le acompañase al interior. Tras anunciar mi llegada, me condujo a un despacho bien iluminado y acogedor donde me esperaba la primera de mis entrevistas de hoy: Rufina Von Windaria.
La hija mayor del legendario general Viktor Von Windaria era todo lo que uno podría esperar de una joven de la nobleza zolstiana. Pelo largo de color caoba arreglado de manera ordenada en un discreto tocado, una figura plenamente desarrollada donde destacaban unos senos muy bien formados enmarcados en un vestido largo blanquinegro de talle estrecho y falda larga abierta en un lateral que sugería unas piernas inacabables sin terminar de mostrarlas del todo. Su rostro conjugaba la habitual elegancia y profesionalidad de los nobles con ocasionales muestras de picardía propias de una joven de venticinco años aún soltera. No le faltaban pretendientes pero al parecer la joven Rufina compartía el espíritu combativo de su padre y disfrutaba superando desafíos a cada cual más complicado que demostrasen a todos la completa lealtad de la familia Windaria al Emperador. Uno podría esperar encontrar alguien así en uno de los Bailes de Invierno que se celebraban en el palacio imperial pero no en el despacho de dirección de una casa de placer. Su sonrisa era absolutamente profesional mientras me ofrecía una taza de té.
— Mi señora, debo confesaros que me hallo anonadado. Jamás habría pensado que un establecimiento como el que gestionáis se ocultaría en un edificio así. De hecho, me resulta difícil de creer. — era un modo habitual de propiciar la conversación de un director: alabando las instalaciones.
— Es plenamente comprensible por vuestra parte, pero permitid que os saque de vuestro asombro: lo que vos véis es simplemente el recinto de administración, que también es una de mis casas particulares. La Ciénaga de Araha se encuentra en el subsuelo, bajo las alcantarillas y posee puertas de acceso convenientemente vigiladas desde varias de las tabernas de veteranos de guerra de este barrio. Aquí también hay una, por supuesto.—
Eso me ahorraba tener que visitar algunos negocios de dudosa higiene, pero planteaba nuevas e intrigantes dudas. —Pero entonces, mi señora, estamos hablando de una enorme infraestructura subterránea que debe necesitar una cantidad ingente de recursos solo para mantenerse...—
— Yo no diría que son unas instalaciones grandes. Empezamos con cinco esclavas y actualmente tenemos dieciséis gracias a los tributos anuales. Disponemos de unas cuantas estancias adicionales para el descanso, entrenamiento y explotación de las esclavas, una pequeña clínica y poco más. El secreto está en una buena organización. — me replicó con voz tranquila pero no exenta de satisfacción. Empezaba a darme la impresión de que se sentía bastante orgullosa de cómo funcionaba todo aquello y de su propia gestión.
— Bromeáis conmigo, mi señora. Las estadísticas de asistencia son públicas y si los cálculos no me fallan tiene que haber un error en las vuestras. De ser precisas eso significaría que cada esclava atiende a unos 30 ciudadanos al día. — Bien, ahí comencé a apretar un poco. No era la primera vez que me encontraba a un noble pagado de sí mismo que exageraba cifras.
— Tenéis una mente prodigiosa para el cálculo, mi apreciado Valentin. Yo necesité un ábaco para conseguir el mismo número que vos. Pero creedme, son correctas al cien por cien. Creo que una visita con uno de nuestros cuidadores os resultará tan instructiva como reveladora. Ya he arreglado esa visita para dentro de un rato pero permitid que disfrute un poco más de vuestras preguntas. — Eso eran buenas noticias: si estaba dispuesta a enseñarlo todo es que estaba bastante segura de lo que decía y no tenía miedo a que un Eruditum Imperialis pudiese sacarle los colores.
En ese momento llamaron a la puerta del despacho y con pasos cortos entró una muchacha de no más de veinte años. Su pelo largo negro como el carbón sin duda la identificaba como nacida fuera del imperio, probablemente de una de las naciones más al este de la Alianza de Pueblos. Vestía un traje de criada con la falda extremadamente corta, una blusa a juego que seguramente cubría un corsé bien apretado por la cintura, unas medias blancas con ligueros apenas disimulados por el borde de dicha falda y un collar de cuero rojo en el cuello con una anilla circular en su centro. Sin duda, era una esclava y probablemente algo más, pero me lo iban a confirmar.
— Mi señora, Maese Adams espera en el recibidor para acompañar a nuestro ilustre visitante. — Musitó con voz casi imperceptible. Sin duda había sido entrenada a conciencia, pero no pude evitar percibir un ligero temblor en sus muslos.
— Muy bien querida, quédate con nosotros. Me vas a hacer falta dentro de muy poco. Disculpad, erudito Valentin ¿podría ayudaros en algún tema más? — La cosa se iba aclarando, pero aún iba a tirar un poco del anzuelo.
— Estimada señorita Von Windaria, sois amable en exceso conmigo. ¿Puedo deducir que esta hermosa jovencita es una de las trabajadoras del centro? — Era obvio que no iba a serlo, pero aquella joven sin saberlo me había dado la oportunidad de mostrar de primera mano una de nuestras más enraizadas costumbres zolstianas.
— Ah, no, esta pequeña es sólo mía. Kaguya vino entre los tributos de hace dos años, pasó por el entrenamiento completo y sirvió durante un mes en la Ciénaga. Pero en seguida pude apreciar sus otras habilidades y tramité su cambio de estatus de esclava pública a particular en exclusiva para mí. En principio me servirá durante cinco años más, luego ya veremos si la renuevo o vuelve abajo con sus compatriotas. De momento, es mi Lengua personal y me acompaña a todos sitios. — Lo dijo en tono completamente casual, pero no era ninguna tontería. Cambiar el estatus de esclavitud de una persona a título particular es algo que requería algo más que un conocido en varios ministerios. Parece que el viejo Viktor había tenido poderosas conexiones y su primogénita seguía aprovechándolas.
— Permitid que os diga que sois una mujer de grandes recursos. Aunque yo ya lo sepa como buen zolstiano, os ruego que me indiquéis que es una Lengua para que pueda indicarlo con vuestras propias palabras, sin duda mucho más expertas en el tema que las mías. — Era un elogio tan evidente como irresistible y estaba seguro que Rufina, persona nada tonta, también lo sabía.
— Jajaja, podéis ser también un gran zalamero, mi querido Valentin. Como bien sabéis, las tradiciones premaritales para hombres y mujeres en el imperio no son iguales. Se supone que la mujer debe llegar virgen al matrimonio mientras que el hombre debe acumular cuanta más experiencia sexual posible mejor antes del matrimonio. De esta manera la primera cópula entre marido y esposa resulta increíblemente placentera para ella en vez del habitual estropicio con lloros, eyaculaciones precoces y sábanas manchadas de sangre. Sin embargo, las mujeres también tenemos necesidades sexuales antes de llegar al matrimonio, por lo que el Estado recomienda el uso de Lenguas, es decir, de esclavos especialmente dotados para el sexo oral que pueden satisfacernos con magníficos orgasmos sin dañar nuestras preciosas virginidades. Los expertos han llegado a la conclusión (que comparto por mi propia experiencia) que las lenguas femeninas son más suaves y llegan a más sitios sensibles que las masculinas por lo que muchas jóvenes de la nobleza optamos por chicas esclavas que nos dan más placer. Yo además tengo un pequeño secretito y os ruego que seáis discreto. ¿Kaguya? Enseña mi regalo al señor.—
La esclava procedió inmediatamente a levantar con presteza la minifalda de su vestido. No llevaba bragas aunque tampoco eran necesarias pues portaba un cinturón de castidad de metal dorado que sellaba su sexo de manera tan efectiva como despiadada. Apenas un mínimo agujero en el metal permitía el paso de la orina al miccionar. El emblema de las esclavas del imperio aparecía nítidamente en su zona superior del pubis como un tatuaje con forma de corazón de brillantes colores rojos y negros, pero bien sabía que aquellos tatuajes se renovaban cada año y mantenían a la esclava en un estado de necesidad sexual permanente. Pude apreciar cuando la esclava giró sobre sí misma que el cinturón también tapaba de manera efectiva la parte central de su trasero. Tampoco podría acceder a su orificio anal ni podría darse placer con él.
Mientras, la noble heredera continuaba con su explicación con una voz entre divertida y orgullosa. — Las Lenguas se muestran más activas y solícitas si se encuentran en estado de abstinencia sexual. La propia frustración que acumulan por no poder alcanzar la satisfacción plena hace que se muevan con un ansia imposible de alcanzar de otra manera. Mi querida Kaguya es una absoluta delicia, la mejor que he tenido desde que cumplí los catorce años y mi madre me regaló la primera. Dinos, Kaguya ¿cuánto tiempo llevas sin tener un orgasmo?—
— Di-dieciséis meses, veintiún días y seis horas, mi señora. — No envidiaba a la pobre chica. Los tatuajes de esclavitud provocaban un deseo sexual absolutamente irrefrenable. Se decía que era posible seguir el rastro de una esclava huida simplemente siguiendo los charcos de flujo vaginal que iban dejando. Como si quisiera resaltar mis pensamientos, la noble propinó una palmada ligera en el trasero de la esclava y un pequeño reguero de fluido surgió del borde metálico inferior del cinturón.
— Encantadora de la cabeza a los pies. Maese Adams os acompañará y os servirá de guía durante la visita a la Ciénaga. Es uno de los celadores y uno de mis hombres de confianza, aunque su vocabulario deja bastante que desear. Cualquier otra petición que tengáis podéis cursarla a través de él directamente en vez de los cauces habituales para mayor presteza. Espero que disfrutéis de vuestra visita.
Me levanté de mi asiento, realicé una educada reverencia a la joven que me había facilitado este primer y gran paso y procedí a salir del despacho. Al cerrar la puerta pude ver como Rufina Von Windaria, primogénita y heredera de la Baronía Von Windham, separaba sus muslos y abría su falda lo justo para que Kaguya pudiese arrodillarse, meter la cabeza entre las piernas de la noble y empezar a lamer con fruición el sexo de su dueña mientras probablemente soñaba con el día en el que podría volver a sentir orgasmos en vez de provocarlos.